Para algunos, el siglo XX podría ser el siglo de
las mujeres. Efectivamente, en Occidente, después de las luchas emancipatorias
comenzadas a fines del siglo XVIII y después de algunos logros conseguidos por
el feminismo del siglo XIX, el siglo XX vio como se conjugaron dos de los
discursos que más marcaron la época para subvertir dramáticamente el lugar de
las mujeres tanto en Europa como en Estados Unidos: los feminismos y el
psicoanálisis. (1) (2)
El
psicoanálisis “D”
En la Argentina, ninguna mujer hizo inscribir su nombre
en el período de la entrada del psicoanálisis, es decir, desde 1910 hasta la
fundación de la
Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
Sobre el acto de esta fundación se discrepa: algunos no cuentan la presencia de
mujeres, otros cuentan sólo una, Marie Langer, Mimi (3). A partir de aquí
empezamos a contar pero bajo un rasgo particular que implicó todo un modo de
concebir el psicoanálisis. Situar este rasgo que no había sido captado en tanto
tal hasta ese momento (esto es, como diferencial), fue el propósito de la
investigación que realicé durante 1979-80, publicada en la revista de la Escuela Freudiana
en 1980 con el título “Para una historia del psicoanálisis de niños en la Argentina” (4), investigación
que formó parte de una más amplia que realicé para el libro de Germán García La entrada del psicoanálisis en la Argentina. Con un
comienzo irónico que los años no han modulado ponía en cuestión el uso de la
preposición “de”, siguiendo la enseñanza de Lacan la cual no hacía tanto había
introducido Oscar Masotta en la
Argentina: “Historiar el psicoanálisis de niños en la Argentina. La
multiplicación medusante de la producción de niños en el psicoanálisis en la Argentina ¿justifica
aquí el psicoanálisis de niños? El psicoanálisis de niños, acentuando en el
“de” la posesión (el psicoanálisis poseído por los niños o al revés) o, tal
vez, la aplicación (pongamos por caso: psicoanálisis aplicado al regalo, al
regalón). ¿Qué justifica el recorte instituido por el “de”? Según Freud, hay
muchas razones que pueden explicar la predilección de los mayores por los
niños, pero hay una que es decisiva: el adulto sería como aquellas naciones
que, al envejecer, incrementan el interés por la genealogía. ‘Somos una nación
joven’ se nos repite a cada instante para conjurar no se sabe qué irrupción de
una historia. ‘No tenemos historia’, insisten.
En esta cuestión que nos atañe, hasta la mismísima Melanie Klein
sentía mucha curiosidad al ver que su obra era aceptada en Argentina por un
grupo numerosos de psicoanalistas en una época en que era rechazada, criticada
en Europa y Estados Unidos.
Si el interés por (de) los niños es un
desplazado de la pregunta por los orígenes, ¿qué diremos de una joven
(Nación/psicoanalista) que se lanza en tropel, tempranamente, a preguntarle a los
niños? ¿Deseo de historiar? ¿Deseo de pasar a la historia?
Realizaba luego un contrapunto de la trayectoria
de las dos pioneras del psi para niños: Arminda Aberastury de Pichon Rivière y
Telma Reca de Acosta y mostraba su diferencia con la de otra psicoanalista que
comenzó al mismo tiempo que ellas: Flora Scolni, quien no llegó lejos. En
primer lugar notaba que Scolni usaba su apellido de casada (Dorfman) como la
mayoría de las mujeres psicoanalistas de la APA que “hacían niños”, como se decía entonces, y
ostentaban un apellido de casada que no carecía de prestigio (Garma, Rascovsky,
Pichon Rivière, etc.). En 1948 comienza el boom
de lo que se considera desde entonces una técnica especial para los niños y
esto bajo los auspicios de la traducción por Aberastury del clásico de Melanie
Klein, El psicoanálisis de niños, y
otros artículos sobre el tema que ella y Mimi Langer traducen para la Revista de la APA.
Mi investigación continúa con un desarrollo de
las inversiones y réplicas de la doctrina psicoanalítica implicadas por esta
llamada técnica que requiere “un papel tan evidentemente femenino”, según
afirma Aberastury (5), como jugar a coser, tejer, poner pañales, etc.
Aberastury considera que la naturaleza de este trabajo y “el abrir nuevos
cauces a la sublimación explican por qué esta sea la rama del conocimiento en
que la mujer haya contribuido con más aportaciones (…)”.
¿Qué quiere
una mujer?
En este punto, que esta en la base de cualquier
tratamiento posible de los niños (6), se detiene aquella investigación y
quisiera avanzar hoy.
En 1949 aparece El segundo sexo de Simone de Beauvoir y marcaría el punto de
partida de la llamada “segunda ola del feminismo”. Sin ser feminista (lo sería
más tarde) la joven
Simone arrojaba al mundo su elección: “mujer no se nace, se
hace”, denunciaba los infortunios femeninos a través de la historia, sostenía
que no hay instinto maternal y pensaba que la liberación de las mujeres
llegaría con la liberación de la sociedad. En la actualidad ha sido objeto de
críticas (7) que, aun cuando reconocen la deuda que el feminismo tiene con
ella, acentúan que detrás de su slogan “la mujer se hace”, se esconde que “la
mujer fabricada y enajenada es la mujer que permanece en su enajenación
natural” a la que la condena su función maternal.
Dos años después, en 1951, la joven Marie Langer
publica Maternidad y sexo (8), un
libro que reconoce por lo menos cinco ediciones que prueban no sólo la difusión
que había alcanzado el psicoanálisis hacia mediados de los sesenta, como señala
la autora en la segunda edición, sino su lugar de supuesto saber la feminidad
junto al tibio avance de un feminismo que, en la Argentina, no terminaba de
comenzar aunque diera muestras (como tantas veces en nuestro país) de su estar
al tanto de la avant garde francesa
al tener como referencia a “la feminista y existencialista” Simone de Beauvoir
y su libro recién publicado al que cita del francés.
Sin embargo, Marie no sigue a Simone respecto de
lo que es y quiere una mujer: si en francés no hay instinto maternal sino que
las funciones biológicas de la maternidad anclan a la mujer en su cuerpo
enajenándola irreversiblemente, en castellano el instinto maternal (biológico)
no sólo existe sino que es la sublimación de parte de este instinto “en tareas
adecuadas” la que le permitirá aceptar su feminidad.
Marie confiesa una sensación de sacrilegio al
estar en desacuerdo con Freud en algunos puntos de su doctrina pues sigue más
bien a Melanie Klein como era canónico en APA y a Karen Horney (“la más
conocida y popular crítica actual” de Freud). Si bien Marie basa todo el libro
en la estructura biológica del instinto maternal, su crítica a Freud se asienta precisamente en lo que
ella cree es su orientación biológica y su falocentrismo los cuales explica por
el contexto en que surge el maestro.
Pero nada de esto es tan interesante como la
tesis del libro que aúna las consecuencias de las luchas feministas con las “nuevas”
consideraciones sobre la mujer que no es “biológicamente inferior ni superior
al hombre sino diferente”: “la mujer moderna, al adquirir más libertad sexual y
social, ya que no sufre tanto de cuadros neuróticos típicos, como la gran
histeria; restringida empero en sus funciones maternales, padece, en cambio, de
trastornos psicosomáticos en sus funciones procreativas” pues rechaza ser madre
y está así “en desacuerdo con su propio sexo y, por lo tanto con su propia
existencia”. Freud, dice Marie, “fue el primero en destacar la gran importancia
para la hija de una buena identificación con una madre bondadosa y esposa
feliz” (¡!).
Retorno a
Freud
Lejos de los finales felices, Freud captó en el
humano algo irreductible que llamó pulsión de muerte. Lejos de la idea de
instinto maternal, la pregunta por la feminidad fue el límite del campo que
lleva su nombre, pregunta que deja abierta al final de su vida para que la
responda cada una en su análisis. También está lejos, por lo mismo, de los
callejones sin salida con los que se encuentra Marie Langer: la sociedad que
oprimía a la mujer cuando la reducía a la maternidad ahora la ha liberado pero
al volverse “antiinstintiva y antimaternal” la vuelve contra su ser madre.
Freud dio a Simone de Beauvoir sustento para
afirmar que una mujer se hace. Pero para él, se hace de distintos modos y su
destino puede ser, por lo tanto, diverso. Los malentendidos no faltan, sin
dudas, por eso los feminismos, e incluso algunas orientaciones del psicoanálisis,
se entretienen con ellos. Por eso es necesario escribir la historia.
Graciela Musachi
Notas
(1)
John Forrester y Lisa Appignanesi: Las mujeres de Freud. Editorial Planeta.
Buenos Aires, 1996.
(2)
Graciela
Musachi: Mujeres en movimiento. Eróticas
de un siglo a otro. FCE. Buenos Aires, 2001.
(3)
Graciela Musachi: “Una mujer bella y un
cocodrilo” en Oscar Masotta: Lecturas
críticas. Atuel-Anáfora. Buenos Aires, 2000.
(4)
en Nombres del Psicoanálisis. Anáfora
editora. Buenos Aires, 1991.
(5)
En su libro citado.
(6)
Eric Laurent: “Psicoanálisis con niños y
sexualidad femenina” en Hay un fin de
análisis para los niños. Colección Diva. Buenos Aires, 1999.
(7)
Sylvaine Agacinski: Política de sexos. Taurus. Madrid, 1999.
(8)
Editorial Nova. Biblioteca de Psicoanálisis de la APR. Buenos Aires,
1951. Primera edición.
*Texto presentado en el Encuentro argentino de Historia de la
psiquiatría, la psicología y el psicoanálisis.2001.
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