Número
22
Junio de 2019
En
este número:
GABRIELA
RODRÍGUEZ
LEONOR
CURTI
ANDREA
BUSCALDI
DAVID
IRIGOYEN
JULIO
RIVEROS
SUSANA
MASOERO
*
Panfleto,
Erótica y Feminismo, María Moreno, ed. Penguin Random
House, Bs. As., 2018.
Por
Gabriela Rodríguez (Directora adjunta de la revista Estrategias,
autora del libro Lacan entre las feministas. La objeción de la
mujer.)
(fragmentos)
Alguien
me recordaba una máxima de Santo Tomás: “Teme al hombre de un
solo libro”, desafiante, el teólogo descompletaba la función
unívoca de la Biblia, María Moreno es mujer de muchos libros,
infinidad de libros, pero igualmente de temer. …Una ironista, pero
de esa ironía que excede el sentido retórico y toma la fuerza de
instrumento que va contra el Otro, se dirige a lo real (J.-A.
Miller), por eso contaremos a María Moreno entre las mujeres que
hacen objeción.
Mitologías.
Este libro de Roland Barthes marcó la escritura de María Moreno
y se hace método en sus crónicas, para muestra sobra un botón y
Panfleto está lleno de ellos… En el prólogo que le dedica
a la edición del 70´, (el libro había salido publicado en 1957),
Barthes reduce a dos las decisiones a las que ajusta su proyecto: una
primera, la “crítica ideológica” de los productos del lenguaje
de la cultura de masa, una segunda, el desmontaje de ese lenguaje,
con miras a la salida de la denuncia piadosa. Pero pasados trece años
desde su publicación las decisiones vueltas gesto (lo que indica una
atenuación) no pueden tratarse de la misma manera en esa actualidad
pos mayo del 68, porque la crítica exigía otra cosa a partir de la
urgencia de ser utilizada. Voy al grano, hay un deslizamiento de la
crítica hacia la pragmática, en pocos años y algo de este
deslizamiento se lee con claridad en Panfleto.
…La
Moreno no patalea como Irigaray (les ahorro la historia del
feminismo), aunque esta regla no se cumpla siempre, nos recuerda al
poseur (posador) de Sylvia Molloy a partir del que se apropia,
se trasviste, plagia o invierte permaneciendo en la línea de
flotación del discurso feminista con una voz, enunciación, que hace
suya la regla de Josefina Ludmer: “desde el lugar asignado y
aceptado (por caso el feminismo), se cambia no solo el sentido de ese
lugar sino el sentido mismo de lo que se instaura en él” (pág.
241).
Victoriana
eminente. Abrevio, es posible trazar una extraña analogía entre
la María Moreno sentada en el bar Ramos (por caso) y el Lytton
Strachey apostado en la biblioteca del Museo Británico, ambos
escriben un experimento. Para Lyton las biografías de los
victorianos eminentes escritas “desde un punto de vista ligeramente
cínico” para Moreno, la topografía del discurso social que le es
contemporáneo desde un punto de vista definitivamente irónico. El
modo en que María lee el libro de Strachey ilumina Panfleto, se
trata de hacer pasar las luminosas aspiraciones de una época por la
criba de sus oscuridades, con un resto de decadentismo mascando la
sardonia (hierva de Cerdeña) que dibuja una mueca de risa frente a
“la moda que abjura del corset [por caso del discurso] para
anunciar la soltura de la mujer moderna” (pág. 36) [todacuerpa,
escrito todo junto, empoderada - agrego]. ¿Pero es está la misma
enunciación a todo lo largo del libro?
Glosar
a Freud. Pobre Sigmund Freud, que chico te quedo tu poster de
ocasión, pero tan promovido que “anatomía es destino” (pág.
