NicolasNicolas* - Graciela Musachi


En la lengua hay repetición. Es el gongon que leyó Hopenhayn [1]. Pero, es sabido, el primer Nicolas no es el mismo que el segundo. El primero marca la huella a la que el segundo le aplica su saber de bar de enfrente.
Esta repetición la situó el estructuralismo por cuyos vacíos se paseaba orondo Nicolas, el primero. Solo que ahora es el estructuralismo el que ha dejado su propio vacío por lo que encontramos otros vacíos por donde pasear. En la huella dejada por Nicolas primero encontramos el testimonio de los que lo siguieron (de lo que pasa al leer, de la escritura de un sufrimiento, de la gratitud hacia un maestro, de un grito de amor hacia el maestro, del encuentro con una crencha engrasada, de un recurso literario).
Se nos dice que los testimonios no aclaran nada y se contradicen, como el sujeto que habla.
En segundo lugar nuestro paseo prosigue con la tradición moderna que coloca a cualquier literatura como género de la poesía y que, como tal, se dice ritmo y trasgresión de la lengua si pretende ser vanguardia. Esa tradición ¿puede ser –como cita Goloboff- la “lógica de otro siglo”?. El XXI se rige por el lema CQC, es decir que los límites no se encuentran y por lo tanto, la trasgresión se vuelve problemática.¿Alcanza este efecto a lo que se puede hacer hoy con el lenguaje?
En fin, en esta oleada semántica y de improbable trasgresión, hay quien quiere leer su singularidad de lengua argentina, su tintineo, su diferencia, su -si se quiere- su novedad. La lengua (argentina) es un lugar de composición, podría responder la otra.
Hermanar
Otros constatan que los textos se proponen un vínculo, un paralelismo, una mirada dual, una perspectiva común que, lejos de confluír, se dispersa y presenta un incierto articular. Por su puesto, el cuerpo y la experiencia se escurren EN las palabras pero eso no hace a nuestra composición de lugar en la lengua de plata
A mi vez, encuentro algo cuando leo estas palabras. Lo encuentro del principio al fin y en un arco que enumero. Un inconciente Witz, una farsa del uso teórico del psicoanálisis, una repetición traidora del chiste freudiano sobre el lenguaje, una parodia de la vanguardia, una ligera ironía, una feroz ironía, una escritura nunca exenta de piedad, de humor o de ironía, un chiste contado por Freud, una dimensión paródica sublime, una tensión entre la vena poética y la humorística, una caridad que va de la angustia al humor y a la sátira, una risa argentina y, por último hasta podría decir un etcétera.
Este arco se abre entre la afirmación de la pérdida del sentido de la tragedia y la constatación de la experiencia trágica de la decisión singular.
SchlegelSchlegel.
Quiero volver al principio. A Nicolás primero. Que repetía a Kierkegaard en su diferencia. Que se engolosinaba (repito: es una vida la que se goza en un estilo) que se engolosinaba con sus amores y con Regina, “la que se casa con un Schlegel”. Sin dudas, Nicolás era un romántico de la primera hora, la de Schlegel: es mi elogio a Rosa.
El fin del siglo XX encontró un interés especial en los hermanos Schlegel y, en particular, en el primero, Friedrich, quien transformó el concepto de ironía al punto de que Ernst Behler puede decir que esa ironía, bautizada luego como romántica, “está indisolublemente ligada a la formación de la conciencia literaria moderna” en la que la poesía en tanto poesía de la poesía, se hace irónica. La ironía romántica como “deslizamiento sin fondo y sin fin” se acomoda bien a nuestro siglo ya que se presenta bajo la forma de la paradoja (nombre posible del inconciente) en la que se alternan autocreación y autodestrucción.
Schlegel también sabe que decir todo no es posible y deplora que un escritor se entusiasme con la borrachera poética por lo que es la ironía la que pone límites al decir, límites que son propios del que dice. El decir irónico se sitúa así entre el entusiasmo y el escepticismo en un flotar entre contrarios, entre palabras comprensibles que conducen a lo incomprensible.
Nicolas y los nombres que siguieron (Gombrowicz, el doble de Lito Cruz[2], Perlongher, Lamborghini, Marechal y puedo decir sin temor a repetirme un etcetera que incluya a Jorge Luis) tiran “con gorriones a los cañones” de la lengua y `por eso escriben un diario argentino.
Es el irónico truco que cierto francés dio como rasgo diferencial de nuestras singulares efervescencias.
Graciela Musachi

*Intervención y lectura de los textos de homenaje a Nicolás Rosa en “Autopistas de la Palabra” (2010). El título alude a Nicolás Rosa y Nicolás Casullo.




[1] Se refiere a Horacio González y M. Gologoff quienes participaron del homenaje.

[2]Alguien nombró de este modo a H. González.

