CONCURSO. Para lectores de Thomas Pynchon y Jacques Lacan





“Contra lo que le dicta el sentido común, seguramente porque no hay nadie más a quien contárselo, Maxine sabe que tiene que comentar la jugada con Shawn.
Shawn ha ido a visitar a su propio terapeuta, así que Maxine se sienta a esperar en la antesala y hojea revistas de surf. Llega despreocupadamente diez minutos tarde, montado, se diría, en una ola de dicha.
-Me siento uno con el universo, gracias –la saluda-, ¿y tú?
-No hace falta que te pongas borde, Shawn.
Por lo que Maxine puede adivinar, el terapeuta de Shawn, Leopoldo, es un psiquiatra lacaniano que se vio obligado a dejar el ejercicio honesto de su profesión en Buenos Aires hace unos años, debido en no poca medida a la injerencia neoliberal en la economía de su país. La hiperinflación con Alfonsín, los despidos masivos de la era Menem-Cavallo, más la obediente sumisión del régimen al FMI, debieron de parecerle una Ley del Padre lacaniana fuera de control, y, tras aguantar lo que pudo, Leopoldo acabó viendo poco futuro en la ciudad encantada que amaba, así que dejó la práctica de su profesión y su suite de lujo en el barrio de psiquiatras conocido como Villa Freud, y partió hacia Estados Unidos.
Un día Shawn estaba en una cabina telefónica de una calle del centro, haciendo una de esas llamadas obligadas que de verdad tenía que hacer, y todo lo que podía ir mal iba mal, no paraba de echar monedas de veinticinco centavos, pero no conseguía señal de llamada, los contestadores automáticos le soltaban sus rollos, cabreándolo cada vez más, hasta que alcanzó el nivel de rabia neoyorquina habitual y se puso a golpear el aparato con el auricular mientras gritaba puto Giuliani, y entonces oyó una voz humana, real, tranquila: “¿Algún problemilla por ahí?” Más tarde, claro, Leopoldo admitió que buscaba negocios de ese modo, merodeando por lugares donde era probable que estallaran crisis de salud mental, como las cabinas telefónicas de NYC, sobre todo si antes había quitado todos los rótulos de “No funciona”.
-Puede que deje un tanto que desear éticamente –piensa Shawn-, pero son pocas sesiones por semana, y no siempre duran los cincuenta minutos enteros. Y al cabo de un tiempo empecé a comprender lo mucho que Lacan se parece al zen.
-¿Eh?
-La falacia total del ego, básicamente. Quien crees ser no es quien eres en absoluto. Lo que es mucho menos, y al mismo tiempo…
-Mucho más, sí, gracias por la aclaración, Shawn.
Teniendo en cuenta la historia de Leopoldo, parece un buen momento para sacar el tema de Windust.
-¿Tu psiquiatra te habla alguna vez de la economía de allá?
-No mucho, es un tema doloroso. El peor insulto que se lo ocurre es llamar neoliberal a la madre de quien sea. Esas políticas destruyeron la clase media argentina, jodieron más vidas de las que nadie haya sido capaz de contar hasta ahora. Tal vez no sea tan terrible como que te hagan desaparecer, claro, pero no deja de ser una putada ‘loquesea’. ¿Por qué lo preguntas?
-Alguien que conozco estuvo metido en todo eso, a principios de los noventa, y ahora trabaja fuera de D.C., pero sigue todavía en ese tipo de negocios repugnantes, y estoy preocupada por él; soy como el tipo con la brasa de carbón: no puedo desprenderme de él. Es peligroso para mi salud, y ni siquiera tiene nada hermoso, pero aun así necesito seguir aferrándolo.
-¿Es que ahora te has colgado de… de criminales de guerra del Partido Republicano? Espero que utilices condón.
-Qué gracioso, Shawn.
-Vamos, se nota que no te ha molestado.
-¿Qué no me ha molestado? Espera un momento. Ese de ahí es un Buda de hierro forjado, ¿no?, pues mira. –Alarga la mano hacia la cabeza del Buda que, por descontado, en cuanto la alcanza, se ajusta a su mano a la perfección, como si estuviera diseñada a propósito como empuñadura de un arma. Al instante, todos los impulsos agresivos se calman.
-Me he leído sus antecedentes –intentando no caer en el tono del Pato Lucas-: tortura con picanas eléctricas, deseca gobiernos enteros en nombre de una mierdosa teoría económica en la que posiblemente ni crea, no me hago ilusiones con respecto a lo que es…
-¿Y qué es?, ¿un adolescente incomprendido que sólo necesita ligar con la chica adecuada, que, mira por dónde, resulta que tiene todavía menos idea de nada que él? ¿Hemos vuelto al instituto, Maxine? Competimos por chavales que van a ser médicos o a acabar en Wall Street, pero en secreto, todo el tiempo, lo que de verdad deseamos es fugarnos con los drogatas, los ladrones de coches, los chicos malos del barrio…
-Sí, Shawn, y no te olvides de los surfistas. Discúlpame, pero ¿quién te crees que eres para soltarme ese sermón? ¿Qué pasa en tu propia práctica, cuando quieres salvar a alguien pero acabas fastidiándolo?
- Lo único que hago es intentar lo que Lacan denomina “despersonalización benevolente”. Si me obsesionara en “salvar” clientes, ¿cuánto bien crees que haría?
-¿Mucho?
-Prueba otra vez.
-Umm…, ¿no mucho?
-Maxine, me parece que ese tipo te da miedo. Es la Parca, se te ha metido en la cabeza y estás intentando utilizar tus encantos para salir del agobio.
-Uf. ¿No es éste el momento de marcharse dando un portazo, con un digno por inequívoco “¡que te den!” lanzado con desprecio por encima del hombro?
-Bueno. Déjame pensarlo.”

Thomas Pynchon, Al límite.
Tusquets editores, Barcelona, 2014

Querido lector:
Lo dejamos pensar: ¿quién es Leopoldo, el psicoanalista lacaniano de Buenos Aires del que habla Thomas Pynchon?

El primer lector que conteste la pregunta correctamente recibirá un ejemplar del libro.

Un día perfecto para el pez subjetivo - Pablo Black



Novedad de biblioteca:
Les acercamos el texto de Pablo Black, “Un día perfecto para el pez subjetivo”. Trata del día anterior a que Masotta leyera en la École Freudienne de Paris. Texto incluido en  la revista El puente – Conexiones del psicoanálisis Nº 3, y que recibimos la semana pasada (donación de su Director Damián Leikis). Editada por la Asociación Centro de Investigación y Docencia Corrientes-Chaco en la ciudad más antigua del nordeste de Argentina. El índice de este número está compuesto con trabajos de los siguientes autores: Damián Leikis, Germán García, Enrique Acuña, Emilio Vaschetto, Viviana Fruchtnich, Marcelo Alé, Ignacio Penecino, César Mazza, Alejandra Fernández, Mónica Krehibon, Ana Mayol, Martín Gómez, Fátima Alemán, Carla Molinas Mañanes, María Isabel D´Andrea, Fernando Kluge, Carlos Trujillo, Evelina San Martín, Martín Alvarenga, José Gabriel Ceballos, Pablo Black, Martha Bardaro, Elizabeth Bergallo, Adriano Duarte, María Eirin, Fabián Yausaz.