243). “Gloso”, afirma y es Freud el objeto permanente de la
glosa que busca tanto exhumar al profesor de la “fábula burguesa”
(pág. 39) a la que el psicoanálisis podría reducirse, como
refregarle las etapas freudianamente contadas (pág. 275) cuando
desoyen la resonancia ruidosa de un “ano pos-identitario”, órgano
democrático si los hay, un “órgano para todo el mundo” (pág.
278) vislumbrado como lugar de una utopía insumisa, que “no
sucumbe a los formatos de la civilización”. Glosa, cita in
extenso al maestro vienes y hasta no se priva de tomar su voz
(como Lacan lo hiciera con la verdad), “yo Freud, os dejaré poner
los piececitos en la sagrada mezquita del falo (…) si os avenís a
trasmitir la doxa en donde sois agujero, falta, cero,
carencia…” (pág. 51). …Odioamorar a Freud puesto en el
banquillo por el saber que le es supuesto, expresa esa contracción
que inventa Lacan, y que motoriza el circuito leer-amar-odiar en el
que todo saber progresa.
Moleskine
para damas. “Un cuaderno” ese extracto concentrado de
propiedades que encabeza el libro, que recorre poco más de dos
décadas, si tomamos en cuenta el fechado de las notas, dibujan una
serie de topos: el lugar del autor/lector, inventora-sola-exaltada,
no sin la compañía de los libros; el lugar de la escritura, modo
privilegiado del concluir, el uso del tiempo en contracción,
precipitado, nada que ver con la duración, el tiempo de concluir se
hace uno con el de comprender a la fuerza; el lugar del antecedente,
el único ejemplar de “Mujeres en movimiento” que hicieran con
Laura Klein, una epifanía política. Un “cuaderno de aprendizaje”,
dedicado a un porvenir de lectoras, en los que se sella la mediación
de los textos respecto de la experiencia, en los que se aprende con
lo que otra ha aprendido, como se verá no les falta el afán
pedagógico.
Goce
pedagógico. Anaïs Nin entrega a María Moreno las pistas para
una hipótesis recogida como un guante: la escrupulosidad femenina en
materia de lengua escrita y/o hablada declinada como Ars Amandi
¿se nutre de un goce pedagógico? (pág. 12). Nin o la Irigaray que
provoca a Lacan, fundidas con la Sor Juana de las Tretas del débil
(otra vez Ludmer), “se arrogan un saber [que puede tomar la
forma del manual de instrucción] para revertir un dominio” (pág.
13). …La autora sienta a la feminista en el banco de escuela:
“Sacad el cuaderno Laprida y empezad…”. Bajo la consigna de
Lenin, despliega un ¿qué hacer? que imparte reglas a contrapelo de
la “licuefacción democrática”: - no reducir el sujeto sexuado a
los paradigmas existentes, -no proponer modelos (de imaginario
sexual) – no hacer catálogo de misoginia, no… que precipita en
“decálogo de buen decir feminista” (pág 54). Porque se trata de
“saber leer”, que en todo caso completa el bien decir, es
menester que una feminista sea letrada; a la que más que dirigirse
Panfleto busca hacer aprender. No es que la feminista sea mal
educada, está mal aprendida. Una perentoria tecnicatura de
“preguntas a desplegar” (pág. 56) incluye los “no debo” como
premisa: no debo creer en La mujer, tampoco en las mujeres, como una
política común unida (“por el débil hilo de los derramamientos
de sangre”, pág 57), -creencia que tiñe los pasos finales de
Panfleto en clave utópica-, así como no debo convertirme en
miembro de una capilla más, que como otras, será ganada por la
fuerza de la burocracia… Con tono didáctico que no carece de humor
en la gama de los negros a fuerza de ironía, se deshace del “entre
nosotras” feminista para aprender del misógino y su mal-decir a la
mujer, porque su horror arroja saberes sobre ella. Lo notable es que
ese “entre” sea hacia el final reconfigurado como el “nosotres”
de una “revolución [cuerizada, apropiación del queer-cuir-cuero]
que no sublima nada”, se nutre de lo abyecto.
