BREVES-Lecturas comentadas-N°3- Mayo 2017- Biblioteca del Centro Descartes #FRD30años

Hoja bibliográfica
Nº3

mayo / 2017



El sexo y el espanto
(Pascal Quignard;  Minúscula; 1994)

Leonor Curti

Difícil tarea la de presentar en algunos renglones esta obra mayúscula, tan contundente y poética, como la frase con la que comienza, bajo el título de Advertencia: “Llevamos en nosotros el desconcierto de haber sido concebidos”. Ausentes por toda la eternidad de la escena que nos arroja a la existencia.
El autor parte de una hipótesis, que un recorrido minucioso por las letras y el arte griego, etrusco y romano, le permitirá transmutar en tesis: se produjo en Occidente una metamorfosis del erotismo alegre de los griegos en melancolía aterrada en Roma, de la mano del emperador Augusto. Para ir más lejos aún, sostendrá que el cristianismo con su moral, no hizo más que adherir a la moral que ya imperaba. Con su análisis de los frescos conservados en Pompeya, luego de la erupción del Vesubio, en el 79 DC, hilará un tejido deslumbrante que unirá la antigua Grecia con la Roma imperial, dando cuenta de lo que se concebía en cada una por sexualidad, matrimonio, fecundidad, virtud, fidelidad, potencia, goce, deseo, desnudez, vida, muerte. En Roma será cuando el espanto muerda el cuerpo en tanto sexuado. Espanto que el autor localiza en la mirada: en Grecia la mirada frontal hacia Medusa petrifica y mata; en Roma será la mirada oblicua, de soslayo, la que dará cuenta tanto del espanto como de la fascinación por el sexo.
Un libro para disfrutar, para aprender, para sorprenderse y por qué no, para tener como consulta permanente cuando se trata de los desarreglos que el lenguaje impone en la sexualidad del ser hablante.
Será además, un deleite seguro para todos aquellos amantes de la etimología, y uno más que probable para los que hagan sus primeros pasos en esta disciplina.  



El significado del asco
(Colin McGinn; Cátedra; 2016)

Leonor Curti

Elogio del asco. Interesantísima obra que pone la lupa sobre una emoción tan humana como ineludible, a menudo soslayada.
El autor parte, basando su recorrido en On disgust de Aurel Kolnai y The anatomy of disgust de William I. Miller, del análisis del asco como emoción repulsiva, diferenciada del miedo y del odio. Los seres hablantes somos los únicos seres vivientes advertidos no sólo de nuestra propia finitud (aunque dicha idea no esté permanentemente presente en nuestras vidas) sino del deterioro del cuerpo que en general anticipa la muerte. Somos seres duales, de una dualidad irreconciliable: aspiramos a la máxima espiritualidad y a desarrollar nuestros dones creativos, a la vez que lidiamos con un cuerpo que excreta restos hediondos, supura sustancias que rechazamos, y nos confronta en ocasiones con un interior destinado a permanecer bajo el sutil y ambiguo velo de la piel. Existe en el ser hablante la dualidad de lo heroico y lo repulsivo, de lo divino y lo animal.
Enumera, en la busca de las causas del asco, los objetos  y situaciones que provocan esta emoción, así como su profundo arraigo en los sentidos, en tanto emoción perceptiva.
La sexualidad será un terreno privilegiado en el que se manifieste el asco, y con Freud, el autor planteará la macabra atracción y la fascinación mórbida que la misma conlleva. Cuando algo del otro nos asquea es porque lo percibimos como cuerpo, en la ausencia de deseo.
El asco será desde otra perspectiva una instancia civilizadora por excelencia, ya que pone coto al exceso y a las patologías del deseo humano.  
También se aboca esta obra a las distintas teorías que se abocaron a pensar el asco, deteniéndose especialmente en aquella que plantea la mezcla de los procesos vitales y reproductivos con los de descomposición, deterioro y muerte: la teoría de la muerte en la vida dará la clave de la esencia de las cosas asquerosas. El yo, o el alma serán conceptos creados para tratar de librarnos del asco. Serán las instancias que dicha emoción no invadirá, hasta que el cuerpo los parasite irremediablemente, en el camino a su desaparición.
Un capítulo muy ameno sobre el asco y las distintas manifestaciones culturales cierra el libro (vestimenta, fetichismo, sexo, amor, arte, fases de la vida, tecnología, humor, religión, etc).
El significado del asco pivotea entre el planteo de esta emoción ligada a la atracción sexual y a la represión de deseos inconciliables, como respuesta subjetiva (siguiendo a Freud) que se supera gracias al deseo, y su relación con algo más radical, que el andamiaje de la sexualidad fálica velaría: el cuerpo como real, como conjunto de órganos y células que nacen para morir.
Algo análogo sucede en relación con el asco en tanto concerniente a los objetos asquerosos, a la vez que siendo una emoción  filosófica que implica una lectura y una interpretación del mundo por parte del sujeto.  A pesar de lo cuál es, sin dudas, para recomendar.
El significado del asco no sólo es estimulante sino también divertido: está escrito con la habilidad de lograr que en general, hablar de lo asqueroso no despierte asco.



