BREVES 23/LECTURAS COMENTADAS/AGOSTO 2019/BIBLIOTECA DEL CENTRO DESCARTES



                                                                                                                                          Breves 23                                                                                            Agosto 2019                                                                                              


En este número:

Daniel Link

Carolina Saylancioglu

Leonor Curti

David Irigoyen

Félix Chiaramonte

 

Hacer visible la lectura, Andrea Buscaldi, Miembro del Centro Descartes, Responsable de Breves.

  Un Breviario es un libro que reúne el conjunto de obligaciones del clero a lo largo del año.  En suma, constituyen los denominados Libros de  horas y Tiempo ordinario. Las primeras ediciones de Breviarios datan del S XI y tenían como fin el facilitar el transporte de Los libros de horas a los clérigos.  Además del religioso, el término breviario fue usado con otros significados en el ámbito legal, la filosofía y la literatura.
   Desde marzo de 2017, Breves es el nombre que lleva la antigua Hoja bibliográfica editada por la Biblioteca del Centro Descartes.  El nombre es un hallazgo de Germán García.  Tiene la virtud de portar historia en su original breviario (del latín breviarium, sumario o compendio) y resonar a su vez en nuevos significados.  Desde el explícito breve, pero también como sinónimo de resumen, apunte, inclusive, puntuación (una “puntuación afortunada” es uno de los modos en que Jacques Lacan define la interpretación).  En esa deriva del sentido se orienta su subtitulo: Lecturas comentadas.   Algo más que la recomendación de una lista de libros, una especie de réplica de lo leído: La lectura remite a la cita, a la traducción, a la copia, a los distintos modos de escribir una lectura, de hacer visible lo que se ha leído (El último lector).
   Breves está más cerca de la bienvenida Serie del recienvenido que del catálogo de novedades, aunque por supuesto no lo excluye si provoca la lectura. Sus números abarcan literatura, filosofía, historia, el psicoanálisis y los debates culturales, Etcétera. Breves se publica en dos formatos: el Blog René  y su versión impresa a cargo de la Biblioteca del Centro Descartes.
  Durante estos años, Germán García ha acompañado cada número con su lectura singular, a la letra, dejando bien en claro como función principal de Breves: “Difundir libros y nombres”.

Trance, Alan Pauls, Editorial Ampersand, 2018. Por Daniel Link. Presentado en Lecturas Críticas, junio de 2019.Primera parte...

