Deterioros
de la memoria
La historia del psicoanálisis está
surcada por el fenómeno de la memoria. Su definición más cercana es lo
inconsciente. Los primeros pasos del método psicoanalítico se hicieron notar
tratando de llenar los vacíos en la memoria, hasta que Freud advirtió que el
paciente repetía en lugar de recordar, que la repetición constituía un
obstáculo a la rememoración. Con la invención de la asociación libre se sustituyó
los efectos de la rememoración que quedaban absorbidos por la resistencia, no
obstante Freud nunca renunciaría a la búsqueda del recuerdo. Junto a la meta práctica
de “cancelar todos los síntomas posibles y sustituirlos por un pensamiento
consciente” convergerá otra meta de índole teórica tendiente a “salvar todos
los deterioros de la memoria del enfermo” (Caso Dora). ¿A qué tipo de
deterioros se refiere? Pues a las amnesias: “lagunas de la memoria”,
“espejismos del recuerdo”, lo que en líneas generales se denomina
“paramnesias”.
A
decir verdad, dichas alteraciones ya formaban parte del catálogo kraepeliniano de
fenómenos elementales propios de la paranoia, aquellos que conducirán al joven
psiquiatra Jacques Lacan a ingresar por la puerta grande en la historia de la
psicopatología, pero también al rigor psicótico de un pensamiento centrado en
la lógica significante.
La fusión de la personalidad del
paranoico con la atmósfera social enunciada en su tesis de psiquiatría, llevará
a Lacan a plantear una teoría del medio. Lo llamará “Otro” con mayúscula, lugar
de donde procede la definición propiamente lacaniana de la memoria: el lugar de
la memoria inconsciente es el Otro, lo cual equivale a decir que es el
lenguaje.
Ahora
bien, mucho se recuerda la sentencia
freudiana de que el histérico padece de reminiscencias pero rápidamente se
olvida que eso también se aplica también para el delirante:
Dice
Freud, “…el delirio debe su fuerza de
convicción a la parte de verdad histórico-vivencial que pone en el lugar de la
realidad rechazada. De tal suerte, también al delirio se aplicará el aserto que
yo hace tiempo he declarardo exclusivamente para la histeria, a saber, que el
enfermo padece por sus reminiscencias”[1] (se refiere aquí a los Estudios sobre
la histeria, p. 33).
Amnesia de
identidad
La memoria ligada a la histeria se
diferenciará claramente de la memoria paranoica puesto que será inseparable del
olvido. El sujeto escapa a la rememoración como un viajero sin equipaje preso
de una “amnesia de identidad”. Así lo enuncia Lacan en la “meprise” (equivocación)
del sujeto supuesto saber (Otros escritos), lo llama “amnesia de identidad” para
demostrar cabalmente que el sujeto surge allí donde su identidad se pierde por
ser efecto del lenguaje, y al mismo tiempo, por estar implicado en un saber que
lo rebasa ampliamente.
Tengamos presente que “el inconsciente
no es perder la memoria” sino más bien “no acordarse de lo que se sabe”[2].
El subrayado de provoca, a la vez que
sugiere, que el saber supuesto no tiene sujeto y más aún, que el sujeto es
efecto de esa memoria que le hace decir sin que se represente ni sepa lo que
dice.
Ahora bien, esa memoria (inconsciente)
se produce, se presenta bajo la forma de un tropiezo o una falla[3] y
es lo que reproduce el hallazgo[4],
la sorpresa cada vez. El olvido como tropiezo constituye el prototipo de la
memoria propiamente humana.
Podrá insinuarse que las máquinas, al
igual que el humano piensan, y que en un futuro se inventarían probablemente
dispositivos que emularán el olvido, pero ningún artefacto sabría reproducir
esa dimensión de sorpresa o de “hallazgo” que se manifiesta ante el traspié.
Mientras la memoria nos hace pensar en
el pasado, Freud realiza una torsión temporal interpelándonos sobre el
porvenir: “¿Y el valor del sueño para el conocimiento del futuro?”[5]
-se preguntará en La interpretación de
los sueños. Sin lugar a dudas
“…del pasado
brota el sueño en todo sentido. Aunque tampoco la vieja creencia de que el
sueño nos enseña el futuro deja de tener algún contenido de verdad. En la
medida en que el sueño nos presenta un deseo como cumplido, nos traslada
indudablemente al futuro; pero este futuro que al soñante le parece presente es
creado a imagen y semejanza de aquel pasado por el deseo indestructible.”[6]
Ciertamente el deseo se presenta como
una memoria del futuro, una memoria inquebrantable.
El síntoma es memoria viva y sobre todo
marca que no deja de escribirse en lo que el sujeto tiene de más real: su goce.
“La memoria es incierta”, dice Lacan en L’insu, “Todo lo que sabemos es que hay
lesiones del cuerpo llamado viviente que nosotros causamos, y que suspenden la
memoria, o al menos no permiten contar sobre las huellas que uno le atribuye
cuando se trata de la memoria del discurso”[7].
Rechazo de
la memoria
Hemos hablado de la memoria como lugar
del Otro, ese futuro anterior cuya trama se desarrolla en la Otra escena. Pero es
un error pensar que el sujeto del inconsciente sería un dato de la naturaleza o
una esencia inmune a las transformaciones sociales.
