BREVES 25
Noviembre 2019
En este número:
Irene
Agoff
Luis
Diego Fernández
Leonor Curti
Julio Riveros
Beatriz
Gez
Nota
editorial
En este número
publicamos una versión del texto que Irene Agoff expusiera en la Fundación
Descartes en junio, cuando se presentó Elogio
de la traducción de Barbara Cassin. Agoff da algunas precisiones sobre la
traducción de este libro, que estuvo a su cargo. También brinda pasajes sobre
el oficio de la traducción en sí mismo y sobre la particularidad del arte de
traducir cuando se trata con autores como Jacques Lacan.
Publicamos, también, el
texto breve de Luis Diego Fernández sobre La
máscara Foucault, que en ocasión de la presentación del libro de Tomás
Abraham se acompañara de una conversación acerca de las posiciones de Foucault
respecto al psicoanálisis, o más bien, acerca de las interpretaciones que han
suscitado los pasajes en que Foucault menciona al psicoanálisis.
Del ciclo Lecturas
Críticas también hay fragmentos de la presentación que hiciera Leonor Curti de Mona, la novela de Pola Oloixarac.
Además, hay un texto de
Julio Riveros sobre la 28 ͣ Conferencia de
introducción al psicoanálisis de Freud, La terapia analítica, de acuerdo a su
intervención en una de las clases que Elena Levy Yeyati diera este año para el
programa Lacan-Freud, Idas y vueltas.
Próximos a la segunda edición de Para otra cosa. El psicoanálisis entre las vanguardias, contamos
también con una reseña que Beatriz Gez hiciera del libro en 2012, año siguiente
al de su primera edición.
Carolina Saylancioglu
Consideraciones sobre Elogio de la traducción, de Barbara
Cassin
por Irene Agoff (traductora, escritora).
En el año 2017 tuve la
oportunidad de traducir algunas entradas del monumental Diccionario de los intraducibles, tarea que me enfrentó con un
abordaje de la traducción que me resultó al principio poco más o menos que
incomprensible. Resultaba muy difícil desentrañar su “lógica”. ¿Qué tipo de
“orden” había regido la elección de sus contenidos? El elemento que los reunía,
¿iba más allá de su preestablecida “intraducibilidad”? Tras décadas de traducir
libros de lengua francesa y de enfrentarme con esa especie de agujero negro que
representaba el concepto de “lo intraducible”, el trabajo sobre el Diccionario parecía no hacer otra cosa
que complejizar hasta el infinito su propia definición.
Todo ello hasta que, en
2018, se me encargó la traducción de Elogio
de la traducción, de Barbara Cassin.
Las teorizaciones
innovadoras sobre la práctica de la traducción atribuidas clásicamente a
Freiedrich Schleiermacher, Walter Benjamin, Umberto Eco, Henri Meschonic,
Antoine Berman y seguramente otros, aun reivindicadas puntualmente por Barbara
Cassin, venían a mostrarse insuficientes por el simple hecho de que, con su
libro, se insinuaba tras ellas una cara oculta cuya existencia ellas mismas, y
otro tanto sus lectores, ignoraban. Es verdad que nunca habían aspirado a la
condición de verdad última –salvo, quizás, la postulación de un lenguaje puro
universal por parte de Benjamin-, sólo que ahora dejaban ver un carácter
precario, lateral. Me atrevo a insinuar: les faltaba más filosofía.
A los autores que
mencioné les faltaba más filosofía para conseguir, gracias a Derrida, por
ejemplo, saltar la barrera de la comprensión lineal e ingresar en una distinta
galaxia de lectura en la cual, con la deconstrucción, el continente conocido de
las palabras se agrieta abriéndose a derivas inesperadas y extrañas. Se trata del mismo Derrida
cuyo “más de una lengua” pasa a ser, para Barbara Cassin, “condición
trascendental de la humanidad del hombre”. Posición opuesta a la de los griegos,
para quienes, logos mediante, lo que
hablaban los bárbaros era puro bla-bla-bla inentendible. No obstante, Cassin
coincide con Heidegger en resaltar el hecho extraordinario de que la lengua
griega “filosofa” ella misma.
En otro aspecto, pese a
reprocharle su “nacionalismo lingüístico”, esto no es óbice para que tenga a
Heidegger por “uno de los más grandes filósofos de su siglo”, agradeciéndole
haber enseñado que traducir “es ‘desplegar la propia lengua haciéndola dialogar
con la lengua extranjera’”. Sobre este fondo, Cassin introduce a su vez otro
tipo de nacionalismo que ella llama “ontológico”, referido al griego y el
alemán (y eventualmente a otras lenguas). Esta referencia al “nacionalismo
ontológico” involucra a cuantos traductores y pensadores sobre la traducción ha
dado la historia de la cultura. Empezando por los griegos y su logos, que, nos precisa Barbara Cassin,
los latinos tradujeron por dos términos: “razón y discurso”. Logos, razón y discurso siempre
anhelantes de una inalcanzable aproximación al “ser”. La lengua como
herramienta, como medio de comunicación, como transmisora de verdades en sí.
