BREVES-Lecturas comentadas-N°5- Julio 2017- Biblioteca del Centro Descartes- #FRD30 años

Breves
Lecturas comentadas
Nº5
julio / 2017


La otra cara de la luna. Escritos sobre Japón
                 (Claude Lèvi-Strauss; RBA Ediciones; 2013)


Liliana Goya


El texto es una compilación de diversas conferencias y escritos presentados por Lévi-Strauss entre 1979 y 2001. En el prefacio, su amigo “antropólogo africanista” como se define, Junzo Kawada, nos cuenta, citando el prólogo a la edición japonesa de Tristes trópicos que la primera vez que Lévi-Strauss tuvo contacto con lo japonés fue a los “cinco años”. Su padre, pintor, le regala una estampa de Hiroshige que representaba “unos paseantes bajo unos grandes pinos frente al mar.” Esa imagen produjo en nuestro autor “la primera conmoción estética que jamás había sentido”, y a partir de allí las estampas japonesas formarán parte de la fascinación que ejercerán los diversos pintores japoneses, hasta su adolescencia: gastaba el poco dinero que poseía en libros, láminas, etc., intentando descifrar el significado de los caracteres japoneses (“títulos, leyendas, firmas”). No obstante esa fascinación, Lévi-Strauss nunca imaginó conocer Japón, hasta que lo invitaron en fecha tan tardía en su vida. Aún así, dirá que esos pequeños viajes (pues nunca fueron estancias prolongadas) con su mujer cambiaron radicalmente su vida, su visión de Japón.
En el primer artículo del libro, “El lugar de la cultura japonesa en el mundo”, afirma entre otras cuenta que habiendo pasado “un intervalo de un año” entre la visita a Israel por primera vez (1985) y a Japón luego, el impacto que le produjo en este último fue incomparablemente mayor. Y lo explica por el hecho de que Japón, a diferencia de la cultura occidental, tiene el registro de esa historia en una fecha relativamente tardía. Afirma que Occidente tiene el  empeño por distinguir  lo mitológico de lo histórico, una de las razones por las cuales lo tangible, en el sentido de poder localizar el lugar donde los acontecimientos tuvieron lugar es importante. Si Occidente se apoya en ello, Japón no afirma su certeza histórica en ello; antes bien, integra los elementos míticos sin conflicto. Los mitos fundacionales de las islas (los dioses Amaterasu, Susanoo, etc.) son parte de esa historia y la explican, se escriben para eso. Allí reside, según Lévi-Strauss, el encanto fundamental de Japón: visitar sus parajes, sobre todo los que tienen esa mitología como fondo, sitúa al visitante en “íntima familiaridad tanto con la historia como con el mito”.
En el libro la idea, tantas veces discutida en antropología, acerca de la posible conexión entre raíces amerindias y asiáticas será uno de los ejes sobre los que el autor volverá una y otra vez. Aunque todo el tiempo advierta sobre el “peligro” de las asimilaciones demasiado rápidas, en base a descubrimientos arqueológicos, acerca de la veracidad de esas hipótesis; sin embargo notamos la inclinación levistraussiana hacia la misma. Para ello, se basa en las divisiones geológicas de los territorios inicialmente unidos de Asia y América, hace 20000 años, que darían razón de coincidencias en diversas versiones de los mismos mitos.
Una “perla” lo constituye a mi gusto lo que llama “un cartesianismo sensible” de los japoneses. Llama así a la razón que halla en que se apliquen con tanto esmero a descomponer todos los elementos de lo real, tanto sean objetos de manufactura industrial como en la cocina. Esto que Lévi-Strauss llama el “divisionismo” japonés, una “disposición simultáneamente moral e intelectual”, que hace que, por ejemplo, en la gastronomía los productos (pescado, arroz, etc.) se presenten sin mezcla alguna, en su pureza de colores y sabores original. Al invitado le tocará en todo caso mezclar por sí mismo esos sabores y experimentar. Esto es lo que llama el “espíritu analítico” de lo japonés, que caracteriza los diversos ámbitos de la cultura. “Más que un cartesianismo conceptual, yo atribuiría a Japón un cartesianismo sensible, o estético. Aunque incluso expresada de este modo la analogía pueda parecer forzada, ayuda a comprender la seducción que Japón ejerce, desde el siglo XVIII, en los espíritus occidentales, como lo atestigua el lugar destacado que le reconoció Rousseau entre las demás culturas del hemisferio boreal”(pág.41).