El Trance 

Agradezco la invitación del Centro Descartes para comentar el Trance de Alan Pauls, publicado en la misma colección en la que antes había aparecido el mío, La lectura: una vida... La circunstancia me permite volver a agradecerle a Graciela Batticuore, directora de la colección, que me haya obligado a escribir un libro que, tal vez por exceso de preparación, nunca habría llegado a publicar.
Agradezco, pues, doblemente la posibilidad de seguir pensando en algo que, para algunos de nosotros, se confunde con la vida hasta tal punto que lo que sale de esa connivencia excesiva, el comentario (o incluso mejor la experiencia de lectura),  adquiere la rara propiedad de las cosas y los procesos físicos.
Trance es un libro sobre la lectura. Pero no cualquier lectura, y por eso elige llamarse con un nombre equívoco que, en todas sus acepciones, convoca a la etimología: “pasar, ir a otro lado”. El estado de trance es tanto lo que se siente en la unión mística con  alguna entidad trascendente (que podemos llamar Dios o no, habrá que preguntarle a Descartes) como el último tiempo de vida, próximo a la muerte. Un momento decisivo, en todo caso crítico (toda lectura, lo quiera o no, es crítica), incluso el estado mediúmnico de conexión con planos de existencia que por lo general nos son inaccesibles.
Todo eso es el libro Trance y hay que dejar que el lector decida cuál es el sentido que más le conviene a su propio desatino, porque leer, cada día más, es una práctica desatinada, escandalosa, llamada a irritar a les otres: lo siento Alan, elijo hablar de Trance usando el lenguaje inclusivo, que es una forma de luchar contra la lengua materna, de hablarla como se habla una lengua extranjera en la que estamos de paso, en la que no queremos hacer casa, sino apenas campamento temporario.
Trance propone la lectura como un rapto y por eso se abre y se cierra (pese a que simula el orden del glosario) con escenas de infancia: al comienzo la propia, la del propio rapto, cuando los gitanos que habitan los libros nos sacan de la cuna, de la casa del ser, del reparo tranquilizador y de las velocidades familiares. Cuando el sentido entra en combustión por el chisporroteo de mil chispas de vida (y la lectura es eso, dice Trance), la casa está, entonces, en un borde que no es ni adentro ni afuera, que disuelve las fronteras y que transforma los territorios en zonas de tránsito y las temporalidades en capas de hojaldre. Se dice que “el casado, casa quiere”, pero...
Trance nos dice que leer es un “vicio gratuito, benéfico, generoso”, resistente por lo tanto a toda institución, del orden más bien del abandono de si, de la indiferencia (quiero decir: indiferenciación).
Al final del libro, la escena de infancia es otra y es la misma: opone, ahora, al padre y al lector y lo que uno anhela es exactamente lo contrario de lo que el otro necesita, el “deseo ávido y sedicioso de huir de esa pieza y ser un indio, ser el indio de Kafka”.
La infancia, tal vez ésta sea una idea central en Trance, es eso que está todo el tiempo a punto de apagarse. No un estadio de desarrollo, sino un estado de la imaginación que necesita, para sostenerse, de la combustión perpetua que los libros (y tal vez: sólo los libros) son capaces de brindarle.
En ese fuego del que lee hasta que se le queman los ojos, la infancia (esa potencia pura donde absolutamente todo está ovillado y disponible, dispuesto a saltar, esa inmensidad de infinito flotante, esa posibilidad de expansión absoluta), se cocina lo que se puede leer aunque no haya sido escrito. “Transfusión de sangre, shock eléctrico, posesión”: ésas son las figuras que Alan convoca para volver a ese lugar que no quiere abandonar del todo: el lugar de niñe que ansía el rapto o que se apresta a la fuga. Eso es el trance y eso es la lectura para Trance: se trata de resucitar lo infans, de conjurar su desaparición.
Hay que restituir a la lectura la dimensión de una experiencia para sacar al texto absoluto de la metafísica infantil: la infancia siempre está al borde de la muerte, es Valdemar, sostenido en trance hipnótico en un borde inaguantable. Sólo si se comprende el texto como antecedente de una vida tal o cual se percibirá su lugar en la fantasmagoría que Trance propone. Hay dos velocidades diferentes: la lentitud de la familia y la velocidad de la fuga. La fuga es desgarro y liberación del envolvente pensamiento parental, del lento camino de la pedagogía y del no ser sino en el lugar que nos han asignado como casa (la lectura más radical que cuenta Trance, la de la Recherche proustiana, sucede precisamente en un borde civilizatorio y esa circunstancia contamina el texto que se lee, ya en si mismo un texto desencaminado, porque hace de los dos caminos y del no saber que en el fondo son uno solo, la estructura que organiza todas las peripecias de la vida, del libro y la lectura).
El niño que lee abraza la fuga. El padre que lee mira a su niño apagarse y el lector que lo habita como un alienígena para todos los demás desconocido, disimulado detrás de unos anteojos que, por milagro del embotamiento de los otros, funciona como máscara perfecta, desea a su niño re-activado, disipando “las telarañas que le cubren los ojos” (y aquí, Trance superpone los ojos del hijo y del padre y hace que el mero pronombre “le” señale la posibilidad de ver en absoluto: al mismo tiempo la del padre y la del hijo), y le regala o le lega (después de todo, la paternidad sólo se sostiene en el gesto del legado) el deseo de fuga.
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Ésa es la experiencia que justifica la lectura de Trance de Alan Pauls: una experiencia radical del afuera, una errancia a través de la inmensidad del espacio flotante y en la expansión absoluta de las fronteras, porque no hay fronteras legítimas, y de las comunidades, porque las comunidades son eso por lo que se escribe: el pueblo que falta.
La lectura no es una casa ni un abrigo ni una posesión del casado con alguna academia o institución. El sentido es una presa que se persigue como se persigue el estilo o el don que se brinda a quien necesita un refugio temporario o definitivo para sobrevivir a la hostilidad de los Tiempos, o el paradójico mandato que se lega al niño que ya no se es y que nunca se fue: no te olvides, no me dejes olvidarte.
La literatura (en fin, lo que se lee, sea lo que fuere) se escribió para el otro que me habita sin ser “yo”,  el infans, y no es propiamente un dispositivo de consolación sino de anonadamiento (del sujeto), la aparición de lo indeterminado en lo determinado. Así imaginada, la infancia y la lectura son un estado de hiperestesia e hiperconciencia (como el trip de la droga).


