Psychoanalytic Quarterly,
vol. 5 nº1, 1936. Traducción del original alemán publicado en 1930
Traducción e introducción de
Víctor Hernández Espinosa
Fuente: TEMAS DE
PSICOANÁLISIS. REVISTA DE SOCIEDAD ESPAÑOLA DE PSICOANÁLISIS Núm. 3 – Enero 2012.
Robert Waelder nació en
Viena en 1900 –el mismo año en que Freud publicó La Interpretación de los
Sueños– y murió en 1967. En 1938, emigró a los Estados Unidos y ejerció la
enseñanza del psicoanálisis en el Instituto de Boston; en 1943 se estableció en
Filadelfia como analista didáctico del Instituto de esa ciudad y presidió la
Asociación Psicoanalítica de Filadelfia desde 1953 a 1955. Su influencia en el
pensamiento psicoanalítico fue importante y el artículo que ahora presentamos
es seguramente uno de los más citados a lo largo de toda la literatura
psicoanalítica. El Principio de la Función Múltiple: Observaciones acerca de la
Sobredeterminación fue publicado en alemán en 1930 como un comentario a la
publicación de Inhibición, Síntoma y Angustia en 1926, pero de hecho contiene
ricas aportaciones al pensamiento psicoanalítico que van apareciendo a lo largo
de su lectura. El título se refiere a que todo acto psíquico no sólo está
sobredeterminado, sino que también tiene un múltiple significado a partir de la
función esencial del Yo consistente en solucionar los problemas que le plantean
el Ello, el Superyó y la Realidad. Pero Waelder se ocupa también del problema
que supone para el Yo la necesidad de asimilar parte de los otros
agentes psíquicos y, por lo tanto, de modificar su propia estructura y
contenidos. El concepto de múltiple función del Yo no se entiende sólo como
sobredeterminación del acto psíquico o del síntoma, sino que implica
necesariamente una multiplicidad de significados, o sea, que la sobredeterminación
múltiple que precede al acto psíquico abre un abanico de múltiples significados
en la función del propio acto psíquico en una perspectiva temporal. Esta nueva perspectiva
constituye, en palabras de Boesky, "un mapa funcional de las múltiples
tareas adaptativas en la interacción polifónica de las agencias mentales (...) Waelder
dejó claro que esta polifonía caracteriza todos los actos de la mente, no solamente
la formación de síntomas (...) El principio de la Función Múltiple dibuja un
mapa teórico para la comprensión global de la mente como un instrumento polifónico
en cada uno de sus actos". Si cada acto psíquico está sobredeterminado y
tiene múltiples funciones, debe tener también múltiples significados y el discurso
mental es, en el sentido que habla Boesky, un discurso polifónico.
Me gustaría destacar el
párrafo en el que Waelder comenta que las soluciones que aporta el acto psíquico
del Yo, con su actitud sintetizadora y conciliadora de todos los requerimientos
que le llegan y condicionan, nunca pueden ser completas y que eso explica el
constante estado anímico de contradicción e insatisfacción perpetua, y afirma
que "el acto de amor en el ámbito psíquico es el que más se acerca a una
solución completa de todos los contradictorios problemas del Yo". Me parece
que se acerca así al futuro concepto de reparación. Waelder volvería a reconsiderar
el tema en un trabajo publicado en 1967 (el año de su muerte) con el título de
Inhibición, Síntoma y Angustia: Cuarenta Años Después.
*****
El principio de la función
múltiple: Observaciones acerca de la sobredeterminación.
Las observaciones que siguen
han sido escritas con ocasión del nuevo esquema de la teoría de la ansiedad presentado
por Freud en su libro Inhibición, Síntoma y Angustia[1]. Anteriormente a esta
obra, se suponía que la ansiedad se originaba en el Ello como resultado de la acumulación
de una tensión insatisfecha y que, durante este proceso, el Yo se veía
sobrepasado como una víctima indefensa. Freud modifica ahora esta concepción
afirmando que, en una situación de peligro, es decir, de amenaza de un exceso
de tensión sin descarga, el Yo puede anticipar tal situación en forma de ansiedad
y que esta anticipación se constituye en la señal inmediata que tiende a inducir
al organismo –mediante la huida, por ejemplo, o cualquier otra medida apropiada
de protección– a adaptarse para evitar el peligro, lo que implica que la ansiedad
cumple una función biológica. No era intención de Freud trastocar ni desplazar
la antigua teoría; como tampoco lo era decir que la ansiedad podía estar
causada primero de esta manera y luego de la otra. Más bien ambas concepciones
– la ansiedad que abruma al Yo y la ansiedad para que el Yo cumpla una función
biológica– constituyen dos caras de un mismo fenómeno. En otras palabras, Freud
describe el fenómeno tanto desde la perspectiva del Ello como desde la del Yo. Esta
doble consideración da pie a pensar que el mismo método podría adoptarse y
aplicarse fundamentalmente a todos los fenómenos psíquicos y que, a la luz del
psicoanálisis, no sólo sería admisible una concepción doble o múltiple de toda
acción psíquica, generalmente hablando, sino también necesaria en conjunto.
