No hay muchos estudios sobre los avatares del psicoanálisis en Argentina en la “década infame”. El reciente libro de Federico Finchelstein, La Argentina fascista, podría servir de excusa para plantear el contrafáctico acerca del destino del psicoanálisis en la Argentina de no haber mediado la fundamental importancia del fascismo. Y, para quien esté interesado en la historia del psicoanálisis, es una buena oportunidad para confrontar ese estudio con varios capítulos del libro El psicoanálisis y los debates culturales que aluden a ese período de la década del treinta, en el que la exaltación del nacionalismo se mezclaba con una teoría psicoanalítica que se expandía en la cultura popular y era rechazada en los ámbitos “científicos” y de la “alta” cultura.
Una historia en estilo novelado con un acierto desde la ilustración de León Ferrari en la tapa, en la que la mezcla de símbolos hace pensar en el producto argentino en el cual se mezclan la Biblia y el calefón. De eso trata el libro en el que el autor remonta los orígenes del nacionalismo y del fascismo en Argentina con anterioridad a la globalización misma del fascismo. Destaca el uso que se ha hecho de los “próceres” argentinos en los relatos, en particular en la pluma de Bartolomé Mitre, en el que se confronta la figura de próceres como San Martín y Moreno, representantes de los valores que dieron sustento a la Nación (no al diario) frente a los enemigos de esos valores como Rosas (figura que, comenta Adolfo Saldías, encarnaba para Mitre los más “nobles” odios). Como no podía ser de otra manera, a pesar de sus diferencias, acompaña a ese relato la pluma de Sarmiento. Si en el siglo XIX éste promovía la espada, la pluma y la palabra que se encargó de instrumentar Julio A. Roca; en el siglo XX Lugones hará saber la llegada de la hora de la espada en la figura de José F. Uriburu. La palabra quedaría entonces a cargo de los nacionalistas ligados a Dios.
Para saber cuáles serían las palabras adecuadas valen los antecedentes de la inmigración, característica fundamental de la configuración argentina. Al tiempo que se producía la “conquista del desierto” el diario La Nación, fundado por el relator de la historia oficial anunciaba en 1881 que “un grupo proveniente de Europa, los judíos, no podían ser asimilados a la nación pues ‘eran elementos heterogéneos’ que podían ‘producir su descomposición’”. De Mitre y Sarmiento en el siglo XIX a Lugones en el s. XX. Lugones es caracterizado como el más destacado de los nacionalistas y padre intelectual del fascismo argentino, no sin resaltar que antes lo había sido del liberalismo y el socialismo argentino. Este último detalle es significativo para quienes estamos interesados en la historia del psicoanálisis en Argentina, del cual se cumple el centenario en breve, ya que fue rechazado tanto por los socialistas como Ingenieros y Ponce o el comunista Thenon, por razones científicas como por los nacionalistas católicos por razones “raciales”.
Si como señala Eric Hobsbawn, uno de los legados de la Revolución francesa fue la emancipación de los judíos, ligado a los aires democráticos, no sorprende que el nacionalista Uriburu entendiera que la confrontación no era entre comunismo y fascismo sino “la yuxtaposición entre lo argentino y lo extranjero que el dictador identifica con la democracia” Había que terminar con el legado de la Ilustración promovida en Argentina por judíos perseguidos.
Afirmaciones como las del intelectual nacionalista César Pico, que los argentinos “somos europeos en América” le hacen expresar a Finchelstein que, aunque contrario a las elementales nociones geográficas, eso no impidió a algunos nacionalistas sostener “el legado de la conquista en términos imperialistas. La hispanidad no era vista como una sujeción a España sino más bien un resultado de la curiosa idea de que la Argentina era más hispánica y por tanto más imperial”. Semejante conclusión disparatada a la que se ve conducido el autor por los nacionalistas católicos, coincide con lo destacado en su momento por Germán García en el capítulo oxímoron de su libro La entrada del psicoanálisis en la Argentina. Aunque en esa ocasión se debía a la religión del progreso, que fue introducida en nuestro país “para sostener una extraña inversión: Argentina es Europa, España es la Colonia”. España y Rosas serán las fuerzas oscuras que se oponen al iluminismo. Cruzando un texto con otro podemos decir que la religión del progreso de la mano de Ingenieros y Carlos Bunge, se transformó luego en el progreso de la religión para expulsar las luces. En ese cruce se encuentra Lugones (y, podríamos agregar, Sábato).
El sacerdote Virgilio Filippo, uno de los antisemitas más importantes y peligrosos del país hacia fines de los años treinta afirmaba que la sexualidad era uno de los “‘descubrimientos judaicos – masónicos – comunistas’ entre los cuales las teorías del ‘judío propagandista de Freud’ ocupaba un lugar central junto a aquellos de los judíos Marx y Lenin (sic) y Trotsky”. El peligroso judío de Freud conduce a una tríada de sacerdotes como Filippo, Meinville y Franceschi a compartir el discurso biologicista. Hay un punto que no es resaltado, seguramente porque el tema es el fascismo, pero las posiciones de esos sacerdotes y el golpe de Uriburu con las consiguientes consecuencias sobre la Universidad pública, explican el surgimiento de una institución como el CLES (Colegio Libre de Estudios Superiores) de la mano de algunos liberales. Y desde ese ámbito, como ha hecho saber Germán García en su libro sobre los debates culturales, el húngaro Bela Székeley (conocido por los tests) se encargó de transmitir psicoanálisis.
Siguiendo con el contrafáctico, podríamos interrogarnos en esta ocasión, si el burgués tranquilo de Viena tenía alguna idea de lo que sucedía en Argentina para cuando, en 1933, Xavier Bóveda lo invitó a estas tierras para escapar al nazismo de su patria, o si sólo conocía por las lecturas los caballos de las pampas. Aunque a juzgar por lo sucedido, le costaba moverse de la ciudad elegida para vivir. En el comienzo de esos treinta también hubo otro “desencuentro” entre Victoria Ocampo y Lacan. Y la ausencia de psicoanalistas contrastaba con la transmisión de la teoría.
Finchelstein señala una diferencia no menor entre la dictadura de 1976 y los nacionalistas de los años treinta: con la dictadura los marxistas y psicoanalistas fueron perseguidos y asesinados. Y, en tren de considerar los debates culturales, debemos destacar el recuerdo que trae el autor del importante apoyo de la dictadura en el mundo de la cultura. La tríada imaginaria de sacerdotes de la década del treinta, se transformó en una tríada simbólica de escritores: Borges, Castellani y Sábato. Luego de una comida con el dictador Videla (ceremonia siempre importante) uno de los nuevos héroes argentinos, presidente de la comisión que realizó el informe Nunca Más, declaró a la prensa: “El general Videla me dio una excelente impresión, se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente”. De lo que se puede concluir, a pesar de Sarmiento, que “los cultos” no siempre son los mejores representantes de la civilización. El nominado representante de la moral de los argentinos (María Pía Lopez y Guillermo Korn), siempre ha sufrido oscilaciones, aunque ha mantenido su coherencia en una oposición férrea al psicoanálisis. Desde las palabras que le hizo pronunciar contra el psicoanálisis a Castel (que se enseñan en el CBC de la UBA), hasta las que brindó al diario español El país en el año 2004, que lo sitúan desde la oscuridad de su túnel junto a los nacionalistas católicos de los años treinta, tan simpáticos y cultos como Videla: “Siempre he dicho que en Buenos Aires el psicoanálisis fue una plaga. No tengo por qué ocultarlo porque en todos mis libros, desde hace cincuenta años, vengo despotricando tanto contra el racionalismo como contra el psicoanálisis”. Y en muy buena compañía…
Una historia en estilo novelado con un acierto desde la ilustración de León Ferrari en la tapa, en la que la mezcla de símbolos hace pensar en el producto argentino en el cual se mezclan la Biblia y el calefón. De eso trata el libro en el que el autor remonta los orígenes del nacionalismo y del fascismo en Argentina con anterioridad a la globalización misma del fascismo. Destaca el uso que se ha hecho de los “próceres” argentinos en los relatos, en particular en la pluma de Bartolomé Mitre, en el que se confronta la figura de próceres como San Martín y Moreno, representantes de los valores que dieron sustento a la Nación (no al diario) frente a los enemigos de esos valores como Rosas (figura que, comenta Adolfo Saldías, encarnaba para Mitre los más “nobles” odios). Como no podía ser de otra manera, a pesar de sus diferencias, acompaña a ese relato la pluma de Sarmiento. Si en el siglo XIX éste promovía la espada, la pluma y la palabra que se encargó de instrumentar Julio A. Roca; en el siglo XX Lugones hará saber la llegada de la hora de la espada en la figura de José F. Uriburu. La palabra quedaría entonces a cargo de los nacionalistas ligados a Dios.
Para saber cuáles serían las palabras adecuadas valen los antecedentes de la inmigración, característica fundamental de la configuración argentina. Al tiempo que se producía la “conquista del desierto” el diario La Nación, fundado por el relator de la historia oficial anunciaba en 1881 que “un grupo proveniente de Europa, los judíos, no podían ser asimilados a la nación pues ‘eran elementos heterogéneos’ que podían ‘producir su descomposición’”. De Mitre y Sarmiento en el siglo XIX a Lugones en el s. XX. Lugones es caracterizado como el más destacado de los nacionalistas y padre intelectual del fascismo argentino, no sin resaltar que antes lo había sido del liberalismo y el socialismo argentino. Este último detalle es significativo para quienes estamos interesados en la historia del psicoanálisis en Argentina, del cual se cumple el centenario en breve, ya que fue rechazado tanto por los socialistas como Ingenieros y Ponce o el comunista Thenon, por razones científicas como por los nacionalistas católicos por razones “raciales”.