En el texto siguiente, que da nombre a la compilación, “La otra cara de la luna”, Lévi-Strauss abre la ponencia con una ironía que caracteriza como “demoledora”, que consiste en situar su lugar como paradójico, ya que dice, es “como el psiquiatra que presenta a un enfermo ante su auditorio, traer aquí alguien que desconoce absolutamente todo sobre el tema”, hablando sobre el tema de la importancia de desarrollar estudios japoneses en Francia. Muestra una “doble relación de simetría” entre Japón y Europa, más específicamente Francia, por un lado, y entre Japón y América por otro. Afirma que Japón respondió de diversas maneras a ciertos problemas. “El pensamiento oriental se caracteriza por un doble rechazo. Por un lado, el rechazo del sujeto (…) del yo, cuyo carácter ilusorio se empeñan en demostrar (hinduismo, taoísmo, budismo). Por otro lado, el rechazo al discurso. En Occidente, el lenguaje sirve a la razón, coincide con lo real, lo capta, y refleja el orden de las cosas. En la concepción oriental, cualquier discurso es irremediablemente inadecuado con respecto a lo real. La naturaleza última del mundo, suponiendo que semejante expresión tenga algún significado, se nos escapa. Trasciende nuestras facultades de reflexión y expresión. Nada podemos conocer, ni decir, de ella. A estos dos rechazos, Japón reacciona de una forma completamente original. No otorga al sujeto la importancia que le da Occidente; no lo convierte en punto de partida de alguna reflexión filosófica, de cualquier empresa de reconstrucción del mundo a través del pensamiento. Incluso es posible decir que el “Pienso, luego existo” de Descartes es rigurosamente intraducible al japonés… El pensamiento occidental es centrífuga; mientras que el japonés es centrípeto.(…) Pone al sujeto al final del camino: es el resultado del modo como los grupos sociales y profesionales cada vez más restringidos encajas unos con otros. El sujeto cobra así una realidad, es una especie del lugar final donde se refleja su pertenencia a diversos grupos.” (pág.49-51). Lévi-Strauss no lo menciona en ninguno de su artículos, -deduzco que por cortesía, mucho es lo que ha aprendido un hombre como él de esa cultura en tan poco tiempo-, pero aquí me parece ineludible situar el tema de los suicidios japoneses, que encuentra en este tópico al menos una de sus razones.
Su estilo enfático no le impide, en otro artículo, “Una Tokyo desconocida”, criticar a los japoneses, por un razonamiento que califica de “perverso”, la matanza de ballenas. Como vemos, hay de todo en este libro, y uno de sus méritos es el de enfatizar que para conocer una cultura es necesario sacarse de encima el lastre idealizado que hace que se califique a Japón como una cultura “exótica” sin saber lo que significa, y sobre todo porque ese exotismo lo que hace es crear en el observador el argumento falaz del gusto por “lo distinto”, sin que se atine a ciencia cierta a qué se lo atribuye.
Por último, en la entrevista que cierra el libro, en el final de la misma, Kawada le pregunta: “¿Cree usted que existe, en la historia de la humanidad, un estado óptimo de la vida humana? Y si es así, según usted, se encuentra en el pasado o en el futuro?” Lévi-Strauss le responde: “¡En el futuro no, eso no, lo descarto! (…) ¡Pensamos siempre en otras épocas del pasado desde la perspectiva de la clase más favorecida y nunca en la de las otras! De modo que soy incapaz de señalar ninguna época en particular. Más bien diría una época en que existiera aún, entre el hombre y la naturaleza, entre los hombres y las especies naturales, algún equilibrio; en que el hombre no pudiera firmarse como dueño y señor de la creación, sino que supiera que es parte integrante de esa creación junto con el resto de los seres vivos a los que debe respetar. ¿En qué época se ha conseguido mejor esto, en qué época ha sido más verdadero? Ha sido verdadero de diversas formas en diversas épocas, lo único que puedo afirmar es que ¡realmente no en ésta!”
“Y tampoco en el futuro?”, insiste Kawada. “En el futuro confío poco, cada vez menos.” Así concluye esta compilación, ejemplo de análisis estructural aplicado a la sociedad japonesa, de uno de los autores más influyentes de la historia intelectual contemporánea francesa.


