Amnesia de identidad - Emilio Vaschetto


 Deterioros de la memoria
La historia del psicoanálisis está surcada por el fenómeno de la memoria. Su definición más cercana es lo inconsciente. Los primeros pasos del método psicoanalítico se hicieron notar tratando de llenar los vacíos en la memoria, hasta que Freud advirtió que el paciente repetía en lugar de recordar, que la repetición constituía un obstáculo a la rememoración. Con la invención de la asociación libre se sustituyó los efectos de la rememoración que quedaban absorbidos por la resistencia, no obstante Freud nunca renunciaría a la búsqueda del recuerdo. Junto a la meta práctica de “cancelar todos los síntomas posibles y sustituirlos por un pensamiento consciente” convergerá otra meta de índole teórica tendiente a “salvar todos los deterioros de la memoria del enfermo” (Caso Dora). ¿A qué tipo de deterioros se refiere? Pues a las amnesias: “lagunas de la memoria”, “espejismos del recuerdo”, lo que en líneas generales se denomina “paramnesias”.
A decir verdad, dichas alteraciones ya formaban parte del catálogo kraepeliniano de fenómenos elementales propios de la paranoia, aquellos que conducirán al joven psiquiatra Jacques Lacan a ingresar por la puerta grande en la historia de la psicopatología, pero también al rigor psicótico de un pensamiento centrado en la lógica significante.

La fusión de la personalidad del paranoico con la atmósfera social enunciada en su tesis de psiquiatría, llevará a Lacan a plantear una teoría del medio. Lo llamará “Otro” con mayúscula, lugar de donde procede la definición propiamente lacaniana de la memoria: el lugar de la memoria inconsciente es el Otro, lo cual equivale a decir que es el lenguaje.
Ahora bien, mucho se recuerda la  sentencia freudiana de que el histérico padece de reminiscencias pero rápidamente se olvida que eso también se aplica también para el delirante:

Dice Freud, “…el delirio debe su fuerza de convicción a la parte de verdad histórico-vivencial que pone en el lugar de la realidad rechazada. De tal suerte, también al delirio se aplicará el aserto que yo hace tiempo he declarardo exclusivamente para la histeria, a saber, que el enfermo padece por sus reminiscencias”[1] (se refiere aquí a los Estudios sobre la histeria, p. 33).

Amnesia de identidad
La memoria ligada a la histeria se diferenciará claramente de la memoria paranoica puesto que será inseparable del olvido. El sujeto escapa a la rememoración como un viajero sin equipaje preso de una “amnesia de identidad”. Así lo enuncia Lacan en la “meprise” (equivocación) del sujeto supuesto saber (Otros escritos), lo llama “amnesia de identidad” para demostrar cabalmente que el sujeto surge allí donde su identidad se pierde por ser efecto del lenguaje, y al mismo tiempo, por estar implicado en un saber que lo rebasa ampliamente.
Tengamos presente que “el inconsciente no es perder la memoria” sino más bien “no acordarse de lo que se sabe”[2]. El subrayado de provoca, a la vez que sugiere, que el saber supuesto no tiene sujeto y más aún, que el sujeto es efecto de esa memoria que le hace decir sin que se represente ni sepa lo que dice.
Ahora bien, esa memoria (inconsciente) se produce, se presenta bajo la forma de un tropiezo o una falla[3] y es lo que reproduce el hallazgo[4], la sorpresa cada vez. El olvido como tropiezo constituye el prototipo de la memoria propiamente humana.
Podrá insinuarse que las máquinas, al igual que el humano piensan, y que en un futuro se inventarían probablemente dispositivos que emularán el olvido, pero ningún artefacto sabría reproducir esa dimensión de sorpresa o de “hallazgo” que se manifiesta ante el traspié.
Mientras la memoria nos hace pensar en el pasado, Freud realiza una torsión temporal interpelándonos sobre el porvenir: “¿Y el valor del sueño para el conocimiento del futuro?”[5] -se preguntará en La interpretación de los sueños. Sin lugar a dudas
“…del pasado brota el sueño en todo sentido. Aunque tampoco la vieja creencia de que el sueño nos enseña el futuro deja de tener algún contenido de verdad. En la medida en que el sueño nos presenta un deseo como cumplido, nos traslada indudablemente al futuro; pero este futuro que al soñante le parece presente es creado a imagen y semejanza de aquel pasado por el deseo indestructible.”[6]
Ciertamente el deseo se presenta como una memoria del futuro, una memoria inquebrantable.
El síntoma es memoria viva y sobre todo marca que no deja de escribirse en lo que el sujeto tiene de más real: su goce. “La memoria es incierta”, dice Lacan en L’insu, “Todo lo que sabemos es que hay lesiones del cuerpo llamado viviente que nosotros causamos, y que suspenden la memoria, o al menos no permiten contar sobre las huellas que uno le atribuye cuando se trata de la memoria del discurso”[7].