Kafka – Borges: Una fraternidad discreta. Germán García














Allan Janik y Stephen Toulmin, en La Viena de Wittgenstein, escriben:
En los últimos días de la Monarquía de los Habsburgo en la que Rilke y Kafka nacieron – y especialmente en la finisecular Praga, que merece un estudio para ella sola – se podía, al menos, tener un vislumbre de lo que iba a ser de Europa tras la Primera Guerra Mundial antes de que fuese remotamente concebible como hecho político, Musil, que no era de Praga, compartía con Rilke y Kafka una preocupación prebélica por la incapacidad del lenguaje para explicar a los otros el ser intimo del hombre. [1]

Para estos autores la fragmentaria “Descripción de una lucha”, de Kafka, mostraría esta preocupación.
Pero Klaus Wagenbach pone el acento en la diferencia de Kafka con los autores de lengua alemana, aunque escribiese también en esa lengua:
Ni siquiera –dice- trató personalmente a sus contemporáneos austriacos más importantes: Musil, Hofmannsthal, Rilke o Trakl. Lector con mucha frecuencia entusiasta (por ejemplo, de Thomas Mann), pero en modo alguno sistemático, conoció sus obras, mas se mantuvo alejado de participar directamente en su mundillo literario.[2]

Detrás de estas diferencias esta el expresionismo con sus experimentos lingüísticos, pero Kafka se había apropiado de esa lengua para otros fines: sus imágenes eran extraordinarias, su lenguaje estricto.
“Un sueño eterno”, El País, 3 de Julio de 1983, es un breve texto de Borges publicado en ocasión del centenario de nacimiento de Franz Kafka. Leo:
Mi primer recuerdo de Kafka es del año 1916, cuando decidí aprender el idioma alemán. Antes lo había intentado con el ruso, pero fracasé. El alemán me resultó mucho más sencillo y la tarea fue grata. Tenía un diccionario alemán –ingles y al cabo de unos meses no sé si lograba entender lo que leía, pero si podía gozar de la poesía de algunos autores. Fue entonces cuando leí el primer libro de Kafka que, aunque no recuerdo ahora exactamente, creo que se llamaba Once cuentos.(sic.)
Me llamó la atención que Kafka escribiera tan sencillo, que yo mismo pudiera entenderlo a pesar de que el movimiento expresionista que era tan importante en esa época fue en general un movimiento barroco que jugaba con las infinitas posibilidades del idioma alemán. Después tuve oportunidad de leer El proceso y a partir de ese momento lo he leído continuamente [...] A Kafka podemos leerlo y pensar que sus fabulas son tan antiguas como la historia, que esos sueños fueron soñados por hombres de otra época sin necesidad de vincularlos con Alemania o con Arabia. El hecho de haber escrito un texto que transciende el momento en que se escribió es notable. Se puede pensar que se redactó en Persia o en China y ahí está su valor. Y cuando Kafka hace referencias es profético [...] Yo traduje el libro de cuentos cuyo primer título es La transformación y nunca supe por que a todos les dio por ponerle La metamorfosis.[3]

Juan José Saer hace una sugerente comparación entre Las confesiones de San Agustin y la Carta al padre, de Franz Kafka. No pretende que exista una influencia, ni tan siquiera que Kafka lo haya leído. Habla de la posición del narrador, de la manera que se sitúa frente al Otro, de algunos recursos retóricos. Se trata y no se trata de autobiografía. Entre nosotros tenemos también: Kafka y su padre de Carlos Correas, quien dice que escribe el abogado (como en San Agustin, podemos decir, escribe el profesor de retórica). El padre es el tópico que comparte con el expresionismo, como lo describe Walter Muschg: “La lucha contra la autoridad del padre se convirtió en tema fijo de la literatura revolucionaria y se vio consagrada gracias a la interpretación de Freud.” Y más adelante:
La locura, el niño y el sueño son los temas principales del arte expresionista, que también influyeron profundamente su sentimiento formal. Forman parte del mito expresionista de la niñez los cantos de Trakl al muchacho Elis, las tragedias infantiles de Jahnn, así como Muchachos soñadores de Kokoschka. El enigma del sueño conmovió sobre todo a Kafka, cuyo estilo representativo está originado directamente en Freud. [4]

Más allá del espíritu de época, el nuevo lenguaje grafico y el nuevo lenguaje formal derivado de aquél, no estaban sujetos a tales temas: El expresionismo creó obras narrativas, líricas y dramáticas, que demostraron que con ellas se había conquistado una nueva dimensión.
¿Qué compartiría Borges, el adolescente, con este clima cultural? En los juegos absurdos del dadaísmo se anuncio muy pronto el presentimiento de que la lucha de los hijos había sido perdida. De los quince a los veinte años Borges está en Suiza, donde surgió en 1916 el movimiento Dada con su Café Voltaire. Algo que no ignoraba, ya que al poco de llegar a España publica un poema en una revista dadaísta de Francia, llamada Manometre, Lyon, 1924.
¿Qué compartía con Kafka en lo que hace al padre? Más de lo que pareciera, aunque no hizo un tema directo. Su padre aparece en su obra menos que sus antepasados, pero en sus reportajes está presente cada vez que Borges habla de su destino literario decidido en su infancia. También, más de una vez, habló de una promesa que le había hecho a su padre; volver a escribir El caudillo. Promesa que cumplió y no cumplió: hay más de un relato referido a temas de esa novela paterna, que nunca reescribió. De la misma manera Kafka hizo saber a sus amigos de la existencia de Carta al padre, aunque su destinatario nunca tuvo noticia de este texto.

