BREVES 14- LECTURAS COMENTADAS-JULIO 2018-BIBLIOTECA DEL CENTRO DESCARTES#NANINA50 AÑOS











                                                                                                                                     Nanina 50 años
                                                        Germán García. Ed. Fondo de Cultura Económica, 2011
                                                          Por Maximiliano Fabi. Miembro del Centro Descartes.

Here comes everybody

"Ulises se halla en el límite que divide al mito de la fábula. Razón y astucia han introducido en él sus artimañas; sus potencias no son ya invencibles. La fábula es el recuerdo de la victoria sobre ellas. Y Kafka escribió fábulas para dialécticos, cuando se propuso escribir leyendas."
Walter Benjamin, Franz Kafka.

Leo en un prólogo a Nanina (son palabras de Ricardo Piglia) que "aquí lo que se narra es la épica de estar lejos de casa, perdido en el mundo". Pienso en esas palabras. Las comprendo, y comprendo la frase. Entiendo, pues, que entiendo demasiado, porque Nanina no es una novela de Dickens. Hay aquí otra hazaña en juego, otra odisea; y un desarraigo que me hace pensar más en la poesía de Rilke que en el engañoso azúcar de una infancia proustiana.
En Nanina, pienso, hay que evitar entender demasiado pronto. "Entender es superar lo entendido", escribe Germán García en la página 246 de la edición del Fondo de Cultura1, y entonces me acuerdo de una frase de Hegel que le escuché citar hace varios años atrás, cuando el curso breve sobre El espíritu de la fenomenología: "El ave de Minerva eleva su vuelo al anochecer". Porque si bien es cierto que en Nanina se trata de un desarraigo, me parece que esas raíces habían sido arrancadas mucho antes de que empezaran a doler: "Y no era un cáncer desde la agonía, sino quizás desde tu nacimiento" (p. 291), dice el protagonista pensando en su abuelo, porque puede que ahí (en el reciennacido) ya se encuentre una cifra del misterio: si nacer es haber venido al mundo, eso no quiere decir que uno ya haya venido a sí mismo.
Estamos en el mundo, pero no estamos en nosotros; y el desarraigo supone las raíces tanto como a la tierra que las cuidaba y nutría. "No tenía raíces, bienes raíces, ni raíces patrióticas: flotaba" (p.260). Y acaso por eso no me resulta extraño que haya sido precisamente el fundador del materialismo quien en algún lado definió a lo radical como aquello que toma a las cosas por la raíz, acotando que para el hombre, la raíz es siempre el hombre mismo.
En Nanina, pues, estar lejos de casa es padecer ese tono ambiguo (humano, demasiado humano) con el que resuena la famosa frase de Terencio que el propio Marx, jugando a las confesiones con sus hijas, eligió una noche como máxima de su vida: "Soy humano, nada humano me es ajeno", ya que si eso es así, ¿por qué un día, entonces, empieza a resultar tan extraño el humano deseo? "Nunca, nunca pude entender el baile. No poder vivir el momento de una plena justificación. No vivir las infinitas antesalas como fin en sí mismas. Esa ansiedad, ese sentimiento brutal: la imposibilidad de saber que lo que no se realiza es tanto como lo que se realiza" (p. 220); y también: "¿no tenés sangre en las venas?, ¿tenés miedo a las mujeres? Decime: ¿tenés miedo a las mujeres?" (p. 221). En definitiva: "Amo el mundo, detesto el mundo (...) yo las deseaba con dolor" (Ibid).
Digamos entonces que a la épica de estar lejos de casa le están vedados, en principio, tiempo y espacio: "Alguna vez en casa hubo una catástrofe, un giro brusco, que desbarrancó muchas cosas, pero no sé cuándo fue ni por qué" (p. 108). No quiero insistir (pero lo hago) en que acaso sea mejor no comprender demasiado rápido la palabra "casa", ni ninguna otra. Alguna vez, en casa, una catástrofe... estar lejos de Nanina. Porque "Nanina está muerta para siempre en nuestros actos" (p. 280), ¿pero cuándo y dónde se murió Nanina?
Como el tótem que está ahí para decir que no es ahí donde está la cosa, Nanina también es una coordenada: se muere una noche que no es cualquier noche ("la noche de Nanina fue la de papá..."2), envenenada, bajo una palmera, y de ese modo deja su nombre a la diferencia. Porque sin Nanina sólo habría un "cuándo" y un "dónde", vacíos y abstractos; un "cuándo" y un "dónde" terribles y sentenciosos: ¿Quosque tandem, Catilina...? Y por eso Nanina será, sí, la imposibilidad del ser (p. 241), pero sin Nanina -sin "ese angelito de los niños que nosotros fuimos" (p. 13)-, ¿cómo podría Germán García haber venido de la literatura?
De pronto, pues, dicha así la cosa, se me ha hecho inteligible la otra parte de esa frase que empecé citando al comienzo, en la cual Piglia continúa diciendo que en Nanina lo que hay es "un escape hacia el lirismo, la sexualidad y la fantasía", y que "la literatura es [allí] la tabla de salvación". Porque a la literatura, pienso, no vuelve ni llega sino aquel que pega media vuelta ni bien alcanza la esquina... Pero "Óntico [por el contrario] camina por las calles alienadas, sobre todo alienadas, esa palabra era hermosa" (p. 246). Óntico se aliena, llega a la esquina y dobla, y así se viene derechito para el ser.
La literatura, pues, no es un lugar adonde ir, llegar o volver sino un camino (uno de los caminos de Nanina...); es la odisea del espíritu: ese cuento que cuenta Hegel en la Fenomenología, donde ir y volver terminan siendo-no-siendo porque al final (al volarse la sabiduría) no queda sino la síntesis de un haber venido. "Hay que reconocer lo que conocemos -dicen que escribió alguna vez en un retrato inesperado-. Quien me conozca, aquí me reconocerá".
Si es cierto entonces, tal como escribe Germán García en otro lado3, que "a la mujer no le falta nada, al varón le sobra todo porque no puede investir el mundo que se le ha vuelto extraño", creo que podemos ir entendiendo algo de lo que significa estar lejos de casa: juntamos palabras, las ofrendamos... y nada. Sobran, porque sobra lo ahorrado en una moneda equivocada. Entonces hay mundo, y extrañeza, porque ninguna palabra encaja con él; y si bien no se puede volver adonde nunca antes se estuvo (ni devolver al mundo lo que no nos ha dado), acaso sí todavía se pueda venir a él... Porque para venir a un sitio no se necesita haber estado allí, sino tan sólo tener antes (y este es un antes sin antes: tiempo de la creatio ex-nihilo) un lugar de donde venir. Por eso a mi me gusta pensar que si en Nanina se trata de una épica, esa hazaña consiste en mostrar que Aquiles, Héctor, Helena, son un sueño de Ulises, y que entonces la Odisea es lo que hace posibles a los versos de la Iliada. Porque sólo terminada esta locura -parece decirse, quién sabe dónde, Ulises-, habré empezado a venir a casa...

