Allan Janik y Stephen Toulmin, en La Viena de Wittgenstein, escriben:
En los últimos días de la Monarquía de los Habsburgo en la que Rilke y Kafka
nacieron – y especialmente en la finisecular Praga , que merece un estudio para
ella sola – se podía, al menos, tener un vislumbre de lo que iba a ser de
Europa tras la
Primera Guerra Mundial antes de que fuese remotamente
concebible como hecho político, Musil, que no era de Praga, compartía con Rilke
y Kafka una preocupación prebélica por la incapacidad del lenguaje para
explicar a los otros el ser intimo del hombre. [1]
Para
estos autores la fragmentaria “Descripción de una lucha”, de Kafka, mostraría
esta preocupación.
Pero Klaus Wagenbach pone el
acento en la diferencia de Kafka con los autores de lengua alemana, aunque
escribiese también en esa lengua:
Ni siquiera –dice- trató personalmente a sus
contemporáneos austriacos más importantes: Musil, Hofmannsthal, Rilke o Trakl.
Lector con mucha frecuencia entusiasta (por ejemplo, de Thomas Mann), pero en
modo alguno sistemático, conoció sus obras, mas se mantuvo alejado de
participar directamente en su mundillo literario.[2]
Detrás
de estas diferencias esta el expresionismo con sus experimentos lingüísticos,
pero Kafka se había apropiado de esa lengua para otros fines: sus imágenes eran
extraordinarias, su lenguaje estricto.
“Un
sueño eterno”, El País, 3 de Julio de
1983, es un breve texto de Borges publicado en ocasión del centenario de
nacimiento de Franz Kafka. Leo:
Mi primer recuerdo de Kafka es del año 1916, cuando
decidí aprender el idioma alemán. Antes lo había intentado con el ruso, pero
fracasé. El alemán me resultó mucho más sencillo y la tarea fue grata. Tenía un
diccionario alemán –ingles y al cabo de unos meses no sé si lograba entender lo
que leía, pero si podía gozar de la poesía de algunos autores. Fue entonces
cuando leí el primer libro de Kafka que, aunque no recuerdo ahora exactamente,
creo que se llamaba Once cuentos.(sic.)
Me llamó la atención que Kafka escribiera tan sencillo, que
yo mismo pudiera entenderlo a pesar de que el movimiento expresionista que era
tan importante en esa época fue en general un movimiento barroco que jugaba con
las infinitas posibilidades del idioma alemán. Después tuve oportunidad de leer
El proceso y a partir de ese momento
lo he leído continuamente [...] A Kafka podemos leerlo y pensar que sus fabulas
son tan antiguas como la historia, que esos sueños fueron soñados por hombres
de otra época sin necesidad de vincularlos con Alemania o con Arabia. El hecho
de haber escrito un texto que transciende el momento en que se escribió es
notable. Se puede pensar que se redactó en Persia o en China y ahí está su
valor. Y cuando Kafka hace referencias es profético [...] Yo traduje el libro de cuentos cuyo primer
título es La transformación y nunca
supe por que a todos les dio por ponerle La
metamorfosis.[3]
La locura, el niño y el sueño son los temas principales
del arte expresionista, que también influyeron profundamente su sentimiento
formal. Forman parte del mito expresionista de la niñez los cantos de Trakl al
muchacho Elis, las tragedias infantiles de Jahnn, así como Muchachos soñadores de Kokoschka. El enigma del sueño conmovió
sobre todo a Kafka, cuyo estilo representativo está originado directamente en
Freud. [4]
Más
allá del espíritu de época, el nuevo lenguaje grafico y el nuevo lenguaje
formal derivado de aquél, no estaban sujetos a tales temas: El expresionismo
creó obras narrativas, líricas y dramáticas, que demostraron que con ellas se
había conquistado una nueva dimensión.
¿Qué
compartiría Borges, el adolescente, con este clima cultural? En los juegos
absurdos del dadaísmo se anuncio muy pronto el presentimiento de que la lucha
de los hijos había sido perdida. De los quince a los veinte años Borges está en
Suiza, donde surgió en 1916 el movimiento Dada con su Café Voltaire. Algo que no ignoraba, ya que al poco de llegar a
España publica un poema en una revista dadaísta de Francia, llamada Manometre, Lyon, 1924.
¿Qué
compartía con Kafka en lo que hace al padre? Más de lo que pareciera, aunque no
hizo un tema directo. Su padre aparece en su obra menos que sus antepasados,
pero en sus reportajes está presente cada vez que Borges habla de su destino
literario decidido en su infancia. También, más de una vez, habló de una
promesa que le había hecho a su padre; volver a escribir El caudillo. Promesa que cumplió y no cumplió: hay más de un relato
referido a temas de esa novela paterna, que nunca reescribió. De la misma manera
Kafka hizo saber a sus amigos de la existencia de Carta al padre, aunque su destinatario nunca tuvo noticia de este
texto.
Berthold
Brecht nos facilita mostrar el peso de la novela familiar tanto en Kafka como
en Borges. Hans Meyer escribe: “El joven Brecht no se perdió en el ámbito de
los seudo problemas entre padre e hijo, de la lucha entre sexos, del conflicto
entre poder y espíritu. Ni Strindberg ni Heinrch Mann. Ya los primeros
conflictos a los que este autor quiso dar forma sin inmediatamente sociales.”
Por su parte Walter Muschg, al referirse a la literatura expresionista alemana,
que sitúa en un arco que va de Trakl a Brecht, afirma: “La lucha contra la
autoridad del padre se convirtió en tema fijo de la literatura revolucionaria y
se vio consagrada a la interpretación que Freud hizo del conflicto de Edipo.
Numerosos jóvenes lo vivieron hasta llegar al suicidio; entre los escritores,
los más afectados fueron seguramente Georg Heym y Franz Kafka, cuya Carta al padre (Brief an den Vater), que nunca llegó a enviar, constituye el más
importante documento humano de esta polémica”.
Digamos
de paso que otro encuentro con Sigmund Freud fue la lectura de la Interpretación de los sueños, que los
artistas calificaron como una “estética anticlásica” y que exponía tanto lo
nauseabundo como una premisa que interesaba a las vanguardias: el encuentro del
sentido en el sinsentido.
Kafka
nace austriaco, pasa a ser checo, pero se educa en Praga en un colegio de cultura
alemana. Hasta ahí es bilingüe. También pertenece a otra minoría; es judío y
trata de aprender la lengua de sus mayores. Y, por supuesto, antes de la
existencia del Estado de Israel fantasea con ir a Palestina. Por último, quiere
saber francés y también italiano para estar al tanto de los movimientos
literarios (ya que las vanguardias de lengua alemana le deben su primer impulso
al futurismo de Marinetti, al igual que los rusos, y los franceses).
En
este cruce de lenguas y territorios políticos Kafka, como diría Sergio Cueto,
cava su madriguera. Praga, además del café Arco, algunos parques, la casa
familiar, el lugar de su trabajo, es para su obra un laberinto subterráneo
poblado de diversos animales prodigiosos y temibles.
Igual
cruce de lenguas, territorios y culturas políticas configuran la personalidad
de Borges. Dos escritores ubicuos, ubicuidad que Borges elogia en “Kafka y sus
precursores”. En el opuesto de esta problemática va a situarse Berthold Brecht,
según lo muestra Hans Mayer en su Brecht[5]
Diario
de Franz Kafka: “¡Por última vez
psicología!”
Decían
que Kafka hablaba siempre como Kafka. Y todo lo que decía Kafka podría estar en
una obra o en uno de sus aforismos. También Brecht –al contrario de muchos
escritores– era en todo momento Brecht: lo mismo puede decirse de Borges.
