Acerca de Cuadernos de sí y de no,
de Maximiliano Fabi.
Otium ediciones.
Es el título que
se me ocurrió, parafraseando, este inclasificable libro de Maximiliano Fabi. Podría
hacer mías las palabras de alguien que las usaba para criticar a Masotta, como
una persona difícil de ubicar, aunque para mí eso era un elogio. Y en la
ocasión es un sitio en el que el mismo autor promueve su desubicación, si
comenzamos por el paratexto, en este caso la solapa, donde además de su juventud
hace saber en estos tiempos del imperialismo de la Coneau, conicet, ubacyt y
otros cit, que no ha hecho ni masters ni doctorados, a causa de disfrutar la
lectura y poco menos de la
escritura. Sin dejar de señalar que participa, como alumno,
de las actividades que promueve el Centro Descartes en esta cit de Buenos
Aires. Quienes participamos de esas actividades hemos podido descubrir en ese
tiempo, que Maximiliano no es un alumno más, sino un interlocutor importante en
ellas, pero con la curiosidad que no es la del curioso impertinente, de
incomodar al otro, sino en el camino de la dialéctica de la auhfebung.
Y en esa desubicación insiste cuando señala al mejor estilo
macedoniano que ejerce sólo como docente en tanto pasa lista, completa libros
de temas y concurre a perfeccionamientos. O sea, no es docente al clasificar.
La referencia a Macedonio Fernández fue porque recordaran que fue juez en
Misiones pero nunca condenó a nadie.
Quienes han leído
este libro y quienes lo hagan en el futuro, acordarán con lo indicado en la
solapa respecto al modo que disfruta de la lectura Maximiliano ,
lectura que ha decidido compartir con cada uno de los lectores que no estén
dispuestos a bajarse. Sino les ocurre aquello de Macedonio que además de caber
en un colectivo se le bajarían en la siguiente parada. Estas alusiones tiene
que ver con el estilo macedoniano de estos cuadernos aunque el autor explicita
su anhelo de encontrarse a charlar con el autor de vida en el bosque, del cual
toma el ejemplo de quienes están interesados en la construcción de una conexión
entre Maine y Texas, aunque Maine y Texas no tengan nada interesante para
comunicarse. Aunque cual operación analítica, recorta la comparación que ha
realizado Thoureau, con aquel empecinado en que le presenten una señora
distinguida pero sorda, y cuando consiguió lo que buscaba y se le puso la
trompetilla para la comunicación, se encontró que no tenía nada para decir.
Había pensado que
podría ser el primer lector al encontrar el comienzo del prefacio, cuando el
autor en ese estilo incisivo me llama anacrónico lector. En otro lugar es un
poco más gentil con el lector al que caracteriza como riguroso.
Y la confrontación
entre el estilo y los lectores me remontó a Lata
peinada, unos fragmentos en los que Ricrdo Zelarrayán realiza su Primera
Inútil Reflexión del primer lector desocupado, por novela interrumpida. Allí
destaca que el lector desocupado desde hace unos meses, se ve obligado por
falta de trabajo a seguir al autor en los fragmentos que este escribe. Esta expresión
recordé en particular, dado que para mí se trata de unos cuadernos que cautivan
por el estilo justamente, pues están escritos en fragmentos desordenados, ensayos
breves si seguimos al autor en la designación que usa en uno de los capítulos,
que no tienen esa prolijidad refractante de las tesis y tesinas sometidas a los
encuadres magisteriles, si se me
permite el neologismo. Y, naturalmente, me encontré con la imposibilidad de ser
el primer lector, como concluye Zelarrayán, aceptando la categoría de segundo
lector.
En varios de esos
fragmentos encontré algunas referencias, que me produjeron otras evocaciones,
también ligadas a Zelarrayán, como ser el tema de la invención de la infancia y
que se recurre a ella cuando no queda nada, pues en la revista Literal mencionada
por Maximiliano, se sostenía siguiendo a Macedonio que la nada era la ausencia
de lo que no fue, ya que nunca hubo un no haber nada. En ese capítulo IV
poético, las referencias a la infancia y la constitución del adulto en Dios
para el infante, evoca la afirmación de Freud, que la figura de Dios no es otra
cosa que la atribución de la omnipotencia perdida del adulto, que fue potente
para el niño. Hay Dios en tanto existe infancia, afirma el autor. Y ello luego
de haberse despachado en un capítulo anterior con otra afirmación contundente,
que debería servir de guía para los movimientos de los jefes religiosos.
