¿Terminan igual los análisis de los practicantes que el de los no practicantes del psicoanálisis?

Al respecto, en el apartado final de la última clase del seminario La Transferencia (pp 436- 440) hay algunos señalamientos de Lacan que se podrían asumir como diferencias a tener en cuenta acerca de las salidas posibles de un análisis.

Voy a puntualizar las referencias clínicas que él mismo toma en cuenta para fundamentar su argumento:

1- Hay cierta imagen, en el límite, que el sujeto no está dispuesto a arriesgar “…cierta imagen límite”. También describe ese límite como “cierta orilla…que lo amarra al sujeto a esa imagen…” “El único factor común entre fobia y tótem es la imagen misma en su función de circunscripción y de discernimiento del objeto, a saber del yo ideal”.

Debemos recordar que la cuestión de la preservación de la imagen de sí es una dimensión que se observa magnificada cuando se dice de alguien que es un fóbico.

2- “Tomándolo por el mundo animal, donde la tradición analítica ha mostrado el juego ejemplar de las identificaciones defensivas, el sujeto puede, con el fin de subsistir en un mundo donde su i(a) sea respetado, decretar que todos, ya sean perros, gatos, tejones o ciervos, hacen guau, guau. Esta es la función del einziger Zug”.

El Ideal del yo (identificación defensiva), en tanto se toma como un rasgo, tiene una doble función: investimento del Otro y defensa del i(a).

3- Sostiene que el trabajo del duelo tiene relación con la pérdida de un objeto de amor, metáfora de algún privilegio narcisista que participaba del Ideal del yo.

4- En cambio, en la melancolía se pueden ver las vicisitudes que la “pérdida” de un objeto de deseo puede acarrearle a un sujeto. En ese caso, la presencia del objeto se absolutiza: es decir éste no cuenta por sus atributos sino por su presencia, lo que curiosamente, lo vuelve inaprensible, llegando hasta el agotamiento del instinto de vida, “el que te amarra a la vida”.

El sujeto no puede aferrarse a ninguno de esos rasgos de ese objeto…pero el analista reconoce en los autorreproches ciertos rasgos del objeto con los que se identifica: “No soy nada, soy una basura”, pero sin constituir una imagen especular.

5- Pero hay un punto de confluencia (entre duelo y melancolía, es decir entre pérdida de objeto de amor y de deseo) en cierto tipo de remordimientos... “Un remordimiento a propósito de un objeto que de alguna forma entró en el campo del deseo y que, por su obra, o por algún riesgo que corrió en la aventura ha desaparecido”.

“Si ese objeto se ha escabullido de esta forma, si ha llegado a destruirse, entonces no valía la pena haber tenido con él tantos miramientos, no valía la pena desviarme por él de mi verdadero deseo”.

Establece así una manera de relacionar I y a “en un punto del fantasma donde la seguridad del límite siempre está en cuestión y del que debemos saber hacer que el sujeto se aparte”. Para preservar el límite, para que el límite no vacile, entiendo.

¿Se refiere a una maniobra en la conducción de la cura en el caso específico de la melancolía o podemos tomar esto como una recomendación que valga para pensar un momento, más general, de finalización de la experiencia analítica?

6- Pero todavía hay otra cosa distinta…que concierne a la función del a.

“Lo que Sócrates sabe y el analista debe al menos entrever, es que en el plano de a la cuestión es muy distinta de la del acceso a ningún ideal…El analista…sólo puede pensar que cualquier objeto puede rellenarlo. He aquí adonde nosotros analistas, nos vemos conducidos a oscilar, en ese límite en el que, con cualquier objeto, una vez que ha entrado en el campo del deseo, se plantea la cuestión- ¿qué eres tú? No hay objeto que valga más que otro-éste es el duelo a cuyo alrededor se centra el deseo del analista”.

Pienso que estos párrafos sugieren que la salida de un análisis no sería igual para alguien que se propone practicar el psicoanálisis y otro que no.

7- La clase termina con un enunciado ético que acentúa lo que digo “A propósito de cualquiera, puedes tener la experiencia de saber hasta dónde osarás llegar en la interrogación de un ser- a riesgo, en lo que a ti mismo se refiere, de desaparecer”.

Es decir que el poder corrosivo de la interrogación ¿qué eres? puede llegar a destruir la identificación del analista con cualquier rasgo del que un sujeto se quiera servir para preservarse como siendo.


Elena Levy Yeyati

Un Dios de la Ley y un Dios de la Cruz

La palabra tiene cuerpo. Así había dicho Lacan en 1953. Luego, en 1975, que el inconciente no tiene cuerpo más que de palabras. También habló del sujeto y luego del parlêtre. Cuerpo y palabra son los términos del problema.

Maimónides en su libro Guía de perplejos demuestra que Dios es incorpóreo. Se trata de un malentendido bíblico (Leo Strauss: Liberalismo antiguo y moderno). Hay muchas citas en la Biblia que hacen pensar que Dios es corpóreo, que tiene un cuerpo, y no sólo en la Torá. Este malentendido tiene sus consecuencias, dice Strauss, y declina uno a uno los argumentos de Maimónides.

Tanto la doctrina judía como la cristiana sostienen que el paso del politeísmo al monoteísmo constituyó un progreso para la humanidad. Esta es una frase que siempre me pareció sospechosa. ¿Por qué es mejor la unidad que la multiplicidad?

Todo el esfuerzo de Maimónides es contra la idolatría, este es el enemigo que hay que derrotar, y lo es por dos razones: por un lado, la divinidad múltiple y, por otro, la imagen de Dios. La exigencia de la incorporeidad es ineludible, porque si tuviera cuerpo también tendría imagen. Sólo si Dios es incorpóreo es absurdo hacer imágenes de Dios y adorar dichas imágenes. Sólo bajo esta condición puede volverse manifiesto para todos que la única imagen de Dios es el hombre. Por eso dice Maimónides que el pecado fundamental no es la idolatría sino la creencia en la corporeidad de Dios.

La sucesión comienza con los cuerpos de los dioses antiguos que iban y venían copulando y matando, ebrios de hybris buscando esa otra mitad que el mito platónico inmortalizó, continúa con el Dios uno e incorpóreo y termina con un Dios encarnado. He aquí como imbricado un imposible de entender, un sin-sentido.

El hecho es que dos religiones se han organizado y compuesto en base a estas dos ideas: un Dios de la Ley y un Dios de la Cruz. Moisés erradica el corporeísmo como promesa oculta de la idolatría y san Pablo erige una teología del cuerpo.

Decir que la palabra tiene cuerpo es un modo de no hablar del cuerpo. Y decir que el inconciente no tiene cuerpo más que de palabras es saber que la apuesta siempre se hace con palabras pero que las consecuencias siempre son en el cuerpo. La cuestión es si el afecto, la angustia, aquello que el sujeto padece se ventila con palabras, si algo sopla con “esas palabras” que vuelven inofensivos a los afectos, es decir, sin que se produzcan síntomas.


Graciela do Pico

La bisexualidad freudiana.

Hoy en día “ser bisexual” o “experimentar” la bisexualidad es uno de las tantas formas en la que el sujeto se ofrece a la mirada del Otro. Tanto en hombres como en mujeres es la realización de aquello que en otra época se fantaseaba y se colaba de manera desfigurada en actos que Freud llamaba sintomáticos. Que hoy en día se realicen aquellas fantasías no les quita su estatuto.
Freud en “El yo y el ello” platea una paradoja ante la cual el psicoanálisis se apoya: “el hombre normal no sólo es mucho más inmoral de lo que cree, sino mucho más moral de lo que sabe”; y en una nota a pie de pagina continua: “Esa proposición sólo en apariencia es una paradoja; enuncia simplemente que la naturaleza del ser humano rebasa en mucho, tanto en el bien como en el mal, lo que él cree de sí, esto es, lo que se ha vuelto consabido a su yo a través de la percepción-conciencia.”[1] ¿Lo Queer escapa a esta paradoja aparente en tanto humano?
Entonces: ¿Por qué hablar de la bisexualidad freudiana? Para Freud no nacemos con un sexo sino que este, para el adulto, se determina a lo largo de la infancia y por los antepasados (podemos decir Ello y Super-yo) para decantar en pasivo/activo, femenino/masculino de donde decanta un resto como resultado de una operación que Freud llamo complejo de castración. Es llamativo la “mala prensa” que tiene la angustia en esta época, operación que Jacques-Alain Miller trata de revertir en el libro “La angustia lacaniana”[2] que usted puede consultar en nuestra biblioteca.
Al comenzar una busqueda de archivos en la biblioteca sobre el tema de la bisexualidad di con una ficha de Germán García de 1977: “Feminidad: Muerte y castración.” (K-III-3) publicado en el libro Política do Síntoma[3] con el nombre “Notas sobre o Femenino”.

Ignacio Penecino


[1] Freud, S., (1985 [1923]) “Los vasallajes del yo”, en El yo y el ello, en Obras Completas, t. XIX , Bs. As., Amorrortu.
[2] Miller, J.- A. (2007) La angustia lacaniana, Buenos Aires, Paidos.
[3] García, G. (1997) Política do Síntoma, Sao Paulo, Hacker.


ARISTÓTELES PERPLEJO

El cuerpo extenuado de la modernidad
Para Aristóteles el alma es la forma del cuerpo. Sólo quiero enfatizar esto, que es deducible de una especulación extensa, resumida en diversos tratados sobre el autor.

Cuando Freud, provocativo, dice que psique significa alma y que, por lo tanto, hace un tratamiento del alma utiliza palabras que son heridas físicas y también injurias morales para explicar la “eficacia” corporal del síntoma. Es decir, ese cuerpo que después será narcisista, es el cuerpo que tiene como forma un alma, es el cuerpo de Aristóteles.

El del “estadio del espejo” es más complicado, porque el sujeto se transforma al asumir una imagen. Pero, al comienzo, es la propia –aunque sería mejor decir que ahí se la apropia.

Pero, de cualquier manera, Jacques Lacan se adelantó a los artistas actuales cuando señaló esos cuerpos de Jerónimo Bosch y habló del cuerpo despedazado, de cuyas descripciones se había ocupado Melanie Klein.

Abject Art
La raíz latina jetter (lanzar) y rejette (desechar/rechazar) se conserva en lo abyecto francés. La abyección del arte actual se vale de las secreciones del cuerpo: Robert Gober usa cera de abeja y pelos humanos, Andrés Serrano sangre y esperma, Mario Quinn realiza un busto con su propia sangre congelada, (Variados ejemplos en: De inmundo, Jean Clair, Arena Libros, Madrid, 2007). No comparto el análisis y las conclusiones de Jean Clair, con su retórica de hombre airado. De cualquier manera, el libro tiene información útil, pero no acierta sobre la caída de ese cuerpo sostenido por siglos, desmembrado por la ciencia, recompuesto por una topología libidinal que ya no tiene que verse en el espejo, porque lo atraviesa mediante vecindades que son lo que Freud llamó “zonas erógenas”.

La arquitectura de un cuerpo sostenido por la “diferencia” puesta en una relación que atrae y rechaza está sostenida por un discurso que sigue siendo homogéneo, pero desde hace siglos que tenemos rastros de extrañas torsiones del cuerpo inducidas por las religiones. Esos cuerpos no parecían abyectos porque estaban envueltos en el valor simbólico del discurso que los convertía en íconos (el brazo impoluto de Santa Teresa, amuleto de Francisco Franco).

Ahora, en un discurso secularizado, esas secreciones se proponen como “reliquias” (palabra usada por Jean Clair) de un cuerpo que ya no es experimentado.

En una (im)postura de siglos. Primero cubierto con máscaras, con armaduras de hierros, con delicadas telas. Ahora, desnudo (estamos después de la Shoa) exhibiendo sus restos, en el lugar donde se celebraba la belleza de aquel cuerpo de Aristóteles que otros enaltecieron con diversas proporciones. El cuerpo erguido, el cuerpo que llega al Renacimiento como microcosmo (con su plexo solar, nada menos). Cuando Jacques Lacan dice que del cosmos queda la cosmética podemos decir que del microcosmo queda la cirugía estética (ya sabemos lo que habría hecho Josep Beuys con la grasa sobrante de las lipoaspiraciones).

La topología de Lacan anuncia otro cuerpo. Eric Laurent, en su libro Psicoanálisis y nominación (Ed. Diva, Bs. As., 2002) avanzó sobre estos temas.

Germán García