Psicoanálisis dicho de otra manera, Germán L. García, Pre-Textos, Valencia (España), 1983. Por Carolina Saylancioglu, Miembro del Centro Descartes.

En ocasión de la presentación de Elogio de la traducción (Barbara Cassin, El cuenco de Plata, 2019) en la Fundación Descartes, leí Psicoanálisis y traducción, uno de los textos que componen Psicoanálisis dicho de otra manera, libro que Germán García publicara en España en 1983.
El texto de García coloca, de entrada, el psicoanálisis en el campo de la traducción, con una cita de Sigmund Freud que califica el contenido manifiesto de un sueño como una traducción de ideas latentes cuyos signos y reglas de construcción hay que aprender por comparación con aquel contenido manifiesto. Esto implica registrar la heterogeneidad de una cadena significante, es decir, reconocer una alteridad que está presente en una lengua como si fueran dos.
Barbara Cassin, a partir de lo que lee en el último libro de Jacques Derrida, Aprender a vivir por fin, puede decir que la primera condición para saber que se tiene una lengua es entender por ella al menos dos. Con esto se refiere no solo a que dos pueblos puedan tener lo que se consideraría una misma lengua, sino también a que para el que habla hay una alteridad en la lengua que habla. O sea, se refiere a que “una lengua no pertenece” –Derrida-, a separar lengua y pueblo –Hannah Arendt-, pero también a que para el hablante hay una alteridad entre la lengua que habla y aquella que los equívocos le hacen hablar. Aquí aparece el Lacan de L’étourdit como brújula de Cassin, distinguiendo una lengua (es decir, al inconsciente) como “la integral de los equívocos que su historia dejó persistir en ella”. Por eso, sugiere Cassin, para un oído atento “basta una sola lengua para revelar sus propias ambigüedades a través de una especie de traducción intralinguística”.
Germán García encuentra una homología entre el traductor y el sujeto del psicoanálisis. Aunque para el primero el producto de la traducción es interlinguístico, la operación que realiza es intralinguística, “donde dos lenguas se traducen en un sujeto”, lo que implica una decisión que hace que dos lenguas dejen de ser dos pero no puedan ser solo una. Un ejemplo, entre muchos otros, sobre el sentido secreto de las violets (violetas), que él consideraba en relación con la palabra francesa viol (violación), y cuya relación con la palabra violate (violar) –en inglés- es distinguida por su paciente, le sirve a Freud para dar cuenta del puente de palabras que lleva a un sujeto a hablar más de una lengua a la vez, y del trabajo de interpretación que hay que confiarle al sujeto que sueña, atendiendo a lo que a él mismo se le ocurra sobre cada elemento onírico. Del ejemplo, García infiere que la introducción del inconsciente “significa un estallido de la significación”, y que las resonancias de la materialidad significante conducen al sentido sexual que produce dicho estallido. Concluye, tras lo expuesto, que “para el psicoanálisis el deseo se encuentra siempre entre dos lenguas (sea una misma lengua que se traduce a sí misma, sea el deslizamiento de una lengua a otra)”.
Irene Agoff, traductora de Elogio de la traducción y de alrededor de 250 libros más, se ha mostrado escéptica ante las numerosas comparaciones que se han establecido entre la operación de traducción y la del psicoanálisis. En particular, ante aquellas que equiparan el deseo del analista y el del traductor. En una entrevista que le hicieran (abril de 2015) en un ciclo de Entrevistas alrededor de la traducción organizado por la Biblioteca Nacional, distingue (con Jacques Lacan) el deseo del analista, el deseo que moviliza su escucha, como un deseo de diferencia máxima, es decir, escuchar algo que no está en los dichos del paciente y a la vez está. En cambio, postula un deseo del traductor -ocurrencia suya- como un deseo de diferencia mínima, un deseo de equivalencia (respecto del autor). Este último deseo sería opuesto al deseo del analista (incluso, quizás resultara también opuesto a otro deseo del traductor -un lapsus de Agoff lo sugiere en la entrevista). Lo que se confirma es lo que escribe García acerca de los traductores: cuando son interrogados, se refieren a la propia posición mucho más que a los problemas de la traducción. Y lo que está en juego en la historia de la traducción es la historia de las posiciones que la lengua va ocupando en relación con aquellas que traduce, lo que contempla la posibilidad de invención del traductor.
Aún no sabemos qué piensa Agoff sobre la analogía entre el traductor y el sujeto del psicoanálisis, en especial en lo que concierne a la decisión y a las posibilidades de invención, para las que la homonimia y el sentido antitético de las palabras, entre otras formas de equivocación de la lengua, se vuelven insoslayables.
La conclusión en el texto de García acaso sirva al que tenga el Diccionario de los intraducibles, dirigido por Cassin y ya publicado en México por Siglo XXI: la convención “expresión intraducible” sustituye a aquella otra que el traductor confesara: “expresión que no puedo traducir”, y que esconde la impotencia en relación a la articulación de un deseo que el traductor supone propio pero identifica en el texto “original” del autor. A este problema, Cassin responde con una idea de traducción al estilo del relativismo consecuente cuyo paradigma sería la “arborescencia evolutiva”, o –con Protágoras- como helenista y bárbara a la vez, aconsejando soportar ser medida de los acontecimientos de la lengua.