Si como señala Eric Hobsbawn, uno de los legados de la Revolución francesa fue la emancipación de los judíos, ligado a los aires democráticos, no sorprende que el nacionalista Uriburu entendiera que la confrontación no era entre comunismo y fascismo sino “la yuxtaposición entre lo argentino y lo extranjero que el dictador identifica con la democracia” Había que terminar con el legado de la Ilustración promovida en Argentina por judíos perseguidos.
Afirmaciones como las del intelectual nacionalista César Pico, que los argentinos “somos europeos en América” le hacen expresar a Finchelstein que, aunque contrario a las elementales nociones geográficas, eso no impidió a algunos nacionalistas sostener “el legado de la conquista en términos imperialistas. La hispanidad no era vista como una sujeción a España sino más bien un resultado de la curiosa idea de que la Argentina era más hispánica y por tanto más imperial”. Semejante conclusión disparatada a la que se ve conducido el autor por los nacionalistas católicos, coincide con lo destacado en su momento por Germán García en el capítulo oxímoron de su libro La entrada del psicoanálisis en la Argentina. Aunque en esa ocasión se debía a la religión del progreso, que fue introducida en nuestro país “para sostener una extraña inversión: Argentina es Europa, España es la Colonia”. España y Rosas serán las fuerzas oscuras que se oponen al iluminismo. Cruzando un texto con otro podemos decir que la religión del progreso de la mano de Ingenieros y Carlos Bunge, se transformó luego en el progreso de la religión para expulsar las luces. En ese cruce se encuentra Lugones (y, podríamos agregar, Sábato).
El sacerdote Virgilio Filippo, uno de los antisemitas más importantes y peligrosos del país hacia fines de los años treinta afirmaba que la sexualidad era uno de los “‘descubrimientos judaicos – masónicos – comunistas’ entre los cuales las teorías del ‘judío propagandista de Freud’ ocupaba un lugar central junto a aquellos de los judíos Marx y Lenin (sic) y Trotsky”. El peligroso judío de Freud conduce a una tríada de sacerdotes como Filippo, Meinville y Franceschi a compartir el discurso biologicista. Hay un punto que no es resaltado, seguramente porque el tema es el fascismo, pero las posiciones de esos sacerdotes y el golpe de Uriburu con las consiguientes consecuencias sobre la Universidad pública, explican el surgimiento de una institución como el CLES (Colegio Libre de Estudios Superiores) de la mano de algunos liberales. Y desde ese ámbito, como ha hecho saber Germán García en su libro sobre los debates culturales, el húngaro Bela Székeley (conocido por los tests) se encargó de transmitir psicoanálisis.
Siguiendo con el contrafáctico, podríamos interrogarnos en esta ocasión, si el burgués tranquilo de Viena tenía alguna idea de lo que sucedía en Argentina para cuando, en 1933, Xavier Bóveda lo invitó a estas tierras para escapar al nazismo de su patria, o si sólo conocía por las lecturas los caballos de las pampas. Aunque a juzgar por lo sucedido, le costaba moverse de la ciudad elegida para vivir. En el comienzo de esos treinta también hubo otro “desencuentro” entre Victoria Ocampo y Lacan. Y la ausencia de psicoanalistas contrastaba con la transmisión de la teoría.
Finchelstein señala una diferencia no menor entre la dictadura de 1976 y los nacionalistas de los años treinta: con la dictadura los marxistas y psicoanalistas fueron perseguidos y asesinados. Y, en tren de considerar los debates culturales, debemos destacar el recuerdo que trae el autor del importante apoyo de la dictadura en el mundo de la cultura. La tríada imaginaria de sacerdotes de la década del treinta, se transformó en una tríada simbólica de escritores: Borges, Castellani y Sábato. Luego de una comida con el dictador Videla (ceremonia siempre importante) uno de los nuevos héroes argentinos, presidente de la comisión que realizó el informe Nunca Más, declaró a la prensa: “El general Videla me dio una excelente impresión, se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente”. De lo que se puede concluir, a pesar de Sarmiento, que “los cultos” no siempre son los mejores representantes de la civilización. El nominado representante de la moral de los argentinos (María Pía Lopez y Guillermo Korn), siempre ha sufrido oscilaciones, aunque ha mantenido su coherencia en una oposición férrea al psicoanálisis. Desde las palabras que le hizo pronunciar contra el psicoanálisis a Castel (que se enseñan en el CBC de la UBA), hasta las que brindó al diario español El país en el año 2004, que lo sitúan desde la oscuridad de su túnel junto a los nacionalistas católicos de los años treinta, tan simpáticos y cultos como Videla: “Siempre he dicho que en Buenos Aires el psicoanálisis fue una plaga. No tengo por qué ocultarlo porque en todos mis libros, desde hace cincuenta años, vengo despotricando tanto contra el racionalismo como contra el psicoanálisis”. Y en muy buena compañía…
Marcelo Izaguirre
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