BREVES 12
Lecturas comentadas
Los brevarios datan del siglo XI y tenían como fin facilitar el transporte de Los Libros de Horas a los
clérigos. Sinónimo de breve, resumen, apunte.
NANINA, 50 AÑOS.
Nanina, Germán García, Serie del Recienvenido,Fondo de cultura económico, 2011
Por Yael Noris Ferri. Practica el psicoanálisis en la ciudad de Córdoba. Integrante del Comité de Redacción de la revista Exordio. Integrante del grupo de investigación “La construcción analítica del relato: mito, ficción y genealogía” del Programa de Lectura e Investigación El psicoanálisis en la cultura, perteneciente al Centro de Investigación y Estudios Clínicos.
Lo desfamiliar novelado en la escritura
“¿Quién empezaría así? Uno que huyó de la casa paterna, mientras esperaba
el tren, con el deseo de alcanzar la eternidad de la poesía, con la desolada
decisión de convertirse en nadie para sus padres y en alguien para los otros”
En Argentina durante la dictadura militar se realizó una quema de libros, la bibliocastía, práctica hitleriana que se excusaba en la purificación del orden ciudadano. Córdoba fue centro de dos grandes fogatas públicas. La primera el 2 de abril en abril de 1976 en la escuela secundaria comercial Manuel Belgrano. Ese día el interventor Carmelo Barceló recorrió la biblioteca, seleccionó 19 libros (entre los autores estaban Marx, Engels, Margarita Aguirre, Godio y Martí) y procedió a quemarlos en el patio a la vista de numerosos estudiantes como testigos. La segunda gran fogata se produjo el 29 de abril, Menéndez ordenó la quema colectiva de libros que habían sido secuestrados de bibliotecas, colegios y universidades en los días previos. No sabemos cuántos libros se quemaron, o cuántos se secuestraron, o cuántos se enterraron. El valor del número no se halla en la cantidad, sino en el repudio de la práctica. La memoria colectiva de un pueblo nos ayuda a pensar que el número, puede ser reemplazado por el nombre. Hoy puedo hablar de un nombre recuperado de un libro secuestrado: Nanina.
La escritura novelada de Germán García se presenta en la lectura de su primera novela Nanina, escrita en el año 1968 y es uno de los primeros libros secuestrados durante la dictadura del gobierno militar de Onganía. La novela salió publicada un lunes y el miércoles ya se había agotado la primera edición. Se vendieron cuatro ediciones de cinco mil ejemplares en menos de tres meses. El editor fue Jorge Álvarez. El día 24 de diciembre de 1968 el juez Edmundo F. Sanmartino ordenó secuestrar la novela tras la denuncia del fiscal Guillermo de la Riestra. ¿De qué se puede acusar a un escritor y su obra para prohibirlo? El secuestro fue realizado en las librerías porque decían que la novela ofendía a la moral pública, por el uso que hacía del lenguaje coloquial en la sexualidad y por incluir declamaciones de tipo anarquista.
Dicha esta primera introducción y situado el contexto histórico en el que nace Nanina voy a comenzar a hablar de una posible operación de lectura. Mi primer vector propone intervenir desde el psicoanálisis mirando la obra como una novela de desfamiliariación. La novela habla sobre el fin de la niñez, el descubrimiento del mundo adulto y la juventud del protagonista. Es la novela de un chico mutilado cuya resurrección precaria no suele ser la norma sino la excepción. El entorno del mundo adulto transcurre entre lo familiar; la presencia de un padre que describe así: “Papá quería un camino donde la memoria no se anule, para olvidar las cosas avergonzantes, un camino que no tuviera vergüenza ni martirio: sólo infancias de hombres”
Y lo familiar transcurre en la vida pueblerina de Junín: “…Hablamos de Junín,
—¡Gran pueblo! —Dijo él.
Yo dije:
—Pueblo chato, pueblo-pueblo”
Un padre con esbozos de locura, acompañado por el retrato de una madre apática, que amaga envenenarse, que compra fiambre enmohecido y soporta los golpes de su marido, el hermano encarcelado y la abuela prepotente y cínica, se componen en una crítica despiadada a la institución familiar.
Uno de los grandes aportes de Lacan al psicoanálisis es que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. Entender que el sujeto en su constitución es hablado por el otro. Esta es una posible lectura que invita a realizar el psicoanálisis como discurso. Existe esta primera lengua familiar. Creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido los otros, más específicamente nuestra familia, que nos habla. Y este “nos”, subraya Lacan, debe entenderse como un complemento directo, en el sentido de que somos hablados por nuestra familia en esa trama de discursos que llamamos destino. ¿Cómo sortear esa lengua-destino? Es el argumento por el que transita Nanina, desfamiliarizarse de una condena familiar.
