El otro en la escritura de Borges





El otro: inmigrantes, mujeres y compadritos en Borges

El otro configurado como un imaginario mortífero, como el semejante con el cual la relación especular se vuelve paranoica, aparece en los cuentos de Borges, no solamente en el símbolo de los espejos que reflejan a ese “otro” conocido e ignoto, cercano y detestable, sino en los “otros” de carne y hueso, los “otros” sin mediación y que se tornan perturbadores. Esos “otros” aparecen, por un lado, en la visión de los inmigrantes, ese “otro” distinto y amenazante que invade el universo borgeano para mostrar el lado xenófobo de su clase patricia, por otro, en la descripción de los semejantes, compadritos y gauchos, enfrentados en una dualidad especular que los remite al duelo ineludible, y finalmente, en las mujeres, ese “otro” anhelado y a la vez rechazado, amado y odiado, temido y deseado, cuya presencia y ausencia se torna insoportable para el narrador Borges, al que llamaremos narrador borgeano, articulación entre el autor real y el narrador ficcional, como lo señala Gérard Genette en Ficción y dicción.

El Otro, tal como aparece en la teoría lacaniana, esa instancia pacificadora, regida por la Ley paterna y que atañe a lo simbólico, está presente también en Borges, quien acude a toda la literatura, de oriente y occidente, como él bien lo señala, para justificar su obra y para justificarse. En sus textos están explícitamente Homero, Las mil y una noches, Dante, Cervantes, Shakespeare, Poe, Stevenson, Conrad, Joyce, y, de modo más velado, aunque con igual intensidad, novelistas del siglo XIX como Balzac, Flaubert y Proust. Ese Otro simbólico se ejemplifica magistralmente en “Borges y yo” (El hacedor, 1960).


Los inmigrantes

En el cuento “La señora mayor” en El informe de Brodie de Borges, la protagonista, María Justina Rubio de Jáuregui, hija de un guerrero de la independencia se siente defraudada por la Infanta Isabel, que llega a visitar a la Argentina durante el Centenario, pues advierte que  habla “no como una señora argentina”, sino “como una gallega cualquiera”. En el mismo cuento, se alude a otro personaje, a un señor Molinari, que “aunque de apellido italiano, era profesor de latín y una persona de lo más ilustrada”. De más está recordar la ridícula posición de Carlos Argentino Daneri, protagonista de  “El aleph”, en el libro del mismo nombre, descendiente de italianos, en quien sobreviven después de dos generaciones “la ese italiana y la copiosa gesticulación italiana” y cuyo segundo nombre muestra el oropel calificativo y orgulloso de los nuevos argentinos, hijos y nietos de inmigrantes que ostentan el gentilicio. Los personajes de “Emma Zunz” (El aleph) o “El indigno” (El informe de Brodie), donde la delación, la crueldad y la traición configuran oscuras psicologías, portan nombres y apellidos judíos. Sin embargo, hay extranjeros con los cuales el narrador borgeano siente evidente simpatía: Juan Dahlmann, especie de “alter ego” del autor y que muere en el sur, de manera heroica y romántica, tal vez, como señala el narrador, siguiendo los designios de su sangre germánica. Borges teme y repite incesante en su fantasía esa clase de muerte, la muerte violenta (el “destino sudamericano” que aparece en el “Poema Conjetural” cuando Laprida es asesinado por los montoneros de Aldao) y huye de ese final violento en la realidad, eligiendo el ostracismo y la serenidad de Ginebra. Su personaje, Juan Dahlmann, desdeña la tristeza de una muerte “civilizada”, protegida y atemperada en un hospital, para elegir el desenlace  viril que un oculto designio le ha deparado. Juan Dahlmann, como Borges, desciende de un pastor protestante y, por línea materna, también como Borges, posee un abuelo héroe de vieja prosapia argentina que luchó contra los indios. Esos dos linajes anuncian la dualidad constante que lleva a Borges a fantasear su muerte en Buenos Aires como en el poema “A Francia” en el libro La cifra (“y estaré en Francia cuando la grata muerte me llame- en un lugar de Buenos Aires”)o en el cuento “Las uñas”, en El hacedor donde dice:”Cuando yo esté guardado en la Recoleta, en una casa de color amarillo ceniciento provista de flores secas y de talismanes…”, anuncios que  cumplirá el fantasma borgeano, no el Borges real que está enterrado en Suiza, aunque, ¿cuál es el Borges real, cuál el fantasma?¿acaso no es ya bastante explícito al prever el desenlace fatal de su ser mortal en Buenos Aires mientras su ser “fantasmal” estará definitivamente en Europa, precisamente en esa Francia que le evoca el idioma de la Suiza donde finalmente está enterrado? División íntima, excluida y excluyente que nos torna sujetos.