“De los presocráticos a Heidegger –dice Cassin― la gran tradición filosófica, para la que yo
retengo el nombre de ontología, tiene al Ser por punto de partida.”
En términos generales,
la traducción de Elogio de la traducción no
me opuso mayores dificultades. La escritura de Barbara Cassin es llana, por
momentos coloquial. Desprovista de artificios retóricos o de subordinadas
infinitas. Ahora bien, hubo dos casos de su libro que me colocaron ante algunos
de los peores intraducibles con que puede toparse un traductor.
El primero refiere a
aquellas formulaciones en las que la autora hace valer de manera patente la
fuerza de la gramática sobre la semántica. No se trata de una situación
habitual en la práctica del traductor pero, cuando aparece, el ánimo de éste
pasa a estar dominado por la desesperación, palabra que también utiliza Cassin
al tratar este punto. El libro despliega extensamente un caso en el que la
autora pone explícitamente en juego la potencia significante de la gramática.
Se trata de un sintagma griego contenido en el Tratado del no ser, de Gorgias, uno de los mayores sofistas que dio
la historia de la filosofía. Se trata de: To
mê on esti mê on. Barbara Cassin la vierte al francés por “Le non-étant est non-étant”. De manera
necesariamente literal, nosotros traducimos, en castellano: “El no-siendo es
no-siendo”.
La autora despliega a
continuación un minucioso análisis gramatical del que destacaremos sólo un
punto: cuando un participio griego (o francés) va precedido por un artículo, en
este caso el griego to y el francés le,
dicho participio se transforma en sustantivo.[1] Cassin va a demostrar
entonces que el “no-siendo” del sujeto gramatical es un sustantivo pues va
precedido por un artículo (“to mê on”),
y en cambio el “no-siendo” (“mê on”)
del objeto es un participio. Pese al “es”, griego “esti”, de la fórmula de Gorgias, el sujeto gramatical de la frase
no es idéntico al predicado.
Debo decir que todo este
extenso y denso desarrollo en la obra se justifica no sólo por poner de
manifiesto la acción de la gramática sobre la semántica, sino también por la
siguiente conclusión de Barbara Cassin a su respecto: “Es harto evidente que
textos de este tipo son la cruz del traductor.” Más adelante, dice incluso que
proseguirá con este ejemplo “llorando como un traductor”.
El caso de “to mê on esti mê on” no sólo es importante por evidenciar la potencia significante de
la gramática. Para Barbara Cassin es también una desmentida del principio de
identidad. Éste es uno de los muchos lugares del libro en los que la crítica al
aristotelismo se muestra implacable. Justamente, “principio de identidad” y
“principio de no contradicción”, tan caros al pensamiento aristotélico, son
blancos predilectos del sofista.[2] No es verdad que las
lenguas se rijan por estos principios, diría éste, sino al revés. Las lenguas
son precisamente “integral de equívocos”,[3] como dice Lacan en L’étourdit. La existencia de la
homonimia, mal radical del lenguaje para Aristóteles, no puede sino espantar a
los traductores. Cabe recordar los no pocos errores a que dieron lugar las
“homonimias” entre lenguas -que no son pocas entre el francés y el español- en
quienes, con experiencia insuficiente, aceptábamos el desafío de traducir a
Lacan. Peor aún era el caso de los equívocos, cuya existencia en la definición
misma de una lengua nos ofrece Barbara Cassin: “Una lengua difiere de otra y se
singulariza por sus equívocos.” Para añadir luego: “La diversidad de las
lenguas se deja aprehender por esos síntomas que son las homonimias semánticas
y sintácticas.”
A las homonimias y los
equívocos agrego por mi parte otra, contenida nada menos que en la magistral
definición de los intraducibles por parte de la autora: “Los intraducibles son
síntomas, semánticos y/o sintácticos, de la diferencia entre las lenguas, no lo
que no se traduce, sino lo que no cesa de (no) traducirse.”[4]
El segundo caso de
intraducibilidad que debí afrontar en mi trabajo con este libro se resume nada
menos que en su subtítulo: “Complicar el universal”, sintagma que adquiere, con
el correr del texto, una importancia central. En un principio escribí “lo”
universal, en vez de “el”. Casi necesité leer la obra hasta el final para
apreciar el alcance del error, pues ponía en juego una cuestión gramatical y
conceptual que no debía soslayarse, sobre todo porque la lengua francesa no posee
el artículo neutro “lo”. En español, el empleo de uno u otro artículo ante un
sustantivo modifica el sentido de éste, ejemplo notable del mencionado poder de
la gramática sobre la semántica.
