Lecturas comentadas
N°7 Septiembre 2017
Fantasmas colectivos: clínica del sujeto
(Musachi, Graciela; UNSAM, 2015)
Carolina Saylancioglu
Uno de los libros cuyo título contribuyó al de jornadas de este año. De la Parte al Arte, se pasa con Fantasmas de por medio. Las palabras en mayúsculas indican los apartados del libro, pero el orden que se fuerza no captura del todo las sutilezas subversivas del mismo. De la Parte al Arte, atravesando los Fantasmas, podría ser también el sintagma del recorrido de un análisis. Asunto que el libro mantiene en el horizonte, en las numerosas vueltas que hace a la clínica del sujeto.
Con una ironía que los años no han modulado -como la autora dice de sí misma-, retoma textos suyos para continuar investigaciones detenidas en ciertos puntos. Así, por ejemplo, vuelve a poner en perspectiva un texto de 1980, “Para una historia del psicoanálisis de niños en la argentina” -que luego formara parte de una investigación publicada en La entrada del psicoanálisis en la Argentina (Germán García, 1978-2005, Catálogos), y retoma la cuestión de la inscripción de nombres de mujeres en la historia del psicoanálisis, desde un rasgo diferencial que bordea la pregunta “¿qué quiere una mujer?”. Pregunta indispensable en la base de los tratamientos con niños, cierra su respuesta con el instinto maternal que Marie Langer le supone a la mujer en Maternidad y sexo. Sin dejar de elogiar a “Mimí”, primera mujer argentina que inscribe su nombre en el psicoanálisis, Musachi retorna la pregunta, abre las respuestas, y lee que Langer confiesa cierta sensación de sacrilegio por estar en desacuerdo con Freud y seguir a Melanie Klein –ídola de la APA- y a Karen Horney –popular crítica de Freud-. Y es que si Marie Langer leía a Simone de Beauvoir en francés, la malentendía en castellano. Como otras mujeres que han dejado su huella en los movimientos del feminismo, Simone tiene su lugar en Fantasmas colectivos, con su célebre “mujer no se nace, se hace”. Y si Freud inauguró el discurso que le da a cada una la posibilidad de hacerse mujer a su manera, no faltarían las feministas que acusándolo de “falocentrista” se obstinaran con-tra la maternidad. No todas ellas, entre apertura y cierre, quieren al psicoanalista.
Fin de la pelea, las mujeres ya han encarnado el Uno, y respecto de los oleajes discursivos la argentina es un lugar periférico y no por eso menos avant garde. Y si la avant garde de hoy día está en los tratamientos cognitivo conductuales que se proponen hacer feliz a más de uno, tampoco faltan en este libro los nombres de algunos desencantados del psicoanálisis que han optado por hacer su negocio en la industria farmacéutica y que propugnan y propagan la pastilla de la felicidad. Tásese, un neologismo de Musachi para referirse a las terapias cognitivo conductuales (TCC), dice muy bien de los sentidos que condensan al sujeto de estas terapias. Una revolución que vuelve al punto de partida.
Aparece entonces la pregunta por la escritura de la historia del psicoanálisis (por qué y para qué). La respuesta es ensayada una y otra vez en este libro, y podría decirse que, si bien del acto del psicoanalista no hay historia, la historia que se escribe hace política del psicoanálisis y pone en juego a su objeto, que es objeto de una historia de amor.
Como Amor no es la única pasión que despierta el psicoanálisis, se vuelve necesario escribir ciertos nombres en la historia dando cuenta de las fluctuaciones que lo mantienen a flote. Las transferencias, Musachi lo aclara, son la clave de esta historia. Y su porvenir.
Y porque en esta historia la Argentina es un campo cultural periférico –no ha visto nacer a Jacques Lacan ni a Jacques-Alain Miller-, ella no tiene más remedio que lidiar con cierto pretérito presente que en algunas ocasiones la deja en el lugar de una eterna-ironía de la comunidad. No toda la psi-Argentina, sin embargo y por suerte, se agencia –se hace objeto de- la frase hegeliana que el discurso analítico ha hecho suya “hasta nuevo aviso”.
Aún si el psicoanálisis ha llegado a convertirse, en algunas sociedades, en una neurosis de transferencia universal, su futuro dependerá de cómo cada uno interprete su síntoma. Ese síntoma será el real en juego cada vez.
Lo anterior se encontrará referenciado en el libro. Las perlas del gusto de cada quien, también. Enjambre que se debe a una comunidad, esta reseña se pretende, ni tan obsecuente ni tan delincuente.
Un hombre sencillo
(Baillon, André; Errata Naturae)
Mónica SevillaEn consonancia con la duplicidad que se mantiene en toda la novela André Baillon (1875-1932), quien inicia su carrera de escritor luego de una sucesión de situaciones tormentosas, intentos y fracasos; escribe esta obra luego de su propia internación psiquiátrica en el Hospital de la Salpêtriére , recibió su primer premio literario allí.
A través de cinco “confesiones”, dirigidas a un médico psiquiatra de la Salpêtriére, Jean Martin (¿un hombre sencillo?), narra cómo ha llegado a esa internación. Las cosas más sencillas se le van de las manos. Quiere concentrarse y escribir pero todo se diluye, se vuelve confuso. Se encierra en su habitación pero los ruidos y distracciones lo abruman, se transforman en un martirio. Amar a su mujer, llevar dinero a su casa, tener una mascota, vecinos, todo se hace insoportable. Lo intenta todo pero nada resulta. La atracción que siente por la hija de su mujer se transforma en una tentación turbadora, ¡debe purificarse!, la comida es su principal enemiga. Bajo la cama un hombre se esconde para tirarle del pie, “ese hombre no existe pero tirarle bien que le tira”.
Con un maravillosos estilo para narrar con una mezcla de humor y sufrimiento, concluye “ Las circunstancias han conducido a Jean Martin a analizarse a sí mismo ante un psiquiatra, en uno de esos pabellones en los que se aísla a algunos enfermos del Hospital de la Salpêtrieré. Podemos adivinar qué suerte de confesiones pueden surgir en ese reino de ansiedad, de alucinaciones y, para no faltar a la verdad, de cuasilocura, cuando no de rigurosa locura. De ellas podríamos deducir que su historia es algo especial; ahora bien, es menos de lo que imaginamos. Sencillamente, algunos remolinos han traído a la superficie de su pensamiento lo que otras personas esconden… a la espera de un maremoto siempre posible. ¿Pensaremos tal vez en Freud o en las teorías más recientes de los surrealistas? Al penetrar en los mismos paisajes del alma, es posible que, en ocasiones, nuestros caminos se encuentren, aun cuando nunca se han buscado”.
Presentación Revista Estrategias N°5
“El lado oscuro de los ideales”
Myriam Soae, Centro Descartes, Agosto 2017.
“….al aplicar lo absoluto – por ejemplo, la justicia, o “lo ideal” en general (como ocurre en Nietzsche) – a un fin, se hacen posibles, ante todo, acciones injustas y bestiales, porque “el ideal”, la justicia misma, ya no existe como criterio, sino que ha devenido un fin alcanzable y producible en el mundo. En otras palabras, la consumación de la filosofía extingue la filosofía, la realización de lo “absoluto” efectivamente elimina lo absoluto del mundo. Y así, finalmente, la aparente realización del hombre simplemente elimina a los hombres.” Hannah Arendt, sept. 1951
1.
Si hay una estrategia es porque hay una política. En el caso de la revista que presentamos se trata de una política de inclusión, dentro del campo de las disciplinas psi, de otros modos de pensar, de decir, que rompen y hacen estallar categorías establecidas. Nominar de otro modo es ya una política. En este número la nueva nominación cae sobre la función de los ideales, en vez de titularla, según mi lectura, “el fracaso de los ideales”, se acentuó su lado oscuro, afirmando de algún modo que ese rasgo está impreso ya en la noción de ideal que tiene el psicoanálisis.
Brevemente podemos decir que el ideal es una instancia incorporada en el sujeto, que constituye un modelo, una norma a la cual el yo aspira adecuarse. Esta instancia psíquica es una sedimentación de identificaciones familiares y colectivas.
En 1929 Sigmund Freud escribe “Malestar en la cultura”, podemos hacernos una idea del contexto político, social y cultural en el que estaba inmerso. Un continente devastado por una primera guerra y próximo al ascenso del totalitarismo hitleriano. Es en ese contexto que arroja las respuestas acerca del fracaso, perpetuo, de la regulación de los ideales de masas y de la religión. Del fracaso del progreso de la humanidad. Ideas que se leen de un modo anacrónico. Ideas pesimistas que implican que la somera posibilidad de evolución es simplemente la añoranza de una imposibilidad.
Volver a ellas es despabilarse para intentar una lectura de nuestra época, sin fascinación y sin horror, sin nada que esperar más que el perpetuo fracaso.
Freud analiza la tendencia a la destrucción que llamará pulsión de muerte y sostendrá que el único obstáculo para lograr la venerada felicidad cultural, es precisamente esta tendencia humana. La cultura es definida como “la suma de producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirve a dos fines: proteger al hombre de la naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí”
Estas regulaciones se logran por exigencias culturales como el orden, la limpieza y la belleza. Las construcciones ideales recaen en la idea de perfección del hombre, de una nación o de la humanidad entera.
La máxima “Ama a tu prójimo como a ti mismo” de la que se espera que funde una comunidad, encierra no sólo el desprecio por la alteridad sino también su deseo de muerte. La bondad humana, como la de Dios, es sólo la contracara del odio, incluso del odio de Dios. “¿Acaso Dios no nos creó a imagen de su propia perfección? Pues por eso nadie quiere que se le recuerde cuán difícil resulta conciliar la existencia del mal – innegable, pese a todas las protestas de la Christian Science – con la omnipotencia y soberana bondad de Dios. El diablo aun sería el mejor subterfugio para disculpar a Dios, pues desempeñaría la misma función económica de descarga que el judío cumple en el mundo de los ideales arios”.
La regulación cultural adquiere para Freud una función autónoma de la que se sirve y que actúa más allá de los ideales, incluso más allá de la religión, ya que esta instancia incorporada domina desde el interior con la ferocidad del sentimiento de culpabilidad y del empuje superyoico. Es aquí donde empalmamos la época contemporánea. Ya sin el peso de Dios, ya sin la fuerza de la cohesión detrás de los ideales políticos, incluso con una supuesta laxitud de los preceptos, la cultura fracasa, ahora con los ropajes actuales.
2.
El 18 de Noviembre de 1959 Jacques Lacan inaugura su seminario regular dedicado a “La ética del psicoanálisis” con una clase que J.A. Miller titulará “Nuestro programa”. Lacan acentúa de entrada la necesidad de volver a leer “El malestar en la cultura” pero suma a esta lectura su propia impronta, destacando que hay que reconocer otro imperativo, propuesto por el ascetismo freudiano, “wo es war, soll ich werden”, allí donde el ello era – el yo debe advenir. Máxima que orientará la experiencia analítica subsumida enteramente en el campo del deseo. El sujeto se pregunta por lo que quiere, interrogante en el que surgen los imperativos que lo habitan, extraños, crueles y paradójicos.
“¿Somos nosotros, analistas, sencillamente en esta ocasión ese algo que acoge aquí al suplicante, que le brinda un lugar de asilo? ¿Somos nosotros sencillamente, y esto ya es mucho, ese algo que debe responder a una demanda, a la demanda de no sufrir, al menos sin comprender? (….) ¿No es evidente, totalmente normal, que los ideales analíticos encuentren aquí su lugar? Ellos no faltan. Florecen abundantemente. Medir, localizar, situar, organizar los valores, como se dice en cierto registro de la reflexión moral…”
Aquí Lacan enumera tres ideales que me interesa recordar: 1) el ideal del amor humano, relativo a la idea del amor logrado, del deseo genitalizado, del que dirá es un moralismo optimista, higiene de amor, amor médico. O sea un límite del analista. 2) el ideal de autenticidad, el progreso del análisis implicaría cierta norma del producto acabado, un analizante adaptado a ciertas cánones sociales, también medible desde cierta perspectiva moral. 3) El ideal de la no dependencia, una suerte de profilaxis de la dependencia, una ortopedia implantada para que el sujeto se habitúe a nuevas normas, una especie de psicoeducación muy presente en los tratamientos con niños.
