Al ensayista Juan José Sebreli, que por entonces –década de 1940– era un estudiante secundario en la Escuela Normal Mariano Acosta, le interesó ese muchacho que se puso a tocar una pieza de George Gershwin en el piano del salón de actos. Le sigue interesando, aunque ya no sea un muchacho sino la memoria que dejó, al morir en 1979, Oscar Masotta: hace pocas semanas Sebreli lo recordó en un artículo para el diario Perfil.
El motivo: la reedición del primer libro de Masotta, Sexo y traición en Roberto Arlt, y del que marcó su fama póstuma: Introducción a la lectura de Jacques Lacan. Ambos se suman a la tremenda biografía –una pieza llena de amor y de odio, donde el biógrafo se disecciona tanto como hace con el biografiado– que escribió Carlos Correas y que sus herederos reimprimieron el año pasado: La operación Masotta (cuando la muerte también fracasa).
Masotta dejó tras de sí una leyenda. Es el santo patrono del psicoanálisis lacaniano en la Argentina, España y el mundo en castellano en general. Fue entomólogo e insecto del arte moderno: dio conferencias en el Instituto Di Tella sobre happenings que a la vez hacía y escribió el pop art. Eso que hoy se llama novela gráfica habría seguido considerada un subproducto de la cultura de masas si Masotta no la hubiera elevado a objeto de estudio cultural en La historieta en el mundo moderno.
Antes había encontrado en Arlt al escritor que, despreciado y olvidado, los críticos entronizaron en las últimas décadas del siglo pasado junto con Domingo Sarmiento y Jorge Luis Borges.
En esos desvíos sus detractores ven a una víctima de la moda intelectual, que cambiaba de paradigma según la conveniencia del momento. Alfredo Grieco y Bavio argumenta que Masotta se aleja del marxismo existencialista oportunamente, “en el preciso instante en que comenzaba a pasar de moda”. Agregó en Cómo fueron los 60: “Masotta continuó mostrándose aún partidario del marxismo, pero de un marxismo despojado de objetivos prácticos”.
También se criticó su relación con las instituciones: mientras se proclamaba al margen, un aventurero que no necesitaba guía en la biblioteca, vivía de becas y nombramientos en lugares como el Di Tella o la misma Universidad de Buenos Aires que había abandonado.
Perón y Sartre. Al despuntar 1953 Sebreli respondió a una carta admirada que Correas le envió a propósito de un artículo suyo publicado en Sur. Poco tardó en presentarle a Correas, otros muchacho de veinte y pico de años como ellos, politizados por las tensiones de esos años y transformados por el rayo que les cayó con la traducción, en 1950, de ¿Qué es la literatura?, de Jean-Paul Sartre.
“Fue nuestro canon”, escribió Correas. Así comenzaron las caminatas nocturnas de Correas y Masotta por el barrio de Boedo, el primero ya cerca de su casa, el otro de paso hacia la suya en Floresta.
Escribían en Las Ciento y Una, la revista de Héctor A. Murena; en Centro, de los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras; en Clase Obrera, de Rodolfo Puiggrós. Pero fue en la revista de los hermanos David e Ismael Viñas donde comenzaron a convertirse en leyendas. Contorno, cuya colección acaba de salir en una edición facsimilar de la Biblioteca Nacional, se publicó entre 1953 y 1959 y cambió la crítica literaria argentina.
Contorno habilitó la política como herramienta de análisis en los tiempos en que el peronismo se convertía en hecho nefando. Difundió a intelectuales que cambiaron la cultura de este país como David Viñas, Ramón Alcalde, Adelaida Gigli, Adolfo Prieto, León Rozitchner, Tulio Halperín Donghi. Y el trío ya mentado: “Éramos”, escribió Correas, “jóvenes escritores que iniciaban y proseguían su carrera intelectual, al menos aficionadamente provisorios y definidos –o autodefinidos: es lo mismo– como sagaces e informados”.
En ese clima Masotta abandonó la universidad y continuó sus lecturas. Cuando encontró San Genet, comediante y mártir, de Sartre, que le pareció “la obra crítica más importante de nuestro tiempo”, se dio cuenta de que ya tenía escrito su primer libro, Sexo y traición en Roberto Arlt. Correas y Sebreli dicen que leía apasionadamente, llenando los márgenes de apuntes, apenas una parte de los libros, y no tocaba el resto. Dejaba porque sentía algo envidiable: “Que efectivamente tengo algo que decir”.
