Todos los 16 de junio desde 1954 se celebra en la ciudad de Dublín un evento en honor a Leopold Bloom, personaje principal de la novela Ulises, The Bloomsday, en el cual se reproduce, se representa, el día entero en el cual transcurre la novela. La procesión comienza a las 08 a.m. en la Torre Martello, Sandycove (escena de 'Telémaco' - episodio 1) a las 10 a.m. se pasa por la escuela del señor Deasy en Dalkey (escena de 'Néstor' - episodio 2) y así sucesivamente se van recreando el transcurrir del día que Joyce supo plasmar en su novela y en donde los celebrantes hasta procuran comer lo mismo que los protagonistas de la obra.
Como este año, al igual que los anteriores, no contamos con el dinero suficiente para hacer semejante recorrido turístico religioso y acercarles una descripción de la ceremonia les hacemos llegar dos textos a modo de homenaje, publicados en el ultimo numero de la revista Odradek por Roberto Gárris y Germán Garcia.
Estamos tentados de proponer El Baldersday, en honor al personaje de Arlt. Recrear el caminar abrumados por la duda en la zona de tribunales, viajar en tren desde la estación de Retiro hasta el Tigre y encontrarnos con alguna Irene en la puerta de alguna casa típica, para luego pasar por esas puertas y sentarnos a comer un plato de pasta servida de una abundante fuente.
Ha vuelto Ulises
Me habían hablado mucho de la movida cultural de la ciudad de Cuernavaca. Por otra parte yo recién había terminado de leer el Ulises de Joyce por segunda vez, y era un 16 de junio, el día Bloomsday, en que se homenajea en el mundo a la obra y a su autor, así que no fue extraño que se despertara mi la curiosidad al recibir el volante que invitaba a ver “Ha vuelto Ulises”, adaptación del grupo La Furia de Blas sobre una obra teatral de Salvador Novo.
Debería haber sospechado de qué podía ir la cosa cuando se citaba al público para las cinco de la tarde, no lo hice.
Ulises era un simpático toro, o bien podríamos decir dos hombres de corta estatura, seguramente mexicanos, uno de pie y el otro agachado detrás del primero, haciendo de toro con el expediente de cubrirse ambos con una tela marrón, y tocarse el erguido la cabeza con una máscara que remedaba la cara taurina rematada en sendas guampas blancas confeccionadas con papel maché.
Ulises era acosado por la oveja Molly, que intentaba conseguir los favores del animal. Molly estaba interpretada por una actriz ataviada con un frondoso vestido de lana blanco.
Mientras el toro abusaba de los monólogos interiores bufando al tiempo que frotaba una de sus patas delanteras contra las tablas del proscenio, Molly hilvanaba otro monólogo que más se asemejaba a una catarata de “meeeés”, que es como se supone que hablan las ovejas. Hasta que Ulises hizo mutis por el foro y llegaron al escenario Esteban y Leopoldo, que, de seguro, por el porte y lo sudados, se trataba de los mismos actores que constituían al toro Ulises. A partir de ese momento todo fue malabares y caídas, chanzas y chacota que por lo general no llegué a comprender. El público, integrado por dos señoras mayores que roncaban con efusión mientras tres niños que seguramente serían sus nietos corrían por el patio de butacas, y yo, reaccionaba, entonces, de distintas formas a lo que se estaba representando.
Algunos minutos más tarde la oveja Molly ocupó el frente del escenario mientras Leopoldo y Esteban corrían tras bastidores para regresar en la piel de Ulises, el toro. Entonces una voz en off gritó, “Ulises ha vuelto” y las luces de la sala se encendieron pero yo ya estaba muy lejos de Dublín, de Grecia y de Cuernavaca.
Roberto Gárriz
El otro Joyce
A William Faulkner, que dio letra
a los narradores de nuestra lengua.
Un tal Ferro, según me llegó, escribió El otro Joyce. Cada mes de junio, desde que trabajo en el suplemento cultural de algunas de las corporaciones descubiertas, me piden algo sobre la “mítica fecha” (así le llama el jefe de redacción) en que transcurre Ulises. Al fin, me dije, una posibilidad de ser original. Uno de los nuestros escribió El otro Joyce y, con la debida licencia periodística, podría decir que era el otro Joyce que se esperaba desde el amague de Leopoldo Marechal. ¿No lo había insinuado Borges en alguna de sus miles de entrevistas?
Le pagué a un estudiante de letras –uno de esos que cuida no terminar la carrera para seguir en la casa de sus padres– para que trajera más datos.
Sí, me dijo por twitter, existe. Así, con cierto misterio. Tres puntos... al parecer se llama Roberto.
Astuto, no repetía el apellido. Y, en otro mensaje, agregaba: No es biografía, ni ensayo, ni pastiche argentino. Es una novela que arranca en estilo policial.
Dos o tres días después supe que había escrito algo sobre Onetti. La novela policial, más Onetti que aprendió de Faulkner, me hicieron recordar el prostíbulo de Ulises; modelo de sucesivos prostíbulos que aparecen en Vargas Llosa, en el mismo Onetti y en tantos otros. Cuando desaparezcan hasta los de Río Gallegos habrá que copiar prostíbulos de los grandes narradores de América Latina. O bien se comprarán hechos por internet: “Prostíbulo estilo Ulises, mujeres que hacen todo sin globito. Pocas palabras y mucha acción, para novelas hot”.
Al ser de un país que narró la experiencia de la pampa es imposible un Hamlet. O bien podría ser algo frente a la eternidad de la materia, como Martín Fierro, con un dilema entre civilización y barbarie. Civi o Bar, ¿esa es la cuestión?
Las indias en lugar de las sirenas y el héroe atado al caballo que alcanza a murmurar: “Tira más un pelo...” Habrá fiestas bárbaras, escaramuzas eróticas y algún dato fuera de contexto, alguna alusión a David Hume, algún ñandú que no viene a cuento. Antiguas municiones de cañones que se oxidan entre la gramilla. Y empanadas.
Mi informante desapareció.
En los últimos años pasé horas de atraso de sucesivos aviones, en diferentes aeropuertos. Tenía Ulises en el bolso de mano, en versión francesa, en el original inglés. Dos traducciones diferentes en castellano. Y diccionarios. Podría estirar la mano, leer dos y hasta tres horas. Pero no. Prefería La fenomenología del espíritu, de Hegel. Las obras completas de Proust y hasta la Biblia, con perdón de Dios. Supe que había más de un Roberto Ferro que podrían haber escrito El otro Joyce. Fue el primer año que no entregué nada para la “mítica fecha”. Algunos compañeros dijeron que era un acto político contra la corporación, en la que pronto me jubilaría.
Germán García
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