El psicoanálisis incluye en el
Ello todo aquello que mueve al hombre a funcionar, todas las tendencias internas
que le influyen, toda vis a tergo[2].
Por otra parte, el Yo representa la dirección emprendida por el hombre, toda actividad
intencional. Pensar en que tengo que coger los guantes porque hace frío y voy a
salir sería un ejemplo típico y cotidiano del funcionamiento del Yo. El psicoanálisis,
al comprender así el Ello y el Yo, percibe el ser humano como un ser a la vez
impulsivamente movido e intencionalmente dirigido. Este punto de vista ha
descuidado consciente y deliberadamente el problema importante: cuál de las dos
perspectivas debiera considerarse primaria y cuál secundaria ignorando el hecho
de que es importante que el psicoanálisis conozca ambos fenómenos además del hecho
de que el impulso es el primario. En este trabajo no consideraremos los problemas
relacionados con esta cuestión y nos limitaremos desde el principio a afirmar
que el psicoanálisis se ocupa de los dos problemas. El Ello es, por así decirlo,
la continuación de lo que los biólogos conocen como las tendencias que orientan
periféricamente a los organismos vivos y el Yo es el representante de las
tendencias centrales del organismo. El esquema de los procesos que ocurren en
el Ello sería así instinto– expresión instintiva; en cambio, el de los procesos
del Yo es tarea– resolución o intento de resolución de la tarea. El Yo siempre enfrenta
problemas e intenta buscar soluciones. Toda acción del hombre tiene que pasar
siempre por el Yo y es, por lo tanto, un intento de resolver un problema.
Incluso en el caso extremo de una acción realizada bajo la presión impulsiva, que
puede parecer a primera vista puramente movida por los instintos, el Yo aporta su
contribución. La demanda imperativa de satisfacción es el problema que se le propone
al Yo; la acción resultante, el medio para solucionar el problema.
Si es correcto designar los procesos
del Yo como intentos de solución de problemas, debemos preguntarnos entonces cuáles
son esos problemas a cuya solución se consagra el Yo y cómo podrían
caracterizarse y clasificarse los múltiples contenidos de esos problemas. Unos serían
claramente los que llegan al Yo desde fuera; otros los que le plantean al Yo factores
extraños a él, como ocurriría, por ejemplo, en la acción impulsiva del instinto.
Podríamos hacernos una idea de cuántos de estos posibles problemas existen
pensando en cuántas agencias tiene que enfrentar el Yo. En primer lugar está el
Ello, el mundo de los instintos que se dirige al Yo con sus demandas; luego el mundo
externo con sus exigencias al individuo; finalmente, en proporción creciente a partir
de un cierto momento del desarrollo del individuo, el Superyó, con sus órdenes
y prohibiciones. Todos ellos demandan algo y todos ponen al Yo ante el problema
de encontrar medios y formas para satisfacer las demandas, es decir, ante el problema
de hallar posibles soluciones. Además, podríamos considerar como un cuarto
problema el que se le impone al Yo a través de la compulsión a repetir. Aunque la
compulsión a repetir se suele considerar en psicoanálisis como parte del
Ello (la parte más profunda), nos parece que es útil diferenciar entre las
demandas de impulsos que requieren gratificaciones concretas y las de las tendencias
a repetir y continuar acciones previas, incluso las que son desagradables. Dicho
de otra forma, distinguir entre estos dos aspectos de la impulsión instintiva, sin
que ello suponga intención alguna de profundizar sobre el status de la compulsión
a repetir. Consiguientemente, si se nos permite hablar de la compulsión a repetir
como una agencia en sí misma, el Yo aparecería solicitado por problemas
concretos desde cuatro direcciones: el mundo externo, la compulsión a repetir,
el Ello y el Superyó.
Sin embargo, el papel del Yo
no se limita únicamente a esta pasividad. La situación no es en modo alguno tan
simple; el Yo tiene mucho más trabajo que recibir órdenes y cuidar de su ejecución:
también desarrolla su propia actividad peculiar hacia el mundo externo, como lo
hace también con sus otras agencias internas. Esta actividad puede entenderse como
un esfuerzo por seguir siendo él mismo y a la vez asimilar en el crecimiento orgánico
el mundo exterior además de las otras agencias interiores. Esta actividad del Yo
se nota primeramente en su contacto con el mundo exterior, pero parece que
también en su contacto con la vida instintiva existe desde el principio mismo
una coordinación con su tendencia central, como parece demostrar el hecho de que
el Yo experimente cada crescendo excesivo de las fuerzas instintivas como un peligro
para sí mismo e, independientemente de cualquier consecuencia que amenace desde
fuera, como un peligro de ser destruido y de que su organización sea sobrepasada.
Evidentemente, el Yo también tiene una tendencia activa hacia la vida instintiva,
una disposición a dominarla o, más correctamente, a incorporarla en su organización.
