Tiempo intersesión

El divorcio del otro.
El antes y el después en la vida de un analizante está marcado por el “divorcio del otro”
[1], sintagma con el que Lacan indica que cuando el otro toma la iniciativa es cuando se sufre el divorcio ya que, para el sujeto, es un fenómeno de retorno inesperado, no subjetivado y eso “puede producir efectos de neurosis de marca mayor”. Así es, en efecto, en este caso ya que él se encontró un día con que ella dijo imprevistamente ¡basta!; eso fue “un trauma, algo nuevo, se rompió algo, una marca”; y ahora él, dando otra vuelta en sus dichos capta que, con su nueva mujer, es “una fiera al acecho, un perro con las orejas paradas” vigilando los signos de amor o desamor del otro, temiendo la repetición de la pérdida de amor.
En la sesión siguiente habla de su padre y la interpretación hace surgir una frase: “No irás más lejos que yo”. ¡Hallazgo!, la decía su padre cuando iban a cazar ya que temía que apareciera un animal salvaje o que él se perdiera.
Tercera sesión y primer momento de concluir: su padre no daba signos de amor, él lo seguía, esperarándolos sin saberlo
Tiempo después, al pasar, dice que su mujer esbozó una queja que le suena casi a elogio acerca de las decisiones que él toma ahora sin considerar su opinión.

Ella en mi cabeza
[2]
Ciertos programas de radio dirigidos al llamado segmento ABC1 cuentan con sexólogos que promueven su profesión. Luego de describir médicamente los síntomas en cuestión, enumeran los posibles caminos a seguir: hablar sobre el problema con el partenaire, tomar cierta medicación, hablar con el sexólogo quien, probablemente, le recomiende realizar en su casa ciertos ejercicios solo o con su pareja para resolver el problema.
En un sentido aparentemente semejante se presenta la obra teatral de nuestro subtítulo, de autor vernáculo y de gran éxito en este momento. También tiene en su horizonte el divorcio del otro pero lo interesante es el “psicoanálisis” que pone en escena. La obra consta de tres personajes: un matrimonio y el psicoanalista de él. El protagonista, está atormentado por su surmoitié y se suscita el siguiente diálogo con su analista:

Klimovsky (analista): Grábeselo en la mente. Cada vez que esté por decir “Laura dice” o “Laura piensa”, deténgase. Es un ejercicio que le propongo.
Adrián:
Un ejercicio...está bueno.(...) y si aparece Laura...
Klimovsky: Si aparece la opinión de Laura, se detiene.


El autor pone en escena lo que Jean-Claude Milner capta como uno de los paradigmas de nuestra época, el eje problema-solución. Si hay un problema, hay una solución. Parece de sentido común y efectivamente lo es.
Para quien pone títulos en el diario La Nación, esto se presta a la ironía. Al detallar las actividades del reciente Congreso Mundial de Psicoterapia en Buenos Aires y en el interior de un apartado sobre “Terapias más cortas y más focalizadas”, subtitula: “Tarea para el hogar”(lugar común de la ironía: la revista Veintitrés de Septiembre titula igual): “En los últimos años, diversas investigaciones vinculadas a la psicoterapia han demostrado la utilidad de asignarle al paciente una participación más activa en la resolución de aquellos problemas que lo llevan a la consulta. Es lo que los psicoterapeutas llaman “trabajo intersesión”. (...). El terapeuta le asigna a su paciente ciertas tareas para que lleve adelante entre una sesión y la otra (...) como cambiar en alguna forma la modalidad habitual de tratarse para que pongan en práctica durante el tiempo intersesión”.
[3]
Al analista no le basta, sin embargo, con ironizar sobre la dimensión educativa de estas terapias, como lo hace quien titula en un diario. Le es necesario, como lo hace Jacques-Alain Miller
[4], verificar que estas terapias están hechas de sentido común porque son un “subproducto de la extrema standarización del psicoanálisis en Norteamérica” que pretende rehumanizarlo dada cierta neutralidad mortífera que orientaba ese psicoanálisis. Cabe preguntarse, empero, si nuestro contexto es el mismo.

Si seguimos el desarrollo de Ella en mi cabeza podemos encontrar una respuesta en una escena posterior a la ya citada:

Adrián:
Según Laura, es un papelón lo que hice; una agresión gratuita, incalificable. ¡Perdón, esto último no debí haberlo dicho! Se me escapó. No me funcionó el stop; la opinión de Laura me la tendría que haber guardado. ¡Aunque en realidad, la que debió habérsela guardado es ella...!¡Me cago en el ejercicio!¿Cómo puede ser que esté tan subyugado por el degenerado ése?

Por otra parte, en el reciente Foro psi, uno de los representantes del cognitivismo local situó las coordenadas de nuestro contexto con pertinencia: sí, él es cognitivista pero formado en la UBA en los 60-70 y esto quiere decir que su formación básica es psicoanalítica e, incluso, lacaniana, con lo cual quería decir que tomaba nota de la función de la palabra y del campo del lenguaje en una dimensión que no se reducía al imperativo.
Por un lado, (el del “paciente”), no sólo el rasgo local deja un margen que no se deja subyugar fácilmente por el sentido común sino que cada quien sabe de la impotencia de variadas prácticas para tratar su síntoma y que las cosas no son lo que se quiere hacer parecer. Por el otro, (el del terapeuta), la entrada de las TCC se hace sobre un suelo completamente diferente del de su país de origen, un suelo psicoanalítico de variadas orientaciones.
Esto nos da un margen...de tiempo. Tiempo para dirigirnos a las nuevas generaciones, desprevenidas como están –por su propia experiencia del tiempo– respecto de la topología (del sujeto) y el tiempo (que le es consustancial)
[5].

Trastorno
El “trabajo intersesión” parte de dos supuestos, uno sobre el lenguaje, otro sobre el tiempo, que se corresponden. Sobre el lenguaje, supone una univocidad que permitiría establecer objetivos acordados con el paciente en base a definiciones del problema a tratar mientras que la definición del problema no afecta ni es afectada por el tratamiento el cual también pone en juego un encuentro con lo real de los cuerpos, descontado en estos ejercicios. Es el eje problema-solución en acción.
Sobre el tiempo, supone una progresión de la cual las sesiones sólo serían una supervisión del efecto repetitivo del ejercicio. Es el uso del tiempo del sentido común en su dimensión de duración, de desarrollo continuado y su supuesta acción sobre los cuerpos.
El uso que Lacan hace del término “analizante” se refiere al tipo de “actividad” que produce el sujeto en el dispositivo analítico. Este trabajo analítico no se reduce a la serie de las sesiones
[6] ya que prosigue fuera de ellas en un movimiento temporal de anticipación de la sesión por venir que se produce a expensas del saber del analizante y de retroacción sobre las definiciones de partida.
Quien ha sufrido el divorcio del otro produce en una sesión dos sintagmas ligados a la caza que, en la sesión siguiente, se revela como significante con valor de escrito por su “valor de perpetuarse más allá de las circunstancias que condujeron a enunciarlo”, significante necesario de la repetición que puede producir acumulación de saber pero el tiempo que está en juego para producir este saber no es progresivo sino que necesita de la escansión (“comporta la adquisición de un resultado parcial que, como tal, lleva a cabo una mutación del problema inicial”) implicada en el tiempo lógico.

Más tarde, este trabajo del analizante sobre la demanda de amor a su padre se verifica como un primer momento de concluir que tiene efectos en la relación con su partenaire Trastorno no sólo es confusión, enredo, desarreglo, desorden, desorganización, perturbación, tráfago, definición del diccionario que la desconfianza actual en el síntoma recoge pretendiendo reparar un humano-máquina. Trastorno es una novela de Thomas Bernhard. Un hijo acompaña a su padre médico mientras visita a sus enfermos y, entre la vida y la muerte, el abismo de la filiación muestra su abismo sin remedio... No hay problema –diría Miller citando a Queuille
[7]–cuya falta de solución no pueda resolverlo.
Se verá así que el síntoma (en sentido analítico) se presenta como un ejercicio singular de tratamiento de este trastorno.

Graciela Musachi


[1] En Eric Laurent Entre transferencia y repetición Atuel Anáfora Bs.As.1994.
[2] Oscar Martínez, Editorial Atuel. Bs.As.2005.
[3]La Nación 28.8.2005.
[4] “La respuestas del psicoanálisis a las TCC” Página 12 11.8.2005.
[5] Jacques Laca: Seminario “La topología y el tiempo” (inédito).
[6] Jacques-Alain Miller:Los usos del lapso Paidos. Bs.As.2004
[7] Curso 3 y 10.12.2003.

Sobre las artes visuales (según lo que se dice de ellas)

XXI COLOQUIO DE LA REVISTA DESCARTES

Fundación Descartes, 24 de noviembre de 2007

Sobre las artes visuales

(según lo que se dice de ellas)

El psicoanálisis entre las vanguardias argentinas

En presencia de la revista Litoral Nº 243, especial “Argentina”, España, 2007

Conversación de Daniel Santoro y Germán García


GG - Voy a acompañar a Daniel Santoro, a quien uds. conocen. Es un artista plástico que ha hecho también una muy especial performance ¿cómo se llama lo del Pulqui[1]?

DS - Acción artística.

GG.- Una acción artística que fue lo del Pulqui. Como uds. vieron el Pulqui no apareció en la exposición de Ezequiel (se refiere a la exposición anterior de Ezquiel de Rosso sobre los viajes en la ciencia ficción), tendría que haber aparecido quizá lo del viaje, era un viaje de ciencia ficción, realmente. El Pulqui como Santoro lo había armado.

Pero lo que me interesa es hablar un poco de algunos temas de nuestro lugar. Salió esta revista española, parece que van a reeditar acá, que se llama Litoral, este número dedicado a Argentina. Es una revista que me gusta porque nació en Málaga en 1926, luego se exiliaron con el franquismo y la retomaron cuando volvieron. El número que nos dedicaron a nosotros es el 243. No se parece a nuestras empresas editoriales, son más persistentes. La revista está ilustrada… (dirigiéndose a Santoro) -estás aquí, por supuesto.

La revista está ilustrada con todos nuestros artistas plásticos y recorre toda la poesía vanguardista, antología de distintos tipos. Está Berni, Xul Solar, Pettoruti, Ramón Silva, Lorenzo Gigli -tengo un dibujo de él, un retrato de Macedonio Fernandez-, Nora Borges, Alfredo Gutero, Carmelo Arden Quin (está colado, es uruguayo). Una vez le pusieron a Macedonio “humorista uruguayo” y Macedonio replicó en una carta diciendo que lo único que tenía de uruguayo “es haber vivido toda mi vida en Buenos Aires”. Está Spilimbergo, Martín Blasco, Esteban Lisa, etc. etc. Bueno, no hay que olvider que es argentino todo aquel que habita el suelo argentino… Soldi ¿Soldi está bien a tu criterio?

Después los poetas y escritores, viene nuestro amigo Piglia, una entrevista a Piglia, Pablo Ezequiel…Están las tapas de las revistas de vanguardia, después una serie, Lucio Fontana que no podía faltar,… Carpani. Carpani hacía obreros, y se decía que él pensaba mal de los obreros porque los hacía muy musculosos y con la frente angostita, Luis Centurión, Antonio Seguí, Jorge de la Vega, Gorriarena, Roberto Fernández, Noe ¿a cuántos conocés? Y Daniel Santoro, como no podía faltar, a quien tenemos aquí, al abanderado de los humildes.

DS - En política no me meto. Yo soy peronista.

GG - Bueno, ahí empezamos el tema. Iba a traer un trabajo de Ana Amado que salió en la revista Confines. Lo que me interesaba, para charlar un poco, - ésta es particularmente mi manera de tratar de entender algo de lo que hacés- es relacionar tu obra con Anselm Kiefer y con Joseph Beauys. Porque en los dos casos ocurrió que ellos tuvieron que afrontar la historia pasada de Alemania. Entonces, la afrontaron con una ambigüedad política muy especialmente calculada, sobre todo Kiefer, donde a la vez que su obra iba siendo mundialmente reconocida era resistida en el propio país porque querían que dijiese claramente cuál era su posición respecto de ese pasado.

Porque, por ejemplo, una idea de Kiefer es poner un gigantesco paredón y hay un Hitler pequeño. Entonces ¿qué es eso? ¿Está en contra, está a favor?. Otro ejemplo, en Kiefer, hay un horno que está vacío, ennegrecido, al fondo hay una estrella de David o un candelabro, y el contorno, es el formato del peinado de una mujer alemana. Por otra parte, un artículo que leí de un francés, que era a favor, en uno de los subtítulos decía “¿Beuys y Hitler?” Preguntaba ¿Beuys y Hitler? Porque Beuys tiene un mito muy particular, él pelea en la guerra, nunca dijo nada de esa pelea en la guerra. Cae prisionero en un campo ruso, dice que no vió mucho pero ya le bastó. En otro momento, tuvo un avión que tres veces calló en picada, se salvó las tres veces, y la última lo salvaron unos esquimales nómades, que había por ahí, que lo envolvieron en grasa y fieltro. Lo tuvieron con ellos un tiempo, le salvaron la vida, incluso lo invitaron a vivir con ellos, él dijo que no, que se volvía a su civilización. Volvió y a partir de entonces incorporó tanto la grasa como el fieltro en todas sus obras. Entonces, él tenía la intención de trabajar con mitos colectivos, como un punto de contacto. Con mitos colectivos tanto en Alemania como cuando es invitado a EEUU. Ahí, por ejemplo, como se entera que el coyote era un animal medio sagrado para una tribu y a su vez los norteamericanos mataban coyotes por deporte; su obra de arte fue meterse en una jaula con un coyote, adentro del museo, envolverse en fieltro y quedarse ahí. El coyote fue confiando, después se hicieron amigos, el coyote dormía junto con él. Eso hacía dentro del museo y cuando salía del museo pedía una limosina gigantesca, hotel supercaro, lleno de amigos, haciendo fiestas. Al final los del museo decían que se fuera. Les salía con unos gastos que parecía imposible seguir manteniéndolo en Nueva York.

Eso era para tocar el “inconsciente colectivo” de los norteamericanos respecto de esa criminalidad que tenían con el coyote, y su relación con el dinero.

Después en su ciudad natal hizo plantar, creo que 7000 árboles. Cuando él murió habían llegado a los 5000 y eso continuó y llegó a los 7000. Era reivindicado por los verdes, porque iban a reventar un bosque para armar unas canchas de tenis y dibujó en cada planta algo y puso un discípulo arriba de cada árbol. Les dijo si ustedes sacan estos árboles corren el peligro de matar a estos estudiantes de arte o al menos a algunos de ellos y además de destruir todas las obras que están pintadas en estos árboles. Con lo cual tuvieron que retroceder. Hacía cosas que provocaban mucha ira. Le ponían el número clausus, una limitación de alumnos, en una academia y él no hacía caso y dejaba entrar a cualquiera, lo sancionaron, lo hecharon. Y entonces empezó a enseñar por su cuenta y se llevó todo porque la gente prefería más cosas firmadas por él como artista que firmadas por una academia de arte, que finalmente era un aparato del Estado.

Beuys fue el tipo que sacó a Duchamp de las casillas porque Duchamp vivía en su silencio desde los años 20, y hasta los 60. En los 60 Beuys se hizo muy amigo de Warhol. En un reportaje dijo “se ha exagerado el silencio de Duchamp”, entonces empezó a hacer la crítica del silencio de Duchamp. Warhol sacó unas 30 Mona Lisa y dijo “30 es mejor que una”. Duchamp, entonces, sacó una Mona Lisa sin bigotes como había sido originalmente, lo acusaron de haberse vuelto atrás. Creo que lo sacaron un poco de las casillas entre la política que armaron Beuys y otras personas.

Daniel Santoro pinta motivos de la mitología peronista. Sabe Chino, los pinta con frases en caracteres chinos. Son un poco incomprensibles, digamos, hay que preguntarle a él lo que quieren decir o tomarlos como elementos estéticos.

Hay un libro El manual del niño peronista, que recoge una cantidad de obra, y él ha ido creando una especie de lecturas de ese pasado peronista. Primero traduciendo, casi literalmente, mitos populares. Hay uno muy divertido que es Evita castiga al niño gorila y es un niño todo peludo al que Evita le está pegando. Y después ha hecho deliberadamente ciertas cosas de intención provocativa con la iconografía de la izquierda. Como mucha gente sabe que somos amigos, me preguntan: “¿es en serio o no?” Y les digo “sí, pero no sé en qué sentido”. Porque en serio es en serio, es un artista serio pero ahora, digamos, que uno le pida una versión unívoca de sus cosas. Creo que se sabe cuidar muy bien de no dar esa versión, y bueno que la obra hable por sí misma. Como decía Roberto Jacoby muy bien hoy, es curioso que sea el propio mercado o los que escriben en nombre de él, los que presionan para que las personas de vanguardia digan claramente que lugar tiene para que ellos puedan escribir alegremente que el lugar que tenga, sea el que sea, siempre va a depender del discurso que tengan ellos.