El demonio de la teoría. Literatura y sentido común De Antoine Compagnon. Editorial Acantilado. Edición 2015. Por Leonor Curti, Miembro del Centro Descartes.

 Este valioso y hermoso libro, recomendado por Germán Garcia, es  un recorrido exhaustivo sobre las corrientes de la crítica literaria del siglo XX. Tomando como punto de apoyo las partes del sistema que configuran la obra literaria (la literalidad, la intención, la representación, la recepción, el estilo, la historia y el valor) el autor desarrolla un sistema propio de análisis, que va a culminar, en cada caso, en una aporía, en un punto de indecidible. Ninguna teoría es dueña de la verdad. Ninguna aborda por completo la complejidad de la creación literaria. Y ese es un problema de la teoría, no de la literatura, nos dirá el autor. Propondrá abordar la teoría como una ficción, es decir, considerarla como literatura, y ejercitarnos al leer, en la duda teórica, dado que la única teoría consecuente es la que acepta cuestionarse a sí misma. La teoría de la literatura, dirá, es una escuela de relativismo (no de pluralismo) donde no es posible no escoger, donde es indispensable tomar partido. Los métodos y las teorías no se suman, se oponen, o con sutiles desplazamientos, se descompletan unas a otras. Como lectores, entonces, será vital que ejercitemos el hábito crítico, al momento de asumir que la perplejidad es la única moral literaria.


Una intimidad inofensiva. Los que escriben con lo que hay,Tamara Kamenszain. Eterna Cadencia. 2016. Por David Irigoyen, Alumno del Programa Estudios Analiticos Integrales.

   Propongo como lectura de este ensayo tres ejes que aunque no condicen con la diacronía y estructura del texto, orientan una posible lectura: 1) verso-prosa, 2) intimidad-extimidad, 3) autor-sujeto. A partir de ellos Kamenszain transita una afirmación fundamental para pensar no sólo la literatura de nuestro tiempo, sino, y sin saberlo, o al menos sin explicitarlo, a nuestro tiempo mismo, una época y un sujeto que le es correlativo e inmanente: el sujeto, hoy, se escribe bajo la forma de una exterioridad íntima –resta dilucidar por qué vías, por qué caminos traza su andar. Porque eso no anda, es decir, el inconsciente, y una orientación para captar su deriva es la que nos absorbe y conmina la literatura. Ubico un término que atraviesa todo el libro y lo promuevo como raíz de aquellos tres ejes: la continuidad.

