El otro cuerpo del amor - Graciela Musachi*

Graciela Musachi es clara, nítida, contundente: “¿por qué hay tantas mujeres que aman el psicoanálisis?” se pregunta al comienzo de El otro cuerpo del amor. Responder esa pregunta, parece, puede llevarnos a los lugares más inverosímiles. En una somera enumeración: a la India de Freud, el pesimismo de Schopenhauer, las parábolas de la Biblia, La vida de los otros, la China de Lacan, etc.

Y efectivamente, la idea de viaje, de desplazamiento, permea el texto y describe el movimiento del libro: en diversos lugares Musachi se refiere a su texto como “recorrido” o “periplo”. Más aún, apenas comenzando, señala “Sin duda, damos vueltas en redondo y, a veces, es posible hacer hablar el otro cuerpo”. Primera cuestión, entonces, la escritura es un desplazamiento.

Ese desplazamiento es circular, pero también “hace hablar el otro cuerpo”. Nos encontramos aquí con el otro eje de la escritura de Musachi: una de las tesis principales de El otro cuerpo del amor es que “una mujer es síntoma de otro cuerpo”, hacer hablar ese “otro cuerpo” es el objetivo, imposible en apariencia, de esta escritura circular. Por lo demás, “el otro cuerpo” es, claro, El otro cuerpo del amor, el libro que estamos leyendo. Es también, cómo no imaginarlo, la versión previa, “el otro cuerpo” de El otro cuerpo del amor, la primera versión de este cuerpo que ahora tenemos en las manos, que ahora, aquí, presentamos y que, de hecho, está incluida en este volumen (ese pre-texto, que ahora es texto, se llama “El Oriente de Freud”). Hay una palabra que usa recurrentemente Musachi en su libro, “autoatravesamiento”, que parece referirse justamente a esta operación: el libro se atraviesa a sí mismo en esta polisemia y autorrefrencia imposible.

Ese “autoatrvesamiento” caracterizan la escritura de Musachi: la aliteración (“ingenuos misreadings mistificantes”), la paranomasia (“El libro que Freud habría abierto”), el juego de palabras (“Pero es necesario hacer la salvedad implicada en el tiempo moderno que ha dejado de serlo y es pos: la posición masculina está menos fijada al significante”), el cambio de soporte (y de nivel) de un concepto (en un comentario entre paréntesis señala que se escribe “entre paréntesis”). Es como si esa escritura, que es desplazamiento, no pudiera dejar se señalarse, de señalar las ironías por las cuales el significante se separa del significado. Así, segunda constatación, la escritura es despliegue, proliferación de la cesura entre significado y significante

Esas dos constataciones toman una forma particular, que el fragmento citado adelanta: en la página 117 se pregunta. “¿Esa mística excluye a los dichos hombres? No, sólo se trata de argumentar por qué hay tantas…etc.” Se trata, por supuesto, del movimiento de la repetición pero también podríamos decir, del movimiento de la escritura, de su recursividad. Casi pareciera que el texto avanza hacia un vacío que el libro detiene (en otro lugar, es el propio sujeto el que parece ser llevado por la escritura: se escribe “esta vez sí” (23), como si hubiera una lógica que gobernara la escritura y que el sujeto intentara detener, dominar). Esa recursividad, en cualquier caso no puede ser efectuada es, de hecho, un “agujero” en el texto, agujero al que remite la circularidad de la escritura en el comienzo.

Ese vacío es en verdad una noción que ordena el texto. Digamos que, si por una parte, es el destino final de lo que se escribe es, también, aparentemente su origen. Musachi se pregunta: “Y si todo parece haber comenzado para él. [para Lacan] también en China si damos crédito a su palabra […] ¿Por qué estudia chino, durante la ocupación, en la Escuela de Lenguas Orientales?” Y se responde, clara, nítida, contundente: “Por ahora no lo sé” (lo que señala, claro, el desplazamiento, una vez más, hacia delante y desde el vacío).