El traductor del Ulises: Salas Subirat
La desconocida historia del argentino que tradujo la obra maestra de Joyce
(Lucas Petersen; Sudamericana; 2016)

Claudia Castillo

Un hombre de traje viaja en el tren desde Florida en la Provincia de Buenos Aires hasta Retiro. Lleva en fascículos una obra que por su extensión es imposible trasladar de aquí para allá, se trata del Ulises de James Joyce. Este hombre, escritor de varios libros de poemas, no tan buenos, traductor de obras sobre música y autor de un libro sobre seguros que fue un clásico en su rubro, es José Salas Subirat, el primer traductor del Ulises al español. Lucas Petersen (1)  un periodista, oriundo de Tres Arroyos,  a quién tuvimos la suerte de conocer en el Centro Descartes, es quién por su curiosidad, nos va llevando en este viaje, una investigación  que le llevó varios años, que a veces lo condujo  a un callejón sin salida y otras le deparó numerosas sorpresas.  En ese recorrido nos encontramos con Salas Subirat empleado de una compañía de seguros, La Continental, autodidacta, lector compulsivo de temas diversos, participante del grupo literario Boedo, autor de varios libros como La ruta del miraje (1924), ficción, o Señalero (1944), poesía, el mentado libro de seguros, El seguro de vida (1944) , que tuvo correcciones y revisiones, traductor de numerosos  artículos sobre música, además del Ulises, y hasta conferencista de temas de lo más variados. Este hombre fue también un enamorado de Íside, a quién le escribía cartas, donde trataba de cultivarla, el padre de varios hijos entre los que se encontraba el psicoanalista, discípulo de Aberastury, Eduardo Salas y hasta el sobreviviente de un accidente aéreo. Sin darnos cuenta el libro nos conduce de modo informado pero a la vez entretenido,  por estos recorridos que son los de una “vida pequeña”, esas que son “las de la mayoría de los miembros de nuestra raza” tal vez como la de Leopold Bloom, aunque Petersen nos diga que el libro fue escrito tratando de no caer en la tentación de compararlos. Pero hasta Juan José Saer, quién rescató a Salas Subirat, en un artículo, dijo que los libros de autoayuda del traductor del Ulises bien podrían haber sido escritos por Bloom.    
  1. Lucas Petersen es Licenciado en Ciencias de la Comunicación, se desempeña como periodista cultural, es productor de radio y profesor universitario. Entre otros medios, ha colaborado con Clarín, Página 12, Radio Nacional, Radio Splendid y Canal Encuentro.  



La tinta de la melancolía
(Jean Starobinski; Fondo de Cultura Económica; 2016)