Un día perfecto para el pez subjetivo
Estamos en París, en 1975. Es de noche y un hombre y una mujer conversan en una habitación de hotel. Hablan en castellano y lo hacen distendidamente, en confianza como quien dice, aunque al tipo se lo nota contrariado, por momentos molesto, pese a que intenta disimularlo. La mujer, llamémosla Rithée Cevasco, es joven y hermosa, con seguridad no sobrepasa los veintiséis años, y ahora, en este preciso momento, se retira de la habitación. Se va, pero antes de atravesar la puerta se detiene para hacer un último comentario. Son palabras alentadoras, destinadas a cambiarle el ánimo al hombre, a poner paños fríos. El tipo le agradece la preocupación, y con una sonrisa sesgada, un gesto inconfundiblemente suyo, la despide hasta mañana.
Una vez solo, el hombre se apura a encender un cigarrillo. O mejor y más probable: una vez solo, el hombre enciende un nuevo cigarrillo con el anterior, habida cuenta que fumar, y hacerlo con devoción, ha sido desde siempre otro gesto inconfundiblemente suyo. Luego se sienta a un pequeño escritorio y, mal predispuesto, muy mal predispuesto, comienza a revisar unas hojas mecanografiadas. El hombre, llamémosle Oscar Masotta, ya no es joven, tiene exactamente cuarenta años, y si consideramos que morirá en cuatro, habría que decir que se encuentra en el final de su vida.
Pero eso, claro, él no lo sabe. Y tampoco viene a cuento. Al contrario, el momento en que nos encontramos condensa o va a condensar algunas de sus líneas vitales más intensas, así que nada que ver con la muerte.
El texto que revisa fue escrito por él y lleva uno de esos títulos horribles y extensos que tanto parecen gustarle: “Comentario para la École Freudienne de Paris sobre la fundación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires”. Por lo demás, se trata de un buen texto; incluso, visto en perspectiva, se diría que de los mejores que ha escrito, un texto de pura cepa masottiana. Sin embargo, en esta noche parisina de 1975, representa un verdadero problema, un dilema hecho y derecho.
Masotta debe leerlo mañana frente al doctor Jaques Lacan y a su séquito de la Escuela Freudiana de Paris, a fin de que éstos, pero sobre todo aquel, den por buena la escuela de psicoanálisis que ha fundado en Buenos Aires junto a otros secuaces. Hasta ahí todo bien. No es que necesiten la aprobación de Lacan, pero la verdad es que sí, la necesitan. Y para eso hay que esperar a mañana. Pero resulta que el trámite se complicó de antemano. Por ese celo propio de quien tiene mucho que perder, Lacan pidió echar un ojo al texto antes de su lectura pública, y al parecer no le gustó, o no quedó conforme, o como sea que exprese descontento la gente quisquillosa como Lacan. No le gustó y además se encargó de transmitirle sus objeciones a Rithée Cevasco, para que ésta, a su vez, se las transmitiera a Masotta. 
Rithée, olvidamos decirlo, es francesa y psicoanalista y también, dado que habla muy bien castellano, la traductora de Masotta en esta ocasión. De ahí su visita al hotel. Fue, como se deducirá, a ponerlo al tanto de las opiniones del doctor: “Quiere que corrijas el texto”, dijo Rithée, “dice que hablás demasiado de vos”.
Pongámonos en situación. La crítica ya lastimaría si la inflingiera cualquier hijo de vecino —pocas cosas hieren más el amor propio como que nos acusen de excesivo ego—, pero proveniente de Lacan, el tipo que más y mejor lapidó a las psicologías del yo, bueno…, resulta directamente demoledora. Por lo demás, no hay vuelta que darle, el doctor tiene razón: Masotta habla demasiado de sí mismo, tanto más si consideramos que el texto es o debería ser el testimonio de la fundación de una escuela, una experiencia esencialmente colectiva.
Lacan tiene razón, decíamos, pero se queda corto, muy corto. No es que Masotta hable mucho de sí, Masotta no hace otra cosa. Y eso por lo menos desde los primeros años de la década del 60. Entonces sufrió uno de esos derrumbes personales que incluyen al mundo entero, a todos y cada uno de los fantasmas de una época. Un derrumbe digno de Francis Scott Fitzgerald. Y basta leer sus textos “Roberto Arlt, yo mismo” y “Seis intentos frustrados de escribir sobre Arlt” para saber de qué hablamos. Sí, es cierto, el tipo que aparece allí desnudo y hecho flecos es Masotta, pero de su derrumbe han participado multitudes: una generación de intelectuales, una clase social vergonzosa, la geografía (ser un pequeño intelectual latinoamericano), la familia, el dinero, las teorías, la política, Sartre, la literatura y todo cuanto se nos ocurra.
Pero, claro, por supuesto, también está la historia personal, el cuerpo y el sujeto que han colapsado; el señor Oscar Abelardo Masotta, digamos. ¿Y quién era ese hombre antes del derrumbe? Buena pregunta, Masotta se la hizo una y mil veces, todavía se la está haciendo… Lo único cierto, lo único de lo que Masotta puede dar fe al mirar atrás, es que se trataba de un tipo con grandes expectativas que nunca veía realizadas, un tipo que se la había pasado de aquí para allá, comenzando y abandonando vidas, destinos, formas de ser, un tipo que no había hecho más que tantear, siempre provisorio, siempre inconcreto… En fin, un tipo desorientado, que había marchado tras la zanahoria llamada sí mismo hasta que un bendito día cayó extenuado.
Masotta había tocado fondo y estaba roto. Su nombre no le representaba nada. Había fracasado y estaba desahuciado y vacío (“soy un hombre seco y vacío al que sólo le interesa el análisis”).
Y cualquiera en su lugar probablemente hubiera barajado dos alternativas: o bien decir adiós mundo cruel, o bien intentar un cambio radical, convertirse en otro... Pero estas no eran opciones para él. La idea de volverse otro sólo podía ser un chiste, dado que hasta entonces no había intentado otra cosa; en cuanto a matarse…, bueno, la verdad es que probó hacerlo, y en tres oportunidades, pero fracasó también en eso.
Así y todo encontrará la salida.
Puede que no haya fracasos ejemplares, y menos aún edificantes, pero hay quienes obtienen una lúcida sobrevida del infierno. Quizás Masotta tuvo que quedarse sin nada, incluso sin alternativas, para poder levantar cabeza, para darse cuenta de quién era. ¿Y quién era? Pues nadie más que el que había sido, un hombre al tanteo, un tipo desajustado, inconcluso. Eso había sido y eso era.
Entonces, en vistas de las circunstancias, no le quedará otra que hacer de tripas corazón. Con una capacidad de resiliencia que sólo cabe admirar,  Masotta montará el segundo acto de su vida sobre la matriz de su fracaso, y sin cambiar absolutamente nada, no siendo más que el que es, en adelante hará de la precariedad y lo provisorio la condición de todo cuanto toque.
Pensar, escribir, la vida misma… todo adquirirá su forma inconclusa y transitoria. Más aún, transformará su propia intimidad, su espacio subjetivo, en el escenario donde lo público y lo privado, las teorías y la historia personal se mezclan hasta volverse indiscernible como pis y mierda de gallina. De ahí que en sus intervenciones no tenga el menor empacho en poner sobre la mesa la fragilidad de sus argumentos, el carácter subjetivo de sus ideas, los titubeos y las contradicciones… De ahí que corregirse se vuelva una de sus grandes pasiones, y que sus textos abunden en tachados, revisiones, salvedades y llamados al pie.
En cierta forma Masotta ha descubierto las ventajas del making of, y no  ha dudado en hacer de éste su estilo. Un estilo riesgoso —Alberto Giordano lo describe como un hombre en peligro—, que va a contrapelo de cierta paquetería de críticos e intelectuales, esa que exige borrar toda evidencia de los derroteros, como quien patea la escalera después de haber subido por ella: “Yo sé que es de mal gusto referirse a las barreras que no se han podido franquear”, ironiza en “Roberto Arlt, yo mismo”.
Pero regresemos a París, a 1975. Habíamos dicho que Lacan se quedaba corto, ahora creemos que directamente se equivoca, o que más bien no tiene idea. Convengamos que queda medio pavote reprocharle a un pez gordo subjetivo que hable demasiado de sí mismo. Y ni qué decir de mandarlo a corregir… Es casi casi una provocación, como decirle: a ver, a que no nadás.
Masotta continúa sentado en el escritorio. Lleva ya un buen tiempo dándole vueltas al asunto. Ha revisado su texto unas diez veces y aún no encuentra por dónde empezar con los retoques. Tiene dudas. No sabe qué hacer. Lo único seguro es que quedan pocos cigarrillos y la noche apunta para larga. Quizás lo mejor por ahora sea bajar a comprar más.

Epílogo:
Masotta acaba de leer el texto frente a la École Freudienne de Paris. Lo leyó tal cual, no corrigió ni una coma. Al público pareció gustarle, a juzgar por la atención y el buen ánimo con que lo escucharon. De hecho estamos en el cóctel y algunos integrantes de la École se acercan a felicitarlo. Ahora Masotta conversa con Rithée Cevasco, y lo hace notoriamente más distendido que la noche anterior. La conversación, supongamos, versa sobre los temas más peregrinos, aunque probablemente, ya sabemos cómo es esto, no hablen de otra cosa que de psicoanálisis. Sólo resta un detalle para que todo sea perfecto, y ese detalle comienza a caminar en dirección a Masotta. Y ahí están, uno frente al otro. Jaques Lacan lo saluda y luego dice: “En público suena muy bien…”, y puede incluso que le sonría.
Una vez más no ha cambiado nada, pero Masotta comienza el tercer y último acto de su vida.