El primero. En el prólogo a esta reedición dice Luis Gusmán –escritor y también psicoanalista– que Masotta revela la utopía del mal que fundó Arlt. “La frase de Rimbaud que Masotta elige, ‘Rápido, un crimen, que me caigo al vacío’, es ejemplar para situar el vacío que se le hace al hombre de Arlt y su necesidad de actuar. El hombre humillado y envuelto por el tedio, el hombre de clase media de los años entre 1920 y 1940.”
A diferencia del análisis de Sartre sobre la persona de Genet, Masotta puso el foco en las tensiones de la clase media, cuyos rasgos principales consideró el cinismo, la imitación, el miedo y la delación. Arlt le hacía acordar a las películas de Chaplin: su visión del mundo es anarquista –opinó– y ejerce una influencia política positiva en quien lo lee. “Termina por hacernos comprender hasta la náusea qué es una clase social”, escribió. Arlt revela la condición social de sus personajes y junto con el valor de su salario ubica su moral sexual.
El libro reúne los artículos “Silencio y comunidad” y “La plancha de metal”, escritos entre 1957 y 1959, y el apéndice “Seis intentos frustrados de escribir sobre Arlt”, de 1962, donde trata la humillación de pertenecer a la clase media, la indiferencia de la derecha intelectual (“Borges, o Victoria Ocampo, o Silvina Bullrich, de quienes se podría afirmar que jamás han sujetado un libro de Arlt”), la relación del autor con sus personajes.
El segundo. “Con un breve seminario de seis clases sobre un seminario de Lacan sobre un cuento de Poe, una conferencia pronunciada en un instituto de música y una anotación periodística no se puede pretender que el resultado sea un libro”, se lee en Introducción a la lectura de Jacques Lacan. Y eso es lo que contiene el volumen: “Psicoanálisis y estructuralismo” es la explicación que Masotta da sobre el seminario de Lacan sobre “La carta robada”, famoso cuento de Edgar Allan Poe; “Leer a Freud” es el resumen de una charla en el Instituto Lucchelli Bonadeo en 1969 y “Qué es el psicoanálisis” apareció ese mismo año en la revista Los Libros, que dirigió Héctor Schmucler.
El resultado fue un libro, nomás, y uno que atrajo como creía Masotta que atraía Lacan: “Si la audiencia espera es porque tiene poco en las manos”. Esta reedición la prologa el psicoanalista y escritor Germán García, amigo y discípulo de Masotta, que participó con él en la fundación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires en 1974.
Masotta se plantó frente al establishment de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), a uno de cuyos miembros, Emilio Rodrigué, zurra en “Leer a Freud”. Llevaba ya diez años presentando el pensamiento lacaniano. Leída hoy, la Introducción… “sorprende”, escribió en su prólogo García, “por el ‘horizonte de expectativas’ que instaura en un momento en que nuestro país estaba en los comienzos de una desertificación cultural”. Unos años antes la dictadura de Juan Carlos Onganía había incorporado a sus hitos la Noche de los Bastones Largos, una jornada de represión a la Universidad de Buenos Aires que terminó con la cesantía de 1.400 docentes, de los cuales 300 emigraron.
Controversias póstumas. También Masotta se fue del país en 1975, invitado por la Triple A que no andaba en sutilezas sobre si había cambiado a Sartre por los estructuralistas Claude Levi-Strauss, Roman Jakobson, Émile Benveniste, André Martinet. Al grupo parapolicial del ministro peronista José López Rega le bastaba con que hubiera escrito cosas como: “La filosofía del marxismo debe ser reencontrada y precisada en las modernas doctrinas (o ‘ciencias’) de los lenguajes, de las estructuras y del inconsciente”.
Pasó por Londres y se instaló en Barcelona, donde fundó la Biblioteca Freudiana, publicó otros dos libros de psicoanálisis (Ensayos lacanianos y Lecciones de introducción al psicoanálisis) y formó grupos de estudio en Madrid, Málaga, Valencia y Vigo. Enfermó de cáncer y murió el 13 de septiembre de 1979, un año antes que Sartre y que en París se disolviera la Escuela Freudiana inspiradora de la porteña.
“Claro está que no podemos saber ya si devendrá ‘clásica’ la vida y la obra de Masotta”, escribió su amigo distanciado, Correas. “Ciertamente Oscar fue un aventurero y el fracaso llamado estrepitoso acecha a los aventureros como Oscar, pero, también ciertamente, el éxito de Oscar fue extraordinario.” No lo dice como un elogio: esas etiquetas, póstumas, habrían disgustado a Masotta, cree: “Siempre quiso más y otra cosa que los mecánicos epitafios superlativos”.
Del intelectual comprometido al diván
Hay un nexo entre los dos textos reeditados, y está en otro: Conciencia y estructura. Es la lectura con que Masotta presentó Sexo y traición en Roberto Arlt en la que habla de su internación psiquiátrica luego de la muerte de su padre donde se apasionaría por Lacan.
En 1959 a Roberto Masotta le diagnostican leucemia. Padre e hijo se amaban, pero se habían defraudado mutuamente: uno quería que el único varón hiciera algo de su vida como él, que era un empleado bancario; el otro sólo quería seguir siendo un mantenido preocupado sólo por leer y agenciarse el último número llegado al Río de la Plata de Les Temps Modernes, la revista de Sastre. Tras la muerte del padre Masotta intentó suicidarse. “Se internó en la clínica que dirigía Alberto Fontana”, escribió Jorge Balán en Cuéntame tu vida, biografía colectiva del psicoanálisis argentino. “En ese contexto Masotta descubrió los trabajos de Lacan.”
Ya había leído La Psychanalyse, la revista de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis que, según escribió en 1957, estaba dirigida por Daniel Lagache pero inspirada por “el recelado Jacques Lacan”. Ya había publicado en la revista Centro, en 1959, “La fenomenología de Sartre y un trabajo de D. Lagache”, donde escribió: “Lacan entiende que para interpretar los símbolos es preciso privilegiar el lado material de la palabra”. Tomaba el camino final de su vida, que en su país implicaría la transformación de una disciplina por entonces inclinada a la psiquiatría –una ley de 1954 impedía que practicara el psicoanálisis quien no fuera médico– según la lectura que Lacan hizo del texto original de Sigmund Freud.
“No conocí a Oscar Masotta”
Se dice que los amigos se eligen, a diferencia de los familiares, que se sufren. El antropólogo Carlos Masotta, al contrario, hace la operación inversa: elige a su tío Oscar Masotta. Con el título No conocí a Oscar Masotta, el sobrino trabaja en un documental para buscar a aquel primo hermano de su padre al que nunca conoció, porque él era un niño cuando ese tío partió a Europa; aquel del que escuchó historias que lo pintaban como la oveja negra de la familia; aquel que al crecer se le reveló “como una figura transversal a partir de la cual ingresar a esa movida de renovación de los años 60”.
A mediados de la década de 1980, cuando ingresó en la carrera de Antropología, le preguntaban una y otra vez si tenía algo que ver y si lo había conocido. “Había quedado una memoria de él”, dijo. “Me hablaban de la Facultad de Filosofía y Letras en los años de Oscar, cuando quedaba en la calle Viamonte, y de los bares de los alrededores, por los que él circulaba, una universidad paralela. Años más tarde, cuando comencé a filmar los testimonios, encontré uno recurrente: ‘Yo iba para un lado’, me decían, ‘y a partir del contacto con Oscar fui para otro’.”
Es obvio el componente biográfico del interés –“responder a esa búsqueda por medio de quienes tuvieron contacto con él”– pero también cuenta la pasión de Carlos Masotta por el documentalismo. “Es una herramienta en el trabajo de campo antropológico”, explica el director de los cortometrajes Marcas del tiempo en Cholila, Palabras cruzadas, La matanza y el premiado Blanco, exhibido en el Primer Concurso de Cine contra la Discriminación, sobre la historia de una mujer mapuche que habla de los blancos en juego con una obra plástica completamente en blanco. “En antropología se presta atención al lugar del testimonio en la memoria.”
Además de haber entrevistado a Nelly, la hermana de su tío, habló con su compañero de juventud Juan José Sebrelli, con su amigo Germán García, con su discípulo catalán Miquel Bassols –quien escribió un ensayo a partir de esa entrevista–, entre otros. “También hago registros de situaciones: su figura en el presente, en homenajes o en citas”, agregó. “Hace poco, por ejemplo, registré la presentación de la edición facsimilar de Contorno en la Biblioteca Nacional.” El documental, espera, se verá en el 2009, cuando se cumplan treinta años de la muerte de Oscar Masotta.
