Alexandre Kojève - El sujeto opuesto al objeto


Reseña del libro de Dominique Auffret: Alexandre Kojève. La filosofía, el estado y el fin de la historia Ed. Letra Gramma. Año 2009.



La biografía intelectual de Dominique Auffret sobre Alexander Kojève contiene además de La trama secreta, el excelente prólogo de Germán García, verdadera puesta al día de las controversias a las que ha dado lugar su pensamiento, en Paolo Virno, Giorgio Agamben, Gilles Lapouge, Leo Strauss, Catherin Clement, George Bataille, Gilles Deleuze, por citar solo algunos reveces dados en el entramado, y ampliar el sentido de las referencias en que Jacques Lacan lo cita. Incluye su bibliografía completa, la cronología resumida del ilustre desconocido a modo de introducción, y una entrevista a Raymond Barre (Primer Ministro Francés, amigo de Kojève). Los siete capítulos intermedios evitan la crónica documental y tratan de captar su “figura”, mediante hipótesis subjetivas que -lejos de la psicobiografía- se eleva en ensayos de captura de su Sistema de Pensamiento, evitando los mitos generados en torno de su personalidad.

Introduce a la complejidad de muchos de sus libros sin descuidar a la vez esas figuras de época en el contexto que nos dan la clave. En “de la infancia a la revolución (1902-1920)” por ejemplo, el joven Kojève de 15 años -huérfano de padre desde los 3- trafica en el mercado negro del Moscú de 1917. Capturados y fusilados sus compañeros de celda por la policía política bolchevique, él es rescatado. El terror, misteriosa experiencia formadora, define su inclinación marxista de la que hará principio, cuando más tarde encarne la explicación de Hegel: “Por el terror el hombre toma consciencia de lo que realmente es: nada”[1].

Sobrino predilecto de Wassily Kandisky, busca el exilio para seguir pensando en esa nada, mientras discute sobre arte moderno, vive la épica y convulsionada Berlín de 1920, y trabaje en su tesis sobre la metafísica religiosa del místico ruso Soloviev. El ya experto en lenguas orientales e hinduismo; sabrá leer, además de chino y sánscrito, las condiciones espirituales de la revolución en el cristianismo ortodoxo. Alumno de Jaspers en Heidelberg, evita las influencias de Heidegger y Husserl. Más tarde, recientemente instalado en París, continúa la cátedra de Koyré en la escuela de altos estudios. Domina entonces las matemáticas modernas de Cantor, y desarrolla una tesis integral sobre física cuántica que nunca completa en la que discute la noción clásica de causalidad que más tarde retomará Jacques Lacan.

Pero, hagamos nuestra parada fenomenológica: ¿de qué vale conocer la vida del ilustre intelectual que dilucida Hegel, al transformador de lecturas que formaron a Jacques Lacan? ¿Al ácido humorista que se hace llamar no sin ironía: “la conciencia de Stalin” cuando luego, en calidad de asesor comercial francés argumenta y tuerce decisiones sobre el destino de los fondos del plan Marshal en la Europa de post-guerra, y que se proyecta como ideólogo de los destinos de la política comercial francesa, en el Mercado Común y en la Unión Europea para el tercer mundo en el final de su vida? ¿En qué puede importar al psicoanalista las teorías sobre el Estado o concernirle los engorrosos argumentos sobre el “fin de la historia”?

Acaso para elucidar en qué la unificación del planeta, refleja un movimiento revolucionario de lo negativo. Donde la conciencia de clase no basta, sino que forma parte del pensamiento burgués, dando lugar a una condición burguesa más amplia y vigorosa: “reino animal del espíritu” que inscribe al ciudadano en la organización de necesidades en razón de una lógica de la conservación que es el exacto contrario del trabajo por el reconocimiento.

Sí; a través del Estado el individuo se asegura la existencia, la exigencia de seguridad entra en oposición con su ideal de libertad: la sabiduría hegeliana aportada por Kojève entendió antes que otros -y puede hacernos saber- que satisfacción y sosiego son esferas éticas opuestas e inconciliables. Que los ideales vigentes del “ciudadano” en pos de la seguridad y de su bienestar, llevarán a la extinción de lo político (y que produce un orden global impolítico) que no es simplemente el fin (del hombre y de la historia. Dado que para Kojeve el hombre deja de ser hombre, en cuanto deja de ser político) y el principio de la reanimalización, sino que es también el tránsito a un orden por entero diverso.

La noción psicopolítica de reconocimiento, no debe ocultarnos su cara de placer por el placer. El lustprinzip obstaculiza la conciencia de sí. Allí hace la diferencia el deseo de deseo que realiza el Hombre del Placer: “Diferencia entre Begierde y Lust: diferencia entre violación y ‘amor’. La sexualidad pura y el erotismo (…) el hombre del placer tiene frente a él las Beziste (propiedades) y no, como el hombre de la Begierde, las realidades brutas, inmediatas, de las simples cosas, embrutecido en la servidumbre de la realidad de cosa (…) en consecuencia: compra y no roba, etc.”
[2] Al contrario de la propaganda Nazi, nuestro pensador no encuentra en su experiencia fausta la decadencia de una cultura degenerada.

