Mi
abuelo dijo antes de morir: abril no es
un mes cruel
(G.
García)
Des-estructuración e intensidad: el desastre de (…) cancha (…) rayada (…) secuencia que se
rompe y por donde se filtra la novela y la novela familiar, la épica del padre,
el epígrafe de Sófocles y por lo tanto Yocasta, Edipo, Layo, la tríada, y
Orestes y Electra en la tragedia de Agamenón y
Clintemnestra, la familia de Argos, la familia de Tebas, en un orden que puede ser también a la
inversa: rayada…cancha…el desastre de…o
fonemas y sílabas multiplicadas y divididas al infinito, constelaciones que se
anudan a veces en una palabra o en el hilo de Ariadna: la lectura de Molly Elsa
Fernández Bloom actualizando el Ulises de
Joyce leído y releído por Leopoldo Fernández, el padre anarquista, el marido,
el hombre argentino medio, hijo de
inmigrantes, el padre finado, pero no tanto
como anuncia el narrador al comienzo de la novela. Y los otros padres que
vienen a beber de la ofrenda para
hablar, como Tiresias, que al final es sordo, o con un bastón y que camina por las calles de Buenos Aires
porque es Borges, o tal vez Leopoldo Marechal descendiendo a la Oscura Ciudad
de Cacodelfhia, en ese Ulises argentino
que es Adán Buenosayres, o Leopoldo Lugones, ¿por qué no? , después de
todo Borges le dedica El hacedor, en un encuentro
imaginario, porque su padre, Jorge
Guillermo Borges había muerto también en el 38, igual que Lugones, cuatro días
antes que Lugones, en ese aciago 1938. Genealogía de los Leopoldos. El padre
anarquista y el tío poeta, hermano de la
madre, menos amargo que dulce, el que va por las pensiones y los bares cantando
sus poemas, aconsejando al joven sobrino, o desaconsejando, como en una novela
de iniciación, en fin, recordando a la hermana paralítica, la madre de Leo, la esposa
de Leopoldo padre, una niña que no camina, que evoca a la chica que cojea,
aquella Gerty Mac Dowell, esa Nausícaa contemplando a su Odiseo, o sea a
Leopoldo Bloom, en el Ulises de Joyce, la verdad que cojea, la beldad que cojea en
esa ciudad-puerto que es Buenos Aires a la que hay que amor u odiar, sin
medianías.
Pulverización de la función del narrador: Leo: quise llamar al Primera Persona, esperé
la salida de mi tío para correr hasta el teléfono, marqué un número menos. No
pude, volví a tirarme sobre la cama, dos horas después (como la primera vez)
iría al zoológico. Ahora con mi tío, sin Elsa, sin el que cuenta, y con
Leopoldo el muerto. (p.191)
“Emisor fuera de texto”, “Primera Persona”, “el lenguaje
del ausente” como dice Freud.
Recordar el inicio del cuento “Las babas del diablo” de
Julio Cortázar: Nunca se sabrá como hay
que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del
plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Si se pudiera
decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos (…)
Pulverización de la gramática: la frase y la oración se
rompen (El placer del texto de Roland
Barthes), la gramática se extravía por los resquicios de lo no dicho, siguiendo
las reglas de Otro mandato, ¿literatura de goce?
¿Qué lugar se asignará en la escritura a las pausas, al
ritmo narrativo, marcado por las comas, los puntos, los guiones de diálogo, las
mayúsculas?
Teatro, poesía, novela, más allá del género, agudeza del
narrador para oír las voces de las sirenas y el ruido de las olas. Novela
universal y novela argentina, Edipo, Yocasta,
y Antígona, tan argentina que comenzó a llamarse Antígona Vélez, la guía
del ciego, la hija y la hermana querida
que atempera la ira de los dioses y la crueldad de los hermanos que no cesan de
enfrentarse, rivales fraternos, enemigos hasta la muerte.
