Una poética de la disolución


Lectura de “Donde yo no estaba” (1), de Marcelo Cohen


“Yo quería desintegrarme, sí, pero conservando la voz”
M. Cohen (2)



Aliano D’Evanderey construye un texto sobre la inmediatez. Las más de setecientas páginas de su diario dicen su monotonía inicial, los cambios que descentran su vida y el adelgazamiento final de su presencia.
Aliano, cada tanto, piensa el sentido de su escritura. Desde esa zona metatextual expone la incomodidad genérica de su diario, que no encaja en ninguna clasificación porque elude, expande, niega o reescribe todas a la vez. El diario de Aliano no conforma un género y a la vez los contiene a todos (el entrecruce y la yuxtaposición de poesía, prosa poética, ensayo, cuento, noticia, informe) y su propia forma inicial (la sucesión fechada) implosionan en un torbellino alucinatorio que desmiente el mismo perfil del diario, al que sólo retorna en las páginas finales. La formulación más explícita, sin embargo, es la negación de la forma novelesca: Aliano entiende que nunca será novela su diario porque no tiene ni el “deseo de ganancia” ni la “ganancia del deseo” que tipifican la novela tradicional; no hay clímax ni desenlace, hay interrupción y espacio en blanco. Contra la novela dickensiana, la narración macedoniana sin origen ni final.
Además de inscribirse en una serie literaria (Macedonio-Borges-Cortázar-Saer), Cohen instala una reformulación del relato realista y fantástico a la vez: una operación impensable. Un espacio literario que elude la acumulación, la invención aventurera, hasta la producción automática de lo fantástico, para encontrar sentido a la desposesión, al discurrir de la minucia y la inmediatez, al borramiento del ser como anverso irremediable y necesario del acto de escribir.

“Aquí no paro de hablar de desposesión. Encima, ni siquiera el derroche me alcanzaría para ser novelista. Los novelistas ahorran. Se guardan años una historia en la cabeza. Aquí solamente discurro“ (Pág. 94)

La paradoja se expone sin titubeos: así como el escribir es una presencia que opera en la realidad de Aliano desposeyéndolo, la lectura del libro de Rosezno “inventa” la presencia del autor:

“Puede que el prologuista sea un invento de Rosezno o a la inversa, o que los dos sean inventos de un tercero anónimo. Si escribo esto es para que todos ellos se realicen en mi cuadernaclo. Aquí quedarán. ” (Pág. 126)

La escritura, entonces, asume el programa borgeano de referente único. Su construcción desrealiza la vida de Aliano pero corporiza la de Rosezno, curiosamente, desde otra ausencia, el anonimato. En el fondo de ese juego late la interrogación sobre el ser, la muerte y la obra. No hay escritura para no morir sino escritura para entender la muerte como desvanecimiento de lo real; no hay en Cohen intentos para evadir el sentido del final sino para entender su proceso disolutorio desde los mecanismos de la escritura, como sucede en la narrativa de Juan José Saer.
La relación entre el progreso de la obra y el regreso del tiempo hacia la nada recorre las preguntas de Blanchot:

“¿No se trata más bien de una exigencia más original, un cambio previo que tal vez se realiza por la obra y al que ella nos conduce pero que, por una contradicción esencial, no sólo es anterior a su realización sino que se origina en un punto donde ya nada puede realizarse?” (3)

El doble movimiento de escribir (el diario propio) y leer (a Rosezno, a Mench, el diario de Diorita, las poesías de Lumel) plantea un mecanismo en el que lo vital, lo inmediato, lo próximo del día a día participan activamente en el diario de Aliano pero para exponer su naturaleza disolutoria. Se escribe para entender el vacío, se lee para conocer el itinerario de la ausencia. Como leemos en Blanchot, la finalidad de la obra es el arribo a ningún lugar o, como entenderá Aliano,

“que lo que escribo se transforme en una aventura amorosa con la muerte, en la aceptación de que la consabida advertencia sobre el plazo fijo iba en serio. Que cuando se termina, se termina. Y que a lo mejor terminar trae paz” (Pág. 660)

Toda la arquitectura, el tejido textual, la imponencia del trabajo constructivo que significa un diario que contiene y desborda la vida de un vendedor de ropas recupera la posibilidad del deseo de ser en el lenguaje, la formidable potencia de la escritura, que es el verdadero esplendor de la obra.

“incógnito, errabundo, que no tiene más razón de ser que su potencia de crear Alianos, diseños de pijamas, familias, amores, ríos y embarcaciones, ciudades, democracias y revueltas y proyectos locos de Yónder” (Pág. 309)

Ese deseo creador es funcional al “adelgazamiento del ser” que recorre todo el diario y a la operación de “aniquilación de sí” (que menciona el mismo Blanchot), a la vez que se contrapone a la razón sin deseo de la sociedad “demogentil” en la que Aliano vive. La difundida religión del Pensar auspicia una relación entre conciencia racional y realidad vital, y Aliano opone a ese paradigma, el desarrollo ciego de su escritura y el deseo que indaga los misterios de la creación liberada, aún cuando el producto de su diario sea la inmediatez, la tensión tibia que deriva de sus lecturas y algunas posturas, sencillas, lejanas a cualquier revolución, que enarbola cada vez que dice “no”. Así, otras escrituras del deseo (como las poesías de Lumel), de la rebeldía (como la rabia de Yónder o las críticas de Fusco Maraguane) o del dolor (como el diario de Diorita) escapan de la razón lineal hipermoderna de Isla Múrmora y alrededores y son convocadas al texto por la palabra de Aliano, cada vez menos liviana, cada vez más segura de sí, cada vez más cerca de la escritura como deseo y rebelión. Ese posicionamiento, que parece vigorizar la presencia de Aliano y los suyos, es funcional, progresiva e irremediablemente, al mencionado “adelgazamiento del ser”: lo que se fortalece es la voz narrativa, la actitud y la crítica puesta en función en la escritura, pero el itinerario de Aliano, como el de Yónder y los otros, es deliberadamente disolutorio:

“Tener una casa es como construir un lugar para dejarlo en lugar de sí” (Pág. 72)

La escritura que indaga, entiende y dice el sentido del tiempo es escritura que comprende la muerte y sus significados. Como en Kafka, revisitado aquí por la lectura de Blanchot:

“Kafka siente profundamente que el arte es relación con la muerte. ¿Por qué la muerte? Porque es lo extremo. El arte es dominio del momento supremo, supremo dominio” (4)

II. El lugar
Cohen logra escribir sobre un lugar cuya delicada, exactísima y minuciosa telaraña constructiva aleja todos y cada uno de los detalles descriptivos de los referentes reales y, en la misma operación narrativa, elude cualquier seducción o desplazamiento profético de la escritura. Logrado ese mecanismo de deslizamiento narrativo (que presenta un tiempo y un espacio futuro instalados en el extrañamiento de lo posible y a la vez inimaginable), el diario resbala en su integridad cronológica y pierde sus fechas, se descentra, agota su sucesión numérica y acompaña el viaje de Aliano desde el lugar inicial hacia ningún lugar: el vendedor que escribe su diario desde la inmediatez parece ser escrito por la vorágine de acontecimientos excéntricos que lo sobrepasan, como su oposición al sistema y a los sistemas (de convivencia familiar, social, política, económica) y por su decisión de elegir (de decir no, en realidad) ante las interrogaciones de la moral política y religiosa. La afirmación de esas posturas, configuradas ya como negatividad, lo sujetan a la superficie del texto; la negación de ser un hombre del sistema, un engranaje del poder “demogentil”, afirman la profundidad de la idea central de su programa: escamotear la presencia, dar lugar a la sombra, dejarse ir, afinar el trazo de su ubicuidad social, es decir, deconstruirse como no lugar. Por eso el diario es macedoniano: está allí la “continuidad de la nada”, la convicción de la disolución (sobre la que Macedonio piensa y Aliano escribe), el texto como proyecto inacabado, inconcluso, no afirmativo, la noción del sitio utópico del que Macedonio–Aliano son cronistas sin objetivo ni destinatario preciso y la idea –tan macedoniana– que embarga a Aliano sobre la construcción de la presencia desde la escritura que también, paradójicamente, es escritura de la ausencia. Entre presencia y ausencia se instala la noción de lo posible como lugar de la escritura.
Desde ese lugar piensa Macedonio y desde ese lugar escribe el Aliano de Cohen.
Hay, también, un lugar “literario” que se sitúa como origen del texto: En “El testamento de O´jaral” (5) el personaje lee “Donde yo no estaba” de un tal Alexis Rabastain, comerciante de lencería, que cuenta sus últimos veinte años y su deseo de “no ser nada”. Ese comerciante, ahora, se llama Aliano D´Evanderey y allana el lugar contando sólo algunos meses.
De este modo, la recuperación intertextual desplaza lo que era para colocar allí lo que ahora es. Entre el diario que sería y el que es, aparece lo posible como lugar del esplendor textual.
Ricardo Piglia, en La ciudad ausente, relato que revisita y expande las claves macedonianas, habla de lo posible como lugar literario:

“El ser ahí es más intenso. Lo que no es define el universo igual que el ser. Lo posible es la esencia del mundo” (6)

III. El texto autónomo
La sociedad “posible” de Aliano se parece a la nuestra porque apenas desliza sus perfiles: una Democracia Gentil que manipula sin gestos políticos, una economía donde persiste la desigualdad, formas de relación distintas pero imaginables (trimonios en lugar de matrimonios, conexiones con otras mentes desde la ”panconciencia”, computadoras que aconsejan conductas, pastillas para producir la risa, etc.). Asentándose como una “semiosfera” sobre los hechos y las cosas que el diario describe, el texto propone nombres (inventados, reescritos, desfigurados, apropiados) que transforman lo creíble en utopía. Allí donde los acontecimientos parecen tener contornos “realistas” (más allá del desplazamiento futurista) el lenguaje aparece para transformarlo en mundo único, en territorio de la invención literaria, en supremacía plena del texto, en zona donde gobierna la posibilidad de ser, lo posible como libertad del texto frente a una sociedad donde lo gentil y confortable del vivir se parecen a una invisible esclavitud política y social.
Para “hacer ver” esa situación, para estudiar esos efectos, para comprender la posición del hombre en ese cosmos, Cohen diseña un universo semiótico de soberbia autonomía, en la misma línea de la mejor narrativa nacional que puede hilvanar esa serie: La novela de la Eterna, Ficciones, Rayuela, Nadie nada nunca, La ciudad ausente, Los pichiciegos, El pasado… pero la prescindencia absoluta que propone el diario de Aliano con respecto a los nombres de nuestra memoria cultural, espacial e histórica lo convierten en pieza única porque desde esa autonomía perfecta indaga las tensiones propias del mundo contemporáneo.
El territorio donde cobran dimensión los “farphonitos”, “flaycoches”, “leboches”, “perroparias”, cobija también la reescritura de verbos entre los que conviven sentidos conocidos, sospechados o imaginados…

“No tengo nada que decir. Pero no quiero callarme. Que la vida pase a los verbos. Ocasear. Aguar. Verdear. Trinar. Enlunecer. Acompañar. Espaciar. Estañar.” (Pág. 530)

En esos juegos estallan los significantes; no hay nada para decir porque la obra terminará diciendo la nada, pero el ciego deseo de la invención será también lucidez para entender que desde allí, desde la escritura, se comprende el mundo y el tiempo disolutorio. Como decía el primer Wittgenstein

“…el lenguaje se manifiesta como una actividad constituyente y configuradora de nuestra propia visión del mundo” (7)

El mismo Cohen expone esta noción repasando su experiencia en el exilio español (1975-1996):

“Ese agregado que se iba a formar era mi lenguaje. Y si un lenguaje constituye un mundo, todo consistía ahora en ser habitante y habitación de ese mundo.” (8)

El diario, además, avanza sobre otros discursos para transformarlos nuevamente en lenguaje autónomo: el religioso, con los debates entre los partidarios del Dios Solo y los del Pensar, el de la música realista, que intenta avanzar en el vínculo entre vivencia y representación artística, las lecturas de Aliano (Rosezno, Mench), etc. Entre esos discursos que la narración del diario “autonomiza” se destaca el político porque la obra misma expone una formulación sobre el poder en general y la “Democracia Gentil” lo hace con el discurso político en particular. Allí se vislumbra la idea de dominación global y la noción foucaultiana de “biopoder”, que describe la regulación de los poderes sobre los cuerpos sociales y las posibilidades de oposición, centradas (decía Foucault) en la resistencia y la creación, que son en verdad las armas que despliegan, como pueden, Aliano, Yónder y Maraguane. A esa actitud Aliano añade posturas que lo colocan más allá del “derecho” pero más acá del “acto ético”, siguiendo el pensamiento del filósofo francés cuando reclama “un sujeto político como sujeto ético” (9).
Otros discursos remiten a nombres de la cultura occidental, pero son intertextos que la autonomía del diario de Aliano desconoce. Como el vínculo del siguiente fragmento con la concepción kafkiana:

“Llamaba a mi puerta., al abrirla me topaba con otra y, cuando llevaba la mano al picaporte, la segunda puerta retrocedía sola, lo único que veía, escrita en un trapo blanco pegado a un telón negro, era la palabra desnuda: Continuará.” (Pág. 378)

O la noción entre nietzscheana y sartreana que se adivina en la desazón de Aliano…

“Qué pavor me dio que esto, no sé muy bien qué, amenace con continuar. Qué siniestro que esto pueda seguir y seguir de la misma manera. Esto: no lo que está pasando en la calle sino esto que vivimos juntos en la isla y acaso por doquier. Todo esto.“ (Pág. 378)

La multiplicidad de discursos enriquece la obra, la expande en significación pero, por la intensidad de la historia inmediata que la vértebra y por la cuidadosa arquitectura lingüística que la sostiene, dice sus sentidos desde una autonomía que sorprende y fascina.

IV. Silencios
En “El oído absoluto”(10) la búsqueda de silencio aparece como operación musical (la relación entre algunas composiciones de Beethoven como un “paseo larguísimo por la disolución o por la muerte”). En “Donde yo no estaba” el hijo de Aliano recupera esa obsesión intentando hallar el supremo silencio desde su “musicaja”. No lejos de esa concepción, para Yónder, el silencio significa felicidad:

“Esto no es felicidá, dijo Yónder. Felicidá es que adentro de uno todo haga silencio” (Pág. 559)

Cuando el diario pierde su ordenamiento racional, el lenguaje se convierte en mirada (“ese mixto de vista y lenguaje”) pero es mirada del silencio primordial, nunca de la afasia, la censura o la mudez. Como en la poesía de Roberto Juarroz, texto del silencio que se construye viendo, escuchando, escribiendo. La fascinación poética y filosófica del párrafo que sigue –cuando Aliano ya culmina su viaje alucinado– nos ayuda a comprender la puesta en abismo del silencio como logro sublime pero trabajoso de la escritura…

“Claro del bosque. Se aquieta el espejo. Algo parece enunciarse. Se estabiliza el sol y uno, no sé por qué, se frota las manos y entonces está frotando el bosque… Algo creo que he visto hoy en un claro del bosque. Una inmediatez. Un orden remoto me tendía una órbita y mi confianza se depositó en la órbita y mi entendimiento entendió” (Pág. 565)

El silencio, además de búsqueda y sentido de la música y de la mirada artística, aparece en Cohen como postulación política: contra el poder del ruido urbano y la estridencia del sistema consumista, el silencio como “adelgazamiento del ser”, la escritura como política que se deja atravesar por la silenciosa construcción de la ausencia.
Ya en el plano literario, el silencio late como fondo kafkiano en toda la dimensión del diario. Toda la suave epopeya de Aliano, sus negaciones, su rebelión inmediata y cercana, su rabia por el devenir del mundo y sus lecturas escépticas remiten a esa sensación de silencio que en Kafka significan absurdo, vacío y lucidez:

“Llamaba a mi puerta, al abrirla me topaba con otra y, cuando llevaba la mano al picaporte, la segunda puerta retrocedía sola, lo único que veía, escrita en un trapo blanco pegado a un telón negro, era una palabra desnuda: Continuará” (Pág. 378)

En otra zona del texto, el mismo extrañamiento vincula el sentimiento de vacío con el ahogo existencial, derivación de la constante colisión de sus actos y posiciones con el mundo “demogentil” y el sistema que se obstina en convertirlo, a él y los suyos, en mercancías útiles:

“Qué pavor me dio que esto, no sé muy bien qué, amenace con continuar. Qué siniestro que esto pueda seguir y seguir de la misma manera. Esto: no lo que está pasando en la calle sino esto que vivimos juntos en la isla y acaso por doquier.“ (Pág. 378)

Contra ese silencio destructivo de vacío y sinsentido, el silencio primordial, la obstinada tarea de convertir en silencio, en “afinamiento paulatino”, en deseada levedad de la presencia, desde los esfuerzos de la música, de la escritura, de la eticidad de los actos, del suave dejar de ser.



Sergio G. Colautti


Referencias

(1) Cohen, Marcelo; "Donde yo no estaba", Ed. Norma, Bs. As., 2006.
(2) Cohen, Marcelo; Pequeñas batallas por la propiedad de la lengua, en "Poéticas de la distancia". Ed. Norma, Bs. As., 2006. Pág. 41.
(3) Blanchot, Maurice; "El espacio literario", Paidós, Barcelona, 1992, Pág. 82.
(4) Blanchot, Maurice; op. cit. Pág. 83.
(5) Cohen, Marcelo;
"El testamento de O’Jaral", Anaya y Muchnik, Madrid (España) y Alianza, Buenos Aires, 1995.
(6) Piglia, Ricardo, "La ciudad ausente", Ed. Sudamericana, Bs. As. 1992
(7) Arce Carrascoso, J. L.; "Teoría del conocimiento". Ed. Síntesis, Madrid, 1999. Pág. 194.
(8) Cohen, Marcelo; Pequeñas batallas por la propiedad de la lengua, en "Poéticas de la distancia", Ed Norma, Bs. As 2006. Pág. 49.
(9) Foucault M. en Lazzaratto Mauricio, "Del biopoder a la biopolítica", www.sindominio.net/arkitzean/otrascosas/lazzarato.html
(10) Cohen, Marcelo; "El oído absoluto", Ed. Norma, Bs. As. 1997.


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