Número
19
Marzo
de 2019
En este número:
CAROLINA
SAYLANCIOGLU
MAXIMILIANO
FABI
ANDREA
BUSCALDI
LEONOR
CURTI
Informes para el psicoanálisis. Una salida, Germán García, 2018, Otium ediciones, Buenos Aires.
Por Carolina Saylancioglu (Miembro del Centro Descartes)
“Por
favor, padre, deja que el futuro siga todavía durmiendo como merece.
Ya que si uno lo despierta antes de tiempo, tiene entonces un
presente dormido. ¡Que sea tu hijo el primero que tenga que
decírtelo!”
Franz
Kafka, Mundo
urbano.
El
libro que compila los textos de Germán García publicados entre 1988
y 1991 en una columna de la revista Babel,
se puede leer como un Manifiesto. No solo por lo claro o evidente,
sino también porque, en cuanto al psicoanálisis, se presenta como
«documento en que una persona […] hace públicos sus principios o
intenciones» (tal es la definición de manifiesto en el diccionario
María Moliner).
Podría
decirse que cualquier libro en que se declara una política es un
manifiesto, pero estos textos, en el contexto de su publicación
(pasado y actual), se suceden además como actos: hacen
públicos ciertos principios e intenciones. Cito del libro:
Jacques-Alain Miller lo dice de manera precisa: el saber supuesto
tiene que convertirse en saber expuesto. ¿Para qué? Para que del
psicoanálisis se transmita algo más que una creencia, lo que
significa una apariencia (semblant)
de acto. (p. 66/67)
La
apariencia de acto contempla dos dimensiones del psicoanálisis: la
intensión y la extensión. La última alude no solo a la propaganda
del psicoanálisis, a su difusión, sino también a la existencia de
nuevos análisis, que a su vez determinarán lo que se constituye
como análisis en intensión. (p.60) Estos términos –intensión y
extensión- son tomados del cancionero popular de los analistas y
vueltos a explicar en conexión con los términos de clase
–connotativo y denotativo-, tal como hizo Jacques Lacan varias
veces. (p. 61/64) En Germán García, lo aludido en un artículo se
vuelve una condición de trabajo en el próximo.
Con
un esfuerzo que hasta hoy no se ha repetido sobre la tierra –dice
el mono kafkiano de Informe
para una Academia-
alcancé la cultura media de un europeo. Con ese esfuerzo, Germán
García ha marcado los mapas del psicoanálisis castellano. De la
Argentina a España y retorno.
Si
de retornos se trata, el que importa en el psicoanálisis es el de lo
reprimido. “Dedicado a la apertura de lo excluido” (p. 40), el
psicoanálisis encuentra la verdad en esa trama problemática entre
la historia y la memoria, en la que la primera -la historia- se
relaciona con documentos, y la segunda –la memoria- está ligada a
un cuerpo. Este manifiesto hace historia en los términos que Germán
García encuentra en Le Goff (Histoire
et mémoire,
Gallimard, Paris, 1988).
«…pone en juego problemas y términos complejos; lo vivido, el
tiempo, el pasado, el presente, el futuro, el acontecimiento y la
duración, el hombre y las sociedades». Los nombres, al fin, son el
valor fundamental de la historia, y quizás el peso específico de la
memoria.
Como
dijera Guillermo Saavedra (director de la revista
de libros,
Babel)
en la presentación de este libro, algo más de historia se lee
también en el prólogo de Beatriz Gez.
Para
concluir, un pasaje sobre el comentario
(de libros), del que entonces se dijera «que parece desfallecer
entre nosotros» (p. 84). En el artículo de diciembre de 1990,
Germán García rescata de una mesa de saldos un libro de Carlos
Correas titulado Kafka
y su padre.