Utópicas.
De Freud a Fourier, ese “no lugar” fuera de espacio y tiempo
que inaugura la utopía gana terreno en Panfleto. Desde la
irónica mención de “la aspiración a un edén sin fronteras”
(pág 30) que los sexólogos sabían continuar por otros medios
combinando empuje visionario con estrategia comercial (que se lee en
“Hacerlo en masa” hacia finales de los 80´), hasta “la
democracia sexual efectiva” que toma cuerpo como “deseable motor
utópico” (pág. 211) más de una década después de entrados los
años dos mil (2015), el protomarxista, “inventor de una utopía de
la felicidad” Fourier se vuelve maestro (pág. 281), no sin
Barthes.
Utopía
de libros, El deseo homosexual de Guy Hocquenghem es anunciado
como “la biblia blasfema de la militancia queer” y Terror
anal, esos apuntes de los primeros días de la revolución sexual
de la Preciado, lectura de bandera. La apuesta de estos “cuadernos
de aprendizaje” enunciada como panfleto en el final, dibuja una
utopía portátil no solo para la dama que ha sido suficientemente
instruida. Potencia utópica en dirección de solo ida, con un andar
presumiblemente libre del “panóptico paterno” porque abandona la
carretera principal, no persigue Grial ni Oro, descansa en el
horizontal abierto, neutro por indefinido y plural en su empuje a la
dispersión, para la que no es urgente la prueba de lo real a no
confundir con realidad sino con su límite.
“Ni
dios, ni patrón, ni marido”, lema de “La voz de la mujer”
periódico anarco feminista, se escucha en eco, subida a la carreta
de la china Iron (que figura un oasis no tanto de agua y palmeras
como promesa de exotismo) le escuchamos decir a la autora: “ni
policía, ni ejército, ni Iglesia, ni enemigo…” y agregó, pero
si Maestra.
Strike
a pose. Una amazona saca pecho, de rostro sonriente cuyo
dorso se independiza desafiante de las piernas que la mantienen sin
embargo con pies en tierra en posición levemente de combate, destila
una pose cuasi coreografía de arco y de flecha, que, aunque
evocadora del ángel del amor, apunta más hacia el horizonte del
patriarcado, deshabitado de patriarca. La “pose” resulta del
histrionismo, signada por el amaneramiento (Wilde a la cabeza) y teje
una relación íntima con la afirmación. Este el sentido de la pose
que hace jugar la publicación de este libro como potencia de
escritura. “La pose dice que se es algo, pero decir que se es algo
es posar” (Sylvia. Molloy).
Dos
anécdotas nos darán el tono de fondo. La primera relatada por G.
Musachi, cuando sale su libro Encanto de erizo… le hace una
dedicatoria a Germán García que dice: “para Germán que se hace
pasar por misógino”, y obtiene como respuesta: nunca me definieron
mejor. La segunda, relatada por la propia María Moreno, cuenta que
su amigo Nicolás Rosa, solía decirle: “Vaaaa… María vos no
sos feminista”, impugnando todo un flujo de textos que se mantienen
como interés ininterrumpido de su escritura, así nos lo hace saber
en el encabezado del libro. Panfleto aparece como gesto
fundamental de afirmación, busca poner en su lugar. Al inocular a
propósito de Panfleto una sobre otra estas anécdotas, marcadas por
la lectura y la amistad, haciendo jugar el Witz no sin
considerar lo inútil del concepto de identidad (pág. 55), se diría
que este es el libro en el que María Moreno se “hace pasar”
mejor por feminista, no solo porque consigue politizar esa zona
siempre esquiva de lo femenino, sino y preferentemente porque le hace
honor a la metonimia producida por Hegel (así denominada por
Graciela Musachi): femineidad-eterna-ironía-comunidad.
(Panfleto.