Es la imposibilidad de asumir un destino histórico en el fin de la historia el que puede impedir al hombre trascenderse, “el hombre es la enfermedad mortal del animal” –repite en su curso de 1936- y el Espíritu “un animal enfermo y mortal que trasciende en el tiempo”. Advierte que la solución económica, que no reconoce otra realidad que la existencia natural subjetiva, se adecua perfectamente a la despolitización universal. Ante esta novedad dará como respuesta: la forma-Imperio, suerte de espacios kojevianos (extensas zonas geográficas) que son autenticas polaridades culturales y no voluntades hegemónicas contrapuestas. El proyecto del “Imperio Latino” como fuerza equilibrante (alternativa al paradigma liberal del Commonwealth, o al estatismo nivelador) que da vida a una asociación inédita, pacífica y sintética con Francia investida en el rol de primun inter pares, pero a riesgo de renunciar a la armadura ideológica del nacionalismo que ella misma ha inventado. Esta unión internacional de naciones emparentadas, fundada sobre una “afinidad de lenguas”, de “civilización”, de “mentalidad”, etc. y (fundamentalmente) de religión, da cuerpo a su concepción escatológica.
[3]

Es éste uno de los itinerarios al que nos remite el libro, pero no el único. Aceptemos que una reflexión sobre su obra es imposible sin tentar alguna idea sobre su vida, transcurrida en la transformación de los años más convulsionados del sXX. y que, a la inversa ese sistema Total sobre el Saber en el que un sujeto se opone al objeto
[4], se realiza en acto[5]. Noción cercana a los elementos que ponemos en conexión en nuestras referencias. Puntuemos: “Lacan ingresaría en la Sociedad Psicoanalítica de París en el año 1934, mientras que por otro lado asistiría -conjuntamente con Merleau-Ponty, Sartre, Hyppolíte, Lefevbre [agreguemos: Bataille, Quenau, Weil]- al seminario que desde 1933 a 1939 Alexandre Kojève dicta sobre la «Introducción a la fenomenología del espíritu» de Hegel. El impacto hegeliano que sin duda data de aquella época, y cuyo alcance algunos interpretaron de modo abusivo, esbozaba ya su propio limite en el trabajo de Lacan sobre el «estadio del espejo» presentado en el Congreso de Marienbad el 16 de junio de 1936. «Le State du miroir …», no sólo induce una interpretación precisa del narcisismo y la pulsión de muerte freudianos, sino que otorga su justa ubicación a la «conciencia de sí» y a la «lucha del puro prestigio» hegelianas.” Comenta Oscar Masotta en el prólogo a “La Familia” de Jacques Lacan.

Alcanzados o no por estos “abusos” al límite; citamos la experiencia personal de Kojèv, descripta en términos de revelación místico-intelectual. La curiosa alucinación en la biblioteca de Varsovia (6 de junio de 1920), cuando el desvelo desencadena un “diálogo ente Descartes y Buda que relata así: “La lámpara apoyada sobre una mesa sólo iluminaba una pequeña parte de la pared donde colgaba un retrato de Descartes. La mesa estaba repleta de papeles y de libros. En una de sus puntas había una estatuilla de Buda. (…) algo me sobresaltó (…) el rostro de Descartes sobre el retrato pareció cobrar vida, tomar relieve y me pareció que sus labio se movían. Una transformación semejante había ocurrido con la estatuilla. (…) Buda (…) miraba a Descartes con una expresión de burla en su cara.”
[6] El enigmático diálogo-revelación culmina con el sobresalto de una pila de libros que se derrumban. Es la realización de un inexistente más allá de la negación del intelecto vivo. Ese estatuto de lo “In-Existente”, del no ser, pensado por nuestro sujeto no se adecua al espíritu del pensamiento ontológico para el cual la Nada no es, sino que en tanto excluida por la realidad lógico-ontológica concluye: “Yo pienso, luego ‘yo’ no soy”, y manda a morir al Ego. Pero ello no significa -“no implica” solemos decir siempre mal- que el sujeto deje allí de existir, y hace del fundamento del ego la negación del pensamiento, subsistencia más allá del sujeto. Lo “In-Existente” algo así como “un pensamiento del pensamiento” será capaz de revertir el contrasentido en el sentido de la “Existencia” del sujeto.

El recorrido biográfico de Auffret intenta seguir las huellas de esa intelección, que llegará hasta el final abrupto de su vida -que no se interrumpe con su desenlace mortal, por el prólogo que marca la continuidad- que detiene (no) su discurso. Kojève discutiendo en una conferencia ante el Mercado Común Europeo (Bruselas, 1968) sufre un infarto cardíaco que lo mata. Dejando el final de la historia cerrado en su abertura por la paulatina reanimalización del hombre que interpreta.



Leonardo Vera



[1] Comentario a la Fenomenología del espíritu de G. W. F. Hegel. Cap.III: la libertad absoluta y el terror. En “Introducción a la lectura de Hegel” curso del año escolar 1936-1937 (p151.)
[2] Fausto o el intelectual burgues. A. Kojève 1936.
[3] Fundamentalmente católica (para los latinos) protestante (para el bloque germano-anglosajón) y cristiano-ortodoxo (para los eslavo-soviéticos) que sería el motor de una transformación histórico-antropológica que tiende a desactivar la oposición Este-Oeste. Ver en: Mateo Vegeti: Estado total, imperialismo, imperio. Sobre el pensamiento político de Alexandre Kojève. En Deus Moratlis Nº7.
[4] “…desaparición del hombre en el fin de la historia no es una catástrofe cósmica: el mundo sigue siendo lo que es para toda la eternidad. Y tampoco es una catástrofe biológica: el hombre sigue viviendo como un animal que de acuerdo con la naturaleza o el ser dado. Lo que desaparece es el hombre propiamente dicho, es decir, la acción negadora de lo dado y el error o, en general, el sujeto opuesto al objeto.” Kojève, 1947. p416 de
[5] Tal como lo sitúa Germán García en su prólogo: “… nombres que realizan una transmisión de autoridad (en el sentido de Kojève) que se valida por los actos que prioduce. Tanto para Kojève como después para Lacan, se trata de logros, de lo que se logra en la realidad efectiva.” p.17 Kojève, el iniciador.
[6] p.116 (Idem. nota 1).


No hay comentarios.: