Lecturas comentadas
N°9
Eros, demonio mediador. El juego de las máscaras en el Banquete de Platón Giovanni Reale. Editorial Herder. 2004.
Por Leonor Curti
Esta obra que realiza un análisis pormenorizado de El Banquete de Platón, se orienta por una frase de Nietzsche: “todo lo que es profundo ama la máscara”; y por la lectura del desarrollo dramático en términos de un juego de máscaras (de ahí la frase nietzscheana).
El autor destaca el arte poético y filosófico de Platón, al jugar narrativa y dramáticamente con los tiempos (cronológicos y poéticos) y la ironía satírica, de modo que el lector tiene la impresión de que nada ni nadie parece estar en su lugar o allí donde se lo espera.
Platón hará hablar a las distintas máscaras (protagonistas) con los discursos que circulaban por la Atenas de la época, imitando la estética de los mismos, con una excelencia que Reale no deja que pasemos por alto, y que alcanza la máxima expresión del arte poético del filósofo.
Hay varias líneas de fuerza que atraviesan el entramado de la obra:
- Es un relato, de un relato, de un relato: esto implica que no es un hecho históricamente fechado, sino centrado en lo verdadero de lo que ha podido transmitirse de relato a relato, de relator a relator.
- El punto anterior implica la total preponderancia para Platón de la oralidad por sobre la escritura (Reale señalará variar veces que los conceptos e ideas más importantes de la filosofía platónica no se plasmaban en escritos, por decisión del autor), así como el papel preponderante del lector, para colegir lo que no se expresa más que aludido, elidido, en sombra.
- La tensión entre lo dionisíaco y lo apolíneo, que mediante la dialéctica, será elevada a una síntesis superadora al final de la obra.
- La preocupación por el vínculo social en las ciudades, en especial en Atenas, y la resonancia que obras como la comentada podían tener en ellas.
- El uso fundamental del mito, allí donde el saber garantizado por la dialéctica socrática encuentra un límite.
- Presentar un texto dialéctico, en su propia materialidad: a medida que los presentes hablan, el que continúa retoma un punto de lo dicho por el anterior, para refutarlo y superarlo. Esto sucede hasta que llega el turno de Sócrates, quién dará un giro a la dinámica de los discursos.
- Presencia de la ceremonia de iniciación que conduce a los diferentes peldaños de la Escalera de Eros, hacia la sabiduría (episteme o nivel máximo de la ciencia o del conocimiento, relativo al Bien Supremo), pasando de los pequeños misterios hasta los grandes.
Marco y personajes
Se trata del festejo por el éxito de la obra de Agatón. Están reunidos en su casa. Sócrates llegará con Aristodemo, que no fue invitado, y que se le adelanta. Sócrates tiene una revelación antes de entrar, de la que dará luego cuenta el texto. Ya reunidos, se decide que beberán poco y que la flautista dejará la escena (ambas cuestiones representaban signos dionisíacos, dejando paso a que se produzca un viraje hacia lo apolíneo).
Participan:
Fedro: es el que propone elogiar a Eros. Es literato, amante de los oradores y del arte de escribir. Su exposición carece de argumentos racionales y filosofía. La importancia de su discurso radica en plantear la idea de conformar un ejército de amantes, porque sería el mejor. En un momento en el que Esparta había diezmado Mantinea (diecismo), preocupaba la cohesión de la comunidad en Atenas, y un ejército de amantes sería aquel en el cual nadie retrocedería si debiera jugarse la vida por salvar al otro. Eros será para él un dios tan antiguo, que ya no se menciona a sus padres.
Pausanias: es el político. Intenta mediante la idealización, reivindicar la pederastia y las ideas que sobre el tema imperaban en la Atenas del momento (eran las ideas más populares al parecer, contra las que Platón construirá su filosofía). Eros será un dios, pero doble, en correlato con Afrodita: Eros celeste (elevado porque no niega las pasiones del cuerpo, pero ama también la inteligencia y la virtud), y Eros vulgar (que se contenta con la satisfacción de los placeres). Establece rangos en los vínculos amorosos, planteando que está bien ceder a los placeres carnales si el seductor es superior en excelencia. (Lacan desarrollará en su también pormenorizada, sagaz y erudita lectura, que Pausanias da cuenta de los intercambios “mercantilizados” al punto de encarnar la psicología del rico, en su seminario sobre La transferencia).
