EVA PERÓN: MAS ALLÁ DEL MITO Y LA LEYENDA

NOMBRE Y MILITANCIA

Caminaba con cierta quieta dignidad característica de ella.

Pero con cuidado y muy lentamente, porque Gerty MacDowel era…(…)

¡Es coja!¡Oh!

(Joyce, Ulises)

María Eva Duarte era la quinta hija de Juana Ibarguren y Juan Duarte, un importante hacendado de Chivilcoy. Juan Duarte estaba casado con Estela Grisolía y mantuvo durante años una doble familia. Al poco tiempo del nacimiento de Evita, se alejó de Juana Ibarguren para dedicarse a su familia legítima. En 1926 murió en un accidente automovilístico y su velatorio fue traumático para María Eva ya que las hermanas legítimas no aceptaron la presencia de los hijos naturales de su padre. Eva era la menor, la que menos conoció a ese padre distante. Las hermanas mayores Blanca, Elisa y Erminda seguramente deben de haber tenido más trato con Juan Duarte. Un poco mayor que Evita era Juan (Juancito), el único varón de la familia y que mantendría con ella siempre una especial relación. En 1935, cuando Evita viaja a Buenos Aires para probar suerte como artista de teatro, su hermano, que estaba haciendo el servicio militar, la recibe en Retiro. Juana Ibarguren era hija de Petronia Núñez, de viejas familias criollas, vinculadas con el fuerte de Junín, donde fuera comandante el celebérrimo abuelo de Borges, aquel Francisco Borges, inmortalizado por la devota escritura de su nieto. En las coordenadas de las vidas, hay algunos puntos no lejanos que interceptan las existencias de Evita y Borges, sobre lo cual hablaremos más adelante.

La madre Juana, el padre Juan. El hermano también Juan y finalmente el hombre que cambió su vida Juan Perón, también determinado por ese nombre, ya que su abuelo materno se llamaba Juan Sosa y su madre Juana Sosa. Tantos Juanes y Juanas. Tal vez Evita debería haberse llamado Juana como su madre, Juana Ibarguren ya que el apellido Duarte fue para ella una especie de pesadilla.

Sin duda, Perón, pasaría a ocupar el lugar de ese Juan Duarte. Casi veinticinco años mayor que Evita, Juan Perón estaba más cercano a la generación de Juana Ibarguren que a la de Evita. De este modo, la constelación padre, madre, hija se repetía en esa relación donde Evita terminó identificándose con la mujer legal, la primera mujer de Perón, Aurelia Tizón, una culta señorita de la burguesía porteña, maestra y que estudiaba pintura en la Prilidiano Pueyrredón. Aurelia Tizón (Potota o Preciosa para los íntimos) murió también a causa de un cáncer de útero a los 30 años. De este modo, Evita ocupará el lugar de “esposa legal” qué le había sido negado a su madre. En La razón de mi vida opta por la identidad de “Evita”, la descamisada, la mujer luchadora y humilde que estará siempre al lado del líder, en lugar del lugar de “Eva Perón”, la primera dama, la mujer de elevada posición y poder. Esa confesión nos acerca al núcleo de un problema: Evita por un lado desea ser Juana Ibarguren para ocupar su lugar en el amor del padre, pero por esa vía desemboca en la negación del padre. No puede ser una Duarte legítima. Sin embargo, por otro lado, se identifica con Aurelia Tizón, la primera mujer de Perón, ya que muere de la misma enfermedad y a la misma edad, pues es sabido que se alteraron las fechas de nacimiento en el Registro Civil de Junín, donde Evita aparece con tres años menos (se dice que nació en 1921) ¿Por qué Evita alteró esa fecha? Sin duda porque su madre había ya roto con Juan Duarte y de esa manera, Evita agregaba algo a su compleja existencia: podía pensarse que NO era hija de Juan Duarte. Sin embargo este camino la acercaba a la mujer legal, a Aurelia (Potota) Tizón ya que, según los papeles alterados, Evita moriría exactamente a los 30 años como ella. De este modo el entrecruzamiento entre “mujer legal” y “mujer ilegal” se resuelve en la muerte de la Eva Perón de los papeles, del acta de matrimonio, a los 30 años como la “otra mujer” y la muerte de la Evita del pueblo (la verdadera), aquella nacida de la unión ilegítima de Juan Duarte y Juana Ibarguren, en l919.

La cuestión de la legalidad se refuerza con un dato que aporta el mismo Perón en su libro Del poder al exilio, donde afirma que se casa con Eva Duarte en La Plata, en el otoño de 1945, cuando en realidad se casaron en plena primavera, en diciembre de ese año. Tal vez, de esta manera, Perón trataba de rescatar a Evita de las habladurías de la burguesía porteña que veía con malos ojos que una actriz joven se hubiera ido a vivir con él. Por otra parte, situándola como esposa legal, le otorga un protagonismo indiscutible durante los acontecimientos del 17 de octubre. También en Del poder al exilio, Perón dice que lo impresionó luego del terremoto de San Juan, una joven actriz, rubia, sonrosada como una llama. Los biógrafos y distintas versiones cinematográficas coinciden en mostrar a Evita, en esa época (principios del 44) con la cabellera oscura. Sin embargo, ¿cambia Perón la realidad conscientemente o él, en esa dimensión especial, la dimensión del fantasma, la “vio” rubia? Tal vez Eva Duarte había ya comenzado a aclararse el cabello, que no resultaba totalmente oscuro. Por otra parte, Alcaraz, su peluquero, iría cambiándole el color, en especial para las filmaciones de La cabalgata del circo y La pródiga, donde aparece totalmente rubia.

Marysa Navarro señala algunos hechos en la infancia de Evita que explicaría sus compleja y rica personalidad. Uno de esos hechos es el de haberse quemado la cara con aceite hirviendo cuando solamente tenía cuatro años. Erminda Duarte cuenta en “Mi hermana Evita (citado por Navarro), cómo la pequeña María Eva se volvía negra por las quemaduras. Juana Ibarguren le ató las manos a “la Cholita”, como le decían familiarmente, para que no se tocara las heridas y al cabo de los meses, en una noche de lluvia, Evita cambió totalmente la piel. De este modo, surgió ese cutis transparente, de alabastro y cristal, que los fotógrafos admiraban. Pedro Ara, el médico español que tuvo a su cargo el embalsamamiento de su cuerpo, afirma que jamás había visto una piel tan blanca y tan perfecta. Esa especie de “renacimiento”, de metamorfosis de crisálida, casi misterioso y mágico, se completa con otro acontecimiento de la vida infantil de Evita que contribuye a formar aquello que la distinguiría. Como todas los niños de la época, Evita participaba de los juegos con su hermanos Juancito y Erminda (los menores), corría con su perro León, iba a la escuela, se disfrazaba para los Carnavales con los trajes que le cosía su madre (Juana Ibarguren trabajaba en su Singer para mantener a la familia luego de que Duarte los abandonara) y para las fiestas de Reyes esperaba sus regalos. Un año había pedido una muñeca muy grande y demasiado cara para el magro presupuesto de doña Juana, quien logró comprar una muñeca semejante pero mucho más barata ya que le faltaba una pierna. La niña María Eva se sintió muy feliz con el regalo, las hermanas le hicieron a la muñeca un largo vestido para disimular el defecto y Evita jugó con esa muñeca durante mucho tiempo. Símbolo de que algo falla, que algo cojea, más allá de la belleza y la armonía. Evita sabía de ese defecto, de ese herida y por ella se filtraba su deseo, el deseo irrefrenable de la militancia que la llevo a ofrendar su vida, a quemarse en su llama, a cumplir el mandato de esa falta que la convertía en mártir de una causa.

En las sencillas casas (primero en Los Toldos y luego en Junín) donde vivió Evita en su infancia (la familia se mudó muchas veces), se escuchaban las canciones infantiles, la máquina de coser de Juana Ibarguren y el ruido de la vajilla para los pensionistas. Las hermanas de Evita, Blanca, Elisa y Erminda, se casaron con algunos de esos pensionistas, el Dr. Justo Álvarez Rodríguez, hermano del Rector del Colegio Nacional de Junín, el Mayor Alfredo Arrieta y Orlando Bertolini. Blanca se había recibido de maestra en la Escuela Normal de Junín, Elisa trabajaba en el Correo y Erminda se graduó en el Comercial. En esa constelación familiar, típica de la clase media provinciana y que desmiente las aberraciones e infamias que se tejieron, Evita soñaba con ser actriz, con el teatro y el cine…Y partió a Buenos Aires en 1935, el año en que murió Gardel, para inaugurar otra historia argentina, cercana a la leyenda y al mito.

EVA PERON Y BORGES
Es sabida la reverencia de Borges por sus mayores. Uno de ellos, el Coronel Francisco Borges, fue comandante de milicias en el fuerte de Junín, en la frontera oeste con el indio a mediados del siglo XIX. En ese lugar bárbaro (según la concepción sarmientina a la que Borges adhiere), Francisco Borges vivió con su mujer, la inglesa Frances Anne Haslam, la abuela que tanto influyera en Jorge Luis. Esta historia está referida a modo de ficción en “Historia del guerrero y la cautiva” en El Aleph. La abuela y bisabuela de Evita habían estado en relación con el fuerte de Junín: Petronia Núñez y Paula Pregote. Sin duda Juana Ibarguren, madre de Evita, había oído de niña las historias del coraje y los malones, en esa tierra donde aún resonaba la voz imperativa del cacique Coliqueo. En ese mundo creció Juana Ibarguren y también sus hijos, recordando la lucha con el indio, el arrojo del criollaje y las órdenes de la milicia, regida por los idearios del progreso y “la civilización del hombre blanco”. Más tarde el ferrocarril marcó el imaginario de esas poblaciones. Viamonte creció en torno de la estación y una de las casas donde vivió Evita estuvo muy cercana a las vías del tren. No es difícil imaginar a la niña arrullada por el ruido inconfundible de las locomotoras. Los Toldos permaneció como nombre del antiguo poblado ya que hacía alusión a las tolderías de Coliqueo.

No pocas veces Borges se refiere a ese fuerte de Junín y a la valentía de su abuelo, muerto heroicamente después de Pavón, como así también a la abnegación de su abuela, que ironizaba con su destino de inglesa desterrada en semejante lugar, entre soldados, gauchos e indios.

De esa tierra proviene algo, tal vez, del indómito temperamento de Evita.

Esa tierra, también, contribuyó a la fantasía borgena y a su no disimulada admiración por el coraje y el pasado heroico de los criollos. Pero las coordenadas vuelven a tocarse, muchos años después, cuando Eva y Juan Perón, van a vivir al Palacio Unzué, en Austria y Libertador, residencia de los presidentes desde la época de Justo. El Palacio Unzué era una magnifica mansión de dos plantas, típica construcción de las que realizaba la oligarquía argentina, con escalinatas de mármol y ricos balcones. Evita vivió allí, como primera dama, desde 1946 hasta su muerte. La última luz que vieron sus ojos se filtró por una de las ventanas de esa casa, luego demolida por la furia gorila de Lonardi y Aramburu, que intentaron borrar toda la historia. Una de sus biógrafas, y amiga, Lilian Lagomarsino de Guardo, quien también la acompañó en su viaje por Europa, la recuerda en ese palacio, comiendo naranjas, callada y pensativa, como una niña, luego del gran triunfo electoral del 46 y mientras todos festejaban el acontecimiento.

La demolición del 55 arrasó muros, mármoles, cristales, obras de arte y dejó el predio vacío. Y, aquí está la paradoja (¿destino? ¿historia? ¿ardid de la oligarquía?): Como en los cuentos borgeanos de laberínticos espejos, en ese lugar se LEVANTO LA BIBLIOTECA NACIONAL, de la que el mismo Borges había sido director después de la llamada Libertadora en 1955 y que funcionaba en la calle México. Extraña relación (¿el Hado?). Los caminos y los fantasmas de Evita y Borges volvían a reunirse…En el lugar donde ella exhaló su último aliento el 26 de julio de 1952, en ese preciso lugar, se levantó un laberinto de libros, como soñara Borges… La letra sobre la pasión, el símbolo sobre la militancia y el deseo.

La mirada de Borges sobre Evita no fue indiferente; lo demuestran sus textos. Si bien es cierto que alude a Perón en cuentos como “El otro” en El libro de arena o en “Martín Fierro” en El hacedor, se refiere directamente a Evita, en el relato breve “El simulacro”, también en El hacedor, donde la llama “la mujer Eva Duarte”, lo que nos recuerda “Esa mujer” de Walsh y de nuevo la obsesiva presencia del padre: Juan Duarte. ¿Por qué Borges la nombra así, y no con su nombre social y político, unido al nombre del líder? La cuestión del nombre, al fin y al principio…


Liliana Bellone



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