Un lector privilegiado tras las huellas del significante



Intelectual activo de la vanguardia de los años 60, Masotta fue uno de los primeros estudiosos de la obra de Lacan. La reedición de sus ensayos permite valorar su originalidad.

Si de alguien se puede decir con propiedad, en el medio psicoanalítico-cultural argentino –a excepción tal vez de su maestro Pichón Rivière–, que la leyenda opacó a la persona, es precisamente de Oscar Masotta. Integrante activo de la vanguardia cultural que representaba la “intelectualidad moderna” de los años 60, su “curva teórica”, al decir de Oscar Terán, muestra las contradicciones y realidades del campo intelectual argentino de su época.
Su inicio con una franca adhesión al marxismo, reforzado por una posición existencialista, su posterior pasaje al estructuralismo, la semiología y a la vanguardia artística del instituto Di Tella, y finalmente su arribo al psicoanálisis nos hablan claramente de los avatares de la intelectualidad de su momento.
Y a esto se le suma que fue el eterno muchacho atractivo seductor de mujeres y hombres, el gran amigo de sus amigos, el militante que no militaba, el maestro que no enseñaba en la universidad, el vanguardista que tenía ideología y el adelantado que pudo ver una teoría que toda una institución como la Asociación Psicoanalítica Argentina ignoraba. Todo esto y mucho más es Masotta en el imaginario cultural argentino. Esta diversidad ha seducido por igual a escritores y filósofos, a críticos y sociólogos y por supuesto a un enorme número de psicoanalistas, Y no sólo porque él mismo haya abonado cada una de estas facetas con innumerables anécdotas y participaciones sino porque ha generado una serie de seguidores que así lo transmiten y lo construyen en sus testimonios y recuerdos. De hecho, no hay artículo o libro que no contemple fuertemente su biografía y que no trate de dar cuenta de su trayectoria.
Evidentemente esto no es fruto del azar ni del capricho. En los variados trabajos, que desde hace algún tiempo la editorial Eterna Cadencia recupera con su edición, se puede rastrear sin mucho esfuerzo un movimiento interno que da cuenta de este itinerario que Masotta recorre a través de sus lecturas y sus intervenciones. Si bien su encuentro con el psicoanálisis se suele datar en la charla que da en el Instituto de Psiquiatría Social de Pichón-Rivière el 12 de marzo de 1964, este encuentro se viene gestando a partir de sus intereses anteriores: la lectura atenta de la filosofía de Heidegger y especialmente de Sartre, la admiración por el estilo de Merleau Ponty y el estructuralismo de Lévy-Strauss, e incluso el conocimiento de los textos de crítica y lingüística de Benveniste, de Jakobson y de Barthes.
En el prólogo escrito en 1976 para los hoy reeditados Ensayos lacanianos , Oscar Masotta plantea la elección de esta conferencia –“Jacques Lacan o el inconsciente en los fundamentos de la filosofía”– como el primero de los ensayos y, de este modo, le da estatuto de texto bisagra ya que le permite presentarse como introductor del pensamiento lacaniano en el campo intelectual argentino y cerrar el capítulo de la influencia de la fenomenología francesa que, en todo caso podría relacionarse con un “análisis existencial” al modo pre-freudiano.
Y para que no queden dudas acerca de dónde se localiza cuando plantea este corrimiento, formula que la relación entre el inconsciente y la filosofía “solo existe en la medida en que la relación del sujeto al sexo estructura cualquier relación de aspiración del saber a la verdad”. Por lo tanto, y desde aquí, el retorno a Freud y la batalla contra toda filosofía de la conciencia y la psicología del yo, en el más puro estilo del Lacan de los primeros años del Seminario. Con este material inauguró también la tradición de los grupos de estudio de Lacan que reunieran a gente de distintos orígenes –psicólogos, escritores, médicos, filósofos, etc.– y de los cuales Juan D. Nasio se reivindica como primer alumno.
Lógicamente este retorno a Freud lleva a plantear un orden de lectura de sus obras que es lo que se propone en el segundo ensayo, la “Presentación del Segundo Congreso Lacaniano” de 1969 y en la misma línea se puede agrupar con el siguiente trabajo de 1970, el “Prólogo a Las formaciones del inconsciente ” en el que se formula otro orden de lectura, esta vez “escolar”, esta vez de los textos de Lacan, en los que se quiere descubrir y descifrar un pensamiento y un estilo en lugar de quedar “encantados” con los aforismos que el discurso lacaniano ofrece, efecto que aún hoy ejerce en muchos de sus lectores.
En los dos ensayos de 1970 “Aclaraciones en torno a Jacques Lacan” y “Reflexiones transemióticas sobre un proyecto de semiótica translingüística” (con un título tan encantadoramente evocador de todos los trans, intra e inter de la época) el acento está puesto, en la función del significante y la diferencia entre la significación de las entonces “modernas disciplinas” que la estudiaban y la teoría psicoanalítica.
Con un ademán apropiador discute en estos trabajos la relevancia del descubrimiento freudiano en el campo de la interpretación semiológica y la necesidad de los conceptos psicoanalíticos (relación de objeto, falo, castración, etc.) a la hora de plantear un significado o significación posible a cualquier mensaje, sea éste poético, político o publicitario.
De 1972 son “Consideraciones sobre el padre en ‘El Hombre de las Ratas’”, “’El Hombre de los Lobos’: regalos dobles, padres dobles” y “Edipo, castración, perversión” que encaran de lleno las cuestiones más caras a la teoría: la cuestión del padre ya planteada en los tres registros (imaginario, simbólico y real) y su relación con la palabra, el deseo de la madre y la estructura del Edipo en su relación esencial con la castración.
Se incluyen en esta edición dos trabajos que no aparecían en la primera y que vienen a dar testimonio, como señala en su prólogo Marcelo Izaguirre, de su conocimiento y manejo del último Lacan, el Lacan del “desarrollo del goce”. Este es un déficit que algunos psicoanalistas han señalado en la enseñanza de Masotta y que la inclusión de estas conferencias vendría a saldar.
Y finalmente, el libro cierra con una ponencia para la École Freudienne de París en la cual Masotta hace la reseña de la fundación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires.
Comienza la presentación con el recuerdo de Enrique Pichón Rivière a quien reconoce como precursor en la práctica de cierta escucha específica (“el secreto de un esquizofrénico es aquello de lo que en la familia no se habla”) y de cuya biblioteca han provenido sus primeras lecturas de Lacan. Pero desde un principio, la primera persona ocupa el centro del escrito y este se convierte en una exposición de su propia trayectoria intelectual y profesional con la cual Masotta se autoriza a sí mismo (en el más lacaniano de los sentidos) a esta fundación. No sólo hay un paralelo entre los nombres de las dos escuelas, la francesa y la argentina, sino que hay un gesto de ruptura con la institución madre (la Asociación Psicoanálitica Argentina en nuestro caso) y una orientación hacia la formación tal como la plantea y la piensa Lacan en su Escuela.
Si algo corresponde agradecerles a estas reediciones es haber recuperado un material que, a treinta y dos años de la muerte de Oscar Masotta, nos permite valorar de modo menos pasional y más objetivo, en la medida en que esto sea posible, un trabajo original, un estilo propio y un gesto fundacional que caracterizan su producción.
Más allá de todas las anécdotas, leyendas o reivindicaciones de sus seguidores, estos ensayos nos sorprenden con un manejo de la teoría y de los conceptos fundamentales, tales como el significante, la castración, el sujeto, la pulsión, la función del padre, que no sólo hacen de Masotta un lector privilegiado de Lacan sino un contundente comentarista de la teoría.


Eva Tabakian para Revista Ñ, 28 feb. 2011.


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