Erótica y feminismo, de María Moreno, fue presentado el martes
28 de mayo de 2019 en el espacio de “Lecturas críticas" del
Centro Descartes.)
*
* *
Ningún
lugar adonde ir,
Jonas Mekas,
Caja negra
editora, 2014.
Por
Leonor Curti (Miembro del Centro Descartes)
Se
trata de un diario “de
exilio". Pongo comillas a “de
exilio" porque a lo largo de las casi 450 páginas y del
continuo deambular del autor por campos de refugiados y de trabajo,
durante la Segunda Guerra, lo que va configurándose es otra cosa. El
estilo, descriptivo casi al modo de escritura de un guión
cinematográfico, es el del observador: de lo que lo rodea (objetos,
ámbitos, personas) como de sí (su estado físico, emocional y su
aspecto). Fue una sorpresa leer este diario, en el que no se
encuentra empatía, conmiseración o piedad alguna por los que
comparten su situación. Por el contrario, muchas veces se refleja el
fastidio ante seres doblemente extraviados: por haber dejado sus
países de origen, arrasados por la guerra, y por una suerte de vida
“al día",
carente de orientación subjetiva, centrada en una materialidad que
asume el peso específico de las mínimas raciones de comida que
recibían, de la suciedad y la precariedad en la que vivían. Dirá:
“He visto
personas hechas de sueños, aquí están hechas de aburrimiento".
Mekas, en parte por esa errancia involuntaria, construye su persona
con los libros que lee durante todos esos años (presencia
infaltable; pertenencias privilegiadas que irán con él y su hermano
de frontera a frontera, de campo a campo),
con sus sueños, y fundamentalmente
también, con su deseo infatigable y con la nostalgia por su tierra,
su familia y su infancia cargada de colores y aromas lituanos. Se
repiten las quejas por el bullicio, los cánticos y bailes de los
confinados a los campos, que entorpecen su concentración a la hora
de leer o de escribir. Un destino impensado, no calculado (la ciudad
de Nueva York) luego
de años de desvío forzado, será de a poco el lugar , el ámbito en
el que Mekas logrará transformarse en lo que deseaba ser: un
cineasta. Al llegar allí, camino a Chicago (donde habían prometido
un trabajo en una panadería para él y su hermano), deciden
quedarse. Un nuevo desvarío comienza cuando se trata de encontrar
trabajo. La descripción es tan desgarradora que es difícil
encontrar diferencias con lo que ocurría en los campos. Mekas ve el
trabajo en las condiciones normales en las que se desarrollaba en la
ciudad tan alienante y nefasto como el de los campos. Dirá:
“Sistema,
todo es un sistema. Con un buen sistema se puede convertir a un mono
en hombre, y a un hombre en mono. Se puede despellejar vivas a las
personas con un sistema y para un sistema. Si se tiene un sistema, se
los puede despellejar incluso cuando son niños, y van a ir por la
vida despellejados, van a vivir sin piel y ni siquiera van a darse
cuenta" (...) “No
tengo muy claro en estos días cuál es la dirección adecuada o qué
debería hacer exactamente. Tengo que quemar los puentes una vez más.
El humo va a indicarme la nueva dirección". “La
desesperación no es la verdad". La verdad será la del deseo y
el ámbito del cine y la producción artística. Pero el camino no
será fácil: “Hay
lugares a los que solo se puede llegar por senderos estrechos. Solo
los dictadores los ejércitos, los generales, y las personas sin
imaginación prefieren los caminos amplios, “fuertes".