Me gustaría que Santoro charlara con ustedes, que le preguntaran si tienen ganas. Él tiene una tesis, que hemos charlado mucho, sobre el espacio intermedio, pues es una idea que también solía usar Lacan para decir que una sesión analítica no es sino dos personas con un espacio intermedio donde en tanto no hay nada, hay que poner algo, hay que hablar.

Así que si querés hacer una introducción, si querés hablar, después que pregunten, acá hay alguna gente familiarizada con tu obra…

DS- Bueno… la tesis de mi obra es la del tema del espacio intermedio. Fui, más o menos, armando algo que tiene que ver con una explicación. Cuando uno es peronista parece que siempre tiene que dar explicaciones de por qué es peronista. Eso me pasó mucho haciendo las muestras sobre todo en un principio cuando empecé a trabajar sobre la iconografía. Trabajo sobre la iconografía del peronismo fundacional, sobre los diez años en donde se instauró, en cierto modo, el mito. Había venido una galerista que quería exponer mi obra y no sabía lo que estaba haciendo. Cuando vio lo que pensaba exponer me dijo que me había vuelto loco, que era una cosa imposible, que eso no se podía mostrar en su galería, que si pintaba a Evita, todavía, pero ... estaba pintando a Perón y vestido de general, eso ya era intolerable. Esos fueron más o menos los argumentos. De esto no hace mucho, ocho o nueve años. En ese momento había ganado de la Rúa, no era un momento en el que se podía decir: “es una especulación política”, todo lo contrario, estaba como en una bajante. Me llamó la atención ese argumento. La muestra finalmente la hice en Recoleta y se llamó “Mundo peronista”, una muestra que tuvo su repercusión, incluso cierta repercusión internacional. Una revista que se llama Modern painters mandó un crítico de arte y me hizo una nota muy importante. Eso le dio como el síndrome de Gardel que tenemos acá, una especie de homologación, entonces algunos críticos ya se animaron y fue, en cierto modo, aceptada. Lo cual hizo que después la galerista expusiera la obra sin ningún problema… un par de años después. Todo ese tipo de juicios, conducen que al presentar las imágenes haya una necesidad de explicar algo, las cosas no pueden quedar así, hay cuestiones que deben ser aclaradas porque sino la cosa sería mal vista. Es una obra que paradójicamente se vuelve conceptual. Huyo del arte conceptual. En realidad también no me puedo asumir como un artista conceptual pero la idea de introducir la literatura en la imagen o la necesidad que penetre la literatura es algo que no me gusta, que no es mi línea de actuar. En cambio este tipo de pinturas necesitan de la literatura, por lo menos de cierta explicación que las torne tolerables si se quiere. Y bueno, eso me pasó con una cantidad de obras, entre ellas la que decías de Evita castigando al niño gorila, que se tornó también como cierto cuadro un poco emblemático (…) por el hecho de que tal vez también sea el más ambiguo, en donde la presencia de Eva es una presencia que puede ser leída como maligna, como una virgen negra, y la actitud de ella que está castigando también al mismo tiempo…, yo a esa imagen la saqué de una foto en la que ella está saludando desde el balcón de la Casa Rosada, está con la mano levantada, la corté por donde comienza la baranda del balcón y le puse al chico gorila en el regazo y entonces parece que le está pegando. Entonces hay una ambigüedad en la misma imagen que la torna… incluso que le da un cierto toque erótico. En fin, es muy polisémica la imagen y entonces es aceptada a partir de eso. Pero el tema en sí, sobre el tema del peronismo fui armando con todas esas imágenes, esas especies de visualizaciones, una especie de tesis de qué es el peronismo. Porque lo que decía antes es el tema de que el peronismo necesita ir acompañado de una explicación. En primer lugar ¿qué es el peronismo? Es una pregunta que siempre uno tiene que estar contestando cuando se mete con el peronismo. Entonces se me ocurrió que la mejor explicación era esa del espacio vacío, en el medio de una contradicción. Y esa explicación no la inventé yo sino que en realidad la tomé o hasta cierto punto adiviné algo de esa misma intención en Xul Solar. Xul tiene todo un período, desde el año ‘49 más o menos hasta que murió en el ’54, en el que trabajó exactamente la misma cuestión de la tercera posición. El emblema del número tres, con una serie de árboles de la vida que hizo tomados de la cosmogonía de la cábala, en donde él ponía la banderita argentina en algunos lugares. Seguí la secuencia de cuadros y más o menos detecté unos diecisiete cuadros con ese tema…

GG - están expuestos en la fundación Xul Solar.

DS - En la fundación hay algunos, sí, hay una par, incluso hay un altarcito. Tomé muchas ideas de él, incluso hay una cuadro muy grande que hice que es un homenaje a Xul, un homenaje al compañero Xul aparte porque es otra de las cuestiones. Xul se asumía como peronista de una forma sui generis, de una forma, como decirlo, casi religiosa, a partir de esta explicación, si se quiere, de un peronista pitagórico. La búsqueda del tres como resolución de la contradicción y la tercera posición. El incluso firmó el libro de apoyo, el libro azul con Homero Manzi y Marechal ...

GG - de ahí Borges parece ser…

DS - Parece que las peleas con Borges tienen que ver con eso. Hay muchos coleccionistas, que no puede tolerar que Xul tuviera algún acercamiento al peronismo. Lo mismo le pasa al suplemento cultural de La Nación, porque Xul es parte del staff permanente, hay cuatro personas que siempre salen. En la semana siempre hablan de Victoria Ocampo o de Bioy Casares, la esposa y Xul Solar son siempre gente que está en el staff, como en el Olimpo de nuestra cultura. Entonces, el peronismo ahí no puede penetrar, es un lugar en donde no sería aceptado de ninguna manera. El peronismo se desliza y…

GG - ¿Habló de vos La Nación?

DS - Sí, pero después de un tiempo, cuando las cosas se pusieron un poco más pesadas, pero al principio lo negaron. Cuando fue la muestra “Mundo peronista” ni siquiera me citó en la agenda. En la agenda que salen todos a la muestra no la citaron por el nombre.

GG - Hace como treinta años, intervine en Medicina, un lugar serio, en un congreso y había hecho un trabajo que se llamaba “La ecuación cuerpo – falo”, una cosa de la mitología nuestra, pero entonces los de La Nación pusieron “Una ecuación del cuerpo” (risas), lo cual si lo pensás es peor porque es más escatológico una ecuación del cuerpo que una ecuación cuerpo – falo.

DS - Este tema de la tercera posición, del espacio vacío en el medio, finalmente lo hice en la acción artística sobre el Pulqui. El Pulqui es eso, es un ala izquierda, un ala derecha y un espacio vacío en el medio. El Pulqui sería, en cierto modo, el movimiento peronista también. Ese tema a mi, con cierta lectura de todas las cosmogonías orientales empezando por la hindú y siguiendo por la Cábala misma y llegando hasta el cristianismo en dónde por ejemplo la santísima trinidad sería esa representación también, entonces el padre, el hijo, que son dos encarnaciones, dos cuerpos digamos, dos entes sólidos y el espíritu santo que siempre es sutil. Siempre la tercera irrupción no es corpórea, es un vacío en realidad, es algo que invade, llena y relaciona a las dos corporeidades. Entonces me pareció interesante la idea del espíritu santo, o sea que el justicialismo sería entre la izquierda y la derecha esa presencia como la del espíritu santo. O sea, no tiene interioridad es todo exterioridad.

GG - Después encarnó. Fijate que en la teología peronista Perón mismo después parodió el movimiento. Porque el Espíritu Santo, que es el goce materno, termina encarnándose poco después en el mito de María. En el siglo II o III, se levanta la figura de la madre. Y Perón cuando volvió en el ‘73 dice que cada vez que veía un niño que lo saludaba, él se daba cuenta de que no era el niño sino su madre. Incluso dijo “porque la madre es quien hace el subconsciente de los niños”. O sea que Perón encarnó la mediación. Una frase que no era freudiana porque la aprendió en España y ellos dicen “subconsciente” en vez de inconciente...

