MISERERE*- Juan José Becerra



“Mi interés estaba puesto en algo diferente, en algo que se relacionaba con las mujeres”.
“Yo era vulgar: prefería el recuerdo de Eugenia cuando la había visto desnuda en el tanque australiano, en lugar de los temas conspirativos y los deseos de actos heroicos”.
“Usaban a la patria, a la política, a Dios si hiciera falta, para defenderse de las mujeres”.

Estas frases de Miserere que, vamos a suponer, tienen solamente una experiencia de literatura fueron presentidas y resumidas hace cinco o seis años en el escenario de la vida a bordo de un remís entre La Plata y City Bell, en el que tuve la suerte móvil de hablar con Ricardo Piglia de Germán y los años ’70. Piglia hizo una de sus legendarias pausas de intensidad mental y dijo: “no, no, sí, sí, tenía razón Germán. Germán dijo: ‘los van a matar a todos. Acá lo que hay que hacer es coger’”.
Con Miserere vuelven los años en los que se discutía qué hacer con el cuerpo, a quién dárselo, hacia qué horizontes orientarlo y en qué tipo de teatros y contra quiénes hacerlo actuar y hablar. Los traen el recuerdo, el pensamiento y, tal vez, lo más importante del libro: un sistema perceptivo amplísimo, permisivo, afectuoso y de algún modo imperturbable (o elegante, muy elegante) frente a aquello que vuelve, como una lluvia de sentido, para hacerse un lugar en el sitio mitológico que le corresponde.
En Miserere, la política es una actividad religiosa, y la violencia un tipo de práctica sexual para célibes que encuentran en la demostración de coraje una entrada majestuosa a un universo sin individualidad. Es la espada más la cruz, que no va acompañada de ninguna especificidad. Este paisaje de estatuas contrasta con la soledad, la ironía y la dinámica discreta del narrador que, por encima de la catástrofe se asoma, se hace fuerte leyendo la situación. Leer es para él emplear el uso defensivo de un arma mortal. Leer es ver adentro de las cosas, y sólo se puede ver respetando un régimen de distancia que se vuelve cada vez más eficaz en el arte del “ir y ven ir” mediante el que hace foco: del Farolito a Los Leones, de Buenos Aires a Circa, de los encuentros conspirativos a la cama de la MILF que lo apaña, de los libros a la calle.
En plena efervescencia ideológica que va subiendo hacia la asunción general de la obediencia y el sacrificio, el narrador de Germán García prueba con la experiencia de la alucinación. Se desprende. La guerra posicional de la juventud argentina a principios de los años ’60 exige definiciones que incuben algún tipo de futuro. Pero el héroe de Miserere, un héroe artístico que decide montar la obra inmensa de resistir la época, no se va a deslizar como tantos hacia la batalla, los principios duros y las siglas del porvenir de fuego que se ve venir. Nada de FAP, nada de FAR, nada de ERP. Mejor una actualidad de LSD.
Mientras los soldados de Cristo reunidos en el Movimiento Nacionalista Tacuara renuncian a cuestiones blandas de la vida, el narrador de Miserere ve a través de un hermoso manto de transparencia (es el filtro que prefiere para ver bien) los aprontes materiales de la historia y el cuerpo de las mujeres, sobre las que sospecha que será difícil dejar huella. Lo dice él mismo, citando a Salomón: “Hay cuatro cosas que no dejan huella: el pájaro en el aire, la serpiente en la roca, el pez en el agua y el hombre en la mujer”.
Porque el paso por las mujeres, como el de los guerreros (que siempre sufren algún tipo de derrota aún en la victoria) también es una batalla perdida. ¿Qué es la huella sino lo que se borra, con la piedad de la lentitud, detrás de aquella cosa que acaba de presionar sobre otra? Ese drama como de escritura invisible es la que concentra buena parte de la atención del protagonista de Miserere, cuya historia necesita una sola respuesta. “Me preguntó qué hacías. No te olvidó”, le dice Brodsky. Un anuncio de las últimas líneas en las que el libro se autodefine como “una historia perdida, sin olvido”.
Hay algo en Miserere que interviene delicadamente sobre su materia (vamos a decir que esa materia es el recuerdo: unidad cemento de la literatura), y es que de ella no se desprende el pasado en el formato de la tragedia: no hay pánico. El pasado es literatura pura, y lo revela el aplomo del narrador, que asume el protagonismo no como si contara su historia, sino como si la estuviera leyendo. Esta decisión produce una especie de resignación poética, y le da a la escritura la frecuencia impagable de un artificio en estado “natural”. Es una prosa con una gran vida interior (si pudiera hablarse en estos términos animistas de un reguero de grises), irremplazable en la belleza de su disposición, paciente consigo misma, ágil en la asociación y calma en la duda; y apunta a que todo en ella suceda ahora; un ahora en el que, por supuesto, el pasado está incluido.
El mejor momento ocurre cuando el narrador, que ya ha recorrido los circuitos del recuerdo para actuar sobre el diario de su eterna amada Eugenia, describe su emoción para dejar la experiencia de la escritura al borde del precipicio a partir del cual ya no puede avanzar sino con silencio: “Experimenté la profanación y el milagro de sumergirme en otro tiempo, en un tiempo donde la vida…”.


La Plata, 18 de noviembre de 2016

*Texto leído en la presentación de la novela en la Facultad de Bellas Artes – UNLP, en la mesa participaron también: María Moreno, Germán García y coordinó Cecilia Fasano


Miserere o no leer – Roberto Gárriz



Se puede vivir sin leer, por supuesto que se puede.
En el caso de la literatura, tres carillas antes de terminar un libro hay que tomar decisiones. Es como el final de unas vacaciones. Hay que decidir qué hacer cuando llegamos. Si la pasamos mal, hay que llegar cuanto antes y olvidar pronto esos días. Si las vacaciones fueron placenteras, demoramos la llegada todo lo posible. sabemos que el final es inexorable y que ese último tramo tarde o temprano se consumirá casi por sí solo. Y nos preguntamos si vamos a recomendar ese lugar en donde fuimos felices o si nos quedaremos con el secreto.
Ocurre a veces que hemos recomendado un libro y quien recibió nuestro consejo no apreció ese texto tanto como a nosotros nos hubiera resultado pertinente. Y entonces la decepción y la grieta. El otro no entendió nada. Lo zamarreamos, pero cómo. ¿Qué hizo mal? ¿en qué fallamos al recomendarlo? ¿fuimos demasiado entusiastas, contamos demasiado? ¿era mejor guardar el secreto?
Es notable como la crítica de libros, aunque sea favorable, tiende a quitar el entusiasmo sobre lo que intenta elogiar. Lo mismo pasa con las presentaciones de libros. Si se habla demasiado del texto en cuestión, no quedan ganas de leerlo. Si se habla poco, tal vez el futuro lector prevé una historia que luego no se corresponde con la del libro que acaso podría comprar. Y se acerca a la mesa de la librería y se decide por un color, un título enigmático o un autor con muchas consonantes en el apellido.
Con las películas es diferente. La mayoría de los avances despiertan la curiosidad. Cualquier bodrio tiene un adelanto interesante.
Acerca de Miserere: gobierno de Frondizi, el secuestro del jerarca nazi Adolf Eichmann por la Mossad, el asalto al Policlínico Bancario, el asesinato de Norma Mirta Penjerek y la Dolce Vita. Un grupo de jóvenes y el narrador que se mueve con la intuición de que nadie está a salvo. De que no habrá piedad para nadie.

Se puede vivir sin leer, pero para los que leen, hasta leer Miserere, de Germán García, no se puede leer otra cosa.

DESCARTES. Del análisis en la cultura. N°4. Julio 1988 - Sumario y Editorial - #FRD30años


Dirección: Germán L. García

Cosejo de dirección: Aníbal Leserre, Graciela Musachi, Vicente Palomera (Barcelona), Miriam Chorne (Madrid), Josefina Ayerza (Nueva York).

SUMARIO


Jacques Lacan en la Argentina / Germán García

ANUDACIONES
Psicosis, 1976 / Oscar Masotta
Psicosis infantil, institución y dispositivo analítico / Aníbal Leserre
Algunas consideraciones sobre la posición del analista / Hugo Freda
LA posición del analista frente a una vocación / David Yemal
El acto sexual en la homosexualidad / Gerardo L. Maeso
El tabú de la fobia / Graciela Musachi
Recorrido sobre el cuerpo / Ernesto Sinatra
El momento oportuno / Miquel Bassols

MALESTARES
Ética del deseo y discurso sobre el Holocausto / Marco A. Mauas
Algunas contribuciones al estudio de la prudencia / Luis Recaséns Siches
Gombrowicz, un crimen premeditado / Germán García
Don Juan: seducción y desafío / Anne-Marie Mathiot

SABERES
Mijail Bajtin: diálogo y dialogismo / Paul de Man
Reflexiones acerca de la personalidad / Vera Gorali
Fantasmas de la crítica psicoanalítica / Alberto Cardín
Examen de la doctrina de la necesidad / Charles S. Peirce

IMPOSICIONES
Breve apunte sobre los sueños de Descartes / Alfonso Reyes
Presentación de los cuatro conceptos / Jorge Alemán
El psicoanalista y su intitución / Colette Soler


EDITORIAL


JACQUES LACAN EN LA ARGENTINA

Gané sin duda. Puesto que hice escuchar lo que pensaba sobre el inconsciente, principio de la práctica.
Jacques Lacan (11-10-76)

Difusión
La difusión de Jacques Lacan en nuestro país atravesó las más contradictorias circunstancias políticas, soportó los embates más dispares y también los defensores más contradictorios. En cada caso la enseñanza de Jacques Lacan recibió la connotación de sus receptores, de manera que el efecto de sus dichos no es independiente de los efectos del decir que los sostuvo en las diferentes ocasiones.
Los que nos encontramos con Oscar Masotta (1930/1979) conocemos los inicios de la difusión de Jacques Lacan y las controversias que estuvieron en juego de entrada: “Escandalizará tal vez —decía Oscar Masotta en la presentación del primer congreso lacaniono, octubre de 1969— nuestra falta de experiencia clínica: no la ocultamos, pero en algunos de nosotros ya no existe, en otros es sólo momentánea” (Cuadernos Sigmund Freud, N°1, Ed. Nueva Visión, Bs. As. 1971).
Ahora, frente al quinto encuentro de la Fundación del Campo Freudiano podemos recordar que Oscar Masotta dirigía en 1970 la Colección Campo Freudiano de la Editorial Proteo. ¿Oscar Masotta es un lector de Jacques Lacan? Sí, pero además fue algo parecido a lo que Jacques Lacan designaba como más uno. El límite de su lectura se manifestó en el fracaso de la institución que fundó en 1974, así como en el desconcierto actual del sector que apoyó en la escisión de 1979.

Práctica y formación
Los paises que, como el nuestro, importan diversos saberes siguen una secuencia inversa a la de los que producen esos mismos saberes. Se comienza por la difusión, se continúa por la práctica y por último se plantean los problemas de formación (en los paises donde esos saberes se producen la difusión es el último paso).
El problema de la práctica fue, entre nosotros, objeto de polémica y bandera de mercado. Durante muchos años los practicantes respondieron con el silencio a las críticas de los enseñantes, calificados a finales de los sesentas como epistemólogos.
La cuestión de la práctica llevó a las discusiones sobre la formación —algunos se instalan en París como es el caso de Hugo Freda, David Yemal y también Juan D. Nasio que había prologado con Oscar Masotta una antología sobre “el psicoanálisis francés contemporaneo”—.
Es en ese momento que Oscar Masotta inicia la secuencia de los viajes: el primero será el de los Mannoni(s) en 1972 (véase Cuadernos Sigmund Freud, N 2/3, Ed. Nueva Visión, 1973) y los analistas oficiales asisten a una mesa redonda con el matrimonio francés.
Diferentes grupos responden con invitaciones a Serge Leclaire, André Green,  etcétera. Desde entonces se produce la táctica de la invitación como parte de la estrategia de la legitimación.
El primer encuentro del Campo Freudiano, realizado en Caracas en 1980 con la asistencia de Jacques Lacan, produce el efecto ilusorio de una autorización masiva de los que fueron y una desautorización general de los ausentes. El segundo encuentro en París mostró que las cosas no eran tan simples y el tercero en Buenos Aires tuvo como consecuencia el desprendimiento de algunos grupos que en la actualidad tienen la costumbre de llamarse lacanoamericanos (alusión a una ocurrencia de Jacques Lacan, en aquel primer encuentro de 1980).
Los diferentes grupos franceses caidos de la disolución de 1981 (véase Jacques-Alain Miller: Escisión, excomunión, disolución, Ed. Manantial, Bs. As. 1987) encuentran siempre un grupito de este lado del mar, sombra chinesca donde retorna lo que se excluye de una importación organizada por la búsqueda del prestigio de quienes se proponen como representantes y mediadores de los discípulos de Jacques Lacan —en conflicto con otros que no son Jacques Lacan por causalidad—.
Es interesante constatar que en cada uno de los grupos se encuentra alguien que pasó por aquella escuela fundada por Oscar Masotta, alguien que atravesó la época de los exilios y los desaparecidos, alguién que quizás formó parte de lo que se llamó “cultura de catacumba” y que ahora tiene la oportunidad de impulsar en el Campo Freudiano la discusión de los problemas sin solución que pasaron desapercibidos en medio de la atrocidad, la especulación vacía y el silencio mortificado.
La difusión que prosigue, la práctica que instaura, constata la formación que falta: el analista y sus instituciones —título de la conferencia de Colette Soler que publicamos— caen bajo el peso de lo que el psicoanálisis enuncia. Y no podría ser de otra manera.
Oscar Masotta, en el número de Cuadernos Sigmund Freud que difunde lo producido en el primer encuentro que tuvo con los discípulos de Jacques Lacan que conoció, eligió como emblema una frase de Héléne Cixous: “Tout repose sur un contrat de solidarité qui repose sur un contrat de silence qui repose sur un contrat d’ignorance qui repose sur un contrat de connaissance. C’est une affaire humaine” (Portrait du Soleil).

Germán L. García
Buenos Aires, abril de 1988



Comentario Revista Descartes N°4 - Karen Monsalve - #FRD30años


El número 4 de la Revista Descartes. Del análisis en la cultura sale en julio de 1988. Es el contexto en que la BIP –fundada en 1984- se inscribe entre la dispersión de los grupos analíticos que siguió al encuentro de los analistas argentinos con Lacan en Caracas en 1980 (no solamente los argentinos, pero especialmente ellos por la situación política y los debates sobre la posición de los psicoanalistas) , y también a la disolución de la EFP en 1981, con la consecuente relación que se estableció entre los grupos caídos de allí con los caídos aquí, aunque en este último caso bajo la marca de “la atrocidad, la especulación vacía y el silencio mortificado” (de la introducción de Germán García)
Pero la ubicación particular de la BIP entre estos grupos se deja leer en este número, por los siguientes rasgos: en primer lugar, una lectura de la coyuntura política del psicoanálisis, que es presentada por Germán García en el texto inicial, y coronada con la publicación de una conferencia pronunciada por Colette Soler el año anterior sobre el analista y su institución, al final y precisamente bajo el apartado titulado “Imposiciones”. Particularmente señalada, la táctica de los viajes (iniciada por Oscar Masotta) y de las invitaciones, promovía un horizonte estratégico de prestigio y legitimación de los genuinos (o no) lacanianos.  Hay, además, frente a esta coyuntura, una propuesta: pensar la función del analista, conjugada con la institución que le corresponde. Según la lectura de Germán García, hubo una secuencia, seguida por los países que producían saberes: formación- práctica- difusión, que fue invertida por los países, como el nuestro, que importaron esos mismos saberes. Entonces, si se había comenzado por la difusión, se había discutido (y también rivalizado) bastante por el problema de la práctica, se tornaba imprescindible situar el asunto de la formación de los analistas.
La conferencia de Colette Soler oficia entonces de interpretación y brújula. Partiendo del singular de “el psicoanalista” y “su institución”, más allá de la dispersión (la elección de esa palabra es suya), se apoyará en el triángulo asociación- sociedad- escuela, con lo que cada término connota: confraternidad- saber- formación, para ubicar el problema dentro de un campo: el Campo Freudiano. No sin pasar por la problemática freudiana del grupo, con el narcisismo como organizador, y sus efectos de segregación, se dirige a cernir la particularidad del grupo analítico, que “va del grupúsculo a la internacional”. Ratificando la observación de Freud sobre los analistas, que no materializan en sí mismos el modelo de humanidad pretendido para sus analizantes, conjetura, con Lacan, que eso es un efecto del discurso analítico mismo. Ve en la historia de escisiones que caracteriza a la institución analítica, una tendencia disruptiva, desagregativa, que no es ajena a la lógica de su constitución colectiva. Esta lógica se apoya en la de todo grupo: la falta de identificación del sujeto que se procura una estabilización mediante el grupo, pero a la que se agrega la falta de identificación del analista mismo por no autorizarse en el saber del Otro. Es la fórmula del “se autoriza a sí mismo”, no por rechazo a la sumisión, sino porque el Otro falta precisamente al saber. Es lo que le da ex-sistencia, es decir su lugar. Asociarse con otros, a través de la Escuela, es entonces sostener la paradoja de compartir un saber que no se puede intercambiar, porque no está inscripto en el Otro. Un saber que se pone en juego en su operación, o sea, su acto.