Durante
más de cinco décadas Borges no ha dejado de referirse a Kafka: traducciones,
prólogos, conferencias, artículos y reportajes. Incluso llego a decir en una
conferencia de 1983: “tuve la osadía de tratar de ser Kafka, en dos cuentos
míos. Uno se llama “La biblioteca de Babel”; el otro “La lotería en Babilonia”.”[6]
En
1937 (29 de octubre) Borges publica una breve noticia titulada “Franz Kafka”,
donde afirma:
“América”, la más esperanzada de
sus novelas, es acaso la menos característica. Las otras dos – El proceso (1925), El
castillo (1926) – tienen un mecanismo del todo igual al
de las paradojas interminables del eléata Zénon. El héroe de la primera,
progresivamente abrumado por un insensato proceso, no logra averiguar el delito
de que lo acusan, ni siquiera enfrentarse con el invisible tribunal que debe
juzgarlo; éste, sin juicio previo, acaba por hacerlo degollar. K., el héroe de
la segunda, es un agrimensor llamado a un castillo, que no logra jamás penetrar
en él y que muere sin ser reconocido por la autoridades que lo gobiernan. No me
parece casual que ambas novelas falten los capítulos intermedios: también en la
paradoja de Zenón faltan los puntos infinitos que deben recorrer Aquiles y la
tortuga. [7]
El
hecho es que el habitante de Elea (ciudad de la Italia antigua) que no escribía
literatura y el escritor checo de lengua alemana que llegó a la juventud en el
siglo XX, murieron antes de conocer el
elegante, en el sentido matemático, argumento de “Kafka y sus precursores”.
La
noticia de Borges de 1937 prosigue:
De los cuentos de Kafka entiendo que el más admirable es
el titulado “La construcción de la muralla china”. También “Chacales y árabes”,
“Ante la ley”, “Un mensaje imperial”, “Un ayunador”, “El pesar del padre de
familia”, “El problema de las leyes”, “Una vieja página”, “El buitre”, “El topo
gigante”, “Investigaciones de un perro”, “La madriguera”.[8]
Algunos
de estos cuentos circulan con títulos diferentes: “El ayunador” como “El
artista del hambre”, “Una vieja página” como “Un antiguo manuscrito”.
En
compensación, la excelente traducción de Ariel Magnus recupera “La madriguera”
usado por Borges, después de que durante bastante tiempo el cuento se conociera
como “La construcción”.
A
los cuentos que enumera en 1937 Borges suma, en distintos momentos, los
siguientes: “Josefina la cantora o el pueblo de los ratones”, “El escudo de la
ciudad”, “Primera tristeza”, “Prometeo”, “Una confusión cotidiana”.
Este
conjunto que Borges difunde en nuestra lengua afirma que el cuento es el género
que sostiene la grandeza de Kafka, aunque al menos dos de sus novelas (El proceso y El castillo ) sean
elogiables. Al parecer esta última tiene algunos eslabones intermedios de más.
Y es posible que para Borges pocas novelas estén privadas de los eslabones
necesarios, pocas novelas pueden compararse con la paradoja de Zenón sin deja
de ser literatura.
En
este punto comparto el acierto de Ricardo Piglia cuando dice que Borges supo por Kafka
que no se puede escribir una novela, que la narración breve puede controlar
ripios que la novela vuelve inevitables.
Borges
cita a Veblen, quien dice que los judíos sobresalen en la cultura occidental
porque están en ella y al mismo tiempo no se sientes atados por ninguna
devoción especial. Y agrega a los irlandeses y propone lo mismo para los
argentinos. Me refiero a “El escritor argentino y la tradición”, que hay que
leer junto con “Las alarmas del doctor Américo Castro” y “Kafka y sus
precursores”.
En
febrero de 1912 Kafka dicta una “Conferencia introductoria sobre la jerga”, que
será, a la vez, una presentación de unos poetas judíos = orientales. “ ‘La
jerga’, dice, no tiene gramática. Hay aficionados que intentan escribir
gramáticas, pero la jerga continua hablándose; no encuentra reposo. El pueblo
no se la deja a los gramáticos.”[9]
Todo
el que entienda alemán, dice Kafka, podrá entender la jerga y plantea la
paradoja de que por eso mismo no se puede traducir la jerga a esa lengua,
aunque si a cualquier otra. La argumentación de Borges, cuando responde al
doctor Américo Castro, es semejante. Y sabemos que al regresar a Buenos Aires
el joven Borges intenta escribir la jerga
y, con el tiempo, la convierte en un tema (el poema “El tango” es un buen
ejemplo).