Ausencia notable en un texto de una extraordinaria erudición, El otro cuerpo del amor parte del hueco de la ignorancia y termina en el hueco de la recursividad. Entre ambos, podríamos decir, se encuentra la escritura. Que también, hacia el final, se torna trabajo sobre el vacío, sobre el sintagma que, de algún modo pueda dar cuenta del “teorema de la sexuación”

Pero la escritura es, también un trabajo de mimo. De afecto (en algún lugar del libro se escribe “Algo que el Oriente trasmitido por el maestro occidental [Freud] resuena en algunas mujeres”), pero también de recreación, de superposición de voces. El hecho es notable cuando se describe la escritura “femenina” de Lou-Andreas Salomé (momento en el que se inscribe –entre paréntesis— la primera persona) “produciendo con el lenguaje torsiones prácticamente imposibles de captar con la imaginación”. Salomé habla, y cuando Musachi “hace hablar” a una mujer, notablemente “feminiza” su voz. Se trata de la descripción que hace en la página 34:


Es por eso, también, que aquella que alguna vez había dicho “La pobre criatura, huérfana de padre a los ocho meses, es hoy la anonadada viuda, con el corazón destrozado, de cuarenta y dos años! ¡mi vida, como vida feliz, ha terminado! El mundo se ha acabado para mí” encontró hacia sus setenta, en Oriente y en particular, en la India, otro mundo que la hizo renacer a un nuevo goce de la vida al punto de estudiar su lengua, tomar a su servicio a varios indios y hacerse nombrar Emperatriz de la India. Victoria, la alguna vez reina niña, la atribulada viuda, vio surgir un cambio al final de su vida de la mano del creciente imperialismo inglés […].


La escritura de Musachi se tuerce en el desplazamiento del nombre, al punto de que resulta difícil seguir la referencia. Así se produce una torsión por la cual se produce un objeto nuevo: una Victoria leída a trasluz, a contrapelo, a través de Salomé. (En el mismo sentido, en algún lugar se señala que algunos textos de Freud tienen resonancias de Lacan)

Ese despliegue transforma a los objetos en objetos creados por el análisis y la escritura, objetos maravillosos cuya verdad está forjada en el análisis antes que descubierta en él.

Así, modestamente, yo también quisiera agregar mi Victoria a la de Musachi. Podría, por ejemplo, subrayar algunas afirmaciones de El otro cuerpo del amor: que Occidente tiene a Oriente como lo impensable, lo irracional, lo que carece de todo fundamento; que para Freud, el misticismo aparece constituido por “engaños, iracionalidad, obstáculo, oscurantismo sí, pero no grosera superstición, sino territorio a explorar”; que la mística es “lo que hace vibrar al cuerpo”, que el cuerpo de la mujer es imaginada por Lacan como no-toda, como intersección entre dos infinitos. Podría, decía, tomar esas afirmaciones y “hacerlas hablar” como si se describieran un objeto literario, mimar con El otro cuerpo del amor el discurso de la crítica.

Así, podríamos preguntarnos, ¿no son estos elementos del psicoanálisis subrayados en El otro cuerpo del amor algunos los elementos constitutivos del relato de terror? Recordemos, por ejemplo, que el relato de terror tiene su origen en la segunda mitad del siglo XVIII, y que puede leerse como una resistencia moderna al iluminismo (y por eso no es sorprendente que, el romanticismo, el movimiento moderno antiiluminista por excelencia, haya tenido en el relato gótico un adelantado). ¿No nos recuerda el relato de terror gótico que hay fuerzas oscuras, exóticas (venidas del Oriente de Europa, como la pata del mono, como los gremlins), místicas, que trascienden la razón y que no hay racionalismo que pueda doblegarlas? ¿No es en ese lugar, ese lugar que el realismo prefiere ignorar, donde se encuentra el “territorio a explorar” por el relato gótico? Más aún, ese infinito trascendente que convoca el relato de terror ¿no tiene su encarnación en la mujer poseída, mujer no-toda, incompleta, que vibra (como la niña de El exorcista, como Lucy en Drácula) en un goce que fuga su sentido? Más aún, y para seguir con Stoker, en Drácula el Dr. Van Helsing señala: “nos hemos convertido en locos de Dios”. Si se atiende a los argumentos de Musachi, esa locura de Dios es el objeto del Dr. Freud. ¿No es el proyecto del psicoanálisis, entonces, la continuación del relato de terror por otros medios? Al fin y al cabo, Drácula se publica en 1897, y La interpretación de los sueños, en 1899.

Esta productividad delirante, este desafío a leer y releer las propias certezas es también un efecto de lectura, tal vez no el menos importante, del libro de Graciela Musachi.

Ezequiel De Rosso



* Texto del comentario realizado en la presentación del libro "El otro cuerpo del amor: El Oriente de Freud y Lacan" de Graciela Musachi. Fundación Descartes Lecturas Criticas - martes 22 de junio 2010. Presentaron: Gustavo Stiglitz y Ezequiel De Rosso, Coordino Emilio Vaschetto.

No hay comentarios.: