Por curiosidad digamos profesional, lo primero que atrajo mi atención en el nº 24/25 de la revista Descartes fue el rescate (movimiento contrario a los descartes) de materiales “viejos” de interés actual sobre cuestiones lingüísticas y traductoriles. Y el primero en que me zambullí fue el de Ángel Rosenblat, “El terror al gerundio”, terror que confieso padecer y con el que lidio quizá más a menudo de lo aconsejable para la salud mental. El griego antiguo y el latín, las lenguas que más estudié, tienen formas verboidales mucho más complejas que las del castellano. Por dar un ejemplo simple y claro, el participio presente latino, que sólo pasó al castellano en formas fosilizadas: estudiante (que estudia), resistente (que resiste). Muchas veces invento formas equivalentes (que equivalen) a ésas para evitar el gerundio en función adjetiva: agua hirviente, en vez de agua hirviendo, por aceptado que este uso esté y por más que Rosenblat lo defienda con autoridad. El inglés, la lengua de la que más he traducido, tiene una forma afín, el “-ing” (medio pariente mío: vengo a ser una montaña –berg– de ing’s: como le dice la Esfinge al Edipo de Pasolini, el abismo al que me empujas está dentro de ti). Forma que, sin embargo, es mucho más flexible que nuestro gerundio, entre otras cosas porque en aquella lengua los adjetivos no declinan, como en la nuestra, por género y número. Es decir, no hay nada fuera de lo común en que el plural de burning coal, “carbón ardiendo”, sea burning coals, “carbones ardiendo”, que yo no obstante, por llamémoslo terror (¡cualquier cosa antes que aceptar un adjetivo castellano indeclinable!), preferiría traducir “carbones ardientes”, o “carbones en llamas” o “llameantes” o “encendidos”. Otro gerundio problemático del que se ocupa el contraterrorista Rosenblat es el de posterioridad, que yo suelo llamar “gerundio judicial”, porque prolifera como la peste en las actuaciones judiciales: la víctima ingresó tarde en el edificio, dirigiéndose a su oficina y siendo encontrada sin vida a la mañana siguiente (que sigue). El gerundio indica simultaneidad: “entró sonriendo” quiere decir que sonreía al mismo tiempo que entraba, no que entró y después una vez adentro sonrió. Eso desde un punto de vista ultraortodoxo terrorístico. El problema, como bien señala Rosenblat, es que, si uno pretende evitar esa construcción transformando los gerundios en verbos conjugados (ingresó en el edificio, se dirigió a su oficina y fue encontrada sin vida a la mañana siguiente), transforma en ese mismo acto el relieve de la sintaxis en la chatura de la parataxis, que le queda muy bien a una frase de contundente laconismo como la célebre de Julio César: “vine, vi, vencí”, pero trueca la movilidad expresiva del fraseo en una rigidez de informe científico, tan deseable en el lenguaje científico como indeseable en el literario. Vicio, por lo demás, este de paratactizar la sintaxis, demasiado frecuente en las traducciones del inglés aterrorizadas por el gerundio. Porque cunde la idea de que hay cosas que se pueden hacer en otras lenguas pero en la nuestra no, cuando el uso correcto del -ing inglés en esta misma función es ortodoxamente, como el de nuestro gerundio, de simultaneidad. Ya que, como bien puntualiza también Rosenblat, el gerundio (igual que el -ing) no tiene marca temporal, y, por lo tanto, recibe en principio el mismo tiempo verbal que el verbo conjugado vecino. Eso en ortodoxa teoría. Para la práctica, lean a Rosenblat a ver si les saca el terror.
Reseña Descartes 24/25. El análisis en la cultura (20015) -Pablo Ingberg- #FRD30años
Por curiosidad digamos profesional, lo primero que atrajo mi atención en el nº 24/25 de la revista Descartes fue el rescate (movimiento contrario a los descartes) de materiales “viejos” de interés actual sobre cuestiones lingüísticas y traductoriles. Y el primero en que me zambullí fue el de Ángel Rosenblat, “El terror al gerundio”, terror que confieso padecer y con el que lidio quizá más a menudo de lo aconsejable para la salud mental. El griego antiguo y el latín, las lenguas que más estudié, tienen formas verboidales mucho más complejas que las del castellano. Por dar un ejemplo simple y claro, el participio presente latino, que sólo pasó al castellano en formas fosilizadas: estudiante (que estudia), resistente (que resiste). Muchas veces invento formas equivalentes (que equivalen) a ésas para evitar el gerundio en función adjetiva: agua hirviente, en vez de agua hirviendo, por aceptado que este uso esté y por más que Rosenblat lo defienda con autoridad. El inglés, la lengua de la que más he traducido, tiene una forma afín, el “-ing” (medio pariente mío: vengo a ser una montaña –berg– de ing’s: como le dice la Esfinge al Edipo de Pasolini, el abismo al que me empujas está dentro de ti). Forma que, sin embargo, es mucho más flexible que nuestro gerundio, entre otras cosas porque en aquella lengua los adjetivos no declinan, como en la nuestra, por género y número. Es decir, no hay nada fuera de lo común en que el plural de burning coal, “carbón ardiendo”, sea burning coals, “carbones ardiendo”, que yo no obstante, por llamémoslo terror (¡cualquier cosa antes que aceptar un adjetivo castellano indeclinable!), preferiría traducir “carbones ardientes”, o “carbones en llamas” o “llameantes” o “encendidos”. Otro gerundio problemático del que se ocupa el contraterrorista Rosenblat es el de posterioridad, que yo suelo llamar “gerundio judicial”, porque prolifera como la peste en las actuaciones judiciales: la víctima ingresó tarde en el edificio, dirigiéndose a su oficina y siendo encontrada sin vida a la mañana siguiente (que sigue). El gerundio indica simultaneidad: “entró sonriendo” quiere decir que sonreía al mismo tiempo que entraba, no que entró y después una vez adentro sonrió. Eso desde un punto de vista ultraortodoxo terrorístico. El problema, como bien señala Rosenblat, es que, si uno pretende evitar esa construcción transformando los gerundios en verbos conjugados (ingresó en el edificio, se dirigió a su oficina y fue encontrada sin vida a la mañana siguiente), transforma en ese mismo acto el relieve de la sintaxis en la chatura de la parataxis, que le queda muy bien a una frase de contundente laconismo como la célebre de Julio César: “vine, vi, vencí”, pero trueca la movilidad expresiva del fraseo en una rigidez de informe científico, tan deseable en el lenguaje científico como indeseable en el literario. Vicio, por lo demás, este de paratactizar la sintaxis, demasiado frecuente en las traducciones del inglés aterrorizadas por el gerundio. Porque cunde la idea de que hay cosas que se pueden hacer en otras lenguas pero en la nuestra no, cuando el uso correcto del -ing inglés en esta misma función es ortodoxamente, como el de nuestro gerundio, de simultaneidad. Ya que, como bien puntualiza también Rosenblat, el gerundio (igual que el -ing) no tiene marca temporal, y, por lo tanto, recibe en principio el mismo tiempo verbal que el verbo conjugado vecino. Eso en ortodoxa teoría. Para la práctica, lean a Rosenblat a ver si les saca el terror.
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