Número
20
Abril
de 2019
En
este número:
JULIO
RIVEROS
ANDREA
BUSCALDI
MAXIMILIANO
FABI
*
El
psicoanálisis y las teorías del lenguaje,
compilación y traducción: Guillermo L. Koop, Editorial Catálogos,
Buenos Aires, 1988.
Por
Julio
Riveros
(Alumno del Programa Estudios Analíticos Integrales)
Sobre
“¿Por qué lingüistería?”
Dedicado
a Germán García
“Porque dejarse conducir así por la
letra de Freud hasta el relámpago que
ella necesita, sin darle cita de antemano,
no retroceder ante el residuo, recobrado
al final, de su punto de partida de enigma, e incluso de no considerarse satisfecho
al término de la trayectoria del asombro
por el cual se entró, ...”
Lacan,
J., De
un designio.
“Freud
hace acontecer a la lengua”. Bajo esta consigna, Graciela Musachi
inició el Curso 2019 en el Centro Descartes,
Lacan-Freud, idas y vueltas. El lenguaje del psicoanálisis, entre
evidencia y contradicción.
Las
clases de Musachi llevan por título Equivocación-Freud,
equivocación Lacan.
Con la publicación de El
chiste y su relación con lo inconsciente
(1905), Freud hace acontecer
a la lengua,
la hace hablar. Los otros textos que se toman como referencia son El
sentido antitético de las palabras primitivas
(1910) y Psicoterapia,
tratamiento por el espíritu
(1905), que constituyen la base textual para el inicio de un periplo
por las referencias de un libro luminoso de Guillermo Koop, El
psicoanálisis y las teorías del lenguaje
(1988), con textos de Karl Abel, Wilhelm von Humboldt y Hans Sperber,
traducidos por el compilador, autores que dan cuenta de diversos
modos
de
considerar el lenguaje.
El
libro de G. L. Koop contiene un prólogo (¿Por qué lingüistería?),
escandido en tres apartados. El primero -y al mismo nos cernimos-
despliega la pregunta por la traducción y por su estatuto de
operación,
como la lectura. Señala el esfuerzo de Lacan por traducir la letra
de Freud, advertido de las dificultades del pasaje de sentido
implícito en toda traducción y no sólo eso. Lacan lleva a cabo esa
labor con sumo rigor. El punto de partida y el punto de mira siempre
es el texto freudiano.
Esta
aproximación lacaniana remite al modo en que el lenguaje es tomado
en el psicoanálisis. Koop señala que se trata de una cuestión
limítrofe, el planteo de cómo debe interesarse el psicoanalista por
el lenguaje.
Los
textos que Koop compila en este libro (todos autores de lengua
alemana), representan interrogaciones muy precisas a la cuestión del
lenguaje, de los modos
en que las diversas teorías lo abordan y más allá de la indudable
calidad de las traducciones y sus comentarios.
Lacan
se interroga qué es la lectura en el Seminario,
Las Psicosis.
También en
Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis y
en La
instancia de la letra,
la pregunta es por el lenguaje y por el modo en que el psicoanalista
lo aborda en su praxis. Freud, inicia, da comienzo, inaugura una
dimensión diversa a la del lingüista: la operación de Freud no
queda reducida al “gesto saussuriano”, como dice Masotta. Se
trata de una lectura sobre los efectos del uso de las palabras,
mecanismos que Freud descubre en
El chiste y su relación con lo inconsciente,
texto que Musachi señala como el que “hace acontecer a la lengua”.
Freud hace acontecer a la lengua en ese texto, iniciando algo nuevo,
que excede la cristalización del sentido, que rebalsa las
consideraciones de “cierta lingüística”. La lengua alemana,
sabemos, es tierra fértil para este tipo de operaciones. La
partícula ver
aparece en varios de los términos freudianos que cita Koop:
Verwendet, Verdichtung,
Verneinung, Vertraute,
etc., marca de aquello que desvía, marca de eso que Freud llamaba
Vergreifen
y
Lacan
méprise,
ocasión
para hacer acontecer la lengua a modo del inconsciente. Sobre este
detalle esencial llamaba la atención G. Musachi en su última clase.
