Me complace que Nanina (1968) sea publicada por una
editorial como Fondo de Cultura Económica. Lo que me alegra, de manera
especial, es que Ricardo Piglia lo eligiera para una colección cuyo
nombre es una contraseña entre nosotros: Recienvenidos. De manera
diferente, por diferentes caminos, Macedonio Fernández es alguien que
valoramos como un límite de la literatura argentina en particular y de
la lengua castellana en general. Es nuestro Joyce.
Macedonio Fernández está en Nanina . También Borges aparece.
Nanina
abunda en alusiones a los libros que configuraban amores y rechazos
literarios. El narrador, por ejemplo, imagina un libro con títulos (hay
una página escrita así). Un homenaje a Ferdydurke , una “nieta” que sería llevada a una escena sexual frente al abuelo que parlotea sobre la jubilación.
El
prólogo de Ricardo Piglia subraya el exceso como diferente de una
tendencia a la economía narrativa. Las referencias a la infancia como
lugar inventado, la saga de una iniciación que acentúa la urgencia
sexual –no la satisfacción–, el rechazo de una familia y una ciudad,
crean un presente donde el desamparo se sostiene en la decidida elección
de la literatura. Había como en cualquier novela de iniciación, la
metáfora del viaje, un tiempo (infancia, adolescencia, juventud), un
tránsito social que incluye la economía, la clase, la cultura, etc.
Una
biografía se escribe, habla de cosas que ya no existen. ¿Puede existir
una auto(bio)grafía que relata las peripecias de un yo, cuya unidad es
tan improbable como la verdad de su saga? Sigmund Freud, para hablar de
adolescencia se refería al Sturm und Drang (Tormenta y empuje); un
movimiento romántico que acentuaba el genio de cada uno. Es decir, lo
opuesto a la Ilustración que le hace decir a Kant “somos culpables de
nuestra minoría de edad”. El héroe romántico, como el de Ferdydurke
, hace de la inmadurez una clave de las pasiones humanas. Para Freud,
lo que se llamará “adolescencia” hace presente las fantasías de la
infancia por la metamorfosis del cuerpo en la pubertad. Los héroes son
“adolescentes”, como en el Despertar de la primavera de Wedekind. ¿Sabía esas cosas el narrador de Nanina ? Sí, y deja las huellas.
El éxito de Nanina
, acallado por la prohibición del gobierno de Onganía, debe algo a la
importancia que le dio Primera Plana. En un reportaje, el epígrafe a una
foto del autor decía: “Hay que correr una cortina sobre la biblioteca”.
Había dicho “No hay que correr...”. Faltaba el No.
Yo, que tenía
entre mis mentores a Henry Miller y a Kerouac, era convertido en
aspirante a buen salvaje. Henry Miller, a través de su narrador, es
lector incansable, con un deseo sexual renovado después de cada mujer.
Norman Mailer, con ironía, dice que tantas mujeres que el narrador lleva
hasta placeres desconocidos, harían imposible la abundante obra del
autor. Conviene olvidar la falta de aquel No en el epígrafe de Primera
Plana.
Germán García
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