La palabra tiene cuerpo. Así había dicho Lacan en 1953. Luego, en 1975, que el inconciente no tiene cuerpo más que de palabras. También habló del sujeto y luego del parlêtre. Cuerpo y palabra son los términos del problema.
Maimónides en su libro Guía de perplejos demuestra que Dios es incorpóreo. Se trata de un malentendido bíblico (Leo Strauss: Liberalismo antiguo y moderno). Hay muchas citas en la Biblia que hacen pensar que Dios es corpóreo, que tiene un cuerpo, y no sólo en la Torá. Este malentendido tiene sus consecuencias, dice Strauss, y declina uno a uno los argumentos de Maimónides.
Tanto la doctrina judía como la cristiana sostienen que el paso del politeísmo al monoteísmo constituyó un progreso para la humanidad. Esta es una frase que siempre me pareció sospechosa. ¿Por qué es mejor la unidad que la multiplicidad?
Todo el esfuerzo de Maimónides es contra la idolatría, este es el enemigo que hay que derrotar, y lo es por dos razones: por un lado, la divinidad múltiple y, por otro, la imagen de Dios. La exigencia de la incorporeidad es ineludible, porque si tuviera cuerpo también tendría imagen. Sólo si Dios es incorpóreo es absurdo hacer imágenes de Dios y adorar dichas imágenes. Sólo bajo esta condición puede volverse manifiesto para todos que la única imagen de Dios es el hombre. Por eso dice Maimónides que el pecado fundamental no es la idolatría sino la creencia en la corporeidad de Dios.
La sucesión comienza con los cuerpos de los dioses antiguos que iban y venían copulando y matando, ebrios de hybris buscando esa otra mitad que el mito platónico inmortalizó, continúa con el Dios uno e incorpóreo y termina con un Dios encarnado. He aquí como imbricado un imposible de entender, un sin-sentido.
El hecho es que dos religiones se han organizado y compuesto en base a estas dos ideas: un Dios de la Ley y un Dios de la Cruz. Moisés erradica el corporeísmo como promesa oculta de la idolatría y san Pablo erige una teología del cuerpo.
Decir que la palabra tiene cuerpo es un modo de no hablar del cuerpo. Y decir que el inconciente no tiene cuerpo más que de palabras es saber que la apuesta siempre se hace con palabras pero que las consecuencias siempre son en el cuerpo. La cuestión es si el afecto, la angustia, aquello que el sujeto padece se ventila con palabras, si algo sopla con “esas palabras” que vuelven inofensivos a los afectos, es decir, sin que se produzcan síntomas.
Maimónides en su libro Guía de perplejos demuestra que Dios es incorpóreo. Se trata de un malentendido bíblico (Leo Strauss: Liberalismo antiguo y moderno). Hay muchas citas en la Biblia que hacen pensar que Dios es corpóreo, que tiene un cuerpo, y no sólo en la Torá. Este malentendido tiene sus consecuencias, dice Strauss, y declina uno a uno los argumentos de Maimónides.
Tanto la doctrina judía como la cristiana sostienen que el paso del politeísmo al monoteísmo constituyó un progreso para la humanidad. Esta es una frase que siempre me pareció sospechosa. ¿Por qué es mejor la unidad que la multiplicidad?
Todo el esfuerzo de Maimónides es contra la idolatría, este es el enemigo que hay que derrotar, y lo es por dos razones: por un lado, la divinidad múltiple y, por otro, la imagen de Dios. La exigencia de la incorporeidad es ineludible, porque si tuviera cuerpo también tendría imagen. Sólo si Dios es incorpóreo es absurdo hacer imágenes de Dios y adorar dichas imágenes. Sólo bajo esta condición puede volverse manifiesto para todos que la única imagen de Dios es el hombre. Por eso dice Maimónides que el pecado fundamental no es la idolatría sino la creencia en la corporeidad de Dios.
La sucesión comienza con los cuerpos de los dioses antiguos que iban y venían copulando y matando, ebrios de hybris buscando esa otra mitad que el mito platónico inmortalizó, continúa con el Dios uno e incorpóreo y termina con un Dios encarnado. He aquí como imbricado un imposible de entender, un sin-sentido.
El hecho es que dos religiones se han organizado y compuesto en base a estas dos ideas: un Dios de la Ley y un Dios de la Cruz. Moisés erradica el corporeísmo como promesa oculta de la idolatría y san Pablo erige una teología del cuerpo.
Decir que la palabra tiene cuerpo es un modo de no hablar del cuerpo. Y decir que el inconciente no tiene cuerpo más que de palabras es saber que la apuesta siempre se hace con palabras pero que las consecuencias siempre son en el cuerpo. La cuestión es si el afecto, la angustia, aquello que el sujeto padece se ventila con palabras, si algo sopla con “esas palabras” que vuelven inofensivos a los afectos, es decir, sin que se produzcan síntomas.
Graciela do Pico
No hay comentarios.:
Publicar un comentario