El deseo de llevar las
teorizaciones de Barbara Cassin al terreno de una práctica específica que
concierne a los psicoanalistas, vale decir, la traducción de los Escritos y
Seminarios de Lacan, me recuerda algunos interrogantes que me planteé en su
momento y que considero oportuno reproducir ahora.
Me preguntaba, por
ejemplo, cuántas palabras del castellano se necesitarían para traducir manque-à-être o sujet-supposé-savoir.
Asimismo, ¿cómo dar cuenta de Je sin agregarlo entre corchetes
después de «yo», en los casos en que se corresponden? ¿Qué quiere decir
exactamente pousse-à-la-femme? ¿Cómo decirlo en castellano? ¿Cómo
admitir la imposibilidad de asignar para trait
unaire una expresión única? Trait es un término que posee
bastantes más elementos sémicos que en castellano, y no se presta a la
inmovilidad de una fórmula. ¿Y qué hacer con plus-de-jouir? ¿Cómo traducirlo, exactamente? Porque plus-de-jouir
quiere decir también, y yo diría que sobre todo, «basta de gozar»,
«punto al goce», «no hay más goce», y en esto la medida fálica, adueñándose de
la escena, viene a aliviar la tensión insostenible: para el traductor, es
cuestión de saber que trabaja a pura pérdida, que la distancia entre el
original y su texto es insalvable. Lo mismo en cuanto al rapport de il n’y a pas de
rapport sexuel, para el que se han propuesto distintas soluciones en
español. En cuanto a los neologismos y juegos de palabras de Lacan, ¿son todos
del mismo orden? Sin ir más lejos, los títulos de algunos seminarios: Encore, Les non-dupes errent, Le
sinthome, L’insu que sait… ¿Estamos
frente a “intraducibles”? ¿En todos los casos?
Para concluir, me
referiré a una cita fallida del Elogio,
anónima, que se incluyó on line con
motivo de una actividad llevada a cabo en la última Feria del Libro de Buenos
Aires y referida a la versión española del Diccionario
de los intraducibles. Se vierte allí del siguiente modo la definición de
los intraducibles transcripta párrafos atrás: “Los intraducibles son síntomas,
semánticos y/o sintácticos, de la diferencia entre las lenguas, no lo que no se
traduce, sino lo que no deja de
traducirse.” Es manifiesto que la fórmula de Barbara Cassin está tomada de
la teorización lacaniana de lo imposible, referida a lo que “no cesa de
no escribirse”. En vez de lo que “no cesa”,
el texto al que aludo dice “no deja”,
y agrega, para colmo, “no deja de
traducirse”. Se introducen así dos cambios: del verbo “cesar” por “dejar” y la
omisión del segundo “no”. Puede conjeturarse que el cambio de verbo respondió a
la intención de acudir a un uso más coloquial de la lengua española, donde “dejar
de” vendría a suavizar la afirmación de Lacan inyectándole un matiz quizá
empático o sentimental, pero imprimiéndole una ambigüedad que no tiene: no es
lo mismo “no ‘dejar’ de no traducirse que “no ‘cesar’” de no hacerlo. El verbo
“cesar” pone de manifiesto esa insistencia de lo real que constituye una de sus
características implacables. Barbara Cassin, quien supo leer a Lacan como
pocos, utiliza el apotegma a su modo en relación con la traducción. A su modo,
pues escribe el último “no” entre paréntesis, deslizando así el equívoco en la definición de lo intraducible: habría entonces casos en
los que sí se traduce, circunstancia que pone en extraordinaria evidencia
aquella “vacilante equivocidad del mundo” que Barbara Cassin toma de Hanna
Arendt,[5] “vacilante equivocidad”
en la que las lenguas viven, padecen y gozan.
La
máscara Foucault,
Tomás Abraham, Paidós, 2019.
Histerias y placeres
por
Luis Diego Fernández (Doctor en
filosofía, docente en la Universidad Torcuato Di Tella e investigador del ineo).
En La máscara Foucault Tomás Abraham realiza una reconstrucción de la
figura de Michel Foucault desde cuatro perspectivas: su intimidad, su modo de
ejercer la filosofía, sus batallas y su recepción en la Argentina. Estas
miradas comparten el atributo que define que “Foucault no es un filósofo
crepuscular y sombrío como muchos de sus adherentes”.
En su recorrido por las anécdotas
biográficas y al interior de su departamento de la calle Vaugirard Abraham
confronta cinco testimonios: James Miller, David Halperin, Hervé Guibert,
Mathieu Lindon y Thierry Voeltzel. El autor desmenuza sus vínculos amistosos,
sus placeres sexuales (homoeróticos, sadomasoquistas), gastronómicos, su
experimentación con drogas, sus viajes a California, su infancia en Poitiers, dando
cuenta de la integridad del filósofo francés, de la discreción al mismo tiempo
que la honestidad en sus búsquedas epistémicas consistente con su estilo de
existencia. Para Abraham, Foucault es un filósofo motivado por el placer e
incluso un filósofo histérico, calificación que el pensador asumía. Podríamos
decir que la hipótesis de lectura de Abraham se asienta en este distanciamiento
“histérico” que a Foucault “le permite congelar la brecha que lo mantiene
intacto, hará lo imposible para no ser identificado. Pondrá todo su arsenal
para combatir la presión de las autoridades, que le reclaman que diga quién es
y cuál es la verdad de su quehacer”.