Berthold Brecht nos facilita mostrar el peso de la novela familiar tanto en Kafka como en Borges. Hans Meyer escribe: “El joven Brecht no se perdió en el ámbito de los seudo problemas entre padre e hijo, de la lucha entre sexos, del conflicto entre poder y espíritu. Ni Strindberg ni Heinrch Mann. Ya los primeros conflictos a los que este autor quiso dar forma sin inmediatamente sociales.” Por su parte Walter Muschg, al referirse a la literatura expresionista alemana, que sitúa en un arco que va de Trakl a Brecht, afirma: “La lucha contra la autoridad del padre se convirtió en tema fijo de la literatura revolucionaria y se vio consagrada a la interpretación que Freud hizo del conflicto de Edipo. Numerosos jóvenes lo vivieron hasta llegar al suicidio; entre los escritores, los más afectados fueron seguramente Georg Heym y Franz Kafka, cuya Carta al padre (Brief an den Vater), que nunca llegó a enviar, constituye el más importante documento humano de esta polémica”.
Digamos de paso que otro encuentro con Sigmund Freud fue la lectura de la Interpretación de los sueños, que los artistas calificaron como una “estética anticlásica” y que exponía tanto lo nauseabundo como una premisa que interesaba a las vanguardias: el encuentro del sentido en el sinsentido.
Kafka nace austriaco, pasa a ser checo, pero se educa en Praga en un colegio de cultura alemana. Hasta ahí es bilingüe. También pertenece a otra minoría; es judío y trata de aprender la lengua de sus mayores. Y, por supuesto, antes de la existencia del Estado de Israel fantasea con ir a Palestina. Por último, quiere saber francés y también italiano para estar al tanto de los movimientos literarios (ya que las vanguardias de lengua alemana le deben su primer impulso al futurismo de Marinetti, al igual que los rusos, y los franceses).
En este cruce de lenguas y territorios políticos Kafka, como diría Sergio Cueto, cava su madriguera. Praga, además del café Arco, algunos parques, la casa familiar, el lugar de su trabajo, es para su obra un laberinto subterráneo poblado de diversos animales prodigiosos y temibles.
Igual cruce de lenguas, territorios y culturas políticas configuran la personalidad de Borges. Dos escritores ubicuos, ubicuidad que Borges elogia en “Kafka y sus precursores”. En el opuesto de esta problemática va a situarse Berthold Brecht, según lo muestra Hans Mayer en su Brecht[5]
Diario de Franz Kafka: “¡Por última vez psicología!”
Decían que Kafka hablaba siempre como Kafka. Y todo lo que decía Kafka podría estar en una obra o en uno de sus aforismos. También Brecht –al contrario de muchos escritores– era en todo momento Brecht: lo mismo puede decirse de Borges.
Durante más de cinco décadas Borges no ha dejado de referirse a Kafka: traducciones, prólogos, conferencias, artículos y reportajes. Incluso llego a decir en una conferencia de 1983: “tuve la osadía de tratar de ser Kafka, en dos cuentos míos. Uno se llama “La biblioteca de Babel”; el otro “La lotería en Babilonia”.”[6]
En 1937 (29 de octubre) Borges publica una breve noticia titulada “Franz Kafka”, donde afirma:
“América”, la más esperanzada de sus novelas, es acaso la menos característica. Las otras dos – El proceso (1925), El castillo (1926) – tienen un mecanismo del todo igual al de las paradojas interminables del eléata Zénon. El héroe de la primera, progresivamente abrumado por un insensato proceso, no logra averiguar el delito de que lo acusan, ni siquiera enfrentarse con el invisible tribunal que debe juzgarlo; éste, sin juicio previo, acaba por hacerlo degollar. K., el héroe de la segunda, es un agrimensor llamado a un castillo, que no logra jamás penetrar en él y que muere sin ser reconocido por la autoridades que lo gobiernan. No me parece casual que ambas novelas falten los capítulos intermedios: también en la paradoja de Zenón faltan los puntos infinitos que deben recorrer Aquiles y la tortuga. [7]

El hecho es que el habitante de Elea (ciudad de la Italia antigua) que no escribía literatura y el escritor checo de lengua alemana que llegó a la juventud en el siglo XX,  murieron antes de conocer el elegante, en el sentido matemático, argumento de “Kafka y sus precursores”.
La noticia de Borges de 1937 prosigue:
De los cuentos de Kafka entiendo que el más admirable es el titulado “La construcción de la muralla china”. También “Chacales y árabes”, “Ante la ley”, “Un mensaje imperial”, “Un ayunador”, “El pesar del padre de familia”, “El problema de las leyes”, “Una vieja página”, “El buitre”, “El topo gigante”, “Investigaciones de un perro”, “La madriguera”.[8]

Algunos de estos cuentos circulan con títulos diferentes: “El ayunador” como “El artista del hambre”, “Una vieja página” como “Un antiguo manuscrito”.
En compensación, la excelente traducción de Ariel Magnus recupera “La madriguera” usado por Borges, después de que durante bastante tiempo el cuento se conociera como “La construcción”.
A los cuentos que enumera en 1937 Borges suma, en distintos momentos, los siguientes: “Josefina la cantora o el pueblo de los ratones”, “El escudo de la ciudad”, “Primera tristeza”, “Prometeo”, “Una confusión cotidiana”.
Este conjunto que Borges difunde en nuestra lengua afirma que el cuento es el género que sostiene la grandeza de Kafka, aunque al menos dos de sus novelas (El proceso y El castillo) sean elogiables. Al parecer esta última tiene algunos eslabones intermedios de más. Y es posible que para Borges pocas novelas estén privadas de los eslabones necesarios, pocas novelas pueden compararse con la paradoja de Zenón sin deja de ser literatura.
En este punto comparto el acierto de Ricardo Piglia cuando dice que Borges supo por Kafka que no se puede escribir una novela, que la narración breve puede controlar ripios que la novela vuelve inevitables.
Borges cita a Veblen, quien dice que los judíos sobresalen en la cultura occidental porque están en ella y al mismo tiempo no se sientes atados por ninguna devoción especial. Y agrega a los irlandeses y propone lo mismo para los argentinos. Me refiero a “El escritor argentino y la tradición”, que hay que leer junto con “Las alarmas del doctor Américo Castro” y “Kafka y sus precursores”.
En febrero de 1912 Kafka dicta una “Conferencia introductoria sobre la jerga”, que será, a la vez, una presentación de unos poetas judíos = orientales. “ ‘La jerga’, dice, no tiene gramática. Hay aficionados que intentan escribir gramáticas, pero la jerga continua hablándose; no encuentra reposo. El pueblo no se la deja a los gramáticos.”[9]
Todo el que entienda alemán, dice Kafka, podrá entender la jerga y plantea la paradoja de que por eso mismo no se puede traducir la jerga a esa lengua, aunque si a cualquier otra. La argumentación de Borges, cuando responde al doctor Américo Castro, es semejante. Y sabemos que al regresar a Buenos Aires el joven Borges intenta escribir la jerga y, con el tiempo, la convierte en un tema (el poema “El tango” es un buen ejemplo).
La jerga, en la explicación de Kafka, es una bifurcación del alemán que ha incorporado elementos de lenguas diversas, como El idioma de los argentinos.
En el curso 1967 - 1968 de la Universidad de Harvard, Borges pronunció seis conferencias. En la tercera, titulada “El arte de contar historias” desliza una precisión sobre Kafka que, me parece, puede justificar en parte lo que me propongo decir: “Cuando leemos El castillo de Franz Kafka, sabemos que el hombre nunca entrara en el castillo.” Es decir, no podemos creer de verdad en la felicidad y en el triunfo. Y quizás esta sea una de las miserias de nuestro tiempo. Me figuro que Kafka sentía prácticamente lo mismo cuando deseaba que sus libros fueran destruidos: en realidad quería escribir un libro feliz y victorioso, y se daba cuenta de que le era imposible. Hubiera podido escribirlo, evidentemente, pero el público hubiera notado que no decía la verdad. No la verdad de los hechos, sino la verdad de sus sueños.[10] También había afirmado: “En Kafka hay, por ejemplo, una honda trivialidad del protagonista, que contrasta con la magnitud de su perdición y que lo entrega, aun más desvalido, a las Furias.”[11]
Y Adolfo Bioy Casares en Borges anota:
Kafka seguramente pensaba por parábolas. Seguramente no tenía más explicación de sus cuentos que lo que decía el texto; está bien: su tema es la relación del hombre con un dios y con un cosmos incomprensible. Dios, al final del libro de Job, el dios que manda al Leviatán, es el dios de Kafka, el dios totalmente incomprensible. […]
Pero Kafka no explica ni necesita explicar: su misterio es el misterio del mundo o de la vida [...] Kafka invento un tipo totalmente nuevo de relato; pero, a diferencia de todos los inventores o precursores, ha sabido manejar su invento con notable economía y lucidez, utilizando una cantidad mínima de elementos. Esta sencillez de sus composiciones es uno de sus mayores meritos.[12]

Y, más adelante, en estilo indirecto Bioy Casares resume: “De Kafka dice que sus amigos eran expresionistas, pero quería ser clásico; pero que la idea de Kafka, en la mente de casi todo el mundo, es expresionista, sirve para interpretaciones psicoanalíticas, etcétera. Véanse los films sobre El proceso, etcétera.” El enigma es la existencia que cualquier respuesta convierte en trivial, por eso se trata de convertir la resolución en un enigma.
Continúa Borges en Un sueño eterno, después de algunas otras consideraciones:
Creo que sus cuentos son superiores a sus novelas. Las novelas, por otra parte, nunca concluyen. Tienen un número infinito de capítulos, porque su tema es un número infinito de postergaciones. A mí me gustan más sus relatos breves y, aunque no hay ahora ninguna razón para que elija a uno sobre otro, tomaría aquel cuento de la muralla china (...) Kafka fue tranquilo y hasta un poco secreto y yo elegí ser escandaloso. Empecé siendo barroco, como todos los jóvenes escritores, y ahora trato de no serlo. Intente también ser anónimo, pero cualquier cosa que escriba se conoce inmediatamente (...). Yo creo que ni Virgilio ni Kafka querían en realidad que su obra se destruyera. De otro modo habrían hecho ellos mismos el trabajo. Si yo le encargo la tarea a un amigo, es un modo de decir que no me hago responsable (...) Yo estuve en el acto del centenario de Joyce y cuando alguien lo comparo con Kafka dije que eso era una blasfemia. Es que Joyce es importante dentro de la lengua inglesa y de sus infinitas posibilidades, pero es intraducible. En cambio Kafka escribía en un alemán muy sencillo y delicado. A él le importaba la obra, no la fama, eso es indudable. De todos modos, Kafka, ese soñador que no quiso que sus sueños fueran conocidos, ahora es parte de ese sueño universal que es la memoria.[13]