El motivo: la reedición del primer libro de Masotta, Sexo y traición en Roberto Arlt, y del que marcó su fama póstuma: Introducción a la lectura de Jacques Lacan. Ambos se suman a la tremenda biografía –una pieza llena de amor y de odio, donde el biógrafo se disecciona tanto como hace con el biografiado– que escribió Carlos Correas y que sus herederos reimprimieron el año pasado: La operación Masotta (cuando la muerte también fracasa).
Masotta dejó tras de sí una leyenda. Es el santo patrono del psicoanálisis lacaniano en la Argentina, España y el mundo en castellano en general. Fue entomólogo e insecto del arte moderno: dio conferencias en el Instituto Di Tella sobre happenings que a la vez hacía y escribió el pop art. Eso que hoy se llama novela gráfica habría seguido considerada un subproducto de la cultura de masas si Masotta no la hubiera elevado a objeto de estudio cultural en La historieta en el mundo moderno.
Antes había encontrado en Arlt al escritor que, despreciado y olvidado, los críticos entronizaron en las últimas décadas del siglo pasado junto con Domingo Sarmiento y Jorge Luis Borges.
En esos desvíos sus detractores ven a una víctima de la moda intelectual, que cambiaba de paradigma según la conveniencia del momento. Alfredo Grieco y Bavio argumenta que Masotta se aleja del marxismo existencialista oportunamente, “en el preciso instante en que comenzaba a pasar de moda”. Agregó en Cómo fueron los 60: “Masotta continuó mostrándose aún partidario del marxismo, pero de un marxismo despojado de objetivos prácticos”.
También se criticó su relación con las instituciones: mientras se proclamaba al margen, un aventurero que no necesitaba guía en la biblioteca, vivía de becas y nombramientos en lugares como el Di Tella o la misma Universidad de Buenos Aires que había abandonado.
Perón y Sartre. Al despuntar 1953 Sebreli respondió a una carta admirada que Correas le envió a propósito de un artículo suyo publicado en Sur. Poco tardó en presentarle a Correas, otros muchacho de veinte y pico de años como ellos, politizados por las tensiones de esos años y transformados por el rayo que les cayó con la traducción, en 1950, de ¿Qué es la literatura?, de Jean-Paul Sartre.
“Fue nuestro canon”, escribió Correas. Así comenzaron las caminatas nocturnas de Correas y Masotta por el barrio de Boedo, el primero ya cerca de su casa, el otro de paso hacia la suya en Floresta.
Escribían en Las Ciento y Una, la revista de Héctor A. Murena; en Centro, de los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras; en Clase Obrera, de Rodolfo Puiggrós. Pero fue en la revista de los hermanos David e Ismael Viñas donde comenzaron a convertirse en leyendas. Contorno, cuya colección acaba de salir en una edición facsimilar de la Biblioteca Nacional, se publicó entre 1953 y 1959 y cambió la crítica literaria argentina.
Contorno habilitó la política como herramienta de análisis en los tiempos en que el peronismo se convertía en hecho nefando. Difundió a intelectuales que cambiaron la cultura de este país como David Viñas, Ramón Alcalde, Adelaida Gigli, Adolfo Prieto, León Rozitchner, Tulio Halperín Donghi. Y el trío ya mentado: “Éramos”, escribió Correas, “jóvenes escritores que iniciaban y proseguían su carrera intelectual, al menos aficionadamente provisorios y definidos –o autodefinidos: es lo mismo– como sagaces e informados”.
En ese clima Masotta abandonó la universidad y continuó sus lecturas. Cuando encontró San Genet, comediante y mártir, de Sartre, que le pareció “la obra crítica más importante de nuestro tiempo”, se dio cuenta de que ya tenía escrito su primer libro, Sexo y traición en Roberto Arlt. Correas y Sebreli dicen que leía apasionadamente, llenando los márgenes de apuntes, apenas una parte de los libros, y no tocaba el resto. Dejaba porque sentía algo envidiable: “Que efectivamente tengo algo que decir”.
