“Contra lo que le dicta el sentido común,
seguramente porque no hay nadie más a quien contárselo, Maxine sabe que tiene
que comentar la jugada con Shawn.
Shawn
ha ido a visitar a su propio terapeuta, así que Maxine se sienta a esperar en
la antesala y hojea revistas de surf. Llega despreocupadamente diez minutos
tarde, montado, se diría, en una ola de dicha.
-Me siento uno con el
universo, gracias –la saluda-, ¿y tú?
-No hace falta que te
pongas borde, Shawn.
Por lo que Maxine puede adivinar, el
terapeuta de Shawn, Leopoldo, es un psiquiatra lacaniano que se vio obligado a
dejar el ejercicio honesto de su profesión en Buenos Aires hace unos años,
debido en no poca medida a la injerencia neoliberal en la economía de su país.
La hiperinflación con Alfonsín, los despidos masivos de la era Menem-Cavallo,
más la obediente sumisión del régimen al FMI, debieron de parecerle una Ley del
Padre lacaniana fuera de control, y, tras aguantar lo que pudo, Leopoldo acabó
viendo poco futuro en la ciudad encantada que amaba, así que dejó la práctica
de su profesión y su suite de lujo en el barrio de psiquiatras conocido como
Villa Freud, y partió hacia Estados Unidos.
Un día Shawn estaba en una cabina telefónica
de una calle del centro, haciendo una de esas llamadas obligadas que de verdad
tenía que hacer, y todo lo que podía ir mal iba mal, no paraba de echar monedas
de veinticinco centavos, pero no conseguía señal de llamada, los contestadores
automáticos le soltaban sus rollos, cabreándolo cada vez más, hasta que alcanzó
el nivel de rabia neoyorquina habitual y se puso a golpear el aparato con el
auricular mientras gritaba puto Giuliani,
y entonces oyó una voz humana, real, tranquila: “¿Algún problemilla por ahí?” Más
tarde, claro, Leopoldo admitió que buscaba negocios de ese modo, merodeando por
lugares donde era probable que estallaran crisis de salud mental, como las
cabinas telefónicas de NYC, sobre todo si antes había quitado todos los rótulos
de “No funciona”.
-Puede que deje un tanto que desear
éticamente –piensa Shawn-, pero son pocas sesiones por semana, y no siempre
duran los cincuenta minutos enteros. Y al cabo de un tiempo empecé a comprender
lo mucho que Lacan se parece al zen.
-¿Eh?
-La falacia total del ego, básicamente. Quien
crees ser no es quien eres en absoluto. Lo que es mucho menos, y al mismo
tiempo…
-Mucho más, sí, gracias por la aclaración,
Shawn.
Teniendo en cuenta la historia de Leopoldo,
parece un buen momento para sacar el tema de Windust.
-¿Tu psiquiatra te habla alguna vez de la
economía de allá?
-No mucho, es un tema doloroso. El peor
insulto que se lo ocurre es llamar neoliberal a la madre de quien sea. Esas
políticas destruyeron la clase media argentina, jodieron más vidas de las que
nadie haya sido capaz de contar hasta ahora. Tal vez no sea tan terrible como
que te hagan desaparecer, claro, pero no deja de ser una putada ‘loquesea’. ¿Por qué lo preguntas?
-Alguien que conozco estuvo metido en todo
eso, a principios de los noventa, y ahora trabaja fuera de D.C., pero sigue
todavía en ese tipo de negocios repugnantes, y estoy preocupada por él; soy
como el tipo con la brasa de carbón: no puedo desprenderme de él. Es peligroso
para mi salud, y ni siquiera tiene nada hermoso, pero aun así necesito seguir
aferrándolo.
-¿Es que ahora te has colgado de… de
criminales de guerra del Partido Republicano? Espero que utilices condón.
-Qué gracioso, Shawn.
-Vamos, se nota que no te ha molestado.
-¿Qué no me ha molestado? Espera un momento.
Ese de ahí es un Buda de hierro forjado, ¿no?, pues mira. –Alarga la mano hacia
la cabeza del Buda que, por descontado, en cuanto la alcanza, se ajusta a su
mano a la perfección, como si estuviera diseñada a propósito como empuñadura de
un arma. Al instante, todos los impulsos agresivos se calman.
-Me he leído sus antecedentes –intentando no
caer en el tono del Pato Lucas-: tortura con picanas eléctricas, deseca
gobiernos enteros en nombre de una mierdosa teoría económica en la que
posiblemente ni crea, no me hago ilusiones con respecto a lo que es…
-¿Y qué es?, ¿un adolescente incomprendido
que sólo necesita ligar con la chica adecuada, que, mira por dónde, resulta que
tiene todavía menos idea de nada que él? ¿Hemos vuelto al instituto, Maxine?
Competimos por chavales que van a ser médicos o a acabar en Wall Street, pero
en secreto, todo el tiempo, lo que de verdad deseamos es fugarnos con los
drogatas, los ladrones de coches, los chicos malos del barrio…
-Sí, Shawn, y no te olvides de los surfistas.
Discúlpame, pero ¿quién te crees que eres para soltarme ese sermón? ¿Qué pasa
en tu propia práctica, cuando quieres salvar a alguien pero acabas
fastidiándolo?
- Lo único que hago es intentar lo que Lacan
denomina “despersonalización benevolente”. Si me obsesionara en “salvar” clientes,
¿cuánto bien crees que haría?
-¿Mucho?
-Prueba otra vez.
-Umm…, ¿no mucho?
-Maxine, me parece que ese tipo te da miedo.
Es la Parca, se te ha metido en la cabeza y estás intentando utilizar tus
encantos para salir del agobio.
-Uf. ¿No es éste el momento de marcharse
dando un portazo, con un digno por inequívoco “¡que te den!” lanzado con
desprecio por encima del hombro?
-Bueno. Déjame pensarlo.”
Thomas Pynchon, Al
límite.
Tusquets editores, Barcelona, 2014
Querido
lector:
Lo
dejamos pensar: ¿quién es Leopoldo, el psicoanalista lacaniano de Buenos Aires
del que habla Thomas Pynchon?
El
primer lector que conteste la pregunta correctamente recibirá un ejemplar del
libro.
1 comentario:
Mi nombre es Manuel.
mporcelmedina@gmail.com
La respuesta es:
German Leopoldo Garcia (1944). Escritor y psicoanalista argentino.
Saludos
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