Myriam Soae

Metáforas de la melancolía. La experiencia de lectura de La tinta de la melancolía permite al lector aprender de la erudición precisa del autor metiéndose de lleno en el mundo de sus sensibilidades, la literatura, la historia de las ideas y la medicina. De este modo nos detenemos junto a él en ciertos detalles que nos ilustran de un modo particular.
Los trabajos de Starobinski rastrean la supervivencia del pathos melancólico a lo largo de la historia, la insistencia de sus metáforas. Podemos trasladar aquí el término acuñado por AbyWarburg, la Nachleben, que aplica al terreno de las imágenes, ya que resalta precisamente la vida ulterior del pathos, destacando las diferencias de un tiempo a otro pero acentuando el estatuto de abierto de un saber inacabado.
Es en esta línea que Starobinski entra en el canon de los investigadores minuciosos de la melancolía, como lo reconoce Raymond Klibansky que, rindiéndole especial homenaje en el prólogo de “Saturno y la Melancolía”, destaca la atención perseverante y singularmente perspicaz del que dan testimonio sus textos.
En cada escrito de este libro el autor establece un nexo entre el contexto cultural de una época, donde ubica las metáforas de la melancolía propias de cada tiempo, con un personaje a través del cual se inmiscuye en el mundo oscuro de la atrabilis. Así, no sólo recompone un tejido de lenguaje, sino que rastrea la experiencia melancólica a través de sus huellas. Pero lo que considero un rasgo peculiar es el acento que pone Starobinski en la curación melancólica, en la salida que cada sujeto encuentra, sea transitoria o perentoria.
No sólo va detrás del estilo retórico particular que cada uno de los personajes estudiados encuentra para decir acerca de la experiencia del vacío, sino que acentúa una solución personal, aquella que conmoverá la fijación contemplativa para arrojar una creación al seno de la cultura. Es en este sentido que rescato las palabras de Agamben para describir ese movimiento que llamará topología de lo irreal, “Si el mundo externo es en efecto negado narcisísticamente por el melancólico como objeto de amor, el fantasma recibe sin embargo de esa negación un principio de realidad y sale de la muda cripta interior para entrar en una nueva y fundamental dimensión”
En principio me detengo en “La risa de Demócrito” que abre el capítulo “Anatomía de la melancolía”. Aquí Starobinski construye una genealogía a través de la filosofía y composiciones poéticas como la elegía o figuras retóricas como la ironía. El encuentro de Demócrito e Hipócrates es el punto de partida para rastrear los ecos del borde entre locura y lucidez,  genio y melancolía, a través de Burton, Goethe, Schiller, Hoffman y Baudelaire. Rastrea ese borde entre “el ímpetu intuitivo y la postración estéril”, entre “la locura que proviene de las profundidades del cuerpo” y “la sabiduría que consiste en el vigor del alma”.
La voz satírica de Demócrito Junior, apodo de Burton en el prólogo de su célebre obra, le da pie para situar a la negatividad satírica como un modo de posicionarse en el mundo de aquel que “reducido a la nada puede decirlo todo”, en ese oxímoron de oscura brillantez. La voz satírica es también producto de una reflexión sobre el mundo. Aquí ubica a Schiller que con su poesía sentimental abre paso a la elegía, ruptura de la poesía ingenua con el mundo natural, pérdida que promueve un exilio, un nuevo orden de la palabra.
El desdoblamiento propio de la reflexión es una de las manifestaciones de la melancolía. Si acude a Schiller es para destacar que la reflexión es la atención del poeta sobre la impresión que le provocan los objetos que lo rodean, “la interrogación sobre la huella que deja en él el mundo”. Starobinski muestra el salto que se produce en el pensamiento de la ilustración a través los personajes ficcionales de Goethe, donde ubica un pasaje de la agresividad de la voz satírica a la vulnerabilidad paranoica y su versión paródica en la melancolía romántica, aquella que se burla precisamente de las actitudes meditativas. Retorna entonces la risa de Demócrito, “siendo el reidor, a sus propios ojos, no más que una comparsa en la gran comedia del mundo”. La diferencia es que la reflexión romántica recae sobre el yo. Y es así como Baudelaire viene a la cita: “¿No soy yo acaso un falso acorde/ En la divina sinfonía/Gracias a la voraz ironía/ Que me sacude y me muerde?/ Está en mi voz la destemplada!/ Y en mi sangre, toda un negro veneno!/ yo soy el espejo siniestro/ donde la arpía se contempla!”
El acento en la reflexión como virtud melancólica insiste en la lectura de Duelo y melancolía. Starobinski sugiere releer el texto poniendo el énfasis en las palabras que llevan el prefijo Re (Rück) y sus desplazamientos. Zurückziehen, retractar, retroceder, retraer; Rückwenden, volverse (hacia sí mismo); Rückkehr, retorno, llevando la atención hasta la regresión, movimiento en el que para Freud recae la identificación melancólica.
En “La utopía de Robert Burton” el autor destaca otra solución, escribir sobre la melancolía para curarse de ella pero, al igual que Burton, anatomiza la obra concluyendo que la futilidad de la erudición corresponde a la necesidad melancólica de apoyarse en el discurso de otros, de discursos prestados, declarando de algún modo la insuficiencia del yo, un modo de llenar un vacío. Citar compensa una debilidad y consolida a la vez una versión del mundo. Sostiene: “este libro nos proporciona uno de los ejemplos más bellos de marqueterías de citas: el desarrollo de su inventio es inseparable del atesoramiento. De allí la frescura y la decrepitud entreveradas que, para nosotros los modernos, constituyen el encanto híbrido de este libro” La utopía es la epopeya de Burton de querer corregir el mundo a modo de prevención del mal.
El último apartado comienza con un bello texto “En tu nada yo espero hallar el todo”. El vacío, el horror vacui, es estofa para otra cosa. La melancolía es una viudez, “el cenotafio es el emblema más preciso de la melancolía, puesto que en él no hay vestigio material del ser desaparecido que disputamos al olvido”. La otra cosa vendrá de la mano de la espera, un futuro posible, en la que hay posibilidad de una plenitud “lo que marca la cualidad del vacío ya no es el duelo, sino una virtual acogida”
Starobinski enlaza la tradición de la teología negativa, “el alma debe estar vacía para recibir a Dios”, con la tradición poética que enhebra a Montaigne, Rousseau, Baudelaire, Valery y Goethe. Es a través de la invención del yo que los poetas entran en escena allí donde los místicos tomaban la palabra. Rastrea de este modo las nuevas versiones del vacío, “Y luego, encontrándome enteramente desprovisto y vacío de toda materia, me di a escribir sobre mí mismo como argumento y como tema” (Montaigne), “Podía llegar a ser agradable, pues me sentía penetrado por un sentimiento muy vivo y una tristeza atrayente que no me hubiera gustado evitar” (Rousseau)
Hay una creación por el vacío, subraya Starobinski, que tomando las palabras de Valery resalta que este puede ser “cierto ritmo, una figura contorno, una pregunta, una superficie mural, un terreno o una ubicación”. Hay entonces una relación infatigable con el vacío, concluirá.
De esta relación dará cuenta en los textos que continúan. Me interesa comentar brevemente el dedicado a Roger Caillois “Saturno en cielo de piedras”. El autor recorta un salto en la obra de Caillois, un movimiento que lo lleva de su apasionado interés por el misterio y  “el rostro nocturno de la naturaleza” a un nuevo modo de responder a la noche, ya no afrontándola sino honrándola, servirse de ella. Pasar de la fascinación a una actitud combativa que confrontaba a la vez a “los adeptos del  desentendámonos del todo” y de los “deslumbramientos fáciles”. “No me reconcilié con la escritura hasta que comencé a escribir con la conciencia de que de todas maneras iba a perder” frase que subraya el autor para dar cuenta del movimiento de Caillois.
No podía ser otro el escrito que cierre este libro, “Que en tinta negra mi amor pueda lucir siempre brillante” condensa de algún modo las metáforas revisitadas durante el recorrido. La íntima relación entre melancolía y poesía arroja una nueva definición “agotamiento del sorbo refrescante que exige la sed”. La dicha está sujeta a la esperanza, a través de la alquimia de la melancolía el agua de la esperanza se transforma en “tinta de estudio”, que convierte la imposibilidad de vivir en la posibilidad de decir, de escribir. Y así la metonimia permite encontrar una continuidad vital.
Si aplicamos la clave de lectura del autor a sus propios escritos encontramos “La solución Starobinski” que, a mi entender, consiste en embarcarse en una búsqueda inacabada, incompleta, abierta, infinita, detrás de diferentes soluciones subjetivas para salir de la melancolía. La suya es una búsqueda minuciosa, implacable y decidida que crea una obra tan rica y singular como la que esta noche presentamos (en Lecturas Críticas, en el Centro Descartes).
                                                                                                          
Agradecemos los comentarios enviados por nuestras colegas Leonor Curti , Claudia Castillo  y  Myriam Soae







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