La
jerga, en la explicación de Kafka, es una bifurcación del alemán que ha
incorporado elementos de lenguas diversas, como El idioma de los argentinos.
En
el curso 1967 - 1968 de la Universidad de Harvard, Borges pronunció seis
conferencias. En la tercera, titulada “El arte de contar historias” desliza una
precisión sobre Kafka que, me parece, puede justificar en parte lo que me
propongo decir: “Cuando leemos El castillo de Franz
Kafka, sabemos que el hombre nunca entrara en el castillo.” Es decir, no
podemos creer de verdad en la felicidad y en el triunfo. Y quizás esta sea una
de las miserias de nuestro tiempo. Me figuro que Kafka sentía prácticamente lo
mismo cuando deseaba que sus libros fueran destruidos: en realidad quería
escribir un libro feliz y victorioso, y se daba cuenta de que le era imposible.
Hubiera podido escribirlo, evidentemente, pero el público hubiera notado que no
decía la verdad. No
la verdad de los hechos, sino la verdad de sus sueños.[10]
También había afirmado: “En Kafka hay, por ejemplo, una honda trivialidad del
protagonista, que contrasta con la magnitud de su perdición y que lo entrega,
aun más desvalido, a las Furias.”[11]
Y
Adolfo Bioy Casares en Borges anota:
Kafka seguramente pensaba por parábolas. Seguramente no
tenía más explicación de sus cuentos que lo que decía el texto; está bien: su
tema es la relación del hombre con un dios y con un cosmos incomprensible.
Dios, al final del libro de Job, el dios que manda al Leviatán, es el dios de
Kafka, el dios totalmente incomprensible. […]
Pero Kafka no explica ni necesita explicar: su misterio
es el misterio del mundo o de la vida [...] Kafka invento un tipo totalmente
nuevo de relato; pero, a diferencia de todos los inventores o precursores, ha
sabido manejar su invento con notable economía y lucidez, utilizando una
cantidad mínima de elementos. Esta sencillez de sus composiciones es uno de sus
mayores meritos.[12]
Y,
más adelante, en estilo indirecto Bioy Casares resume: “De Kafka dice que sus
amigos eran expresionistas, pero quería ser clásico; pero que la idea de Kafka,
en la mente de casi todo el mundo, es expresionista, sirve para
interpretaciones psicoanalíticas, etcétera. Véanse los films sobre El proceso,
etcétera.” El enigma es la existencia que cualquier respuesta convierte en
trivial, por eso se trata de convertir la resolución en un enigma.
Continúa
Borges en Un sueño eterno, después de
algunas otras consideraciones:
Creo que sus cuentos son superiores a sus novelas. Las
novelas, por otra parte, nunca concluyen. Tienen un número infinito de
capítulos, porque su tema es un número infinito de postergaciones. A mí me
gustan más sus relatos breves y, aunque no hay ahora ninguna razón para que
elija a uno sobre otro, tomaría aquel cuento de la muralla china (...) Kafka
fue tranquilo y hasta un poco secreto y yo elegí ser escandaloso. Empecé siendo
barroco, como todos los jóvenes escritores, y ahora trato de no serlo. Intente
también ser anónimo, pero cualquier cosa que escriba se conoce inmediatamente
(...). Yo creo que ni Virgilio ni Kafka querían en realidad que su obra se
destruyera. De otro modo habrían hecho ellos mismos el trabajo. Si yo le
encargo la tarea a un amigo, es un modo de decir que no me hago responsable
(...) Yo estuve en el acto del centenario de Joyce y cuando alguien lo comparo
con Kafka dije que eso era una blasfemia. Es que Joyce es importante dentro de
la lengua inglesa y de sus infinitas posibilidades, pero es intraducible. En
cambio Kafka escribía en un alemán muy sencillo y delicado. A él le importaba
la obra, no la fama, eso es indudable. De todos modos, Kafka, ese soñador que
no quiso que sus sueños fueran conocidos, ahora es parte de ese sueño universal
que es la memoria.[13]
Un
día, dice Borges, no sabremos la vida de Kafka pero sus cuentos seguirán
contándose. Una y otra vez elogia la ubicuidad de la literatura y, en
consecuencia, la de los relatos de Kafka. Esta posición choca con la discusión
sobre la alegoría. No se trata
de una idea que logra una imagen, sino de algo que surge del lenguaje y vuelve
al lenguaje, de algo que es a la vez singular y universal, de la misma manera
que Borges repite que un hombre es todos los hombres, que diferir de la especie
es un rodeo para disolverse en la especie. En el prologo de América, dirá: “Kafka es el gran escritor clásico de nuestro
atormentado y extraño siglo”. Ser clásico y ser de un determinado siglo: ese es
el oxímoron que orienta esta posición de
ubicuidad de una literatura que Borges también practica: se puede leer en
los textos breves de El hacedor (debo
a Ricardo Piglia
esta observación), también en muchos poemas donde la voz de Kafka se enmascara en el género.
¿Qué
pasaría con el castellano
del Rio de la Plata si fuera traducido al español de Madrid? sólo quedaría como
el Quijote de Pierre Menard.
Paradojas
de las lenguas periféricas que pueden vampirizar a otras lenguas sin retorno
(Joyce en ingles regular desaparece, como desaparece un chiste en su
explicación y un juego de palabras que no se entiende).
En
“Kafka y sus precursores” Borges escribe:
Si no me equivoco, las heterogéneas piezas que he
enumerado se parecen a Kafka; si no me equivoco, no todas se parecen entre sí.
Este último hecho es el más significativo. En cada uno de esos textos esta la
idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera
escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría.[14]
El
alemán de Kafka, filtrado por el checo y por la jerga, resulta Unheimlich, de una extraña familiaridad
(cuando Kafka leyó “La colonia penitenciaria” en Berlín algunas mujeres
tuvieron que ser asistidas porque no soportaban la violencia de las imágenes
provocadas por un lenguaje despojado de eufemismos).
Frente
al expresionismo.
Oscar
Caeiro, que se basa en Binder, dice que no hay necesidad de establecer una
relación estricta entre la obra de Kafka y el expresionismo, basta señalar que
este movimiento y Kafka participaron de los cambios que se produjeron en el
arte y la literatura del momento: “Se produjo una quiebra general del estilo
mimético, la disolución del vinculo tradicional entre palabra y cosa.”[15]
Max
Brod dice que en una carta que Kafka le mando en 1903 o 1904 se refiere a un
personaje que, a su entender, coincide con la imagen del conocido de “Descripción de
una lucha”. Pues bien, en esa carta Kafka habla de una discusión literaria
con Brod. Este le habría dicho en cierta oportunidad que en Flaubert hay puras
ocurrencias sobre hechos y nada de azufre anímico. Kafka replica que en Werther – obra de Goethe que Brod admira
– hay en cambio “demasiado azufre anímico”.[16]
Kafka
rechaza lo sentimental o emotivo predominantes en la literatura expresionista.
Sin ser realista, su fría mirada sobre las cosas y las personas se encuentra en
su extraña objetividad. El mismo rechazo encontramos en Borges, por ejemplo
cuando se burla de los rusos y los discípulos de los rusos en el prólogo a La invención de Morel de Bioy Casares. Y,
aunque parezca extraño, también en Brecht
Cuando
Borges dice que dos veces jugo a ser Kafka: en “La biblioteca de Babel” y en
“La lotería de Babilonia”, recordemos que en uno introduce paradojas sobre el
infinito y en el otro habla de la paradoja de Zenón (usada para explicar El proceso y El castillo ).
A su manera, “La biblioteca de Babel” (en su primera versión “La biblioteca
total” que ironiza sobre el arquitecto Walter Gropius y su construcción de un
teatro total pedido por Piscator) comenta El
Proceso, donde leemos por ejemplo: “... una habitación de tamaño mediano,
con dos ventanas, circundada por una galería muy próxima al techo, e igualmente
ocupada en su totalidad; en ella, la gente tenía que estar agachada y tocada el
techo con la cabeza y la espalda....” [17]
“La lotería en Babilonia” parece referirse tanto a El
castillo , como a “La muralla china”. También encontramos
a Kafka en el cuento “El milagro secreto”, que transcurre en Praga cuando “las
blindadas vanguardias del Tercer Reich entraban en Praga”.
Borges algunas veces matematiza,
de José María Ferrero
y Alfredo Raúl Palacios, indaga las
paradojas del tiempo y su imbricación entre objetivo-subjetivo.[18]
Patricia
Runfola, en su libro Praga en tiempos de
Kafka, recrea de manera detallada la presencia del expresionismo literario
a partir de la figura de Franz Werfel y su poesía lirica convertida en un
fenómeno a partir de 1910.[19]
Su poema La procesión (Die Prozession) es
paradigmático del estilo expresionista, amplificador de líneas, colores y
sonidos. Los poetas expresionistas de lengua alemana vivían al ritmo de los
impulsos de su juventud: “los impresionistas miran, los expresionistas ven” era la consigna que resumía el cambio.
Entre estos videntes no estaba Kafka,
aunque tampoco miraba.
Un
dadaísta, que había estado en 1910 en Praga, se encuentra con Kafka en Berlín
en 1923. Se trata de Raoul Hausmann:
-¿Señor Kafka? Me mira sorprendido. Perdone, no se...
-Me llamo Hausmann
-Aja! el dadaísta
-Sí, y me gustaría preguntarle algo sobre Dada.
-Me mira fijamente. Tal vez yo sea una aparición poco
común, con mi grueso monóculo en el ojo izquierdo.
-¿Qué quiere saber de mí? ¿Lo que pienso sobre Dada?
-Eso es. Me quita usted la pregunta de la boca. Así que, señor Kafka.
-Ahí estamos, representantes de dos mundos, aunque tal
vez no tan lejos como ambos creemos.
-Bueno, es difícil decirlo. No he asistido a ninguna
representación dadaísta. Solo he leído algunas cosas al respecto. Probablemente
tenga una idea muy imprecisa. Incluso la velada dada en la Bolsa de Comercio de
Praga solo la conozco de oídas. Pero nunca juzgo al azar, a la ligera. Dígame cómo
ve usted el dadaísmo, lo que representa para usted.
-De acuerdo. Lo hare con gusto, pero quiero ponerlo en
relación con sus ideas, buscando las afinidades. Si, las contradictorias
afinidades, aun cuando esto le sorprenda. Sin duda ha leído usted el libro de Rudolf Kassner. Número y rostro.
-Sí, y las verdades expresadas en el me tienen muy
preocupado. Pero Dada, no veo que...
-Oh, sí, espere. Precisamente porque ha empleado usted la
palabra verdad refiriéndose a
Kassner. El no aporta nuevas verdades. El ...
-Ciertamente que no. Pero, una vez más, ¿Qué tiene el en
común con Dada? Es un metafísico, y Dada es, digamos, por lo menos irónico,
paródico, no toma nada en serio y...
-Alto, se equivoca usted, señor Kafka. Lo verá enseguida.
En primer lugar, tengo a Kassner por más pragmático de lo que probablemente
cree usted. En cuanto a las verdades, son en su mayoría antiguas, en nuestra
época no hay más viejas verdades. Las nuevas verdades son en su mayoría muy
antiguas. Una nueva verdad en mil casos se puede rastrear hasta la antigüedad. Simplemente
porque en rarísimas ocasiones se trataba de una verdad, es decir, que casi
siempre era algo sin realidad alguna. La mayor parte de las veces las verdades
eran hipótesis a priori, para cuya puesta en práctica faltaron la técnica y la
determinación necesarias. Los interrogantes de Kassner quedan por lo general en
pie. En lugar de la coincidencia de los opuestos de Nicolas de Cusa el pone la
alternativa de la identidad finita o del individuo infinito.