Los senderos te llevan hacia un prado suave, las flores, la sombra
fresca. No quisiera perderme ningún sendero lateral de interés, las
parcelas de verde. Porque, al final, al final del Gran Camino, es
posible que no haya nada más que una ciudad en ruinas...". A
medida que comienza a echar raíces en el que sería su nuevo hogar,
crece una mirada crítica por la Europa dejada atrás, la de la
destrucción, la guerra, el sacrificio de sus “hijos"
en pos de qué? El diario finaliza con una suerte de correspondencia
a Penélope, escrita por un Ulises que ha comenzado a reelaborar su
tiempo y sus recuerdos: el pasado se entrama ineludiblemente con el
presente; la infancia será la que urdan los recuerdos, las
sensaciones, los momentos vitales más intensos, resistiendo al canto
de las sirenas: “Estoy
intentando desesperadamente crear un conjunto completamente nuevo de
recuerdos con los que enfrentar las voces dulces que me llaman para
que vuelva a casa. A una casa para la cual, lo sé, se borraron todos
los caminos". “Sólo
hace poco pude darme cuenta de que mis recuerdos vienen de mucho más
lejos, de lugares que desaparecieron hace tiempo".
Paradójicamente, ese es el momento de máxima apropiación de la
infancia, tierra fértil en la cual el deseo ha hundido sus raíces
más profundas. Jonas Mekas es poeta y cineasta. Nacido en Lituania
en 1922, será en Nueva York donde se convertirá en director de
cine, y se relacionará con artistas de la talla de Warhol y John
Lennon. Ningún lugar adonde ir es un canto al deseo, no una
descripción de un exilio forzado. Es la evidencia de que siempre hay
un lugar en el que refugiarse, donde reponer fuerzas, donde soñar:
un deseo lo suficientemente fuerte como para rediseñar una vida.
*
* *
Enemigos,
Relatos, Anton
Pavlovich Chejov, Plaza y Janes, 1998.
Por
Andrea Buscaldi
(Miembro del Centro Descartes)
Chejov
fue mi puerta de entrada a los escritores rusos. También una
oportunidad para desasnarme sobre historia y rozar la llamada “alma
rusa”. Ahí descubrí que durante mi infancia jugué a las visitas
con un samovar arrumbado en el galpón de mi abuela, sin saber que
era tal. ¡Mi abuela tenía un samovar y era García hasta la
coronilla!
Chejov
es para mí el más querible de los escritores rusos, me gustan todos
sus cuentos, pero me acuerdo de uno en especial: Enemigos. Un hombre acaba de perder a su único hijo luego de
larga batalla contra una cruenta enfermedad. El hombre es médico y
él mismo ha asistido a su hijo en la agonía. Chejov describe la
atmósfera reinante: el cuarto en penumbras y frascos de medicinas
por doquier. Se trata de una pérdida para el padre y una derrota
para el médico. En ese preciso momento, un hombre irrumpe en su casa
para que asista a su mujer que acaba de desplomarse sin conciencia.
Se niega: “hace cinco minutos que se me murió mi hijo”, pero el
hombre suplica y finalmente, acepta. Después de larga travesía, en
lujoso carruaje, hasta las afueras del pueblo, resulta que la mujer
“enferma”, ¡se fugó con el amante!
En
ese punto, el conflicto se desplaza: mientras el “abandonado”
(como en el tango) se derrumba, el otro, monta en cólera. Porque su
hijo acaba de morir y se siente usado: usado como un aristócrata usa
a sus lacayos. El desenlace es pura furia y dolor, que en ambos
casos, es más o menos lo mismo. O según el sarcasmo, más que la
flema, del célebre escritor inglés: La vida es un cuento contado
por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada.
En
muchos de sus cuentos, Chejov describe con lujo de detalles la
tensión latente entre aristócrata y mujik. Tópico también
de su coterráneo Tolstoi. En Tres muertes narra
la última noche de un viejo cochero tirado en el piso de un galpón
que hace a la vez de refugio y albergue. Antes de morir, da su par de
botas nuevas a un joven a cambio de que este compre una lápida para
su tumba. La tercera y última muerte que alude el título, (la primera, es la de una mujer enferma al modo de que no hay peor ciego que el que no quiere ver), es la
del árbol talado por el joven cochero, quien se gasta el dinero del
viejo y cumple a medias con su palabra haciendo con leña una cruz.
Tolstoi describe bien las diferencias entre aristocracia y
campesinado, no sólo en la manera de vivir, sino también en el modo
de morir. En Señor y trabajador, tensa al máximo ese
contraste entre la muerte de un próspero comerciante y la de su
criado campesino: “El pensamiento de la muerte…no tenía para él
(el mujik) nada de penoso y terrible. La razón residía en
que, en los días de su vida, habían sido escasa las fiestas y
muchos los amargos días de semana, y en que estaba cansado del
trabajo ininterrumpido.”
En
el caso de Chejov, no necesita más que un par de pinceladas. Más
allá de la división de clases: “La desgracia no une a la gente,
sino que la separa”, escribe en Enemigos. Ríos de tinta
psicológica resumidos en una oración. Pero a no desesperar, no son
hechos, sólo interpretaciones.
*
* *
En
breve cárcel, Sylvia Molloy, ed. FCE, Serie
del Recienvenido dirigida por Ricardo Piglia.
Por
David Irigoyen (Alumno del Programa Estudios Analíticos Integrales
del Centro Descartes)
En
breve cárcel es la novela que antecede a Nanina en la
colección del Recienvenido de FCE, dirigida por Ricardo Piglia. Su
título hace pie en el nombre de esta recopilación de lecturas,
Breves. Lo breve y lo escrito dan cuenta de una característica
normativa de nuestra época: la escritura inmediata, las
publicaciones breves, casi anónimas, globales, muchas veces efímeras
y pasajeras de Facebook o Twitter; sólo dos ejemplos. Sin embargo,
En breve cárcel, los destinos de fragmentos, letras virtuales, se
superponen “haciendo” novela, a un nivel específico; porque:
¿cómo se narra una soledad impregnada por una sutil pasión que se
multiplica en sí misma?
Publicada
en 1981, su lectura es para nada añeja: ni fascina por elevar algún
estandarte ya conquistado, ni evoca nostalgia conservadora alguna. En
esta primera novela de Sylvia Molloy las distancias entre la
protagonista consigo misma son más acuciantes que las que mantiene
con sus objetos de amor, brindando una escena total, escenario
formal, de extrañezas sucesivas que mantienen al lector frente a una
intimidad ni enloquecida, ni suplicante, ni extraviada: simplemente
nos anoticia de principio a fin sobre la satisfacción de una pasión
acaso perdida pero latente, de una enajenación romántica, de un
encarcelamiento secreto. Nadie salvo el lector se encuentra con el
gusto confidente de una cárcel sin sentido pero pletórica en
palabras. Ellas, Vera y Renata, juegan el papel de invitadas a un
mundo que se escabulle entre la protagonista y el lector.
La
narración en presente y en tercera persona da la sensación de
habitar una Otra escena, y los recuerdos infantiles, los sueños y
escenas familiares, la de situarnos en una otra Otra escena dentro de
la primera. Tal como señala Piglia en el prólogo, En breve
cárcel, se lee como una autobiografía. Por un lado, la
inmediatez del deseo, la espera y una turbación permanente; por el
otro, el escenario infantil que se reescribe una y otra vez. A partir
de una venganza tímida, nos absorbemos en la voz de una reclusión
imposible gracias a una escritura que se va narrando a sí misma. La
intimidad se recorta por la figuración escópica de fragmentos que
intentan totalizarse, y lo que nos queda más claro es que son esos
objetos de la pasión los que enmarcan el viaducto de posibilidad que
integre las piezas, desde una pieza que se siente vacía. “En
discordia con su piel, límite precario que no alcanza a darle
forma”, “una piel de voces, para entonar los fragmentos”,
“habrá de unir fragmentos si quiere vivir”. En breve cárcel
es la historia de un cuarto im-propio que se construye y deforma a la
sazón de “ficciones controlables”. Acaso el amor y la pasión no
sean más que esto.
*
* *
CARTA
DE LECTORES
Por
Julio Riveros (Alumno del Programa Estudios Analíticos Integrales
del Centro Descartes)
Decir-Saber-Witz
(Lacan-Freud, idas y vueltas. El lenguaje entre evidencia y contradicción)
(Lacan-Freud, idas y vueltas. El lenguaje entre evidencia y contradicción)
En
el Canto XVI, Patroclea, de Ilíada, Aquiles insta a su amigo
Patroclo, del linaje de Zeus, a que le cuente eso que lo aqueja, ya
que lo encuentra llorando desconsoladamente: "Habla; no me
ocultes lo que piensas, para que ambos lo sepamos", fórmula
cara a Homero, que también pone en boca de Tetis, madre de Aquiles,
cuando éste la invoca a la orilla del blanco mar para pedirle
asistencia luego que el Atrida Agamenón, caudillo de hombres, le
arrebató a la joven Briseida a manos de unos heraldos.
Lo
interesante, a mi gusto, en ese dicho, más allá de los contextos y
las razones que animan dichas secuencias, es que el saber depende
de lo que se dice, es decir, la condición del saber es el decir.
El saber no preexiste al decir. Podemos insertar esta fórmula en la
escena analítica. Antes de decir -y no cualquier proferencia
entraría en esa categoría- no es posible situar el saber. El decir
debe cernir lo pulsional, caso contrario esa proferencia no admite
ese estatuto. Y, por otro lado, este saber que entra en juego no está
en ningún lado en calidad de custodia o resguardo, se construye, se
enhebra en un lazo. No hay topós del saber.
Dicho
esto, la pregunta que surge es por la fractura implicada en el Witz,
o en el sueño. Esas formaciones, ¿a qué saber responden? ¿O no
responden a ninguno? ¿Hay un saber en juego en el Witz, en la
ocurrencia, en la agudeza o es una incisiva disrupción del instante
que fractura un contínuo? ¿De dónde proviene esa sucesión de
rebus, esa fractura en la cadena de sentido, como epifanía de
un decir verdadero? Es el Saber (Verdad) en juego en las formaciones
del inconsciente, o al decir de Lacan, el efecto significante en
el inconsciente.
Homero
era sabio. No confiaba en lo inefable. No era un místico. Sus
diosas, sus divinos héroes no podían saberlo todo sin escuchar lo
que resuena en el decir. Solo así es posible el saber y, redundancia
mediante, Homero lo sabía.
*
* *
POESÍAS
BREVES
Por
Susana Masoero (Alumna del
Programa Estudios Analíticos Integrales del Centro Descartes)
Volvió
en otoño
Volvió
en otoño… después de algunos años de flores marchitas. Recorrió
el sendero, silencioso, calmo, de sueños dormidos que ya no
despiertan. Y encontró su nombre tallado en el alma. La ausencia
temprana devino presencia, trazos de un recuerdo, destello de
andares, una risa ronca, la mirada clara. Una rosa roja soltó de su
mano, la ofreció en tributo. Se alejó sin prisa, sintiendo el olor
de la tierra desnuda.
*
* *
Por Roberto Bolaño (Selección
de: La Universidad Desconocida,
Anagrama, 2010.)
Macedonio Fernández
Cae la calesa y la
cadera por el hueco de la eternidad
Por el surco por el
grito del pajarraco que es el surco
¿Y tan
despreocupado el espejo del viejo ángel?
Como una ciudad en
el confín es el hueco de la bondad.
La novela-nieve
Esperas que
desaparezca la angustia
Mientras llueve
sobre la extraña carretera
En donde te
encuentras
Lluvia: sólo espero
Que desaparezca la
angustia
Estoy poniéndolo
todo de mi parte.
Tu lejano corazón
La muerte es un
automóvil
con dos o tres
amigos lejanos.
*
* *
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