La definición de intelectual específico en
Foucault aparece en la lectura de Abraham de la mano del ejemplo del físico
atómico Robert Oppenheimer, también en las querellas con los historiadores y
filósofos de la historia, como Carlo Ginzburg, Reinhart Koselleck y en especial
en el caso de Paul Veyne, amigo de Foucault e investigador especializado en
filosofía estoica a quién Abraham aprecia de modo significativo. Del mismo
modo, la inserción entre lacanianos y antipsiquiatras ocupa un espacio
importante en el recorrido de Abraham quién no deja de ser crítico con el
filósofo francés al tratar su debate con antipsiquiatras ingleses en relación
al tema de la pedofilia.
En las aproximaciones biopolíticas que
cierran el libro con una lectura de estos conceptos aplicados a la historia y
actualidad argentina, Abraham fija su posición crítica de los intérpretes de
Foucault que reducen al concepto de biopolítica a la tanapolítica y los
genocidios, al plantear que “Foucault habla de un hacer vivir y dejar morir. Si
hubiera querido remitir sus estudios de biopolítica únicamente a la función
soberana de ejercer el derecho de matar a todo aquel que desafíe o desobedezca
el poder regente, era suficiente con el hacer morir”. De este modo, Abraham se
desmarca de las lecturas de Giorgio Agamben y otros intérpretes argentinos de
Foucault (como el caso de Luis García Fanlo, que toma de ejemplo) que solo
consideran negativamente la acción biopolítica y no en tanto estrategia de
administración de la población que no tiene en sí misma un elemento valorativo
en clave negativa.
De acuerdo a Abraham la filosofía de
Foucault es una escritura. No hay ideas ni conceptos foucaultianos, no hay
militantismo ni ideología, se trata de un filósofo escéptico nihilista de
temple libertario, guerrero e hiperactivo, un escultor de verdades
plurinominales. El Foucault de Tomás Abraham no es tanático, ni paranoide, ni
un obseso del poder, por el contrario, se trata de un filósofo íntegro y
riguroso, al mismo tiempo que ligero y hedonista.
Mona, Pola Oloixarac, Random House, 2019.
por
Leonor Curti (Miembro del Centro Descartes)
Me puso muy contenta recibir la invitación para participar en el ciclo de Lecturas
Críticas. Es un ámbito de discurso dentro del Centro Descartes que amo especialmente.
No pierdo de vista que es la primera vez que hablo en calidad de
presentadora desde fines de diciembre del año pasado. Todos podemos situarnos
en la coyuntura de aquel momento sin más palabras. De modo que es insoslayable
comentar que leí por primera vez a Pola Oloixarac por sugerencia de Germán
García, que sabía de mi amor y mi pasión por la escritura y la lectura. En ese
caso fue Las teorías salvajes la
recomendación en cuestión.
(…) Leí Las Teorías Salvajes con
interés y disfruté de una prosa diferente, incisiva, polémica, atrevida, que se
metía con el universo intelectual de la ciudad de Buenos Aires, a través de un
manejo literario de la ironía que me llamó la atención.
Fui hacia Mona, entonces, con el
recuerdo de Germán y de su recomendación primera y con la confianza anticipada
de que podría volver a encontrarme con una lectura interesante. (…)
congratulations! the world is yours, your body is not.
¡felicitaciones! el
mundo es tuyo, tu cuerpo no
¿Qué es Mona?
Mona es una crítica despiadada al universo de la literatura y de los premios
literarios, a los usos de goce del lenguaje, a las universidades norteamericanas
y a las democracias light de Occidente, principalmente
amenazadas por las migraciones desde el mundo árabe pero por encima de todo,
por la falsedad de su impulso integrador de la diferencia por medio del
cálculo, de un algoritmo.
El marketing y el branding están a punto de fagocitarse
las voces de la producción literaria en todo el mundo: los candidatos a ganar
el prestigioso Premio Basske-Wortz, en Suecia, son invitados a
reunirse con alguna anticipación a la entrega del premio, en una suerte de outing
pseudo- amistoso, para confraternizar. Entre los finalistas está Mona,
joven y exitosa debutante en el arte de la novela, con un primer éxito
editorial y una segunda novela que se resiste a ser terminada. Querría obtener el cuantioso premio de 200
mil dólares para irse a vivir al Amazonas, gastando por el resto de sus días,
pocos dólares por año.