Este autor le había sido mencionado por Oscar Masotta. Según
Correas, en su Carta
al padre,
Kafka es “alternativamente abogado y acusador de sí mismo, y por
consiguiente, fiscal y defensor del padre” (p. 81) La sentencia es
reverso de lo que otros han considerado una manía o una de las
obsesiones más permanentes en la obra de Kafka: el padre. Germán
García encuentra una excelente descripción de Hermann K., el padre
de Franz: «recela de todo y de todos, inventa enemigos para no tener
que sorprenderse si los encuentra, es altanero, ilimitadamente
suspicaz, (…); degrada en principio (es la función suprema de su
lenguaje indecente) y vive en lucha preventiva contra todo lo que
pudiera lesionar su prestigio, y como su ceguera para la interioridad
de los otros no es una privación, sino una práctica, está
acompañada de una conciencia muy aguda de que los demás son sujetos
capaces de volver sus libertades de sujetos contra él, por lo que
mediante un espectáculo intimidante de autoridad tiránica trata de
postergar al infinito el despertar de esa libertad».
Aquí
diremos lo que prefiriera V. Nabokov: el padre es en Kafka el alma de
su compleja maquinaria literaria, que a su vez se teje para velar “el
vacío de aquello que ama.” (p.84)
Zadig,
o el destino,
Voltaire,
en: Cuentos,
ed.
Hyspamérica, Bs. As., 1988.
Por
Maximiliano
Fabi
(Miembro del Centro Descartes)
Voltaire,
Eco de Heródoto, y yo también...
“La
llamaban Mi-suf. Luego me dijeron que este nombre significa en
lengua egipcia la
bella caprichosa."
Zadig,
o el destino.
Heródoto
(c. 480-420 a.C.), al asomarse al umbral de sus Nueve
libros de la Historia, inscribe
una curiosa pieza de estilo oriental: cuenta allí que a juicio de
los bárbaros, si bien podía ser cierto que la antigua hostilidad
entre griegos y persas se debiese a la no menos remota costumbre de
andar robándose mujeres mutuamente, esa rivalidad no llegaría a
convertirse en raison
d'État
sino por culpa de los griegos, quienes -de entre ambas celosías-
habrían sido los primeros en exagerar, reuniendo a un ejército
imbatible y arrasando a un imperio completo debido a haber tenido
que anotarse un nuevo y acaso demasiado famoso resultado
desfavorable en los anales de aquella histórica disciplina
olímpica... En este sentido, decían también aquellos persas
entrevistados por Heródoto “...
que, en su opinión, robar mujeres es a la verdad cosa de hombres
injustos, pero afanarse por vengar a las robadas es de necios,
mientras no hacer ningún caso de éstas es propio de sabios, porque
bien claro está que, si ellas no lo quisiesen, nunca las
robarían."1
Tres
páginas de Voltaire (1694-1778 d.C.) retornan sobre ese fragmento
de zen y tiro con arco: en Zadig,
o el destino, el
protagonista (no un persa, pero sí, al menos, un babilonio) rescata
a una mujer de los golpes de un hombre celoso, al cual -debido a la
propia furia traicionera del violento- se verá asimismo obligado a
matar.
Luego
de excusarse por ese baño de sangre involuntario, Zadig (que así
se llamaba el mesopotámico) preguntará cortésmente a la socorrida
si acaso existe alguna cosa más que él pudiese hacer por ella...
-“¡Que
mueras, asesino! (...) ¡Que mueras! -mandará a hacer la dama-. Has
dado muerte a mi amado; quisiera arrancarte el corazón."
Zadig,
contrariado, le dirá a la señora que “en
verdad teníais un amado muy extraño. Os golpeaba con todas sus
fuerzas y quería quitarme la vida porque vos me habíais pedido que
os socorriera"... Pero la extraña señora del aún más
extraño amor se pondrá entonces comprensiva -y un poco
nostalgiosa-, y entre suspiros por la Arcadia de una margarita ya
sin hojas, dirá de aquel -su amado malhechor- que “ojalá
pudiera seguir maltratándome (...) Bien me lo merecía, le había
dado celos. ¡Pluguiera al cielo que él siguiera maltratándome y
que tú estuvieras en su lugar!"
No
terminará de haber dicho esto la dama cuando de pronto habrán
aparecido cuatro jinetes; éstos la identificarán con el curioso
objeto de una búsqueda y entonces, por la fuerza, habrán de
llevársela con ellos.
-“¡Socorredme
una vez más, generoso extranjero! Os pido perdón por haberme
quejado de vos"-, exclamará a los gritos mi
dom
desde la grupa; pero Zadig, tal como si estuviese escuchando al
Mordisquito de Discépolo, le responderá: “contádselo
a otro...", a mi “no
me volveréis a atrapar", pues acaso sea oportuno considerar
que allí donde suele haber un celoso, no ha de resultar
sorprendente hallar también una celada...
Sin
embargo, ¿no es acaso esa oportunidad lo que queda justamente
proscripto si no tenemos en cuenta que -como advierte Graciela
Musachi en su texto, El
ginecólogo turco-
“aunque
el Estado deba operar con leyes universales e ignorar lo que después
de Freud no se puede ignorar (que el ser hablante no sabe nada de
hasta dónde pueden llegar sus propias pasiones), reducir el
cortocircuito entre los sexos a un problema de información se
demuestra infructuoso"? No en vano Musachi concluirá esa frase
diciendo que esto “es
el impasse mismo de la Ilustración"... y por eso -entonces- he
ahí lo oportuno:
ya
que esas iluminaciones no tendrán más efecto que el de opacar
aquello que el ginecólogo turco, redoblando la sombra, ilustrará
al recordarnos que las luces
guardan
también la curiosa facultad de encandilar...2
Zadig,
o el destino, de
Voltaire, no sólo vuelve sobre las antiguas páginas de Heródoto
sino también a la filosofía de Guillermo de Baskerville, monje
franciscano, empirista, cuya obra medieval -datada en la amplitud
del siglo XIII d.C.- Voltaire evidentemente conocía y admiraba, al
punto de parafrasear -casi de manera literal- una de las más
famosas hazañas intelectuales del filósofo (el hallazgo
especulativo del caballo del Abad), haciendo que Zadig deduzca a los
perdidos caballo del rey y perrito de la reina, únicamente a través
de una mínima serie de indicios... lo cual, por otro lado, llevó a
varios magos a querer hacerlo quemar.
Tiempo
después (siglos...), el italiano Carlo Ginzburg habría de
reivindicar este método en un artículo llamado Indicios.
Raíces de un paradigma de inferencias indiciales, donde
a pesar de haber rastreado su genealogía desde el relato de
Voltaire hasta los cazadores del paleolítico, omitirá toda
referencia a la heurística del franciscano. Esto, a decir verdad,
resulta comprensible: si Zadig es Guillermo, y Guillermo es cada uno
de aquellos tres hermanos orientales que describieron perfectamente
a un camello que nunca habían visto antes, basta con haber leído a
Eco (1932-2016 d.C.) para inferir a Voltaire, así como a todo el
paleolítico. Después de todo, como enseñaba allí Ginzburg,
“cuando
las causas no son reproducibles, sólo cabe inferirlas de los
efectos".3
Puede
que entonces tengamos que asumir que debemos Zadig
a
El
nombre de la rosa... sin
embargo, eso no quita que a través de una diacronía un poco más
ortodoxa podamos afirmar que debemos a Voltaire aquello que -a decir
de Germán García- alguien
podría reconocer en el psicoanálisis: “una
respuesta al fracaso de la ilustración y que no es el retorno de la
religión".4
Tales, pues, son los nudos del tiempo...
Miserere,
Germán
García, Editorial Mansalva, Buenos Aires, 2016.
Por
Andrea
Buscaldi
(Miembro del Centro Descartes)
¡Economía,
economía!
I
Miserere,
la última novela de Germán García, es el relato de un viaje años
después, décadas.
Un viaje literal y metafórico. Un muchacho
que
escapa de la casa paterna a la ciudad para ser poeta. Un
hijo
loco
y
sus compañeros de ruta: Rilke, Rimbaud, Baudelaire. O viceversa:
ser poeta para escapar de la casa paterna. Porque poeta es una
palabra más que un atributo del ser, una palabra amuleto. Poeta es
antónimo de destino, destino que no es ni dios, ni oráculo, es una
voz gramatical pasiva o una oración unimembre, como quien dice,
llueve. Metafórico, porque el tren simboliza un pasaje, como un
rito de iniciación: el comienzo de la llamada vida adulta y el fin
de la infancia, ese
lugar inventado al que siempre se puede recurrir.