El primero. En el prólogo a esta reedición dice Luis Gusmán –escritor y también psicoanalista– que Masotta revela la utopía del mal que fundó Arlt. “La frase de Rimbaud que Masotta elige, ‘Rápido, un crimen, que me caigo al vacío’, es ejemplar para situar el vacío que se le hace al hombre de Arlt y su necesidad de actuar. El hombre humillado y envuelto por el tedio, el hombre de clase media de los años entre 1920 y 1940.”
A diferencia del análisis de Sartre sobre la persona de Genet, Masotta puso el foco en las tensiones de la clase media, cuyos rasgos principales consideró el cinismo, la imitación, el miedo y la delación. Arlt le hacía acordar a las películas de Chaplin: su visión del mundo es anarquista –opinó– y ejerce una influencia política positiva en quien lo lee. “Termina por hacernos comprender hasta la náusea qué es una clase social”, escribió. Arlt revela la condición social de sus personajes y junto con el valor de su salario ubica su moral sexual.
El libro reúne los artículos “Silencio y comunidad” y “La plancha de metal”, escritos entre 1957 y 1959, y el apéndice “Seis intentos frustrados de escribir sobre Arlt”, de 1962, donde trata la humillación de pertenecer a la clase media, la indiferencia de la derecha intelectual (“Borges, o Victoria Ocampo, o Silvina Bullrich, de quienes se podría afirmar que jamás han sujetado un libro de Arlt”), la relación del autor con sus personajes.
El segundo. “Con un breve seminario de seis clases sobre un seminario de Lacan sobre un cuento de Poe, una conferencia pronunciada en un instituto de música y una anotación periodística no se puede pretender que el resultado sea un libro”, se lee en Introducción a la lectura de Jacques Lacan. Y eso es lo que contiene el volumen: “Psicoanálisis y estructuralismo” es la explicación que Masotta da sobre el seminario de Lacan sobre “La carta robada”, famoso cuento de Edgar Allan Poe; “Leer a Freud” es el resumen de una charla en el Instituto Lucchelli Bonadeo en 1969 y “Qué es el psicoanálisis” apareció ese mismo año en la revista Los Libros, que dirigió Héctor Schmucler.
El resultado fue un libro, nomás, y uno que atrajo como creía Masotta que atraía Lacan: “Si la audiencia espera es porque tiene poco en las manos”. Esta reedición la prologa el psicoanalista y escritor Germán García, amigo y discípulo de Masotta, que participó con él en la fundación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires en 1974.
Masotta se plantó frente al establishment de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), a uno de cuyos miembros, Emilio Rodrigué, zurra en “Leer a Freud”. Llevaba ya diez años presentando el pensamiento lacaniano. Leída hoy, la Introducción… “sorprende”, escribió en su prólogo García, “por el ‘horizonte de expectativas’ que instaura en un momento en que nuestro país estaba en los comienzos de una desertificación cultural”. Unos años antes la dictadura de Juan Carlos Onganía había incorporado a sus hitos la Noche de los Bastones Largos, una jornada de represión a la Universidad de Buenos Aires que terminó con la cesantía de 1.400 docentes, de los cuales 300 emigraron.
Controversias póstumas. También Masotta se fue del país en 1975, invitado por la Triple A que no andaba en sutilezas sobre si había cambiado a Sartre por los estructuralistas Claude Levi-Strauss, Roman Jakobson, Émile Benveniste, André Martinet. Al grupo parapolicial del ministro peronista José López Rega le bastaba con que hubiera escrito cosas como: “La filosofía del marxismo debe ser reencontrada y precisada en las modernas doctrinas (o ‘ciencias’) de los lenguajes, de las estructuras y del inconsciente”.
Pasó por Londres y se instaló en Barcelona, donde fundó la Biblioteca Freudiana, publicó otros dos libros de psicoanálisis (Ensayos lacanianos y Lecciones de introducción al psicoanálisis) y formó grupos de estudio en Madrid, Málaga, Valencia y Vigo. Enfermó de cáncer y murió el 13 de septiembre de 1979, un año antes que Sartre y que en París se disolviera la Escuela Freudiana inspiradora de la porteña.
“Claro está que no podemos saber ya si devendrá ‘clásica’ la vida y la obra de Masotta”, escribió su amigo distanciado, Correas. “Ciertamente Oscar fue un aventurero y el fracaso llamado estrepitoso acecha a los aventureros como Oscar, pero, también ciertamente, el éxito de Oscar fue extraordinario.” No lo dice como un elogio: esas etiquetas, póstumas, habrían disgustado a Masotta, cree: “Siempre quiso más y otra cosa que los mecánicos epitafios superlativos”.