Emulando los mega encuentros de CEOs de grandes empresas multinacionales,
los días transcurrirán en un paisaje bucólico y muy nórdico, entre neurolépticos,
alcohol, baños en aguas heladas sin más abrigo que la piel, sesiones de caza,
de karaoke, de sexo circunstancial; cundirán el aburrimiento y el agotamiento
por el enorme esfuerzo de los participantes invitados y los organizadores para
que todo esté perfecto, y por encima de todo, por el esfuerzo de que no se note
cuánto esfuerzo les demanda a la mayoría de los asistentes, sostener y
sostenerse en la escena del éxito y del reconocimiento.
A su vez, la tecnología de los múltiples gadgets estará omnipresente en misteriosos mensajes de un tal
Antonio que Mona ignorará con determinación; en modos audiovisuales de mantener
sexo sin ningún otro cuerpo más que el propio; en la amenaza de la creación de
una inteligencia artificial literaria; en el networking como sinónimo de socialización. Google será postulado
por uno de los participantes como la contranovela de la novela humana que puede
visualizar la vida entera de los usuarios así como configurar sus deseos y sus
limitaciones a futuro. Nuevo modelo narrativo cuyo poder inmenso, en el fondo,
busca el control y la vigilancia. Todos sin excepción reducidos a ser niños
estupefactos ante la seducción de las máquinas.
Mona viaja a Estocolmo, con su glamour de “animalito en extinción”; como
una sirena que no se halla en las aguas en las que está sumergida pero que no
encuentra las suyas. El mundo occidental, las universidades americanas y el outing
son expresiones diversas de un
mismo modelo: el de los zoológicos clásicos, valorados en relación con la
diversidad que exponían. La ethnicity de
las personas es un valor en alza, y es imprescindible que la muestra sea lo
bastante amplia para ser políticamente correcta. De allí que Mona podrá hacer
una carrera más que interesante sólo siendo ella misma: mujer, hispana, inca.
Se autodeclara persona de color en el corazón de Silicon Valley, en la Universidad de Stanford, cuando nunca antes había tenido registro de que fuera tal
cosa. La ironía del texto llega a plantear que hubiera sido ideal que además,
presentara algún tipo de discapacidad física para que el cuadro estuviera
completo.
Esa es la historia más evidente que se cuenta.
Pero falta la segunda historia, como diría Piglia, en su tesis sobre el
cuento.
¿Cuánto duran los moretones en el cuerpo?
La segunda historia es la que se va construyendo con lo silenciado, con lo
evitado; con el manejo corrosivo de la ironía que recae sobre los rasgos que
diferencian a Mona Tarrile-Byrne: desde lo más evidente a lo menos: es mujer,
no es blanca, es peruana, inca y su lengua es el español, aunque estudie en Silicon
Valley. Sobre esos rasgos, que
paradójicamente la tornan, por un proceso de sospechosa discriminación
positiva, un elemento tan interesante en el campus y un índice de la amplitud
de criterio en su entorno universitario durante la era Trump, sobre esos rasgos
decía, recaerá la ironía lacerante que hace sospechar al lector que algo
inasimilable está retornando sobre el cuerpo, la mente y la subjetividad de
Mona.
Una mancha violeta en su cuello es la primera evidencia de lo que irrumpe y
que Mona no logra interpretar ni registrar del todo. Una pesadilla que fusiona
un gran caudal de aguas negras con animales muertos y la noticia de una niña de
12 años, Sandrita, desaparecida en Rímac, barrio peligroso de la ciudad de Lima,
irán tejiendo un manto de horror, estupor y dolor para Mona. El cuerpo y la mente transcurrirán el tiempo
narcotizados o alcoholizados.
Estallidos de llanto sin motivo aparente, manifestaciones del dolor no
subjetivado aún, se sumarán a un acontecimiento natural tan arrasador como
inconcebible; una alegoría de Jörmungander, bestia mitológica que vendría para
vengar las múltiples muertes presagiadas durante el siglo XX (el arte, la
historia, la novela), será la clave que proveerá a Mona, en el mejor de los
casos, de la segunda escena necesaria para que el trauma devenga síntoma, y el
dolor sordo que ha marcado su cuerpo pueda subjetivarse. También será
fundamental el encuentro con Sven, un escritor alpino de no ficción. Con él
hablará por primera vez en el transcurso del meeting, del amor a las palabras e inevitablemente, de palabras de
amor, sutiles, etéreas pero suficientemente auténticas para rescatarla de su
olvido y del dolor inasimilable que éste le produjo.
Mona es una novela crítica de los procesos de homogenización y mercantilización
que avanzan sobre los discursos, sean éstos culturales, literarios, históricos,
de género, etc. En sacrificio de lo más particular de cada uno, el decir propio
se ve reducido a una caricatura de la integración del diferente igualado a la
exoticidad, al freaky, a una rareza
digna de un zoológico. No obstante lo cual, derrocha humor, factor quizás
imprescindible para leer determinadas cosas.
