CALESITA[*]


1. Pichuca y yo.
Al final de su vida, Jacques Lacan se preguntaba, una vez más, cómo se pasa del deseo al amor: nos dejó sin su última respuesta. También lo hizo Sigmund Freud respecto de lo que quiere una mujer.
Recurramos entonces al Witz que es, hasta ahora, la mejor respuesta que he encontrado después de leer los textos de estas Jornadas. Para el primer Witz, el amor es la unión de dos vocales, dos consonantes y dos idiotas. Para el segundo, en la vena de un Marx (Groucho) inspirado por Kierkegaard, se trata de saber responder a una mujer: “¿Que por qué estaba con otra?. Porque me hace acordar a ti. Es más, me hace acordar a ti mas que tu.”
Ambos, creo, dejarían satisfecha a Nora Domínguez ya que los dos idiotas dejan al género indecidible y Marx plantea que, hombre o mujer, se trata de responder adecuadamente a una mujer en tanto otra. Pero además, ambos Witz me orientan respecto de las posiciones de lectura encontradas en las escrituras perdidas. Reducir el amor a letras es, también, la marca de época que encuentra Silvio Matoni al subrayar en los textos el quien, cómo y cuándo habla, los usos de la palabra o el escrito, las relaciones de la lectura y la escritura, el eros y el poder que hay en todo uso de lengua, etc.
También en Pérsico: la violencia sobre los textos y los cuerpos, la escritura entre pérdida y restauración, la literatura como máquina femenina, etc… etc.
Cómo responden a una mujer en tanto otra, al nombrarla, es lo que encuentran Oviedo, Domínguez y otros: la omnipresente, la silenciosa, la irreal, la cuerpo. La perdida entre hombre y mujer, la desamparo, la que no es máquina sino perdición de la máquina.
Ambos Witz son marca de época, cierto pasaje (en la escritura y en la reflexión sobre los mundos de ficción) del estructuralismo hacia una semántica literaria, como lo muestra Pavel. Y, si me guío por alguna articulación, ese pasaje se realiza a través de una teoría y práctica de los flujos – deleuziana, por supuesto – que Tununa Mercado parece encarar.
En cuanto a la semántica literaria, no deja de ser interesante que haya sido promovida por algunas que se dicen mujeres y que, al modo de Skeffington, estén en el trabajo de autoinvención.

2. Sexo y la ciudad.
Iba por la autopista Saer-Gorodischer cuando me desvié hacia Mercado. Confieso que no me apasioné. Sin duda, las marcas de época – lo subraya quien articula – me desalientan como lectora. ¿Falla o límite de la sublimación? Preguntas para Carlos Motta. Es que algo debe pasar cuando alguien lee, como titulé mi intervención en la primera de estas Jornadas.
¿Qué pasa en Santa Fe, en los sesenta, con la letra, los idiotas y la mujer como otra? En principio los idiotas y la mujer como otra hacen cuatro, como en “Algo se aproxima”.
El, Barco, goza “a solas con su propio pensamiento”. Las chicas “se quejaban pero les producía no se sabe qué goce oír hablar a Barco”. Una de ellas, Miri, abraza “la guitarra como a otro cuerpo dócil en el que se gozara equívocamente y sin límites”
La otra (pero ¿cuál?) es la que dice él: “Dice Pocha que le mandes un repasador – se corrigió – Miri, digo”. Luego, algo se aproxima en este malentendido, algo como cuerpos. Pero no se encuentran, por eso se apasionan, pero se desvían porque no se encuentran.
Sex and the city, versión Barcosaer: “Una ciudad (…) Es una especie de tradición en el espacio. Lo difícil es aprender a soportarla. Es como un cuerpo sólido e incandescente irrumpiendo de pronto en el vacío. Quema la mirada.”
¿Qué pasa en Méjico, en los ochenta? Una ella es “Anti-eros”. Entendámonos: es anti-eros porque se hace parecer que es una con su cuerpo (pero Barco era uno con su pensamiento). Y el falo es un espejismo enorme. En “Eros”, el deseo “amenaza a cada instante”, el amor no tiene “ninguna ambición de poder” y hasta se trata de “la dimensión pura del tacto”. “Forma de la forma, el acto es infinito, maníaco, repetitivo, siempre recomienza”. “¿Un hombre y una mujer? ¿Dos hombres?¿Dos mujeres?¿Siempre dos? La palabra, sin ningún preconcepto ahora busca en lo igual la diferencia.”
Méjico (y Nueva York y quizás, Buenos Aires) es un llamado, “un llamado que no tiene voz” que “incita a la gente a asomarse al agujero desde donde clama”.
Al decir que eros es Buenos Aires al atardecer de un domingo, parafraseo a Jacques Lacan.

3. Trastorno.
Para algunos, decía Jean Claude Milner en su clásico El amor de la lengua, el Otro puede presentarse mucho más en figura de lengua que en figura de mujer, como se ve en Dante para quien Beatriz y la lengua italiana están en posición idéntica. Pero hay que entender que la lengua italiana no es aquí el idioma italiano sino la lengua materna de Dante y la lengua materna es la figuración más aproximada de algo que, cuando se es infans, se escucha sin entender nada, una especie de “sonido y de furia” que deja marcas que luego tendrán resonancia en el cuerpo. Marcas que no conducen a ninguna parte más que a hacer gozar al cuerpo con palabras y actos que “pegan a un niño”.
¿Y ellos dos? Sólo algo que se aproxima pero no llega a hacer de dos, uno. Al revés, sólo hay unos que gozan, con su pensamiento o con su cuerpo. O con el verso de uno.
Esas mismas palabras oídas sin entender nada hacen escribir a Dessal que el amor a la letra fija, calma, cura el extravío del cuerpo y de la lengua.
¿Por qué la ficción de una mujer (algunas mujeres en la historia hasta llegar ahora al poder de uno) se ha extraviado encarnando al Otro bajo las figuras inquietantes de la mujer fatal, máquina, cuerpo, loca? ¿Sólo para (para ser testigos, contar, cantar, como lee Pérsico?) ¿Por qué se ha acomodado tan bien a éso que, infans, no se entiende y toca el cuerpo y se presenta en cada uno como algo inquietante, criminal, siniestro, abismal, terrorífico, sinfín, sin sentido? Que cada una responda.
Respondo como una: quizás porque las otras para sí mismas, aunque quieran contarlas mille e tre, no se prestan a ser contadas, como la lengua materna de cada quien (que sólo puede ser contada en un análisis o, con otro alcance, mediante la función de la escritura). La lengua materna puede ser cantada, es verdad, pero sólo para el goce de la voz que atestigua de una presencia silenciosa, por eso la voz sostiene al cuerpo y no al revés.
O, quizás, porque el goce que alguna obtiene de un cuerpo que se le aparece como Otro la empuja a ese lugar. ¿Quién sabe?
“¿Quién sabe?”. Es una pregunta que Freud escribe en castellano en alguna de sus cartas a un amado discípulo. ¿Quién sabe sobre eros en el castellano de la literatura argentina? Saer, Gorodischer, Valenzuela, Peyceré, Mercado, Gusmán, García, Moreno, Piglia, Molloy: estamos en la calesita. No lo sabemos.

Graciela Musachi
Junio 2007


[*] Este texto fue presentado en "Autopistas de la palabra" (organizado por la SEA en 2007) en un dispositivo que parodiaba un metalenguaje imposible (comentario de comentario de textos literarios).

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