DS -…ahora fijate que también hay una metáfora arquitectónica en todo esto. Tanto la izquierda como la derecha tienen su sede partidaria, siempre, y tratan que sea un edificio en donde uno pueda ingresar y al mismo tiempo pueda ser expulsado. O sea que la creación en un edificio de una sede partidaria es para poder expulsar a la gente en realidad, es un buen artilugio. En cambio el problema del peronismo y esto no es un problema sino que es la virtud, es que nunca tuvo sede partidaria, las sedes partidarias que se intentaron nunca fueron válidas, nunca se convirtieron en el centro para decir ¿dónde está el peronismo? En Matheu… y no está en Matheu, el peronismo no está en ningún lado, es decir está en todas partes ¿no? La idea es que del peronismo nadie puede ser expulsado porque carece de interioridad, siendo todo externo… incluso cuando Perón echó a los montos de la Plaza. Mentira, primero que no los echó y después que no los echó tampoco. Pero no los echó ni en el discurso ni después. Nunca nadie echó a nadie, ni Perón puede echar a ningún peronista…

GG - No, usó las tres I: imberbes, imbéciles, infiltrados.

DS - Pero no dijo Ud. no está más dentro del Peronismo. (…) pero bueno, esa es una de las cuestiones. Entonces, el Peronismo en ese sentido tiene esa cualidad de ser un ente inasible y de cumplir la función que cumple Brahma para los hindúes, entre Shiva y Vishnu o la función que cumple entre Ahriman o Auramazda en el Zoroastrismo. Entre ambos esta la figura de Mithras que Jung escribió mucho ¿no? Mithras es esa figura que es misteriosa, siempre de la tercera…

GG - La referencia a Jung y a lo oculto aparece en toda la vanguardia pictórica. Mi teoría es porque tiene que ver con la mirada… Kandinsky, Mondrian estaban interesados en la teosofía, también Beuys a través de Rudolf Steiner.

DS - ¿Por qué?

GG - Porque la mirada no se puede situar. El ojo sí, pero la mirada… San Agustín se preguntaba por qué el ojo además de ver, mira. Él dice que la mirada es el alma del ojo. Pero ¿por qué mira el ojo? Y San Agustín propone una cosa extraordinaria, en el Tratado de la Trinidad dice que buscamos en el mundo aquello que encantó a nuestra madre cuando estaba embarazada de nosotros. Lo podés hasta citar en latín porque está bilingüe en la BAC (Biblioteca de Autores Cristianos). Pero quiero volver a Beuys y a Kiefer ¿Te sentís emparentado con ellos? ¿Sentís alguna afinidad?

DS - Lo que pasa es que la actividad de ellos es un poco más distanciada del oficio y yo me siento más cercano al oficio, entonces ahí lo mío es más conservador, si se quiere, o anacrónico, aunque ahora ser anacrónico ... Leí el libro de Didi-Huberman que me dijiste…

GG - ¿Te gustó o no?

DS - Me gustó mucho, Ante el tiempo, léanlo que está muy bueno y habla del anacronismo y eso… Kiefer y Beuys están mucho mas cerca, por supuesto, del conceptualismo, y hay un cierto desprecio, sobre todo en Kiefer, incluso un cierto desprecio por el oficio o por lo menos lo pone subsidiariamente al logro de la obra y para mi está por delante, en eso soy medio tano fabriquero. Yo siento que la obra primero tiene que estar hecha de una manera convincente. Primero tiene que convencer porque es una pintura, porque es un dibujo y no por lo que quiere decir o por la intencionalidad que tenga. Eso me aleja del arte contemporáneo y hace que tenga problemas en ese terreno, con la pintura contemporánea, con la plástica contemporánea, porque algunas cosas las desprecio. Para mí Duchamp no es ninguna bisagra en el arte contemporáneo. Me interesa más Balthus. Y eso es una lectura que no es la oficial. Las instituciones artísticas homologaron cierta forma de ver la historia del arte en la que forzosamente me sitúo lateralmente, en todo caso como una curiosidad. Hay un pintor alemán -que no se si te había dicho- Neo Rauch, como el pasaje Rauch. Es un tipo joven, tendrá cuarenta y pico de años y a mi me interesa mucho. Él hace también un sincretismo, toma desde Dalí hasta la estética del Comic y es un gran pintor, un tipo con un oficio tremendo, y toma toda la historia. Él se formó en la Alemania comunista y tuvo grandes maestros alemanes y después con la caída del muro empezó a trabajar con esa vieja patria. En cierto modo lo hace con un sentido muy parecido al mío porque él ahí ve también la patria de su niñez, de esa patria de felicidad un poco artificiosa creada por el stalinismo y él rescata eso, lo rescata de una manera irónica pero también ambigua por eso también tiene sus problema ¿no?
Ahora que veía la tapa[2], sabés que este es Horacio March pero le pusieron una especie de trasatlántico que no se… porque Horacio March, el cuadro de él que está acá adentro tiene una manifestación en el fondo, es muy conocido. Esto hablando del tema del oficio de la pintura. Horacio March era un tano que habrá muerto hace veinte años, o un poco mas, tal vez treinta. Yo lo tuve por casualidad de profesor de pintura un año que hice la Escuela Belgrano, después largué. Él estaba ya a punto de jubilarse, tendría más de ochenta años. Entonces daba vueltas por los caballetes y era el turno noche o sea que era gente que trabajaba en sus cosas y entre ellos había un médico, un tipo ya grande, que venía a pintar, venía con mucho entusiasmo pintando y el tipo era muy malo, era negado, todos veíamos lo que hacía y era tremendo, era notablemente malo. Y este hombre, daba vuelta por los caballetes y de vez en cuando, miraba las cosas de lejos; miraba y a veces nos decía algo, una acotación siempre muy certera, decía “este rojo está muy jugoso” y uno, más o menos, entendía. Muy metido en el oficio, muy italiano en eso. Y a este hombre a lo largo de medio año nunca le había dicho nada, siempre pasaba por alrededor, pero nunca le había dicho nada. Un día se hartó y lo paró al maestro y le dice “maestro ¿por qué no me hace algún comentario sobre mi trabajo?” Entonces lo miró y le preguntó “Usted ¿a qué se dedica?” – “y yo soy médico”, entonces se queda pensando y le dice “mire le voy a decir algo, es más lindo ver sufrir que sufrir”.


Desgrabación realizada por Eduardo Romero

[1]Pulqui: un avión de tecnología de avanzada fabricado en la Argentina durante el gobierno de Perón, al parecer diseñado por ingenieros alemanes.

[2] Se refiere a la tapa de la revista Literal Nº 243 que con su presencia causó esta conversación.

Chomsky y ese oscuro problema que suele abarcarse con la palabra sugestión

En el Prefacio a El conocimiento del lenguaje (Alianza, 1989), Noam Chomsky ubica dos temas de especial importancia. Denomina al primero “el problema de Platón” y observa que Bertrand Russell lo describió adecuadamente cuando planteó la pregunta: ¿cómo es posible que los seres humanos, cuyos contactos con el mundo son breves, personales y limitados, sean capaces de saber todo lo que saben?

Con respecto al segundo, lo denomina “el problema de Orwell”, y subraya que es un equivalente de lo que podemos llamar el problema de Freud en el ámbito de la vida social y política. En su opinión, buena parte del interés del estudio del lenguaje reside en el hecho de que ofrece una vía de aproximación a estos interrogantes.

En principio la situación no parece diferente de la que encontramos en otros ámbitos de investigación empírica. Atentos a las revelaciones del lenguaje, así como a su opacidad y su textura, muchos intelectuales, estadistas y poetas se han interesado en su capacidad para imbuir creencias firmemente sostenidas y ampliamente aceptadas, aunque a menudo en flagrante contradicción con hechos obvios del mundo circundante.

Si el problema de Platón consiste en indagar cómo conocemos tanto teniendo en cuenta que los datos de los que disponemos son tan escasos, por el contrario, el problema de Orwell consiste en explicar cómo conocemos y comprendemos tan poco, a pesar de que disponemos de unos datos tan ricos y una evidencia tan amplia.

¿Qué es lo que permitiría salvar el hiato entre la experiencia y el conocimiento? En el último párrafo del Prefacio, Chomsky advierte que a menos que lleguemos a comprender “el problema de Orwell” y a reconocer su importancia en nuestra vida cultural y social, “existen pocas probabilidades de que la especie humana sobreviva el tiempo suficiente para descubrir la respuesta al ‘problema de Platón’, o a otros interrogantes que desafían nuestro intelecto y nuestra imaginación”.

Una lengua, escribe en el capítulo 2, es un dialecto con un ejército y una armada, expresión que atribuye a Max Weinreich. Desde esta perspectiva hace explícito su interés en las relaciones entre persuasión y comunicación masiva. Sus observaciones, publicadas en la revista española Cambio, 1983 y en Thoreau Quaterly, otoño 1983, ofrecen una larga serie de ejemplos sobre la sutileza y complejidad de las formas inductivas en la transmisión de los valores de una cultura. El examen del tema subraya el hecho de que en distintas circunstancias factores racionales, como el amedrentamiento de los individuos, no agotan la intelección de los fenómenos observados; creencias y suposiciones también operan en la cohesión social. En toda palabra hay un elemento de sugestión.

Chomsky revisa el libro de George Orwell, 1984, y su retrato de las prácticas soviéticas, haciéndolas extensivas a las prácticas estadounidenses y los dispositivos utilizados para asegurar obediencia. En ese recorrido, no sin cierta ironía, apela a las paradojas de lo que Walter Lippman en 1921denominó “un arte”: la manufactura del consentimiento.

En sus estudios sobre los medios de comunicación, Lippman describe un mecanismo mental que reduce la información a estereotipos recurrentes. Los seres humanos suelen privilegiar "the pictures in their heads", concluye. Imágenes de sí mismos, de los demás, y de sus necesidades y propósitos, condensan ideas y asignan a la realidad una referencia que, a todas luces, constituye el fondo de cualquier articulación posible de las palabras.

Pero, ¿qué es lo que presta algunas palabras esa capacidad de influir tan decisivamente sobre la vida anímica de un individuo, y en qué consiste la alteración que le imponen?

Fue en la primavera de 1919 cuando Freud tuvo por primera vez la simple idea de explicar la psicología de las masas. En febrero de 1920 ya estaba trabajando sobre el tema, no obstante no comenzó a darle su forma definitiva sino hasta febrero de 1921. Freud vuelve en esa oportunidad al hipnotismo y a la “tiranía de la sugestión” para poner al desnudo sus resortes. Esa sugestionabilidad que había experimentado siendo testigo del asombroso arte de Bernheim en 1889 era uno de los temas que lo atraía desde la época de sus estudios con Charcot.

Freud se interesa en la forma en que surge la hipnosis y el carácter electivo que la hace adecuada para determinadas personas. En el curso de su indagación confiesa una particular urgencia en averiguar en qué consisten las tesis del incremento del afecto y de la inhibición del pensamiento experimentados por el individuo a raíz de su fusión en la masa.

Recurre entre otros a Le Bon (Psicología de las masas, 1895) y a McDougall (The Group Mind, 1920). Para Le Bon los fenómenos observados se reducen a dos factores: la sugestión recíproca, el efecto de contagio que Tarde en 1890 llama imitación, y el prestigio del conductor. En cuanto a McDougall, el principio de inducción primaria del afecto excusa la hipótesis de la sugestión.

Psicología de las masas y análisis del yo se sitúa en un orden muy diferente. La indagación, que llega a un cierre provisional, abre diversas vías laterales que hasta el momento habían sido evitadas, operando a través de sus premisas un desplazamiento. En el primer párrafo Freud aclara que la oposición entre psicología individual y psicología social o de las masas, “que a primera vista quizá nos parezca muy sustancial, pierde buena parte de su nitidez si se la considera más a fondo. (…) En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato, pero enteramente legítimo”.

Esa suerte de imperio que ejerce sobre nosotros un individuo, una obra o una idea estructura una constelación que puede permanecer inconsciente durante mucho tiempo a causa de un peculiar proceso psíquico que Freud designa con el nombre de defensa. Así pues, lo mismo que en el sueño y en la hipnosis, en la actividad anímica de la masa el examen de realidad retrocede frente a la intensidad de las mociones de deseo afectivamente investidas. Vínculos de amor constituyen la esencia del alma de las masas, y lo que correspondería a tales vínculos afectivos o, expresado de manera más neutra, lazos sentimentales, está oculto tras el velo de ese oscuro problema que suele abarcarse con la palabra sugestión.


Alicia Alonso

ENCUENTROS Y DESENCUENTROS

Conocí a Néstor Sánchez en la época en que publicó Nosotros dos, cuando paseaba con Vicky –a quien le dedica el libro– por el mismo circuito que frecuentaba yo: los bares de la avenida Corrientes, el bar Moderno que se sustituiría por el Bárbaro, con esa población que retrataba el filme Tiro de gracia, protagonizado por Mario Skubin y Sergio Mulet (también autor del libro).

Fuimos amigos de entrada, leíamos cosas parecidas y teníamos un pasado donde algunos hilos se cruzaban. Algunas experiencias nos hermanaban (uso esta palabra por mi hermano, ya muerto).

Vicky era Victoria Slavuski, que mucho después publicaría Música para olvidar una isla, una novela erótica donde los temas de la amistad y el amor, con algo iniciático, hace presente, de alguna manera, a Néstor Sánchez.

Lo recuerdo altivo, con una mezcla de paciencia y violencia contenida que apareció más de una vez (en esa época las peleas eran frecuentes).

Nosotros dos tenía para mí, en aquella lectura de hace cuarenta años, algo del tono de Pavese y de la Nadja de Breton, también de Kerouac (lecturas que compartimos). Además el gusto por cierta literatura iniciática que giraba en torno al budismo zen, la experiencia de la mescalina, etc. Lo que no excluía que leyéramos los trabajos sobre el lenguaje de Merleau-Ponty, un poco antes de que el “estructuralismo” estuviese de moda y la lingüística circulara entre quienes escribíamos.

Julio Cortázar elogió a Néstor Sánchez en unas páginas de La vuelta al día en ochenta mundos, lo que hizo que la segunda novela, Siberia blues, fuera más leída y llamara la atención sobre la primera.

Yo era nueve años menor que Sánchez, de manera que podía celebrar sus logros, lo que no era fácil para los que tenían su edad. Nuestra amistad no era privada. De los años que viví en hoteles y pensiones me quedó la costumbre de los bares y los restaurantes como los lugares más apropiados para la amistad. Aunque alguna vez Sánchez fue a mi casa, donde yo vivía con mi primera mujer y mis dos hijos.

Recuerdo que una noche lo invité porque Osvaldo Lamborghini lo quería conocer (mejor sería decir que quería saber qué opinaba de El fiord, que se estaba por publicar). Y llegó la pregunta que Sánchez no podía eludir porque yo le había pasado el manuscrito antes, de manera que respondió sin inmutarse: “No me interesa en absoluto este tipo de literatura”. Lamborghini, según le dijo una noche a Rodolfo Walsh, dividía la literatura en un antes y después de su libro. Así que la respuesta lo dejó mudo un rato. Hasta que empezó a explicar la ceguera de Sánchez, que había dejado de escucharlo y hablaba de Coltraine, que sonaba en el tocadisco.

La comida duró, pero el clima había cambiado. Nuestra charla viró hacia temas iniciáticos y entendí que los tomaba demasiado en serio. Eso para mí era una especie de broma para él empezaba a ser parte de una desesperación.

De su literatura me gustaba –me gusta– el fraseo musical deliberado y una desarticulación de la sintaxis que es imposible no relacionar con la de Macedonio Fernández en los mejores momentos de Museo de la novela de la eterna.

Cuando publicó El amhor, los orsinis y la muerte (1969), yo había publicado Nanina un año antes y Sánchez me hizo comentarios amistosos. La dedicatoria particular de su libro lo dice: “Para Germán, entre el maestro y la parca, con la intuición de la amistad que no debe finir, Néstor”.

La búsqueda de un maestro, la parca y el deber de la amistad: su programa de vida parece resumirse en estas palabras. Amhor, con esa letra muda y enigmática, las mujeres sustituidas por los orsinis en paráfrasis de un conocido título. Leo en la página 153: “¿El surrealismo es una pendejada infamante, la arrogancia ubico – psicologística? Escribo más de diez horas por día (palabras viejas, viejísimas) me alimento mal mientras crece la barba; como si todo absolutamente todo pretendiera empezar a partir del Sarmiento y yo que lo miro. ¡Acaso sigo necesitando una mujer benéfica, concertante, de cámara?” La pendejada del surrealismo había sido de su gusto, leía y conocía a los surrealistas de Buenos Aires: Madariaga, Molina, Pellegrini. Ahora comienzan a resonar otras preocupaciones, la búsqueda de una sabiduría más allá del amor, más allá de una mujer benéfica.

Cuando se publicó Cómico de la lengua hacía tiempo que no sabía por dónde andaba, pero enseguida supe cómo leer ese libro extraño. Nuevos narradores argentinos (Monte Ávila, Venezuela, 1970), compilado por Néstor Sánchez, incluía a Miguel Briante, Antonio Dal Masetto, Fernando de Giovanni, Jorge Di Paola, Raúl Dorra, Mario Expósito, Aníbal Ford, Germán García, Leandro Katz, Gregorio Kohon, Héctor Libertella, Reynaldo Mariani, Juan Carlos Martelli, Martín Micharvegas, Basilia Papastamatíu, Ricardo Piglia, Ruy Rodríguez, Horacio Romeu, Germán Rozenmacher y Rubén Tizziani. Me llegó de sorpresa. La presentación dice que se trata de veinte narradores argentinos que “en el peor de los casos, sólo llegarían a los 25 años de edad” (en alusión a una decena de años antes de la publicación). Agrega: “Por dos motivos (exceso de edad y/o divulgación suficiente) fueron excluidos: Manuel Puig, Daniel Moyano, Tomás Eloy Martínez, Juan José Hernández, Rodolfo Walsh y Juan José Saer.

De los veinte narradores varios compartían con Néstor Sánchez el gusto por un texto que no siguiera lo que llama “novela de cámara”.

Dice en la misma presentación: “... por un lado la permanencia inevitable del realismo sin atenuantes (o con sus propias esfumaturas y modorras); por el otro la irrupción del Texto que querría negarse a ser cuento, o relato, crónica (...) el material vale la pena porque muestra una transición y, al mismo tiempo, un cansancio, cierta confianza cuestionadora en relación con determinado criterio de realidad (y de palabra), más, al mismo tiempo, la sospecha de que el lenguaje escrito podría protagonizar una sospecha, como tal”. Creo que esta cita dice bastante de lo que Sánchez pensaba de la literatura, como de lo que efectivamente realizó.

Pasé unos años en Barcelona, cuando volví en 1985 no tardé en encontrarme con Néstor Sánchez, que unos meses, un año después volvía de una travesía de largos años, de una penuria impuesta por su certeza de encontrar un absoluto, de escapar de la finitud de la parca. Charlamos unas horas en un departamento que yo tenía en Junín y Viamonte. Fui a comprar una botella de whisky –fue lo que prefirió–.

Me preguntó si me molestaría que se sacara una dentadura postiza que le molestaba. La dejó sobre la mesa, era un objeto que presentificaba la muerte de la que no dejaba de hablar. Había publicado o estaba por publicar La condición efímera, un libro de relatos donde aparecían sus ideas esotéricas. Después de un tiempo en París había vagado años por Nueva York, extraviado en su búsqueda de la eternidad (otro rasgo que lo relaciona con Macedonio).

Le presté un lugar donde dar clases, hacer un taller literario, alguna cosa que lo pusiera de nuevo en circulación. Dio algunas clases a unos jóvenes entusiastas que conocían su nombre y algo de lo que había escrito. Ignoro por qué la cosa no siguió.

La tarde de nuestra charla me dijo que era posible que viviese cientos de años. Frente a mi silencio matizó con algo que podía convertir su desesperación en una broma: “No puede ser que uno se pase la vida como un imbécil y que cuando empieza a entender algo tenga que morir”. Acepté sus palabras con un movimiento de cabeza, era alguien a quien quería y ese encuentro me resultaba doloroso.

La novela de Victoria Slavuski (Vicky) tiene una cita de Tennessee Williams, que podía ser justa para definir ese momento, donde estábamos “como niños armando un nombre de Dios con un rompecabezas que está equivocado”. Supe de sus últimos años lo que hubiese preferido ignorar, por eso me alegra que ahora exista para otros como existió para muchos de nosotros.


Germán García

DEMASIADA LITERATURA

En una novela que difícilmente entre en lo que considero literatura (“Pensamientos secretos”), David Lodge encarna en dos personajes el abismo que Charles P. Snow describió en 1959 como “Las dos culturas”, abismo que encontró en el ejercicio de su campo específico, el de la educación universitaria en Inglaterra y que se describe así: los que se dedican a las ciencias llamadas duras no saben nada (ni quieren saber) del campo de las letras y viceversa. Aunque años más tarde, él mismo y otros (el último en llegar es un tal John Brockman) han pretendido zanjar este abismo de distintos modos, la imposibilidad persiste y es lo que pone en escena Lodge cuando enfrenta a Ralph Messenger (su apellido alude, es sabido, al programa para mensajes de texto, en tanto que su profesión es la investigación en Ciencias Cognitivas) con Helen Read (su apellido es “Leer” y su profesión es la enseñanza de las letras siendo, además, novelista). El abismo pretende zanjarse con la alegoría de la seducción mutua pero una amenaza de muerte que se cierne sobre uno de ellos termina volviendo a separar a los efímeros amantes.

Una reflexión de Helen Read (en la página 106) nos resulta sorprendente por venir de una novelista y nos da pie para decir lo que queremos decir “...me hizo pensar en la prolífica producción de narrativa de nuestra cultura. ¿Es una producción excesiva?. ¿Corremos el peligro de acumular una montaña de ficción, un inmenso excedente de novelas, como las montañas de mantequilla y los lagos de leche de la CEE?. Recuerdo el seco comentario de Ralph Messenger: ‘Es discutible que el mundo necesite más novelistas’

Claro que se puede argumentar que existe una necesidad humana básica de narrativa: es una de las herramientas fundamentales para entender la experiencia; lo ha sido hasta ahora, hasta lo más lejos que podemos remontarnos en la historia. Pero me pregunto: ¿esto entraña necesariamente la multiplicación infinita de relatos nuevos?.. Antes del auge de la novela no existía la misma obligación por parte del narrador; las viejas historias conocidas podían contarse centenares de veces, la historia de Troya, la de Roma, la de Gran Bretaña...dándoles un nuevo sesgo a medida que los tiempos cambiaban. Pero, a lo largo de los tres últimos siglos a los escritores se les ha exigido que inventen una historia nueva cada vez. (...) parece extraordinario y hasta malsano, que nos tomemos la molestia de inventar todas esas vidas ficticias adicionales.”

Sus preguntas son muy pertinentes: ¿qué es esa necesidad? ¿por qué los últimos tres siglos? ¿por qué hay algo malsano y excesivo en la literatura?: Hay una respuesta freudiana que, en este contexto, es ineludible y es que “la ciencia queda vencida por la creación del poeta”. Aquí Sigmund Freud usa la palabra del poeta como sinónimo de literatura pues está hablando de la novela “La Gradiva” de Jensen. Freud llega a decir que los poetas son aliados del psicoanálisis ya que ninguna ciencia ha podido decir mejor que la literatura algo verdadero sobre lo que German García llama “serdicentes”, para traducir en algo la palabra de Lacan “parlettre”.

En cuanto a los “tres siglos”, se ha podido decir que la modernidad, consecuencia del nacimiento de la ciencia moderna en el Siglo XVIII, avanza con una prosa que mortifica a la poesía del serdicente, Jacques-Alain Miller muestra que los siglos XIX y XX son, en este sentido, efecto de ese siglo XVIII y resultan un esfuerzo para que “la modernidad entregue algunas gotas de poesía”. En el momento de la revolución industrial y sus efectos, toma consistencia el escribir bien ya que los poetas captaron rápidamente que el discurso de la utilidad quitaba encanto al mundo. Pero la literatura implica algo más que el encantamiento del mundo. Ralph Messenger, que pretende registrar sus más íntimos pensamientos escribiendo todo lo que se le viene a la mente para alimentar sus hipótesis cognitivas, llega a una conclusión sorprendente: “Yo no intentaba crear un ilusión, yo buscaba lo real. Pero es difícil. Imposible, en realidad”.

Y Helen cita la tesis de Virginia Woolf sobre la literatura: “Grabemos los átomos en la mente a medida que caen en la mente y en el orden que caen”.

Sin embargo, aunque ambos pretender situar algo real no buscan lo mismo. Ralph busca la utilidad, Woolf busca otro valor que el de la utilidad, algo que no sirve para nada pero es tan real como el de la ciencia.


Algo pasa al leer, algo al escribir, algo al hablar a un analista.

Rabelais hacía –hace– reír y aliviaba de las grandilocuencias de su tiempo. Jacques Lacan se aburre al leer a Sade. Romain Rolland (poeta cercano al misticismo hindu) producía exaltación y goce a Sigmund Freud, el racionalista extremo, según su autodefinición. Según Borges, como ningún otro texto de su tiempo, el “Martín Fierro” produjo un dispendio de inutilidades entre los críticos. Lo que pasa al leer es, entre otras cosas, algo del orden de la inutilidad (risa, exaltación, alivio, angustia...).

Osvaldo Lamborghini se reía al escribir alguno de sus textos en el que ponía en escena lo que llamaba “el dispositivo del contínuo” que consistía en volverse loco al hacer el gesto del dedo índice girando en la sien. James Joyce gozaba escribiendo el “Ulises” ya que imaginaba que iba a hacer trabajar a los universitarios durante 300 años. Mal que le pese a David Lodge o a su alter ego Helen Read, esa necesidad de narrativa, ese exceso que conlleva, lo malsano que la empuja resulta ser goce. Goce del cuerpo que se exalta, se angustia, se sacude de risa, se alivia de dolores. Ese goce está alojado por la escritura, en la escritura y no es producto del significado de la historia (o no solamente) sino de la letra, no por la significación sino por lo que se escribe o se lee y esto no lo llega a captar David Lodge. La letra y el goce que produce es algo bien real ya que es satisfacción del que escribe pero también del que lee dado que está también su satisfacción. Ambas testimonian de lo que de la letra resuena en el cuerpo y va del placer al sufrimiento, del horror al alivio, de la risa al llanto, de la indignación al embeleso, de la autosuficiencia al síntoma en una línea que, sin pasar ningún borde, es el goce del serdicente y algo por completo inútil.

¿Sueño, juego, deseo? Paradojas de la satisfacción que valen como goce del cuerpo.


Singularidad del psicoanálisis.

Si bien el psicoanálisis es un esfuerzo por decir bien, no se asimila a una cuestión de pura retórica sino que en él, se trata de decir el goce propio de un modo que haga que el dolor de existir se convierta en soportable justamente por acercarse lo más posible a esa singularidad del propio goce habiendo logrado cierto saber sobre él. En suma, si bien el psicoanálisis toma el relevo de la poesía, hay diferencias. Un analizado se orienta respecto de su goce y sabe hacer uso de él. En un poeta lo primero no sucede necesariamente aunque el uso que haga de él tenga resultados sublimes. El caso típico es el de Rilke, el gran poeta que escribía con sus entrañas al desnudo lo que le hacía la vida insoportable. Contrariamente a lo que creía Rilke (apoyado en esto por su amiga Lou Andreas Salomé) un psicoanálisis le hubiera permitido quizás una relación a su vida, a su goce, menos insoportable y no le hubiera sacado nada de su don para crear poesía.

El psicoanálisis se sitúa, en el campo de las dos culturas en un lugar paradójico de autoatravesamiento: no es una ciencia pero la tiene en su horizonte. No hace poesía pero su ambición es el biendecir.

Graciela Musachi

SOBRE EL JUDIO DEL SABER

Durante el año 2004-2005 el Instituto de Estudios Levinasianos invitó a Jean Claude Milner a dictar un seminario cuyo título era “El saber como ídolo”. El libro El judío de saber recoge, dice el mismo Milner, gran parte de las postulaciones que en ese momento dio a conocer. Consta de una introducción y una conclusión y se divide en ocho capítulos cuyos títulos son: El nacimiento del judío del saber; La estructura del saber moderno; Los textos captados por el saber; Las seducciones del cristianismo; El fin del judío de saber: antes del exterminio; El fin de judío de saber: el exterminio; El fin del saber; y Después del judío de saber.

Podemos decir que se trata de un libro complejo, no sólo por su temática sino también por el estilo de este escritor.

Entre sus afirmaciones Milner sostiene que judío y saber son dos nombres que cobran sentido a partir de su intersección, la cual ubica históricamente en Alemania, durante el período de 1815 hasta 1933, y en todas las regiones donde la lengua alemana formaba parte de la cultura y del saber. La exclusión en Alemania del judío fue absoluta, mientras que en Francia el judío podía acceder a los derechos políticos. Para Milner el judío tuvo que elegir un elemento cualquiera que le permitiese incluirse en la sociedad. Este elemento fue el saber.

En una línea de continuidad ubica tres momentos históricos a su entender: el primero tiene que ver con el saber moderno, el segundo con la ciencia y el tercero con la anulación del estudio judaico.

El judío de saber es una figura tardía aunque desde su inicio amenazada. Dos condiciones fueron necesarias para su desaparición: una, su misma condición de judío, es decir, su persecución y la otra, su condición de sujeto de saber. En cuanto a su constitución tuvo una gran importancia el dominio del saber absoluto sobre la textualidad. El judío de saber sustituyó el estudio de las sagradas escrituras por el saber hasta el momento del exterminio, momento a partir del cual retorna el nombre judío. Esta sustitución no parece haber dejado ningún resto, ni siquiera ningún recuerdo del nombre judío, dice Milner: “Si hay resto, no afecta al saber y por lo tanto no afecta al sujeto. A lo sumo se puede hablar de memoria del cuerpo, de una suerte de excitación residual de las terminaciones nerviosas. La sustitución efectuada por el saber es una borradura, un paso a la tinta blanca sobre la cual ha de poder escribirse un texto nuevo sin ningún efecto de remanencia. La afirmación judía – el estudio judío – no subsiste siquiera en forma de añoranza.”

Jean Claude Milner en la conclusión se vale de las categorías de lo universal fácil, lo universal difícil y de lo cualquiera y lo no cualquiera para dar un cierre a su trabajo. Propone que cada uno debe decir no a lo cualquiera regido por lo universal fácil: “Hablar del nombre judío con justeza y sin injusticia es la piedra del toque del bien decir. […] Si un niño lo viera aprendería la lección. Pero no las mentes infantiles”.

Mónica Imen

Un libro inhallable

El antisemitismo: su historia, su psicología, su sociología, Bs. As., Claridad, 1940. De Béla Székely (1892 / 1955)
Traducción directa del húngaro por el Dr. Olivier Brachfeld.


Para ver el detalle sobre la bibliografía del autor editada en castellano y la que puede consultar en nuestra biblioteca: Aquí

Encuentro Iberoamericano de Revistas Culturales

En un lugar lejano de La Mancha, en el Centro Cultural de España en Buenos Aires, los días 7, 8 y 9 de mayo de 2008 se llevó a cabo el Encuentro Iberoamericano de Revistas Culturales con la presencia de directores y responsables de publicaciones de Argentina, Chile, México, España, Colombia, Venezuela, Costa Rica y Uruguay. Además estuvo Odradek.

Después de las exposiciones sobre las realidades del sector en los distintos países, se llegó a la conclusión que los problemas que afrontan son bastante parecidos y pueden resumirse en:

Falta de apoyo estatal.

Falta de apoyo privado.

Falta de lectores interesados en comprar revistas culturales.

Se identificó claramente a los suplementos literarios de los periódicos de mayor tirada como el enemigo que se apropia de los recursos publicitarios, recibe el asistencia interesada de las editoriales que los utilizan como vidriera para sus productos, recluta a las mejores periodistas con el sencillo argumento de abonarles sus participaciones y se queda también, en la mayoría de los casos, con la independencia de criterio de quienes allí escriben.

“La del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo…No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo: gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante, donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos: estas voces sin duda son de algún menesteroso o menesterosa, que ha menester mi favor y ayuda: y volviendo las riendas encaminó a Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían; “

Los asistentes al encuentro presentaron sus publicaciones: todas de jerarquía, lujosas ediciones conteniendo interesantísimos artículos que, en la estadística de ventas, poco importan al gran público consumidor, lo que ahuyenta a los patrocinadores.

¿Cómo revertir esa situación? ¿Cómo hacer visibles las revistas culturales? Considerando que cierta cultura interesa poco resulta difícil creer que las revistas dedicadas a esa cultura se conviertan en un éxito de ventas.

Ante este panorama desolador suenan voces reclamando cambios. Ufanados por sus tradiciones, los representantes de cada país exhiben algún antecedente más o menos presentables de revistas culturales que pese a algo (a no haberse valorado en su época, o a no haber publicado más de cinco números, o a haber terminado apoyando la dictadura de fulano, o haber sido financiado en sus comienzos por la Pepsi, o haber albergado en sus filas al que terminó confinado en Carabanchel) fueron señeras en su momento, o fueron la semilla de tal o cual cambio o alentaron aquella conquista social. Se acreditan los linajes y se reclaman las herencias que estuvieran más o menos vacantes.

Odradek, como el Hidalgo, va privado de dineros y camisas pero listo a lanzar su desafío a los gobiernos y a las grandes corporaciones que han sido indiferentes, cuando no directamente hostiles a las revistas culturales.