Francisco y Benedicto. El Vaticano ante la crisis global
(José Fernández Vega; Fondo de Cultura Económica; 2016)


Eduardo Romero


Muchas de las instituciones occidentales se encuentran en crisis. Gobiernos que no ofrecen soluciones sociales, la pérdida de contacto entre la dirigencia y sus bases, son algunas dificultades, entre otras, de las cuales la Iglesia no escapa pero que en su caso no se presentan de la misma manera. A diferencia de los demás Estados y sus gobiernos, su poder es global y no territorial pero su reproducción depende de la fe y del sentimiento de esperanza. Pero si la multiplicación de los bienes de consumo y los avances tecnológicos dirigen la ambición de las sociedades occidentales, los mensajes espirituales no encuentran mucho espacio para reproducirse.
Este libro, que desde sus primeras líneas nos introduce en una lectura amena y entusiasta, parte de un análisis exhaustivo de las decisiones políticas y culturales que el Vaticano ha tomado para hacer frente a una Modernidad en constante cambio, pero también para superar la crisis interna que viene atravesando desde hace mucho tiempo.
Para introducirnos en este planteo, Fernández Vega hace un minucioso análisis de las características personales de los pontífices Benedicto XVI y Francisco y las respuestas que han dado cada uno de ellos a los problemas propios de la época. Si bien ambas figuras dan la impresión de ser antagónicas en el ejercicio de sus papados, el autor resalta los puntos de continuidad entre uno y otro, sobre todo en muchos núcleos doctrinarios y las diferencias las busca en la construcción de la propia imagen que cada uno de ellos ha creado sobre sí mismo y en el impacto comunicativo que han tenido y siguen teniendo sus intervenciones en el mundo.
Este libro nos brinda una gran cantidad de información y anécdotas, citando sus fuentes, y también una sólida argumentación para tener presente el impacto, que esta masa artificial, tiene sobre la sociedad.
Espero que disfruten de su lectura.


La Mujer Pobre
(León Bloy, Simurg; 2007)


María Verónica Rios


Publicada por primera vez en 1897, La mujer pobre ocupó 10 años de la vida de Bloy, años infortunados en los que abandonó y retomó  la obra repetidas veces. Bloy convierte de manera novelística la sustancia de su propia vida, llena su obra de acontecimientos históricos y seres queridos, amigos y enemigos del mundillo intelectual de la época. No hay quizás un personaje que sea puro producto de ficción; el mismo Bloy aparece desdoblado en al menos dos personajes: el escritor temido Caïn Marchenoir,  y Léopold, combatiente soldado en su pasado y  artista de la iluminación, poco a poco se convierte en un hombre de oración.
Su prosa no es la de la época de la novela, sino más bien se juzga de anacrónica, en tanto él se considera “el hombre de la Edad Media”.
El personaje femenino es Clotilde, quien vive con su arpía madre y su padrastro el Sr. Chapuis, hombre turbio que alguna vez intento abusar a su hijastra, pergeña  entregarla como mercancía. Se trata de que gane unos francos posando desnuda para un importante pintor y escultor de París, el Sr. Pélopidas Gacougnol. Clotilde Maréchal se dirige al estudio del pintor, y allí comienza el encuentro con otra vida, el pintor se apiada de la joven y no posa desnuda para el retrato de Santa Filomena,  se convierte en su protector y por un tiempo la aleja  de la desgracia de la familia de origen y de su desdichado destino, pero solo por un tiempo. Gacougnol y Marchenoir mantienen largas conversaciones acerca de la teología del arte y a su vez de la relación del arte y la teología. Clotilde es una mujer admirable para estos hombres que ven en ella una profetisa. Inesperadamente recobra importancia Léopold, el amor los consuela mutuamente, se casan y nace Lazare. La felicidad los acompaña por tres años hasta la muerte de su hijo Lazare.  La criatura fallece  a los 11 meses, las causas son la pobreza misma que le quita la vida.
La desgracia y la desdicha es una insistencia en los personajes de la novela, el escritor nos trasmite su religiosidad católica y su rechazo a la burguesía.  En el personaje de  Marchenoir, él es conmovido al igual que León Bloy, por su pasaje por la Virgen de La Salette, el sentido de la existencia, la supervivencia, el dolor y la miseria son explicados por una cosmovisión religiosa, donde lo miserable se vuelve sublime a los ojos de Dios.
También la novela recorre un catálogo de mujeres: Eva, la Virgen María y Santa Filomena entre otras. Las devotas burguesas, la Sra. de Poulot; vecina malvada que atormenta a Clotilde. La mismísima Clotilde, cuando virgen, cuan mercancía, esposa y madre, devenida viuda y por último; alma entregada al despojo y la caridad, pero hay un detalle sugestivo que no la santifica, un tal Druide.
Roland Barthes es quien señala con justeza que León Bloy tiene por interlocutor el dinero, y que la prostitución es su faceta más sobresaliente, en La mujer pobre (y en El desesperado) los principales personajes femeninos han dado o corren el riesgo de dar el mal paso.


Agradecemos los comentarios enviados por nuestros colegas Liliana Goya, Eduardo Romero y María Verónica Ríos

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