Metafórico, también, porque en Miserere
el
viaje es su relato, como un Moby Dick con sus bares cuál barcos
balleneros (Piglia,
dixit). Al final, como los sueños a partir de Freud, son su relato,
en Miserere,
todo
viaje es viaje de vuelta.
II
Miserere
es
la trama de las palabras más que de los hechos. Narrada en primera
persona, no es diario, ni confesión,
mucho
menos, novela del yo.
Su
narrador, lejos de evocar
(Las
remembranzas de un viejo idiota),
se escribe un pasado bajo las consignas que él mismo enuncia. Como
ese
pasado inventado por el tango. Según
Borges, el
santo de los profesionales,
de
origen orillero, coraje compadrito y niños bien. Después Gardel lo
convirtió en escena dramática con sus tópicos: el hombre
abandonado, la decadencia física de la mujer, y a la par, un tono
quejoso, llorón. Pero el tango no es bolero, tampoco folklore, con
su
exaltación del paisaje, la picardía elemental de sus amores y el
elogio de la mansedumbre. En
Miserere
las
palabras no son como la moneda gastada de Mallarmé, que pasa de
mano en mano, en silencio. Están puestas bajo la propia lupa por
sobre el sentido común. ¿No se ama acaso a los amigos? ¿De qué
hablamos cuando hablamos de amor? Amplificadas, resuenan, como el
lenguaje de la infancia, azulunala,
y
en su sobredeterminación significante crean nuevos núcleos de
sentido. Así,
Zoster,
el
amigo alemán del coronel: ¡es el nombre del herpes conocido como
culebrilla! Latente, en el propio organismo, como al acecho...
III
Nanina,
la primera novela de Germán García, fue publicada en 1968 cuando
García tenía 23 años. En el prólogo de su última edición,
perteneciente a la serie
del recienvenido,
Piglia señala una ruptura con cierto modelo narrativo ligado a la
elipsis y la discreción. En ese sentido, Nanina
es
lo opuesto a Miserere,
Nanina
es
un “derroche” de narrativa. Sin embargo, ya por entonces,
décadas,
se le puede atribuir a Nanina
un
tratamiento del lenguaje idéntico al señalado. Hay en Nanina
párrafos
que van de una tierna infantil melancolía a un lirismo desopilante:
“Mi
padre y mi madre, mis hermanos y yo. Una luzventana cerca y un
resplandor agazapado de lucesventanas sobre la bóveda general de la
noche. La luna como moviéndose entre las nubes: una luna mal
recortada de papel satinado pegada en un cuaderno, una luna borrosa,
cargada de locura, llena de luz y creadora de ansias inalcanzables.
Una luna, como decir, una luna muerta, como decir estaba allí y nos
hacía percibir las distancias del mundo con el mundo y del mundo
con nosotros”.
“Pueblo,
gran solidario pueblo: pueblo poblado de pobladores del pueblo:
pueblo pueblero de Junín: pueblo despoblado de la Argentina: pueblo
del mundo: pueblo universal. La Patria del Pueblo Pide la Dignidad
Perdida en los Bastiones Sagrados de sus Duras Jornadas siempre con
la Voluntad del Pueblo Voluntarioso. Escuchábamos sus discursos,
pero sabíamos que ésas eran las cosas que ellos se decían para
pasar sus fiestas y si bien pertenecíamos al Pueblo de la Patria,
en particular seguíamos corriendo el animal dinero con la certeza
de que no era siguiendo los discursos y sus consejos como se lo
cazaba.”
IV
Miserere
está ubicada en geografía porteña, en un contexto histórico y
político determinado. Sus referencias dibujan una cartografía
libidinal orientada por la brújula de un deseo, damas
y
libros.
Se podría decir que en Miserere
el qué es el cómo, el
ritmo más que los temas.
Igual que sus personajes, que son como hablan, un
tono, una retórica,
sin apelar a causas históricas, morales o psicológicas. Miserere
es
un buen ejemplo de economía narrativa, como una consigna de moda
hace años atrás, décadas:
Menos
es más. Parece simple pero hay que tener oficio. “Economía,
economía” es el modo singular en que Hamlet apunta contra las
nupcias de su madre recién viuda. Según cómo se mire, un chiste,
o un modo de ser
cómico en la tragedia.
En Miserere
no
hay boda ni funeral. Hay amor y muerte. Nada trágico, sinónimos de
literatura.
Palabras
de ocasión. Entrevistas a Germán García,
Germán
García, [César
Mazza (comp.)],
Editorial Los Ríos, Córdoba, primera edición, 2018.
Por Leonor Curti (Miembro del Centro Descartes)
Por Leonor Curti (Miembro del Centro Descartes)
“(…)
y es lo que hago cuando sonrío como quien está fuera de la pelea, Y
VICEVERSA – y es lo que hago cuando diciendo cosas claras “les
meto oscuridad” y, naturalmente, VICEVERSA- (…)”.
La
mano que tiembla, de:
Nada
personal,
Pier
Paolo Pasolini, Ediciones en Danza, 2016.
Empiezo
con un witz,
inspirado
en la poesía del título de este libro, que muy freudianamente,
desliza un trozo de verdad: hay ocasiones para las que faltan las
palabras. Hacer el comentario de este contundente, inteligente, vital
y vigente volumen, va a verificar el witz.
Estoy segura. A pesar de lo cual… evoco los momentos en los que
pude charlar sobre él con Germán García, y me animo a hacerlo, no
sin apelar a la indulgencia del lector.
Y
cito a Pasolini, y La
mano que tiembla,
desde el sentimiento tan humano como cálido de pensar que le habría
gustado que encabezara este texto así.
Otro
witz
en
sí mismo es lo que se esconde detrás del título, en apariencia
simple; detrás del tono coloquial de las entrevistas recopiladas de
distintos medios desde 1969 hasta 2015: al avanzar en la lectura,
tuve la sensación de transitar un texto imprescindible, que
entreteje al cabo de las décadas, la marca de una vida; que escribe
la letra que diferencia con claridad a la vez que anuda los campos
del psicoanálisis, el de la literatura, y el discurso contemporáneo
con sus deslizamientos, con sus incidencias a nivel del goce.
Las
magias verbales.
Esta
luminosa fórmula procede de una cita de Ricardo Piglia, escritor infatigable, amigo de García, y como él, constante conversador
movido por un deseo nunca en reposo.
Con
la introducción a cargo de César Mazza, Palabras…
está dividido en siete capítulos: Entrar
al juego, Marcar, Nadar a contracorriente o una guía para no seguir,
Extemporalis actio, Una cita a ciegas, Sin balance, seguir entrando y
Declararaciones. Mazza
nos anticipa el tono general de las entrevistas que el lector irá
disfrutando, no sin pensar, no sin cuestionarse.
Parte
de diciembre de 1944, en Junín, Provincia de Buenos Aires, donde
nace Germán García. Una infancia de juego, sol y la alegría y
misterio del despertar sexual hacen su entrada en el debut literario
y exitoso de García, Nanina.
Escrita a los jóvenes 23 años del autor, plasma retroactivamente el
deseo cada día más imperioso de vivir la vida, y de hacerlo en la
ciudad de Buenos Aires.
Nanina
da
cuenta de un acto que en tanto tal no podrá deshacerse. No habrá
retorno ni al Junín natal, ni al sentido común, ni a los ideales
pret-a-porter
de una Argentina aspiracional y meritocrática. La partida será un
canto a la búsqueda de la experiencia, en detrimento de los ideales
como el Estado, el pueblo, la patria, el bien, Dios. Joyce,
Dostoyevski, Sloterdijk, Freud y Masotta, Lacan y Miller señalan la
orientación: ir contra el uso anestesiado de la lengua, a favor del
efecto de corte, del agujero que la lengua puede producir, y servirse
para ello de la cadencia popular que acerca al otro, no para
convencer ni difundir, sino para incidir, para transmitir.
Leemos
sobre Nanina
y
el proceso de la prohibición, de la sexualidad y la censura, y de
Cancha
Rayada,
segunda novela de García,
que él mismo define como una versión libre de Edipo
de
Sófocles.
De la entrada del Psicoanálisis en la Argentina, de su encuentro
fecundo con Oscar Masotta y a través de él, con Lacan; de su paso
por España, país en el que vivió varios años a comienzos de los
´80.