Otro personaje de apellido italiano, Alejandro Ferri, narrador-protagonista del cuento “El congreso”,  (El libro de arena) se presenta también como una especie de “alter ego” del escritor, ya que ha llegado a Buenos Aires en 1899, año del nacimiento de Borges, es autor de Breve examen del idioma analítico de Johm Wilkins, se ha afiliado al partido conservador y habla de un director de la Biblioteca Nacional de la calle México, a quien no quiso conocer ,y  que “se ha consagrado al estudio de las lenguas antiguas” (Borges), mientras escribe sobre orilleros y comadritos, en un juego de ficción y realidad constante. Ferri, poeta, hombre culto a pesar de su apellido italiano, no deja de evocar a “ferrum” de donde procede hierro y a ese arquetipo literario que es el gaucho Fierro, aquel bravo de facón y guitarra que canta sus desventuras en vigorosas sextillas. En un párrafo del cuento,  el narrador-protagonista dice:”Ser de cepa italiana en Buenos Aires era aún desdoroso; en Londres descubrí que para muchos era un atributo romántico.”

En “La espera”, en El aleph, un hombre que dice llamarse Villari, como su enemigo, aguarda  a la muerte mientras lee el libro más grande, “esa obra capital” La Divina Comedia. Para Borges La Comedia es el libro”máximo” como dice en el poema “Inferno, V, 129” (La cifra). Villari está ya fuera del tiempo y recibirá la descarga en ese instante entre mágico y demencial que lo borrará del mundo visible en un lugar cabalístico, el 4004 de la calle del Noroeste, lo que remite inmediatamente al tetragrámaton o “nombre de Dios” del cuento “La muerte y la brújula” (Ficciones), lugar crucial, del encuentro  definitivo, ese encuentro que puede tornarnos divinos, sin tiempo, sin cuerpo, sin sufrimiento, encuentro entre el perseguidor y el perseguido, entre el uno y el otro. Sin embargo los indicios espaciales y temporales, muestran una realidad histórica y social determinada: “En la vidriera de la farmacia se leía en letras de loza: Breshauer; los judíos estaban desplazando a los italianos, que habían desplazado a los criollos. Mejor así; el hombre prefería no alternar con gente de su sangre.”

En “Guayaquil” (El informe de Brodie) aparece el profesor judío Zimmerman, un estudioso de las gestas de Bolívar y San Martín. Zimmerman es astuto, adulador, no escatima zalamerías para lograr lo que se propone. Alaba de un modo casi servil la casa señorial del historiador argentino eminente, narrador en primera persona y que posee rasgos biográficos de Borges, o sea narrador-Borges. Descrito con cierto desdén “”Soy poco o nada observador, pero recuerdo lo que cierto poeta ha llamado, con fealdad que corresponde a lo que define, su torpe aliño indumentario”, en clara alusión a Antonio Machado, por el estudioso argentino, miembro de la Academia Nacional de la Historia, Zimmermann es visto con poco disimulado desprecio.

La cuestión del otro, el semejante y el distinto, se plantea muy claramente en Juan Muraña, en El informe de Brodie. El relato es contado por un personaje, Trápani, cuyo apellido italiano y la antipatía que profesa por Borges, nos recuerda inmediatamente a Carlos Argentino Daneri. En este cuento que evocará el  pasado de los cuchilleros de Palermo y del Sur, la venganza llega mediante una mujer(como en “Emma Zunz”) , la desquiciada tía Florentina, en cuya mano el cuchillo de su marido, Juan Muraña, se carga de la potencia de aquel que lo había empuñado (como en “El encuentro”, del mismo libro, El informe de Brodie, donde se enfrentan las dagas, no los hombres, los míticos Juanes, en este caso Juan Almada y Juan Almanza). La víctima será  “el gringo”, el mezquino dueño de la casa alquilada, Luchessi, el enfrentamiento criollo-inmigrante toma aquí el sesgo de otra obra fundamental de la literatura argentina: Juan Moreira de Gutiérrez. No es  Muraña quien venga la afrenta del gringo en el cuento borgeano, es la débil y alienada tía Florentina. La venganza en las mujeres roza el tema de la locura, un ribete recurrente en la literatura de Borges, y de alguna manera clásico en la literatura universal, “la loca”, aquella que impreca, hiere o mata siguiendo un extraño mandato, que parece provenir desde el enigmático femenino, Doña Lambra, Ofelia, Casandra…


Las mujeres y el amor

En los libros juveniles de Borges, como Fervor de Buenos Aires (1923) y Luna de enfrente (1925), el amor surge como sufrimiento y pérdida envuelto en la atmósfera melancólica de los amores frustrados, de las despedidas y el desgarro:

Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos
(…)
Tu ausencia me  rodea
como cuerda al la garganta
                     (Ausencia, Fervor de Buenos Aires, 1923)

Inmediatamente, sigue en Fervor de Buenos Aires, el poema “Llaneza”, dedicado a Haydée Lange, hermana de Norah Lange, el malogrado amor de Borges en su juventud, ya que ella eligió a Oliverio Girondo. El abandono de Norah representó para Borges una herida que nunca curó. Según sus biógrafos, trató de consolarse con Haydée a quien halaga en numerosas dedicatorias y textos.

En “Llaneza” se lee:

Se abre la verja del jardín
con la docilidad de la página
que una frecuente devoción interroga
y adentro la miradas
no precisan fijarse en los objetos
que ya están cabalmente en la memoria.

Como dentro de las páginas de un libro, Borges lee allí su amor y su desdicha.

En “1983” (Atlas, 1984), el narrador-Borges conversa con Haydée Lange acerca de un film, pero de pronto recuerda que ella había muerto hacía ya mucho tiempo. No se extraña, sabe que es un fantasma y luego un sueño. También hay un poema en Los Conjurados (1985) titulado “Haydée Lange” que evoca la progenie noruega de Haydée, los objetos que sus ojos han mirado, con profunda y dulce tristeza, los films que vieron juntos, los viernes que compartían pues era el día en que Borges solía visitar a las hermanas Lange y de nuevo surge la imagen de la misteriosa verja y el jardín como en los poemas de la juventud. Ese jardín, esa verja recuerdan sin duda el ámbito melancólico de un remoto amor.

(..)
la verja de un jardín junto al ocaso,
un dejo de Inglaterra en tu palabra,
el hábito de Sandburg, unas bromas,
las batallas de Bancroft y Kohler
en la pantalla silenciosa y lúcida,
los viernes compartidos. Esas cosas,
sin nombrarte te nombran.

El amor y las despedida en sucesión ineludible, aparecen en “Sábados” (el sábado era el día en que visitaba a su primera novia, Concepción Guerrero, en Villa Urquiza, según Mario Paoletti en Las novias de Borges) y “Despedida”, en Fervor de Buenos Aires, poemas que parecen anunciar otro par de poemas, “Amorosa anticipación” y “Una despedida”, esta vez en Luna de enfrente, que desarrollan también el relato del amor consumado y la irremediable separación. En “Despedida” y “Una despedida”, no solamente casi se repite el título de modo explícito, sino que el escenario afectivo hecho presente en el poema del amor perdido y doliente es la tarde infinita que “socavó nuestro adiós” y que se torna “acerada y deleitosa y monstruosa como un ángel oscuro”.
Imágenes decadentistas e inmersas en ese placer malsano que tanto leemos en los simbolistas y en Lugones. Los atardeceres (y el arrabal), como él mismo lo confiesa, eran los ámbitos preferidos del Borges juvenil, propicios a la soledad, al desgarro y a la amargura de los amores contrariados, lugares a la vez seductores y recónditos que se cargan del rictus atractivo y tenebroso de algo “monstruoso”, algo que se vuelve siniestro en su dimensión placentera e íntima.

