Freud constata, en 1937, que existe un callejón sin salida donde van a encallar todos los análisis: envidia del pene del lado femenino, angustia de castración del lado masculino. Se trata de lo que él mismo llama la “roca viva de la castración” como el punto límite del análisis en lo que tiene de interminable. Sin embargo, la envidia del pene no es solo el impasse del fin del análisis tal como lo entiende Freud, sino que es una demanda que no deja de insistir en la cura de analizantes mujeres.
Bajo el supuesto de que todos los seres humanos poseen idéntico genital: masculino (una de las teorías sexuales infantiles), la niña, al contemplar esta diferencia, la reconoce, pero cae presa de la “envidia del pene”. Así describe Freud en 1905 el modo en que cada sexo responde frente a la castración. Entre 1914 y 1917, esa envidia surgida de una contemplación, pasa a tener el carácter de un deseo inconsciente, que podrá sustituirse por un deseo de niño, según la equivalencia simbólica: pene= niño= excremento= regalo.
Escribe Freud en “Sobre las transposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal” (1917): “si se investiga con la suficiente profundidad la neurosis de una mujer, no es raro toparse con el deseo reprimido de poseer un pene como el varón”.
Lacan toma el relevo de todas estas descripciones freudianas cuando incita a no dejar de lado la envidia del pene, articulándola al complejo de castración. Complejo que tendrá función de nudo en la estructuración de la neurosis, pero también en el modo en que cada sujeto puede tomar una posición inconsciente desde la cual identificarse al tipo ideal de su sexo.
Se define al falo, que no es el pene, que no es un objeto (bueno, malo, etc.), como un “significante destinado a designar en su conjunto los efectos de significado”.
Freud lo entiende así cuando en “La organización genital infantil” (1923) afirma que los sujetos pueden ordenarse como masculinos o castrados partiendo de la importancia del complejo de castración.
En “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica”, se trata de la envidia del pene como aquello que produce el viraje que ha llevado a la niña de la madre al padre. De la madre como primer objeto de amor, la niña se desengaña por haberla privado del órgano deseado.
Freud menciona múltiples consecuencias, derivadas de la envidia del pene, que no dejan de interesarnos por su pertinencia clínica:
-El complejo de masculinidad como formación reactiva.
-Los celos, que aunque no son privativos del sexo femenino, adquieren mayor importancia en la vida de la mujer.
-La represión del onanismo clitoridiano.
Todas esas vicisitudes señalarán el camino hacia la posterior feminidad, que motivan al siguiente trabajo de Freud dedicado a la “Sexualidad Femenina” (1931), donde ya no se trata del sexo anatómico, sino de cómo alguien finalmente se vuelve mujer. Para alcanzar feminidad la mujer debe cambiar de objeto (la madre por el padre), cambiar de zona erógena (el clítoris por la vagina) y la sustituir del deseo de pene por otro más aceptable: el deseo de hijo.
Estos desarrollos revisten interés si observamos las consecuencias que han tenido en la historia del psicoanálisis. Lacan lo comenta especialmente en “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”: “que se trata de una promoción conceptual de la sexualidad de la mujer, es cosa que no ofrece duda, y que permite observar una notable negligencia”.
En cuanto a las analistas mujeres que teorizaron sobre el tema, Lacan concluye opinando que las colegas no parecían “haber dado lo mejor de sí” para descifrar el “enigma femenino”.
Las consecuencias clínicas de la envidia del pene pueden observarse en los análisis de las mujeres enunciadas bajo la forma de queja: hacia la madre por no haberle dado lo que necesitaba, hacia el partenaire por decepcionarla, hacia los hijos por no colmarla o por no estar a la altura de sus expectativas. La lista puede seguir indefinidamente y las quejas pueden multiplicarse si la respuesta del analista no logra ir más allá de los atolladeros del goce fálico.
