Revista Ñ, 10/01/2015.
Fuente: tlatlandblog.tumblr.com
AVATARES DE LA CULTURA
MATERIAL
En agosto de 2005 apareció
el Nº 53 de la revista Ramona. Estaba dedicado al coleccionismo y,
naturalmente, también se presentaba como un número “coleccionable”. En la
bajada decía: “Todo lo que Ud. necesita saber sobre coleccionismo”. Aquel
Dossier imposible podría ponerse en diálogo con un libro anterior, editado en
2001 y precisamente titulado Guía para invertir en el Mercado de Arte
Contemporáneo Argentino. Estaba escrito por un economista: Claudio Golonbek. En
el contexto del derrumbe aquellas páginas parecían impulsadas por el don, una
lógica anti-económica del gasto y del derroche que, en tiempos de crisis,
proponían invertir en arte. En otro libro suyo más reciente, Coleccionismo:
libros, documentos y memoriabilia (2014), Claudio Golonbek comenta la labor que
el coleccionismo tuvo en la historia argentina del siglo XX, entre cuyos
animadores se destacaron, entre otros, Antonio Santamarina (1880-1974),
Bonifacio Del Carril (1911-1994) o Federico Vogelius (1920-1986). Un ejemplo
paradigmático del gusto bibliófilo del siglo XX lo protagonizó Natalio Botana,
cuya biblioteca se subastó entre los días 9 y 12 de junio de 1953 en 1765
lotes. ¿Qué libros había allí? Aquella colección de libros y documentos se
dispersó: “Lo que siempre me llamó la atención es que las grandes colecciones
del siglo XX se vendieran. Y que los proyectos de coleccionar libros se
terminaban cuando los coleccionistas se morían. Para la familia eso no
representaba nada. Y para la sociedad tampoco.”
En la Argentina la historia
del coleccionismo de libros se remonta a la época de Rosas, a los tiempos de
las colecciones de Saturnino Segurola, Pedro de Angelis y Antonio Zinny. Una
colección sobreviviente del siglo XX es la de Ferrer Vieyra (actualmente en
poder de la Biblioteca Mayor de Córdoba), compuesta de 23 incunables, 27
incunables de segunda época, cerca de cincuenta Elzevirianos, dos rollos de
origen etíope escritos sobre pergamino y referidos a temas religiosos. La de
Ferrer Vieyra se destaca por ser la colección más importante de incunables que
hay en la Argentina. Pero Claudio Golonbek destaca el surgimiento desde hace
algunos años de un nuevo coleccionismo. El coleccionismo tradicional sacraliza
al libro como objeto y tiende una relación fuerte con la antigüedad, con la
tradición humanista y con la edad de la imprenta. El acopio de mapas y
manuscritos forman parte de aquel paradigma. Golonbek plantea una mudanza de
aquel coleccionismo libresco hacia un coleccionismo más documental, una nueva
zona de acopio de materiales que se caracterizaría por lo vintage, lo retro:
“es un coleccionismo más relacionado con la cultura. Explica de dónde venimos y
a dónde vamos y no en un tramo de tiempo que dure mil años.” Se puede hablar de
un nuevo coleccionismo íntimamente vinculado no con la posesión de objetos
cerrados sino de documentos específicos. Es un coleccionismo de libros y textos
abiertos, más disponibles para la lectura.
_¿El nuevo coleccionismo
tiene una línea de tiempo más corta?
_Sí. En todas las cosas que
yo colecciono subyace la idea de comprender la Argentina y el mundo. Podría
leer un documento de la época de Rosas, pero entendería bastante menos porque
todo aquello ya está sintetizado en los procesos políticos. Con ir a documentos
de cincuenta o sesenta años atrás me parece que allí ya está sintetizado lo que
pasó un siglo antes. Coleccionar siempre me pareció como una oportunidad para
entender cosas.
Para Claudio Golonbek la
llegada definitiva al mundo del coleccionismo se dará en 2005, no sin antes
haber sido testigo de un hecho particular. El 2001. Ese hecho tuvo un violento
impacto en el mundo del libro. La devaluación provocó una mayor demanda de
objetos y materiales desde el exterior. Allí Claudio vio cómo ejemplares, colecciones
y archivos fueron desguazados de manera vertiginosa y llevados afuera del país:
“Algunas colecciones se vendieron en el exterior: cosas de Gombrowicz, Fogwill.