El hecho de que exista una similar disposición del Yo hacia el impulso a repetir,
de que el Yo use repeticiones que le impone esta disposición profundamente arraigada
para vencer las tendencias amenazadoras, ya había sido subrayado desde el principio
por Freud cuando introdujo el concepto de la compulsión a repetir[3]. En la ocurrencia real de
las repeticiones es difícil distinguir hasta qué punto el Yo está sujeto a la
compulsión desde lo profundo y hasta qué punto la usa como medio para superar la
experiencia psíquica. Sólo la abstracción puede separar estos dos aspectos de la
repetición. Además, sería relativamente fácil ilustrar con algún ejemplo cómo el
Yo también tiene una tendencia similar en relación con el Superyó.
Por lo tanto, la función del
Yo no se limita a hallar soluciones para los problemas que le plantean el mundo
exterior, la compulsión a repetir, el Ello y el Superyó, sino que, además, se asigna
a sí mismo problemas tales como dominar las otras agencias o unirlas a su organización
mediante asimilación activa. Existen, pues, ocho problemas cuya solución tiene que
enfrentar el Yo: cuatro le son asignados y los otro cuatro se los asigna él
mismo. Incluso sería mejor decir que hay ocho grupos de problemas, puesto que los
problemas a que nos hemos referido contienen en cada caso un grupo de problemas.
(Por ejemplo, el problema de la gratificación instintiva asignado por el Ello
contiene naturalmente tantos problemas como instintos que buscan
gratificación). Así pues, los procesos que ocurren dentro del Yo pueden describirse
como diferentes intentos de solución. El Yo humano se caracteriza por una serie
de métodos específicos de solución.
Parece ahora como si nuestra
vida psíquica estuviera dirigida por un principio general al que podríamos llamar
principio de la función múltiple. De acuerdo con este principio, no es posible
ningún intento de solución que no represente, al mismo tiempo y de alguna u otra
manera, un intento de solución de otros problemas. Consiguientemente, cada acto
psíquico puede y debe ser visto en cada caso como un intento de solución simultáneo
de los ocho problemas, aunque pueda resultar más satisfactorio para un
determinado problema que para otro.
Al considerar este principio
se nos ocurre primero que es fundamentalmente imposible que un intento de solución
pueda responder en igual grado y con igual éxito a los ocho problemas, pues éstos
son de carácter inconsistente entre sí. Sobre todo, los problemas del primer
grupo (los que son asignados al Yo) se contraponen a los del segundo (los que
el Yo se asigna a sí mismo). Por ejemplo, la gratificación del instinto se contrapone
al control del instinto, así como el cumplimiento de las órdenes del Superyó está
en oposición a la victoria sobre el Superyó por asimilación del
mismo. Por regla general, hay todavía otros contrastes entre los problemas,
como ocurre entre los del Ello y los del mundo externo o el Superyó.
Finalmente, se encuentran otras posibles contraposiciones dentro de un mismo grupo
de problemas, como, por ejemplo, cuando impulsos opuestos demandan
gratificación o cuando surgen demandas del Superyó en claro conflicto con las exigencias
del no menos contradictorio mundo externo, etc. Consiguientemente, el complejo conjunto
de problemas a los que el Yo debe buscar solución constantemente resulta
inconsistente en tres direcciones y es imposible una solución simultánea y
completa de estos ocho problemas. Se demuestra así que todo acto psíquico es un
compromiso, como ya había descubierto el psicoanálisis en el caso del síntoma
neurótico, que es un compromiso entre el instinto y la defensa contra él.
Quizás esto nos permitiría entender el sentido de contradicción e insatisfacción
perpetua que, aparte de las neurosis, es común a todos los seres humanos.
Así pues, es fundamentalmente
imposible que un acto psíquico sea un intento de solución en el mismo grado y con
el mismo éxito para todos y cada uno de los diversos problemas. Si es necesaria
la conclusión de que, bajo el principio de la función múltiple, un intento de solución
resuelve un problema con más éxito que otro, es de comprender la extraordinaria
y única posición que ocupan los actos psíquicos que se acercan a una solución
tan ambiciosa. Esto es cierto en primer lugar respecto del acto de amor que ha
de combinar una gratificación física plena con una relación feliz. En él se contienen
la satisfacción de la necesidad instintiva, el más profundo impulso de repetición,
la satisfacción de la demanda del Superyó y las reclamaciones de la realidad, así
como la redención y el autodescubrimiento del propio Yo ante todas esas
realidades. Podríamos decir ahora que la extraordinaria y especial importancia del
acto de amor en el ámbito psíquico radica en que sea comprendido como el acto psíquico
que más se acerca a una solución completa de todos los contradictorios problemas
del Yo. Consiguientemente, si todo acto psíquico es de alguna manera –no importa
cuán imperfecta– un intento de solución de todos los otros problemas que
afronta el Yo, ello sólo es posible porque cada acto psíquico tiene múltiple
significado. Por ejemplo, que el trabajo con una máquina – que representa en primer
lugar un intento de adaptación al mundo externo– proporcione tal vez una gratificación
instintiva, aunque sea imperfecta, sólo sería posible porque el trabajo con la máquina
tiene además algún otro significado. En otras palabras: un significado múltiple
corresponde a una función múltiple.
Estas consideraciones nos ponen
en contacto con uno de los conceptos más antiguos y familiares del psicoanálisis:
la sobredeterminación, que es uno de los conceptos fundamentales que más claramente
le distingue de otras escuelas psicológicas. Este concepto se introdujo en psicoanálisis
como resultado de la observación empírica, primeramente como algo accidental,
que podía existir o no en un mundo más o menos repleto de diversidad. Cuando aparecía
se explicaba en principio por el hecho de que una sola tendencia psíquica no equivalía
todavía a efectividad psíquica y que sólo la conjunción de varias tendencias traspasaría,
por así decirlo, el umbral de la efectividad psíquica. Está claro que este concepto
se ha construido en analogía con los de la antigua neurología y que muestra una
dificultad lógica, dado que es posible la existencia de una determinación
completa –la ciencia natural conoce el concepto de causa necesaria y suficiente–
y, mientras se permanezca en la esfera de la ciencia natural, es difícil
comprender hasta qué punto un hecho podría estar determinado más que suficientemente.
En matemáticas la sobredeterminación parece incluso un sinsentido: un triángulo
está suficientemente determinado por tres componentes determinantes; que esté sobredeterminado
por cuatro sería, en general, imposible. En psicoanálisis la sobredeterminación
se encuentra con otra dificultad práctica: en la aplicación psicoanalítica, la
hermenéutica psicoanalítica, la introducción del concepto de sobredeterminación
no proporciona ni un punto de orientación o guía ni un límite para las esperadas
reconstrucciones; la sobredeterminación se abre al infinito, por así decirlo, y
no hay ningún principio de la hermenéutica psicoanalítica que pueda sentar
ningún tipo de postulado acerca de hasta dónde alcanza la sobredeterminación y cuándo
puede considerarse agotada.
El principio de la función múltiple
está quizás en situación de poder resolver todas estas dificultades. Está libre
de fallos lógicos, pues no afirma que un acto psíquico esté determinado
más allá de su propia determinación completa, sino únicamente que ha de tener
más de un sentido, que incluso si se inicia como intento de solución de un problema
determinado, tiene que ser también, al mismo tiempo y de algún modo, un intento
de solución de otros problemas específicos. En conjunto, el fenómeno de la función
múltiple y del múltiple significado de cada acto psíquico no debe entenderse
–en analogía con la neurología antigua– como una especie de suma de estímulos y
umbrales, sino –paralelamente a los conceptos de la nueva neurología y la biología–
como la expresión de la función colectiva del organismo total. Puesto que el organismo
siempre reacciona como una totalidad y puesto que todos estos problemas están constantemente
presentes en él, todo intento de solución de un problema tiene que estar conjuntamente
determinado, modificado y dispuesto a través de la existencia y la función de
los otros hasta que pueda servir, aunque sea imperfectamente, como intento de
solución para todos estos problemas y conservar así necesariamente su significado
múltiple. En este proceso no hay nada que sea casualidad, que pueda aparecer en
un caso y no en otro, todo obedece naturalmente a la estructura del organismo psíquico.
Finalmente, ya tenemos ahora una guía definida para la hermenéutica psicoanalítica.
El significado múltiple de un acto psíquico encuentra unos límites cuando se le
interpreta como un intento de solución de los ocho problemas o, más
exactamente, de los problemas de los ocho grupos. El significado múltiple no ha
dejado de ser infinito, pero en esta infinitud se han señalado ciertas direcciones.
Ciertamente, no se afecta la valencia que debe atribuirse a estos diversos
significados.
El principio de la función múltiple
permite una serie de aplicaciones, de las que sólo destacaremos algunas. En
primer lugar, explica el pansexualismo que se ha tomado como base de reproche al
psicoanálisis, es decir, la propensión del psicoanálisis a buscar un significado
sexual en todas las cuestiones, incluso cuando su interpretación realística
hubiera proporcionado ya un significado completo. En la medida en que todo acto
psíquico tiene una función múltiple y, por lo tanto, un significado múltiple, y
puesto que una de estas funciones y significados se referirá al problema de la gratificación
sexual (tanto más cuanto que la vida instintiva del hombre
nunca está del todo dormida) cualquier cosa que haga el hombre, todas sus
acciones intencionales dirigidas hacia la realidad, deben contener los
elementos de la gratificación instintiva. Así, para el psicoanálisis es esencial
que se atribuya un papel particular al impulso para la gratificación instintiva
y se le considere, por regla general, como el motor de lo que ocurre. No consideraremos
aquí esta segunda característica del psicoanálisis, como tampoco la cuestión de
la existencia primaria: se deduce del principio de la función múltiple, según
el cual es admisible y adecuado que todos los fenómenos se expliquen de acuerdo
con su contenido sexual.