El padre del protagonista trabaja en un taller, destino al que se verá condenado él mismo, cuando termina la primaria: “Veo desde mi puesto al flaco cuidándose las manos. Los pocos pelos engominados, las herramientas envueltas en un trapo, el mameluco impecable y su lugar de trabajo que más que una máquina de rectificar bujes, por la limpieza, parece una peluquería para damas. Y ya no me gusta más la máquina (…) y cada día niego, lo que de la misma manera había afirmado en los primeros dos años y veo los mamelucos, ya sin cara, ya con caras que no me gustan, apretados contra los tornos, los guinches, las piedras de esmeril, las rectificadoras y tengo ganas de escapar”.
Escapar hacia la escritura, un protagonista que se avergonzaba de las manos con grasa y deseaba vestir las manos con manchas de tinta, de polvo de tiza. De manera simultánea aparecen el protagonista y el autor mostrando la pasión por construir un escritor: “Imaginaba un poema y lo borraba en la cabeza misma. Imaginaba un cuento y anotaba el comienzo, la parte del medio y el final en un papel. Luego, si lo escribía, era de otra manera, pero la mayoría de las veces metía los papelitos en la mesa de luz hasta que eran tantos que los domingos de limpieza terminaba por tirarlos por la ventana de mi pieza a la calle”.
Que la novela es autobiográfica, no quedan dudas, y que la búsqueda por habitar este camino de las letras, se canta a gritos en los dos capítulos que la habitan Lo Otro y Buenos Aires. En una entrevista que se le hace a García dice al respecto: “siempre me acuerdo de Henry Miller, en los bares me enseñó a sacar agua de las piedras. Si no tenés qué escribir, escribís: ‘no se me ocurre nada’. Sacar algo de nada…”.
En su texto La familia del Otro dice Miquels Bassols “un análisis es una «desfamiliarización» de lo más familiar”, atravesar lo que nos ha constituido, desfamiliarizarse consigo mismo, y eso es “encontrar en su historia lo que no se justifica por su mito o por su fantasma familiar”.
Un poeta que sale de la lengua materna, de la lengua familiar y hace pasar ese trauma por la lengua de la literatura. Esa es la operación que destaco de este escritor. Desfamiliarizarse del destino marcado, traicionar la primera lengua.
Nanina nace de casas casi miserables y arrabales en el estricto sentido del término: en medio de todo eso, hay que hacerse de medios para enunciar, y hay que enunciar con la fuerza tal para elevarse sobre el medio o para sustraer de él.
La consecuencia lógica con la que se topó el psicoanálisis freudiano fue también desfamiliarizar al sujeto, cuando se percató de la extremada alienación que a finales del siglo XIX y toda la primera mitad del XX se le exigía a todo sujeto: conservar el patrimonio, ser igual que los padres, repetir sus patterns.
Ya sea por la lengua de la poesía o por la lengua del psicoanálisis, como un efecto poético Germán salta la estereotipia de lalengua familiar, haciéndose un lugar de enunciación.
Desde las memorias chirriantes de García se intenta responder, tal vez, a la pregunta: ¿cómo se hace para olvidar lo traumático de la muerte de un padre? Para algunos o para uno como él, se escribe. La posible solución que se encuentra es un efecto de escritura. Se vela a través de la escritura, se cuela su sentido, novelarlo, contarlo y volverlo a contar de todas las maneras posibles. Pero tal vez lo más importante, quitarle el sentido traumático. El problema con el sentido es que “el sentido siempre es religioso”; siempre que se da sentido a la vida, a la existencia, al síntoma mismo, se hace religión, por eso la cura analítica, el psicoanálisis, no apuntan al sentido, sino a reducirlo, es decir, a ese real que señala un sinsentido en el sujeto.
La novela, vela el trauma de la muerte, comienza con la muerte de Nanina su gata y termina con la muerte de su padre.
Nanina es denunciatoria, rompe el canon literario del clásico cuento de Borges en los años 60. Conmueve lo establecido conquistando una enunciación como un lugar donde tomar la palabra.
Se sabe que Germán no venía del círculo de la literatura clásica, pero esto no impidió que su estilo se destaque en la época. La utilización de un lenguaje coloquial, lo desacartonado de los diálogos, destacan una diferencia.