   La tesis central del ensayo reza lo siguiente: nos encontramos actualmente frente a una literatura de la intimidad que se presenta desde lo inofensivo. Como una suerte de “tratamiento” de lo real por lo simbólico, me permito complementarla, una nueva narrativa de lo éxtimo presenta un desafío al cánon, a la política de los géneros literarios, y a debates ya concluidos pero que aun así sobreviven. La tensión verso-prosa encuentra aquí, de este modo, una de sus especificidades. Es por esto que tal como nos advierte la autora, ahora los poemas avanzan, mientras que las novelas se detienen. Cada una le presta y le saca a la otra lo necesario para hacer inofensivo lo más íntimo, para hacer avanzar un corte, para detener un exceso. Se trata, desde mi perspectiva, de “hacer inofensivo lo real”. de que el sujeto encuentre la oportunidad de “reconocerse en su extimidad” (p. 57). Aunque la literatura, así como el arte, nunca tuvieron otro fin más que ese, el de “tornar inofensivo lo real”. La cuestión se trata de en qué lugar se asienta el yo en dicha operación, que calificamos de sublimatoria: el soy del narrador ha sido sustituido por el estoy; se está, ya no se es; y para no ser en la poesía, se le pide prestado el pretérito a la ficción, y para estar en la ficción, se le pide prestado el presente al verso.

   Kamenszian nos coloca en la historia desde la actualidad. Para ello recurre, por ejemplo, a Henri Meschonic, y nos advierte que el yo de la narrativa contemporánea es el yo de la reenunciación. Superado el yo del enunciado, en el transcurso del siglo XX se pusieron patas para arriba la forma, el estilo, y el autor, ubicando la enunciación en el texto mismo. Pero ahora, lo que posibilita la dimensión literaria de un yo de la reenunciación es por ejemplo, que “El poema no podría ser considerado ya la resultante estática –ni estética- de un yo y/o de un mundo, sino que yo y mundo confunden ahora sus límites,  impulsados por la actividad del poema” (p. 11) Esto permite que la relación entre lo íntimo y lo público encuentre expansiones inusitadas, al surgir autores que sólo escriben de lo que hay, es decir, de la pura verdad, sin velos: “no se trata, sin embargo, de una sinceridad que revelara secretos verdaderos escondidos en alguna interioridad insondable. Por el contrario, el carácter brutal de semejante sinceridad parece consistir ahora en hacernos partícipes, a la fuerza, de un mundo subjetivo-objetivo que ya estaba ahí, en bruto, como lugar común de un sujeto no menos común para sí mismo”. Ya no se busca ni se encuentra el escándalo: esto está superado. Se trata de que lo cotidiano, lo más banal, lo más íntimo, se presenta desde lo performativo, y de ese modo el texto mismo se vuelve performatividad, tornando inofensivo lo más íntimo, en una comunión sin escalas. Se borra la discontinuidad que localiza al yo en el texto, la metáfora que vehiculiza la verdad en la frase, y todo esto se sustituye por la apertura hacia una ingenuidad, hacia una libertad felizmente conquistada por narrativas y poesías que “no dicen nada” pero al hacerlo lo dicen todo. Kamenszian analiza brillantemente los recursos para conseguirlo centrándose en autores como Fernanda Laguna, Cecilia Pavón, Roberta Iannamico, Mario Levrero, Marcelo Matthey, Néstor Perlongher, Félix Bruzzone, Sylivia Molloy y hasta ella misma, entre otros.

   El sujeto que se escribe se encuentra en una crisis de sus referencias identitarias, y es gracias a esto, o por esto mismo, que la escritura se mantiene en la continuidad de una “subjetivación permanente” (pág 12).  El sujeto no se encuentra en control del texto por la vía de la toma de posesión, sino más bien, al modo del diario íntimo, en el relato de la banalidad del mal que es la vida cotidiana, lo terrible que esconde la nimiedad del existir. Es por esto que “lo que se reafirma es más un estar en el mundo que un ser en la literatura”, y en este punto nos reencontramos con la tensión autor-sujeto. Digamos que esta batalla arrastró al autor al punto de desaparecer. Ahora el texto entero se corresponde con este sujeto. Lo que se pone en evidencia en esta literatura es que escribir, escribe lo real, que no cesa de no escribirse. Esta literatura es testimonio vivo de que más allá de todo formalismo, la escritura encuentra su estructura para en el llamado sujeto del insconsciente, que es su materialidad. La tesis del libro no podría defenderse sin pedirle prestado a Lacan su neologismo extimidad, como aquello que siendo más íntimo, incluso más íntimo que el tú, se encuentra en el exterior como lo más ajeno de mi.