En “El duelo” en El informe de Brodie, se enfrentan dos tipos de mujer: una hispánica, Marta Pizarro, que tal vez evoca a Concepción Guerrero, y otra, Clara Glencairn de Figueroa “de fogoso pelo rojo”(rasgo que recuerda a Norah Lange), de ascendencia escocesa, y que responde a una tipología femenina por la que Borges mostrará preferencia: las nórdicas suecas o noruegas (Las hermanas Lange eran de ascendencia noruega), y anglosajonas. Marta y Clara viven absorbidas por una sutil rivalidad que lleva en sí misma la paradoja del amor, Marta y Clara podrían haberse convertido en los personajes complejos de una novela breve. No en vano Borges dice que el mismo Henry James no hubiese desdeñado la historia y le hubiera dedicado una centena de páginas, en el marco que introduce la historia, escrita (“dictada” dice el autor-narrador en evidente confesión autobiográfica) precisamente a la manera de Henry James. Las protagonistas de “El duelo”, representan una particular y lúcida mirada de Borges sobre la cuestión del alma femenina, aquella que tiene que ver con la “la otra “mujer.

En “El Congreso” (El libro de arena), Beatriz Frost y Nora Erfjord, evocan de nuevo el semblante y los nombres significativos de la mujer idealizada por Dante, Beatriz, y de aquella mujer que tanto amara Borges, Norah Lange. Beatriz Frost y Nora Erfjord, (como Ulrica en el cuento homónimo) son discípulas de Ibsen, no se quieren “atar a nadie” y a la vez son la dama inalcanzable, en la literatura y en la realidad, en la vida del propio Borges. Pero Borges sabe por supuesto que la literatura y realidad son lo mismo, por eso, ese par Beatriz- Nora remite a un solo y acosador fantasma: la mujer imposible.

En “Ulrica” poseerá, no a la mujer, sino a la imagen de Ulrica, consciente de que el amor conlleva esa dimensión imaginaria y evanescente. Poseerá “la imagen”, nunca al otro o a la otra. La dimensión de espejo aquí aparece relacionada con el amor. Ulrica reúne los atributos de la mujer soñada, es enigmática y fina (rasgos que resaltará luego en María Kodama, su segunda mujer) pero es también noruega y feminista a ultranza, una mujer que no quiere parecerse a los hombres en nada, por eso no fuma, ni bebe. En una cabaña entre la nieve y el aullido de los lobos, Otárola (Metátesis de Otálora, en el cuentoEl muerto”, de El aleph), que no es otro que el fantasma de Borges, junto a Ulrica reviven la célebre historia de Sigurd y Brynhild de la saga noruega y se entregan a la verdad del amor, fantasmática, casi irreal, casi imposible. Sin duda en este cuento se reúnen dos mujeres muy amadas por Borges, María Kodama y Norah Lange. Como un símbolo del universo borgeano, confluencia de realidad y ficción, territorio de fantasmas literarios, María Kodama hizo colocar en la tumba del escritor, en Ginebra, la leyenda: “de Ulrica a Otárola”, o lo que es lo mismo, “de María a Borges”.


Civilización y barbarie: Presencia del Martín Fierro de José Hernández

Los textos dialogan y las ideologías. Así podría construirse una secuencia en los cuentos borgeanos, “Hombre de la esquina rosada”, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, “El fin”, e “Historia de Rosendo Juárez” que se sustentan en el texto genesíaco del Martín Fierro y en su ideología subyacente. En todos los cuentos mencionados se plantea el enfrentamiento a un otro semejante, un otro que es el propio reflejo, un “otro” al que Lacan sitúa en la relación imaginaria y mortífera, solamente pacificada por a Ley que devine de lo simbólico.

Los duelos y peleas de la primera parte del Martín Fierro, muestran la cuestión del “otro”. En primer lugar aparece el enfrentamiento con un indio, “el hijo de un cacique”, un enfrenamiento donde se dibuja claramente la concepción civilización-barbarie, el “otro” visto como un “otro” diametralmente distinto, peligroso, in-humano, esquema que refrendó el avance de todas las empresas coloniales de la historia: (1)

Dios le perdone al salvaje
 Las ganas que me tenía…
Desaté las tres marías
Y lo engatusé a cabriolas…
¡Pucha…! si no traigo bolas
Me achura el indio ese día.