Koop
cita a Oscar Masotta:
“No
quisiera dar lugar a una polémica. Pero debo decir que no estoy de
acuerdo con la proposición de Octave (Mannoni) de que en tiempos de
Freud la lingüística no existía. Tampoco con la oposición de
lingüística y filología. Yo diría por lo mismo que la formación
de Freud era altamente lingüística puesto que era filológica. Creo
que Octave, en la línea de las afirmaciones de Lacan, reduce la
lingüística al gesto saussuriano. (…) No conozco demasiado sobre
los texto de filología que Freud frecuentaba, pero me imagino que
deberían estar plagados de lingüística presaussuriana.”1
El
programa de Lacan que ordena estas consideraciones es expuesto en la
poubellication
del Nº 1 de La
Psychoanalyse I,
incluyendo en una inédita vecindad:
-
El comentario que Lacan solicitó a Jean Hyppolite de la Verneinung de Freud.
-
El texto de Benveniste sobre el trabajo de Freud Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas.
-
La traducción de Lacan en colaboración con Granoff del texto Logos de Martín Heidegger.
¿Por
qué Logos?
En ese texto el filósofo alemán traduce de un modo que a Lacan
llama la atención del Fragmento
50
de Heráclito. Con numerosas resonancias propias del pase de sentido
del griego al alemán, procedimiento similar al empeñoso esfuerzo de
traducción de Lacan del aforismo freudiano Wo
es war, soll ich werden,
destacando la poeticidad (Dichtung)
propia de la condensación en juego en la lengua (Verdichtung).
Este
interés de Lacan por la tradición filosófica que lo hacen
incursionar en San Agustín y su De
Magistro
y el Cratilo
de
Platón, conforman un programa que recorrerá su enseñanza y su
doctrina del significante.
Cito
un pasaje de “Los banqueros de la lengua”, un artículo de Germán
García: “En
última instancia, desde que las palabras y las cosas se separaron
–porque ya no hay mensajes de los dioses según el Cratilo–
hay que buscar legisladores que digan qué palabra se corresponde con
qué acontecimiento de la ciudad, con qué objeto determinado. La
relación entre el referente y el objeto ya no es unívoca. Hablar,
decía Lenin, ya que estamos en esto, es hacer propaganda. Entonces
charlar, escribir, discutir, publicar es querer articular la acción
previa a un significante sobre los efectos negativos o positivos que
tienen sobre nosotros los significados correspondientes, es decir,
las pasiones que esos significados despiertan en los cuerpos y/o en
la ciudad.”2
Para
concluir, demás está decir, a mi gusto, que el libro de Guillermo
L. Koop es una herramienta útil y valiosa para considerar este
tratamiento singular de la lengua en nuestro campo. El acontecimiento
Freud agujerea la trama de la tradición. Una vez que las palabras se
separaron de las cosas, leer, traducir, escribir y escuchar, todas
esas prácticas sobre el cuerpo de la lengua, se realizan de otro
modo, freudianamente hablando. Porque de otro modo, ¿cómo
considerar una praxis que encuentra fecunda la equivocación, la
Vergreifen
freudiana
y la méprise
de Lacan? Debemos a Freud ese desvío.
En
eso estamos.
Notas:
1
Masotta,
Oscar, fragmento citado por G. L. Koop en op. cit., p. 152.
2
García, Germán, “Los banqueros de la lengua”, Palabras
de presentación de la Revista Descartes N° 21, en un Coloquio, en
la Fundación René Descartes-Bs. As., julio 2011. Versión
electrónica en Revista La libertad de pluma,
http://lalibertaddepluma.org/german-garcia/
* * *
Nanina,
Germán
García, serie del reciénvenido, 2011.
Por
Andrea
Buscaldi (Miembro
del Centro Descartes)
El
nadador
(Centro
Descartes, 50 años de Nanina, 2018)
La
celebración de los 50 años de Nanina
me plantea una serie de disyuntivas. Resumo: ¿Escribir estrictamente
sobre esa novela excluyendo la obra del autor? ¿La celebración es
extensiva a la persona del autor? La persona del autor es Macedonio
en La
escritura en objeto,
donde queda bien claro que la grafía es la bio y no al revés. Se
trata de una
“grafía
a secas”,
o
al decir de Borges: “Macedonio se escribe un vivir”.
Nanina
es la primera novela de Germán García. Fue publicada en 1968 cuando
García tenía 23 años. En el prólogo a la última edición,
perteneciente a la serie
del recienvenido,
Piglia señala una ruptura con cierto modelo narrativo ligado a la
elipsis y la discreción. En ese sentido, Nanina
es
lo opuesto a Miserere,
la última novela de García: Nanina
es
un “derroche” de narrativa. Sin embargo, ya por entonces, se le
puede atribuir a Nanina
un tratamiento del lenguaje idéntico al de Miserere...
se trata de palabras.
El
narrador-muchacho, hijo de mecánico, mecánico él mismo, tiene
delirios de poeta. Desde chico, odia la palabra destino, “dejate de
joder hijo, son palabras”, dice su padre, quien “siempre había
escapado al trabajo y siempre había vuelto a trabajar por un destino
inevitable”. El chico es discutidor y mira a sus congéneres como
un entomólogo callejero con su microscopio de palabras: “Las tías
hacendosas como las máquinas Singer... son buenas y hablan mal de
los malos”;
“El ejército de maestras con sus guardapolvos blancos y
almidonados... quieren a todos con una facilidad asombrosa”; Los
estudiantes de la nocturna “eran mirados como bichos raros, aunque
todos dijesen: Qué amor de muchacho noble, fíjese que trabaja y
estudia”; “Desde
chico sabía que trajo-hombre hombre-trabajo eran inseparables y que
se vivía a través del trabajo y que se trabajaba a través de la
vida; pero que ninguna se podía mantener sin la otra”.
Nanina
forma
parte de las llamadas novelas de iniciación. Nanina
es la infancia a la orilla del río bajo el sol a la hora de la
siesta. Nanina
es
la libertad opuesta a la escuela: “No había en nuestros días un
espesor, una emoción que no fuera simulada”. Igual, el taller: “Un
día contagiaba el anterior y preparaba el contagio de lo que
seguía”. El muchacho-narrador se inventa un after hour provinciano
en bicicleta: mujeres-libros-libros-mujeres. Finalmente, el tren y su
promesa de ciudad:
Omnibuscajadefósforos-PreciosyHorarios-PreciosyHorarios.
El
muchacho-narrador de Nanina
escapa de la casa paterna a la ciudad, pero la verdadera mudanza, no
es la geografía. Es como el propio García señala años después en
La
escritura en objeto.
Macedonio “se muda” de la abogacía a la literatura: “la
literatura es un ritual de iniciación”. La verdadera mudanza
consiste en no dejarse hablar por la lengua en que fue hablado, como
quien cambia de piel: Familia, Patria, Trabajo.
Hay
en Nanina
pasajes
que van de una tierna infantil melancolía a un lirismo desopilante.
El muchacho-narrador se prepara para ir a la milonga con pilcha
prestada. En la milonga hay mujeres y el muchacho “las desea en
abstracto y les teme en concreto”. Habla con uno de experiencia,
con quien comparte cuarto de pensión, para darse manija y no
arrugar. Ya en la milonga: “se gesticulaba a pata ancha mientras se
tomaba Coca-Cola con gestos de drogados... Caminábamos
sobre la red del lenguaje...
Hombres como barcos navegan hacia la pesca de minas” (el subrayado
es mío).
Nanina
agotó
cuatro ediciones en un mes. Fué prohibida por la dictadura de
Onganía por ser considerada obscena. En 1969 se publicó Proceso
a Nanina,
un documento sobre los argumentos de dicha prohibición. El autor no
sólo es acusado por su “lenguaje impúdico”; también se le
atribuye responsabilidad sobre una “notable incoherencia” en la
estructura narrativa de la novela: “El protagonista no tiene
ubicación precisa en el tiempo, ni en la geografía. Tan pronto es
un niño, como un adolescente. Está en Junín, en Rawson o en Buenos
Aires. La obra carece de una sólida arquitectura argumental”, y es
“un sucio canto al desamor filial y el sexo animal”. ¡Es de un
lirismo-judicial desopilante! En el prólogo mencionado, Piglia pone
las cosas en su lugar: “La narración deja de lado la elipsis y la
descripción, incorpora los acontecimientos sin jerarquizarlos,
trabaja la dispersión y la amplificación grotesca”.