(…)
Mona es también una suerte de denuncia de que la contracara feroz de los
procesos de homogenización reinantes son la segregación, el odio y el racismo
que atacan los cuerpos. La alegoría final propone la salida y también la
salvación, por el camino del amor, que por más incipiente, tibio o sutil que
parezca convoca una potencia que puede más que el odio más lúcido.
Mona es una propuesta literaria muy updated,
ambiciosa e interesante, para aquellos que gusten de sostener a la vez,
como decía Scott Fitzgerald, dos ideas contradictorias entre sí, sin
paralizarse, de modo que luego de leer, extraigan sus propias conclusiones.
(Se
lee completo en leonorcurtilibros.blogspot.com)
Notas
sobre la Conferencia 28 de Freud, La terapia analítica
por Julio Riveros (alumno del
Programa Estudios Analíticos Integrales).
Freud pronuncia esta conferencia en 1917. Se ubica en la
transición del segundo al tercer momento freudiano, tres años después de la
publicación de Recordar, repetir y
reelaborar, artículo que anticipa el
giro de 1920 a partir del cual Freud postula
que el aparato psíquico no está gobernado por el principio del placer, y lo que
va a formalizar como
compulsión de repetición, inconsciente
libidinal y pulsión de muerte, es decir, la
segunda tópica: un Yo cuyo núcleo va a ser el Ello y sometido a sus exigencias,
a las del Superyó y a las de la realidad.
Dicho esto, en la Conferencia 28 lo
central es la interrogación sobre el estatuto de la
transferencia (T) y su vecindad con la sugestión (S). Es en ese sentido que
Lacan se preguntaba si el psicoanálisis es o no una estafa.
Las vueltas que Freud da en
esta Conferencia se pueden expresar desde el punto de vista lógico, del
siguiente modo:
T ^
S: Transferencia y Sugestión.
T v
S: Transferencia o Sugestión.
T→S: Si hay Transferencia,
entonces hay Sugestión.
S→T: Si hay Sugestión, entonces
hay Transferencia.
Se podría definir la
sugestión como el lazo a un significante, un lazo que no va a implicar una
elaboración de saber, es decir, que no va a ligar ese significante a la trama
fantasmática del sujeto. Esto equivale a la hipnosis, la esencia de la
sugestión, una suspensión de la actividad crítica del Yo.
Por otro lado, el saber en
juego en la transferencia es un saber supuesto, indica la incidencia de un
significante que empuja a la elaboración de saber, es decir un significante
cualquiera, dice Lacan, que hace lazo con otro significante, tal como lo
introduce en la Proposición del 9 de
octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela con el matema de la transferencia
como sujeto supuesto saber.
¿Qué está primero, la
sugestión o la transferencia? Lacan inicia la Proposición con la siguiente aserción: "al comienzo del
psicoanálisis está la transferencia"[6]. Pero, al modo freudiano, la
sugestión es ineliminable, se trata de una sugestión en relación al
significante. Por eso Freud aconseja que el analista no opere desde ese lugar,
dado que el dispositivo lo coloca en un lugar de poder en la dirección de la
cura.
Entonces, efectivamente hay
sugestión, pero al inicio de una cura analítica encontramos la transferencia,
es decir, la condición para que se instale el discurso, aun cuando se pueda
verificar que haya efectos de sugestión.
Una observación sobre una
palabra que usa Freud, superación: el
vocablo en alemán que usa Freud es überwinden,
es una operación que trasciende la contradicción entre opuestos hacia una
instancia de síntesis. Acá Freud se acerca a Hegel, a pesar que años después,
en la Conferencia 35, va a
decir que la filosofía hegeliana es oscura. El pasaje en cuestión es el
siguiente:
“La cura analítica impone a
médico y enfermo un difícil trabajo (Arbeit)
que es preciso realizar para cancelar (aufhebung)
unas resistencias internas. Mediante la superación (Überwindung) de estas, la vida anímica del enfermo se modifica
duraderamente, se eleva a un estadio más alto de desarrollo y permanece
protegida frente a nuevas posibilidades de enfermar. Este trabajo de superación
(Überwindungsarbeit) constituye el
logro esencial de la cura analítica; el enfermo tiene que consumarlo, y el
médico se lo posibilita mediante el auxilio de la sugestión, que opera en el
sentido de una educación. Por eso se
ha dicho con acierto que el tratamiento psicoanalítico es una suerte de pos-educación”.[7]
10 de
octubre, 2019
Notas
sobre el libro de Germán García, Para otra cosa, El psicoanálisis entre las
vanguardias
por
Beatriz Gez (Miembro del Centro
Descartes).
Escribo sobre algunas cosas guiado por el hilo del psicoanálisis que
(a veces
de manera divertida, aunque sea por el grotesco involuntario
o por el ingenio deliberado, y otras de
manera clandestina) ha viajado en el tren de las vanguardias históricas.
Germán García
La frase que utilizo de
epígrafe es una indicación explícita del autor respecto de la escritura del
libro: …se trata de situar al
psicoanálisis entre las vanguardias
-y agrega- que convierten la ausencia de institución en una institución eficaz. En
este hilo tiene lugar la indicación de Jacques Lacan, en el curso del Seminario RSI, de que al arte debemos tomarlo como modelo, como
modelo para otra cosa.
Germán García desarrolla
que el malentendido entre el dadaísmo, surrealismo y psicoanálisis, que llega
hasta nuestra época, sólo se puede sostener dentro de la noción de vanguardia
si nos detenemos en la palabra misma para despertar a su polifonía. Por ello
resalta su carácter de metáfora en oposición de aquellos que dan por resuelto lo mismo que ignoran al
conformarse con el origen militar de la palabra vanguardia (avant-garde) y desestimar lo que
metaforiza en cada caso. El futurismo propone
una huída hacia adelante sostenida en las
promesas de los avances técnicos y en la destrucción del pasado; el
dadaísmo, refractario a la guerra, reduce
esa semántica a unos juegos fonemáticos buenos para barrer los escombros que
cubren millones de cadáveres; el surrealismo, término inventado por
Guillaume Apollinaire, quiere ser el
relevo, pero terminará por proponerse demasiado pronto una obra constructiva
que se ahogará en los estallidos de la Segunda Guerra. La palabra
vanguardia puede adquirir cualquier sentido: de allí también el malentendido
presente entre vanguardias políticas y vanguardias artísticas (que a su vez
alzaban diferentes banderas ideológicas).
Entre esta polifonía
ubica el texto, de 1915, sobre Lo
perecedero o La transitoriedad de
Sigmund Freud del cual destaca estar marcado
por el mismo espíritu de duelo (pérdida/enfrentamiento) producido por la
destrucción de las realizaciones que prometía el comienzo del siglo XX.
Si bien Breton quiso
colocarse del lado del freudismo (ver pág. 81) la rama aberrante del espiritismo y la parapsicología, que destaca Jean
Starobinski cuando lo ataca, lo alejan. El autor cita un párrafo de una carta
de Sigmund Freud a Breton (luego de la entrevista que tuvieron) en la que le
dice: “A pesar de que recibo tantas pruebas de interés que usted y sus amigos
tienen por mis investigaciones, yo mismo no soy capaz de aclararme qué es y qué
quiere el surrealismo.” Escribe Germán García: Breton no se entendió con
Sigmund Freud, tampoco con Jacques Lacan.
El rechazo explícito de
Lacan por el surrealismo y la simpatía por el movimiento Dada y Tristan Tzara
es lo que lo conduce a investigar la diferencia
entre ambos. Nos recuerda, entonces, que Lacan opone el término subversión al término revolución para afirmar que cuando los
surrealistas se embarcan en el sueño de la revolución, es la subversión Dada la
que dejan. Dirá: la revolución conservada en Rusia, la subversión un poco de
cualquier parte.
Entre nosotros, según la
investigación del autor, el verdadero
empresario del escándalo, como califica Aldo Pellegrini -en su Antología de la poesía surrealista de lengua
francesa de 1961- a Tristan Tzara (distanciado del grupo Breton desde 1922),
es excluido: de las casi cuatro mil
páginas que componen los seis tomos de sus obras completas publicados por la
Editorial Flammarion, entre 1975 y 1991 sólo se tradujeron los Manifiestos
Dada, un breve libro de poesía, el poema El
hombre aproximativo, “El surrealismo
después de la guerra” (conferencia de 1946 traducida por Raúl Gustavo Aguirre
como El surrealismo de hoy) y Poemas rumanos. Concluye: el dadaísta es poco amable para nuestros
surrealistas devotos de André Breton.
En 1955 se traduce por primera vez algo extenso sobre
Tristán Tzara; y considera que esta fecha es clave para
entender su expansión tardía en la Argentina: las vanguardias se encuentran con
un nuevo horizonte de expectativas: el
rock, “la muerte de la pintura”, la literatura Beat, el happening, el teatro
del absurdo (de Ionesco a Beckett) y diversas experimentaciones. Como versa
en la frase de Eric Hobsbawm que Germán García usa como epígrafe del libro: “A
las escuelas vanguardistas que aparecieron en la década de los sesenta, o sea,
a partir del pop art, no les
preocupaba revolucionar el arte, lo que querían era declararlo en bancarrota.
De aquí el curioso retorno al arte conceptual y al dadaísmo.”