El que lo tenía lo consideraba valioso. Y acá nadie lo consideraba valioso, o
no estaba dispuesto a pagar, o si era una institución pública no tenía
presupuesto.”
En diciembre del 2002, en
ocasión de una importante subasta de libros legado de Carlos Luis Codesal a
beneficio de UNICEF en la casa de remates Saráchaga, movido por una sensación
de pérdida patrimonial Claudio adquirió materiales de Martínez Estrada y Héctor
Murena. Todavía el espectro de su colección era tradicional, pero había allí
algunos zócalos sólidos, que afirmaban su convicción sobre aquello que estaba
haciendo. Pronto las contingencias a las que una colección se enfrentan le
propusieron nuevos horizontes: “Mi archivo tiene tres patas -explica-:
literatura, política y arte. El de literatura empieza en el 33, con las
posvanguardias y arbitrariamente con Radiografía de la Pampa de Ezequiel
Martínez Estrada y Aguafuertes Porteñas de Roberto Arlt, para mí ensayos
importantes para comprender lo que es la Argentina. Mi archivo sobre política
comienza el 4 de junio del 43 con el Golpe del G.O.U. El primer documento que
tengo sobre ese archivo es una carta de adhesiones que se firmaba el 3 de junio
a la candidatura de Robustiano Patrón Costas. Lo cual permite hacer una serie
de interpretaciones en torno a las motivaciones del golpe. Y llega hasta la
década del 70. Y el archivo de Arte empieza a fines de los 50, con lo que para
mí son los inicios del arte contemporáneo, con las primeras discusiones sobre
el tema, con los escritos de los precursores de la escritura sobre arte en
Argentina que son Masotta, Aldo Pellegrini.”
Aunque se pueden leer en diálogo, cada una de las tres colecciones
tienen su propia lógica interna, lo cual muestra que a menudo hay contingencias
que van marcando el rumbo de los archivos. Para Claudio “hay una negociación
entre lo que vos querés y lo que la colección demanda. Uno descubre esas
lógicas años después. Hay veces en que uno termina comprando cosas para la
colección. Entonces uno dice: a la colección le falta esto. La colección
reclama cosas.”
En un libro ya clásico,
Coleccionismo y Literatura (1999), Yvette Sánchez indagaba en la etimología
latina de la palabra leer (legere: que entre sus acepciones incluye “cosechar”,
“leer”, “coleccionar”) para establecer una asociación muy fuerte entre la
práctica de la lectura y el acto de
coleccionar. En aquel libro se reparaba en el fuerte componente
psicológico que rodea al coleccionismo literario. Y, además, se atendía a una
enorme cantidad de escritores y movimientos literarios que hicieron del
coleccionismo un principio estético: desde Balzac hasta los naturalistas,
pasando por Pío Baroja, Azorín y los decadentistas franceses: “Cuando el
volumen de piezas de una colección se incrementa lo suficiente empiezan las
conexiones importantes entre ellas y es ahí donde cobran fuerza como conjunto”
-explica Golonbek-.
_¿Las colecciones tienen una
voz, son como un organismo?
_Tienen una vida. Uno es un
ejecutor. Porque la relectura o la contextualización de un documento otorgan
vida al conjunto. Uno es el medium.
El coleccionista también es
alguien que posee una suerte de “conciencia documental”. Ve en determinados
manuscritos o documentos una potencia que conecta con el futuro. Esa conciencia
documental trabaja contra la “desidia archivística”. ¿El coleccionista es
alguien que está vislumbrando algo ya sea en el pasado pero también en el
presente que sus contemporáneos no están vislumbrando?: “A mí me interesa y
entonces me parece que yo debo conservarlo. Además me parece que en el futuro
va a ser mucho más difícil conseguir archivos y documentos. No digo que vayan a
ser secretos políticos, pero mucha gente va a tratar de hacerse del material
estratégico que explique o ayude a comprender determinados procesos. A mí me
parece que cuando las universidades norteamericanas compran colecciones no
solamente lo hacen desde una voluntad de preservación sino de poner material en
disponibilidad para gente que busque cosas que parecen insólitas o rarísimas,
pero que en una visión de largo plazo del experimento humano sirven. Dan
explicaciones a por qué pasó esto o aquello. ¿Nos importa? Por ahí no, pero a
lo mejor es re importante.”