Cierta vez le dije a Germán García que Nanina me parecía su mejor novela, y recién ahora me doy cuenta de la torpeza que eso significa; porque yo no le estaba hablando de la suya sino de mi Nanina. Soy yo el que lee ahí eso mejor que sin darme cuenta le adjudiqué a Germán García: algo que me dice que por un tiempo puedo dejar de irme, y que entonces -como Ulises- puedo empezar a venir.
Las palabras, Germán, son suyas, pero le doy las gracias por habérmelas prestado, a mí y a tantos otros lectores. Son cincuenta los años, y los Recienvenidos. Salud.


                                                                                                                          La tierra baldia
                                                                       T.S.Eliot,Ed. Cátedra Letras Universales, 2011
                         Por Susana Masoero. Alumna del Programa Estudios Analíticos Integrales

Presentaré una reseña del comentario realizado por Viorica Patea sobre este amplio y enigmático poema. Escrito en varias lenguas recorre diversas culturas, épocas y lugares geográficos.
T.S.Eliot (1888-1965) hijo de una familia puritana, nació en Saint Louis, Missouri, U.S.A. En 1915 adopta la ciudadanía británica y luego se declara clasicista en literatura, monárquico en política y anglo-católico en religión.
En la prosa de Flaubert se revitalizó en la tradición de otra época y otra lengua. Baudelaire le enseñó a otorgar tratamiento poético a “los aspectos sórdidos de la metrópolis moderna.” Para ambos escritores la civilización verdadera no está “ni en el gas, ni en el vapor sino en la disminución del pecado original”. Para ellos el pecado capital del mundo moderno residía en su propia vacuidad; su síntoma era el hastío. En su variante femenina o masculina el héroe elotiano será antiheroico, víctima de su propia pasividad.
La obra de Dante ejerció en Eliot una influencia muy profunda; el budismo y el vedanta dieron respuesta a sus inquietudes filosóficas. En Londres conoce a Ezra Pound, norteamericano que intentaba crear un nuevo lenguaje poético a favor del arte experimentalista y fue la figura fundamental del desarrollo de la vanguardia. El encuentro con Pound dio un impulso a la obra de Eliot. Sus poemas comenzaron a publicarse en las revistas vanguardistas más importantes. La estrategia poética de Eliot – la técnica alusiva – influida por “El Ulyses” de Joyce – publicado en el mismo año, se desplegará junto con el verso libre en el extenso poema LTB (The Waste Land) . Eliot escribe el poema desde un estado de infelicidad y agotamiento interior. La técnica alusiva, reminiscencias y recuerdos señalan el contraste entre el mundo moderno y el mundo heroico ideal de la literatura. Terminado en 1922 y dedicado a Ezra Pound, quien a pedido de Eliot revisó el largo poema suprimiendo algunos versos, se reveló como el documento revolucionario del experimentalismo de las vanguardias. Las críticas que Eliot tuvo que afrontar radican en que el poema está lleno de citas, alusiones, reminiscencias de poetas, particularmente Dante, Shakespeare y otros. Sin embargo LTB ha sido considerada la obra maestra del poeta. Es a partir de Joyce, Pound y Eliot que la alusión se constituye en el principal recurso de estructuración de la obra literaria. El poema expresa la desesperanza y el pesimismo de una época; “sequía espiritual” del mundo moderno . Los personajes son unos derrotados, viven en soledad una existencia carente de esperanza, amor y libertad. Al comienzo del poema son presentados bajo la metáfora de “tubérculos secos”.

