Chomsky y ese oscuro problema que suele abarcarse con la palabra sugestión

En el Prefacio a El conocimiento del lenguaje (Alianza, 1989), Noam Chomsky ubica dos temas de especial importancia. Denomina al primero “el problema de Platón” y observa que Bertrand Russell lo describió adecuadamente cuando planteó la pregunta: ¿cómo es posible que los seres humanos, cuyos contactos con el mundo son breves, personales y limitados, sean capaces de saber todo lo que saben?

Con respecto al segundo, lo denomina “el problema de Orwell”, y subraya que es un equivalente de lo que podemos llamar el problema de Freud en el ámbito de la vida social y política. En su opinión, buena parte del interés del estudio del lenguaje reside en el hecho de que ofrece una vía de aproximación a estos interrogantes.

En principio la situación no parece diferente de la que encontramos en otros ámbitos de investigación empírica. Atentos a las revelaciones del lenguaje, así como a su opacidad y su textura, muchos intelectuales, estadistas y poetas se han interesado en su capacidad para imbuir creencias firmemente sostenidas y ampliamente aceptadas, aunque a menudo en flagrante contradicción con hechos obvios del mundo circundante.

Si el problema de Platón consiste en indagar cómo conocemos tanto teniendo en cuenta que los datos de los que disponemos son tan escasos, por el contrario, el problema de Orwell consiste en explicar cómo conocemos y comprendemos tan poco, a pesar de que disponemos de unos datos tan ricos y una evidencia tan amplia.

¿Qué es lo que permitiría salvar el hiato entre la experiencia y el conocimiento? En el último párrafo del Prefacio, Chomsky advierte que a menos que lleguemos a comprender “el problema de Orwell” y a reconocer su importancia en nuestra vida cultural y social, “existen pocas probabilidades de que la especie humana sobreviva el tiempo suficiente para descubrir la respuesta al ‘problema de Platón’, o a otros interrogantes que desafían nuestro intelecto y nuestra imaginación”.

Una lengua, escribe en el capítulo 2, es un dialecto con un ejército y una armada, expresión que atribuye a Max Weinreich. Desde esta perspectiva hace explícito su interés en las relaciones entre persuasión y comunicación masiva. Sus observaciones, publicadas en la revista española Cambio, 1983 y en Thoreau Quaterly, otoño 1983, ofrecen una larga serie de ejemplos sobre la sutileza y complejidad de las formas inductivas en la transmisión de los valores de una cultura. El examen del tema subraya el hecho de que en distintas circunstancias factores racionales, como el amedrentamiento de los individuos, no agotan la intelección de los fenómenos observados; creencias y suposiciones también operan en la cohesión social. En toda palabra hay un elemento de sugestión.

Chomsky revisa el libro de George Orwell, 1984, y su retrato de las prácticas soviéticas, haciéndolas extensivas a las prácticas estadounidenses y los dispositivos utilizados para asegurar obediencia. En ese recorrido, no sin cierta ironía, apela a las paradojas de lo que Walter Lippman en 1921denominó “un arte”: la manufactura del consentimiento.

En sus estudios sobre los medios de comunicación, Lippman describe un mecanismo mental que reduce la información a estereotipos recurrentes. Los seres humanos suelen privilegiar "the pictures in their heads", concluye. Imágenes de sí mismos, de los demás, y de sus necesidades y propósitos, condensan ideas y asignan a la realidad una referencia que, a todas luces, constituye el fondo de cualquier articulación posible de las palabras.

Pero, ¿qué es lo que presta algunas palabras esa capacidad de influir tan decisivamente sobre la vida anímica de un individuo, y en qué consiste la alteración que le imponen?

Fue en la primavera de 1919 cuando Freud tuvo por primera vez la simple idea de explicar la psicología de las masas. En febrero de 1920 ya estaba trabajando sobre el tema, no obstante no comenzó a darle su forma definitiva sino hasta febrero de 1921. Freud vuelve en esa oportunidad al hipnotismo y a la “tiranía de la sugestión” para poner al desnudo sus resortes. Esa sugestionabilidad que había experimentado siendo testigo del asombroso arte de Bernheim en 1889 era uno de los temas que lo atraía desde la época de sus estudios con Charcot.

Freud se interesa en la forma en que surge la hipnosis y el carácter electivo que la hace adecuada para determinadas personas. En el curso de su indagación confiesa una particular urgencia en averiguar en qué consisten las tesis del incremento del afecto y de la inhibición del pensamiento experimentados por el individuo a raíz de su fusión en la masa.

Recurre entre otros a Le Bon (Psicología de las masas, 1895) y a McDougall (The Group Mind, 1920). Para Le Bon los fenómenos observados se reducen a dos factores: la sugestión recíproca, el efecto de contagio que Tarde en 1890 llama imitación, y el prestigio del conductor. En cuanto a McDougall, el principio de inducción primaria del afecto excusa la hipótesis de la sugestión.

Psicología de las masas y análisis del yo se sitúa en un orden muy diferente. La indagación, que llega a un cierre provisional, abre diversas vías laterales que hasta el momento habían sido evitadas, operando a través de sus premisas un desplazamiento. En el primer párrafo Freud aclara que la oposición entre psicología individual y psicología social o de las masas, “que a primera vista quizá nos parezca muy sustancial, pierde buena parte de su nitidez si se la considera más a fondo. (…) En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato, pero enteramente legítimo”.

Esa suerte de imperio que ejerce sobre nosotros un individuo, una obra o una idea estructura una constelación que puede permanecer inconsciente durante mucho tiempo a causa de un peculiar proceso psíquico que Freud designa con el nombre de defensa. Así pues, lo mismo que en el sueño y en la hipnosis, en la actividad anímica de la masa el examen de realidad retrocede frente a la intensidad de las mociones de deseo afectivamente investidas. Vínculos de amor constituyen la esencia del alma de las masas, y lo que correspondería a tales vínculos afectivos o, expresado de manera más neutra, lazos sentimentales, está oculto tras el velo de ese oscuro problema que suele abarcarse con la palabra sugestión.


Alicia Alonso

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