San Martín y Cancha Rayada, Mariquita Thompson de Pérez o
de Sánchez, o Sánchez de Thompson, Manuelita
o Remeditos, la Bandera, el Himno, Belgrano, French y Berutti, en las clases de
la señorita Ferrari, el triunfo y la derrota en aquellas mañana de la infancia,
en el país del sur, con escarapelas celestes y blancas y pedacitos de marchas patrióticas
y tangos y luego el Cordobazo, aquel 29
de mayo de 1969 y Perón, el golpe del 55, la Semana Trágica en las sombras del
recuerdo, hablan una y otra vez, se
asoman para decir poética y dramáticamente a la Argentina, para describir la
genealogía argentina y de la generaciones como eras arqueológicas donde se
asoman Francia, España, Italia en ese laberinto-Buenos Aires: viaje al centro del laberinto, que no es
centro, como alguien, Molly Elsa Fernández Bloom lo sabe, porque se desliza por
el camino de la lucidez que le permite su camino-existencia hecho de pañales y renunciamientos por el marido, un
poco hijo, un poco amante, un poco compañero, hombre al fin, carenciado y solo,
por los hijos, por su madre y la madre
de su madre, y por ella en último lugar, como la Molly española y sensual de
Joyce, como la Molly que dice sí, la mujer que es invadida por sueños eróticos
imposibles, perdidos, metamorfoseados en otros sueños, caminando al borde de un
precipicio para mantener la cuerda y no caer
al foso, porque ella podrá subir de nuevo, como la poesía, hecha en los bordes,
haciendo equilibrio para no caer, para no caer, y seguir en la cornisa en ese
lugar de culpas y renunciamientos, de deseos y de miedo y amores y ollas y cocina
y comidas y silencio y voces inmediatas e invisibles, nunca oídas. El monólogo
de Molly Elsa Fernández Bloom es el hilo de Ariadna, la historia, el esqueleto
de la historia de la novela, porque Cancha Rayada es una novela, una novela
que exige un gran trabajo del lector, pues los acontecimientos obedecen menos a
la causalidad que a lo poético, inclinándose hacia una intensidad lírica
notable.
Palimpsesto (Gérard Genette), donde se reescriben la
tragedia y la novela, Borges, Marechal, Macedonio, Cortázar, Arlt, siempre
Joyce…Y los inmortalizados por Dante: Homero, Horacio, Virgilio, Ovidio, Lucano…
Palimpsesto que inscribe también la
parodia y la ironía, y por sobre todo el humor. El mito, la esfinge, el enigma
y la trivialización del mito, un auto rojo o una letra de canción pegadiza.
Polifonía de voces (Bajtín), el lenguaje social de los 60 y los 70, de los
intelectuales, de las clases obreras, de los barrios, de la praxis socialista,
de la convicción peronista y del anarquismo,
de las canciones y el refranero popular en
páginas que eluden la gramática del orden y lo previsible, las curvas de entonación, el ritmo de la prosa,
las pausas convencionales, los acentos, en una subversión de acentos
desplazados, puntos y comas fuera de lugar, que conllevan en sí la historia de
uno y todos en un mar que es el mar del lenguaje.
Lugar de la poesía, intensidad, Big Bang donde el sentido
se concentra, y cae y explota. Cancha Rayada
no solamente es la derrota de la gloria que se advierte en un aula escolar, es
también la aceptación lisa y llana de la vida y su encadenamiento de generaciones
repetidas sobre la tierra, una y
otra vez, una y otra vez…
Inicio y final o a la inversa, (“El arte de comenzar y el
arte de terminar”, dice Italo Calvino en Seis
propuestas para el próximo milenio) Tragedia, drama, novela, recitado en
hibridez de géneros y registros se reúnen en la cita que cierra el libro,
tomada del Epílogo de El hacedor (1960) de Borges, donde un hombre antes de morir descubre que
su ardua tarea de describir el mundo traza las líneas de la imagen de su cara.
Novela solamente posible desde el talento y la
inteligencia, desde la experiencia y
formación que provienen del psicoanálisis, capaz de bucear, sin faros y sin
torres, o destruyendo faros y torres, por el océano del lenguaje y regresar,
sin extraviarse, como lo hace con tanta destreza Germán García, quien marca con
esta novela un momento culminante en la narrativa argentina, como ya lo hiciera
en 1968 con Nanina, libro inaugural
de una trayectoria literaria brillante, hito fundamental en nuestras letras.
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