 Para finalizar, resumamos: lo que caracteriza a la narrativa de estos escritores que Kamenszian nombra de distintos modos –“realismo de la intimidad” “escritores de la intimidad inofensiva”, etc- es que al promover su reconocimiento textual en la extimidad misma, pretenden suspenderla en lo inofensivo. De este modo encuentran el camino para decir la verdad sin decirla;, escribir sin perderse en un más allá… ni más acá.

Trance, Alan Pauls, Editorial Ampersand,2018. Por Félix Chiaramonte. Miembro del Centro Descartes.Presentado en Lecturas Críticas, junio de 2019.

Lectores analíticos

Sostiene Pauls que lo que le sucede al lector de todo lo que encuentra, es que  mientras otros le exigen  hacer algo , él decide ser escritor y arreglárselas con ese gozar.
“Declarar la deuda infinita que escribir (esa compulsión estratégica) tiene con leer (ese vicio gratuito, benéfico, generoso) es el propósito de este glosario”
Compulsión, eso que no puede dejar de hacerse, vicio, aquello que comporta un plus de goce que haremos cueste lo que cueste. Y ahí también tenemos la deuda y tantos otros divinos detalles que nos llevan con este libro por los desfiladeros del deseo. Deseo que en palabras de Lacan implica también  un tormento, un trastorno, una impureza que puede arruinarlo todo, o que quizás de una manera distinta permita un nuevo salto en una vida, una decisión que cause nuevos horizontes.
Por momentos, esa realidad paralela de las lecturas mantiene una relación de querer expulsar a la aburrida cotidianidad  de la acción normalizada y que, sabemos,  retorna en la consabida estupidez del sentido común, que suele decir de una película o un libro: está basada en hechos reales, es parte de su biografía, está todo documentado!
Hace unos días conversaba con cierta ironía acerca de lo que ayuda a la vuelta a la lectura y al escrito el whatsapp, y aunque los audios lo arruinen todo otra vez, todavía tenemos los e-mails, y a través de todos los aparatos electrónicos cada vez más imagen pero esperanzados en las sorpresas del texto.
Como dice nuestro autor-lector, pareciera que nada importa más que esa adicción al chequeo de unos mensajes que buscamos ilusoriamente. Busqué en mi celular y comencé a salpicar de lecturas parciales, nunca totales, las variadas referencias de maestros que se leen y escriben casi todo. Dije "casi" porque hay algo que se sigue escribiendo y leyendo, plagando de intentos de orden simbólico el desorden de los goces de este mundo.
Casualmente también en ese celular y en  ese IPad que parece viejo y lo es, encuentro, como si fuesen mis profesores de educación especial que me acompañan día a día, los textos con la ayuda de dios Google. No todo está perdido ni borroso por el tiempo, eso pasa por momentos hasta reconocer la presbicia que se resuelve con estos anteojos y entonces a pesar de ello uno se entusiasma por lo que siempre se puede  seguir leyendo. Por ejemplo, a Alan Pauls, en esta colección que también tiene a Daniel Link, con La lectura. Una vida…, entre sus autores.