1

EL ENTIERRO DE LOS MUERTOS

Abril es el mes más cruel, criando
lilas de la tierra muerta, mezclando
memoria y deseo, avivando
raíces sombrías con lluvias de primavera.

Este poema alude al oficio religioso de la iglesia anglicana con el ritual del sepelio y la promesa de la resurrección. Eliot evoca el mes de abril en alusión a los “Cuentos de Canterbury” de Geoffrey Chaucer quien describe la primavera y el renacimiento de la naturaleza con la celebración del amor, la alegría y la esperanza. Sin embargo Elliot en LTB provoca un contraste radical: “abril es el mes más cruel”. La primavera no envuelve a hombres y mujeres en la alegría del amor sino que llega a la profundidad de la tierra muerta. Las semillas se equiparan a los cadáveres, se contempla la primavera desde el vacío de la muerte y la vida se retira a la seguridad y al abrigo del invierno. El paso del invierno a la primavera es cruel y traumático, implica riesgos ante lo desconocido. En el largo poema se escucha una polifonía de voces de hombres y mujeres, de allí que en un primer momento LTB se llamó “EL IMITA A LA POLICIA CON DISTINTAS VOCES” (HE DO THE POLICE IN DIFFERENT VOICES).

El invierno nos mantuvo calientes, cubriendo
la tierra de nieve que olvida, alimentando
con secos tubérculos un poco de vida.
Nos sorprendió el verano, llegando al Starnbergersee
con un chaparrón; nos detuvimos en la columnata
y seguimos luego bajo el sol hasta el Hofgarten,
tomamos café y estuvimos charlando una hora.
Bin gar keine Russin, stamn´aus Litauen, echt deutsch.
(No tengo nada de rusa, vengo de Lituania y soy alemana de verdad).

Se trata de una conversación banal entre turistas. Algunas voces femeninas hablan de los avatares de la historia, la agitación política, la caída del imperio austrohúngaro, otra voz, del orgullo nacional en el convulsionado mundo posterior a la Primera Guerra.

2

Y de niños, viviendo en casa del archiduque.
mi primo, él me sacó en trineo
y yo iba asustada: Marie, Marie, decía,
agárrate fuerte. Y hacia abajo que fuimos,
En las montañas, allí te sientes libre.
Leo casi toda la noche, y voy al sur en invierno.

Alusión al exilio y los deportados, la memoria y el deseo despiertan los recuerdos. Cada verso remite a situaciones sociales, a pasajes de la Biblia, a la fugacidad de la vida.

EL SERMON DEL FUEGO

A la hora violeta, cuando los ojos y la espalda
Se alzan del escritorio, cuando el motor humano
Aguarda como un taxi en espera palpitante,
Yo, Tiresias, aunque ciego, palpitando entre dos vidas,
Anciano con arrugados pechos de mujer, veo
A la hora violeta, la hora de la tarde que anhela
Volver hacia el hogar, y trae a casa al marinero desde el mar…

A la hora violeta: versos que parecen evocar el atardecer en el Purgatorio de Dante, también imagen del ocaso, presente en la melancolía de los poetas del siglo XVIII. Tiresias contempla la soledad y sufrimiento de la condición humana de todos los tiempos. Eliot advierte que Tiresias no es un personaje del poema sino el punto de encuentro de todos los protagonistas: “todas las mujeres son una mujer y ambos sexos se reúnen en Tiresias.” Eliot alude a la leyenda de Ovidio en las “Metamorfosis”, que resalta la androginia del vidente: por haber separado a dos serpientes que estaban copulando es transformado en mujer hasta que, siete años más tarde, vuelve a hacer lo mismo y es transformado en hombre. Otra versión aparece en “Tiresias”, poema de Tennyson. La leyenda dice que Tiresias ve a Palas Atenea desnuda en el río. La diosa lo perdona salvándole la vida pero lo ciega. También en Tiresias, Eliot evoca a Homero, Sófocles y Dante.