Si Lacan enfatiza, con un estilo irónico, los ideales analíticos, es precisamente para ubicar su lado oscuro: la moral, la profilaxis, las mediciones, la norma, nos desvían de la orientación subversiva propia del psicoanálisis, la enfatizada en “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”.
3.
En 1955, en la Universidad de California – Berkeley, Hannah Arendt dicta un programa de conferencias que se titula “La historia de la filosofía política”. Me interesa nuevamente ubicar el contexto de enunciación: exilio forzado, el horror del nazismo y el desencanto del progreso de la cultura europea.
En el cierre Arendt ubica a la psicología del siguiente modo: “La psicología moderna es psicología del desierto: cuando perdemos la facultad de juzgar – de sufrir y condenar – empezamos a pensar que algo falla en nosotros si no somos capaces de vivir bajo las condiciones de la vida en el desierto. En tanto que la psicología trata de “ayudarnos” nos ayuda a “ajustarnos” a esas condiciones, sustrayendo nuestra única esperanza, esto es, que nosotros, que no pertenecemos al desierto aunque vivamos en él, somos capaces de transformarlo en un mundo humano”.
¿De qué se trata para H. Arendt ese mundo humano? Se trata de ese que lleva la posibilidad de conjugar dos facultades: la acción y la pasión. Y dice “es cierto que sufrimos menos cuando quedamos atrapados en los movimientos totalitarios o en los ajustes de la psicología moderna; perdemos la facultad de sufrir y, con ella, la virtud de la resistencia”
Si me interesa traer a Arendt es porque rescato su visión sobre la psicología, que aplica muy bien a nuestros días, pero sobre todo su idea de acción. Una política lleva indefectiblemente a la acción. Y entonces me pregunto qué política del psicoanálisis puede sostenerse con el horizonte de una acción disruptiva, en tanto no sólo no convalide ni comulgue con los ideales de nuestra época (felicidad, productividad, salud, progreso, normalidad) sino que lleve a la acción una práctica menos zonza, sostenida en un discurso subversivo, que despabile a otros discursos de la trama cultural pero también que sea permeable, curioso, de esas otras tramas. Un psicoanálisis en diálogo permanente, no aislado en su propia hermenéutica.
En este sentido intento captar la sugerencia de Miller quién sostuvo, en mayo del presente año, que la posición que conviene al analista contemporáneo es la del hereje. Heretic llama a la nueva revista de la AMP que acompaña el movimiento del psicoanálisis al terreno de la política. Propuesta que es una apuesta y por lo tanto no se pueden saber aún los efectos de la misma, por lo menos en nuestro país.
Pero ¿Qué es un hereje?, leyendo el libro, recomendado por Germán García, “Herejes en la historia”, cuya edición está a cargo de Mar Mactos (Ed. Trotta), rescato que el hereje es aquel que no sólo propone una doctrina diferente a la sostenida por la ortodoxia sino que lleva precisamente una acción a contramano. Proviene de la palabra griega haíresis cuyo significado original es “elección”. Con la construcción de la iglesia, a partir de Pablo, fue adquiriendo un sentido peyorativo, transformándose en el hairetikós “el que provoca disensión”. Son interesantes las conclusiones a las que arriban los autores: a lo largo de la historia, el componente político y social está por encima de lo doctrinal; las relaciones de poder son las que marcan las fronteras entre la ortodoxia y la herejía; la definición del dogma influye en la ideología política; el hereje sale de la ortodoxia; la herejía refuerza el discurso ortodoxo; el hereje, para llevar su acción, está dispuesto a perder.
O sea que la herejía es un movimiento que a su paso tiene un efecto de discurso que modifica creencias y revoluciona las establecidas.
Destaco la pregunta de E. Laurent “¿por qué calificar de hereje a un psicoanalista?” Y enfatizo la siguiente respuesta, en principio porque la experiencia de un análisis promueve la fidelidad de cada uno a su propia herejía, y agrego, una elección disruptiva que no garantiza ninguna felicidad pero que es menos tonta.
Agradecemos las lecturas comentadas de nuestras colegas, Carolina Saylancioglu, Mónica Sevilla y Myriam Soae.
Agradecemos las lecturas comentadas de nuestras colegas, Carolina Saylancioglu, Mónica Sevilla y Myriam Soae.
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