Hablando de la relación entre la educación secundaria y universitaria, hace
saber sobre el final, que bien leída la Biblia enseña muchas cosas: a
protegernos de palabras como “humildad”, “austeridad” “sencillez” y otras
tantas hoy tan de moda. A esa conclusión arriba Maximiliano, luego de señalar
que el campo de la cultura no va ser cosechado por aquel mismo que, paciente y
diligente, se ha dedicado a sembrarlo. Lo que estaría acorde con una afirmación
de Freud, que las revoluciones las hacen unos y las disfrutan otros. Está
aludiendo a la posibilidad de que los alumnos del secundario salgan como
iniciados o cultivados. Y recurre a Juan quien destacó: “En verdad, en verdad
les digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero
si muere produce mucho fruto”. Hay otro orientador de la Biblia que dejó una
frase que es muy usada en sociología y se la conoce como el principio de Mateo
tan de moda en estos días como diría Maximiliano, sobre todo por estas tierras.
El principio dice más o menos: “Al que tiene se le dará y tendrá en abundancia,
pero al que no tiene lo que debe tener, incluso lo que tiene se le quitará”.
Me llamó la
atención el modo en que el estilo de Maximiliano, le permite pasar de la
caracterización de la infancia en un capítulo, a recordar lo que afirma
Heidegger del morir como un salirse del mundo, al tiempo que recuerda el pedido
de la radio por parte de su abuelo cuando está a punto de salirse de este
mundo.
Y luego de ese
relato, familiar si se quiere, pasa a comentar a Lukacs y saluda la despedida
del tiempo del marxismo y también del capitalismo. Usando el estilo de
Maximiliano en estos ensayos, diré que a principios de este año me encontré con
un epígrafe, en un libro que me regalaron, que decía que la vida es… más ancha
que la historia.
Cuando presenta las cosas de entrada, coincide el autor con
esa afirmación de Gregorio Marañon, al afirmar que lo hará de ese modo porque
sospecha que algo de ese asunto va más allá de la disciplina histórica.
Disciplina a la
cual no le faltan alusiones en diversos capítulos pero en particular se
encuentran en los capítulos XV a XVII donde se alude a la gran Guerra y se dan
cita Aby Warburg, el médico del rey Balduino y Sade para concluir que el hombre
no se cura. En el capítulo siguiente, se encuentran Walsh con Rosas y Borges,
para hablar de la inocencia del mal, donde nos enteramos que de lo que no se cura
el hombre es de la máquina, de esa que sirve para desaparecer al hombre, que no
es otra que la sociedad de consumo. En el tercero de los apartados mencionados
da cuenta del sitio en el que se ha desarrollado el paradigma por excelencia de
la sociedad de consumo bajo el estilo gatopardista. Cuando leí que el maestro
en el arte gatopardista ha sido EEUU se me presentó la imagen de Marcuse, y un
libro en el que agradecía al First National of Boston, e inmediatamente pude
leer que el autor se refiere a la masa de hombres unidimensionales, al señalar a
los que aplauden sin saber qué es lo que aplauden.
En ese modo de
pensar la historia, luego de criticar a un personaje que leía un poema diciendo
que la poesía no sirve para nada, no obstante afirma el autor que la historia
no sirve para nada, lo que lo conduce al siguiente interrogante ¿porqué
estudiamos historia si la historia no sirve para nada? Pregunta que a mi me
recordó una conferencia que dio Javier Marías al recibir el premio Rómulo
Gallegos por su novela Mañana en la
batalla piensa en mí. Recuerda una opinión del rumano Cioran quien afirmaba
que habiendo tantos problemas en el mundo bastaba con leer los diarios, no
entendía cómo alguien podía perder el tiempo leyendo novelas, que se sabe que
tratan de cosas que no existen. Marías sostiene que si se piensa bien, él podría
estar de acuerdo con Cioran, aunque ha dedicado su vida a escribir sobre cosas
que no existen. La explicación que da es muy freudiana, quizá sea porque la
vida está hecho de lo que sucede como de lo que no ha sucedido, “quizá estemos
hechos en igual medida de lo que fue y lo que pudo ser”. Maximiliano no esquiva
la respuesta a la pregunta de porqué estudiamos historia si no sirve para nada,
y quizá es más radical que Marías, ya que dirá que hay cosas inútiles y que eso
es lo lindo de ellas, que se quieren porque sí. Es, si se quiere la posición
del deseo. A mi me evocó un cartel que en su momento encontré en la zona de
Retiro en el que alguien hacía saber que era feliz, que hacía un montón de
cosas inútiles pero a él le hacían feliz. Cualquiera podría realizar una
crítica al confrontar esa afirmación con el agradecimiento del inicio a la tía,
que le enseñó que porque sí y porque no, no son una respuesta. Anticipándose a
esa escena, Maximiliano agrega que aunque la historia no sirve para nada, aún hay
personas que desean aprenderla, escribirla y enseñarla porque sí … y para nada.
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