3

(Y yo, Tiresias, he sufrido de antemano
todo lo ocurrido en este mismo diván o cama;
yo que en Tebas me senté al pie de la muralla
y caminé entre lo más bajo de los muertos.)…

Eliot alude a la tragedia de Sófocles en “Edipo Rey” y “Edipo en Colona”. Tiresias conoce el drama de Tebas, sabe que la plaga que transforma a la ciudad en una tierra baldía es el parricidio e incesto de Edipo. Tiresias a Edipo: “¡Ay!, ¡Ay! ¡Cuán atroz es saber, cuando ello no trae provecho ni siquiera al que lo sabe! Bien sabía yo esto, más debí olvidarlo, que, si no, no fuera aquí venido”. Tiresias representa la conciencia histórica universal; a través de él, las voces del pasado se oyen en el presente. En “a la hora violeta” Tiresias contempla el desamor que hace de la vida una tierra baldía, desolada, sin horizonte para el deseo.
En la primera mitad del siglo XX se constituyó el Bloomsbury Group en Londres, integrado por escritores, artistas e intelectuales ingleses. Educados en el Trinity o el King’s College de Cambridge, se consideraban miembros de una elite ilustrada. Virginia Woolf fue una activa participante. Algunos no eran aceptados como miembros debido a que se consideraba un club universitario selecto y semisecreto (se los llamaba Apóstoles). B. Russell, Aldous Huxley y T.S.Eliot fueron alguna vez relacionados con este grupo cuya característica fue la manifestación de desprecio y rechazo de la religión y la moral victoriana del siglo XIX.
Fuente:
_T.S.Eliot, LTB Edición bilingüe de Viorica Patea. Traducción de José Luis Palomares. Ediciones CATEDRA LETRAS UNIVERSALES, edición 2011.
_ The Concise Cambridge History of English Literature. “The Age of Eliot”. Cambridge University Press 1961.
_Sófocles, Edipo Rey. Terramar Ediciones.


                                                                                                                                                                                                                                                                               Cicatrices
                                                                                       Juan José Saer, Ed Planeta, 2008.
                                                                 Por Liliana Goya. Miembro del Centro Descartes.

