Acerca de El crepúsculo de un ídolo… de Michel Onfray


Editado por Grasset & Fasquelle, en Francia, El crepúsculo de un ídolo… es un ensayo en relación al cual pueden leerse numerosas críticas en distintas publicaciones.

A lo largo de más de seiscientas páginas que se anuncian como una cronología iconoclasta, su autor recurre a la vida de Freud y su familia, para psicoanalizar la teoría freudiana. Acerca de esta paradoja, Michel Onfray responde en un reportaje que lo que él pretende hacer con Freud es lo que Sartre llamaba un “psicoanálisis existencial”.

Como describe Henri Lévy en su comentario, un entramado de trivialidades, más necias que maliciosas, se alternan con un punto de vista banal y un pensamiento reduccionista y ridículo.
El libro propone una versión denigrada de Freud a través de un itinerario poblado de dudosas observaciones, de las cuales es conveniente mantener cierta distancia.

Ahora bien, si las consideramos con detenimiento, dichas observaciones no sugieren una investigación. Muy por el contrario, se convierten en un obstáculo a la hora de querer entablar una polémica seria, argumentada. Pese a eso, sería un error tomar este libro a la ligera, sin exponer sus alcances. Si su papel es bastante negro, su objetivo, sin duda, se sitúa en otro lugar.
Las críticas al psicoanálisis tienen historia, de ahí que siempre sea interesante leer en dichas críticas no sólo cuestionamientos aislados. ¿Por qué razón, luego de más de cien años de existencia y de resultados clínicos indiscutibles, el psicoanálisis es atacado por aquellos que pretenden sustituirlo por otros tratamientos supuestamente más eficaces?

Dejando de lado que una terapia de inspiración psicoanalítica no es psicoanálisis, El crepúsculo de un ídolo… intenta refutar a Freud en nombre de un psicoanálisis no freudiano, que denomina “alternativo.”
Sin embargo, como se deriva de la lectura de Terapias y Terapeutas: El fin del psicoanálisis no ha tenido lugar (Avram, Graciela; Grama, 2005), las terapias verbales que se presentan como superadoras del psicoanálisis, suelen ser refritos de un freudismo mal leído y peor practicado, cuya eficacia, aún para los modestos propósitos que sus seguidores declaran, tampoco está probada. Ninguna de las llamadas terapias alternativas tiene un corpus propio. Esta es la razón por la que no pueden prescindir del recurso al psicoanálisis.

En este contexto, Onfray se sitúa como una instancia evaluadora para hablar en nombre de la ciencia, sin especificar cuál. Respaldándose en esa autoridad, protesta porque el freudismo es la visión del mundo privado de Freud, con pretensión de universal. Y lamenta que este último, a partir de sus deseos, haya inferido teorías de orden general que hoy están en boca de todos, pervirtiendo a Occidente, según sus palabras, inventando un complot edípico que no es más que la traducción autobiográfica de su propia patología.

Desde esta perspectica, con una inconmovible convicción, Onfray insiste en decir que Freud es un filósofo. Es su postulado de partida, no se despega de eso. El psicoanálisis es una filosofía y toda filosofía es la autobiografía disfrazada de su autor, una construcción hecha para aliviar su dolor existencial y poner orden en su vida. De ello concluye que el psicoanálisis es una terapia para el sólo uso de Freud. Este esbozo delirante, como explica Jacques-Alain Miller, tiene una lógica imparable a partir del momento en que el postulado se admite.

Parafraseando a Lacan, dicha lógica es, exactamente, la que separa la investigación histórica auténtica de las pretendidas leyes de la historia, de las que puede decirse, una vez más, que cada época encuentra quien las divulgue al capricho de los valores que prevalecen en ella.
A diferencia de Freud, el Sr. Onfray no avanza en sus observaciones mediante distintos procesos de inferencia, ni expone sus temas como objeto de
ulteriores exámenes, a la luz de posteriores opiniones. Y menos aún, pone en cuestión, o analiza, los términos que usa y la multiplicidad de problemas que éstos suscitan.

Muy por
el contrario. Rumores, episodios de los que no existe ninguna huella documental y falta de fuentes bibliográficas, definen el libro. Sus páginas no van más allá de la anécdota que les sirve de trama. Su metodología, como observa Elisabeth Roudinesco, se basa en el principio de la prefiguración.

A esta extravagancia, que no le impidió, en libros anteriores, ver, por ejemplo, en Kant, a un precursor de Eichmann, porque este se decía kantiano, o en el evangelista Juan, un precursor de Hitler, se suman, en esta ocasión, una miscelánea de citas e interpretaciones pueriles al servicio de un rechazo, desconociendo que el respeto del que goza Freud, y su teoría, es un homenaje fundado.
En este sentido, sin duda, es quizás el mejor testimonio de la fecundidad del psicoanálisis, engendrar la contradicción que lo promueve.


Alicia Alonso


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