El principio también explica
la importancia de la sexualidad para el desarrollo del carácter. El carácter
está determinado en gran parte por los métodos de solución específicos
peculiares de cada individuo y que permanecen relativamente constantes a través
del tiempo. Sin embargo, de acuerdo con el principio de la función múltiple, estos
métodos de solución deben haberse formado de tal manera que representen también
una gratificación de los instintos dominantes de la persona en cuestión. Ahora bien,
si se considera la vida instintiva cronológicamente como lo primero y más poderoso
dinámicamente en la estructura total, se deduce que los instintos dominantes influyen
la selección de los métodos de solución posibles para un individuo dado. En otras
palabras, el principio de la función múltiple demuestra la importancia de la vida
instintiva en el proceso de la formación del carácter. Discutiremos este problema
más adelante, cuando nos ocupemos de la caracterología psicoanalítica.
Las reacciones específicas al
amor y al trabajo se manifiestan en el individuo como la expresión del
principio de la función múltiple. Indican que la persona tiene éxito en el amor
o el trabajo (es decir, en resolver los respectivos problemas) sólo cuando con el
mismo intento de solución se gratifican simultáneamente otros impulsos específicos.
Esto nos proporciona cierto “insight” sobre fenómenos tales como anticatexis, formaciones
reactivas, sublimación. Las sublimaciones, por ejemplo, se pueden considerar
como soluciones exitosas del problema de adaptación al mundo exterior o de
dominio del mundo exterior, a la vez que, simultáneamente y de acuerdo con otro
significado que puedan tener, representan gratificaciones satisfactorias
de fuertes impulsos. Este principio también hace más comprensible que la experiencia
orgástica de la persona psíquicamente plena y rica sea mucho más intensa y de
otra cualidad que la del individuo psíquicamente menos rico y más superficial, pues
en el caso de la primera, que tiene en sí mismo un conjunto de problemas más
diversificado, convergen muchos más significados en el momento del orgasmo en la
relación amorosa feliz y el acto puede representar una solución simultánea de diversas
tendencias. A la luz de este principio, el psicoanálisis aparecería como una especie
de teoría polifónica de la vida psíquica en la que cada acto sería una cuerda y
en la que hay consonancias y disonancias[4]
Por encima de todo, el principio
parece arrojar cierta luz sobre tres problemas: el de la neurosis, el del carácter
y el de las manifestaciones clínicas. El psicoanálisis concebía originariamente
la neurosis como un compromiso entre dos tendencias, de modo que la neurosis
estaba ligada por lo menos a dos funciones y significados. Generalizando,
podría decirse que la neurosis es, como todos los demás fenómenos psíquicos, un
intento de solución simultáneo para todos los tipos de problemas del Yo y que,
en consecuencia, tiene la misma abundancia de significados que corresponde al concepto
psicoanalítico contemporáneo de neurosis. Se han formado diversas teorías de la
neurosis que toman como base el psicoanálisis o algún aspecto parcial del mismo.
La primera y más sencilla es la de Adler, quien ve en la neurosis simplemente la
solución de uno de los ocho problemas, la de cómo dominar el mundo externo[5]. Evidentemente, puesto que
los problemas son ocho, serían posibles ocho teorías, cada una de las cuales reflejaría
sólo un aspecto de la neurosis. Las teorías que asientan la neurosis sobre dos fundamentos
van un paso delante al considerar la solución simultánea de dos problemas,
como, por ejemplo, la gratificación instintiva y el castigo. Un simple cálculo revela
que hay veintiocho teorías posibles si se concede a todos los rasgos igual
derecho en la neurosis. Podría hacerse otra amplificación subordinando un rasgo
a otro, por ejemplo, el castigo con propósitos de gratificación instintiva
(incidentalmente, esta última fórmula sigue la teoría de Alexander). También podría
contemplarse una subordinación inversa. Si expusiéramos todas las teorías posibles
(las que ven la neurosis como una solución simultánea de tres o más problemas) y
consideráramos además la posibilidad de subordinar un problema a otro, el número
de teorías de la neurosis alcanzaría muchas decenas de miles. Tenemos la esperanza
de que no será necesario que se desarrollen todas estas teorías , pues el
principio de la función múltiple las incluye a todas, dejando el estudio de la
distribución de las valencias y de las diversas fuerzas a las que están sujetas
a la investigación de condiciones clínicas especiales o, quizás, a la teoría
especial de las neurosis.
También se pueden hacer
algunas consideraciones respecto a las posibilidades de una caracterología psicoanalítica.
Como ya hemos dicho, el carácter de una persona está determinado por métodos específicos
de solución en situaciones típicas, métodos que la persona retiene permanentemente
por la naturaleza de sus intentos de solución preferidos. Dicho así, parecería a
primera vista que el carácter no tiene relación inmediata con la vida instintiva
o con el Superyó, pues la vida instintiva y el Superyó determinan el contenido
de los grupos de problemas; no los métodos específicos de solución, que son seleccionados
por el Yo. Ante cualquier tipo de disposición instintiva y a fines de su gratificación
sería posible una gran diversidad de intentos de solución y, por lo tanto, también
de caracteres. Por otra parte, sin embargo, la experiencia psicoanalítica nos dice
que ciertas constituciones instintivas se acompañan de ciertos tipos de carácter,
quizás no con regularidad inevitable pero sí con frecuencia clara. Es aquí donde
el principio de la función múltiple se reafirma. De acuerdo con él, los métodos
de solución específicos para los diversos problemas del Yo deben escogerse siempre
de manera que, cualquiera que sea su objetivo inmediato, gratifiquen al mismo tiempo
los instintos. No obstante, dada la fuerza dinámica de la vida
instintiva humana, esto significa que la parte que en la elección de métodos
posibles de solución le corresponde a los instintos consiste en que aparezcan y
se mantengan preferiblemente los intentos de solución que también representen
una gratificación de los impulsos dominantes.
Dos sencillos ejemplos ilustran
esta relación entre la solución preferida y la vida instintiva. La primera es
la relación entre el impulso oral y la identificación, ya familiar para el
psicoanálisis gracias a los trabajos de Abraham. La identificación es un intento
de solución en una determinada situación problemática. Se la puede considerar como
un rasgo de carácter cuando, en cierta situación de vida instintiva, de
demandas del Superyó y de dificultades con el mundo externo, la persona recurre
regularmente a la identificación como método específico de solución en una
situación diversificada. Ahora bien, sabemos que esta propensión hacia la
identificación aparece particularmente en el caso del carácter oral y
entendemos esta asociación fáctica sin más explicaciones. De entre los diversos
métodos de solución posibles para una misma situación problemática diversificada,
son las personas con fuertes tendencias orales quienes elegirán
preponderantemente el representado por la identificación. La razón consiste en que,
aparte de cualquier otra finalidad del intento de solución, la identificación
realiza la gratificación de los propios impulsos orales. En este caso el impulso
oral funciona de forma selectiva, como demuestra el que, entre los posibles métodos
de selección, siempre se materialicen los que gratifican los deseos orales. Una
relación similar es la que parece existir entre la disposición a la homosexualidad
pasiva y el método de la proyección paranoide. En una situación de conflicto todo
método de solución que perciba una experiencia como procedente del exterior y a
sí mismo sometiéndose a estas fuerzas exteriores es un intento de solución para
ciertos problemas, gratificación de relaciones de amor y odio, reacción defensiva
y otras cosas del estilo. Además, el intento de solución (la proyección) es en sí
mismo una gratificación de la tendencia pasiva del impulso homosexual. Esto quizás
haga comprensible que este mecanismo (el intento de solución) de la proyección paranoide
tiende a aparecer exclusiva o preferentemente en el caso de la disposición pasiva
del impulso homosexual, lo que equivale a decir que quizás se haga
comprensible la asociación hasta ahora puramente empírica entre homosexualidad
y paranoia[6].
Volvamos ahora a la
caracterología psicoanalítica. Hemos visto que el derecho a establecer tipos de
carácter según los impulsos dominantes (por ejemplo, hablar de carácter anal, oral
o genital) se basa en el hecho de que, de acuerdo con el principio de la
función múltiple, los métodos de solución preferidos deben ser aquellos que
como tales (es decir, como métodos de solución de acuerdo con el significado del
acto) satisfagan simultáneamente los instintos dominantes y que la persona con
impulso dominante intenso se inclina preferiblemente hacia un cierto método de
solución. Hay que remarcar la palabra inclinarse, pues, dada la enorme
complejidad de los problemas constantemente activos en el Yo, la función que se
ejecute no puede tener una validez exclusiva. En el caso de un carácter oral, por
ejemplo, encontramos además de la identificación otros métodos de solución, ya que
la relación entre impulsos dominantes y métodos de solución preferidos sólo lo es
de frecuencia estadística. No obstante, para una futura caracterología psicoanalítica,
esto implica que estos métodos no pueden ser lineales, sino que tienen que ser
por lo menos bidimensionales de acuerdo con los impulsos dominantes y los métodos
específicos de solución, entre los que existen, naturalmente, ciertas relaciones
estadísticas.
Los ejemplos mencionados, en
los que un método de solución (es decir, un determinado elemento de forma en la
vida psíquica) está asociado a impulsos dominantes (es decir contenidos) nos lleva
finalmente al tercer fenómeno al que nuestro principio ofrece un acceso: el
problema de la forma. Este es precisamente el problema que no parece accesible desde
el punto de vista que trata fundamentalmente con la psicología del contenido ideacional.