NAM OPORTET HAERESES ESSE. Con esta frase en latín concluye la novela de Juan José Saer cuya traducción (discutida, según los eruditos) podría ser “en efecto conviene que haya herejías”. La cita es del Nuevo Testamento, de la primera carta de San Pablo a los Corintios, y referida a la cena de Jesús con los apóstoles. Es al menos sugerente que si en la última cena Jesús dice estas palabras, aluda a cierta disensión o incluso traición posible. Ahora, si bien haereses puede traducirse por “herejes”, también puede significar “escisiones”, “divisiones”, “disensiones” y “facciones”. Lutero (recordemos que fue el promotor de la Reforma, que tantas consecuencias tuvo, y no las menos, sangrientas) la traduce como “divisiones” o “escisiones” en la alocución alemana spaltungen. Y la cuestión no acaba allí, pues en su traducción la frase concluye con el término werden para traducir el oportet, lo cual a su vez podría ser no el inicial “conviene”, sino “debe haber”, “es necesario”, “es conveniente”. No creo que sea necesario aclarar la cita freudiana cuyas resonancias quiero evocar, de modo que comenzaré el comentario de la novela.
“Cicatrices” se divide en cuatro capítulos, cuyos títulos aluden a meses del año: “Febrero, marzo, abril, mayo, junio” el primero; luego “Marzo, abril, mayo” el segundo, y así. Pero no sólo notaremos (en el índice se hace evidente, mas no al leer la novela) que los meses decrecen en cantidad en cada capítulo, hasta llegar a ser sólo uno, “Mayo” en el último; sino que cada capítulo contendrá una voz distinta. Son estos cuatro personajes, narrando en primera persona, lo que irá configurando la trama de un rompecabezas sutil, extraño e inquietante. Sensación que se irá haciendo cada vez más compacta, a medida que transcurran los capítulos y se delineen más las voces.
Ángel, el protagonista de la primera parte, es “amigo” de Carlos Tomatis (personajes de varias novelas de Saer, pero que aquí tiene un papel secundario), quien le da la posibilidad de entrar a una revista y encargarse de la sección “Estado del Tiempo”, y mentir sobre su informe, a gusto y piacere. Uno diría que toma este trabajo -como tomaría cualquier otro que le ofrecieran-, del mismo modo indolente que habla de su madre. Esta relación es casi tan indiferente que uno se pregunta si acaso los une algo más que el gusto por la ginebra, prácticamente lo único que parece haber en esa casa para llevarse a la boca (excepto un pedazo de pan a veces y los cigarrillos, claro), que ambos habitan como sonámbulos, cada uno en su propio mundo, sin apenas saber sobre la vida del otro. Es el más entrañable de los personajes principales, y por ello, quien nos engaña acerca de la “liviandad” de la novela, en el sentido de cierto humor, que luego se irá transformando, con los otros personajes. “Recién para fin de marzo llegó el otoño, aunque el veintiuno yo hice un pequeño comentario en mi sección Estado del Tiempo sobre el cambio de temperatura, las prendas de olor a naftalina, y las hojas doradas cayendo de los árboles y formando un colchón crujiente en el suelo. Cuando la leyó, Tomatis se echó a reír a carcajadas y me preguntó si había estado leyendo otra vez a los modernistas. Con el otoño, se acabaron para mí las noches estrelladas y el vaso de ginebra en medio del patio, así que me sentaba en mi pieza, en un sillón, con la luz de un velador, hasta que llegaba la mañana. Mi madre entraba a la madrugada, haciendo sonar sus tacos altísimos sobre el mosaico rojizo de la galería. Ya no le importaba si yo la oía entrar, incluso hasta parecía tener especial interés en que yo la oyera.(…) Una vez sola entró en mi pieza después de haber ido al cuarto de baño (…) La expresión de su cara revelaba una mezcla de perspicacia y desilusión. Me miró un momento y, por decir algo murmuró: “No leas tanto que eso va a ponerte mal de la cabeza”. Después cerró la puerta y se fue. Yo me había puesto de pie de un salto, sobresaltado. Por suerte, estaba completamente vestido.” Ya en este primer capítulo, -el más largo de todos-, tenemos la prefiguración de los personajes femeninos de la novela: mezcla de lascivia, maldad y misterio. No sólo la madre de Ángel, también Gloria, la amiga de Tomatis que despierta el deseo del joven. Luego vendrán otras, en los capítulos siguientes.
El segundo capítulo será el relato pormenorizado de un hombre llevado a los límites por el juego, casi a la manera de “El jugador”, de Dostoievsky. “En el punto y banca yo veía otro orden, análogo al de las apariencias de este mundo, porque un mundo en el que en el reverso de cada presente no hubiese más que caos, y en el que el caos, al reiniciarse, borrase los presentes ya consumados y que eso fuese todo me parecía horrible. Eso sentía al sacudir el cubilete.”
Aquí lo hilarante está dado en los títulos de los ensayos que escribe Sergio Escalante, abogado, que vende su máquina de escribir para tener dinero par jugar, todas las noches, dividido entre una sensación de vacío en su vida y la pasión por el juego. “Y el título, Murciélago y Robin: confusión de sentimientos, si bien en parte está tomado de una obra de Stephan Zweig, resume a mi juicio bastante bien el núcleo del problema. El profesor Nietzsche y Clark Kent fue el segundo y creo que se resiente por hallar una analogía tal vez demasiado fácil entre dos célebres personajes homónimos de la imaginación moderna. Pero si tiene algún valor, a mi juicio ese valor está dado por la observación que juzgo la más inteligente del texto: la de que el fundamento ideológico que rigió la elaboración de los dos mitos es el mismo.(…) Los otros tres ensayos casi no merecen llamarse así. Son notas breves, comentarios de un par de páginas que fijan un tema preciso casi sin detenerse en comentarios. El primero, Flash Gordon y H. G. Wells, me parece el mejor. Los otros dos no me terminan de convencer. Tarzán de los monos: una teoría del buen salvaje, se aplica más a Juan Jacobo que a Rice Burroughs, porque a mi modo de ver las ideas más ricas sobre la cuestión ya están en Rousseau, y en cuanto a Evolución ideológica de Mickey Mouse, ni sé bien por qué lo escribí. No obstante el espesor ideológico de Mickey, creo que se trata de una obra menor, y al ensayista puede interesarle apenas desde un punto de vista: como expresión sistemática del pensamiento liberal norteamericano. Pero que éso lo exalten más bien los liberales, si es de su gusto.” Aquí no podemos sino corroborar la irreverencia de Saer, que tanto provocó a sus contemporáneos (la novela fue escrita en 1969). Nuevamente aparecen las mujeres con un destino trágico (muertas repentinamente) o con una posición casi insensible frente a la vida, pero el sexo a flor de piel.
El tercer capítulo es quizá el más inquietante. Tiene la estructura de un sueño: de hecho, el juez que relata ese mundo por momentos sueña. Pero esos sueños pasan imperceptiblemente a la realidad sin distinguirse. La ensoñación tiene visos de pesadilla y todos los personajes, aún los reales, son descriptos en términos irreales, son animales con vestimenta humana, gorilas que aparentan hombres, en una realidad más inhumana que la animal. “Con la lapicera de tinta roja subrayo las palabras campanada, pedazos, y sangriento. Después me levanto y me asomo a la ventana. La llovizna cae sobre las palmeras y los naranjos, y los senderos de polvo de ladrillo relumbran. Tres gorilas atraviesan los senderos. Vienen de distintas direcciones; uno cruzando en diagonal de sudoeste a nordeste, otro a la inversa, y el tercero de nordeste a sudeste. En el centro de la plaza se cruzan los tres, en el amplio círculo rojizo. Caminan trabajosamente y se inclinan, borrosos en la llovizna, enfundados en sus impermeables. (…) Ángel se queda un momento en silencio y después me pregunta si he mandado muchos hombres a la cárcel. “Muchos”, le digo. “¿Has estado en la cárcel alguna vez?”, me dice. “He ido de visita algunas veces”, digo yo. Estaba pensando que yo mandaba con toda comodidad hombres a la cárcel simplemente porque yo nunca había estado preso. “No emitas ideas vulgares”, le digo. “Es un consejo. Pensar ideas vulgares es antiestético. Nadie es mejor que otro porque esté libre, o en la cárcel. No se está mejor afuera que adentro. Las personas vivas no son más felices que las personas muertas. Es todo una masa informe, gelatinosa, en la que nada se diferencia de nada. Todo es exactamente lo mismo.” Digresión: No puedo dejar de pensar que estas líneas quizá hayan inspirado a Damián Szifrón en la historia de “Relatos salvajes”, donde la empleada del bar -impecable Rita Cortese-, asesina a un mal tipo no sólo porque fue quien dejó a su compañera sin madre, sino fundamentalmente porque su propia vida es más fácil en la cárcel: afuera no se halla.
“Me han dicho que me estabas buscando”, dice Ángel. “Quería invitarte a comer a mi casa mañana a la noche”, digo yo. “Acepto”, dijo Ángel. “Además, quería saber cómo estabas”. “Estoy lo más bien”, dice Ángel. “No se diría, por tu aspecto”, digo yo. “Estás cada día más flaco y tenés unas ojeras terribles.” “No estoy todo el día sentado detrás de un escritorio juzgando a la gente”, dice Ángel. “Vivo mi propia vida.”(…) El número de gorilas ha crecido considerablemente, y se arraciman ante los portales de los negocios y debajo de los aleros de la casa para protegerse del agua. Los paraguas de colores de los gorilas hembras se desplazan rígidos llenando de manchas circulares -rojas, azules, verdes, lilas, amarillas, blancas, negras- las veredas. Más adelante, al pasar frente al diario La Región veo que Ángel está entrando apresuradamente al edificio, pero él no me ve. (…) El secretario está escribiendo a máquina y alza su cabeza entrecana al verme entrar. “Están los testigos, juez”, dice. “Y aquí está el sumario.” Me extiende el legajo y paso con él -una carpeta delgada de tapas rosadas- al despacho. Me siento a leerlo. Dice que el primero de mayo, alrededor de las veintiuna, en un almacén de Barrio Roma, Luis Fiore, de treinta y nueve años, descargó dos tiros de escopeta sobre su mujer (…) produciéndole la muerte en el acto; que el imputado, después de cometer el homicidio, fue a un bar de las cercanías, tomó un par de copas, y después se encerró en su domicilio. Que permaneció en él hasta que la policía llegó a buscarlo, y que se entregó sin resistencias.”

“Mayo”, el último capítulo, empieza así: “Debe matarme el primero que me encuentre.” Me despierto, quedo con los ojos cerrados. Estoy echado de costado, con las frazadas hasta el hombro. Al abrir los ojos veo la luz. Gris, se cuela por los intersticios de la ventana. Está el ropero con su espejo ovalado. Ella está en la cama, despierta, a mis espaldas. Oigo su respiración.”
Quien habla es Luis Fiore, el hombre que matará a su mujer de dos tiros de escopeta, casi sin mediar palabra. El capítulo más breve es en el que nos enteraremos de los pormenores del crimen. Me atrevería a decir que es el cierre perfecto de este rompecabezas sutil, como decía al comienzo. El tempo particular de este capítulo es a mi gusto el mayor logro. Pero no por sutil resulta menos violento, con la fuerza de la pasión humana, inhumana a la vez, animal, irracional, pesadillezca de este relato ambientado en Colastiné, pueblo santafesino (también escenario de otros relatos) donde Juan José Saer pasaría seis años publicando sus relatos y donde su labor como periodista da el tono, hasta que una beca de la Alianza Francesa lo traslade definitivamente a París, donde escribiría el presente libro.


                                                                                                                   Carta de Lectores

Ciudad de Buenos Aires, 27 de junio de 2018
Estimado Germán García:
Al final de su clase del pasado jueves 14 de junio, se dio un intercambio acerca de la palabra "escabel" que terminó por sugerirme esta Brevísima relación que le remito.
Reciba un afectuoso saludo,
Maximiliano Fabi.