García
contará en las distintas entrevistas su encuentro con los discípulos
de Lacan. Resalta la importancia del concepto de extimidad
y de buscar para el lacanismo una política cultural; del nudo
libidinal que encarna la familia, y el paso de la tragedia a la
comedia que el Psicoanálisis produciría, pasando por el humor,
donde no faltarán las menciones literarias a Gombrowicz, Klossowski,
Joyce, Rimbaud, Arlt, Cabrera Infante, Kafka, Cervantes.
También
sobre su vuelta a la Argentina, el uso que algunos hicieran de
Masotta y su escuela, luego de su muerte, la fundación de la EOL, de
la AMP, de la Biblioteca Internacional de Psicoanálisis en Barcelona
y luego de la Fundación y Centro Descartes en Buenos Aires, que
García gestó, presidió y animó con entusiasmo sin igual.
La
melancolía, la pérdida del objeto amado, el vacío de objeto
alrededor del que se escribe en el barroco; el encuentro de Lacan con
la obra de Joyce, la reson,
la sublimación, el poder, el saber, el discurso de la ciencia, de la
biología, de la genética, son otras de las tantas coordenadas por
las que García transita con maestría de equilibrista, delimitando
la coherencia y vigencia de un decir único, propio, que se ocupó
con seriedad tanto del mandato del mercado y del amo moderno, como de
la crisis del 2001 en Argentina y los cacerolazos, de Bush como de la
teoría del gusto; de los síntomas modernos, las técnicas
conductuales y el poder configurador del lenguaje, como de la
felicidad en tanto política e imperativo categórico.
Finalmente,
encontramos una entrevista en la que García habla del estilo tardío,
desarrollado por T. W. Adorno, que es el que aparece no cuando se
escribe con el currículum detrás sino con la muerte frente a uno.
Se
cierra el volumen con la transcripción de críticas y opiniones
valiosas sobre G.
García,
hechas por voces fundamentales del pensamiento, las letras, el
psicoanálisis y la cultura nacionales como internacionales (María
Moreno, Horacio González, Ricardo Piglia, Tomas F. Glick, Judith
Miller, Jacques-Alain Miller, Gustavo Dessal, Oscar Masotta, Marcelo
Izaguirre, Graciela Musachi, Eric Laurent, entre otros). Así como
con el agradecimiento a todos aquellos que realizaran las entrevistas
reunidas y publicadas.
“A
los lectores que están llegando…”
Con
esta apelación que abre el libro, es que quiero entusiasmar más aún
a esos lectores probables para que vayan al encuentro de Palabras
de ocasión…,
ya que con su lectura (además de “escuchar” a una de las voces
más vitales, lúdicas y originales que iluminara los discursos del
Psicoanálisis y de la cultura -si es que, en el caso de la cultura,
algo así existiera- tanto en nuestro país como en Europa)
verificarán que Germán
García
trabajó incansablemente por la vida animada por el deseo a través
de la palabra, y que encontró un estilo, luego de la prohibición de
Nanina,
entre la ironía y el humor, que lo resguardó, que lo puso a salvo
durante los años oscuros de la Argentina, haciendo honor a la frase
que guiara la revista Literal,
que dirigiera y fundara allá por comienzo de los ´70: “no matar a
la palabra, no dejarse matar por ella”.
Por
último, verán que la ironía de la vida, esta vez, fue la que con
un pase de extraña magia, hizo que su decir, a los pocos días de
presentado este imprescindible libro en el Centro Descartes, se
elevara a la dignidad inapelable de la ex sistencia, proclamando para
Germán
García
un lugar insustituible en la República de las Letras; así como una
voz insoslayable en el seno del discurso del Psicoanálisis.
2
Ver: Graciela Musachi, Encanto
de erizo, ed.
Katz, Bs. As., 2017. Las citas están tomadas de la página 154.
3
Carlo Ginzburg, Indicios.
Raíces de un paradigma de inferencias indiciales, en:
Mitos,
emblemas e indicios, ed.
Gedisa, México, 2008, p. 157.
4
En: Germán García, Palabras
de ocasión. Entrevistas a Germán García [César
Mazza (comp.)],
ed.
Los Ríos, Córdoba, 2018, p. 66.
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