Una teoría del residuo
Hay algo que primero suscita
cierto interés, luego pasa a ser sumamente deseado por más de una persona hasta
que, en un largo proceso de legitimación, eso pasa a ser un preciado objeto del
coleccionismo. Puede pasar con manuscritos, discos de vinilo o libros. La
investigación o la búsqueda de fundamentos históricos o culturales generan
nuevas piezas y nuevos temas para el coleccionismo. Pero la concepción más
interesante sobre el coleccionismo Claudio la asocia al “residuo”: “es muy
importante entender que ‘algo’ puede llegar a ser un potencial objeto del
coleccionismo cuando se ha convertido en un residuo de la cultura que lo
generó.” Esa comprensión del residuo está asociada a los papeles efìmeros
[aquello que en el argot se denomina ephemera]: “Hace muchísimos años que yo
estaba buscando una caja del Plan Alimentario Nacional, la caja en la que se
repartían alimentos y de la cual se hicieron millones. Y me llevó como diez
años conseguir una. Me la traen hoy. La conseguí por MercadoLibre. Y la
paradoja es que se trata de una caja de la cual se hicieron millones y que no
vale nada. Nadie las guardó porque no cumplían ninguna función. Uno las ve por
las fotos en los diarios, pero nunca ve el objeto real. Debe tener por lo menos
30 años esa caja. Yo la voy a tener como documento. Si algún día tiene que ir a
una muestra que cuente la Argentina de la década del 80 en vez de haber una
foto de las cajas PAN habrá una Caja PAN real.”
Hay nuevos objetos que en la
larga tradición del coleccionismo constituyen un fenómeno novedoso. Por un
lado, el pasaje de la cultura impresa al universo digital implicó una serie de
transformaciones prácticas. Y si bien el coleccionismo en principio pudo no ser
considerado como una práctica particularmente sensible a esas transformaciones,
el advenimiento de la era digital produjo un cambio en la percepción del mundo
analógico. La aceleración del tiempo y la obsolescencia programada de las
tecnologías modifican la experiencia del pasado y sus restos materiales.
Aquellos objetos que nos hablan de otra época constituyen la gran materia prima
del coleccionismo. De allí que el mundo analógico también haya sido cruzado por
las modificaciones de la percepción que el advenimiento de Internet produjo.
MercadoLibre, eBay, AbeBooks, Iberlibro, remates en directo, subastas on-line
son algunas de las nuevas arenas de lucha en las que se libra el duelo con los
restos materiales del tiempo. Es que si bien todo sucede supuestamente en el
mundo virtual, lo que se trafica por la Web son “objetos concretos”. Hay una
imbricación que se produce entre sitios de Internet y ese espacio residual que
configuran las librerías de usados, los mercados de lo viejo. También se puede
hablar de un “efecto colateral” del coleccionismo que redunda en el aumento de
la información cultural. Como un efecto rebote, y una vez modificado su lugar,
las páginas de libros inesperados, autógrafos, manuscritos y fotografías saltan
a Internet para otorgarle su espesor histórico a la Web. Un documento sobre la
masacre de Trelew, un autógrafo de Paco Urondo, un retazo de la voz de Borges
guardado en un disco de vinilo, esas son las cosas que Claudio Golonbek
recolecta. ¿Cuál es la característica más preponderante del nuevo
coleccionismo?: “Yo veo en el nuevo coleccionismo una idea más generosa que la
del coleccionismo de antes. Ahora es importante que el material circule, que se
difunda, que sea base de investigación. Una anécdota. Yo hace un tiempo estaba
rastreando la historia de un fotógrafo norteamericano que le había sacado una
foto a Lincoln. Y tenía unas vagas referencias con lo cual hice una consulta a
la Universidad de Illinois. Como respuesta me mandan el obituario del fotógrafo
publicado en un diario de una comunidad religiosa de la década de 1890 donde se
contaba su historia. O sea que eso ya estaba catalogado. Me dio sana envidia
que alguien pueda hacer una consulta y en el día le pudieran dar un documento
de dominio público a alguien que estaba en la Argentina. Todavía nos falta
mucho para llegar a eso.”