"... como escabel a tus pies"

"... así como un escabel donde para orar se doble las rodillas."
San Carlos Borromeo, Instrucciones de la fábrica y del ajuar eclesiásticos, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1985.

"Solicitar (Del lat. sollicitāre): Der. Dicho de un confesor: Requerir de amores a la penitente"
RAE, Diccionario de la lengua española, 22da edición, 2001.

"Por tanto, señora, las palabras que usted censura no han hecho más que fabricarnos un cuerpo que nos ha sido negado a nosotros los espíritus."
Pierre Klossowski, Roberte esta noche, ed. Era, México D.F., 1976, p. 98.

Si alguien se decidiese a consultar el primer volumen del Diccionario de historia moderna de España en busca de una definición para la voz "confesonario" (se trata precisamente del volumen dedicado a la Iglesia), se encontraría con estas curiosas palabras:
"Mueble, con celosías a los lados, dentro del cual se sitúa el sacerdote para oír las confesiones sacramentales en las iglesias. En los siglos XIV y XV el confesonario consistía en una silla de madera, colocada en ángulo de la iglesia, a la derecha se levantaba una celosía, elevada algunos pies, y en la parte baja un escabel para arrodillarse el penitente. A finales del siglo XVI una disposición de Carlos Borromeo prohibió confesar a mujeres fuera del confesonario y sin esta celosía interpuesta entre el confesor y la penitente4".
El diccionario, como buen diccionario, nada nos dice acerca de las razones de esta prohibición, pero revisando las páginas de un libro añejo -que no anticuado- sobre la Inquisición española5 nos enteramos de que aquella se encuentra relacionada con un esoterismo denominado de solicitatione ad libidinem in actu confessionis, el cual ciertamente no se torna más cristalino al ser parcamente traducido por el eufemismo criollo de "solicitación".
Para hacerlo entonces un poco más inteligible, digamos que todo ello alude a que, en efecto, parece que la posición de las penitentes sobre el escabel, allí, de rodillas, a la espera de la absolución, solía sugerir al sacerdote que estaba escuchándolas desde la silla, palabras que no eran precisamente las de un ego te absolvo... y entonces, sucumbiendo a la tentación de ser él quien solicitase más bien otro tipo de gracia, incurría en la herejía de mancillar el sacramento de la penitencia con palabras que se parecían mejor a ciertas súplicas polisémicas de Catulo6.
Con ello, si dado a publicidad, pasaba a convertirse en reo de la Inquisición; y de ahí que en aquel mismo libro de Henry Kamen, historiador británico, podamos encontrar también el siguiente párrafo:
"El confesionario (sic) tal como nosotros lo conocemos hoy, no se empezó a divulgar en la Iglesia hasta finales del siglo XVI, y antes no había ninguna barrera física entre confesor y penitente, así que las ocasiones de pecar podían darse fácilmente, y, de hecho, se daban a menudo. Los escándalos que hubo por las actividades de clérigos errantes en este terreno, obligaron al Inquisidor General Valdés, en 1561, a obtener de Pío IV autoridad para que la Inquisición pudiera ejercer el control de los casos de solicitación, que eran tenidos como herejía porque hacían mal uso del sacramento de la penitencia"7.
Apenas menos llamativa resulta la reconstrucción de las "formas de la solicitación" que la investigadora, Jaqueline Vassallo, ha realizado en su trabajo: Algunas notas sobre sacerdotes solicitantes y amancebados en Córdoba del Tucumán durante el siglo XVIII. Allí, la lectura de las denuncias realizadas ante el Comisario local del Santo Oficio con sede en Lima, la hacen arribar a las siguientes conclusiones:
"A través de las declaraciones emitidas por las mujeres podemos afirmar que los solicitantes de Córdoba se apoyaron mayoritariamente en la palabra como principal mecanismo de seducción. Y esto no es casual ya que las proposiciones tuvieron lugar casi unánimemente dentro del confesionario y durante el transcurso de la confesión, con lo cual el sacerdote no podía arriesgarse a ser visto si intentaba un abierto avance físico. De la lectura de los relatos de las mujeres se desprende que aparentemente recurrieron al discurso galante, típico del siglo XVIII.8"
Acerca de este discurso, la autora se expresa así:
"El lenguaje solía incluir afirmaciones de amor o afecto por parte del confesor, estuvieran o no correspondidas por la penitente. El jesuita Lobo requirió a la viuda Ledesma diciéndole: “si te confesara en un campo te abrazaría estrechamente en mis brazos por lo mucho que te quería y añadió que la quería como una hermanita”. Años más tarde, Novoa, otro jesuita enamorado de Luisa, le dijo: “mi vidita, mi corazoncito, mi alma, mi linda”9."
Estas denuncias, como oportunamente sugiere Vassallo10, sirvieron menos para resarcimiento de las denunciantes como para el sostenimiento de una cierta higiene institucional, lo cual -por otro lado- parece ser también la idea de Kamen11. No sorprende, por tanto, que la Iglesia haya favorecido las delaciones, pues tal y como señala Vassallo:
"El transplante del Santo Oficio de la Inquisición en tierras americanas obligó a toda persona bautizada –independientemente de su género, estado o posición social– a denunciar toda declaración o acto en “calidad de oficio” bajo pena de excomunión. Utilizando tanto métodos coercitivos como persuasivos, la Iglesia convocaba a las personas de manera constante desde los púlpitos y las estimulaba en los confesionarios, llegando a favorecerles con el secreto procesal que los liberaba de toda responsabilidad jurídica o moral. Más aún: buscando “facilitarles” la identificación de los “delitos” que debían delatar, suministraban información a través de la lectura solemne del “Edicto General y Anatemas” realizada por el Comisario una vez al año en la catedral de la ciudad. A esta misa debía asistir obligatoriamente toda la población que era citada a través del pregón. Dentro de la nómina de lo que se consideraba delito, se hallaba la solicitación12."

