FOGWILL


Nos conocimos a finales de los sesenta, cuando las revoluciones eran sexuales y se pregonaba la muerte de la familia. Fogwill exhibía un perfil de ganador, deportista, hombre de recursos, en un ambiente donde todavía se cultivaba Pavese, los tangos melancólicos y otras intoxicaciones. Nos encontramos en esa intersección, cuando unos iban hacia el compromiso político y otros soñaban con El Bolsón y las revelaciones de la marihuana y el LSD.
Después vino la “ascensión a los extremos” y con Fogwill nos entendíamos en la ironía y la provocación. Llegado el momento fue solidario conmigo y me refugió en Facta, donde tenía mis grupos de estudio que se mezclaban con los grupos de “motivación” de su empresa de investigación de mercado.
Interesado por muchas cosas, también discutíamos sobre psicoanálisis y hasta llegó a pedirme unas clases particulares sobre La interpretación de los sueños. Y, años después, leí la primera provocación por escrito: con seudónimo decía que nosotros, los incautos, al difundir a Lacan facilitábamos la venta del Mirage (espejismo) y otras cosas por el estilo.
Simulé no saber quien era el autor de la nota, respondí al seudónimo con un título cómico: “El viejo Vizcacha o el ser boludo”. Mi argumento tocaba su veta antipopulista y algo más.
Años después, en un reportaje publicado en El ojo mocho cuenta la historia y dice que creí en la existencia de su personaje, pero que mis argumentos eran buenos.

Las ironías con el psicoanálisis siguieron. Recibí Los pichiciegos en Barcelona, con una dedicatoria donde me llamaba “maestra” (el cambio de género era habitual en Puig). Por mi parte, en un reportaje afirmé que Fogwill podía decir barbaridades porque era una víctima de la interpretación kleiniana.

En alguna parte Fogwill dice que durante diecisiete años fue “objeto” del psicoanálisis. Creo que es verdad.

Cuando Brecht recibió la noticia de la muerte de su amigo W. Benjamin fue escueto en su Diario: “Sigamos con los sobrevivientes”. Nada más, el pudor hace que la amistad deje velada otras historias. Para concluir, dicho con sus propias palabras, “No siempre la conciliación con los aparatos de humillación del salón literario afecta los instrumentos de producción de la obra” (aunque esta afirmación sea afectada por la rima involuntaria).

Germán García

Fuente: Diario Perfil - Cultura, domingo 29/08/2010

1 comentario:

Unknown dijo...

El placer de fumar, el placer de quemar lo que nos llega sólo para ser consumido y en eso se consuma. El placer de encontrar en la nada del aire un sabor conocido un aroma sin nombre, conocido, habitual. El placer de colmar el aire, este vacío con el cuerpo del humo que se disolverá en la nada del aire cesando, convertido en deseo de volver a desear y volver otra vez a desear persiguiendo un deseo intacto que no cese ni se apague al prender la brasa y que arda en ello convertido en un fuego ínfimo y casi interior y casi eterno y lento como el hombre, aspirado desde un vacio del tiempo.
Fogwill Partes del todo (pág.93)