En ese contexto - que en Argentina abriría las puertas al Movimiento hacia la Escuela y la consecuente fundación de la EOL-  la Descartes N° 4,  marca un rumbo que fijará la modalidad del posterior Centro Descartes hasta hoy en día (30 años después): producir saberes a la vera del camino de la formación, que es responsabilidad de la Escuela. Lecturas críticas, investigaciones, trabajos de especialistas de otras disciplinas, invitaciones a analistas de diferentes lugares del mundo, se encuentran organizados bajo cuatro apartados: Anudaciones, Malestares, Saberes, Imposiciones. Más allá de la enigmática –para mí- distribución de los trabajos bajo esos términos, encontré en su lectura una peculiar manera de anudar malestares con saberes, integrando imposiciones.

"LOS ARGENTINOS NO SABEN PELEAR NI NEGOCIAR"

Hablar de Germán García es hablar de décadas de gloria de la literatura argentina: los 60 y parte de los 70. Son los años en los que Borges alcanza la centralidad, pero también son los años donde una serie de escritores jóvenes renuevan las letras argentinas: Néstor Sánchez, Osvaldo Lamborghini, Héctor Libertella, César Aira, Manual Puig. Si como establece Ricardo Piglia, su amigo y otro de estos jóvenes, la novela argentina empezó con El museo de la novela de la Eterna, de Macedonio Fernández (1967), es en este tiempo donde pueden observarse algunos de sus rasgos característicos: “El modelo del museo como forma. La idea de la novela como enciclopedia, como un espacio donde conviven registros heterogéneos”, pero además un rasgo principal: una novela que es de vanguardia, porque está siempre anunciándose, como los prólogos de Macedonio. Germán García escribió un ensayo y un libro de entrevistas sobre Macedonio Fernández y con su primera novela, Nanina, fue prohibido por la dictadura de Onganía. Luego, con su segunda novela, Cancha rayada, rayó la cancha de una escritura más pensante, donde abordaba el tema de la historia, o más bien cómo se cuentan las tragedias en la historia de un país. Después de eso sus publicaciones se hicieron muy esporádicas, tanto que Miserere(Mansalva), su nueva novela, aparece luego de doce años de La fortuna.

            Este escritor y sicoanalista formó parte del comité de dirección de la revista Los Libros, en el que participaban Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia, Carlos Altamirano y Josefina Ludmer. También fundó junto a Osvaldo Lamborghini y Luis Gusmán la revista Literal. Desde hace un tiempo está más dedicado al sicoanálisis, pero esta novela demuestra que la frescura de su escritura está intacta. Miserere aborda una parte de la historia argentina que va entre 1960 a 1963, que empieza con el secuestro del jerarca nazi Adolf Eichmann en plenas celebraciones de los 150 años de la Independencia y las consecuencias en el gobierno de Arturo Frondizi. No es una novela histórica, es una novela que aborda la historia a través de un grupo de jóvenes nacionalistas católicos, jóvenes católicos como lo fueron los que ingresaron después a Montoneros. Es una novela informada, como precisa García, pero con muchas citas literarias; es en definitiva un texto elaborado con elementos que fueron pensados como ensayísticos en su momento.


Los 60 parecen ser tu época, y tienes una mirada muy aguda sobre ésta: NaninaCancha rayada y ahora Miserere poseen esa mirada sobre la historia que nunca es la misma.
Me causa gracia que retroactivamente los argentinos nos adjudiquemos unos 60 generalizados, es decir, que daba lo mismo vivir en Londres, Nueva York o Buenos Aires, pero eso es un sueño. Quiero decir que lo que se llama los 60 internacionalmente no ocurrió en Argentina; acá se discutía el coito prematrimonial, no se hacían fiestas con gente desnuda en una playa, aquí había una presencia de lo religioso. Cuando Israel se lleva a Adolf Eichmann hubo una campaña antisemita con las paredes pintadas con esvásticas y con leyendas. Esos 60 acá eran bastante dislocados con respecto a la imagen internacional. Y en la novela eso está, ya que hay un sentimiento de aburrimiento y vacío de todos esos personajes que son esos pibes nacionalistas, que quieren luchar por la patria pero que en el fondo no saben qué hacer con sus vidas.

¿Parecen personajes muy gombrowiczianos en el sentido de inmaduros?
Yo creo que la edad de la juventud temprana es una dislocación entre ideales y realidades. Se siguen unos ideales –los tipos siempre hablan de grandes personajes, como San Ignacio de Loyola–, y además como estos son chicos criados por católicos, piensan que lo que realmente ocurre no ocurre. Por ejemplo, en una parte se dice que el peronismo cada vez avanzaba más, pero ellos no le daban ninguna importancia. O toda esa discusión sobre Fidel castro o El Che Guevara. Pero esa actitud de esos jóvenes de no dar importancia o pasar por alto algunas cosas se da también cuando no se dice que Montoneros fueron educados por colegios religiosos, y eran medio chupacirios. Yo quiero que esta novela sea como el huevo de la serpiente, donde la primera guerrilla urbana o más bien la primera acción urbana es la del policlínico bancario que asaltan. Se produce, por otra parte, el primer enfrentamiento entre militares. Entonces estaban todos los elementos para que se armara, como un nudo flojo que vos vas tirando y tirando y se constituye. Yo trato de mostrar que no es cierto que una juventud pipipí se le ocurrió hacer una revolución: llegaron los aires de Cuba, llegaron las ideas progresistas y junto con eso llegaron los que se opusieron.

En la novela el secuestro de Adolf Eichmann sirve para mostrar la debilidad de un gobierno y la inocencia o ingenuidad de un país que celebraba 150 años de independencia.
Eso es lo que dice la derecha argentina en ese momento: que Frondizi no puede hacer respetar al país. Pero todo ese tipo de cosas que se arman son las que justifican después la existencia de Videla, de Pinochet, es decir, que alguien venga a poner orden. ¿Entonces qué pasa? Acá nadie respeta nada, los de Israel vienen y se afanan a un tipo, el gobierno no tiene capacidad, todo es un pretexto, como ahora la economía: si alguien arregla con el Fondo Monetario Internacional es un vendepatria, y sólo falta un milico que agarre un fierro y diga: Bueno, vamos a hacer respetar la patria. ¿Sabés lo que dice Lacan de Mayo del 68? Lacan les dice peleándose con los pendejos en las puertas de la universidad: Ustedes quieren un amo y lo tendrán. Y efectivamente, ¿cómo termina Mayo del 68? Con De Gaulle diciendo: Se acabó el carnaval. Entonces toda revuelta que hace más ruido que su efectiva fuerza llama a la represión. Traigamos esto mismo al 2001 y las asambleas en las plazas. ¿Para qué eran esas asambleas si no para que la policía pudiera fotografiar mejor a los jóvenes rebeldes?

Y en medio de discusiones nacionalistas, un personaje recuerda que “ignorante” es anagrama de “argentino”, develando un tono crítico o mordaz al ser argentino.
Los argentinos saben que eso es una cosa muy antigua, la dijo alguien contra nosotros, no es un invento mío. Y yo acá se lo adjudico a uno de los nazis amigos del coronel, nazis que tienen apellidos de virus: Zoster y Harting. Esas discusiones que tienen sobre Clausewitz que, como se sabe, era el teórico de la guerra, y que todo el mundo leía, o al menos todos los que querían pelear: desde los militares hasta Lenin. Según Clausewitz, la revuelta siempre ocurre cuando no hay enfrentamiento, los enfrentamientos de verdad no son revoltosos, como la Guerra Fría que no eran rusos puteandos a los yanquis o viceversa, son cosas que suceden silenciosamente. Clausewitz no podía entender cómo la guerrilla, que es un invento español, había logrado destruir ejércitos organizados, cómo el desorden podía destruir un orden, el tipo estudió eso y vio que cuando otros intentaron armaron guerrillas no les salió bien porque eran demasiado racionales. Volviendo a tu pregunta, el narrador dibuja a los argentinos como tipos que no saben ni pelear ni negociar.

También se aborda el origen del nombre de la Plaza Miserere que fue por un matadero que había ahí. Y ese nombre ha marcado a la tragedia de Cromañón y la de Once.
Cuando ocurrió lo del tren a mí me llamó una amiga para decirme: ¿Viste lo que pasó en Once?, porque había leído un fragmento de la novela en una parte. Pero yo además subrayo que ahí sale gente para La Matanza y para Mataderos y la gente que viaje en subte lo hace como almas en pena. Todo tiene un valor alegórico.

Conociste bien a Osvaldo Lamborghini. Algunos escritores y críticos señalan que la verdadera vanguardia en la literatura argentina es la que hacía él. ¿Cuál es tu opinión de Lamborghini?
Volvamos a Clausewitz, la vanguardia es lo que va al frente de un ejército. ¿Entonces vos podes decir que una obra que fue marginada en un momento es el frente en otro momento? El tema de Lamborghini es que cuando vivió no fue vanguardia de nada, porque no lo leía nadie, y después quienes lo impusieron como vanguardia fue gente de la academia. A mí me parece que llamarle vanguardia a una cosa que no es exitosa es decir que estamos condenados a la derrota, porque la gracia es tener un libro de vanguardia que a la vez sea exitoso, no en tener un libro de vanguardia cuya vanguardia consista en que nadie lo lea. Yo, contrario a una opinión generalizada, considero que Cien años de soledad fue un libro de vanguardia, si entendemos por vanguardia la recomposición de la literatura latinoamericana, como se puede decir también que en un momento Neruda fue vanguardia en relación a la poesía. Pero no se puede decir que César Vallejo fue vanguardia, aunque a mí me gusta más que Neruda.

Cuando se habla de vanguardia se habla de tradición. Ricardo Piglia, en Las tres vanguardias: Saer, Puig y Walsh, define tradición como el contexto en el que se lee y vanguardia como el intento por construir una tradición y destruir otra.
Sí, pero cuando Piglia dice eso no lo pone a Lamborghini ahí, no confunde vanguardia con fracaso. Porque Walsh no era un fracasado, al contrario, era un escritor conocido, y Puig era muy exitoso, lo que pasa es que le gustaba lloriquear, pero Puig era bestseller, no le fue bien con su primer libro La traición de Rita Hayworth, pero cuando sacó Boquitas pintadas ya era exitoso; sin embargo, siguen contando que fue marginado o dejado de lado. Todo eso es un cuento chino. Hay una cosa arbitraria o patotera, en la que de pronto a una patota se le mete en la cabeza que un autor ha sido dejado injustamente de lado, entonces se le promueve alegremente, como si fuera un acto de justicia a la literatura.

¿Te has sentido marginado alguna vez?
Yo no he sido marginado, he sido prohibido dos veces: por Nanina y por La vía regia. Pero prohibido por el gobierno, no marginado literariamente. Simplemente nunca fui querido por las chicas de Púan, pero qué le vamos a hacer, yo no andaba por ahí.

Pero sí has tenido más de alguna polémica…
Bueno sí, Bioy me dedica una página alrededor del año 68 o 69 diciendo quién se cree que es, porque yo le había tomado el pelo a Borges en el libro de entrevistas Hablan de Macedonio. Borges me empezó a hinchar las bolas; no quería estar en ninguna polémica y me decía: Porque si alguien dice que Macedonio fue a Paraguay y yo digo que no fue a Paraguay, ¿no? Y yo dije: Qué viejo miedoso éste. Yo era pendejo, y me dio bronca y lo transcribí con todos esos vacíos y vacilaciones: “digo, ¿no?, digamos, en fin”. Quedó como un viejo balbuceante.

En el Borges, de Bioy, hay una charla en la que Borges dice que es torpe aplicar el sicoanálisis a los personajes literarios, porque el sicoanálisis se aplica a las personas.
Primero, los sicoanalistas entienden mal una política tanto de Freud como de Lacan, que dice algo muy sensato: Es conveniente que el sicoanalista sea un tipo más bien culto que inculto. De hecho Freud escribía de literatura y pintura y Lacan sobre cosas científicas. Pero escribir no hace falta para ser sicoanalista. Alguien se preguntaba una cosa muy interesante en relación a Michelle Foucault, que era un tipo que escribía muy bien: ¿Por qué los lectores de Foucault escribían tan mal? Entonces vos les hablás a los sicoanalistas de literatura y se meten a un taller literario, ¿qué carajos tiene que ver una cosa con la otra? Una vez dije una cosa por la que me putearon mucho y era que “el sicoanalista salía a vender y terminaba comprando”.