Germán Leopoldo (como su abuelo materno) escribió esta novela a los 23 años, la primera edición data de agosto de 1968, fue condenado a dos años de prisión, pero su abogado Bernardo Beiderman logró reducir la condena a seis meses prohibiéndole salir del país: “Estaba orgulloso porque decía ‘República Argentina vs. Germán García’, me parecía bárbaro (risas)”, comenta en un reportaje en la revista Acheronta (2001). Rebelde frente a lo moralista, el mismo García contesta a dicho proceso con otro libro: Proceso a Nanina donde criticaba con nombre y apellido al juez y al fiscal operante. Jorge Álvarez lo publicó en la colección “Narradores”. Pero como se decía en los setenta, “los libros que quemaron van a volver”, Nanina vuelve reeditada en 2011 con prólogo de Ricardo Piglia, en la serie “Reciénvenido” haciendo alusión al significante Macedoniano, vuelve y esto puede ser una fiesta literaria.
Ensayos de herejía,Luis Andrés Bredlow. Pepitas de Calabaza, España, 2015.
Por Maximiliano Fabi. Miembro del Centro Descartes.
Como quien dice llueve
“mejor ser lapidado
en las plazas que dar vuelta a la noria
que exprime la substancia de la vida,
cambia la eternidad en horas huecas,
los minutos en cárceles, el tiempo
en monedas de cobre y mierda abstracta”.
Octavio Paz, Piedra de sol.
I
Encontré Ensayos de herejía, de Luis Andrés Bredlow, en una librería de Tlalpan, ciudad de México, luego de descubrir que había olvidado llevar algún libro conmigo. Había viajado hasta allí acompañando a mi prima, quien desde hace unos años vive en México junto a su compañero, y mientras esperaba a que ella terminase de resolver unos asuntos académicos, tuve tiempo de recorrer a gusto la delegación.
Fue luego de haber encontrado un lindo café donde sentarme que noté la carencia de lectura, pero entonces recordé una sugerencia: -a la vuelta –me habían dicho-, más allá del zócalo, hay una librería del Fondo de Cultura…- Y acaso si no fuese porque la palabra “herejía” había estado rondándome últimamente, el título de ese único ejemplar hubiese jamás llamado mi atención.
Un sombrero de verano que puede verse en la portada, olvidado entre unos arbustos, me hizo pensar en Manet, en Olympia… y luego la contratapa, en la que pude leer: “… la plaga del turismo (que es lo contrario del viaje); la condena de los estudios a convertirse en un como simulacro de trabajo fabril...”, me convencieron de que esa sería mi próxima lectura.
II
Ya en el café, el primero de los ensayos me hizo pensarme equivocado: algo en la prosa me resultaba incómodo, insoportable, y al poco entendí que el problema estaba precisamente en que se parecía demasiado a mí mismo en -valga la redundancia- mis días malos... A partir del segundo, sin embargo, ya fue posible una reconciliación: esa escritura corrosiva -me dije- no era sino el resultado de una inteligencia solitaria que insiste en defender a la razón sobre el peor de los campos de batalla, es decir, entre el confort estatizado que el Capital se ha encargado de desparramar por toda Europa.
Recordé entonces una conversación que recientemente había mantenido con mi prima acerca de sus investigaciones: contra ciertas posturas locales que insisten en plantear que las luchas sociales en nuestro país son tanto más eficaces que las mexicanas debido a la debilidad represiva del Estado argentino, ella sostiene que esa incapacidad coactiva es más bien la apariencia que refleja la legitimidad, aún creciente, que el Estado tiene todavía en Argentina. Y efectivamente, bien mirado, el Estado en México, antes que una debida garantía para el pueblo -o, como lo definiría Andrés Bredlow, para eso que hay en los mexicanos y que aún no alcanza a individuo-, es más bien un a pesar… por lo cual me parece que la diferencia con el caso argentino resulta notoria, pues allí -es algo evidente- la esperanza de aquel resto de vida e inteligencia se aloja siempre en la exigencia de leyes, subsidios y permisos.
III
En el que acaso sea el más blasfemo de sus ensayos (Razones contra la Democracia), Andrés Bredlow ofrece -aunque sin proponérselo- una explicación para esa bifurcación que mexicanos y argentinos representan en sus vínculos con el Estado:
“Bien se entiende, por tanto, -empieza diciendo en la página 149- por qué la tirania del dinero tiene que aspirar siempre a la forma de gobierno democrático y liberal: pues a fin de que el Dinero pueda reinar como Señor absoluto, sin tolerar a ningún otro poder a su lado, es preciso que los individuos o átomos dinerarios no obedezcan a nadie más que a su propia ley constitutiva, que es la búsqueda de su máximo beneficio personal, sin más restricciones que las que hagan falta para garantizar el funcionamiento del conjunto. Y puesto que cada individuo es de por sí una mera partícula de Capital y, por tanto, constitutivamente reaccionario, conservador de su ser y aspirante al beneficio personal, es evidente asimismo que la suma de las voluntades individuales, que constituye las mayorías democráticas, no puede ser otra que la voluntad del Capital total”.
Lo cual viene a dejar en claro que si en Argentina se desespera tanto por lograr y perpetuar democráticamente el intervencionismo estatal, eso es porque en realidad lo que no se puede -y no se soporta confesar- es renunciar al liberalismo que nos constituye endémicamente como individuos (o, a decir de Bredlow, como “átomos dinerarios”…), con lo cual, de repente, me vino algo así como una comprensión, a saber, que este viaje a México, las ideas que mi prima había compartido conmigo y la lectura del libro de Bredlow, sumados al debate que tan sólo hacía unos días había mantenido con unos amigos de ella, también argentinos, que se encontraban parando en su casa y que no dudaron en definirse como “militantes de leyes”, concentraban de alguna manera toda la potencia que el momento histórico abre a la Historia:
Por un lado, ahí estaba el triunfo del Capital y el Estado, quiero decir, el triunfo de esa fe en el futuro (antes progreso, hoy desarrollo) contra la que Andrés Bredlow se subleva, y que no representa más que la producción, distribución y consumo de inutilidades (o trabajo socialmente innecesario). Es este el camino europeo; el camino de un Estado presente y legitimado.
Por otro lado estaba el camino argentino, es decir, el de un Estado ausente pero aún así legitimado, que acaso sea el mejor ejemplo de eso a lo que Bredlow pretende referirse cuando sostiene que el Capital no se funda en un modo de producción sino en una fe religiosa, ya que efectivamente, en Argentina (o en Buenos Aires al menos), de lo que se trata es de rezar (por más que a eso muchos prefieran llamarle: “exigir al Estado”), siempre a la espera no de un Dios (ese lugar ya está ocupado) sino de un sumo sacerdote mediador (o sacerdotisa...) que será endiosado en tiempos de bonanza y luego cacheteado en las crisis, tal como ocurría a los reyes en los antiguos ritos mesopotámicos.
Y finalmente, si he de creer a mi prima (y si he de creer en lo que yo mismo he podido entender de México durante esta, mi breve estancia), se halla el camino mexicano, es decir, el camino del descreído, al respecto del cual puede que sea oportuno advertir que de descreído puede ir a creyente si acaso ese otro Estado enemigo del Estado, otrora y hoy spiritus gladius, logra aprovechar el descuido del tiempo para correr disimuladamente los mojones un poco más en beneficio de lo eterno. Sin embargo, ya advertidos y atentos, puede que entonces este sendero sea el más parecido a ese en que piensa Bredlow cuando escribe que “así está claro que todo el tinglado habrá de desmoronarse por fuerza apenas cunda, un poco por todas partes, la sospecha de la vanidad de esa fe y empiece a ponerse en duda la necesidad de la mano ordenadora del Gobierno, la necesidad de ganar dinero, de vender y de venderse, y se ponga la gente por acá abajo a averiguar si no había algo más, y a ver qué pasa...” Porque en efecto, el Estado mexicano no sólo se encuentra ausente sino además deslegitimado, y quizás a eso se deba que haya tantos policías y soldados en las calles, los cuales, a través de sus rifles, máscaras y camionetas acorazadas, hablan más de una carencia -tal como ya nos ha enseñado Kojève- que de un ejercicio efectivo de la autoridad.
IV
Este libro de Luis Andrés Bredlow, que apareció por primera vez en junio de 2015 a través de la editorial española Pepitas de Calabaza, se encuentra dedicado “a Felicidad”; y yo, si acaso mi yo tiene algo de racional, puedo dar fe de que la razón (o eso que Bredlow piensa impersonalmente y que llama razón, y que asimila asimismo al lenguaje) no encuentra algo distinto en la lectura de sus páginas, todo lo cual ocurre no a pesar sino precisamente debido a eso mismo que descorazonaría a muchos, pues títulos como “El culto a la fealdad”, “Reformas, no gracias”, “El fraude del turismo y la decadencia del viaje”, “No queremos ir al futuro” y “Razones contra la Democracia” (son algunos), representan verdadera esperanza (o al menos una feliz anti-esperanza) para eso que a través nuestro piensa, habla, razona -más allá y más acá del individuum que somos o creemos ser-, y que acaso sea, como propone Bredlow, lo único común que podamos reivindicar como especie.
Finalizada, pues, la lectura, sentí deseos de estrechar la mano del autor de estos Ensayos de herejía, pero Internet, sin embargo, me hizo saber de la imposibilidad: Luis Andrés Bredlow murió en septiembre de 2017 a la edad de cincuenta y nueve años, debido a un cáncer que lo consumió en tan sólo seis meses. No pude evitar pensar en Ignacio Lewkowicz, y más aún en ese libro suyo maravilloso: Pensar sin Estado.
Piensa, como quien dice llueve…
Vía Férrea,Aharon Appelfeld,Losada,Buenos Aires, 2005
Por Eduardo Rubinschik, escritor: Trama, cuentos propios y de Mariano Fiszman, 1987.Con las antenas puestas, teatro para chicos, 1991.Amor a las deudas, cuentos, 1999.Lisböe o las partes del agua, novela, 2004.La suma del olvido, novela, 2009.El tiempo involuntario, novela, 2013.Las mutaciones del mal, teatro, en coautoria con Luis Roffman y Paco Redondo, 2013.La entereza, novela, 2017.
Tampoco hay perdón para los inválidos
Vía férrea de Aharon Appelfeld es simple en apariencia, pero resulta compleja y múltiple; transparente y sombría, su escritura trasluce una humilde grandeza, en un pacto de altura con las palabras, nunca sensiblona ni efectista (en la traducción de Raquel García Lozano que intuyo muy buena, a pesar de mi ignorancia del hebreo y de ciertos españolismos inevitables que serán ruidosos a cualquier lector argentino, nada a lo que no estemos acostumbrados).
Novela de viaje ferroviario, tiene ese dinamismo a la vez conjugado con la fijeza de una novela sentimental. Avanza en un sentido, los pueblos europeos del itinerario prefijado son recorridos, como todos los años, y el tiempo transcurre sin sorpresas. Los eventos relevantes pertenecen al pasado rememorado por el narrador; a la vez se lee un detenimiento, una foto irrespirable, marcada por la historia y por la marca de la historia en los cuerpos y los ánimos, el propio y el de los demás. En los años anteriores se ha cimentado una experiencia que ahora se narra para que la historia, por fin, avance en este viaje. Ese es, pues, el hito que invita a narrar y justifica el hecho de hacerlo. El narrador dice que la ruta y la memoria se inscriben en su cuerpo, y que su memoria es su tragedia. Las pesadillas y la melancolía son la materia con que se convive.
Es el relato, entre otras cosas, de una venganza "en silencio, sin preguntas y sin rencor". El dolor ya ha sido tan transitado, que en verdad ni siquiera cabría hablar de venganza, sino de una tarea, una misión opaca como el paisaje, y que como punto de partida en el exterminio que la ha provocado, la convierte en un natural y sencillo acto de justicia.
El protagonista recorre como un nomade y así parece recrearse la infancia clandestina con su padre comunista, tácitamente también los vagones llenos de gente al matadero, y en el silencio de su novia Bella, mujer de la que nunca se logra olvidar, acaso vuelve el de su madre.
"En Pracht, los sueños caen de mi como la costra de una herida cicatrizada, y puedo dormir".
No hay, no puede haber hogar. Lo que hay es la búsqueda de restos, objetos que dan cuenta de la existencia de lo que fue exterminado. Un par de veces a lo largo del camino se trata de legados, regalos dados al protagonista, por algunos personajes de esa galería donde figuran los distintos tipos de relación con el judaísmo: un cuarto de judio, la exnovia de un judio combatido por la familia, el convertido, el judio comunista que odiaba al empresario y al comerciante judio y alentaba los atentados: todos los tipos posibles que atraviesan la medula de la historia europea, incluso varios exterminadores satisfechos con la misión cumplida, hasta llegar al lisiado, en la antesala de dar con el blanco, con Nachtigal.
Nacht en alemán significa noche, y el apellido entero, agregándole una ele más, significa ruiseñor. La novela persigue el canto de ese ruiseñor hasta encontrarlo. Imposible o huecamente distraído sería leer este libro sin pensar en cómo la Historia repica en épocas y espacios distintos, por ejemplo en el símbolo que representa uno de nuestros ruiseñores nocturnos del horror, que hoy intenta descansar en su casa en Mar del Plata.
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