Jorge Luis Borges que, según el autor, nunca
perdió el espíritu de provocación, como se puede escuchar en sus conferencias
en el teatro Coliseo en 1977, dice: “Para los propósitos de esta conferencia
debo buscar un momento patético. Digamos, aquel en que supe que ya había
perdido mi vista, mi vista de lector y de escritor. Por qué no fijar la fecha,
tan digna de recordación, de 1955. No me refiero a las épicas lluvias de
septiembre; me refiero a una circunstancia personal.
He recibido en mi vida muchos inmerecidos
honores, pero hay uno que me alegró más que ningún otro: la dirección de la
Biblioteca Nacional. Por razones menos literarias que políticas, fui designado
por el gobierno de la Revolución Libertadora.”
Los militares se instalan en el gobierno el 23
de septiembre de 1955. En este contexto lee Germán García que la cultura de los rebeldes sin causa (en
alusión a la cultura norteamericana en boga y su culto a la juventud rebelde
perpetuada en la figura andrógina de James Dean que muere joven el 30 de
septiembre del mismo año) resultaba
artificiosa porque entre nosotros había muertos sin causa y rebeldes con algunas razones válidas. También las
vanguardias históricas se modificaron (Rayuela, de manera explícita, introduce una versión de un grupo “vanguardista”
y a la vez cita esa cultura que la nutre).
Entre otras cosas, cuenta en primera persona
que existió un efecto maníaco de la
difusión de la teoría del significante que puede leerse tanto en el poder
movilizador de las consignas, como en una producción literaria que se amparaba
en lo que llamaban el protagonismo del
texto. Y agrega que no era necesario
que se conociera algo de la enseñanza de Jacques Lacan porque lo mismo
inspiraba Roland Barthes, Maurice Blanchot o el humor de Julio Cortázar y Boris
Vian.
Pero la vanguardia no puede eludir el límite que se establece por la trama
cultural en que se incrusta lo que se realiza. De modo que la manía
significante del comienzo se convierte en melancolía: Sade festejado en los comienzos cómo el triunfo de la escritura (Sinn) sobre el referente (Bedeutung), clásica distinción que lleva el nombre de
Frege, se convierte en catástrofes históricas: así aparece después del
surrealismo, cuando Theodor Adorno y Max Horkheimer le dedican un capítulo de Dialéctica
de la Ilustración con el título “Justine
o la ilustración moral”. Paso previo al escrito de Jacques Lacan conocido como
“Kant avec Sade” (insólito desde el título).
En este aspecto, otro de los hallazgos de
Germán García es la obra de teatro de Alberto Hidalgo -nombrado como un actor de la vanguardia desaforada-
publicada en 1965 y titulada Su
excelencia el buey. Hidalgo, que de 1930
a 1946 fue el escritor a quien debemos la temprana popularidad del
psicoanálisis en la Argentina mediante el heterónimo del Dr. Gómez Nerea,
despliega en su obra de teatro “la ironía de la comunidad”, como Hegel
llama a las mujeres en la Fenomenología
del espíritu y que, según Germán García, anticipa los trabajos de Lacan sobre el otro goce, el goce femenino
(pág. 118).
Estas son algunas anotaciones salteadas,
sesgadas, y un poco imprecisas de un libro que además de contener una vasta
investigación productiva respecto de las fuentes originales postula, la necesidad de un espacio lacunar en toda
configuración cultural.
Para finalizar entonces, cito una vez más a
Germán García: Como se sabe, se trata de
un viaje que cada vez que el tren descarrila vuelve a ponerse en marcha. Tanto
el psicoanálisis como el arte cortejan su propio fin: unas veces con la manía
de la chatarra extraída del último accidente y otras con la melancolía de
quedar reducidos al silencio: Cómo escribir poesía después… Cómo escribir
si un niño… etcétera. Pero esa inquietud también se escribe,
también se convierte en arte, también modifica lo que se entiende por
psicoanálisis. Sabemos que nuestras vidas terminan, sobre lo demás hacemos
conjeturas “expresionistas”.
abril
2012
[1]
En castellano, el “participio presente” de un verbo corresponde a la
categoría “gerundio”, circunstancia que explica la reiteración en nuestra
traducción del libro (en notas a pie de página) de esta diferencia gramatical
entre el griego, el francés y el español.
[2]
Barbara Cassin ha
dedicado buena parte de su obra al vínculo inextricable entre el lenguaje y la
sofística.
[3] L’étourdit: “Una lengua, entre otras, es nada más que la integral de los equívocos
que su historia dejó persistir en ella.”
[4] Debo decir que la edición castellana de esta definición
presenta una grave falla. Su primera mención en la obra (pág. 43) contiene una
errata por omisión, pues hace desaparecer el segundo “no” al decir: “(los
intraducibles son) no lo que se traduce…”.
[5] Hanna Arendt, en su Diario filosófico, define la
“condición humana” como la “vacilante equivocidad del mundo”.
[6] Lacan, J., Proposición del 9
de octubre sobre el psicoanalista de la Escuela, Manantial, p. 11, Buenos
Aires, 1991.