Sin embargo, el principio de la función múltiple nos muestra que las formas de reacción
que aparecen en el Yo no pueden ser independientes de los contenidos, pues
deben estar constituidas de tal modo que, de acuerdo con su significación, sean
también y al mismo tiempo intentos de solución de los problemas de contenido, como,
por ejemplo, gratificaciones instintivas. En uno de los ejemplos anteriores, la
resolución de ciertos conflictos de contenido por medio de su proyección (el mecanismo
paranoide específico) es sin duda algo formal en la vida psíquica y, no
obstante, esta forma no es independiente del contenido (en ese caso, de la vida
instintiva) porque esta forma aparece preferentemente en el caso de una constelación
instintiva que también puede satisfacerse por medio de ella o de su significado.
De aquí que, de acuerdo con el principio de la función múltiple, pueda decirse
que el contenido de la vida psíquica, sobre todo de la vida instintiva, tiene importancia
para la elección de las formas de solución –abreviadamente, para la forma– y
para las posibilidades del tratamiento de los problemas formales en el
psicoanálisis. No hace falta decir que el problema de la forma en lo psíquico no
se agota en modo alguno con lo dicho anteriormente.
El principio de la función múltiple
puede tener también un papel en la psicología social. Implica la consideración de
fenómenos sociales típicos desde la función múltiple, es decir, un movimiento
histórico en el que se considera su aspecto económico (adaptación al mundo externo
o superación del mismo) sin descuidar la gratificación instintiva, los ideales
colectivos, etc.
Finalmente, podemos contemplar
el funcionamiento de este principio incluso en la vida onírica. El sueño es el dominio
en el que se descubrió originariamente la sobredeterminación. No obstante, el carácter
general de los sueños sigue siendo la simplificación de la experiencia psíquica
tanto en relación a su contenido (recesión del Superyó y de los problemas activos
del Yo) como en relación al modo de trabajo (substitución, en los intentos de
solución, del modo de trabajo del consciente por el del inconsciente) y, finalmente,
en el sentido cronológico (retroceso de lo actual en favor de lo pasado). En consideración
de todas estas recesiones o regresiones, que significan un cambio en los métodos
específicos de solución desde el modo de trabajo de lo consciente al de lo inconsciente,
los fenómenos oníricos pueden explicarse también mediante el principio de la
función múltiple. Todo lo que ocurre en el sueño puede aparecer entonces similarmente en perspectiva octaédrica o claramente en ocho
grupos de significados. Las características del sueño se muestran entonces a
través del cambio de los problemas y de la reversión del modo de trabajo.
Cabría ahora preguntarse de qué
diversas maneras puede producirse un desarrollo o cambio progresivo en la vida psíquica
del individuo y qué tipos de cambio pueden distinguirse. Puesto que todo acto psíquico
es al mismo tiempo un intento de solución de diferentes problemas, el acto psíquico
cambia propiamente cuando los problemas cambian. Habrá, pues, cambios o desarrollos
debidos a cambios o desarrollos de la vida instintiva, del mundo externo o del Superyó.
A través del desarrollo biológicamente predeterminado de la vida instintiva los
problemas del Yo serán distintos en la pubertad que en el período previo y, consiguientemente,
todas las soluciones que se intenten producirán cambios en el Yo. A veces, los cambios
del mundo externo colocan al individuo ante problemas distintos. También se puede
hablar de un desarrollo del Superyó que, originado él mismo como un intento de
solución en una situación de conflicto y haciéndose cada vez más y más independiente,
tiene su propio desarrollo. Los problemas psíquicos cambian de contenido y también
los problemas activamente asignados al Yo por él mismo tienen un desarrollo progresivo
en cuanto se refiere a sus contenidos.
Además, tenemos el desarrollo
de los métodos de solución, en el que se han de distinguir dos puntos: primeramente,
el desarrollo del modo de trabajo desde la forma arcaico-primitiva a otras (como
desde el modo de trabajo del inconsciente al del consciente o desde el
pensamiento mágico al pensamiento del adulto), y luego el desarrollo de los métodos
de solución peculiar de cada individuo. Finalmente, hay que añadir como otro
terreno de desarrollo el hecho de que cada intento de solución que surge en el Yo
lleva en su propio interior la tendencia a su destrucción, pues apenas queda
fijado ya no constituye una solución. Cada acto acarrea un cambio del mundo en
todos sus elementos; por ejemplo, el mundo externo en general y algo de los instintos cambian según
lo que cada acto contenga de gratificación, negación, etc. Por usar un ejemplo tosco:
si alguien sigue una vocación como intento de solución de los requerimientos del
mundo externo, la presión instintiva, las demandas del Superyó y la fuerza de la
compulsión a repetir, o también como intento de dominar la compulsión a repetir,
la pulsión instintiva, las órdenes interiores y los requerimientos del mundo externo,
esa persona ha creado con su ejercicio vocacional una realidad nueva que tendrá
sus propios requerimientos y que el Yo intentará dominar; además, la nueva
situación cambiará algo en los deseos que surgen de los instintos y ciertas demandas
del Superyó retrocederán mientras que otras progresarán, etc. En resumen, el intento
de solución lo cambia todo, de forma que el Yo se encontrará con nuevos
problemas y la solución dejará de serlo en lo fundamental. Así pues, además del
cambio de las diversas agencias que asignan problemas al Yo –la vida instintiva,
por ejemplo– y además del desarrollo de los métodos de solución, hay que considerar
como base del desarrollo psíquico la característica que todo intento de
solución tiene de dejar de serlo en cuanto se fija o consolida.
Consiguientemente, es de ver
cómo el psicoanálisis pone de relieve la vasta diversidad y multiplicidad de aspectos
de la motivación y del significado de los fenómenos psíquicos. Freud, a diferencia
de otras escuelas psicológicas, ha basado desde el principio la forma psicoanalítica
de pensar en la importancia de la vis a tergo y en las dependencias del Yo y, por
otra parte, ha prevenido contra la exageración de este punto de vista y ha rechazado
claramente una teoría demonológica de la vida psíquica. La diversidad de estas asociaciones
hace aconsejable adoptar cierta cautela en cuanto a simplificaciones
prematuras.
Los conceptos de Ello, Yo y Superyó
no se han usado en este artículo en el sentido de partes de la personalidad claramente
diferenciadas. Más bien al contrario, la aplicación de nuestro principio muestra
que estos elementos han de concebirse como factores distintos que se evidencian
en cada acto psíquico del humano adulto. Las acciones y fantasías individuales tienen
cada una sus fases de Yo, de Ello y de Superyó, así como una fase que corresponde
a la compulsión a repetir. De acuerdo con este principio puede demostrarse un
aspecto octaédrico.
Finalmente, podemos añadir algunas
observaciones de naturaleza antropológica. En nuestra opinión estos tres elementos
del psicoanálisis – las fases de la experiencia psíquica– se corresponden al
mismo tiempo con las fases de la vida orgánica. La necesidad instintiva aparece
probablemente en toda vida orgánica. El Yo, o algo morfológicamente similar,
aparece cuando hay una orientación central del organismo que corresponde aparentemente
a la diferenciación del individuo respecto de sus raíces botánicas y a la individualización
zoológica, pero que probablemente no se alcanza hasta la aparición del sistema nervioso
central. El Superyó es el reino del ser humano; el elemento por medio del cual
el hombre en su experiencia va más allá de sí mismo y se mira a sí mismo como objeto
(sea de una forma agresivamente punitiva, tiernamente acariciadora o desapasionadamente
neutral), como, por ejemplo, en el caso de la autoobservación y en la capacidad
de abstraerse uno mismo desde su propio punto de vista.
A este terreno pertenece la capacidad
de ver un jardín como un jardín, independientemente del lugar desde el que se observa,
o la capacidad de vivir el mundo no sólo en sus momentáneas fases de interés instintivo
o general, sino reconociendo también que el individuo es independiente de su propio
Yo y que esa independencia sobrepasa a su propio Yo. En este sentido, cuando el
hombre hace su voluntad como entidad viviente única, es función del Superyó. Todo
lo que sabemos de psicología animal demuestra la tesis de que depende del Superyó
que el hombre se diferencie del animal. Desgraciadamente, no es posible tratar
este tema dentro de los límites de este artículo. Siempre existe la posibilidad
de trascender el instinto y los intereses de una determinada situación, de ir más
allá del pensamiento, la vivencia, la actuación; en resumen, de colocarse uno
mismo en el reino del Superyó.
De ser esto cierto,
parecería que con la elección de Freud de los elementos (Ello, Yo y Superyó)
hemos encontrado las fases de todo lo orgánico: la vida orgánica en sí, la tendencia
central del organismo a individualizarse a partir de la vida orgánica y, finalmente,
la del hombre a ir más allá de sí mismo. Quizás el principio de la función múltiple
en la psicología humana sea paralelo a un principio similar en la vida animal, aunque
naturalmente con un menor grado de diversidad
debido a la diferencia de problemas.
[2] N. del T.: Dícese en medicina de
“cualquier fuerza que impulsa un órgano o fluido”.
[4] Consiguientemente, también se
inscriben en este principio aquellos fenómenos que pueden ser adscritos a
la
“función sintética del Yo”. Lo que nos impresiona como su función sintética
característica es que cada acto
del Yo
tiene una función múltiple.
[5] Se entiende, naturalmente, que ésta
no es la única diferencia entre el psicoanálisis y la psicología
individual.
El psicoanálisis, aparte de que toma en consideración la motivación múltiple,
no otorga el mismo
valor a
cada uno de los múltiples significados. En psicoanálisis se considera a veces
como primarios los instintos, mientras que en la psicología individual se
considera primario el ser dirigido, en tanto que la vida instintiva se ve como
una expresión de este ser dirigido. No nos ocuparemos aquí de esta cuestión, la
que se puede calificar de primacía ontológica. Ya lo hicimos en
otro trabajo que se publicó en el Vehandlungen der Internationalen Gesellschaft
für angewandte Psychologie und Psychopathologie.
[6] Estas explicaciones se refieren a los
paranoicos masculinos y no ha de extenderse a las manifiestamente
más
complicadas situaciones de la mujer.
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