Del intelectual comprometido al diván
Hay un nexo entre los dos textos reeditados, y está en otro: Conciencia y estructura. Es la lectura con que Masotta presentó Sexo y traición en Roberto Arlt en la que habla de su internación psiquiátrica luego de la muerte de su padre donde se apasionaría por Lacan.
En 1959 a Roberto Masotta le diagnostican leucemia. Padre e hijo se amaban, pero se habían defraudado mutuamente: uno quería que el único varón hiciera algo de su vida como él, que era un empleado bancario; el otro sólo quería seguir siendo un mantenido preocupado sólo por leer y agenciarse el último número llegado al Río de la Plata de Les Temps Modernes, la revista de Sastre. Tras la muerte del padre Masotta intentó suicidarse. “Se internó en la clínica que dirigía Alberto Fontana”, escribió Jorge Balán en Cuéntame tu vida, biografía colectiva del psicoanálisis argentino. “En ese contexto Masotta descubrió los trabajos de Lacan.”
Ya había leído La Psychanalyse, la revista de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis que, según escribió en 1957, estaba dirigida por Daniel Lagache pero inspirada por “el recelado Jacques Lacan”. Ya había publicado en la revista Centro, en 1959, “La fenomenología de Sartre y un trabajo de D. Lagache”, donde escribió: “Lacan entiende que para interpretar los símbolos es preciso privilegiar el lado material de la palabra”. Tomaba el camino final de su vida, que en su país implicaría la transformación de una disciplina por entonces inclinada a la psiquiatría –una ley de 1954 impedía que practicara el psicoanálisis quien no fuera médico– según la lectura que Lacan hizo del texto original de Sigmund Freud.
“No conocí a Oscar Masotta”
Se dice que los amigos se eligen, a diferencia de los familiares, que se sufren. El antropólogo Carlos Masotta, al contrario, hace la operación inversa: elige a su tío Oscar Masotta. Con el título No conocí a Oscar Masotta, el sobrino trabaja en un documental para buscar a aquel primo hermano de su padre al que nunca conoció, porque él era un niño cuando ese tío partió a Europa; aquel del que escuchó historias que lo pintaban como la oveja negra de la familia; aquel que al crecer se le reveló “como una figura transversal a partir de la cual ingresar a esa movida de renovación de los años 60”.
A mediados de la década de 1980, cuando ingresó en la carrera de Antropología, le preguntaban una y otra vez si tenía algo que ver y si lo había conocido. “Había quedado una memoria de él”, dijo. “Me hablaban de la Facultad de Filosofía y Letras en los años de Oscar, cuando quedaba en la calle Viamonte, y de los bares de los alrededores, por los que él circulaba, una universidad paralela. Años más tarde, cuando comencé a filmar los testimonios, encontré uno recurrente: ‘Yo iba para un lado’, me decían, ‘y a partir del contacto con Oscar fui para otro’.”
Es obvio el componente biográfico del interés –“responder a esa búsqueda por medio de quienes tuvieron contacto con él”– pero también cuenta la pasión de Carlos Masotta por el documentalismo. “Es una herramienta en el trabajo de campo antropológico”, explica el director de los cortometrajes Marcas del tiempo en Cholila, Palabras cruzadas, La matanza y el premiado Blanco, exhibido en el Primer Concurso de Cine contra la Discriminación, sobre la historia de una mujer mapuche que habla de los blancos en juego con una obra plástica completamente en blanco. “En antropología se presta atención al lugar del testimonio en la memoria.”
Además de haber entrevistado a Nelly, la hermana de su tío, habló con su compañero de juventud Juan José Sebrelli, con su amigo Germán García, con su discípulo catalán Miquel Bassols –quien escribió un ensayo a partir de esa entrevista–, entre otros. “También hago registros de situaciones: su figura en el presente, en homenajes o en citas”, agregó. “Hace poco, por ejemplo, registré la presentación de la edición facsimilar de Contorno en la Biblioteca Nacional.” El documental, espera, se verá en el 2009, cuando se cumplan treinta años de la muerte de Oscar Masotta.
Gabriela Esquivada
10.09.2008
Diario Critica-Cultura / Edicion Impresa
10.09.2008
Diario Critica-Cultura / Edicion Impresa
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