Más adelante dice que hace una “obra santa” al matarlo. De regreso de la frontera, Fierro mata, gratuitamente, al un negro que llegaba a un baile. En esta escena predomina el espíritu revanchista y pendenciero del gaucho, quien obnubilado por el alcohol y dolido por las injusticias que ha vivido, descarga su agresividad en el “otro”, en este caso, también el “otro” distinto y rechazado, el negro, “tizón del infierno”, concebido con marcado racismo. Más adelante, matará a un semejante parecido o igual, a un “taita”, aguerrido y matón como él, en un encuentro que actúa como un espejo. De las dos muertes, sin duda, la que parece más teñida de remordimiento es la del negro, cuya agonía jamás podrá ser olvidada por Fierro. La pelea bestial con el indio describe la cuestión del “otro” como lucha por la supervivencia en un medio totalmente salvaje donde la cruda violencia alcanza sus tonos más elevados.

En la segunda parte, cuando la vida de Hernández y su posición política han tomado otros rumbos, y por sobre todo la historia del país, Fierro nos asombra con un regreso sereno y maduro: ya no es el gaucho perseguido y matrero, descreído y amargo que había buscado refugio en las tolderías junto a su amigo Cruz, sino un hombre experimentado y digno, que aconsejará a sus hijos y al hijo de Cruz a mantenerse dentro de una moral estoica y sujeta a la Ley. En esta segunda parte, Fierro no aceptará el duelo con el moreno, el hermano del negro a quien había matado en otra época, sino que, luego de un duelo con palabras (la payada), abandonará para siempre la posibilidad de un encuentro sangriento. ¿Qué había pasado en el alma de ese hombre? Si  habíamos adivinado la altura moral de Fierro cuando se enfrenta al indio para defender a la cautiva en medio del desierto, una de las estampas más épicas  de la literatura argentina, estampa casi homérica tanto en su magnificencia y despojamiento como en su crudeza ; en la negativa a combatir con el moreno advertimos la posición distanciada y ya crítica de quien no se deja confundir con el espejo de la agresividad primordial, sino que ha transitado hacia  una instancia capaz de dirimir, separar, negociar, dialogar, en suma, ha accedido a la relación pacificada por la cultura, por la palabra y lo simbólico de la ley.

También podría ponderarse su equidad cuando habla de las mujeres, de las que rescata su condición de madres, en contraposición con los dichos de Cruz o del Viejo Vizcaba quienes no claudican en su misoginia.

Martín Fierro y sus hijos mudarán de nombre y el cantor se despedirá con la famosa estrofa ecuménica 33 de la Segunda Parte:

Mas naides se crea ofendido
Pues a ninguno incomodo,
Y si canto de este modo,
Por encontrarlo oportuno,
No es para mal de ninguno
Sino para bien de todos.


¿Qué ha pasado en el protagonista gaucho? Como Cervantes, Hernández, nos dio una segunda parte, pero en esa segunda parte está presente algo novedoso en los todavía bárbaros suelos de aquella Argentina del siglo XIX: la Ley. Martín Fierro adhiere a la Ley y acepta que el hombre no debe matar al hombre, acepta que hay una instancia conciliadora entre los semejantes, entre los hermanos. Hernández “civiliza” y “pacifica” a su gaucho quien deja a un lado su puñal, el “fierro”. Y Fierro ya no será más Fierro, será otro hombre.

La metamorfosis del gaucho Fierro en el lapso que va desde la Primera Parte de 1872 y la Segunda Parte de 1879, marca un periplo que cumplirán alguno personajes de la ficciones borgeana: el guapo de “Hombre de la esquina rosada”, aquel Rosendo Juárez que no quiere pelar con el Corralero que lo ha desafiado y a pesar de los ruegos de  la Lujanera que le pide que muestre su guapeza ante “el otro”, y le acerca el puñal diciéndole: “…creo que lo andás necesitando…” Rosendo no pelea, evita el enfrentamiento, aun a costa de aparecer como cobarde. Publicado en Historia universal de la infamia (1935),”Hombre de la esquina rosada” se completa, o mejor dicho alcanza su “insospechado rostro” siguiendo la terminología borgeana en “Historia de Rosendo Juárez”, publicado en 1970, en el In forme de Brodie. Como en el caso de Hernández, los años han tamizado al personaje, lo han depurado, lo han cambiado. Entonces, Borges, completa el periplo que conoce muy bien pues ha recorrido la lectura del libro de Hernández una y otra vez. Rosendo Juárez explica: “En ese botarate provocador me vi como en espejo y me dio vergüenza. No sentí miedo, acaso de haberlo sentido, salgo a pelear. Me quedé como si tal cosa.” Y al final reafirma su deseo de vivir en serenidad y dentro de la ley:” Para zafarme de esa vida, me corrí a la República Oriental, donde me puse de carrero. Desde mi vuelta me he afincado aquí. San Telmo ha sido siempre un barrio de orden”.

Inmersos en la violencia, en el reverso del otro mortífero permanecerán los personajes de “El fin”, (Ficciones) y de “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” (El aleph), cuentos donde “el otro”, en su dimensión especular unifica los destinos y los confunde. Cruz “comprendió que el otro era él” y se pone a pelear del lado del “desertor Fierro”, pues ha encontrado su rostro en el rostro barbudo y fiero del otro, el rostro fraterno y desdichado surgido en la noche del matorral, mientras canta el chajá, doblemente, en el texto de Borges y en el de Hernández, para mostrar la violencia y el coraje que emergen de una sociedad inusitadamente cruel e injusta. En la ficción borgeana corría 1870 y cuatro años después, en 1874, en esa biografía apócrifa, hija de la literatura, morirá Cruz en las tolderías asistido por su amigo Fierro. El año 1874 reviste gran significación para Borges, pues su padre Jorge Guillermo nació ese año, lo mismo que dos grandes escritores que marcaron su vida literaria: Leopoldo Lugones y Macedonio Fernández. El primero se suicidará el febrero de 1938, año en que también fallece Jorge Guillermo Borges.

El poema de Hernández está presente en la escritura borgeana no sólo en la repetición o duplicación de la anécdota, sino del estilo y la atmósfera. Sin duda, uno de los pasajes más bellos de a literatura argentina aparecen en la descripción del atardecer en la primera parte del Martín Fierro:

Y en esa hora de la tarde
En que todo se adormece,
Que el mundo dentrar parece
A vivir en pura calma,
Con la tristezas del alma
Al pajonal enderiece.

En “El fin” leemos: “Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo, nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo comprendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música…” Luego de matar a Martín Fierro y vengar así la muerte del hermano, el moreno limpia el facón en el pasto como lo hiciera Fierro en el pasado del texto de Hernández y en el tiempo sin tiempo de las posibilidades, y se aleja, lentamente, sin mirar hacia atrás. Había hecho justicia, por eso “era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre.”


La noche de los dones y el sexo. Juan Moreira y Juan Perón

Emma Zunz
Esta relación mortífera y perturbadora que muestra a los otros como espejos animados de nosotros mismos, aparece en la relación siempre paradójica de amor-odio, como dos caras de la misma moneda. De ese modo, el otro, es amado o destruido. La literatura abunda en ejemplos, especialmente la literatura en lengua inglesa, tan presente en la escritura borgeana. El “otro” es admirado, pero también causa rechazo y destrucción, un abrazo mortal del que se huye aterrado. Los espejos provocan horror a Borges, porque son él mismo, el “insospechado rostro eterno”.La atracción y el horror se encaminan en el duelo fratricida del cual Caín y Abel son arquetipos, por eso el duelo conlleva la carga terrible de identidad y extrañamiento. El sujeto se encuentra en el “otro” que es él mismo dividido y dual, clave de la verdadera identidad y alienación simultáneas.

“Milonga de dos hermanos” en Para las seis cuerdas (1965), es un ejemplo de la rivalidad y confusión de lo imaginario, origen, cauce y fin de la agresividad que conlleva el exterminio del otro:

El payador relata al son de la guitarra en el popular octosílabo:

(…)
Cuando Juan Iberra vio
Que el menor lo aventajaba,
La paciencia se le acaba
Y le fue tendiendo un lazo.
Le dio muerte de un balazo,
Allá por la Costa Brava.

Así de manera fiel
Conté la historia hasta el fin;
En la historia de Caín
Que sigue matando a Abel.

En “El otro duelo” (El informe de Brodie) los pares rivales se enfrentan más allá del límite biológico en un entorno de barbarie. En “La noche de los dones” (El libro de arena) un niño escucha una historia de boca de alguien que evoca su adolescencia, que es ya de “otro”, en una cadena de posibles espejos y donde se narra un tema aludido y eludido por Borges, el de la iniciación sexual, relacionada siempre con una atmósfera asfixiante, con visos de prohibición, enigma y violencia. En “La noche de los dones”, el joven protagonista-narrador del relato enmarcado a la manera de Henry James en Otra vuelta de tuerca, conoce el amor en brazos de una infeliz muchacha, “la Cautiva”, durante la misma noche en que en el prostíbulo arrinconan y matan a un famoso malevo de Lobos, Juan Moreira. La violencia es el marco del ingenuo y dulce erotismo que promete el acercamiento de los jóvenes. La técnica narrativa de “La noche de los dones” que tanto se acerca a la de Henry James en el relato nombrado anteriormente, es coherente con el tema ya que pone un “viso realidad” y a la vez “aleja” al protagonista de acciones que parecen ser poco delicadas para espíritus dignos y puros. En “La noche de los dones” donde el narrador, un hombre mayor, cuenta la historia que lo tiene como protagonista y testigo. Protagonista de su  historia afectiva y  testigo de un acontecimiento sangriento, casi legendario; la  muerte de  Moreira, ocurrida en el año 1874, año en que muere de manera heroica, del Coronel Francisco Borges, abuelo del escritor (1874 también es el año del nacimiento de Lugones, de Macedonio Fernández, y de Jorge Guillermo Borges). El cuento muestra el hábito de narrar hechos cruciales en la vida de hombres y mujeres como lo es el de la iniciación sexual,  en una rueda de café, con la aparente ligereza con la cual los señores de la prejuiciosa burguesía argentina contaban sus experiencias entre los amigos casi como hazañas épicas o exóticas, tal vez para aliviar alguna culpa. El entramado no se cierra, puesto que sabemos que en Lobos, nació uno de los personajes mas importantes de la historia argentina: Juan Domingo Perón, en el hogar de una familia de hacendados rurales, lo que para Borges no pudo pasar inadvertido. También conocemos algunas anécdotas que relacionan a la abuela paterna de Perón, doña Dominga Dutey, con las historia de Juan Moreira, ya que algunos biógrafos de Perón cuentan que el general, en su niñez y adolescencia, había visto la cabeza de Moreira guardada en una caja de sombreros por doña Dominga (anécdota esta, la de la caja de sombreros con una cabeza adentro, recuerda la novela Sobre héroes y tumbas de Sábato). Otros cuentos y poemas de Borges, aluden al malevo Juan Moreira y, como contrapartida del doble, a Juan Muraña. La coincidencia de las iniciales JM, remiten a otros “Juanes” como en “El encuentro” (El informe de Brodie), historia también evocada por la lejana visión de un niño (Borges), testigo de un hecho de sangre y donde se encuentran las dagas de Juan Almanza y Juan Almada que se han buscado más allá de la muerte y de los hombres.

Es importante señalar la repetición del nombre Juan, de origen hebreo, que aparece tanto en el mundo de los compadritos borgeanos, como en la historia de muchas familias criollas, como los Sosa, Duarte e Ibarguren en el árbol genealógico de Perón y Eva Perón: Juan Sosa, casado con Mercedes Toledo son los padres de Juana Sosa, la madre de Perón. El también se llamará Juan. Por el lado de Evita, abundan los Juanes y Juanas, el padre, Juan Duarte y el hermano también, Juana Ibarguren, la madre. En el imaginario popular se sitúa también una progenie de juanes desposeídos como Juan Pueblo o Juan Laguna o Juan Nadie, y los íconos culturales y religiosos de occidente como San Juan el Bautista, Juan sin Tierra, Juana de Arco, Juana la loca, don Juan Tenorio, Juan sin tierra.

En “Emma Zunz”, cuyo argumento le fue dado a Borges por Cecilia Ingenieros,  la iniciación sexual aparece comprometida con la violencia y la venganza. La imagen cruel que Emma adjudica al acto sexual tiene que ver con el tabú de la virginidad. De este modo, tanto “En la noche de los dones” como en “Emma Zunz”, el sexo se carga de connotaciones traumáticas. En “El evangelio según Marcos” (El informe de Brodie), aparece la entrega femenina relacionada con la posesión sin recaudos, con la esclavitud, el servicio y paga al amo, al varón que posee desde el lugar indiscutible de la virilidad, en medio de la violencia de mentalidades salvajes.

De este modo, el “otro”, en su dimensión imaginaria, toca la vertiente amorosa y atañe a la relación entre los sexos, cuestión evasiva y alusiva siempre en Borges.


(1)   Cfr. Todorov, T., La conquista de América, México: Siglo XXI, 1987.



Liliana Bellone

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