RECUADRO
GARCÍA & LAMBORGHINI
Por Ricardo Strafacce *
Por su propia historia, y por su disposición general, se sentía extrañamente obligado a ocuparse de Lamborghini, cuyo desvalimiento, que lo conmovía sinceramente, en lugar de aventar sus primeros temores, los confirmaba: por razones que no alcanzaba a comprender y aun contra su voluntad, la fascinación que sentía por ese nuevo, curioso amigo parecía acrecentarse conforme lo veía derrumbarse, fracasar, “confesarse” con él mismo, depender de la amistad hasta para asegurarse una comida a la vez que –quizás era esto lo que lo desasosegaba parecía no estar dispuesto a renunciar nunca a esa altivez, que solía bordear el descomedimiento o las malas artes, con la que se dirigía a aquellos que, como él, lo ayudaban.
No se trataba de aventar el fantasma de sentirse o no sentirse “culpable de que le fuera bien”, tal la fórmula con la que se proclamaba en Corrientes y Montevideo o esquinas similares esa adocenada tramitación del egoísmo que le era radicalmente ajena. Se trataba de otra cosa más profunda y más seria que lo interpelaba de la manera que menos prefería. ¿Por qué se preocupaba tanto por Osvaldo Lamborghini? ¿O acaso esa negligencia, ese descuido, esa milimétrica programación de un fracaso seguro no eran exacta, estrictamente lo contrario de lo que él quería para sí mismo?
Ni el afecto, ni los gustos literarios compartidos, ni la “operación posfacio” [que hizo García con seudónimo a El Fiord] explicaban del todo lo que le pasaba. Tenía planes, maravillosos planes, y el otro era el socio ideal para ponerlos en práctica. Pero, ¿por qué era así?; ¿por qué era tan así?; ¿era posible que no quisiera acompañarlo en esa aventura que podía otorgarles cuanto menos un lugar, marginal pero verificable, en la cultura argentina?
A pesar del juez Sanmartino y de los fiscales, cada día se sentía más a gusto en su flamante carácter de escritor que ha logrado una posición desde la que le es dado impugnar consagraciones, recomendar inéditos, definir estéticas. En el mes de febrero de ese 1969 Leonardo Bettanín, editor de la revista Persona, lo escuchaba discurrir en El Paulista de Corrientes y Rodríguez Peña para el número quince de su revista: “Cabrera Infante –empezaba el autor de Nanina– tiene más que ver con Lewis Carroll que con Carpentier. Rulfo es importante. Cien años de soledad me parece una artillería demagógica de la literatura establecida, es una imaginación que no ataca a nada”.
*Extraído de Osvaldo Lamborghini. Una biografía.


COLUMNA
Qué es lo que pasa adentro
Por Juan José Becerra

Un día, en Junín, escuché que alguien de mi familia pronunciaba un nombre: Germán García. Yo tendría diez años y presté mucha atención a algo que no sé muy bien qué fue. Pudo haber sido el efecto de campanada que daban los acentos golpeando las últimas sílabas. Pero me gusta pensar que en la voz que pronunció el nombre había un pudor o un temor que me enloqueció automáticamente al revelarme a la literatura como un problema.
Germán había publicado Nanina en 1968, un libro que fue ingresado al Index librorum prohibitorum de Onganía mientras se turnaba en el primer puesto de ventas con Cien años de soledad. La revista Primera Plana viajó a Junín para reportar el hábitat que había producido -y expulsado- al escritor más precoz, exitoso y censurado de esos años. Recuerdo vagamente la crónica, que caminaba con pie de plomo sobre el temor de la ciudad a reconocer algún contacto con el escritor terrorista que había atentado contra la farsa de su candor social y dejado su fantasma electrificado en los bares. En los bares y también en mi familia. Germán había trabajado con mi viejo, y un día mi tía apuntó con un dedo a su máquina de escribir y me dijo: “en esa máquina le pasé en limpio unos poemas”. Así que por esa máquina, por esas teclas, había pasado un escritor. Sentí un cosquilleo mitológico del que salí con la orden mental de sentarme a escribir.
Una noche junté valor y me presenté en su mesa del bar La Paz después de haber frecuentado sus libros y los de Macedonio Fernández, Luis Gusmán, Ricardo Zelarrayán, Osvaldo Lamborghini y Oscar Massotta, además de los de Borges, que eran un pasaporte ecuménico. Digamos que había hecho una base para que mi juventud tuviese algo de donde agarrarse si le tocaba subirse al ring a pelear con esa mole invicta en las discusiones. Pero me faltó Gombrowicz. “¿Todavía no lo leíste?”, me preguntó Germán. A la medianoche le compró el diario a un canillita. La Paz fue el único lugar del mundo donde hoy podía leerse el diario de mañana, en una era en la que el tráfico de información televisiva tenía horario de comercio.
Me invitó a tomar un whisky a su departamento. Estaba en la calle Junín, cosa que yo no iba a andar interpretando. Sacó de su biblioteca un ejemplar de Ferdydurke y me leyó varios fragmentos entre carcajadas. Y yo pensé que así es como se recomienda un libro, mostrándole a alguien qué es lo que le pasa adentro con el libro que lee. Ese acto de maestría minimalista terminó al día siguiente, en el que lo primero que hice fue comprar Ferdydurke.


Entrevista de Gonzalo León a Germán García para el suplemento Cultura del diario Perfil

Fuente: http://gozaloleon.blogspot.com.ar/2016/11/los-argentinos-no-saben-pelear-ni.html

DESCARTES. Revista internacional. N 2/3. Julio 1987 - Sumario y Editorial - #FRD30años

DESCARTES. Revista internacional. N° 2/3. Julio 1987.

Dirección: Germán L. García y Aníbal Leserre.
 