Un día, dice Borges, no sabremos la vida de Kafka pero sus cuentos seguirán contándose. Una y otra vez elogia la ubicuidad de la literatura y, en consecuencia, la de los relatos de Kafka. Esta posición choca con la discusión sobre la alegoría. No se trata de una idea que logra una imagen, sino de algo que surge del lenguaje y vuelve al lenguaje, de algo que es a la vez singular y universal, de la misma manera que Borges repite que un hombre es todos los hombres, que diferir de la especie es un rodeo para disolverse en la especie. En el prologo de América, dirá: “Kafka es el gran escritor clásico de nuestro atormentado y extraño siglo”. Ser clásico y ser de un determinado siglo: ese es el oxímoron que orienta esta posición de ubicuidad de una literatura que Borges también practica: se puede leer en los textos breves de El hacedor (debo a Ricardo Piglia esta observación), también en muchos poemas donde la voz de Kafka se enmascara en el género.
¿Qué pasaría con el castellano del Rio de la Plata si fuera traducido al español de Madrid? sólo quedaría como el Quijote de Pierre Menard.
Paradojas de las lenguas periféricas que pueden vampirizar a otras lenguas sin retorno (Joyce en ingles regular desaparece, como desaparece un chiste en su explicación y un juego de palabras que no se entiende).
En “Kafka y sus precursores” Borges escribe:
Si no me equivoco, las heterogéneas piezas que he enumerado se parecen a Kafka; si no me equivoco, no todas se parecen entre sí. Este último hecho es el más significativo. En cada uno de esos textos esta la idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría.[14]
El alemán de Kafka, filtrado por el checo y por la jerga, resulta Unheimlich, de una extraña familiaridad (cuando Kafka leyó “La colonia penitenciaria” en Berlín algunas mujeres tuvieron que ser asistidas porque no soportaban la violencia de las imágenes provocadas por un lenguaje despojado de eufemismos).

Frente al expresionismo.
Oscar Caeiro, que se basa en Binder, dice que no hay necesidad de establecer una relación estricta entre la obra de Kafka y el expresionismo, basta señalar que este movimiento y Kafka participaron de los cambios que se produjeron en el arte y la literatura del momento: “Se produjo una quiebra general del estilo mimético, la disolución del vinculo tradicional entre palabra y cosa.”[15]
Max Brod dice que en una carta que Kafka le mando en 1903 o 1904 se refiere a un personaje que, a su entender, coincide con la imagen del conocido de “Descripción de una lucha”. Pues bien, en esa carta Kafka habla de una discusión literaria con Brod. Este le habría dicho en cierta oportunidad que en Flaubert hay puras ocurrencias sobre hechos y nada de azufre anímico. Kafka replica que en Werther – obra de Goethe que Brod admira – hay en cambio “demasiado azufre anímico”.[16]
Kafka rechaza lo sentimental o emotivo predominantes en la literatura expresionista. Sin ser realista, su fría mirada sobre las cosas y las personas se encuentra en su extraña objetividad. El mismo rechazo encontramos en Borges, por ejemplo cuando se burla de los rusos y los discípulos de los rusos en el prólogo a La invención de Morel de Bioy Casares. Y, aunque parezca extraño, también en Brecht
Cuando Borges dice que dos veces jugo a ser Kafka: en “La biblioteca de Babel” y en “La lotería de Babilonia”, recordemos que en uno introduce paradojas sobre el infinito y en el otro habla de la paradoja de Zenón (usada para explicar El proceso y El castillo). A su manera, “La biblioteca de Babel” (en su primera versión “La biblioteca total” que ironiza sobre el arquitecto Walter Gropius y su construcción de un teatro total pedido por Piscator) comenta El Proceso, donde leemos por ejemplo: “... una habitación de tamaño mediano, con dos ventanas, circundada por una galería muy próxima al techo, e igualmente ocupada en su totalidad; en ella, la gente tenía que estar agachada y tocada el techo con la cabeza y la espalda....” [17] “La lotería en Babilonia” parece referirse tanto a El castillo, como a “La muralla china”. También encontramos a Kafka en el cuento “El milagro secreto”, que transcurre en Praga cuando “las blindadas vanguardias del Tercer Reich entraban en Praga”.
Borges algunas veces matematiza, de José María Ferrero y Alfredo Raúl Palacios,  indaga las paradojas del tiempo y su imbricación entre objetivo-subjetivo.[18]
Patricia Runfola, en su libro Praga en tiempos de Kafka, recrea de manera detallada la presencia del expresionismo literario a partir de la figura de Franz Werfel y su poesía lirica convertida en un fenómeno a partir de 1910.[19] Su poema La procesión (Die Prozession) es paradigmático del estilo expresionista, amplificador de líneas, colores y sonidos. Los poetas expresionistas de lengua alemana vivían al ritmo de los impulsos de su juventud: “los impresionistas miran, los expresionistas ven” era la consigna que resumía el cambio. Entre estos videntes no estaba Kafka, aunque tampoco miraba.
Un dadaísta, que había estado en 1910 en Praga, se encuentra con Kafka en Berlín en 1923. Se trata de Raoul Hausmann:
-¿Señor Kafka? Me mira sorprendido. Perdone, no se...
-Me llamo Hausmann
-Aja! el dadaísta
-Sí, y me gustaría preguntarle algo sobre Dada.
-Me mira fijamente. Tal vez yo sea una aparición poco común, con mi grueso monóculo en el ojo izquierdo.
-¿Qué quiere saber de mí? ¿Lo que pienso sobre Dada?
-Eso es. Me quita usted la pregunta de la boca.  Así que, señor Kafka.
-Ahí estamos, representantes de dos mundos, aunque tal vez no tan lejos como ambos creemos.
-Bueno, es difícil decirlo. No he asistido a ninguna representación dadaísta. Solo he leído algunas cosas al respecto. Probablemente tenga una idea muy imprecisa. Incluso la velada dada en la Bolsa de Comercio de Praga solo la conozco de oídas. Pero nunca juzgo al azar, a la ligera. Dígame cómo ve usted el dadaísmo, lo que representa para usted.
-De acuerdo. Lo hare con gusto, pero quiero ponerlo en relación con sus ideas, buscando las afinidades. Si, las contradictorias afinidades, aun cuando esto le sorprenda. Sin duda ha leído usted el libro de Rudolf Kassner. Número y rostro.
-Sí, y las verdades expresadas en el me tienen muy preocupado. Pero Dada, no veo que...
-Oh, sí, espere. Precisamente porque ha empleado usted la palabra verdad refiriéndose a Kassner. El no aporta nuevas verdades. El ...
-Ciertamente que no. Pero, una vez más, ¿Qué tiene el en común con Dada? Es un metafísico, y Dada es, digamos, por lo menos irónico, paródico, no toma nada en serio y...
-Alto, se equivoca usted, señor Kafka. Lo verá enseguida. En primer lugar, tengo a Kassner por más pragmático de lo que probablemente cree usted. En cuanto a las verdades, son en su mayoría antiguas, en nuestra época no hay más viejas verdades. Las nuevas verdades son en su mayoría muy antiguas. Una nueva verdad en mil casos se puede rastrear hasta la antigüedad. Simplemente porque en rarísimas ocasiones se trataba de una verdad, es decir, que casi siempre era algo sin realidad alguna. La mayor parte de las veces las verdades eran hipótesis a priori, para cuya puesta en práctica faltaron la técnica y la determinación necesarias. Los interrogantes de Kassner quedan por lo general en pie. En lugar de la coincidencia de los opuestos de Nicolas de Cusa el pone la alternativa de la identidad finita o del individuo infinito.
-Eso ya lo sabían también los griegos.
Kafka asiente con la cabeza y dice:
- Si, pero piense usted... El hombre es tal vez el prisionero de la casa del padre. Yo vi esto y me defendí del golem, el hombre de paja, el eterno hijo póstumo de las viejas leyes. No soy determinista, pero hay vínculos a los que no podemos sobreponernos. Podría decir con Plotino: quien se queja de la naturaleza del mundo, no sabe en lo que se mete y hasta donde lo puede llevar su osadía. Me parece que aquí es donde se encuentran los límites incluso para el dadaísmo.[20]