“Y viendo don Quijote lo que pasaba, con vos airada dijo: descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo, tomad vuestra lanza, que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo”

No faltaron en el Encuentro las propuestas para crear comisiones que organicen nuevos encuentros para debatir la triste realidad del sector. Mientras se discuten iniciativas algunas revistas conseguirán apoyos y otras sucumbirán en el intento.

Odradek continuará cabalgando sin auspicio, compartiendo el no lugar de las revistas culturales malqueridas hasta que nos llegue la hora tan gloriosa, de vendernos al Excel Group. Entonces dejaremos a Cervantes y entraremos en el encantador mundo de Kafka: lo advertimos, por algo nos llamamos Odradek. Un secreto a voces.

Participaron del encuentro:
El malpensante (Colombia), Luna de locos (Colombia), Replicante (México), Cuaderno Salmón (México), Diario de Poesía (Argentina), Plátanoverde (Venezuela), Ciertopez (Chile), Otra Parte (Argentina), Letra Internacional (España), Odradek (Argentina)

Fascismo al uso nostro

No hay muchos estudios sobre los avatares del psicoanálisis en Argentina en la “década infame”. El reciente libro de Federico Finchelstein, La Argentina fascista, podría servir de excusa para plantear el contrafáctico acerca del destino del psicoanálisis en la Argentina de no haber mediado la fundamental importancia del fascismo. Y, para quien esté interesado en la historia del psicoanálisis, es una buena oportunidad para confrontar ese estudio con varios capítulos del libro El psicoanálisis y los debates culturales que aluden a ese período de la década del treinta, en el que la exaltación del nacionalismo se mezclaba con una teoría psicoanalítica que se expandía en la cultura popular y era rechazada en los ámbitos “científicos” y de la “alta” cultura.

Una historia en estilo novelado con un acierto desde la ilustración de León Ferrari en la tapa, en la que la mezcla de símbolos hace pensar en el producto argentino en el cual se mezclan la Biblia y el calefón. De eso trata el libro en el que el autor remonta los orígenes del nacionalismo y del fascismo en Argentina con anterioridad a la globalización misma del fascismo. Destaca el uso que se ha hecho de los “próceres” argentinos en los relatos, en particular en la pluma de Bartolomé Mitre, en el que se confronta la figura de próceres como San Martín y Moreno, representantes de los valores que dieron sustento a la Nación (no al diario) frente a los enemigos de esos valores como Rosas (figura que, comenta Adolfo Saldías, encarnaba para Mitre los más “nobles” odios). Como no podía ser de otra manera, a pesar de sus diferencias, acompaña a ese relato la pluma de Sarmiento. Si en el siglo XIX éste promovía la espada, la pluma y la palabra que se encargó de instrumentar Julio A. Roca; en el siglo XX Lugones hará saber la llegada de la hora de la espada en la figura de José F. Uriburu. La palabra quedaría entonces a cargo de los nacionalistas ligados a Dios.

Para saber cuáles serían las palabras adecuadas valen los antecedentes de la inmigración, característica fundamental de la configuración argentina. Al tiempo que se producía la “conquista del desierto” el diario La Nación, fundado por el relator de la historia oficial anunciaba en 1881 que “un grupo proveniente de Europa, los judíos, no podían ser asimilados a la nación pues ‘eran elementos heterogéneos’ que podían ‘producir su descomposición’”. De Mitre y Sarmiento en el siglo XIX a Lugones en el s. XX. Lugones es caracterizado como el más destacado de los nacionalistas y padre intelectual del fascismo argentino, no sin resaltar que antes lo había sido del liberalismo y el socialismo argentino. Este último detalle es significativo para quienes estamos interesados en la historia del psicoanálisis en Argentina, del cual se cumple el centenario en breve, ya que fue rechazado tanto por los socialistas como Ingenieros y Ponce o el comunista Thenon, por razones científicas como por los nacionalistas católicos por razones “raciales”.

Si como señala Eric Hobsbawn, uno de los legados de la Revolución francesa fue la emancipación de los judíos, ligado a los aires democráticos, no sorprende que el nacionalista Uriburu entendiera que la confrontación no era entre comunismo y fascismo sino “la yuxtaposición entre lo argentino y lo extranjero que el dictador identifica con la democracia” Había que terminar con el legado de la Ilustración promovida en Argentina por judíos perseguidos.

Afirmaciones como las del intelectual nacionalista César Pico, que los argentinos “somos europeos en América” le hacen expresar a Finchelstein que, aunque contrario a las elementales nociones geográficas, eso no impidió a algunos nacionalistas sostener “el legado de la conquista en términos imperialistas. La hispanidad no era vista como una sujeción a España sino más bien un resultado de la curiosa idea de que la Argentina era más hispánica y por tanto más imperial”. Semejante conclusión disparatada a la que se ve conducido el autor por los nacionalistas católicos, coincide con lo destacado en su momento por Germán García en el capítulo oxímoron de su libro La entrada del psicoanálisis en la Argentina. Aunque en esa ocasión se debía a la religión del progreso, que fue introducida en nuestro país “para sostener una extraña inversión: Argentina es Europa, España es la Colonia”. España y Rosas serán las fuerzas oscuras que se oponen al iluminismo. Cruzando un texto con otro podemos decir que la religión del progreso de la mano de Ingenieros y Carlos Bunge, se transformó luego en el progreso de la religión para expulsar las luces. En ese cruce se encuentra Lugones (y, podríamos agregar, Sábato).

El sacerdote Virgilio Filippo, uno de los antisemitas más importantes y peligrosos del país hacia fines de los años treinta afirmaba que la sexualidad era uno de los “‘descubrimientos judaicos – masónicos – comunistas’ entre los cuales las teorías del ‘judío propagandista de Freud’ ocupaba un lugar central junto a aquellos de los judíos Marx y Lenin (sic) y Trotsky”. El peligroso judío de Freud conduce a una tríada de sacerdotes como Filippo, Meinville y Franceschi a compartir el discurso biologicista. Hay un punto que no es resaltado, seguramente porque el tema es el fascismo, pero las posiciones de esos sacerdotes y el golpe de Uriburu con las consiguientes consecuencias sobre la Universidad pública, explican el surgimiento de una institución como el CLES (Colegio Libre de Estudios Superiores) de la mano de algunos liberales. Y desde ese ámbito, como ha hecho saber Germán García en su libro sobre los debates culturales, el húngaro Bela Székeley (conocido por los tests) se encargó de transmitir psicoanálisis.

Siguiendo con el contrafáctico, podríamos interrogarnos en esta ocasión, si el burgués tranquilo de Viena tenía alguna idea de lo que sucedía en Argentina para cuando, en 1933, Xavier Bóveda lo invitó a estas tierras para escapar al nazismo de su patria, o si sólo conocía por las lecturas los caballos de las pampas. Aunque a juzgar por lo sucedido, le costaba moverse de la ciudad elegida para vivir. En el comienzo de esos treinta también hubo otro “desencuentro” entre Victoria Ocampo y Lacan. Y la ausencia de psicoanalistas contrastaba con la transmisión de la teoría.

Finchelstein señala una diferencia no menor entre la dictadura de 1976 y los nacionalistas de los años treinta: con la dictadura los marxistas y psicoanalistas fueron perseguidos y asesinados. Y, en tren de considerar los debates culturales, debemos destacar el recuerdo que trae el autor del importante apoyo de la dictadura en el mundo de la cultura. La tríada imaginaria de sacerdotes de la década del treinta, se transformó en una tríada simbólica de escritores: Borges, Castellani y Sábato. Luego de una comida con el dictador Videla (ceremonia siempre importante) uno de los nuevos héroes argentinos, presidente de la comisión que realizó el informe Nunca Más, declaró a la prensa: “El general Videla me dio una excelente impresión, se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente”. De lo que se puede concluir, a pesar de Sarmiento, que “los cultos” no siempre son los mejores representantes de la civilización. El nominado representante de la moral de los argentinos (María Pía Lopez y Guillermo Korn), siempre ha sufrido oscilaciones, aunque ha mantenido su coherencia en una oposición férrea al psicoanálisis. Desde las palabras que le hizo pronunciar contra el psicoanálisis a Castel (que se enseñan en el CBC de la UBA), hasta las que brindó al diario español El país en el año 2004, que lo sitúan desde la oscuridad de su túnel junto a los nacionalistas católicos de los años treinta, tan simpáticos y cultos como Videla: “Siempre he dicho que en Buenos Aires el psicoanálisis fue una plaga. No tengo por qué ocultarlo porque en todos mis libros, desde hace cincuenta años, vengo despotricando tanto contra el racionalismo como contra el psicoanálisis”. Y en muy buena compañía…


Marcelo Izaguirre