Sabido es que Bertrand Russell sugirió alguna vez cierta analogía entre el inquisidor y el psiquiatra13, y aunque los tiempos de las herejías parecen haber terminado, puede que no sea necesario remitirnos al contenido de las epístolas eclesiásticas Crimen sollicitationis (1962) y De delictis gravioribus (2001), para alcanzar la sospecha de que la oposición entre "tiempos ilustrados" y métodos inquisitoriales sea acaso demasiado apresurada. Después de todo, como ha afirmado Piglia: "Nosotros hablamos de vanguardia para referirnos a Saer, a Puig, a Joyce, a Kafka, pero ninguno de ellos se autodefinió como vanguardista ni fundó una escuela; no son André Breton14".
Si hay herejes (verdaderas herejías), es porque hay inquisiciones; y si hay inquisiciones, es preciso que haya vanguardias. No por nada Cristo, de entre todos los salmos, decidió recordar a los fariseos aquél que dice precisamente: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta tanto que pongo a tus enemigos como escabel a tus pies15". Ahora sabemos a qué invitaba.



1 A partir de ahora, luego de cada fragmento de Nanina, sólo indicaré la página correspondiente a esta edición.
2 Página 18
3 Macedonio Fernández: la escritura en objeto, ed. Siglo XXI, Bs. As., 1975, p. 155
4 Diccionario de historia moderna de España, vol. I: La iglesia, (Enrique Martínez Ruiz, Dir.), ed. Istmo, Madrid, 1998, p. 90.
5Henry Kamen, La inquisición española, ed. Grijalbo, Barcelona, 1972.
6Ver en general sobre esto último: Matías López López, Da mi basia, posible ejemplo inadvertido de ambigüedad catuliana, en: Revista Auster, 2006, nro. 10-11, pp. 77-87; y en particular, pp. 81-82: "Digamos, para empezar, que habitualmente se interpreta la acción de glubit como 'masturba'; lo que nunca ha estado claro es 'con qué', si con la mano o con la boca. En un muy interesante y audaz análisis, J. G. RANDALL explicó de manera convincente que, si se pronuncia en voz alta -y con un énfasis adecuado- glubit, la boca en acción del lector describe un movimiento que recuerda al de una fellatrix en plena faena; es decir, glubit vendría a ser -en su connotación más osada- un caso de 'armonía imitativa' en el plano retórico, lo cual estaría informando meridianamente acerca de las enormes capacidades expresivas de Catulo.
7Henry Kamen, op. cit., pp. 216-217.
8En: Revista electrónica Tiempos modernos, vol. 6, nro 19, año 2009, pp. 12-13.
9Ibid., p. 13.
10Ver: Ibid., p. 8 y 19: "A través de la lectura de las normas y los documentos, evidenciamos claramente que el objetivo del la Inquisición no era el de reparar el daño a la víctima, sino vigilar que el sacramento de la penitencia no fuera profanado -siempre dentro de una marco de privacidad y secreto para preservar la autoridad de la Iglesia."
11Ver: op. cit., p. 216: "De todas las actividades menores del Santo Oficio, el control sobre la moral clerical fue quizás la más difícil y la más puesta duramente a prueba, no sólo porque la inmoralidad siempre estaba alzando la cabeza entre un clero célibe, sino porque la necesidad de mantener los casos secretos, evitando así el escándalo, era un peso muy duro".
12Jaqueline Vassallo, op. cit., p. 8.
13Bertrand Russell, Is there a God? (1952).
14Ricardo Piglia, Las tres vanguardias, ed. Eterna Cadencia, Bs. As., 2016, p. 106.
15Mateo, 22:44.



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