Bajo el supuesto de que todos los seres humanos poseen idéntico genital: masculino (una de las teorías sexuales infantiles), la niña, al contemplar esta diferencia, la reconoce, pero cae presa de la “envidia del pene”. Así describe Freud en 1905 el modo en que cada sexo responde frente a la castración. Entre 1914 y 1917, esa envidia surgida de una contemplación, pasa a tener el carácter de un deseo inconsciente, que podrá sustituirse por un deseo de niño, según la equivalencia simbólica: pene= niño= excremento= regalo.
Escribe Freud en “Sobre las transposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal” (1917): “si se investiga con la suficiente profundidad la neurosis de una mujer, no es raro toparse con el deseo reprimido de poseer un pene como el varón”.
Lacan toma el relevo de todas estas descripciones freudianas cuando incita a no dejar de lado la envidia del pene, articulándola al complejo de castración. Complejo que tendrá función de nudo en la estructuración de la neurosis, pero también en el modo en que cada sujeto puede tomar una posición inconsciente desde la cual identificarse al tipo ideal de su sexo.
Se define al falo, que no es el pene, que no es un objeto (bueno, malo, etc.), como un “significante destinado a designar en su conjunto los efectos de significado”.
Freud lo entiende así cuando en “La organización genital infantil” (1923) afirma que los sujetos pueden ordenarse como masculinos o castrados partiendo de la importancia del complejo de castración.
En “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica”, se trata de la envidia del pene como aquello que produce el viraje que ha llevado a la niña de la madre al padre. De la madre como primer objeto de amor, la niña se desengaña por haberla privado del órgano deseado.
Freud menciona múltiples consecuencias, derivadas de la envidia del pene, que no dejan de interesarnos por su pertinencia clínica:
-El complejo de masculinidad como formación reactiva.
-Los celos, que aunque no son privativos del sexo femenino, adquieren mayor importancia en la vida de la mujer.
-La represión del onanismo clitoridiano.
Todas esas vicisitudes señalarán el camino hacia la posterior feminidad, que motivan al siguiente trabajo de Freud dedicado a la “Sexualidad Femenina” (1931), donde ya no se trata del sexo anatómico, sino de cómo alguien finalmente se vuelve mujer. Para alcanzar feminidad la mujer debe cambiar de objeto (la madre por el padre), cambiar de zona erógena (el clítoris por la vagina) y la sustituir del deseo de pene por otro más aceptable: el deseo de hijo.
Estos desarrollos revisten interés si observamos las consecuencias que han tenido en la historia del psicoanálisis. Lacan lo comenta especialmente en “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”: “que se trata de una promoción conceptual de la sexualidad de la mujer, es cosa que no ofrece duda, y que permite observar una notable negligencia”.
En cuanto a las analistas mujeres que teorizaron sobre el tema, Lacan concluye opinando que las colegas no parecían “haber dado lo mejor de sí” para descifrar el “enigma femenino”.
Las consecuencias clínicas de la envidia del pene pueden observarse en los análisis de las mujeres enunciadas bajo la forma de queja: hacia la madre por no haberle dado lo que necesitaba, hacia el partenaire por decepcionarla, hacia los hijos por no colmarla o por no estar a la altura de sus expectativas. La lista puede seguir indefinidamente y las quejas pueden multiplicarse si la respuesta del analista no logra ir más allá de los atolladeros del goce fálico.
Claudia Castillo
1 comentario:
Estoy sorprendida de que este artículo tan informado y académico en un sentido, desconozca las declinaciones que el término neid del alemán puede tener. Al ser traducido al francés o al castellano como envidia se limita a la definición de “mirar con malos ojos” que a su vez nos lleva al campo de la mirada donde “quién más mira menos ve”.
Sin embargo, tal como ha sido subrayado por Germán García, más de una vez, el pene provoca neid pero también wunsch (voto, petición, más que deseo); entonces las niñas se empeñan en el pene mientras que los niños se vuelven ciegos ante la ausencia de pene en la mujer.
De esta manera, el psicoanálisis creado por Freud y tan atacado por ciertos movimientos feministas como falocéntrico, no hace más que subrayar que cualquier homologación de la alteridad sexual es una ilusión, que no hay correlato sexual posible.
Caroline Newton
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