En 2001 se cumplieron 100 años de la presentación de la tesis “El movimiento feminista en la Argentina” de Elvira López, primer trabajo académico que se hacía cargo del concepto de feminismo en nuestro país. En la Jornada de Homenaje que organizara el Instituto Interdisciplinario de Estudios de género de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires se mencionaban las “erráticas apariciones e inevitables ausencias en determinados momentos históricos” de los movimientos de mujeres y feministas en la Argentina.
En Occidente, después de las luchas emancipatorias comenzadas a fines del siglo XVIII y tras algunos logros conseguidos por el feminismo del siglo XIX, el siglo XX vio conjugarse dos de los discursos que más marcaron la época para subvertir dramáticamente el lugar de la mujer, tanto en Europa como en Estados Unidos: los feminismos y el psicoanálisis. En la Argentina, sin embargo, esa conjugación faltó. Aunque el comienzo del siglo XX no carece del empuje de un feminismo cuyos rastros encontramos a principios del siglo XIX (el periódico feminista La Aljaba, editado por Petrona Rosenda de la Sierra, es de 1830), algo detuvo su crecimiento y sus apariciones han sido erráticas hasta que, no hace mucho, se ha iniciado un camino de mayor consistencia. El desarrollo del psicoanálisis, en vez, ha sido pleno desde muy temprano, según se lee en La entrada del psicoanálisis en la Argentina, de Germán García, y las mujeres, bastante rápido, se convirtieron en figuras clave de ese campo, como en todo el mundo, por otra parte.
Esta inserción de las mujeres en la vida pública iría en el mismo sentido que la acción del tercer actor, quien aparecería pocos años más tarde: Eva Perón. El particular feminismo de Eva es, sin duda, el lacre que ha sellado el singular destino del feminismo en la Argentina. Aunque autoras como Marcela Nari, en su tesis doctoral “Del maternalismo feminista al maternalismo político” (2001), reduzca a Eva al maternaje, creemos que el juicio de Eva en La razón de mi vida –“soy más moderna que las feministas”– no carece de verdad, si consideramos adónde han llegado las feministas en nuestro país y adónde las seguidoras de Eva.
El abuso del psicoanálisis
En mi artículo “Una mujer bella y un cocodrilo” mostré que ninguna mujer hizo inscribir su nombre en el primer período en que el psicoanálisis entró en la Argentina (1910-1930). Después de un impasse, en la fundación de la Asociación Psicoanalítica Argentina (1942) hubo sólo una, Marie Langer, quien encarnó, precisamente, esa conjunción del feminismo de su tiempo y el psicoanálisis. En mi artículo “Para una historia del psicoanálisis de niños en la Argentina” he mostrado la entrada, de algún modo masiva, de las mujeres en el psicoanálisis, a través de su lugar de esposas de maridos con nombre, abriendo el campo de ese psicoanálisis con niños y haciéndose un nombre para ellas mismas.
La importante incidencia de la enseñanza de Jacques Lacan en la Argentina, a partir de la década del setenta, encuentra sólo una en la fundación de la escuela de Oscar Masotta. Esa enseñanza reorienta notablemente la inserción de las mujeres en el psicoanálisis y su relación con el campo de la política (feminista o no) tal como la concebía Marie Langer, pero no solamente en ese punto. También reorienta la relación de las mujeres con el psicoanálisis mismo: ya no se dedican sólo a hacer niños y, en esta reorientación, el modo en que Lacan teoriza la feminidad es fundamental e incide también en las relaciones de los psicoanalistas con las teorías de género y los feminismos. No era exagerado decir que, en la orientación lacaniana, se tenía horror del feminismo, hasta que, hace unos pocos años, empezamos a debatir con él.
No sucedía lo mismo con la APA y Apdeba, que habían comenzado a dialogar con las teorías de género afines, en definitiva, con concepciones de la feminidad ligadas a consignas como identidad de género y otros que mostrarían el desvío teórico y la corrección política en las que se desorientaba la IPA.
Pero en el conteo (ninguna, una, innumerables) vemos el camino que ha recorrido el psicoanálisis en la Argentina sustituyendo la pregunta freudiana (“¿Qué quiere la mujer?”) por otra: “¿Por qué hay tantas mujeres en el psicoanálisis?”.
La mística que queda
La pregunta se impone y algunas respuestas también.
Hay tantas mujeres porque cada una tiene una amiga en ese campo...
Porque, según Lacan, Freud se lo dejó a ellas y a los tontos de capirote. Es el deseo de Freud.