Aquí debería haber hablado Aristófanes, pero un ataque de hipo se lo impide, por lo que cede su lugar a
Erixímaco: es el médico, filósofo naturalista. Dirá que Eros es doble, pero su influencia se extiende a todos los seres y al cosmos. Defensor de la armonía de los contrarios, hará de Eros una fuerza cósmica universal. La medicina será la ciencia de las eróticas del cuerpo (definición que Lacan aplicará al psicoanálisis, en el seminario ya citado). En tanto es el que busca la armonía de opuestos, el médico será el artífice creador de Eros, mediando entre los dioses y los mortales. Y la mántica será la que vele por Eros en esa tarea.
Superado el hipo, volverá Aristófanes a escena, y de este modo, Platón logrará que hablan sucesivamente el poeta cómico, el trágico y el filósofo, superando a los anteriores (esta es la razón que encuentra Reale al intercambio de lugares entre Aristófanes y Erixímaco, causado por el hipo-signo dionisíaco- que demasiada comida y demasiada bebida le habrían provocado al cómico).
Otro movimiento de máscaras hará que sea el poeta cómico el que diga cosas serias sobre Eros. Reale sostiene que esta astucia de Platón se debió a que las partes “serias” de sus doctrinas, que circulaban oralmente, no eran bien recibidas en la sociedad ateniense, provocando burlas. De este modo, burlarse del cómico sería burlarse del que es capaz de burlarse de todos y de todo, cosa que seguramente no pasaría. Este artilugio habrá sido la apuesta de Platón a que sus ideas filosóficas fueran tomadas más en serio.
Aristófanes: Es el poeta cómico. Presenta el mito de los andróginos y de los tres tipos de seres (hombres/hombres, descendientes del Sol; mujeres/mujeres, descendientes de la Tierra, y los andróginos, hombre/mujer, descendientes de la Luna). El mito de la división de los andróginos y de la búsqueda y añoranza de la otra mitad, le servirá a Platón para aludir a la nostalgia del Uno (principio del Supremo Bien) y al enigma del alma: algo que no puede formularse, que resta como enigmático, pero que en algún punto es sabido, ya que se trata de reencontrarlo. La nostalgia del Uno y su relación con el Supremo Bien, sólo será aludida; nunca será explicitada por Aristófanes.
Agatón: poeta trágico. Se identifica con Eros, en tanto bello y exitoso. En un discurso que “compone música con palabras”, hará de Eros fuente de virtud; el más joven, bello y feliz de los dioses. Sus bellas palabras lo acercarán al estilo gorgiano (sofístico), lo que le valdrá que Sócrates bromee con Gorgias y Gorgona, diciendo que Agatón, al hablar, lo ha dejado petrificado.
Sócrates: dará un giro en el discurso importantísimo. Dirá que hablar bien no es decir cosas verdaderas. Por lo tanto, él dirá la verdad; por otro lado, introduciendo la pregunta: “¿Es Eros de alguien o de nada?, hará que el discurso se deslice del amor hacia el deseo, trayendo a escena a la falta. Se desea aquello de lo que se carece, aquello que falta. Por lo tanto, Eros no puede ser un dios: si desea es porque desea lo que le falta, sea lo bello, o el bien. A los dioses no les falta nada; la dimensión del deseo les es ajena. Eros será entonces, un demonio (en el sentido de un ser intermedio entre dioses y mortales) que se encargará de vincular opuestos: lo sensible y lo inteligible. Si bien Sócrates ha desarmado dialécticamente el discurso de Agatón, al punto que lo lleva a decir que habló sin saber lo que decía, para hablar de amor (otro movimiento doble que cambia el curso de las cosas) se remitirá a Diótima, y él asumirá la máscara de Agatón.
