Los objetos no son solo fantásticos por pertenecer a un mundo imaginario. También el tiempo suele otorgarles ese carácter ilusorio. Pasa con las personas, pasa con los lugares, ¿por qué no podría pasar con una revista? El hecho de que Escrita se haya publicado en la ciudad de Córdoba entre 1980 y 1986, a razón de un número por año, no la vuelve menos fantástica.
El tiempo que ha pasado desde el último número hasta hoy abarca exactamente un cuarto de siglo. Lo suficiente para que algo tan evanescente como una revista literaria se olvide, se convierta en material de archivo o se vuelva legendaria. Incluso las miniaturas de bestiario medieval que ilustran algunas de las tapas de Escrita refuerzan ese carácter de pasaje a otra realidad que es una de las promesas de la literatura.
Sin embargo la revista no surgió como un proyecto exclusivamente literario. En su origen se registra un efecto de época: la tentativa de cruzar literatura y psicoanálisis.
Algo que en la Argentina se sigue intentando hasta el presente, con resultados a la vista, pero que en las décadas de 1970 y 1980 atravesaba un momento de máxima intensidad, evidente en publicaciones como Literal o Sitio. Fue el escritor, crítico y psicoanalista Germán García, autor de Nanina y de Gombrowicz, el estilo y la heráldica, quien convenció a Julio Castellanos y Antonio Oviedo, los primeros directores, que materializaran el proyecto editorial que venían aplazando desde tiempo atrás. Como aclara Oviedo en la nota inicial del número 1, García sugirió el nombre de la revista.
Sin dudas Escrita es una alusión directa a los Escritos, de Jacques Lacan, y si faltaran pruebas, el primer artículo se encarga de proporcionarlas: se titula Función de lo escrito, y lo firma el mismo Lacan. Casi todos los textos de ese primer número revelan su filiación psicoanalítica, ya sea por el tema (Escritura y locura, de Daniel Sibony) o por los autores (Grombrowicz, cómico de la lengua, de Germán García, o Güiraldes: el Don (de) Segundo Sombra, de Luis Gusmán) o por su vínculos con lecturas, preocupaciones y citas de Lacan (El éxtasis, de John Donne; La retórica, una clasificación, de Antonio Oviedo).
En el siguiente número, el 2/3, publicado en junio de 1981, la balanza entre psicoanálisis y literatura ya se inclina hacia el lado de la literatura. Si bien se repiten algunas firmas (García, Gusmán), y se agregan las de otros intelectuales vinculados al psicoanálisis (Oscar Masotta, Jorge Jinkis, Eduardo Grüner, Marta Olivera), se publican más poemas y aparecen traducciones de Philippe Sollers y John Austin.
Por entonces, Julio Castellanos se ha retirado de la dirección para asociarse a otro proyecto editorial y ahora sólo figura Antonio Oviedo como director y un consejo de publicación integrado por Miguel Prósperi y Vicente Mattoni.
Ni la guerra de Malvinas, ni el retorno de la democracia son mencionados en los números posteriores (el 4 sale en septiembre de 1982; el 5, en noviembre de 1983). Esa omisión o exclusión de toda referencia directa al contexto socio-histórico, que nunca es explícita, se deja leer también como un principio estético, si se la relaciona con la obra pasada y futura de Antonio Oviedo. La relación se impone por su propia fuerza. El nombre de Oviedo es el único que figura en todos los números de la revista y de alguna manera ésta fue una especie de laboratorio para sus ficciones y ensayos. Si bien representa un paréntesis en la cronología de sus libros, ya que se ubica entre los cuentos de Último visitante y El señor del cielo (publicados en un solo volumen por Burnichon en 1975) y Manera Negra y Autor de representaciones (novela y nouvelle publicadas en Dianus, editorial del mismo Oviedo, en 1987), es a la vez un campo de pruebas para lo que en las dos décadas siguientes se convertiría en una de las obras más interesantes (y más ignoradas también) de la literatura argentina.
En una entrevista personal, Oviedo recuerda que la revista le exigía una dedicación de tiempo completo. Era él quien se encargaba de reunir los artículos, pedir las colaboraciones, escribir comentarios de libros y traducir muchos de los textos. Esta especie de poligrafía llega a su punto de ebullición en el número 7, donde Oviedo firma 18 notas breves con sus iniciales y dos comentarios con su nombre completo. Ninguno de los colaboradores, ni siquiera los más activos, como Carolina Scotto, que figura en los consejos de publicación desde el número 5 al 8, y que escribió ensayos sobre Leibnitz, Platón y Nietzsche, se comprometió tan a fondo con el proyecto de Escrita, aun cuando sea Scotto (y en menor medida Oscar del Barco) la que viene a expandir los contenidos específicamente filosóficos de Escrita, algo que apenas se insinuaba en los aportes previos de Miguel Prósperi y Mario Forte.
Si se revisa el índice completo de los ocho números, se imponen dos certezas. La primera: se trata de un proyecto más individual que colectivo. De alguna manera, Escrita es la revista de un solo hombre. La segunda: se trata de una publicación que parece desfasada de su espacio geográfico y cultural, pero que sin embargo difícilmente podría haber aparecido en un lugar que no fuera periférico o marginal como Córdoba. Hay algo sensiblemente provinciano en tanta distinción y erudición que remite al fin del mundo. Desde 2008, una revista no menos provinciana, distinguida y erudita como El Banquete ha empezado a reeditar algunos textos originalmente publicados en Escrita, y le ha dedicado un dossier a Antonio Oviedo en el último número.
En un eventual museo de la revista perfecta, Escrita podría participar con la magnífica serie Escritores-pintores, que incluye textos de Barthes, Jünger, Mallarmé, Von Kleist, Alberto Savinio, Saint John Perse o Robert Musil, muchos de ellos traducidos por primera vez al español, con el inquietante relato El sueño de los caballos de Aquiles, de Héctor Ciocchini, con el discurso El meridiano, de Paul Celan, con el ensayo Hofmannsthal o el reino del silencio, de Pierre Ives Petillon, con el relato El viaje de Urien, de André Gide, con el poema titulado simplemente Poema, de Hugo Gola.
La fidelidad a la literatura, esa actitud que parece tan anacrónica, es la que hace posible leer hoy a Escrita como si no hubiera pasado el tiempo, como si recién acabara de salir de imprenta.
Carlos Schilling
* Publicada en DEODORO, gaceta de crítica y cultura, Nº 12. Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, septiembre 2011.
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