Porque el psicoanálisis es una profesión del chisme y las mujeres son esas profesionales, según Forrester.
Porque...
Nuestra respuesta no va en ese sentido y afirma que es la estructura del campo freudiano mismo la que puede dar la respuesta.
Lacan sugiere que la respuesta de Freud a su propia pregunta fue la invención del psicoanalista, es decir: la mujer quiere al psicoanalista. Lacan recuerda la escena comentada por Freud al comienzo de su periplo, en la que su histérica le tira los brazos al cuello al salir de la captura hipnótica y el maestro no se inmuta, ya que capta que no es a él a quien ella abraza, sino que es “el humano gusto por el mystische element” el que está allí en juego. En conclusión: lo que ella quiere es un analista, porque él parece encarnar ese elemento que Freud llama místico.
Sólo que, en lo que hace a su reflexión sobre ese humano gusto por la mística que ellas encarnan tan bien, no fue muy lejos. Por muchas razones que no desarrollaré aquí.
Hubo que esperar a Lacan para saber algo más de eso, como así también para localizar de otro modo lo que atañe a las mujeres. Acuciado justamente por “sus feministas”, Lacan se deshace de un Freud que parecía no dejar a las mujeres más que un goce inconsciente común a hombres y mujeres, y en 1973 introduce, recurriendo a las místicas cristianas, la posibilidad de otro goce que el fálico (el que las hace una), otro goce del que las mujeres nada sabrían pero que experimentan, lo que las vuelve “otras para sí mismas como lo son para él”; retomando, con esta frase de 1958, lo que podemos llamar una temprana intuición de ese goce femenino que entonces definía como “envuelto en su propia contigüidad”, satisfacción del cuerpo del que no pueden decir ni una palabra.
La eficacia del discurso religioso en la época de las místicas consistía en que el infinito amor de Dios (con la equivocidad que introduce el genitivo) permitía alojar en el punto divino ese goce amoroso que producía la vibración del cuerpo –sin necesidad del cuerpo del partenaire–. Lo aloja mediante la escritura, ya que no en la palabra, pues Dios se presenta en ese discurso como lo que Freud llamó “el ombligo del sueño”, agujero en cualquier efecto de lenguaje tal como se pone en juego en un discurso; de allí sus afinidades con el vacío o el infinito que en matemática se llama el continuo.
¿Por qué no hay en el cristianismo, en la actualidad, místicas como las había otrora? El sacerdote diocesano y doctor en filosofía Juan Martín Velasco sostiene que lo que existe hoy es una mística laica, secular o no religiosa, donde no hay experiencias extraordinarias que se acompañen de fenómenos extraordinarios, sino que “vamos caminando hacia formas de mística realizadas en el interior de la vida más cotidiana”, y cita a Santa Teresa: “Dios también anda en los pucheros”. Esto se corresponde con el imperio del nominalismo (nadie se dice hoy nominalista porque todos lo son, afirma Borges) y la estrecha relación que subyace en el pensamiento posmoderno con la concepción liberal de la tolerancia y el lenguaje místico, como observó Jaime Rest.
En conclusión, en un tiempo donde las palabras no captan ningún real y, por lo tanto, ninguna tiene consecuencias, ni el Dios ni el amor del discurso religioso conservan su eficacia para dar textura a las que experimentan ese goce más allá.
Si el psicoanálisis puede ser la mística que queda a las mujeres es porque su dispositivo, tanto como el saber de su campo, toca ese punto donde ella puede ser Otra en su goce y puede saber algo de eso en la experiencia de su cuerpo en el análisis.
Con la consecuencia de orientarla en su deseo y su goce, lo que no produce con esa mística ni una militancia ni un sacerdocio, sino la transmisión de lo que hace mujeres a las que se dicen tales.
¿Esa mística excluye a los dichos hombres? No, sólo trata de argumentar por qué hay tantas... El punto divino en cuestión existe para unos y otras, aunque de distintos modos para cada uno; por otra parte, la posición del analista puede ser dicha femenina, ya que su horizonte siempre es ese punto en abismo de la estructura que hace humano al llamado a ser humano quien, como una vasija, se construye alrededor de un agujero.
Graciela Musachi
* Intervención en la apertura del IX Encuentro Argentino de Historia de la Psicología, la Psiquiatría y el Psicoanálisis. Facultad de Medicina, UBA, 3 y 4 de octubre de 2008. Fuente: Diario Pagina 12/Psicología 4/12/08
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