Pablo Black






El Centro Descartes en el Congreso Mundial de Psiquiatría, Madrid setiembre de 2014




El mes pasado se celebró en la ciudad de Madrid, en el Centro de Convenciones Norte el XVI Congreso Mundial de Psiquiatría “Focusing on acces, quality and humane care”.
El Centro Descartes (Buenos Aires-Argentina) junto a La Otra Psiquiatría (Valladolid-España) organizó una mesa redonda titulada “Los trastornos del lenguaje ¿son causa o consecuencia de la psicosis?”.

Ante una muy nutrida concurrencia se expusieron los principales lineamientos epistémicos y éticos acerca del lenguaje desde la perspectiva de Jacques Lacan y su influencia en la psicopatología actual. En un lenguaje diáfano y preciso Keppa Matilla delineó las principales orientaciones de los psiquiatras clásicos acerca de los trastornos del lenguaje, en segundo término José María Álvarez interrogó el uso clínico del síntoma como invención, los efectos de lalengua en Joyce y luego Emilio Vaschetto concluyó con el problema del estilo en Jacques Lacan. Finalmente el maestro Fernando Colina aunó la discusión en un cierre brillante delineó el carácter de la orientación psicopatológica que utiliza el lenguaje, no como instrumento ni como artificio de un diagnóstico, sino como un efecto de creación y una solución singular. Todo ello animado con la coordinación de Diego Costa, miembro activo del Centro Descartes.


ENSAYOS Y ERRORES. Derivas analíticas del siglo


El último libro de Germán García de próxima aparición en UNSAM EDITA.
Anticipamos la presentación escrita por Damasia Amadeo de Freda.

Prólogo

El libro
“Todos los libros el libro”, tal podría haber sido el título de Ensayos y errores. Derivas analíticas del siglo.
Para empezar, comenzaremos diciendo que Germán García es psicoanalista y también escritor; que ha publicado más de veinte libros, entre los cuales se encuentran títulos de psicoanálisis así como obras de literatura.
En segundo lugar, sabemos también que el libro es en sí mismo un objeto precioso para el autor; basta con conocer, aunque más no sea de oídas, la extensión de sus bibliotecas.
Pero si nos inspira comenzar el prólogo con esta osadía, no es tanto por lo que acabamos de enumerar como sí por estimar que es dentro de este libro donde se encuentran todos los libros. Y si no son todos, lo que es indudable es que sí son muchos; porque, en principio lo que es seguro, es que es enorme el número de referencias que contiene.
Pero no por esto que decimos consideramos que este libro sea un compilado de referencias, mucho menos un libro académico, así como tampoco que se trate de un libro dirigido a la Academia. Pero entonces, ¿qué es? Es difícil decirlo. Y es difícil decirlo porque es difícil saberlo; porque tampoco es éste un libro simple, no es un libro cuya lectura sea fácil, lo cual nos lleva a interrogarnos sobre su lector, es decir, sobre a quién está dirigido.

El lector
Un libro puede estar dirigido al gran público; esto es, no requerir de aquellos que lo lean un conocimiento en profundidad del tema que se va a tratar. También, como decíamos más arriba, un libro puede tener un corte académico, y entonces su público será el de la Universidad. Otra posibilidad es que un libro trate una especialidad, y por lo tanto podrá dirigirse o bien al ámbito científico, o bien a un público considerado cuanto menos competente en el tema.
Ahora bien, un libro puede también estar dirigido a una elite intelectual; pero entonces ese campo ya no es tan sencillo de delimitar. No obstante la dificultad para circunscribirlo, juzgamos que tal es el ámbito al cual este libro se dirige. 
¿Qué entendemos nosotros por una elite intelectual? Entendemos que se trata de un público Ilustrado, de un público cuyos intereses, lecturas, curiosidades no se restringen al ámbito de la “especialidad”. Ese es el lector que imaginamos interesado en la lectura de este libro. Un lector que bien puede no haber leído todas las referencias que contiene, un lector al cual tampoco se le exige que conozca a los autores de dichas referencias. Creemos que se trata de otra cosa. Imaginamos y aspiramos a que se trata de un lector que se dejará llevar por esas referencias, que se entusiasmará en la lectura, justamente por la introducción de esas referencias. Ahora bien, ¿a título de qué el autor utiliza entonces las referencias? Para responder a esta pregunta, pasemos a adentrarnos en el contenido del libro.

Diálogo, ironía, erudición
Ensayos y errores está compuesto de diez textos, de los que en principio podríamos decir que son independientes. De hecho, cada uno se sitúa en un contexto determinado y tiene una fecha de presentación diferente. Sin embargo, la lectura demostrará que todos están de algún modo enlazados; y lo están, en principio, por las referencias que se retoman, se cruzan y se vuelven a encontrar para dilucidar el tema del que se trate en cada ocasión.
El libro comienza introduciendo algo así como un oxímoron: el olvido memorable.
Entonces aparece Freud y el psicoanálisis, y comienza así un diálogo con la Historia, la filosofía y la ciencia, de la mano de Weinrich, Popper y Khun, para nombrar algunos. Y es de ese diálogo que surgen hallazgos como “el recuerdo del presente” o “el recuerdo simultáneo a la percepción”.
Así empieza este coloquio de autores, el cual se acentúa todavía más en el segundo texto. Éste, verdadero homenaje a Kojève, es también el prólogo a una de sus biografías.
No deseamos hacer la lista de las referencias a las que el autor echa mano en este texto, pero sí transmitir la idea que nos da, aunque más no sea por su número, de hasta dónde llega su erudición. Distintos puntos de vista sobre el fin de la Historia debaten los autores convocados; desde la animalidad americana hasta el esnobismo japonés. Entre otros, desfilan Virno, Strauss, Derrida, Heidegger, Agamben y Lacan. Y entonces, es el logos y es el silencio, y es el destino de la humanidad. Es también la idea del tiempo y su incidencia en la noción de autoridad. Pero también se trata del arte de escribir, y entonces ahí parecen confundirse y fundirse en uno solo el emperador Juliano, Kojève y García. Porque el arte de escribir de aquel al que cada uno se remite, encuentra también aquí realizada su aspiración: escribir de manera tal que el mensaje que se quiere hacer pasar esté cifrado, con lo cual solo pueda ser comprendido por aquellos que puedan leerlo. Ironías del destino o delicias de lo escrito, lo que Kojève refiere de Juliano, García lo encuentra en Kojève y nosotros en este libro.
Y cuando de ironías se trata, nada como el texto sobre las TCC y sus terapias milagrosas. Milagro de las neurociencias, cuyas ramas se elevan hasta las bases neurológicas de la religiosidad. Y entonces es San Pablo y la epilepsia, y es el milagro de la diferencia genética de ateos y creyentes, confirmado por canciones infantiles y por salmos religiosos. Y de ahí no hay más que un paso hacia el bendito síndrome de déficit de atención en los niños, y entonces es el milagro de la ritalina mezclado en buenas dosis con cognitivismo y terapia comportamental.
De los niños llegamos al adolescente y a su Sturm und Drang. Y entonces es Freud adolescente y es Joyce con su retrato del artista autorrevelador; es Wedekind y su despertar dramático a la primavera y es la risa alegre de Aristófanes; es Shakespeare y la tragedia joven por amor y es Lacan y lo real del sexo; pero es también el “tormento” y el “empuje” del extravío adolescente actual reflejado en el fracaso escolar, las adicciones, la delincuencia y la revuelta juvenil… Y es el eterno erotismo de la juventud.

Política, gusto, rigor
Apuntar al pasado con vistas al porvenir, tal es uno de los objetivos del análisis. Germán García interroga en los siguientes textos la formación del analista y la situación del psicoanálisis actual. No teme dialogar con la Iglesia ni con la Universidad. Reencontramos en esos textos la idea del analista laico, el cual no se confunde con la ausencia de formación intelectual (basta con leer este libro). Nuevamente aparecen Kojève, Strauss y Lacan para interrogar con ellos una política del psicoanálisis para el futuro próximo. García recurre a Kant y a Sade y no olvida el avance de las terapias cognitivo-comportamentales. Vuelve a Freud y a su razón Ilustrada y la confronta con la enseñanza de Miller. Se pregunta qué hacer en una época en que las reglas del juego ya no son las del siglo XX, y no olvida que el objeto a está en el cenit social; retoma los discursos de Lacan del 68 y observa el panorama social sin olvidar las metamorfosis sufridas en el tiempo respecto de la noción de autoridad. El poder como fundamento de la política entra en tensión con la política del síntoma para el psicoanálisis; verdad, plusvalía, plus de goce y práctica sin valor, son algunos de los términos esenciales que lo guían por estas páginas.
Pero la política del psicoanálisis no se separa del gusto por el psicoanálisis. El autor recuerda que no solo son resistencias las que el psicoanálisis produce en la cultura, las cuales no son distintas de las resistencia que descubre el análisis en cada uno; destaca el gusto que el psicoanálisis también produce en la época: gusto de la cultura por el psicoanálisis y gusto de hablar de las mujeres de aquella época en la que Freud, gracias a este gusto de ellas, se interesó en lo que decían y creó el psicoanálisis. Pero también, el gusto de Freud por la literatura y la poesía, mucho más que por cualquier sistema filosófico; y el gusto del analizante transformado en analista, ya que en este libro el pase también es un asunto de gusto. Del gusto pasamos al estilo, tardío o no, que Lacan se adjudicó; y de ahí al “rigor psicótico” de Wittgenstein vuelto a encontrar en el arte de Joyce: rigor, método y juego con el lenguaje, que es lo mismo que descubre Freud. Y llegamos así al matema, a la lógica y a las matemáticas; y desembocamos en Pierce y en la relación entre psicoanálisis y ciencia, porque Germán García no olvida que aunque se continúe hablando “lo real se escribe en silencio”.

 El autor y el Witz
Luego de lo expuesto en estas líneas, desearíamos dedicar unas últimas palabras a lo que creemos es el lazo del autor a su texto. Entendemos que hay un lazo muy estrecho, y creemos que el que lo refleja mejor es quizá el que trata sobre el Witz. Si no es así, al menos entendemos que es el que más se acerca al espíritu del autor en este libro. Porque, si uno de los efectos del Witz es el de “encadenar la atención del oyente”, eso es algo que no va a suceder espontáneamente aquí en una lectura rápida y precipitada. En cambio, consideramos que si el lector logra descifrar el mensaje que le está dirigido a todo aquel que pueda leerlo, ahí sí se encontrará con que el libro “desconcierta e ilumina”, y se encontrará con “alegría” con que “desinhibe”, así como podrá encontrarse también con que logra una “revuelta contra la autoridad”, en el sentido de poder “liberarse de la presión que ella ejerce”.
Y, para terminar, retomamos las palabras que Freud extrae de Nietzsche y que nosotros recuperamos de este mismo texto para hacerlas nuestras y alentar a la lectura del libro. Entonces, proponemos que cuando las palabras se desplacen y tengamos la sensación de no entender nada, apostemos –como Nietzsche, como Freud y como García- a que lo que ocurrirá con ese desplazamiento es “la subversión de todos los valores”.


Buenos Aires, octubre de 2014. 

Reconstrucción de un escritor espectral (reseña)


Marian Fiszman Pablo Ingberg compilan textos que permiten un rescate de Néstor Sánchez

Por Gustavo Pablos
A 11 años de su muerte, un nuevo libro se suma al rescate de Néstor Sánchez, el autor que produjo un cimbronazo en la década de 1960 con Nosotros dos, Siberia blues y El amhor, los orsinis y la muerte, sus tres primeras novelas, donde desplegaba una narrativa “poemática” bajo el influyo del jazz o del tango, y pensada con la convicción de que “no hay que escribir nada que pueda contarse por teléfono”. Unos años después, ya en Europa y tras el reconocimiento de autores tan diversos como Julio Cortázar, Severo Sarduy y Augusto Roa Bastos, le seguiría Cómico de la lengua. Sánchez ingresaría luego en un cono de sombra del que sólo saldría intermitentemente en las décadas siguientes.
Visiones de Sánchez fue publicado por La Comarca Libros, dirigida por su hijo, Claudio Sánchez (que también editó Ojos de rapiña y Solos de Remington, dos antologías con textos inéditos o imposibles de conseguir). El libro reúne 15 textos de amigos y escritores que lo frecuentaron: Ruy Rodríguez, Rodolfo Alonso, Germán García, Luisa Valenzuela, Ernesto Ayala-Dip, Albert Bensoussan, Liliana Guaragno, Carlos Riccardo, Pablo Ingberg y Roberto Raschella, entre otros. La compilación estuvo a cargo de Mariano Fiszman y Pablo Ingberg, quienes aseguran que el proyecto, reunido originalmente en el sitio visionesdesanchez.blogspot.com, surgió para “mantener encendida esa llama que tanto nos había iluminado y que parecía correr el riesgo de extinguirse”.
Su vida de trashumante y por momentos de vagabundo lo llevó desde su Buenos Aires natal a Barcelona, Caracas, París y diversas ciudades de Estados Unidos. Pero ese itinerario vital y geográfico sólo dice algo si se complementa con detalles de su vida profesional, desde el hecho de haber sido lector de la prestigiosa editorial Gallimard en Francia hasta vivir como homeless en Estados Unidos durante varios años, pasando por su dedicación a las filosofías orientales y a las enseñanzas espirituales de Gurdjieff.
Los autores de los textos, sin complacencias ni rápidas adulaciones, poniendo cada uno el acento donde creen que corresponde, comentan sobre diversos aspectos: las virtudes que encontraron en su obra, las diversas formas de amistad que cultivó y su singular visión de la literatura. El conjunto traza, además, un mapa ligero y ambiental de una Buenos Aires ya lejana, con sus bares y sus clásicos espacios de encuentro, sin que falten, por supuesto, referencias a sus años en Europa, donde ya entrada la década de 1970 inicia un largo silencio que recién rompería cuando, ya de vuelta en el país, publica La condición efímera, su último libro.
“Néstor era la chispa. La fogata la armábamos entre todos y nos brindaba un calor amable, por momentos. Después crepitaba”, dice Luisa Valenzuela sobre su amigo. Los testimonios coinciden en esa época en que Sánchez empieza a apagarse y termina sus días sin el brillo y el ánimo polémico que lo habían caracterizado, en gran parte asediado y limitado por lo que él mismo denominaba “toques”, esos estados que lo alejaban de su entorno y quizás también de una escritura decididamente personal e innovadora.


Entrevista a Claudio Sánchez




¿Porque se crea La comarca libros?
Por varios motivos:
*Para evitar la estructura tradicional editorial, donde todo es comercio y velocidad en cuanto a la producción, descartando la difusión de autores desconocidos, marginales  y/o de culto.
*Para cuidar, lograr y sostener el camino de la obra de Néstor Sánchez.
*Generar en cada autor interesado, alternativas diferentes de producción y difusión sostenida hacia un objetivo que, a nuestro criterio, debería ser consensuado.
*Atacar el 10% de derecho de autor. Consideramos que este porcentaje es la mayor estafa literaria: el autor debe ser el único dueño de su libro.

¿Qué objetivos persiguen?
Un nuevo camino para el libro de autor.
Terminar con la falsa distribución de libros sin interés comercial, condenados a Depósito.
Descartar las librerías  desinteresadas en difundir a un nuevo autor.
Ser un instrumento que lo acompaña y le genera opciones para decidir todo lo concerniente a su libro, desde el proyecto hasta la inserción en el medio.

¿Qué podría decidir el autor?
La producción general de su obra. Nos proponemos trabajar conjuntamente con cada escritor en varios aspectos: debemos encontrar un estilo adecuado para cada libro; abrir el espectro que justifique encontrar la mejor tapa desde todas las ideas posibles, la mejor información interna, una diagramación justificada por el texto, imágenes como símbolos visuales que acompañen la idea central.

¿Y después, qué seguiría?
Un plan para acercar el libro al lector.
Aquí también surgen tantos caminos como ideas se obtengan. Es indispensable que el tiempo esté a favor ya que no producimos paraguas ni asado, producimos cultura.
Nos preguntamos: ¿Quién podría encontrar un libro de autor desconocido o marginal en mesa de exposición o vidriera de alguna librería? Ese libro está condenado –en el mejor de los casos- a morir en un perdido estante al fondo del local. Ningún “cliente” podrá enterarse de su existencia. (Mejor ni hablemos de los precios en cuanto a costo-ganancias).

¿Y entonces, qué hacer con ese libro?
Dependerá de lo que decida “su dueño”: “Mover” ese libro donde se pueda. Junto a otros autores. Convocando otras disciplinas del arte para fusionar en consecuencia, utilizando nuestra página (www.nestorsanchezescritor) como punto de partida. Incluirse en una serie de Blogs amigos e interesados en difundir un arte marginal.
La obra de Néstor Sánchez, por ejemplo, terminó en Mesa de saldos décadas atrás. Hoy tiene una editorial que la sostiene, investiga y produce nuevos libros que adhieren a su autor.
Nuestra editorial presenta una convocatoria en tal sentido: Un cruce cultural como música-literatura  (podría ser el dibujo, la fotografía, danza, etc.), que une necesidades personales y multiplica capacidad de acción.
Tenemos la intención de armar un circuito para estos autores y sus libros, por lo talleres literarios, bibliotecas y centros culturales interesados en disfrutar al autor, escucharlo, preguntarle, conectar su experiencia.   


Pablo Ingberg y Liliana Guaragno presentaron, el 23 de septiembre del 2014,  con la interlocución de Germán García el libro Visiones de Sánchez. Al finalizar Claudio Sánchez (en teclado) y Alfredo Slavutsky (en percusión) realizaron una improvisación musical. 
La Asociación Amigos de la Fundación René Descartes aprovechó la ocasión para realizar la presente entrevista a Claudio Sánchez quien junto a Paula Bisignano, Federico Barea y Julieta Sánchez lleva adelante el proyecto de La comarca Libros.


     

Editorial La Comarca


En 2013 apareció una nueva editorial, La comarca, dedicada en principio a publicar y revalorizar la obra de Néstor Sánchez. La comarca es una editorial independiente que desarrolla su tarea fuera del sistema tradicional ofrecido al autor.
Seis son los títulos ya publicados por la casa editorial:


Antología Músicos Argentinos



Las calles de Villa Crespo
de Mario Fiszman con ilustraciones de Franco Fasoli “JAZ”


 Solos de remington
de Néstor Sánchez


El drama sin atenuantes
de Néstor Sánchez y Carlos Riccardo


Ojo de rapiña
de Néstor Sánchez



Visiones de Sánchez, 15 testimonios





NicolasNicolas* - Graciela Musachi


En la lengua hay repetición. Es el gongon que leyó Hopenhayn [1]. Pero, es sabido, el primer Nicolas no es el mismo que el segundo. El primero marca la huella a la que el segundo le aplica su saber de bar de enfrente.
Esta repetición la situó el estructuralismo por cuyos vacíos se paseaba orondo Nicolas, el primero. Solo que ahora es el estructuralismo el que ha dejado su propio vacío por lo que encontramos otros vacíos por donde pasear. En la huella dejada por Nicolas primero encontramos el testimonio de los que lo siguieron (de lo que pasa al leer, de la escritura de un sufrimiento, de la gratitud hacia un maestro, de un grito de amor hacia el maestro, del encuentro con una crencha engrasada, de un recurso literario).
Se nos dice que los testimonios no aclaran nada y se contradicen, como el sujeto que habla.
En segundo lugar nuestro paseo prosigue con la tradición moderna que coloca a cualquier literatura como género de la poesía y que, como tal, se dice ritmo y trasgresión de la lengua si pretende ser vanguardia. Esa tradición ¿puede ser –como cita Goloboff- la “lógica de otro siglo”?. El XXI se rige por el lema CQC, es decir que los límites no se encuentran y por lo tanto, la trasgresión se vuelve problemática.¿Alcanza este efecto a lo que se puede hacer hoy con el lenguaje?
En fin, en esta oleada semántica y de improbable trasgresión, hay quien quiere leer su singularidad de lengua argentina, su tintineo, su diferencia, su -si se quiere- su novedad. La lengua (argentina) es un lugar de composición, podría responder la otra.
Hermanar
Otros constatan que los textos se proponen un vínculo, un paralelismo, una mirada dual, una perspectiva común que, lejos de confluír, se dispersa y presenta un incierto articular. Por su puesto, el cuerpo y la experiencia se escurren EN las palabras pero eso no hace a nuestra composición de lugar en la lengua de plata
A mi vez, encuentro algo cuando leo estas palabras. Lo encuentro del principio al fin y en un arco que enumero. Un inconciente Witz, una farsa del uso teórico del psicoanálisis, una repetición traidora del chiste freudiano sobre el lenguaje, una parodia de la vanguardia, una ligera ironía, una feroz ironía, una escritura nunca exenta de piedad, de humor o de ironía, un chiste contado por Freud, una dimensión paródica sublime, una tensión entre la vena poética y la humorística, una caridad que va de la angustia al humor y a la sátira, una risa argentina y, por último hasta podría decir un etcétera.
Este arco se abre entre la afirmación de la pérdida del sentido de la tragedia y la constatación de la experiencia trágica de la decisión singular.
SchlegelSchlegel.
Quiero volver al principio. A Nicolás primero. Que repetía a Kierkegaard en su diferencia. Que se engolosinaba (repito: es una vida la que se goza en un estilo) que se engolosinaba con sus amores y con Regina, “la que se casa con un Schlegel”. Sin dudas, Nicolás era un romántico de la primera hora, la de Schlegel: es mi elogio a Rosa.
El fin del siglo XX encontró un interés especial en los hermanos Schlegel y, en particular, en el primero, Friedrich, quien transformó el concepto de ironía al punto de que Ernst Behler puede decir que esa ironía, bautizada luego como romántica, “está indisolublemente ligada a la formación de la conciencia literaria moderna” en la que la poesía en tanto poesía de la poesía, se hace irónica. La ironía romántica como “deslizamiento sin fondo y sin fin” se acomoda bien a nuestro siglo ya que se presenta bajo la forma de la paradoja (nombre posible del inconciente) en la que se alternan autocreación y autodestrucción.
Schlegel también sabe que decir todo no es posible y deplora que un escritor se entusiasme con la borrachera poética por lo que es la ironía la que pone límites al decir, límites que son propios del que dice. El decir irónico se sitúa así entre el entusiasmo y el escepticismo en un flotar entre contrarios, entre palabras comprensibles que conducen a lo incomprensible.
Nicolas y los nombres que siguieron (Gombrowicz, el doble de Lito Cruz[2], Perlongher, Lamborghini, Marechal y puedo decir sin temor a repetirme un etcetera que incluya a Jorge Luis) tiran “con gorriones a los cañones” de la lengua y `por eso escriben un diario argentino.
Es el irónico truco que cierto francés dio como rasgo diferencial de nuestras singulares efervescencias.
Graciela Musachi

*Intervención y lectura de los textos de homenaje a Nicolás Rosa en “Autopistas de la Palabra” (2010). El título alude a Nicolás Rosa y Nicolás Casullo.




[1] Se refiere a Horacio González y M. Gologoff quienes participaron del homenaje.

[2]Alguien nombró de este modo a H. González.

Kafka – Borges: Una fraternidad discreta. Germán García














Allan Janik y Stephen Toulmin, en La Viena de Wittgenstein, escriben:
En los últimos días de la Monarquía de los Habsburgo en la que Rilke y Kafka nacieron – y especialmente en la finisecular Praga, que merece un estudio para ella sola – se podía, al menos, tener un vislumbre de lo que iba a ser de Europa tras la Primera Guerra Mundial antes de que fuese remotamente concebible como hecho político, Musil, que no era de Praga, compartía con Rilke y Kafka una preocupación prebélica por la incapacidad del lenguaje para explicar a los otros el ser intimo del hombre. [1]

Para estos autores la fragmentaria “Descripción de una lucha”, de Kafka, mostraría esta preocupación.
Pero Klaus Wagenbach pone el acento en la diferencia de Kafka con los autores de lengua alemana, aunque escribiese también en esa lengua:
Ni siquiera –dice- trató personalmente a sus contemporáneos austriacos más importantes: Musil, Hofmannsthal, Rilke o Trakl. Lector con mucha frecuencia entusiasta (por ejemplo, de Thomas Mann), pero en modo alguno sistemático, conoció sus obras, mas se mantuvo alejado de participar directamente en su mundillo literario.[2]