Hoy diré que desde el psicoanálisis le damos importancia y ponemos a trabajar, entre otras cuestiones del lenguaje:
La función de lo escrito;
El lugar que tienen las lecturas y las interpretaciones;
Los problemas de la traducción y la función del traductor;
La dimensión y el poder  de la palabra plena y de la palabra vacía;
El significante y el significado, pasando por el signo, el código, la comunicación que nunca es armónica, el contexto, el tono, la voz, la imagen nunca bien ponderada en estos lares.
El sentido, el sin sentido, el no sentido, el absurdo y lo que pasa del sentido.
Los que hacemos psicoanálisis, tal vez uno pueda decir, en este caso desde aquí , que hay un trance que en un punto puede ser inefable y no lo es, que no puede ser dicho todo, pero que algo sí dice , y es que complace , duele, alegra, entristece, hace sentir, pensar , y de vuelta leer aún en el vacío .
En un artículo de Psicoanálisis dicho de otra manera, Germán García escribió Psicoanálisis y literatura: “En 1959 Jacques Lacan dedicará un seminario a Hamlet, así como muchos años después lo hará con Joyce. Allí explicita  que la literatura no debe estudiarse como determinada por el inconsciente, postulado demasiado genérico, sino que debe leerse como un síntoma. ¿Qué es un síntoma? El efecto de un poder del lenguaje en el ser que habla. El síntoma es una metáfora, el mensaje cifrado de un goce que el sujeto no puede reprimir más y en el que tampoco puede reconocerse”.
Nada fácil es hablar o comentar literatura después de Germán justamente aquí  en la Fundación Descartes, o tal vez precisamente gracias a Germán es propicio y deseable que lo hagamos en la clave de su última clase el 15 de noviembre de 2018 cuando nos habló de las referencias literarias en Lacan, de ¿Qué significa pensar? de Heidegger, una manera de desaprender lo aprendido, o como inició su curso de ese año: “vengo a hablar de cosas olvidadas”.
Alan Pauls provoca múltiples identificaciones al mismo tiempo que se desidentifica, mostrándonos una variedad de lecturas que marcan un hiato en la vida, hiato que prefiere a la sinalefa, desde temprana edad. Asimismo podemos pensar que existe un mundo en contrapunto con los que nos trae este Trance, y es el planeta de lo ilegible, de lo que no puede, no quiere y no sabe leerse, aunque aún así estaríamos leyendo lo que se sigue escribiendo como cuando vemos una publicidad luminosa que nos muestra las letras de a poco y nos vamos deslizando de letra en letra, de palabra en palabra, de frase en frase, como en cámara lenta . ¿Podrá existir un universo sin un lenguaje escrito, después del nuestro? ¿Acaso es imaginable? Yo creo que no, pero sé que hay impasses con la lectura, mucho peor que las interrupciones habituales, cortes en lo real, y que existen en la angustia que deshace o en las pasiones que fascinan .
Cito de la página 27 de Trance :  “Piensa -con una especie de desazón jubilosa- ¿y si la relación de la lectura con la vida no fuera de oposición, ni de exclusión, ni de enseñanza, ni de complementariedad, sino -como sabe cualquiera que , con las pestañas ardiendo, se niega a apartar los ojos del libro que se las quema- pura y simplemente de histeria?” Esos dichos, quiero conjeturar,  pretenden justamente histerizar la vida, porque: ¿y si la vida no fuese otra cosa más que leer cada cual a su manera una existencia  que siempre es insatisfactoria? Porque sabemos que la neurosis supone una felicidad en otro lado, adonde podría estar si tuviese ese valor, ese coraje, al que se niega por cobardía momentánea, entre vacilaciones y precipitaciones.
Y allí nos trae ordenados los vocablos por abecedario, pero mezclados por las pasiones y las razones, lecturas  precoces, las confesiones  de un admirado escritor que fantasea con una cárcel para seguir leyendo, las contorsiones de un cuerpo pasivo frente al trance de leer, el ser un léido que se entusiasma con el ajedrez como único deporte posible y un fugaz paso por el arco de fútbol , especie de servicio militar popular , hasta releer con pudor aquello que se recuerda y se olvida , que sabe y se ignora de la propia vida de la vida de los otros.
No hay cita que no enmascare un silencio propio, pero tampoco habría que desechar una bonita máscara, ¿verdad? Es por ello que en mi silencio interior que se transforma en esta voz lectora, transmitiré unas palabras del Maestro, que tuvimos en esta casa,  en una de sus aventuras literarias más notables, bajo una época que se soñaba épica y terminó trágica.



Releo el primer número de la revista Literal de noviembre de 1973: “El escritor puede adjudicarse cualquier misión, el lector lee lo que puede creyendo leer lo que quiere. No se trata del arte por el arte, sino del arte porque sí, como una afirmación que insiste en nuestra cultura, mediante la energía y el tiempo de algunos sujetos que, no desean matar la palabra, ni dejarse matar por ella.”