Rechazo de la memoria
Hemos hablado de la memoria como lugar del Otro, ese futuro anterior cuya trama se desarrolla en la Otra escena. Pero es un error pensar que el sujeto del inconsciente sería un dato de la naturaleza o una esencia inmune a las transformaciones sociales.
La imaginación de un yo fuerte y la promoción actual del “yo soy” es el eslogan del discurso contemporáneo. La sociedad liberal ha elevado individualismo hacia una búsqueda obstinada por obtener una mayor consistencia, cuyo resultado no ha sido otra cosa que la proliferación de nuevas formas de violencia y de agresividad.
La dimensión de conflicto, de la cual el concepto de sujeto es acreedor, se encuentra abolida en función de una supuesta transparencia del individuo.
Digo esto en un momento, en una época, donde es cada vez son más patentes las posiciones de rechazo del inconsciente. No hay nada que ontológicamente haga existir al sujeto del inconsciente si no es por la manera en que el psicoanálisis instaura las condiciones de su operatividad, lo cual se traduce así: “el psicoanalista forma parte del concepto de inconsciente”.
La mutación antropológica del hombre actual demuestra de manera dramática la revocación progresiva del sujeto del inconsciente. Testimonio cabal de esto es que el sujeto moderno fue privado de su biografía, se le ha expropiado la experiencia –según refiere con precisión Agamben. Su urgencia por concluir se expresa en una tendencia cada vez más continua a la evacuación.
Dos aspectos se expresan de manera pulsátil en una suerte de herradura: de un lado, el reforzamiento narcisista del yo comandado por las identificaciones sólidas (lo que Jacques Alain Miller llama el “delirio de identidad”) y del otro lado, la desorientación o la errancia. Hay una báscula entre el soy (toxicómano, panicoso, bipolar, add) y el “ni siquiera soy…” de la errancia. Lo que Lacan llama en una conferencia en Milan, la “evaporación del padre” provoca estos efectos de báscula.
El lazo al Otro ha quedado reducido a la reproducción monótona del sí mismo, mientras que la abolición de la culpa y el impudor lo hacen idéntico a sí mismo. Una apatía frívola paraliza su vida emotiva y lo acerca inquietantemente más a la pulsión de muerte que al deseo. Aquello que tradicionalmente se expresaba en una “clínica de las vicisitudes amorosas” hoy en día podríamos enmarcarla en lo que llamaríamos una “clínica del riesgo del amor”: ¿podré sostener un enamoramiento no loco?, ¿es posible amar a una sola persona a la vez?, ¿encontraré un amor que no me rechace?, ¿podré contar con un partenaire que no abuse de mí?, ¿podré ser fiel?, ¿desearé disponer del tiempo necesario para destinarle a una relación?, ¿puedo evitar que mi amor se transforme en mierda?
En fin, preguntas que desgajadas de la vida cotidiana dan cuenta de una clínica antagónica al discurso amoroso, una clínica que bien podríamos llamar del antiamor[8]. La misma se expresa en un goce maldito, nocivo para la vida, ruinoso, no encuadrado en el fantasma, no articulado al sujeto del inconsciente.

Conclusión
Cuando más arriba enunciábamos que el psicoanalista forma parte del concepto de inconsciente, si seguimos la lógica propuesta por Jacques Lacan, cuando hay rechazo del inconsciente hay que integrarlo allí también[9]. Decir una época antagónica al sujeto del inconsciente no quiere decir antagónica al psicoanálisis. Si en el orden del deseo, de la decisión, se está allí en  presencia, Otro sitio, otra memoria es posible pese al rechazo. Puesto que es en las venas de la subjetividad marginal donde la práctica analítica ha demostrado tener un lugar de privilegio respecto del concierto de otros discursos.
El introducir la dimensión ética reanima al sujeto la virtualidad creativa de su deseo, al mismo tiempo que promueve lo singular de su respuesta sintomática como oposición a cualquier asimilación conformista.
Viene a nuestro recuerdo las palabras del capitán del Pequod yendo a la deriva en busca de Moby Dick. Él tiene la patencia de su finitud, sabe que esa madera de árboles muertos de la que se compone su barco tiene más chance de sobrevivir que cualquier hombre “hecho de la materia más vital de padres vivos” –tal como lo expresa Melville. El deseo, memoria del futuro, es esa madera indestructible que pervive al hombre, la materia de esa balsa con la que,   según nos dice la canción, “iremos a naufragar”.



§ Médico psiquiatra y psicoanalista, Miembro de la EOL, AMP y Centro Descartes, JTP del Dto. de Salud Mental de la Fac. de Medicina (UBA).
[1] Sigmund Freud. Construcciones en análisis, Buenos Aires, Amorrortu T. XXI, 1992, p. 270.
[2] Jacques Lacan. La equivocación del sujeto supuesto saber, en: Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 354.
[3] Jacques Lacan. El seminario, Libro 11 “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” (1964-65), Buenos Aires, Paidós, 1995, p. 32.
[4] Íbid. p. 33.
[5] Sigmund Freud. La interpretación de los sueños, Buenos Aires, Amorrortu T. V, 1990, p. 608.
[6] Íbid.
[7] Jacques Lacan. L’insu que sait de l’une-beuve s’aile á mourre, clase 19-4-77 (inédito).
[8] Massimo Recalcatti. L’uomo sensa inconscio, Milan, Mondadori, 2009.
[9] Emilio Vaschetto. Los descarriados. Clínica del extravío mental: entre la errancia y el yerro, Buenos Aires, Grama, 2010, p. 110.
Trabajo leído en mesa redonda: Identidad y memoria, Asociación Argentina de Salud Mental, agosto de 2014


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