Nanina,
Cancha
Rayada, La vía Regia, Perdido, Parte de la fuga, La fortuna,
Miserere. Numerosas
revistas, desde la mítica Literal
hasta
la actual Descartes.
El psicoanálisis en la cultura. La entrada del psicoanálisis en la
Argentina
(dedicada a Oscar Masotta “porque supo propiciar el retorno del
psicoanálisis a nuestra lengua y el pasaje de algunos al
psicoanálisis”),
El psicoanálisis y los debates culturales (Beca
Guggenheim) y su último kafkiano Informes
para el Psicoanálisis. Una salida, entre
muchos otros.
Sumado a su enseñanza, las instituciones y las bibliotecas que ha
fundado en el país y el exterior. El Proyecto
Descartes,
devenido en Centro,
lleva ya más de 30 años.
En
sus Cursos del Centro
Descartes,
Germán García insiste en diferenciar la
trama del discurso
de lo que él llama lenguaje
congelado...
como la moneda gastada de Mallarmé. Función
y campo de la palabra y el lenguaje:
la función es la palabra; el campo es el lenguaje. Hay
que permanecer a nivel del alfabeto, machaca
Jacques Lacan, ya al comienzo de su enseñanza.
Yo estoy en las palabras,
me respondió una vez Germán García a una pregunta mal formulada.
Es decir, no hay más allá de las palabras, ni delante, ni detrás,
ni fondo.
Para
Piglia, literatura y psicoanálisis son el arte de la natación. La
metáfora alude a la hija de Joyce: “Allí donde Ud nada, ella se
ahoga”. El arte consiste en mantenerse a flote en el mar del
lenguaje. Este comentario, lleva por título El
nadador:
¿No se ama acaso a los amigos? Además, El
nadador,
curiosamente o no, resuena en narrador.
Para
finalizar, les dejo un consejo del muchacho-narrador de Nanina,
opuesto a frase-sobrecito-de-azúcar: Hacer
lo que más le repugna a los viejos y a la gente que a uno le
repugna.
Referencias:
Germán
García. Personalidad destacada, Graciela
Musachi, 2007.
Palabras
de ocasión. Entrevistas a Germán García,César
Mazza (Compilador), Ed Los Ríos, 2018.
Nanina
50 años, Roberto
Garriz, Breves-Lecturas comentadas, 2018.
*
* *
La
República de las Letras,
Marc
Fumaroli, ed.
Acantilado, Barcelona, 2013.
Por
Maximiliano
Fabi
(Miembro del Centro Descartes)
Germán
García, las letras y la conversación
“Y
eso significa, en definitiva, que Germán García -como ocurrió con
Oscar Masotta- no formó parte de ese futuro en
el cual se anularía la dimensión política del psicoanálisis, sino
que ha sido alguien que ha creído que el psicoanálisis se trata de
una política diferente".
Marcelo
Izaguirre, Jacques
Lacan: el anclaje de su enseñanza en la Argentina.
“Es
decir, no les queda otro camino que entrar; después si pueden salir
es otra cuestión".
Germán
García, Fundamentos
de la clínica analítica.
No
hace mucho, en el Centro Descartes, Germán García nos recordaba su
carta de ciudadanía. Era la época en la que también nos
recomendaba la lectura de un libro de Marc Fumaroli, titulado La
República de las Letras.
En
ese libro,
Fumaroli
anuncia la pretensión de escribir la historia de una “institución
singular y metamórfica", y refiere que “fue
en el interior de esta comunidad de iguales donde el filósofo sentía
que tenía una patria y un público". Claro que “el
filósofo", aquí, no iba a ser Aristóteles, sino más bien
René Descartes.
De
aquella República,
Fumaroli detalla que sus coordenadas coinciden con las del sitio
preciso en donde siempre pueda hallarse un “correctivo
indispensable a la tiranía conformista de la doxa".
Petrarca, paradigma de aquella ciudadanía, no la habría recibido de
las universidades sino más bien de un esprit
nacido -diría Dante- de una vulgar elocuencia.
Refiriéndose
a aquellos hombres de letras, Fumaroli irá a rescatar esta curiosa
característica: tenían -afirma- un “dominio
particular del tiempo" (al cual llama otium),
y
al respecto del cual también dice que el letrado era el único capaz
de convertir en “el
resorte de una felicidad fecunda"; para los demás,
ese tiempo de otium
-que
era la negación de la negación en tanto que niega al tiempo de los
neg-ocios-,
no podía representar más que infortunio y desgracia; pero para
Petrarca, era el sitio donde sentir -según escribiría- que “mi
pluma es verdaderamente mía".
Y
sin embargo, el otium
literrarum (este
otium
del
cual hablo y que era el espíritu de la República de las Letras)
tenía dos caras, como la moneda, pues al “estudio
solitario" siempre había que saber acompañarlo de una cálida
“sociabilidad
erudita". Fumaroli propondrá entonces una interesante
antinomia: a la Universitas,
dice,
hay que oponer siempre la Academia;
pero
aunque al escuchar un nombre por el estilo, alguien podría pensar de
pronto en una Escuela,
la
verdad es que estaría más en lo cierto si pensase en un sitio donde
“unos
amigos eruditos se reúnen para conversar con el dueño de la casa".
¿Será
preciso mentar a aquel “dueño
de la casa"? Nicolás Peiresc, botánico, escritor, poeta,
físico y astrónomo que vivió entre los siglos XVI y XVII,
encarnaba al príncipe arquetípico de aquella República Literaria;
y de la semblanza que ha ensayado allí Fumaroli, vamos a resaltar
solamente estas palabras: “Poseía
-dice- un gran sentido de la comunidad científica, y del carácter
colectivo de su trabajo y de sus resultados, como para permitirse
perfilar en este conjunto una propiedad personal, que él hubiera
tenido que reivindicar para su propia gloria".
Claro
que la “comunidad
científica", aquí, era una extraña mixtura de ciencia y
literatura, porque en el contexto de la República de las Letras,
“científico"
y “letrado"
resultaban títulos intercambiables. A diferencia entonces del mundo
universitario -donde se enseñaba música, aritmética y geometría,
a costa de los músicos, arquitectos y escultores…-, en las
Bibliotecas renacentistas quedaba superada “toda escisión entre
erudición literaria y ciencias", es decir: entre Bellas Letras
y Bellas Artes.
Pero
la generosidad de un Peiresc, explica Fumaroli, tenía también su
contrapartida, ya que entre
tanta
causa, asesorías y enseñanza, los nombres de autor
-y
sus obras- corrían el riesgo de soterrarse.
Contra ello, las academias pretendieron la invención un nuevo género
literario: el de la “vida"
y el “elogio"
de sus más significativos miembros, quizás por no haber sabido
captar a tiempo la ironía que se oculta en la última esperanza de
Sócrates.
“Escribir
es hacer", solía decirse hace bastante...
y entonces podría leerse invertido: si hacer fuese entonces
escribir, de pronto se comprendería que en ciertos lugares nadie
estuviese sentado sobre sillas sino más bien sobre palabras; sobre
páginas que hacen a la geografía de una extraña República de
Letras. Entonces ya no se trataría de contar ni de sostener nada,
sino más bien de pensar en que quizás pueda ser cierto que estamos
siendo contados (que seguimos siendo contados...), y que por algo, en
algún recodo de ese laberinto de discursos, Germán dejó una clave
que insiste en el título del que fuera, casi, el último de sus
libros: a la sentencia medieval que afirma que “nadie
entra en el cielo sino a través de la filosofía", Germán
García respondería que “nadie
sale de los infiernos sino a través del psicoanálisis". Y de
eso se trata, como suele decirse; se prueba, se ensaya. Aquellos que
salís de este sitio, sepan re-signar
toda
esperanza.
Buenos
Aires, 27 de marzo de 2019.
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