SUMARIO


La clínica que vendrá / Germán García

ANUDACIONES
La psicosis en el niño, según la enseñanza de Lacan / Eric Laurent
La llamada esquizofrenia paranoide / Haydée Rosalén
Más allá de lo cómico, lo siniestro / Ernesto S. Sinatra
La transferencia entre el amor y el deseo / Aníbal Dreyzin
Ser / Estar / Rosa María Calvet i Romaní – Miquel Bassols
El Campo freudiano en la Argentina – Comentario sobre el curso de Colette Soler / Aníbal Leserre.

MALESTARES
Clínica con adictos / Daniel Ojeda
Código y símbolo en la canción romántica / Silvia Tabachnik
Destinos de Clerembault / Graciela Musachi
La palabra de más / Héctor Libertella

SABERES
Notas sobre lógica modal y psicoanálisis / Elías M. Batista
Algebra de sistemas en psicoanálisis / José Humberto Paganini
Lingüística de la enunciación y Lingüístería / Vera Gorali
Discurso y posibilidad – Reconsideración del lenguaje en Ser y tiempo / Daniel Leserre
El camino hacia el lenguaje / Martín Heidegger

IMPOSICIONES
Tres ensayos sobre la argentinidad / Mercedes Falcón


EDITORIAL

LA CLÍNICA QUE VENDRÁ

Cae falo si quieres, levontarte debes: y nunca bastante temprano la farsa llegará a un definitivo y secular fénix.
 James Joyce (Finnegane Wake). Versión de Santiago Bullrich

Las publicaciones del gremio rivalizan en ingenio para proponer alternativas al psicoanálisis. ¿Acaso el lector no tiene derecho a suponer que el psicoanálisis es una cosa sabida, al menos por los profesionales de las alternativas? Es lo que está en el punto de partida: sabidos los autores, sabidas las “escuelas”, conocidos los respectivos aportes, es necesario proponer las alternativas pertinentes. En la agenda profesional se anota: no olvidar lo social, enfatizar las diferencias culturales, tener en cuenta las determinantes de clase, etcétera.
En este contrapunto cada uno le hace una gauchada al otro para proseguir en conjunto la marcha de esta orgullosa y solitaria multitud, donde el rigor cede al detalle y donde el argumentar para la ocasión generaliza el aquí y ahora que cada uno declara excluido de su “clínica”.
Eric Laurent subraya: “Clínica psicoanalítica es una expresión que se emplea fácilmente en las asociaciones que agrupan a los psicoanalistas. No puede decirse que Lacan le haya dado vía libre. La prudencia con la que operó se nota por la identificación, en 1975, de la clínica con el conjunto de tipos de síntomas procedentes de un tiempo anterior al discurso analítico.”(1)
Observación que apela a la prudencia, sin excluir el entusiasmo: algo vendrá, nada es fácil.
La clínica que vendrá constatará —en algunos lugares eso ocurre— que el frondoso jardín de lo imaginario —selva, incluso, para los enfáticos— se reduce a unas pocas operaciones simbólicas articuladas en tanto nudos a un agujero real.

La conferencia de Eric Laurent que nos alegra publicar sitúa muy precisamente una serie de transformaciones que ocurren en la enseñanza de Jacques Lacan —1966/1976— según su propia declaración en el prólogo a la edición francesa de las Memorias de Schreber. Leemos allí: “La temática que nosotros medimos por la paciencia que exige en el terreno en que tenemos que hacerla oír, en la polaridad, la más reciente en ser allí promovida, del sujeto del goce al sujeto que el signifícante representa para un significante siempre otro, acaso no está allí eso que nos va a permitir una definición más precisa de la paranoia identificando al goce en ese lugar del Otro como tal” (Ornicar? 38, 1986). Este texto, publicado también en Cahiers pour l’analyse 5 (1966) introduce la polaridad y el lazo entre el sujeto como efecto del significante y el sujeto del goce. Diez años después (Joyce, le sinthome, 1975/76) las consecuencias son irreversibles, ya que se trata del estatuto de las psicosis.
El encuentro con la paranoia está de entrada en Jacques Lacan (tesis de 1932). “El conocimiento paranoico”, “la estructura paranoica del yo”. la figura del alma bella (Hegel) traza una curva de Gauss entre la histeria y la paranoia, que devela el goce del cuerpo implicado en el sujeto del significante.
Los cuatro conceptos fundamentales (1964) que Colette Soler llamó el “segundo retorno a Freud”, anuncia y expone la pulsión, la transferencia, la repetición y el inconsciente. ¿Pero no es ganado por el objeto a, pivote del análisis del análisis cuatro conceptos?
Si los goces —Jacques-Alain Miller insistió en la pertinencia del plural— cambian el estatuto de la paranoia, lo que resta de ese lado pone en juego de otra manera a las mujeres.
Aun (1972/73) comienza por el goce, pasa por ese amor que concluye en el odio, después de introducir las “fórmulas de la sexuación”.
¿No es Jacques Lacan quien advierte que “lo que se sabe de memoria” ya no se puede leer? Funesta memoria, que hace que las conclusiones de Jacques Lacan circulen en la pereza de las demostraciones que faltan. Y, ya que evoco a Borges, puedo citarlo: “Es una ciencia (el psicoanálisis) basada en la vanidad de la gente. A todo el mundo le gusta hablar de sí mismo, que lo tomen en serio. Es muy lindo contar los sueños de uno. Yo no conozco a ninguna persona que se haya curado por el psicoanálisis. Al contrario, se vuelven más vanidosos y charlatanes”. (2)
Observación justa en lo que se refiere a los efectos de una lectura que comienza en el contrabando, para continuar entre la apropiación y el rechazo. Hoy se retrocede frente a las consecuencias de Jacques Lacan (patética, Piera Aulagnier pasó por Buenos Aires, sin olvidar a Françoise Doltó y su falta de perspicacia frente al horror).
El retroceso no es un problema de “inteligencia”, tampoco una exigencia de una “clínica particular”.
Jacques Lacan lo dice muy claro: “El estatuto del saber implica como tal que, saber, ya hay, y en el Otro, y que debe prenderse. Por eso está hecho de aprender. El sujeto resulta de que este saber ha de ser aprendido, y aun tener un precio, es decir que su costo es lo que lo evalúa, no como de cambio, sino como de uso”. (Aun).
Como se lee, llegado el momento, a los sujetos hay que marxcarlos, ya que freudulentos son por el lenguaje.
Este número de la revista Descartes —descartar, eso es posible— es contingente, sin que falte por eso una certeza. ¿No dice Jacques Lacan que es en una mujer donde se realiza el espejismo de una equivalencia entre el valor de uso y el valor de cambio? Pero, si el lector se molesta por tanta cita foránea podemos volver a nuestro Borges: “He pasado la vida pensando en mujeres, y al escribir he tratado de evadirme de ellas. En cambio, poemas de amor he escrito muchos. Y a ella, la de cada poema, siempre le gustaban”.2
Pienso, ellas existen. Escribo, así lo quieren. Me evado, retornan: el síntoma no podría decirlo mejor.

Germán L. García
Marzo de 1987, Buenos Aires.

Referencias
1 Eric Laurent: “Acerca de la clínica psicoanalítica”. (En: Concepciones de la cura en psicoanálisis, Ed. Manantial, Bs. As., 1984).

2 Carlos R. Stortini: El diccionario de Borges (Ed. Sudamericana, Bs. As., 1986).

DESCARTES - Revista Internacional 2/3 - Mónica Sevilla - #FRD30años


Publicado en Julio de 1987, bajo la dirección de Germán García y Aníbal Leserre, este número de la revista Descartes trata aspectos centrales de la clínica psicoanalítica y particularmente de la formación del analista.
Es respecto de de ello que Germán García  señala lo dicho por Eric Laurent “Clínica Psicoanalítica es una expresión que se emplea fácilmente en las asociaciones que agrupan a los psicoanalistas. No puede decirse que Lacan le haya dado vía libre. La prudencia con la que operó se nota por la identificación, en 1975, de la clínica  con el conjunto de tipos de síntomas procedentes de un tiempo anterior al discurso analítico”. Cita que lo lleva a asegurar respecto de La Clínica que vendrá: “Observación que apela a la prudencia, sin excluir al entusiasmo: algo vendrá, nada es fácil”.
La conferencia de Eric Laurent, central en éste número, “Las psicosis en el niño según la enseñanza de Lacan”, considera diferentes momentos de su enseñanza. Refiere un momento de la intervención de la enseñanza de Lacan en el Discurso de Roma tomando la cuestión de la psicosis del pequeño Dick de Melanie Klein, deteniéndose luego en el comentario que Lacan realiza en su seminario XI sobre el texto de M. Mannoni “El niño retrasado y su madre”, el que marca la introducción del débil en el campo psicoanalítico y la dimensión psicótica del niño, en este caso del niño débil. Esto que representa un avance en el psicoanálisis es reconocido por Lacan a la vez que realiza una advertencia respecto de lo que determina que  la psicosis se introduzca en el sujeto débil. No se trata, como plantea Mannoni,  de madre e hijo confundiendo el deseo de uno con el otro, ni es que ellos formen un solo cuerpo, sino que  lo que se solidifica es la cadena, se holofrasea, se trata del niño como objeto de deseo de la madre, como objeto causa de su deseo.
El recorrido que Laurent hace de la enseñanza de Lacan permite ver que propone una clínica estructural que nos lleva a la distinción del sujeto del deseo y del sujeto del goce.  Lo que en consecuencia lleva a revisar las consecuencias clínicas de  los conceptos de holofrase, forclusión, sujeto, castración, objeto a, fantasma y las diferentes operaciones que se producen. Lo que muestra el valor del psicoanálisis y la necesidad de saber operar con esto.
En términos de Laurent. “...basta con mantener la correlación del sujeto con el goce, como objetivo del discurso analítico, para terminar con el mito del idilio entre el niño y la madre que encontraríamos regulado por el principio del placer”. Toma así relevancia la posición de los psicoanalistas que se ocupan de niños, quienes  deberán orientar su labor a situar al sujeto en el fantasma, señalando además que el deseo se regula en el fantasma, de lo que concluye que Lacan hace notar que el fantasma esencial del que se ocupan los psicoanalistas es del propio. El texto  trata además, la cuestión del cuerpo, el goce y la particularidad de ello en la psicosis y el autismo.
Otros trabajos que se incluyen en esta publicación abordan cuestiones clínicas, vía la presentación de casos como lo hace Haydée Rosalén en “La llamada esquizofrenia paranoide”, relato de su historial clínico, de su atención en un centro de día y la producción delirante de la paciente.
En Más allá de lo cómico, lo siniestro, Ernesto Sinatra se propone tomar ambos términos como un par antitético que podrá revelar el lugar que cada parlante ocupa alternativamente en su fantasma.
Aníbal Dreyzin presenta La transferencia entre el amor y el deseo, ubicando allí también el lugar del analista. En Ser/ Estar Rosa M. Calvet i Romaní  y Miquel Bassols toman el “inquietante” título con el que Lacan abre el cuarto capítulo de la Dirección de la cura: “Cómo actuar con el propio ser”, el ser del analista.
Aníbal Leserre en  El campo freudiano en la Argentina realiza una reseña, comentario sobre el curso de Colette Soler “Finales de análisis, historia y teoría”.
Una particular experiencia es también presentada por Daniel Ojeda en Clínica con adictos. Se trata de un equipo de terapeutas que trabaja con adictos y reconoce como referencia el psicoanálisis, entendiendo que la tarea del analista es intentar disolver los efectos de una psicología de masas y por esa vía tratar de intervenir en una historia particular.
El núcleo de trabajos que se denomina Saberes, abordan Notas sobre Lógica Modal y Psicoanálisis, por Elías Batista. Algebra de sistemas en psicoanálisis, de José Paganini. Lingüística de enunciación y Lingüistería, Vera Gorali. Se suman a ello dos textos de filosofía Discurso y posibilidad de Daniel Leserre y El camino hacia el lenguaje de Martín Heidegger.