1 - El jueves 5 de abril me encontré en Página 12 (Psicología)
con el título “ León Trotsky, ese freudiano” que anunciaba la próxima
aparición en castellano de un libro de Jacquy Chemouni, cuyo original francés
se llama con más cautela Trotsky et la psychanalyse (Ed. In Press,
France, 2004). El fragmento del libro, elegido para su presentación en
castellano, no transmite la versión de las contradicciones de Trotsky con el
“freudismo”, ni menciona el testimonio revelador de las cartas con su hija
Zina, que después de una larga perturbación mental (tratada con psicoanálisis
en Berlín en 1931) se suicida en 1933. Para el autor del libro no es un toque
“sentimental” sino algo que incide en las posiciones de Trotsky cuando se
encuentra con un manipulador del psicoanálisis, como era André Breton. El libro
que saldrá, de cualquier manera, respeta el título original y su lectura puede
acompañarse de Freud
y los bolcheviques de Martín A. Miller, ya disponible en nuestra
lengua.
2 - El anuncio del libro se acompaña de dos artículos. Hernán
Scholten realiza una breve genealogía de los intentos de importar la conexión
psicoanálisis-marxismo a la Argentina, intento que empezaría en la década de
1920 (en mi libro La
entrada del psicoanálisis en la Argentina, cito algunos ejemplos
anteriores a los consignados en la nota).
La genealogía de Scholten comienza con Jorge Thénon y
Gregorio Bergman (que se amparaban en la reflexología) sigue con José Bleger
(que se amparaba en la “psicología concreta” de George Politzer, a quién hizo
traducir y prologó) para llegar a los grupos Plataforma y Documento, comienzo
de los de setenta (que se amparaban en Althusser y la tradición del
“freudomarxismo”).
Me gustaría interpolar en la secuencia de Hernán Scholten la
trayectoria ejemplar de un militante de aquella Sex-Pol,
que llegó a tener 40.000 integrantes en su organización, donde W. Reich era una
persona destacada (lo que, por cierto, no le facilitó las cosas cuando viajó a
Moscú en 1929).
Esa figura llegó a Buenos Aires en 1938, aprendió el
castellano en un año, y en 1939 dio un curso en el CLES ( Colegio Libre de
Estudios Superiores) sobre el psicoanálisis, su método y sus modos de
organización. Esas conferencias, publicadas bajo el título de El
psicoanálisis, teoría y práctica (CLES, 1940) presentan posiciones
que se oponen a las impuestas dos años después por Ángel Garma, al proponer el
modelo de hegemonía médica de las sociedades de Nueva York.
Me refiero a Béla Székely (1891, Hungría /1955, Argentina),
quien también difundió esas posiciones en su libro Del niño al hombre (1941),
después de un libro excepcional por la argumentación y el momento en que se
publica: El
antisemitismo (1940).
Los dos grupos ignoraron a Béla Székely, aunque publicaron a
las estrellas internacionales de la vieja Sex-Pol, por
razones que ignoramos. En El psicoanálisis y los debates culturales (2005)
hago un informe, apresurado y bastante incompleto, de este solitario que tuvo
que refugiarse en los Test después de quedar fuera de la APA (aunque,
según me informó el investigador Alejandro Dagfal, Marie Langer recibió de
Székely trabajos de Melanie Klein en lengua alemana que se usaron para cotejar
la traducción que desde la lengua inglesa estaba realizando Arminda
Aberastury). Quizás el hecho de que Székely no era médico, revele algo a los
investigadores futuros (mi posición frente a ellos se encuentra en una polémica
publicada en dos números sucesivos de la revista Los libros, del año
1972).
3 – Por último quisiera referirme al otro artículo que
acompaña al fragmento del libro de Chemouni. Julio del Cueto, bajo el título
“Hijos de Freud, nietos de Marx” (quizá responsabilidad de Pagina 12)
habla de los intentos de encontrar una interface entre
psicoanálisis y marxismo. Empecemos por despejar un pequeño error que, Google
mediante, podría multiplicarse: Herbert Marcuse (1898/1979) aparece una sola vez
como Ludwig Marcuse (1894/1971), quien efectivamente existe y se exilió en
EE.UU. Se fue de Alemania como el primero en 1933. Los dos son filósofos, los
dos judíos alemanes, nada más.
Herbert Marcuse, del que hablamos, pasó por el Instituto de
Sociología de Frankfurt en 1933 y ese mismo año terminó exiliado en
Suiza (antes de llegar a EE.UU. y nacionalizarse en 1940). Si bien siempre se
definió como socialista, marxista y hegeliano, en los sesenta rechazó el honor
de ser llamado maestro de “la nueva izquierda”. Su mayor aproximación al
psicoanálisis se encuentra en Eros y civilización, libro que me apasionaba en
mi juventud.
En cuanto a Wilhelm Reich y su factor subjetivo, reducido
a diversas estructuras de carácter alimenta una investigación del Instituto de
Frankfurt – publicada en castellano con el título de El carácter
autoritario – que es el soporte de El miedo a la libertad
de Erich Fromm.
Después de Jacques Lacan, temo que no hay mucho que
encontrar en esa cantera. Pero nunca se sabe. Siegfried Bernfeld, de quien
disponemos en castellano de un importante conjunto de artículos bajo el título El
psicoanálisis y la educación antiautoritaria, estuvo en Alemania
hasta 1953, pero en 1925 intentaba conciliar el marxismo con la educación, sin
abandonar el psicoanálisis. Se presentaba como la contrafigura del pastor
Pfister, educador y corresponsal de Freud en temas de religión (además de
incidir en la formación de Anna Freud).
Otto Fenichel, como sabemos, es conocido por su “Teoría
general de la neurosis” (1945). Fue por esa obra, ultraleída en
lugar de las obras de Freud, por la que Lacan le llamó “el gran recolector”.
Theodor Adorno se alejó del psicoanálisis. Edith Jacobson se
dedicó al estudio de la psicosis.
Esto es para decir que el racimo citado está hecho de
diferentes uvas, unidas entre ellas por una sensibilidad política que solía
llamarse “socialdemócrata”. Un ejemplo, Julio del Cueto propone que la pregunta
que puede extraerse de Psicología de masas del fascismo de W. Reich es
la siguiente: “Por qué las masas van en contra de sus propios intereses”. Ese
sujeto único llamado las masas, de complicada definición, tendría unos
intereses conocidos
por W. Reich y por los que dicen que basta vivienda, salud,
educación y trabajo para que la vida sea mejor que la tan proclamada por el
cliché burgués que dice salud, dinero y amor.
Por supuesto que el cliché burgués,
(cuyo dinero incluye la vivienda, la salud y la educación) no incluye a todos y
con suerte propone el mayor bienestar para la mayor cantidad. Siempre sacrifica
a los que haga falta. En cuanto al amor, el cliché burgués se refiere a la
fiesta de cada uno, criticada por Marx porque no era la de una monogamia de
verdad. Pero no hablemos de lo que pensaba Lenin de los que se interesaban en
la liberación sexual, ni lo que significa la “desublimación represiva” de
Marcuse (concepto que le sirve para decir que como la sexualidad se ha
convertido en un valor comercial el goce que realmente experimento está
alienado). El amor del cliché socialista es otra cosa que viene de Emilio de
JJR: un bien común que incluye a todos y no deja tranquilo a nadie. El amor
recíproco se reasegura por el amor al líder, siempre que no sea “estalinista”.
Y cuando falla se refuerza un poco la frontera. Siempre
por izquierda, claro.
Germán García
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