Detrás de estas diferencias esta el expresionismo con sus experimentos lingüísticos, pero Kafka se había apropiado de esa lengua para otros fines: sus imágenes eran extraordinarias, su lenguaje estricto.
“Un sueño eterno”, El País, 3 de Julio de 1983, es un breve texto de Borges publicado en ocasión del centenario de nacimiento de Franz Kafka. Leo:
Mi primer recuerdo de Kafka es del año 1916, cuando decidí aprender el idioma alemán. Antes lo había intentado con el ruso, pero fracasé. El alemán me resultó mucho más sencillo y la tarea fue grata. Tenía un diccionario alemán –ingles y al cabo de unos meses no sé si lograba entender lo que leía, pero si podía gozar de la poesía de algunos autores. Fue entonces cuando leí el primer libro de Kafka que, aunque no recuerdo ahora exactamente, creo que se llamaba Once cuentos.(sic.)
Me llamó la atención que Kafka escribiera tan sencillo, que yo mismo pudiera entenderlo a pesar de que el movimiento expresionista que era tan importante en esa época fue en general un movimiento barroco que jugaba con las infinitas posibilidades del idioma alemán. Después tuve oportunidad de leer El proceso y a partir de ese momento lo he leído continuamente [...] A Kafka podemos leerlo y pensar que sus fabulas son tan antiguas como la historia, que esos sueños fueron soñados por hombres de otra época sin necesidad de vincularlos con Alemania o con Arabia. El hecho de haber escrito un texto que transciende el momento en que se escribió es notable. Se puede pensar que se redactó en Persia o en China y ahí está su valor. Y cuando Kafka hace referencias es profético [...] Yo traduje el libro de cuentos cuyo primer título es La transformación y nunca supe por que a todos les dio por ponerle La metamorfosis.[3]

Juan José Saer hace una sugerente comparación entre Las confesiones de San Agustin y la Carta al padre, de Franz Kafka. No pretende que exista una influencia, ni tan siquiera que Kafka lo haya leído. Habla de la posición del narrador, de la manera que se sitúa frente al Otro, de algunos recursos retóricos. Se trata y no se trata de autobiografía. Entre nosotros tenemos también: Kafka y su padre de Carlos Correas, quien dice que escribe el abogado (como en San Agustin, podemos decir, escribe el profesor de retórica). El padre es el tópico que comparte con el expresionismo, como lo describe Walter Muschg: “La lucha contra la autoridad del padre se convirtió en tema fijo de la literatura revolucionaria y se vio consagrada gracias a la interpretación de Freud.” Y más adelante:
La locura, el niño y el sueño son los temas principales del arte expresionista, que también influyeron profundamente su sentimiento formal. Forman parte del mito expresionista de la niñez los cantos de Trakl al muchacho Elis, las tragedias infantiles de Jahnn, así como Muchachos soñadores de Kokoschka. El enigma del sueño conmovió sobre todo a Kafka, cuyo estilo representativo está originado directamente en Freud. [4]

Más allá del espíritu de época, el nuevo lenguaje grafico y el nuevo lenguaje formal derivado de aquél, no estaban sujetos a tales temas: El expresionismo creó obras narrativas, líricas y dramáticas, que demostraron que con ellas se había conquistado una nueva dimensión.
¿Qué compartiría Borges, el adolescente, con este clima cultural? En los juegos absurdos del dadaísmo se anuncio muy pronto el presentimiento de que la lucha de los hijos había sido perdida. De los quince a los veinte años Borges está en Suiza, donde surgió en 1916 el movimiento Dada con su Café Voltaire. Algo que no ignoraba, ya que al poco de llegar a España publica un poema en una revista dadaísta de Francia, llamada Manometre, Lyon, 1924.
¿Qué compartía con Kafka en lo que hace al padre? Más de lo que pareciera, aunque no hizo un tema directo. Su padre aparece en su obra menos que sus antepasados, pero en sus reportajes está presente cada vez que Borges habla de su destino literario decidido en su infancia. También, más de una vez, habló de una promesa que le había hecho a su padre; volver a escribir El caudillo. Promesa que cumplió y no cumplió: hay más de un relato referido a temas de esa novela paterna, que nunca reescribió. De la misma manera Kafka hizo saber a sus amigos de la existencia de Carta al padre, aunque su destinatario nunca tuvo noticia de este texto.

Berthold Brecht nos facilita mostrar el peso de la novela familiar tanto en Kafka como en Borges. Hans Meyer escribe: “El joven Brecht no se perdió en el ámbito de los seudo problemas entre padre e hijo, de la lucha entre sexos, del conflicto entre poder y espíritu. Ni Strindberg ni Heinrch Mann. Ya los primeros conflictos a los que este autor quiso dar forma sin inmediatamente sociales.” Por su parte Walter Muschg, al referirse a la literatura expresionista alemana, que sitúa en un arco que va de Trakl a Brecht, afirma: “La lucha contra la autoridad del padre se convirtió en tema fijo de la literatura revolucionaria y se vio consagrada a la interpretación que Freud hizo del conflicto de Edipo. Numerosos jóvenes lo vivieron hasta llegar al suicidio; entre los escritores, los más afectados fueron seguramente Georg Heym y Franz Kafka, cuya Carta al padre (Brief an den Vater), que nunca llegó a enviar, constituye el más importante documento humano de esta polémica”.
Digamos de paso que otro encuentro con Sigmund Freud fue la lectura de la Interpretación de los sueños, que los artistas calificaron como una “estética anticlásica” y que exponía tanto lo nauseabundo como una premisa que interesaba a las vanguardias: el encuentro del sentido en el sinsentido.
Kafka nace austriaco, pasa a ser checo, pero se educa en Praga en un colegio de cultura alemana. Hasta ahí es bilingüe. También pertenece a otra minoría; es judío y trata de aprender la lengua de sus mayores. Y, por supuesto, antes de la existencia del Estado de Israel fantasea con ir a Palestina. Por último, quiere saber francés y también italiano para estar al tanto de los movimientos literarios (ya que las vanguardias de lengua alemana le deben su primer impulso al futurismo de Marinetti, al igual que los rusos, y los franceses).
En este cruce de lenguas y territorios políticos Kafka, como diría Sergio Cueto, cava su madriguera. Praga, además del café Arco, algunos parques, la casa familiar, el lugar de su trabajo, es para su obra un laberinto subterráneo poblado de diversos animales prodigiosos y temibles.
Igual cruce de lenguas, territorios y culturas políticas configuran la personalidad de Borges. Dos escritores ubicuos, ubicuidad que Borges elogia en “Kafka y sus precursores”. En el opuesto de esta problemática va a situarse Berthold Brecht, según lo muestra Hans Mayer en su Brecht[5]
Diario de Franz Kafka: “¡Por última vez psicología!”
Decían que Kafka hablaba siempre como Kafka. Y todo lo que decía Kafka podría estar en una obra o en uno de sus aforismos. También Brecht –al contrario de muchos escritores– era en todo momento Brecht: lo mismo puede decirse de Borges.
Durante más de cinco décadas Borges no ha dejado de referirse a Kafka: traducciones, prólogos, conferencias, artículos y reportajes. Incluso llego a decir en una conferencia de 1983: “tuve la osadía de tratar de ser Kafka, en dos cuentos míos. Uno se llama “La biblioteca de Babel”; el otro “La lotería en Babilonia”.”[6]
En 1937 (29 de octubre) Borges publica una breve noticia titulada “Franz Kafka”, donde afirma:
“América”, la más esperanzada de sus novelas, es acaso la menos característica. Las otras dos – El proceso (1925), El castillo (1926) – tienen un mecanismo del todo igual al de las paradojas interminables del eléata Zénon. El héroe de la primera, progresivamente abrumado por un insensato proceso, no logra averiguar el delito de que lo acusan, ni siquiera enfrentarse con el invisible tribunal que debe juzgarlo; éste, sin juicio previo, acaba por hacerlo degollar. K., el héroe de la segunda, es un agrimensor llamado a un castillo, que no logra jamás penetrar en él y que muere sin ser reconocido por la autoridades que lo gobiernan. No me parece casual que ambas novelas falten los capítulos intermedios: también en la paradoja de Zenón faltan los puntos infinitos que deben recorrer Aquiles y la tortuga. [7]

El hecho es que el habitante de Elea (ciudad de la Italia antigua) que no escribía literatura y el escritor checo de lengua alemana que llegó a la juventud en el siglo XX,  murieron antes de conocer el elegante, en el sentido matemático, argumento de “Kafka y sus precursores”.
La noticia de Borges de 1937 prosigue:
De los cuentos de Kafka entiendo que el más admirable es el titulado “La construcción de la muralla china”. También “Chacales y árabes”, “Ante la ley”, “Un mensaje imperial”, “Un ayunador”, “El pesar del padre de familia”, “El problema de las leyes”, “Una vieja página”, “El buitre”, “El topo gigante”, “Investigaciones de un perro”, “La madriguera”.[8]

Algunos de estos cuentos circulan con títulos diferentes: “El ayunador” como “El artista del hambre”, “Una vieja página” como “Un antiguo manuscrito”.
En compensación, la excelente traducción de Ariel Magnus recupera “La madriguera” usado por Borges, después de que durante bastante tiempo el cuento se conociera como “La construcción”.
A los cuentos que enumera en 1937 Borges suma, en distintos momentos, los siguientes: “Josefina la cantora o el pueblo de los ratones”, “El escudo de la ciudad”, “Primera tristeza”, “Prometeo”, “Una confusión cotidiana”.
Este conjunto que Borges difunde en nuestra lengua afirma que el cuento es el género que sostiene la grandeza de Kafka, aunque al menos dos de sus novelas (El proceso y El castillo) sean elogiables. Al parecer esta última tiene algunos eslabones intermedios de más. Y es posible que para Borges pocas novelas estén privadas de los eslabones necesarios, pocas novelas pueden compararse con la paradoja de Zenón sin deja de ser literatura.
En este punto comparto el acierto de Ricardo Piglia cuando dice que Borges supo por Kafka que no se puede escribir una novela, que la narración breve puede controlar ripios que la novela vuelve inevitables.
Borges cita a Veblen, quien dice que los judíos sobresalen en la cultura occidental porque están en ella y al mismo tiempo no se sientes atados por ninguna devoción especial. Y agrega a los irlandeses y propone lo mismo para los argentinos. Me refiero a “El escritor argentino y la tradición”, que hay que leer junto con “Las alarmas del doctor Américo Castro” y “Kafka y sus precursores”.
En febrero de 1912 Kafka dicta una “Conferencia introductoria sobre la jerga”, que será, a la vez, una presentación de unos poetas judíos = orientales. “ ‘La jerga’, dice, no tiene gramática. Hay aficionados que intentan escribir gramáticas, pero la jerga continua hablándose; no encuentra reposo. El pueblo no se la deja a los gramáticos.”[9]
Todo el que entienda alemán, dice Kafka, podrá entender la jerga y plantea la paradoja de que por eso mismo no se puede traducir la jerga a esa lengua, aunque si a cualquier otra. La argumentación de Borges, cuando responde al doctor Américo Castro, es semejante. Y sabemos que al regresar a Buenos Aires el joven Borges intenta escribir la jerga y, con el tiempo, la convierte en un tema (el poema “El tango” es un buen ejemplo).
La jerga, en la explicación de Kafka, es una bifurcación del alemán que ha incorporado elementos de lenguas diversas, como El idioma de los argentinos.
En el curso 1967 - 1968 de la Universidad de Harvard, Borges pronunció seis conferencias. En la tercera, titulada “El arte de contar historias” desliza una precisión sobre Kafka que, me parece, puede justificar en parte lo que me propongo decir: “Cuando leemos El castillo de Franz Kafka, sabemos que el hombre nunca entrara en el castillo.” Es decir, no podemos creer de verdad en la felicidad y en el triunfo. Y quizás esta sea una de las miserias de nuestro tiempo. Me figuro que Kafka sentía prácticamente lo mismo cuando deseaba que sus libros fueran destruidos: en realidad quería escribir un libro feliz y victorioso, y se daba cuenta de que le era imposible. Hubiera podido escribirlo, evidentemente, pero el público hubiera notado que no decía la verdad. No la verdad de los hechos, sino la verdad de sus sueños.[10] También había afirmado: “En Kafka hay, por ejemplo, una honda trivialidad del protagonista, que contrasta con la magnitud de su perdición y que lo entrega, aun más desvalido, a las Furias.”[11]
Y Adolfo Bioy Casares en Borges anota:
Kafka seguramente pensaba por parábolas. Seguramente no tenía más explicación de sus cuentos que lo que decía el texto; está bien: su tema es la relación del hombre con un dios y con un cosmos incomprensible. Dios, al final del libro de Job, el dios que manda al Leviatán, es el dios de Kafka, el dios totalmente incomprensible. […]
Pero Kafka no explica ni necesita explicar: su misterio es el misterio del mundo o de la vida [...] Kafka invento un tipo totalmente nuevo de relato; pero, a diferencia de todos los inventores o precursores, ha sabido manejar su invento con notable economía y lucidez, utilizando una cantidad mínima de elementos. Esta sencillez de sus composiciones es uno de sus mayores meritos.[12]

Y, más adelante, en estilo indirecto Bioy Casares resume: “De Kafka dice que sus amigos eran expresionistas, pero quería ser clásico; pero que la idea de Kafka, en la mente de casi todo el mundo, es expresionista, sirve para interpretaciones psicoanalíticas, etcétera. Véanse los films sobre El proceso, etcétera.” El enigma es la existencia que cualquier respuesta convierte en trivial, por eso se trata de convertir la resolución en un enigma.
Continúa Borges en Un sueño eterno, después de algunas otras consideraciones:
Creo que sus cuentos son superiores a sus novelas. Las novelas, por otra parte, nunca concluyen. Tienen un número infinito de capítulos, porque su tema es un número infinito de postergaciones. A mí me gustan más sus relatos breves y, aunque no hay ahora ninguna razón para que elija a uno sobre otro, tomaría aquel cuento de la muralla china (...) Kafka fue tranquilo y hasta un poco secreto y yo elegí ser escandaloso. Empecé siendo barroco, como todos los jóvenes escritores, y ahora trato de no serlo. Intente también ser anónimo, pero cualquier cosa que escriba se conoce inmediatamente (...). Yo creo que ni Virgilio ni Kafka querían en realidad que su obra se destruyera. De otro modo habrían hecho ellos mismos el trabajo. Si yo le encargo la tarea a un amigo, es un modo de decir que no me hago responsable (...) Yo estuve en el acto del centenario de Joyce y cuando alguien lo comparo con Kafka dije que eso era una blasfemia. Es que Joyce es importante dentro de la lengua inglesa y de sus infinitas posibilidades, pero es intraducible. En cambio Kafka escribía en un alemán muy sencillo y delicado. A él le importaba la obra, no la fama, eso es indudable. De todos modos, Kafka, ese soñador que no quiso que sus sueños fueran conocidos, ahora es parte de ese sueño universal que es la memoria.[13]

Un día, dice Borges, no sabremos la vida de Kafka pero sus cuentos seguirán contándose. Una y otra vez elogia la ubicuidad de la literatura y, en consecuencia, la de los relatos de Kafka. Esta posición choca con la discusión sobre la alegoría. No se trata de una idea que logra una imagen, sino de algo que surge del lenguaje y vuelve al lenguaje, de algo que es a la vez singular y universal, de la misma manera que Borges repite que un hombre es todos los hombres, que diferir de la especie es un rodeo para disolverse en la especie. En el prologo de América, dirá: “Kafka es el gran escritor clásico de nuestro atormentado y extraño siglo”. Ser clásico y ser de un determinado siglo: ese es el oxímoron que orienta esta posición de ubicuidad de una literatura que Borges también practica: se puede leer en los textos breves de El hacedor (debo a Ricardo Piglia esta observación), también en muchos poemas donde la voz de Kafka se enmascara en el género.
¿Qué pasaría con el castellano del Rio de la Plata si fuera traducido al español de Madrid? sólo quedaría como el Quijote de Pierre Menard.
Paradojas de las lenguas periféricas que pueden vampirizar a otras lenguas sin retorno (Joyce en ingles regular desaparece, como desaparece un chiste en su explicación y un juego de palabras que no se entiende).
En “Kafka y sus precursores” Borges escribe:
Si no me equivoco, las heterogéneas piezas que he enumerado se parecen a Kafka; si no me equivoco, no todas se parecen entre sí. Este último hecho es el más significativo. En cada uno de esos textos esta la idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría.[14]
El alemán de Kafka, filtrado por el checo y por la jerga, resulta Unheimlich, de una extraña familiaridad (cuando Kafka leyó “La colonia penitenciaria” en Berlín algunas mujeres tuvieron que ser asistidas porque no soportaban la violencia de las imágenes provocadas por un lenguaje despojado de eufemismos).

Frente al expresionismo.
Oscar Caeiro, que se basa en Binder, dice que no hay necesidad de establecer una relación estricta entre la obra de Kafka y el expresionismo, basta señalar que este movimiento y Kafka participaron de los cambios que se produjeron en el arte y la literatura del momento: “Se produjo una quiebra general del estilo mimético, la disolución del vinculo tradicional entre palabra y cosa.”[15]
Max Brod dice que en una carta que Kafka le mando en 1903 o 1904 se refiere a un personaje que, a su entender, coincide con la imagen del conocido de “Descripción de una lucha”. Pues bien, en esa carta Kafka habla de una discusión literaria con Brod. Este le habría dicho en cierta oportunidad que en Flaubert hay puras ocurrencias sobre hechos y nada de azufre anímico. Kafka replica que en Werther – obra de Goethe que Brod admira – hay en cambio “demasiado azufre anímico”.[16]
Kafka rechaza lo sentimental o emotivo predominantes en la literatura expresionista. Sin ser realista, su fría mirada sobre las cosas y las personas se encuentra en su extraña objetividad. El mismo rechazo encontramos en Borges, por ejemplo cuando se burla de los rusos y los discípulos de los rusos en el prólogo a La invención de Morel de Bioy Casares. Y, aunque parezca extraño, también en Brecht
Cuando Borges dice que dos veces jugo a ser Kafka: en “La biblioteca de Babel” y en “La lotería de Babilonia”, recordemos que en uno introduce paradojas sobre el infinito y en el otro habla de la paradoja de Zenón (usada para explicar El proceso y El castillo). A su manera, “La biblioteca de Babel” (en su primera versión “La biblioteca total” que ironiza sobre el arquitecto Walter Gropius y su construcción de un teatro total pedido por Piscator) comenta El Proceso, donde leemos por ejemplo: “... una habitación de tamaño mediano, con dos ventanas, circundada por una galería muy próxima al techo, e igualmente ocupada en su totalidad; en ella, la gente tenía que estar agachada y tocada el techo con la cabeza y la espalda....” [17] “La lotería en Babilonia” parece referirse tanto a El castillo, como a “La muralla china”. También encontramos a Kafka en el cuento “El milagro secreto”, que transcurre en Praga cuando “las blindadas vanguardias del Tercer Reich entraban en Praga”.
Borges algunas veces matematiza, de José María Ferrero y Alfredo Raúl Palacios,  indaga las paradojas del tiempo y su imbricación entre objetivo-subjetivo.[18]
Patricia Runfola, en su libro Praga en tiempos de Kafka, recrea de manera detallada la presencia del expresionismo literario a partir de la figura de Franz Werfel y su poesía lirica convertida en un fenómeno a partir de 1910.[19] Su poema La procesión (Die Prozession) es paradigmático del estilo expresionista, amplificador de líneas, colores y sonidos. Los poetas expresionistas de lengua alemana vivían al ritmo de los impulsos de su juventud: “los impresionistas miran, los expresionistas ven” era la consigna que resumía el cambio. Entre estos videntes no estaba Kafka, aunque tampoco miraba.
Un dadaísta, que había estado en 1910 en Praga, se encuentra con Kafka en Berlín en 1923. Se trata de Raoul Hausmann:
-¿Señor Kafka? Me mira sorprendido. Perdone, no se...
-Me llamo Hausmann
-Aja! el dadaísta
-Sí, y me gustaría preguntarle algo sobre Dada.
-Me mira fijamente. Tal vez yo sea una aparición poco común, con mi grueso monóculo en el ojo izquierdo.
-¿Qué quiere saber de mí? ¿Lo que pienso sobre Dada?
-Eso es. Me quita usted la pregunta de la boca.  Así que, señor Kafka.
-Ahí estamos, representantes de dos mundos, aunque tal vez no tan lejos como ambos creemos.
-Bueno, es difícil decirlo. No he asistido a ninguna representación dadaísta. Solo he leído algunas cosas al respecto. Probablemente tenga una idea muy imprecisa. Incluso la velada dada en la Bolsa de Comercio de Praga solo la conozco de oídas. Pero nunca juzgo al azar, a la ligera. Dígame cómo ve usted el dadaísmo, lo que representa para usted.
-De acuerdo. Lo hare con gusto, pero quiero ponerlo en relación con sus ideas, buscando las afinidades. Si, las contradictorias afinidades, aun cuando esto le sorprenda. Sin duda ha leído usted el libro de Rudolf Kassner. Número y rostro.
-Sí, y las verdades expresadas en el me tienen muy preocupado. Pero Dada, no veo que...
-Oh, sí, espere. Precisamente porque ha empleado usted la palabra verdad refiriéndose a Kassner. El no aporta nuevas verdades. El ...
-Ciertamente que no. Pero, una vez más, ¿Qué tiene el en común con Dada? Es un metafísico, y Dada es, digamos, por lo menos irónico, paródico, no toma nada en serio y...
-Alto, se equivoca usted, señor Kafka. Lo verá enseguida. En primer lugar, tengo a Kassner por más pragmático de lo que probablemente cree usted. En cuanto a las verdades, son en su mayoría antiguas, en nuestra época no hay más viejas verdades. Las nuevas verdades son en su mayoría muy antiguas. Una nueva verdad en mil casos se puede rastrear hasta la antigüedad. Simplemente porque en rarísimas ocasiones se trataba de una verdad, es decir, que casi siempre era algo sin realidad alguna. La mayor parte de las veces las verdades eran hipótesis a priori, para cuya puesta en práctica faltaron la técnica y la determinación necesarias. Los interrogantes de Kassner quedan por lo general en pie. En lugar de la coincidencia de los opuestos de Nicolas de Cusa el pone la alternativa de la identidad finita o del individuo infinito.
-Eso ya lo sabían también los griegos.
Kafka asiente con la cabeza y dice:
- Si, pero piense usted... El hombre es tal vez el prisionero de la casa del padre. Yo vi esto y me defendí del golem, el hombre de paja, el eterno hijo póstumo de las viejas leyes. No soy determinista, pero hay vínculos a los que no podemos sobreponernos. Podría decir con Plotino: quien se queja de la naturaleza del mundo, no sabe en lo que se mete y hasta donde lo puede llevar su osadía. Me parece que aquí es donde se encuentran los límites incluso para el dadaísmo.[20]

Podemos leer, cada uno por su lado, el poema El Golem, de Borges, como metáfora de la relación con el padre. Es lo que propone Kafka. Pero Hausmann todavía tiene algo que decir en su encuentro con Kafka,  que no transcribimos completo porque Walter Benjamin reclama nuestra atención: “El padre es aquel que castiga. La culpa lo atrae como a los funcionarios del tribunal. Muchos signos inducen a pensar que el mundo de los funcionarios y el de los padres es para Kafka el mismo. La similitud no los honra.”[21]
En una ocasión Kafka fue a buscar a su amigo Max Brod, encontró al padre durmiendo en la antecámara. Aterrado ante la idea de haber podido turbar el sagrado reposo de un hombre, Kafka escurriéndose de puntillas, susurro: “Por favor, considéreme un sueño”. Décadas después, su discreto amigo Borges anheló, en su literatura, que se lo considerara un sueño.

Germán García
Congreso Kafka-Borges  
Buenos Aires, mayo de 2010





[1] Allan Janik y Stephen Toulmin, La Viena de Wittgenstein, Madrid, Taurus, 2002.
[2] Klaus Wagenbach, Kafka, Madrid, Alianza, 1970.
[3] Umwandlung (entre otras cosas, “metamorfismo”). Verwandlung (“transformación”, primera acepción) es la palabra usada por Franz Kafka.
[4] Walter Muschg, Historia trágica de la literatura, México, FCE, 2009.
[5] Hans Meyer, Brecht, Hiru, Hondarribia, 1998.
[6] Daniel Balderston, Gastón Gallo y Nicolás Helft, Borges, una enciclopedia, Buenos Aires, Norma, 1999.
[7] Jorge Luis Borges, Obras Completas, IV, Buenos Aires, Emecé, 1996.
[8] Borges, una enciclopedia, op.cit.
[9] Franz Kafka, Obras Complemtas, Tomo III, Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2003.
[10] Jorge Luis Borges, Arte poética, Barcelona, Crítica, 2001.
[11] Jorge Luis Borges, “Nathaniel Hawthorne”, en Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1974
[12] Adolfo Bioy Casares, Borges, Buenos Aires, Planeta, 2006.
[13] Jorge Luis Borges, Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1974
[14] Obras Completas, op. cit.
[15] Oscar Caeiro, Kafka y sus consecuencias, Córdoba, Alción, 2003.
[16] Kafka y sus consecuencias, op.cit.
[17] Franz Kafka, El proceso, Barcelona, Ediciones B, 2003.
[18] Jose M. Ferrero y Alfredo R. Palacios, Borges algunas veces matematiza, La Plata, Ediciones del ochenta, 1986.
[19] Patricia Runfola, Viena en tiempos de Kafka, Barcelona, Bruguera, 2006.
[20] Ludwig Hardt, Cuando Kafka vino hacia mi…Barcelona, El Acantilado, 2009.
[21] Walter Benjamin, Angelus Novus, Barcelona, Edhasa, 1971.