-Eso ya lo sabían también los griegos.
Kafka asiente con la cabeza y dice:
- Si, pero piense usted... El hombre es tal vez el
prisionero de la casa del padre. Yo vi esto y me defendí del golem, el hombre
de paja, el eterno hijo póstumo de las viejas leyes. No soy determinista, pero
hay vínculos a los que no podemos sobreponernos. Podría decir con Plotino:
quien se queja de la naturaleza del mundo, no sabe en lo que se mete y hasta donde
lo puede llevar su osadía. Me parece que aquí es donde se encuentran los
límites incluso para el dadaísmo.[20]
Podemos
leer, cada uno por su lado, el poema El Golem, de Borges, como metáfora de la
relación con el padre. Es lo que propone Kafka. Pero Hausmann todavía tiene
algo que decir en su encuentro con Kafka,
que no transcribimos completo porque Walter Benjamin reclama nuestra
atención: “El padre es aquel que castiga. La culpa lo atrae como a los
funcionarios del tribunal. Muchos signos inducen a pensar que el mundo de los
funcionarios y el de los padres es para Kafka el mismo. La similitud no los
honra.”[21]
En una ocasión Kafka fue
a buscar a su amigo Max Brod, encontró al padre durmiendo en la antecámara. Aterrado
ante la idea de haber podido turbar el sagrado
reposo de un hombre, Kafka escurriéndose de puntillas, susurro: “Por favor,
considéreme un sueño”. Décadas después, su discreto amigo Borges anheló, en su literatura,
que se lo considerara un sueño.
Congreso Kafka-Borges
Buenos Aires, mayo de
2010
[1]
Allan Janik y Stephen Toulmin, La
Viena de Wittgenstein, Madrid, Taurus, 2002.
[2]
Klaus Wagenbach, Kafka, Madrid,
Alianza, 1970.
[3]
Umwandlung (entre otras cosas, “metamorfismo”). Verwandlung (“transformación”, primera
acepción) es la palabra usada por Franz Kafka.
[4]
Walter Muschg, Historia trágica de la literatura, México, FCE, 2009.
[5] Hans Meyer, Brecht, Hiru, Hondarribia,
1998.
[6]
Daniel Balderston, Gastón Gallo y Nicolás Helft, Borges, una enciclopedia, Buenos Aires, Norma, 1999.
[7]
Jorge Luis Borges, Obras Completas, IV, Buenos
Aires, Emecé, 1996.
[8]
Borges, una enciclopedia, op.cit.
[9]
Franz Kafka, Obras Complemtas, Tomo III, Barcelona,
Galaxia Gutemberg, 2003.
[10]
Jorge Luis Borges, Arte poética, Barcelona,
Crítica, 2001.
[11] Jorge Luis Borges, “Nathaniel Hawthorne”,
en Obras Completas, Buenos Aires,
Emecé, 1974
[12]
Adolfo Bioy Casares, Borges, Buenos
Aires, Planeta, 2006.
[13]
Jorge Luis Borges, Obras Completas, Buenos
Aires, Emecé, 1974
[14]
Obras Completas, op. cit.
[15]
Oscar Caeiro, Kafka y sus consecuencias, Córdoba,
Alción, 2003.
[16]
Kafka y sus consecuencias, op.cit.
[17]
Franz Kafka, El proceso, Barcelona,
Ediciones B, 2003.
[18]
Jose M. Ferrero
y Alfredo R. Palacios, Borges algunas
veces matematiza, La Plata, Ediciones del ochenta, 1986.
[19]
Patricia Runfola, Viena en tiempos de Kafka, Barcelona, Bruguera, 2006.
[20]
Ludwig Hardt, Cuando Kafka vino hacia mi…Barcelona,
El Acantilado, 2009.
[21]
Walter Benjamin, Angelus Novus, Barcelona,
Edhasa, 1971.
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