La primera edición de En breve cárcel salió en 1981 en
España. No me podía quejar y sin embargo me sentía algo decepcionada
porque pese a mis intentos el libro no había salido en la Argentina.
Eran tiempos de represión y sufrían también los libros: invariablemente
me decían en las editoriales que les gustaba mucho la novela para
añadir, acto seguido, que no se salvaría de la censura. Esa primera
edición de En breve cárcel tuvo limitada difusión en la
Argentina, por razones de distribución y sobre todo por mis propias
circunstancias biográficas. Yo vivía en Estados Unidos: la solapa de la
novela anunciaba esa distancia. En las reseñas los diarios registraban
esa lejanía, devolviéndome una imagen que, si no irreconocible, no era
del todo la que yo, ingenuamente sin duda, hubiera querido tener. Decían
que yo era autora de libros de crítica, que enseñaba en una universidad
norteamericana, que no vivía en la Argentina y que el libro había
salido en España; estos elementos dispersos no configuraban del todo la
imagen de “escritora argentina”. Era difícil encontrar la novela en
librerías, librerías donde yo misma, llevada por no sé qué tendencia
masoquista, me buscaba en vano. “¿Quién es? Aquí no se la conoce”, me
dijeron en una ocasión, es decir, no se la conoce a “ella”, a esa
“autora” que era yo.
Esa primera experiencia fantasmal como
“escritora argentina” de una novela que era prácticamente inconseguible
en el país me reveló de manera muy particular el efecto de mis años de
ausencia. Pero sobre todo me hizo reflexionar (me sigue haciendo
reflexionar) sobre lo que ocurre con una escena de escritura cuando se
la disloca, se la desfamiliariza, se la aliena. ¿Qué significa escribir
en (desde) otro lugar? ¿Cómo se tejen las sutiles relaciones entre
autor, lengua, escritura y país? ¿Cuándo empieza la extranjería de un
texto? ¿En el desplazamiento geográfico, en el uso de otra lengua, en la
extrañeza de la anécdota, en el efecto de traducción? Yo no me
imaginaba escribiendo ficción en otra lengua –sigo sin imaginármelo–
pero acaso, de algún modo, lo estaba haciendo.
Forzosamente, con el tiempo que ha pasado desde la primera publicación de En breve cárcel
y sus sucesivas ediciones, se ha modificado la percepción que tengo de
la novela así como se ha modificado la percepción que tengo de mí
misma. A finales de los setenta, desde afuera, escribí una novela que,
pese a mis deseos, no llegó a ser del todo “novela argentina”. Hoy
pienso que, de haberme quedado en la Argentina, es muy posible que no la
hubiera escrito. El estar afuera fue positivo: me permitió cultivar una
suerte de escritura en tránsito, asentar una diferencia. El cuarto
aislado de la protagonista de En breve cárcel , menos refugio que intemperie, era el lugar de mi escritura. Y hasta cierto punto lo sigue siendo.
Se
me podrá preguntar por qué combiné esa escritura del despojo con una
anécdota lesbiana que, por su convencional relegación al silencio, era,
por así decirlo, culturalmente llamativa y destinada a ser sobreleída,
“interpretada”. Lo culturalmente “indecible” (lo que, como todo secreto a
voces, se conoce pero no puede nombrarse) es, sobre todo en materia de
sexualidad, aquello que más despierta la curiosidad: lo que se espía.
Para mí escribir desde el lesbianismo, más allá de cualquier
biografismo, era escribir desde una marginalidad necesaria para pensar
la literatura. Sólo allí podía yo pensar la escritura (otra escritura),
pensar la sexualidad (otra sexualidad), y hacer obra de ficción. Con los
años, y con sucesivas reediciones, me he acostumbrado a lecturas
diversas de la novela, tanto las mías como las de los lectores. A veces
me sorprenden –como aquellas que leen En breve cárcel en clave
implacablemente autobiográfica y me hacen luego comentarios sobre “mi”
vida– pero sé que no debo ceder al impulso de corregirlas. Una vez
publicado, un texto ya no pertenece al autor, pertenece a los lectores.
Ahora que En breve cárcel vuelve a publicarse, me pregunto a qué
nuevos lectores convocará en estos comienzos del siglo XXI, con qué
obras de ficción dialogará en su nuevo avatar. Hay dos cosas que me
complacen enormemente de esta reedición: primero, que Ricardo Piglia la
haya escogido para iniciar su colección de novelas argentinas en el
Fondo de Cultura Económica; segundo, que esa colección se llame “Serie
del Recienvenido”, título verdaderamente inspirado. Además de gustarme
su obvia referencia a Macedonio, me encanta que la novela aparezca no
como texto viejo sacado del archivo sino como texto que siempre acaba de
llegar, abriéndose a nuevos lectores. Y, además, como novela argentina.
Sylvia Molloy
No hay comentarios.:
Publicar un comentario