Podemos leer, cada uno por su lado, el poema El Golem, de Borges, como metáfora de la relación con el padre. Es lo que propone Kafka. Pero Hausmann todavía tiene algo que decir en su encuentro con Kafka,  que no transcribimos completo porque Walter Benjamin reclama nuestra atención: “El padre es aquel que castiga. La culpa lo atrae como a los funcionarios del tribunal. Muchos signos inducen a pensar que el mundo de los funcionarios y el de los padres es para Kafka el mismo. La similitud no los honra.”[21]
En una ocasión Kafka fue a buscar a su amigo Max Brod, encontró al padre durmiendo en la antecámara. Aterrado ante la idea de haber podido turbar el sagrado reposo de un hombre, Kafka escurriéndose de puntillas, susurro: “Por favor, considéreme un sueño”. Décadas después, su discreto amigo Borges anheló, en su literatura, que se lo considerara un sueño.

Germán García
Congreso Kafka-Borges  
Buenos Aires, mayo de 2010





[1] Allan Janik y Stephen Toulmin, La Viena de Wittgenstein, Madrid, Taurus, 2002.
[2] Klaus Wagenbach, Kafka, Madrid, Alianza, 1970.
[3] Umwandlung (entre otras cosas, “metamorfismo”). Verwandlung (“transformación”, primera acepción) es la palabra usada por Franz Kafka.
[4] Walter Muschg, Historia trágica de la literatura, México, FCE, 2009.
[5] Hans Meyer, Brecht, Hiru, Hondarribia, 1998.
[6] Daniel Balderston, Gastón Gallo y Nicolás Helft, Borges, una enciclopedia, Buenos Aires, Norma, 1999.
[7] Jorge Luis Borges, Obras Completas, IV, Buenos Aires, Emecé, 1996.
[8] Borges, una enciclopedia, op.cit.
[9] Franz Kafka, Obras Complemtas, Tomo III, Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2003.
[10] Jorge Luis Borges, Arte poética, Barcelona, Crítica, 2001.
[11] Jorge Luis Borges, “Nathaniel Hawthorne”, en Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1974
[12] Adolfo Bioy Casares, Borges, Buenos Aires, Planeta, 2006.
[13] Jorge Luis Borges, Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1974
[14] Obras Completas, op. cit.
[15] Oscar Caeiro, Kafka y sus consecuencias, Córdoba, Alción, 2003.
[16] Kafka y sus consecuencias, op.cit.
[17] Franz Kafka, El proceso, Barcelona, Ediciones B, 2003.
[18] Jose M. Ferrero y Alfredo R. Palacios, Borges algunas veces matematiza, La Plata, Ediciones del ochenta, 1986.
[19] Patricia Runfola, Viena en tiempos de Kafka, Barcelona, Bruguera, 2006.
[20] Ludwig Hardt, Cuando Kafka vino hacia mi…Barcelona, El Acantilado, 2009.
[21] Walter Benjamin, Angelus Novus, Barcelona, Edhasa, 1971.


Amnesia de identidad - Emilio Vaschetto


 Deterioros de la memoria
La historia del psicoanálisis está surcada por el fenómeno de la memoria. Su definición más cercana es lo inconsciente. Los primeros pasos del método psicoanalítico se hicieron notar tratando de llenar los vacíos en la memoria, hasta que Freud advirtió que el paciente repetía en lugar de recordar, que la repetición constituía un obstáculo a la rememoración. Con la invención de la asociación libre se sustituyó los efectos de la rememoración que quedaban absorbidos por la resistencia, no obstante Freud nunca renunciaría a la búsqueda del recuerdo. Junto a la meta práctica de “cancelar todos los síntomas posibles y sustituirlos por un pensamiento consciente” convergerá otra meta de índole teórica tendiente a “salvar todos los deterioros de la memoria del enfermo” (Caso Dora). ¿A qué tipo de deterioros se refiere? Pues a las amnesias: “lagunas de la memoria”, “espejismos del recuerdo”, lo que en líneas generales se denomina “paramnesias”.
A decir verdad, dichas alteraciones ya formaban parte del catálogo kraepeliniano de fenómenos elementales propios de la paranoia, aquellos que conducirán al joven psiquiatra Jacques Lacan a ingresar por la puerta grande en la historia de la psicopatología, pero también al rigor psicótico de un pensamiento centrado en la lógica significante.

La fusión de la personalidad del paranoico con la atmósfera social enunciada en su tesis de psiquiatría, llevará a Lacan a plantear una teoría del medio. Lo llamará “Otro” con mayúscula, lugar de donde procede la definición propiamente lacaniana de la memoria: el lugar de la memoria inconsciente es el Otro, lo cual equivale a decir que es el lenguaje.
Ahora bien, mucho se recuerda la  sentencia freudiana de que el histérico padece de reminiscencias pero rápidamente se olvida que eso también se aplica también para el delirante:

Dice Freud, “…el delirio debe su fuerza de convicción a la parte de verdad histórico-vivencial que pone en el lugar de la realidad rechazada. De tal suerte, también al delirio se aplicará el aserto que yo hace tiempo he declarardo exclusivamente para la histeria, a saber, que el enfermo padece por sus reminiscencias”[1] (se refiere aquí a los Estudios sobre la histeria, p. 33).

Amnesia de identidad
La memoria ligada a la histeria se diferenciará claramente de la memoria paranoica puesto que será inseparable del olvido. El sujeto escapa a la rememoración como un viajero sin equipaje preso de una “amnesia de identidad”. Así lo enuncia Lacan en la “meprise” (equivocación) del sujeto supuesto saber (Otros escritos), lo llama “amnesia de identidad” para demostrar cabalmente que el sujeto surge allí donde su identidad se pierde por ser efecto del lenguaje, y al mismo tiempo, por estar implicado en un saber que lo rebasa ampliamente.
Tengamos presente que “el inconsciente no es perder la memoria” sino más bien “no acordarse de lo que se sabe”[2]. El subrayado de provoca, a la vez que sugiere, que el saber supuesto no tiene sujeto y más aún, que el sujeto es efecto de esa memoria que le hace decir sin que se represente ni sepa lo que dice.
Ahora bien, esa memoria (inconsciente) se produce, se presenta bajo la forma de un tropiezo o una falla[3] y es lo que reproduce el hallazgo[4], la sorpresa cada vez. El olvido como tropiezo constituye el prototipo de la memoria propiamente humana.
Podrá insinuarse que las máquinas, al igual que el humano piensan, y que en un futuro se inventarían probablemente dispositivos que emularán el olvido, pero ningún artefacto sabría reproducir esa dimensión de sorpresa o de “hallazgo” que se manifiesta ante el traspié.
Mientras la memoria nos hace pensar en el pasado, Freud realiza una torsión temporal interpelándonos sobre el porvenir: “¿Y el valor del sueño para el conocimiento del futuro?”[5] -se preguntará en La interpretación de los sueños. Sin lugar a dudas
“…del pasado brota el sueño en todo sentido. Aunque tampoco la vieja creencia de que el sueño nos enseña el futuro deja de tener algún contenido de verdad. En la medida en que el sueño nos presenta un deseo como cumplido, nos traslada indudablemente al futuro; pero este futuro que al soñante le parece presente es creado a imagen y semejanza de aquel pasado por el deseo indestructible.”[6]
Ciertamente el deseo se presenta como una memoria del futuro, una memoria inquebrantable.
El síntoma es memoria viva y sobre todo marca que no deja de escribirse en lo que el sujeto tiene de más real: su goce. “La memoria es incierta”, dice Lacan en L’insu, “Todo lo que sabemos es que hay lesiones del cuerpo llamado viviente que nosotros causamos, y que suspenden la memoria, o al menos no permiten contar sobre las huellas que uno le atribuye cuando se trata de la memoria del discurso”[7].

Rechazo de la memoria
Hemos hablado de la memoria como lugar del Otro, ese futuro anterior cuya trama se desarrolla en la Otra escena. Pero es un error pensar que el sujeto del inconsciente sería un dato de la naturaleza o una esencia inmune a las transformaciones sociales.
La imaginación de un yo fuerte y la promoción actual del “yo soy” es el eslogan del discurso contemporáneo. La sociedad liberal ha elevado individualismo hacia una búsqueda obstinada por obtener una mayor consistencia, cuyo resultado no ha sido otra cosa que la proliferación de nuevas formas de violencia y de agresividad.
La dimensión de conflicto, de la cual el concepto de sujeto es acreedor, se encuentra abolida en función de una supuesta transparencia del individuo.
Digo esto en un momento, en una época, donde es cada vez son más patentes las posiciones de rechazo del inconsciente. No hay nada que ontológicamente haga existir al sujeto del inconsciente si no es por la manera en que el psicoanálisis instaura las condiciones de su operatividad, lo cual se traduce así: “el psicoanalista forma parte del concepto de inconsciente”.
La mutación antropológica del hombre actual demuestra de manera dramática la revocación progresiva del sujeto del inconsciente. Testimonio cabal de esto es que el sujeto moderno fue privado de su biografía, se le ha expropiado la experiencia –según refiere con precisión Agamben. Su urgencia por concluir se expresa en una tendencia cada vez más continua a la evacuación.
Dos aspectos se expresan de manera pulsátil en una suerte de herradura: de un lado, el reforzamiento narcisista del yo comandado por las identificaciones sólidas (lo que Jacques Alain Miller llama el “delirio de identidad”) y del otro lado, la desorientación o la errancia. Hay una báscula entre el soy (toxicómano, panicoso, bipolar, add) y el “ni siquiera soy…” de la errancia. Lo que Lacan llama en una conferencia en Milan, la “evaporación del padre” provoca estos efectos de báscula.
El lazo al Otro ha quedado reducido a la reproducción monótona del sí mismo, mientras que la abolición de la culpa y el impudor lo hacen idéntico a sí mismo. Una apatía frívola paraliza su vida emotiva y lo acerca inquietantemente más a la pulsión de muerte que al deseo. Aquello que tradicionalmente se expresaba en una “clínica de las vicisitudes amorosas” hoy en día podríamos enmarcarla en lo que llamaríamos una “clínica del riesgo del amor”: ¿podré sostener un enamoramiento no loco?, ¿es posible amar a una sola persona a la vez?, ¿encontraré un amor que no me rechace?, ¿podré contar con un partenaire que no abuse de mí?, ¿podré ser fiel?, ¿desearé disponer del tiempo necesario para destinarle a una relación?, ¿puedo evitar que mi amor se transforme en mierda?
En fin, preguntas que desgajadas de la vida cotidiana dan cuenta de una clínica antagónica al discurso amoroso, una clínica que bien podríamos llamar del antiamor[8]. La misma se expresa en un goce maldito, nocivo para la vida, ruinoso, no encuadrado en el fantasma, no articulado al sujeto del inconsciente.

Conclusión
Cuando más arriba enunciábamos que el psicoanalista forma parte del concepto de inconsciente, si seguimos la lógica propuesta por Jacques Lacan, cuando hay rechazo del inconsciente hay que integrarlo allí también[9]. Decir una época antagónica al sujeto del inconsciente no quiere decir antagónica al psicoanálisis. Si en el orden del deseo, de la decisión, se está allí en  presencia, Otro sitio, otra memoria es posible pese al rechazo. Puesto que es en las venas de la subjetividad marginal donde la práctica analítica ha demostrado tener un lugar de privilegio respecto del concierto de otros discursos.
El introducir la dimensión ética reanima al sujeto la virtualidad creativa de su deseo, al mismo tiempo que promueve lo singular de su respuesta sintomática como oposición a cualquier asimilación conformista.
Viene a nuestro recuerdo las palabras del capitán del Pequod yendo a la deriva en busca de Moby Dick. Él tiene la patencia de su finitud, sabe que esa madera de árboles muertos de la que se compone su barco tiene más chance de sobrevivir que cualquier hombre “hecho de la materia más vital de padres vivos” –tal como lo expresa Melville. El deseo, memoria del futuro, es esa madera indestructible que pervive al hombre, la materia de esa balsa con la que,   según nos dice la canción, “iremos a naufragar”.



§ Médico psiquiatra y psicoanalista, Miembro de la EOL, AMP y Centro Descartes, JTP del Dto. de Salud Mental de la Fac. de Medicina (UBA).
[1] Sigmund Freud. Construcciones en análisis, Buenos Aires, Amorrortu T. XXI, 1992, p. 270.
[2] Jacques Lacan. La equivocación del sujeto supuesto saber, en: Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 354.
[3] Jacques Lacan. El seminario, Libro 11 “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” (1964-65), Buenos Aires, Paidós, 1995, p. 32.
[4] Íbid. p. 33.
[5] Sigmund Freud. La interpretación de los sueños, Buenos Aires, Amorrortu T. V, 1990, p. 608.
[6] Íbid.
[7] Jacques Lacan. L’insu que sait de l’une-beuve s’aile á mourre, clase 19-4-77 (inédito).
[8] Massimo Recalcatti. L’uomo sensa inconscio, Milan, Mondadori, 2009.
[9] Emilio Vaschetto. Los descarriados. Clínica del extravío mental: entre la errancia y el yerro, Buenos Aires, Grama, 2010, p. 110.
Trabajo leído en mesa redonda: Identidad y memoria, Asociación Argentina de Salud Mental, agosto de 2014