La imaginación de un yo fuerte y la
promoción actual del “yo soy” es el eslogan del discurso contemporáneo. La
sociedad liberal ha elevado individualismo hacia una búsqueda obstinada por
obtener una mayor consistencia, cuyo resultado no ha sido otra cosa que la
proliferación de nuevas formas de violencia y de agresividad.
La dimensión de conflicto, de la cual
el concepto de sujeto es acreedor, se encuentra abolida en función de una
supuesta transparencia del individuo.
Digo esto en un momento, en una época,
donde es cada vez son más patentes las posiciones de rechazo del inconsciente. No
hay nada que ontológicamente haga existir al sujeto del inconsciente si no es por
la manera en que el psicoanálisis instaura las condiciones de su operatividad,
lo cual se traduce así: “el psicoanalista forma parte del concepto de
inconsciente”.
La mutación antropológica del hombre
actual demuestra de manera dramática la revocación progresiva del sujeto del
inconsciente. Testimonio cabal de esto es que el sujeto moderno fue privado de
su biografía, se le ha expropiado la experiencia –según refiere con precisión
Agamben. Su urgencia por concluir se expresa en una tendencia cada vez más continua
a la evacuación.
Dos aspectos se expresan de manera
pulsátil en una suerte de herradura: de un lado, el reforzamiento narcisista
del yo comandado por las identificaciones sólidas (lo que Jacques Alain Miller
llama el “delirio de identidad”) y del otro lado, la desorientación o la
errancia. Hay una báscula entre el soy (toxicómano, panicoso, bipolar, add) y
el “ni siquiera soy…” de la errancia. Lo que Lacan llama en una conferencia en
Milan, la “evaporación del padre” provoca estos efectos de báscula.
El lazo al Otro ha quedado reducido a
la reproducción monótona del sí mismo, mientras que la abolición de la culpa y
el impudor lo hacen idéntico a sí mismo. Una apatía frívola paraliza su vida
emotiva y lo acerca inquietantemente más a la pulsión de muerte que al deseo. Aquello
que tradicionalmente se expresaba en una “clínica de las vicisitudes amorosas” hoy
en día podríamos enmarcarla en lo que llamaríamos una “clínica del riesgo del
amor”: ¿podré sostener un enamoramiento no loco?, ¿es posible amar a una sola
persona a la vez?, ¿encontraré un amor que no me rechace?, ¿podré contar con un
partenaire que no abuse de mí?, ¿podré ser fiel?, ¿desearé disponer del tiempo necesario
para destinarle a una relación?, ¿puedo evitar que mi amor se transforme en
mierda?
En fin, preguntas que desgajadas de la
vida cotidiana dan cuenta de una clínica antagónica al discurso amoroso, una
clínica que bien podríamos llamar del antiamor[8]. La
misma se expresa en un goce maldito, nocivo para la vida, ruinoso, no
encuadrado en el fantasma, no articulado al sujeto del inconsciente.
Conclusión
Cuando más arriba enunciábamos que el
psicoanalista forma parte del concepto de inconsciente, si seguimos la lógica
propuesta por Jacques Lacan, cuando hay rechazo del inconsciente hay que
integrarlo allí también[9]. Decir
una época antagónica al sujeto del inconsciente no quiere decir antagónica al
psicoanálisis. Si en el orden del deseo, de la decisión, se está allí en presencia, Otro sitio, otra memoria es
posible pese al rechazo. Puesto que es en las venas de la subjetividad marginal
donde la práctica analítica ha demostrado tener un lugar de privilegio respecto
del concierto de otros discursos.
El introducir la dimensión ética
reanima al sujeto la virtualidad creativa de su deseo, al mismo tiempo que
promueve lo singular de su respuesta sintomática como oposición a cualquier
asimilación conformista.
Viene a nuestro recuerdo las palabras
del capitán del Pequod yendo a la
deriva en busca de Moby Dick. Él tiene la patencia de su finitud, sabe que esa
madera de árboles muertos de la que se compone su barco tiene más chance de
sobrevivir que cualquier hombre “hecho de la materia más vital de padres vivos”
–tal como lo expresa Melville. El deseo, memoria del futuro, es esa madera indestructible
que pervive al hombre, la materia de esa balsa con la que, según nos dice la canción, “iremos a
naufragar”.
§ Médico psiquiatra y psicoanalista, Miembro de la EOL, AMP y
Centro Descartes, JTP del Dto. de Salud Mental de la Fac. de Medicina (UBA).
[1] Sigmund Freud. Construcciones en análisis, Buenos Aires,
Amorrortu T. XXI, 1992, p. 270.
[2] Jacques Lacan. La equivocación del sujeto supuesto saber, en:
Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 354.
[3] Jacques Lacan. El seminario, Libro 11 “Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis” (1964-65), Buenos Aires, Paidós, 1995, p. 32.
[4] Íbid. p. 33.
[5] Sigmund Freud. La interpretación de los sueños, Buenos Aires,
Amorrortu T. V, 1990, p. 608.
[6] Íbid.
[7] Jacques Lacan. L’insu que sait de
l’une-beuve s’aile á mourre, clase 19-4-77 (inédito).
[8] Massimo Recalcatti. L’uomo sensa inconscio, Milan, Mondadori,
2009.
[9] Emilio Vaschetto. Los descarriados. Clínica del extravío mental:
entre la errancia y el yerro, Buenos Aires, Grama, 2010, p. 110.
Trabajo leído en mesa redonda: Identidad y memoria, Asociación Argentina de Salud Mental, agosto de 2014
No hay comentarios.:
Publicar un comentario