Diótima (máscara de Sócrates): es una sacerdotisa con la que Sócrates se habría iniciado en los misterios de Eros, años antes. Retomará algo de lo dicho por cada uno de los participantes, para integrarlo en una instancia superadora. Se valdrá de lo que podríamos llamar una precisión quirúrgica del significante, para concluir que hay “algo” intermedio entre lo feo y lo bello, entre saber e ignorancia, apuntando al lugar del filósofo. La recta opinión será aquella que manifieste algo verdadero sin poder dar razones. El filósofo, intermedio (Eros-Sócrates-demonio), buscará para completar el Todo, la ciencia que llevará al Bien. Ella desarrollará el mito del nacimiento de Eros (entre Poros- el que tiene recursos- y Penia-la carente), que Reale eleva a creación poética, los distintos peldaños de la escalera de Eros hasta alcanzar la idea de lo Bello y del Bien, y los distintos pasos del proceso de iniciación en los pequeños y grandes misterios. Eros, activo, fuerza que busca la síntesis, será el amante, no ya el amado.
A continuación, Aristófanes pide la palabra, pero se le niega en el momento en el que irrumpe lo dionisíaco nuevamente en la reunión, en la máscara de Alcibíades.
Alcibíades: es la irrupción del exceso, de lo transgresivo, de los impulsos irrefrenables, que sólo Sócrates (al que le debe la vida además) logra cuestionar. Llega borracho y con la flautista (que había sido retirada de la escena), imponiendo llevar adelante el elogio de Sócrates. Lo elogia en el combate, en conducta social, en su capacidad de sobrellevar inclemencias, en sabiduría, pero sobre todo, en el arte fascinador de sus discursos. Pasará a hablar por imágenes, y comparará a Sócrates con un sileno (estatuas de seres feos que contenían tesoros bellísimos en su interior-agalma-) y con Marsias, flautista que arrobaba a todo aquel que lo escuchaba tocar. Haciendo gala de su impudor, dirá que Sócrates seduce abiertamente (amante) para luego volverse amado, confesará su frustrado intento de seducción sexual hacia el filósofo, aduciendo que él entregaría su belleza y pasión a cambio de obtener sabiduría y excelencia, dado que escuchar a Sócrates lo avergonzaba y lo hacía sentir víctima de Ate (la desgracia) y que su vida no merecía la pena ser vivida (retoma en su propuesta algunas de las ideas de Pausanias). Sócrates le responderá con el famoso “quieres cambiar bronce por oro”, y le espeta que en realidad el objetivo de su discurso estaba dirigido a Agatón, para separarlo del maestro, montando una escena entre los tres, donde se mezclan filosofía, celos, pasión y deseo. La belleza física de Alcibíades no puede compararse con la belleza que alberga Sócrates; están en planos diferentes.
En este punto irrumpe un grupo de borrachos y se desmadra la escena. Va amaneciendo y muchos de los asistentes se quedan durmiendo. Al alba, quedan despiertos Aristófanes (el cómico), Agatón (el poeta trágico) y Sócrates (el filósofo). A éste último, y como corolario final del texto, Platón le hará decir que es propio de una misma persona (el filósofo) componer tanto tragedias como comedias; ese sería el verdadero poeta.
Reale concluirá diciendo: “(…) el verdadero poeta es el filósofo, y que el auténtico arte es el arte de la verdad, que, en cuanto tal, engloba lo trágico y lo cómico, y los sabe expresar de manera adecuada”. Dirá que Platón estaba convencido “(…) de que el verdadero arte era el que él llevaba a cabo, es decir, el arte de la poesía filosófica fundada en la verdad”. Esto será la firma del autor, con la que cerrará esta obra tan bella, como profunda y rica, todavía llena de vitalidad y vigencia.
Eros, demonio mediador es una obra sin dudas recomendable, que imprime en El banquete luces y brillos potentes, para gran satisfacción del lector.
Mimesis
Erich Auerbach Fondo de Cultura Económica, 2014.
Por Maximiliano Fabi
“Pour un oui, pour un non, se battre, -ou faire un vers!”
Edmond Rostand, Cyrano de Bergerac.
En su libro Mimesis, la representación de la realidad en la literatura occidental, Erich Auerbach presenta una tesis interesante respecto a la literatura cortesana medieval: según sostiene, ésta habría sido “decididamente desfavorable para el desarrollo de un arte literario que abarcara la realidad en toda su amplitud y profundidad”; porque para Auerbach, el roman courtois “no representa una realidad poéticamente plasmada, sino una evasión al mundo de la fábula.”
Esta evasión, Auerbach la retrotrae a tiempos de la epopeya medieval. Concretamente toma el Cantar de Roldán, un poema del siglo XII que romantiza hechos del siglo VIII, y explica que ya este antepasado de la literatura cortesana “no se ocupa sino de los grandes señores feudales, y no alude jamás a las bases económicas de la vida”. Sin embargo, dice, la epopeya tomaba al menos algo de la realidad: tomaba las circunstancias históricas (Carlomagno, la batalla de Roncesvalles…), por más que luego las desfigurase y simplificase. Pero el roman courtois, en cambio, “renuncia a la esencia histórico-política, y está por consiguiente en una relación totalmente distinta con el mundo de la realidad objetiva”. ¿Cómo, nos preguntamos, es esta “relación totalmente distinta”? Básicamente se trata de una relación desprovista de lógica terrenal… o mejor dicho, de una relación que no vincula elementos mediante un silogismo sino que desde un primer momento se lanza a un vacío trascendente; lo cual -evidentemente- equivale a decir que se trata de una relación que establece una no relación, en este caso, entre la realidad y el roman courtois en sí mismo; y esto tan sencillamente porque las acciones en un roman courtois -sugiere Auerbach- no son premisas prácticas sino siempre conclusiones trascendentales.
Auerbach explica esto a través de la caída en desuso de la palabra vasselage (vasallaje), la cual todavía en las epopeyas medievales designaba un motivo externo que explicaba el accionar de los personajes en tanto que los vinculaba en torno a una función histórico-concreta del periodo feudal. Vasselage, sostiene Auerbach, va desapareciendo a partir del siglo XIII, y la palabra que la suplanta es nada más ni nada menos que corteisie. Vale la pena citar las exactas palabras con las que Auerbach se refiere a este concepto: “Los contenidos que dicho vocablo expresa, muy transformados y sublimados en comparación con los de la chanson de geste -refinamiento de las reglas de combate, trato cortesano, pleitesía a la mujer-, tienden hacia un ideal personal y absoluto; absoluto tanto por lo que concierne a la perfección ideal como a la falta de finalidad práctica y terrena”.
Parece pues que el protagonista del romance medieval actúa sin una finalidad “práctica y terrena”: “…Calogrenante -sostiene Auerbach-, no tiene misión alguna histórico-política…”; o mejor dicho, actúa bajo la única finalidad de ponerse a prueba a sí mismo: dos páginas más adelante, el autor se refiere así al mundo de los romances medievales: “es un mundo creado y preparado ex profeso para la prueba del caballero”. Pero es curioso, pienso, que el hecho de que este accionar carezca de un fin práctico y terrenal represente para Auerbach un ejemplo de transformación y sublimación (y puntualmente en este caso, de transformación y sublimación de algo histórico-concreto-real -a saber, la relación de vasallaje- en algo fabuloso -la relación cortesana-), ya que en algún punto (sigo pensando), esta actitud se parece bastante al tipo de cultura que Kojève admiraba en Japón cuando decía que “se puede morir por snobismo, como los kamikazes” (Los filósofos no me interesan, busco a los sabios). Por otro lado, recuerdo ahora, al final del primer artículo del nro. 1 de la revista Literal, leemos: “La literatura es una palabra para nada, en la que cualquiera puede reconocerse. El escritor puede adjudicarse cualquier misión, el lector lee lo que puede creyendo leer lo que quiere. No se trata del arte por el arte, sino del arte porque sí, como una afirmación que insiste en nuestra cultura, mediante la energía y el tiempo de algunos sujetos que no desean matar la palabra, ni dejarse matar por ella”.
Entonces se me ocurre también que algo de este “porque sí” ha de estar en la base de eso que parece irritar a Auerbach en relación al vínculo que se habría establecido -o mejor dicho, que no se habría precisamente establecido- entre realidad y literatura en la cultura cortesana: Calogrenante, parece decirnos Auerbach, sale de aventuras porque sí… respeta porque sí las reglas de un duelo… trata cortésmente a los otros porque sí… y rinde pleitesía a las mujeres sin más fin que un porque sí… Eso, así planteado, diría Auerbach, no puede ser real… Y es bien cierto: no puede ser real; porque de lo que se trata precisamente es de una patina que recubre la realidad -de una segunda naturaleza-; o más bien de una tercera… ya que así como sabemos que existe una primera sostenida vaya a saber en qué cosa (¿Das Ding acaso?) que tiene encima una segunda a la que sostienen elefantes, ahora también sabemos que hay una tercera sobre aquella segunda, haciendo equilibrio precisamente sobre un escabel… ¿No va así elevándose la cosa? Si en definitiva parece que de ahí salió el amor cortés: “La poesía antigua -explica Auerbach- le reconocía casi siempre [al tema amoroso] una dignidad media; ni en la tragedia ni en la epopeya es tema dominante. Su posición central en la cultura cortesana constituyó un arquetipo para el estilo elevado de las lenguas vulgares, que se fue formando gradualmente; el amor constituyó uno de los temas del estilo elevado (…), a menudo el principal. A este tenor, tuvo lugar un proceso de sublimación del amor, que condujo a la mística o a la galantería, en cualquiera de los dos casos, muy lejos de la concreta realidad del mundo”.
Entonces, así subiendo, de escabel en escabel, ¿es muy aventurado sostener que el propio concepto de sublimación pueda ser en sí mismo, quizás, un producto de los modos sublimatorios propios de la cultura occidental? Dice Auerbach: “De la cultura cortesana proviene la idea, largo tiempo vigente en Europa, de que lo noble, lo grande y lo importante nada tienen que ver con la realidad vulgar”. Elevar el objeto a la dignidad de la Cosa… Sobre el amor cortés, un escabel que sostiene a la sublimación: la idea de que lo noble, lo grande y lo importante nada tienen que ver con la realidad vulgar… Sublima un escritor que escribe las primeras páginas de lo que será acaso un nuevo Ulises… ¿y una alumna que dibuja corazones en los márgenes de su tarea mientras escucha, aburrida, una clase de historia? Hoy en día las figuras grotescas que aparecen en los márgenes de los manuscritos medievales son consideradas más dignas que el contenido textual de dichos manuscritos; y se supone que algunas fueron hechas porque sí, por mero aburrimiento; o como acaso diría Benjamin: por el poder creador del Langweile.
Me parece entonces que en esto del “porque sí” hay bastante de sublimación, y que por ello la cortesía no tiene tanto que ver con escapes, evasiones o menosprecios a la supuesta dignidad de ninguna realidad objetiva, como con eso a lo que se refería Tolkien cuando preguntaba: “¿Por qué ha de despreciarse a la persona que, estando en prisión, intenta fugarse y regresar a casa? Y en caso de no lograrlo, ¿por qué ha de despreciársela si piensa y habla de otros temas que no sean carceleros y rejas?” (Sobre los cuentos de hadas). Quizás al amor cortés, que ha elevado no porque sí a la dama pero sí a la dama hasta un porque sí, debamos nuestra idea de que sublimar implica levantar algo, pero si bien luego de la ceremonia del té es evidente que hay un arriba y un abajo, no sé si deba seguirse de ello que el sabor del té sea precisamente lo que ha mejorado… Como dice Junichiro Tanizaki en su hermoso Elogio de la sombra:
“Tenemos, por último, en nuestras salas de estar, ese hueco llamado toko no ma que adornamos con un cuadro o con un adorno floral; pero la función esencial de dicho cuadro o de esas flores no es decorativa en sí misma, pues más bien se trata de añadir a la sombra una dimensión en el sentido de la profundidad. En la propia elección de la pintura que colocamos ahí, lo primero que buscamos es su armonía con las paredes del toko no ma, lo que llamamos un toko-utsuri. Por el mismo motivo, concedemos a su montaje una importancia similar a la del valor gráfico del caligrama o del dibujo, porque un toko-utsuri no armónico quitaría todo interés a la obra maestra más indiscutible. En cambio puede suceder que una caligrafía o una pintura sin ningún valor en sí misma, colgada en el toko no ma de un salón esté en perfecta armonía con la habitación y que esta última y la propia obra queden por ello revalorizadas.
(…)
Yo mismo, cuando era niño, si aventuraba una mirada al fondo del toko no ma de un salón o de una “biblioteca” adonde nunca llega la luz del sol, no podía evitar una indefinible aprensión, un estremecimiento. Entonces, ¿dónde reside la clave del misterio? Pues bien, voy a traicionar el secreto: mirándolo bien no es sino la magia de la sombra; expulsad esa sombra producida por todos esos recovecos y el toko no ma enseguida recuperará su realidad trivial de espacio vacío y desnudo. Porque ahí es donde nuestros antepasados han demostrado ser geniales. A ese universo de sombras, que ha sido deliberadamente creado delimitando un nuevo espacio rigurosamente vacío, han sabido conferirle una cualidad estética superior a la de cualquier fresco o decorado. En apariencia ahí no hay más que puro artificio, pero en realidad las cosas son mucho menos simples.”
Ofrendarnos a la sombra; arreglarnos para el fin del mundo… ¿no es acaso la quintaesencia de todos los porque sí? Quizás no haya otra manera de emprender el camino a casa.
Encanto de erizo. Feminidad en la hystoria.
Katz, 2017
Katz, 2017
Graciela Musachi
Por Marcelo Izaguirre
Por Marcelo Izaguirre
Discreto encanto1
“Para Freud, todos somos puercoespines, ya que ningún hombre
soporta un acercamiento demasiado íntimo o duradero con los otros”, GM
Comentar un libro nos ubica de alguna manera en la categoría de críticos, aunque alguien afirmó que lo que falta en nuestro país son críticos y ensayistas. Ricardo Piglia considera que “la crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas”. En tal sentido hay que agradecer que a uno le pidan presentar un libro, ya que es otra posibilidad para escribir algo de la vida, al modo que Piglia pensaba la literatura: contar la historia de otro como si fuera la de uno.
Para mi es un gusto, tener que presentar un texto de Graciela Musachi. Y varias razones convergen para ello. Por un lado mi pertenencia al Centro Descartes y resulta grato formar parte de una institución que cuenta entre sus miembros a una figura de los quilates de Graciela. Y cualquiera que anda o ha transitado por este lugar, o por otros por los cuales circula ella, o ha leído sus textos, sabe la importancia de Graciela y su producción en el campo del psicoanálisis. Por otro lado, o por eso mismo, fue una alegría que me haya pedido que presente este último texto que podría ser la continuación de otro en el que se analizaba el feminismo en distintos tiempos, y finalizaba diciendo que la cosa no concluía; pero también forma parte de una serie que presenta como característica no casarse con ninguna editorial, quizá parte del estilo Musachi, del que hablaré enseguida: Anáfora, Paidós, Editores contemporáneos, Unsam edita, Fondo de Cultura económica y ahora Katz. Responde de tal modo a la indicación de Nietzsche en Más allá del bien y del mal: no quedar pendiente de una persona aunque sea la más querida.
Las editoriales han sido diversas, pero el estilo Musachi en los libros es similar. Son textos breves, precisos y contundentes, como este último, armado con intervenciones de diferentes tiempos. En algún momento se me cruzó que era similar al estilo Carver, al menos en los términos que caracterizó un crítico español el estilo del norteamericano: la literatura de Carver no es para lectores complacientes. La de Graciela tampoco. Ni para lectores complacientes, ni para lectores universitarios aplicados, ni para lectores políticamente correctos. Vez pasada estaba el libro en un escritorio, pasó una socióloga con todos los títulos que se usan ahora del conicet y otras yerbas, e interesada en los temas del feminismo; y expresó que la vez anterior lo había visto y lo había comprado y leído, está muy bueno dijo, agregando: lástima que a veces podría desarrollar más algunos temas. Bueno, le dije, es un estilo …sí, respondió, el problema es que eso a veces implica que el lector parece estar a punto de abandonar la lectura. Se ve que ella parece formar parte de aquellos lectores de Macedonio, que caben en un colectivo y están a punto de bajarse en la esquina. No fue mi caso ya que continúe con la lectura hasta el final.
Si así no fuera, que no son textos dirigidos a lectores políticamente correctos, con aires de provocación como ella misma destaca, aunque a lo que me voy a referir fue escrito hace ya 16 años pero ciertos temas ya estaban instalados, y seguramente Graciela sigue pensando igual; si así no fuera –decía- no se puede entender que en los tiempos que corren, de la propagación de los derechos alguien pueda escribir, que “El derecho humano de ‘todas’ las mujeres a no ser sometidas a violencia tiene el límite inhumano y singular de hacerse pegar en aquellas que lo logran; así la ilustración de las mujeres por las mujeres (en este punto estamos en el tema del subtítulo del encanto de erizo), su tomar conciencia, se revela impotente”. Para finalizar afirmando que “si existe el psicoanálisis es porque hay modos más soportables de vivir la pulsión. El sujeto puede volver a elegir cuando elige ir a la justicia o al psicoanalista” (“Los derechos de la mujer y el derecho al goce”). He tenido la posibilidad de conocer reiterados casos de mujeres que han elegido el camino de la justicia y han quedado de lado de la impotencia señalada por Graciela.
Hablando de elecciones, hace unos días pude leer un reportaje a un sociólogo británico, poco tiempo antes de las elecciones realizadas por esta aldea en estos días, quien como antiguos británicos, estudia los fenómenos de nuestro país. Y afirmaba que “Es curioso que haya un alto porcentaje de gente que ni siquiera vote por sí misma, sino más bien contra su propio interés. Es una situación muy preocupante” (Daniel Ozarow, sociólogo británico, en página 12 del día 17 de octubre). Además de las consideraciones de Graciela sobre qué y cómo se puede elegir, se le podría hacer saber al sociólogo que no es privativo de nuestro país, que hace ya muchos años William Reich decidió romper lanzas con el movimiento psicoanalítico al enterarse que Freud había realizado un trabajo que hacía saber que existe algo que se llama pulsión de muerte y que consiste en que el sujeto realiza actos que van en contra de él.
No se trata de que Freud haya sabido todo, es algo que se encarga de señalar Graciela en el capítulo sobre la feminidad al palo, donde destaca que Freud, que ha sido criticado tanto por guardar secretos como por no hacerlo, en un momento dado confiesa uno que era un secreto a voces: que no sabía sobre el deseo femenino. En todo caso, de todas maneras, si la histérica guarda un secreto no sabe lo que el secreto guarda. Aunque pueda afirmarse que el pudor sea un rasgo por excelencia femenino. En ese capítulo damos con otras cuestiones ligadas al estilo Musachi: hablando de la inexistencia del Otro comienza a hablar del Lotero cojo de Tabuchi sin avisar, como le gustaría al universitario aplicado, lo cual descoloca al lector.
Hay varios debates en este libro. Algunos son, por un lado con el feminismo, como se alude en el subtítulo. De entrada se presenta con el colectivo GLtransgénero, bisexual, intersexual. Hay que leerlo, agrega y señala que hay que leerlo para captar las chicanas del lenguaje. Donde la consigna política ambiciona trascender los límites de una lógica binaria a nivel de la identidad sexuada, pero el lenguaje la vuelve a introducir con su toda y todos (estamos en el año 2006, fecha del artículo). Esas chicanas del lenguaje también le juegan un mal paso a las maestras de matemáticas: un alumno al que le solicitan que ponga en cifras los números siguientes…, treinta, cuarenta y dos, sesenta; y pone 31, 43, 61 y así sucesivamente. La maestra tachó todo y dijo que estaba mal. Al observarlo el padre le dijo que no estaba mal lo que había hecho. Debate del que llegó a participar la RAE, para dar razón, como corresponde, a la maestra.
En el capítulo 2, una máquina animal, recoge el guante de debates presentes en la cultura norteamericana. Desde la perspectiva de Marta Nusbaum con su feminismo y un constructivismo darwinista hasta Lewontin o Dvorkin. Pero en todos los casos se trata de la evolución, que trató de imponerse desde Darwin en sustitución del alma cartesiana. En tal sentido para esos temas remite a Jacques Alain
En relación con el tema de la angustia se presenta otro de esos debates, con el DSM IV y el modo que se piensa en estos tiempos los fenómenos clínicos actuales. Lo que le permite confrontar la clasificación del manual norteamericano con los desarrollos del concepto de angustia en Kierkeggard, Freud y Lacan.
El capítulo que discute la famosa frase de Hegel, la feminidad, eterna ironía de la comunidad, no sólo presenta una discusión con los variados feminismos también con la filosofía y Freud y Lacan. En fin, es un capítulo, el más extenso, que demanda una lectura exhaustiva y da para hacer otro libro con los temas allí presentados.
Otro punto, si no es un debate a mi al menos me divierte, es la discusión que mantiene con la nueva traducción de Freud de Etcheverry confrontándola con la de Ballesteros; en particular destaca la importancia de diferenciar fragmentario de fragmento aludiendo a la forma que Freud titula la presentación del caso Dora. Pero no se trata de una mera discusión conceptual de la traducción, sino que se pone en juego el inconsciente. Lo que no implica dejar de lado el valor del concepto de fragmento, tributario de una sofisticada teoría del lenguaje y su afinidad con la topología. Ubica su valor con relación al romanticismo y las vanguardias históricas. Esa diferencia entre LB y Etcheverry no es una preocupación novedosa de Graciela. Recuerdo hace un tiempo me dijo que había que leer la carta de Freud a su hija Ana, y el orgullo que sentía porque iba a ser traducida su obra al español por don LLB.
Me gustó la caracterización de François Dachet sobre el neologismo hystorizar para referirse a los casos freudianos, debe leerse así: “devolverle la palabra a los casos en relación a lo que puede sostenerse sobre la experiencia de cada análisis con ellos, y no para repetir los casos como un eco”. Es un método que se puede observar en este libro de Graciela, donde ella usa el estilo lacaniano para el relato de casos, breves alusiones. Por ejemplo en el tejido de sueños comienza el capítulo con el sueño de una analizante, que le sirve para ilustrar la categoría de semblante que ha puesto en crisis el concepto de representación y las categorías kantianas de fenómeno y noúmeno. En feminidad al palo, el caso clínico muestra que no hay otra respuesta que la del sujeto del goce (un sujeto que no necesita el pene para gozar), mientras otra (lesbiana) como contracara, hace saber que no hay modo de escapar a la significación fálica; finalmente en música para tus oídos los dichos de la analizante son la comprobación, que no hace falta la relación sexual para tener encuentro (honrada diría Freud –agrega Graciela-, pero hay que encontrar en otro lugar la referencia de que se lo sugería al pastor Pfister).
Cuando señalaba el tema de los derechos fue lo primero que se me ocurrió recordar al abrir este libro sobre la feminidad en la hystoria. Decía que respecto a ese tema quizá Graciela pensara igual que años anteriores, y encontré efectivamente esa idea al llegar al final de la lectura, donde hablando del ginecólogo turco insiste con el tema de la posición de la mujer respecto al goce; al manifestar que “promover dar poder a las mujeres y creer que eso solo tendrá los efectos propuestos se demuestra imposible”. Para agregar enseguida que “Cuando las mujeres se acomodaban más dócilmente (aunque bastante a su pesar) por amor o conveniencia de los fantasmas masculinos que ellos mismos ignoraban, las cosas se encaminaban mediante un circuito simbólico – imaginario que lidiaba dentro de ese ámbito de las pasiones reales que podían surgir o que podían llegar a una violencia mayor pero no ‘masificada’.
¿Por qué sorprenderse, entonces, de que la promoción masiva de los sintagmas ‘violencia de género’, ‘violencia contra la mujer’, femicidio y los derechos involucrados encuentren su propio impasse masivo?”
Realiza entonces la crítica a una información aparecida en un medio de comunicación, donde se destaca que la mujer debería ser conciente de sus derechos y los modos de hacerlos valer, lo que lleva a la aclaración por parte de la autora, que reducir el cortocircuito entre los sexos a un problema de información es el impasse mismo de la Ilustración.
Quisiera realizar un breve comentario sobre ese impasse al que ha aludido tanto en este libro como en otros, Graciela. Una mujer, que no ha tenido el final de la que comenta ella aquí, que pidió casarse con la persona denunciada y terminó asesinada por el marido. Este caso por ahora resulta un poco distinto, pero manifiesta el impasse destacado: ella denuncia a su pareja y es excluido del hogar, luego retoman el vínculo y es él quien realiza la denuncia por violencia contra ella. “Los especialistas” dicen que hay bajo riesgo para el que denuncia con posibilidad de incrementarse en caso de no resolverse a través de las instancias posibilitadoras que brinda el sistema legal y de salud, que deberían cumplirse de inmediato. Y dan una serie de indicadores de riesgo, son 14 que por supuesto evitaré mencionar, pero quisiera mencionar al menos 3 de esos: que las medidas de protección otorgadas por el juez interviniente habían sido incumplidas por ambos (con lo cual se ve el destino posible), la ingesta etílica por parte de ambos y finalmente, algo que comprende al común de los mortales, la cohabitación de los nombrados.
1.Leído en la presentación del libro en el Centro Descartes en octubre de 2017.
1.Leído en la presentación del libro en el Centro Descartes en octubre de 2017.
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