Para Claudio Golonbek es
importante que los archivos estén disponibles: “Me parece que lo nuevo es la
circulación, el dominio público de los archivos, la difusión, la participación
en muestras, la generación de valor agregado informativo. Y eso yo creo que por
lo menos en la Argentina es nuevo. Porque una de las cosas que uno ve en todo
el mundo es que todas las muestras importantes de Arte están repletas de
documentos: lo que se leía en la época, lo que se escribía. Yo digo que es como
un continuum, si bien hay una diferencia de valor entre un documento y un
cuadro de arte, también es cierto que como objeto cultural la documentación
tiene muchísima jerarquía.”
El libro de Claudio Golonbek
está atravesado por muchos géneros. Presenta en grajeas fragmentos de ensayo,
testimonio. Autobiografía y teoría del coleccionismo se cruzan. También el
libro se puede leer como una exposición. Golonbek podría haber hecho una
exposición de su colección y su libro podría haber funcionado como un catálogo.
Hacia el final del libro sobresalen dos anexos. Uno es sobre la editorial
Barrilete (1962-1974). El otro es sobre reportajes a Borges: “Cuando comencé a
revisar el archivo imaginaba que tenía cien o ciento cincuenta reportajes. Y
cuando me puse a compilar tenía cuatrocientos reportajes. Y en un momento me di
cuenta que no iba a terminar nunca el libro si seguía buscando reportajes a
Borges. Y esa podría ser toda una investigación dentro del corpus borgeano que
nunca se estudió. Lo que dijo Borges fuera de la literatura es apasionante. Y
no es que el reportaje era una excepcionalidad. Cuando vos has dado más de
quinientos reportajes ya es un género mismo de tu producción.”
_Tu concepto de “documento”
es muy amplio.
Sí, un disco de Borges que
salió en la década del 60 para mí es un documento. No lo colecciono como un
disco en sí mismo. De hecho tengo discos con la voz de Borges que nunca
escuché, porque existen versiones digitalizadas. Discos solamente colecciono de
escritores. Discos como Eva Perón en la Hoguera (1972) de Leónidas Lamborghini,
que es un disco muy raro.
Claudio Golonbek se siente
parte de una generación interpelada por el hecho de que la Argentina se
desprenda de acervos bibliográficos importantes: “Yo veo que quienes tienen
entre cuarenta y cincuenta años y son coleccionistas todos tienen gran preocupación
por ver dónde va a quedar todo su material. Y uno de los grandes problemas es
que en Argentina no hay un lugar confiable a largo plazo para legar. La
Biblioteca Nacional está avanzando muchísimo en eso. Pero la visión patrimonial
recién se comenzó a revalorizar en los últimos años. Acá hubo casos
escandalosos de fuga de material y no estamos hablando de cosas que pasaron
hace muchos años.” Algo sin embargo parece estar cambiando: “Yo creo que ahora
comienza a revalorizarse la cultura del material. Porque un poco lo que uno
pensaba es que con esta proyección en veinte años cualquiera que quisiera
estudiar cosas de Argentina iba a tener que ir a Estados Unidos, Alemania u
otro país. Yo creo que se está avanzando mucho. Ahora hay universidades
públicas que se han dado cuenta de la importancia de tener una política
patrimonial y hay universidades como la Universidad de San Martín o la UNTREF
que están armando sus propios archivos. Entonces son largos procesos culturales
que llevan a que finalmente el material empiece a conservarse.” Claudio también
comenta uno de los proyectos que tiene para su archivo: “Mi proyecto es crear
un pequeño centro de investigación donde el material esté disponible para
investigadores, en un lugar físico especialmente desarrollado y eso será el
punto de arranque de otra cosa.”
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