El otro cuerpo del amor – Graciela Musachi*

Si en la tapa de este libro solo dijera Musachi o G. Musachi, un lector atento se daría cuenta de que Musachi es mujer. Habla – mejor dicho escribe – hasta por los codos. Ella misma lo dice: “Ella habla hasta por los codos”. Pero ella sabe lo que dice, al menos cuando habla de psicoanálisis, filosofía, historia, religión, los grandes momentos de la ciencia.
He aprendido mucho con este libro. Me ha llevado a leer al filósofo catalán Albert Rivas y sus trabajos sobre el “Complejo nihilista de occidente”, el “horror vacui” y sus relaciones con oriente, evocándome los trabajos de F. Julien. Me ha llevado, también, a releer pasajes de Freud, Lacan y otros analistas contemporáneos del primero y a sus extravíos.
Es un libro erudito que está a la altura de una función de brújula para la lectura del Seminario 20 de J. Lacan, Aún.
Me lo representé como uno de esos pequeños barcos que guían a los transatlánticos para entrar en puerto. “El otro cuerpo del amor” podría ser esa barca – en femenino – que hace entrar conceptos del Seminario 20 en nuestros débiles puertos mentales. Me refiero a la debilidad de todos los que no elegimos la locura.
He pensado por qué Graciela Musachi me invitó a compartir esta presentación. Algo extraje de la dedicatoria que me escribió en su libro: “Para GS, con el deseo de que nos encontremos en este libro.” Por mi parte doy por satisfecho ese deseo.
Más allá del affectio societatis en el Campo Freudiano, de que nuestra relación con el psicoanálisis – cada uno la suya – esté indisolublemente ligada a Germán García y un gusto compartido por el humor, me he encontrado en algunas de las preguntas que la orientaron.
Ella las resume en una, al principio: “¿Por qué hay tantas mujeres en el psicoanálisis?” Recientemente he podido testimoniar públicamente de la modalidad con que una pregunta resonante con la de Graciela Musachi se me presentó: “La mujer, ¿qué sabe?”

El misterio femenino se lleva bien con el psicoanálisis. Este es la mística queda, al decir de Graciela Musachi. No da la última respuesta – ¿la hay acaso? – pero cree en ella sin creerle todo lo que dice.
Es una respuesta menos tonta que el rechazo de lo femenino porque hace existir aquello que el significante no llega a nombrar en cada encuentro – singular – con el otro cuerpo del amor.
Al modo de David Gilmour , el crítico de cine que recomendaba a su hijo las mejores y las peores películas porque en todas encontraba algo a extraer, Graciela Musachi toma ese binomio cuerpo-amor del título de un libro de Norman Brown: El cuerpo del amor. Pero solo para felicitarlo por haber tomado dos puntos álgidos para el psicoanálisis.
¿Cómo se articulan un tormento – el cuerpo – y un misterio – el amor? Luego de saludar a Brown por ese hallazgo todo el libro es el desarrollo de las consecuencias de esa palabrita que la autora agrega: “otro”: “El otro cuerpo del amor”.
Este agregado complica todo, ya que es mucho más sencillo, pero más mortífero, arreglárselas con el propio cuerpo, “el otro cuerpo nos pone en movimiento” (pp. 105). Esta frase me parece un buen ejemplo de la precisión que Graciela le da a su escrito.
Es un decir bien lo que está en lo bordes de lo indecible. Por eso sus referencias son los psicoanalistas más osados, la religión, la ciencia, las mujeres en cada uno de estos campos.
De las referencias a los primeros aprendí que Lacan definió la extimidad – esa íntima exterioridad en el centro del serhablante – casi tan bien como Lou Andreas Salomé.
De las referencias religiosas aprendí, entre otras cosas, el lugar del retrete en la génesis del dogma luterano y la conexión con la versión que relaciona al amado con el objeto excrementicio, en Swift.
Las referencias a la ciencia me enseñaron – no sin sorprenderme – que hay una neuroteología que discute si Dios es el origen del cerebro o éste el origen de Dios. Es la versión de la religión atravesada por la ciencia: hasta la existencia de Dios requiere demostración científica. A su vez, vemos como la religión va en apoyo de la ciencia dando sentido a sus locos efectos en lo real. Recuerdo por ejemplo el caso de una madre muy añosa en Italia. Tuvo un hijo con más de 60 años con técnicas de fertilización. Sus primeras palabras a la prensa – tuvo tratamiento mediático – fueron “Gracias a Dios y a la ciencia…” Uno no va sin el otro.


Humor
Quiero destacar un rasgo de humor que encontramos en los títulos y que supongo que tienen como efecto para la autora – es lo que me sucede cuando tengo un pequeño logro de ese estilo – un entusiasmo para acometer la tarea de la transmisión. Para el lector, el efecto es de alivianar el acercamiento a los conceptos, sin perder seriedad.
Algunos parecen verdaderos títulos de prensa…amarilla? Por ejemplo:”Nuevos sacerdotes del amor tratan de enredar a Freud”. Parece que una secta está intentando sacar provecho de una estrella de la TV, o de problemas en las relaciones entre la Iglesia y el estado. Se trata, en realidad, de la desviación de las utopías comunitarias de la época, incluido el hinduismo – que era el Oriente que Freud tenía como referencia – y su tratamiento del inquietante elemento místico.
Otro título: “”Ingenuos” misreadings mistificantes comparecen ante Lacan”. Suena a un grupo de vecinos disconformes que se presenta ante el presidente de algún consejo deliberante, o líderes piqueteros desacreditados por la prensa ante un juez. Pero no, se trata de una de las aristas del misticismo oriental para situar aquello que Freud había atisbado: el misterio del cuerpo femenino como otro cuerpo del amor.
También están los títulos que parecen las últimas novedades de los suplementos de ciencia: “Una mujer es un conglomerado de albuminoides” sería por ejemplo: “Se descubre la causa de…Una mujer…” Esto predispone bien para seguir a la autora en su pregunta ¿Cumple la ciencia una función análoga a la mística religiosa para una mujer en nuestro tiempo? ¿Eso logrará articular algo de esa Otra, cuando la palabra de amor está tan devaluada en nuestros días?
Otros títulos parecen slogans publicitarios: “Puro amor francés”. No es un perfume. Se trata del debate alrededor del amor puro y el quietismo en Fénelon, siguiendo al historiador Jacques Le Brun, las transformaciones del debate en Kant, Schopenhauer y otros, por ejemplo la problemática del vacío como horror vacui en el pensamiento occidental y del vacío como plenitud en la mística oriental. ¿Nos está proponiendo a Oriente como la mujer de Occidente?

Pero quizá el título que más me llamó la atención fue el del primer apartado: “Yahoo!” No sabemos si grita de alegría o si se trata del famoso servidor de Internet, otra figura de Dios. Pero se refiere a la mencionada visión excremental de la anatomía de Swift. El hombre como Yahoo es la inmundicia, la porquería. También se ocupa de la interpretación satánica de la mujer, más específicamente de su cuerpo.

De los tres capítulos finales uno es un viaje en el tiempo que nos da la medida de lo que es un estilo. Musachi hace treinta años no decía lo mismo que ahora, pero ya se veía venir lo que nos dice hoy, también con un toque de humor. Una de las historietas que comenta – Krazy Kat – nos plantea el malentendido de la comedia de los sexos y el real en juego solo accesible a tientas, a través de semblantes que fallan. Un ladrillazo en la cabeza puede recubrir un mensaje de amor y la historieta en sí es un ladrillazo al sueño de que el amor escriba la verdad de la mujer.
En el último capítulo, la autora da muestra de lo que es saber leer lo que está escrito en lo que se dice, incluso en imágenes. Al concluir nos deja con un objeto, una papa caliente, un híbrido como corresponde a la época: esa mirada sonorizada que nos captura.
Quiero destacar para concluir un logro de Musachi que no es sencillo. Si bien se trata de un libro erudito, con muchas referencias, denso conceptualmente, la autora logra igualmente que sea de agradable lectura. Difícil combinación pero, evidentemente, posible.

Gustavo Stiglitz


* Texto del comentario realizado en la presentación del libro "El otro cuerpo del amor: El Oriente de Freud y Lacan" de Graciela Musachi. Fundación Descartes Lecturas Criticas - martes 22 de junio 2010. Presentaron: Gustavo Stiglitz y Ezequiel De Rosso, Coordino Emilio Vaschetto.

Acerca de El crepúsculo de un ídolo… de Michel Onfray


Editado por Grasset & Fasquelle, en Francia, El crepúsculo de un ídolo… es un ensayo en relación al cual pueden leerse numerosas críticas en distintas publicaciones.

A lo largo de más de seiscientas páginas que se anuncian como una cronología iconoclasta, su autor recurre a la vida de Freud y su familia, para psicoanalizar la teoría freudiana. Acerca de esta paradoja, Michel Onfray responde en un reportaje que lo que él pretende hacer con Freud es lo que Sartre llamaba un “psicoanálisis existencial”.

Como describe Henri Lévy en su comentario, un entramado de trivialidades, más necias que maliciosas, se alternan con un punto de vista banal y un pensamiento reduccionista y ridículo.
El libro propone una versión denigrada de Freud a través de un itinerario poblado de dudosas observaciones, de las cuales es conveniente mantener cierta distancia.

Ahora bien, si las consideramos con detenimiento, dichas observaciones no sugieren una investigación. Muy por el contrario, se convierten en un obstáculo a la hora de querer entablar una polémica seria, argumentada. Pese a eso, sería un error tomar este libro a la ligera, sin exponer sus alcances. Si su papel es bastante negro, su objetivo, sin duda, se sitúa en otro lugar.
Las críticas al psicoanálisis tienen historia, de ahí que siempre sea interesante leer en dichas críticas no sólo cuestionamientos aislados. ¿Por qué razón, luego de más de cien años de existencia y de resultados clínicos indiscutibles, el psicoanálisis es atacado por aquellos que pretenden sustituirlo por otros tratamientos supuestamente más eficaces?

Dejando de lado que una terapia de inspiración psicoanalítica no es psicoanálisis, El crepúsculo de un ídolo… intenta refutar a Freud en nombre de un psicoanálisis no freudiano, que denomina “alternativo.”
Sin embargo, como se deriva de la lectura de Terapias y Terapeutas: El fin del psicoanálisis no ha tenido lugar (Avram, Graciela; Grama, 2005), las terapias verbales que se presentan como superadoras del psicoanálisis, suelen ser refritos de un freudismo mal leído y peor practicado, cuya eficacia, aún para los modestos propósitos que sus seguidores declaran, tampoco está probada. Ninguna de las llamadas terapias alternativas tiene un corpus propio. Esta es la razón por la que no pueden prescindir del recurso al psicoanálisis.

En este contexto, Onfray se sitúa como una instancia evaluadora para hablar en nombre de la ciencia, sin especificar cuál. Respaldándose en esa autoridad, protesta porque el freudismo es la visión del mundo privado de Freud, con pretensión de universal. Y lamenta que este último, a partir de sus deseos, haya inferido teorías de orden general que hoy están en boca de todos, pervirtiendo a Occidente, según sus palabras, inventando un complot edípico que no es más que la traducción autobiográfica de su propia patología.

Desde esta perspectica, con una inconmovible convicción, Onfray insiste en decir que Freud es un filósofo. Es su postulado de partida, no se despega de eso. El psicoanálisis es una filosofía y toda filosofía es la autobiografía disfrazada de su autor, una construcción hecha para aliviar su dolor existencial y poner orden en su vida. De ello concluye que el psicoanálisis es una terapia para el sólo uso de Freud. Este esbozo delirante, como explica Jacques-Alain Miller, tiene una lógica imparable a partir del momento en que el postulado se admite.

Parafraseando a Lacan, dicha lógica es, exactamente, la que separa la investigación histórica auténtica de las pretendidas leyes de la historia, de las que puede decirse, una vez más, que cada época encuentra quien las divulgue al capricho de los valores que prevalecen en ella.
A diferencia de Freud, el Sr. Onfray no avanza en sus observaciones mediante distintos procesos de inferencia, ni expone sus temas como objeto de
ulteriores exámenes, a la luz de posteriores opiniones. Y menos aún, pone en cuestión, o analiza, los términos que usa y la multiplicidad de problemas que éstos suscitan.

Muy por
el contrario. Rumores, episodios de los que no existe ninguna huella documental y falta de fuentes bibliográficas, definen el libro. Sus páginas no van más allá de la anécdota que les sirve de trama. Su metodología, como observa Elisabeth Roudinesco, se basa en el principio de la prefiguración.

A esta extravagancia, que no le impidió, en libros anteriores, ver, por ejemplo, en Kant, a un precursor de Eichmann, porque este se decía kantiano, o en el evangelista Juan, un precursor de Hitler, se suman, en esta ocasión, una miscelánea de citas e interpretaciones pueriles al servicio de un rechazo, desconociendo que el respeto del que goza Freud, y su teoría, es un homenaje fundado.
En este sentido, sin duda, es quizás el mejor testimonio de la fecundidad del psicoanálisis, engendrar la contradicción que lo promueve.


Alicia Alonso


Novedad Editorial Galaxia Gutenberg

Incisiones
Panorama crítico de la narrativa en lengua alemana desde 1945
De Cecilia Dreymüller






De la contratapa
En las seis décadas transcurridas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la literatura en lengua alemana ha mostrado una fecundidad y una riqueza extraordinarias, cuya notoriedad acreditan cinco premios Nobel -a Nelly Sachs, a Heinrich Böll, a Elias Canetti, a Günter Grass, a Elfriede Jelinek-, así como el prestigio y la influencia de autores como Max Frisch, Peter Weiss, Christa Wolf, Thomas Bernhard, Peter Handke o W.G. Sebald. Afincándose en la perspectiva del lector de habla hispana, el presente ensayo traza un panorama crítico y ordenador de este periodo tan extenso como complejo, y lo hace atendiendo al desarrollo simultáneo -y a menudo divergente- de la narrativa tanto en Alemania (dividida hasta 1989 por el Telón de Acero), como en Austria y en Suiza.

Este libro no es un manual en el sentido clásico del término. Su intención es interpelar críticamente la narrativa –pues a este género se ciñe, aunque no estrictamente- surgida después del cataclismo que barrió toda una tradición cultural, y rastrear su conexión con el momento pasado y el presente. Es decir, averiguar qué nos explican los libros de ficción de quienes los leyeron en su hora (tanto en el ámbito de la lengua alemana como fuera de él), y qué nos pueden decir a los lectores de hoy. ¿Se sostienen todavía la alta estimación que en su día recibieron las obras de 8011 y Frisch? ¿No se obviaron otras más incómodas y estéticamente exigentes? ¿Qué papel jugó el Grupo 47 en la evaluación de los autores no afines a él? ¿Qué fue de las escritoras de la generación de la posguerra? ¿Hasta qué punto influyó la Guerra Fría en la recepción de los narradores germano-orientales? ¿Está la literatura alemana todavía dividida por fronteras políticas?
Responder a estas preguntas requiere pronunciamientos decididos, aunque probablemente parciales, tanto más apremiantes cuanto que, a lo largo de las últimas décadas, la narrativa en lengua alemana ha reflejado como pocas los procesos de transformación de la sociedad, desempeñando en ocasiones una importante función catalizadora de la conciencia colectiva.

Cecilia Dreymüller nació en Nohn (Eifel, Alemania) en 1962.
Es doctora en Filología Hispánica, especializada en literatura escrita por mujeres. Residente en España desde hace más de veinte años, ha contribuido con su trabajo al acercamiento cultural de este país con Alemania. Traductora ocasional, ejerce la crítica literaria en medios alemanes y españoles.

Equipo temático: Intersecciones entre literatura y psicoanálisis


En la reunión del mes de junio continuamos trabajando la recepción de la estética del Romanticismo (que reinaba en el viejo continente) en los inicios de la literatura argentina; donde el drama romántico desalojaría la tragedia clásica, heredera del Renacimiento, en un intento de mayor acercamiento del arte a la vida. Esta vez nos centramos en aquellas políticas de traducción, donde el traductor por primera vez deviene escritor argentino y viceversa, poniéndose en juego concepciones de la literatura nacional y de la relación entre ella y la literatura extranjera, así como también concepciones del autor y el lector.

En un articulo de 1926 titulado Las dos maneras de traducir, Jorge Luis Borges analiza la antigua antinomia entre dos clases de traducción: una literal y otra libre. Dice allí que la primera (que practica la literalidad) corresponde a las mentalidades románticas, mientras que la segunda (con el uso de la perífrasis) a las clásicas. A los traductores clásicos les interesará siempre la obra de arte y nunca el artista, creerán en la perfección absoluta y la buscarán; desdeñando los localismos, las rarezas y las contingencias. En cambio, los románticos no solicitan jamás la obra, sino al hombre; y el hombre no es ni intemporal ni arquetípico, es poseedor de un clima, un cuerpo, una ascendencia, de un presente, un pasado, un porvenir.

Patricia Wilson en su libro La constelación del Sur (Ed. Siglo XXI), elige tres ejemplos emblemáticos de la intervención de traductores-escritores, que presentan concepciones diferentes de la literatura y la práctica de la traducción en la literatura argentina del siglo XX. El primer ejemplo que aparece allí es el de Victoria Ocampo, quien obra como “traductora romántica” atenta a la inscripción del autor y tendiendo siempre a la literalidad; ocupando el lugar en que su propia enunciación como traductora, se toca con la palabra en lengua fuente del autor. J.L. Borges, en cambio, intervino conceptualmente como “vanguardista”, sacando la traducción de un lugar de esclavitud respecto del texto fuente y de fidelidad debida a su enunciador o a su potencial receptor; dejando huellas en sus procedimientos como traductor. Mientras que José Bianco, traductor clásico, fue particularmente sensible al polo del lector y al hecho de que sus traducciones circularan en un ámbito que excediera las fronteras nacionales, defendiendo una poética precisa de que la traducción “no deben notarse”; buscando una transparencia de estilo para que el lector no esté recordando todo el tiempo que lee un libro traducido y a la vez seguir el delicado ajuste verbal en su lengua de origen. A pesar de las diferencias, estos tres traductores deben ser pensados en el marco del grupo Sur y el vasto proyecto de incorporación de literatura extranjera que entrañó y que irradió a otras editoriales contemporáneas.




Ignacio Lotito

Novedad editorial Casa Nova Editores

Musulmanes
De Mariano Dorr





Todo en Dorr suena a experiencia personal, pero paradójicamente su escritura es a la vez la experiencia radical de lo otro. El mundo nunca es apenas espectáculo sino una energía que moviliza profundamente al narrador, el que a su vez interpela a su lector de un modo directo e individual.
En Musulmanes resuena el efecto de diversos estímulos: el amor, las drogas, la paternidad, las Iecturas, la amistad; todo hace vibrar intensamente la voz de Dorr y, cuando la intensidad es todavía mayor, su experiencia se traduce en tonos oníricos y poéticos. El mundo emite una luz que Dorr recibe, su mirada la procesa sin suavizar los tonos más extremos, y su escritura la irradia.

Eduardo Muslip, de la contratapa



Musulmanes en Buenos Aires fin de siglo


En un artículo publicado en Instantes y azares, Dorr sostenía que la “La literatura vive únicamente para morir en el crimen de su propio nacimiento”. Idea que remite a Lamborghini y, por esa vía, al camino que Blanchot inaugura y Sollers exacerba, Musulmanes (2009, Casa Nova Editores) es una puesta en acto de una manera de concebir la literatura que experimenta su agotamiento como la condición de posibilidad de su existencia. Musulmanes entonces milita la experiencia de la muerte de la literatura para parirse como escritura y esta idea es metaforizada hacia el final, cuando la novela culmina con un parto: la muerte de la literatura, concebida ahora como escritura, propone un nacimiento.

Desde ya, Dorr renuncia a contar una historia, pero agotar la literatura significa aquí no sólo esquivar la posibilidad de brindar un relato sino poner en cuestión esta idea con la saturación misma de relatos que se multiplican en igual –y en ocasiones delirante- proporción al modo en que el propio narrador se busca en lo que narra. Sin embargo, el mecanismo no sigue los procesos de composición de Aira, ni tampoco persigue la lógica del “scan disk”, sino más bien constituye un principio de suturación, es decir, un particular hilvanado de historias en las que unas se desprenden de otras de manera ocasional pero no aleatoria. En este hilvanado saturador y suturante, el narrador se compone allí donde está a punto de desvanecerse, en un proceso de constitución que el lector podría verificar indemne a lo largo de toda la novela si no estuviera él mismo involucrado y desafiado por este principio de constitución permanente. Porque si antes que un narrador permanente nos encontramos con varios en estado de constitución, lo mismo debería decirse para el lector y esa no sería sino otra de las consecuencias del agotamiento de la literatura.

Agotar la literatura para transformarla en escritura y de ese modo acompañar el cambiante compás de lo que ingenuamente llamamos “vida”: esa es la tradición literaria que trafica Dorr. Se trata de una idea que recorre toda la novela: tráfico de historias, traficantes de drogas, atención en los tráficos de esos personajes que deambulan –y que apenas distinguen el día de la noche- en lo que ahora anacrónicamente llamamos “urbe”. Son los musulmanes de una ciudad de traficantes que recorren el círculo de la droga, el amor u otras experiencias cautivantes recreando submundos que se sostienen en eslabones tan frágiles como la aparición o la desaparición inesperada de un dealer. Dorr se detiene y al mismo tiempo se despista en esos relatos de verdaderos despistados, que a veces permanecen sonámbulos ante la trayectoria de la víspera, como personajes que desechan la idea de tener una brújula para así permitirse tener acceso a una experiencia.

Esa experiencia jalona una serie de recorridos que se saben de antemano transitorios en una ciudad de tránsito, como legendariamente ha sido pensada Buenos Aires. Pero lo novedoso aquí es que ese tránsito ya no se sostiene con la expectativa de una estabilidad futura –antes se decía: el “ascenso social”- o en una estabilidad pasada – los recuerdos de la infancia que el narrador evoca refuerzan la inestabilidad de todos los puntos de partida- sino que se trata de un tránsito cuyo única orientación es recrear las mismas condiciones de ese tránsito, pero a partir de una búsqueda activa de una historia que inscriba en el terreno de lo novedoso lo que de antemano podría interpretarse como parte de lo mismo. Se genera así nuevamente el efecto de saturación: en Musulmanes ocurre de todo en poco tiempo y de ahí que la única opción que tiene el lector para captar su sustancia es “leerla de corrido”, en poco tiempo, para participar así de ese tránsito al mismo tiempo idéntico y cambiante. En coincidencia con una de sus temáticas dominantes, la novela asume así la forma misma del vicio: placer de tránsito, intenso, pero cada vez más breve en la medida en que se vuelve repetitivo.

Pero el vicio no es sólo el existenciario dominante de los personajes de la novela ni la sensación contagiosa que se despierta en el lector que la atraviesa, sino la forma misma de esta Buenos Aires, que aparece así descripta como una ciudad viciosa, de tránsito vicioso. Aún así, si de este modo Mariano Dorr deja constancia de este “estado epocal”, al mismo tiempo prefiere atender a la circulación de los personajes antes que emitir un juicio sobre esos circuitos del vicio, lo cual es congruente con la imposibilidad de sostener a un narrador esclarecido. Antes que eso, el narrador busca la anécdota que revele los cambios de posiciones de cada uno de esos personajes en los circuitos rizomáticos que esa nueva Buenos Aires deja leer. En esos circuitos hay decepciones –al comienzo de la novela el narrador es escupido en la cara por el chico del conurbano al que se disponía a ayudar- y fracasos contados en clave irónica –la anécdota del cruce con Zulemita Menem en una librería en que el narrador oficia de vendedor es un ejemplo de este caso- y, sorpresivamente (porque no todo lo que ocurre en la novela es motivo de risa), mucho humor. En ocasiones, y como un personaje arltiano, el narrador cuenta esos fracasos como parte de una aventura, pero en la Argentina de los noventas, a diferencia de los personajes arltianos, ninguno de los personajes que desfilan por Musulmanes buscan algún tipo de redención o siquiera un “golpe de suerte”, sino la experiencia y comparación de diversas intensidades, tal como se evidencia en la permanente reflexión sobre las virtudes y defectos de un dealer.

¿Sólo eso? Tal vez lo más asombroso de la novela es la aparición de palabras que, como “costicismo”, se han desligado de todo referente pero que, si bien adquieren significado en su uso, funcionan fundamentalmente como pequeños enclaves identificatorios ya no de clases sino más bien de grupos que, en medio de tanta circulación subterránea, ofrecen cobijo a los musulmanes de la ciudad. Lo más ambiguo, así, resulta lo más identificatorio: en esas palabras que pocos entienden y que pueden significar múltiples cosas, es decir, en esas palabras cabalmente “flotantes”, se condensan paradójicamente los contornos de unos enclaves en que los afectos más primarios –el amor, la amistad- adquieren una relevancia inusitada, cargada por momentos de una sentimentalidad en la que existe el dolor, pero que al mismo tiempo sin ella la vida parecería completamente insoportable.

De este modo, sin la posibilidad de una alianza entre todos los musulmanes del país –la escena inicial del escupitajo es contundente al respecto-, es decir, descartada momentáneamente la posibilidad de alguna organización política para los “quemados”, la vida que se hace escritura en la novela de Mariano Dorr ofrece un muestrario de los que superviven en una Argentina donde las drogas, el humor y el nacimiento de un bebé conforman puntos de reparo en un universo dominado por la transitoriedad y la circulación. El final feliz de la novela, que combina el nacimiento de un bebé con la apología del dealer, es menos provocativo de lo que parece: los refugiados de una ciudad en circulación, han sabido de algún modo construir circuitos donde, entre bajones y alegrías, resisten con lo que tienen a mano y más. La imagen de Evita, en la que se detiene el narrador antes del nacimiento de su hija, más que recordar viejas épocas oficia la bendición para las alegrías y los costicismos de estos nuevos musulmanes, que si bien circulan en grupos, no dejan de ser muchos, tal vez millones, en esta Buenos Aires fin- de-siglo donde acontecen los episodios.








Psicoanálisis - El porvenir del lacanismo argentino

Sigmund Freud -hijo de su época- participa de los ideales de la Ilustración, pero no se lo puede ubicar en serie porque se sitúa -al decir de lacan- en un vuelco de la historia en el que Freud mismo y su reflexión se alojan, allí donde Freud cambia la relación del hombre con el logos, allí donde el hombre -antes que pensar- habla. La Ilustración no sólo produjo ideales. Si en La Fenomenología del Espíritu Hegel desarrolla el momento del terror en el capítulo “La Ilustración” no es sino porque el terror político es su producto. Hegel introduce -bajo el recurso de la parodia- una sentencia tomada de la Biblia: “El miedo al Señor es el comienzo de la sabiduría" (Proverbios 1.7). No es el miedo a Dios sino al ente inmanente de la cara macabra. Al final de la Primera Guerra Mundial, Freud postulará la pulsión de muerte en disyunción con cualquier ilusión homeostática y hablará de la pérdida de los valores ilustrados. Ninguna felicidad en el programa de la naturaleza. dirá Freud. Nada en el cosmos está preparado para eso, dirá Lacan.
En pleno siglo XX, Adorno y Horkheimer -cuyo heredero es
Habermas- en Dialéctica de la Ilustración la critican en un intento por salvarla. No la salvaron, se tuvieron que exiliar no bien asumió el nazismo. No correrá mejor suerte Freud. Se puede rastrear retroactivamente en la trivialidad
de la muerte hegeliana la banalidad del mal arentdiana.
Acaso porque los valores kantianos estaban perdidos, en la Argentina la cara macabra cobró la más macabra de sus caras. Padecemos aún sus consecuencias. La historia del psicoanálisis en la Argentina no quedó exenta. De relatar esta historia –sin reducirla a una cronología- se ocupa Marcelo Izaguirre en su libro Jacques Lacan: El anclaje de su enseñanza en la Argentina (Ed. Catálogos).
Voy a ser contundente: no se puede no leer este libro. A partir del mismo nadie podrá refugiarse en el “pecado de la ignorancia”, quedando bajo responsabilidad de los “malintencionados” seguir sosteniendo aquello que lzaguirre, con un trabajo fundamentado y documentado, desmitifica.
Hay en este autor lúcido, comprometido y con coraje, una posición política y ética, hasta de singular mirada si se quiere. Obtiene partiendo de las pequeñas y grandes historias, de los silencios y lo silenciado, de los malentendidos, e incluso de operaciones adversas, algo que sin duda permite pensar no sólo el anclaje de las enseñanzas de Jacques Lacan en la Argentina, sino también su reverso no simétrico: el anclaje de la Argentina en la enseñanza de Jacques Lacan.
Hay en este libro una tesis demostrada: son falaces tanto la afirmación de que el laconismo se desarrolló y creció a partir de 1976 bajo el imperio del terror, como la imputación de complicidad con el régimen. Izaguirre demuestra que el anclaje de la enseñanza de Lacan se produjo con mucha antelación, y su crecimiento exponencial se produjo a partir del retomo a la democracia. Para alcanzar su demostración hace hablar a vivos y muertos, basta decir que el índice onomástico ocupa 17 páginas y que hay un libro dentro del libro en sus notas.
Izaguirre sitúa el anclaje de la enseñanza en una primera charla que Oscar Masotta dio en 1964 referida a Lacan. "Cabecera de playa” es el término a retener. Fue “ese golpe táctico” el que “daría lugar a una estrategia” con la conformación del primer grupo lacaniano en 1967, subordinado a “una política psicoanalítica” a partir de 1972. Nuestro autor remarca que, así como Masotta es el nombre princeps pero no el único responsable de la introducción del lacanismo en Argentina, Germán García -tampoco el único- es un actor privilegiado en su sostenimiento. No es sólo su modo de rendirle homenaje. Marcó su encuentro con el psicoanálisis, permitiéndole "entender que es una práctica atravesada por multiplicidad de discursos, en la que se anudan clínica, cultura y política". Este libro lo prueba.
La historia del psicoanálisis institucional en la Argentina a partir de 1942; la de la hegemonía del klieinismo y la escisión de la APA en Plataforma y Documento; la de la confrontación psicoanálisis-médico/psicoanálisis-laico; la del psicoanálisis en la universidad y el hospital público; la de los grupos marxistas y los freudo-marxistas; la de la dystichia (mal encuentro) de los grupos freudo-marxistas con el psicoanálisis lacaniano; la del exilio de los psicoanalistas lacanianos y la consecuente propagación de la enseñanza de Lacan en los países de habla hispana; la del encuentro con Lacan en Venezuela, recibido por jóvenes psicoanalistas argentinos; la de la fundación de la Escuela de Orientación Lacaniana en Buenos Aires; la del psicoanálisis francés; y la historia política de la Argentina de la segunda mitad del siglo XX; todas estas historias y otras se anudan en el texto casi de un modo borromeico; alcanza con cortar una cuerda para que se desanuden todas. No es lengua muerta, toca lo más vivo de lo actual. Así como hubo quienes atacaron al lacanismo vinculándolo a lo peor, hoy están los que quieren acallarlo en complicidad con grandes intereses que pretenden “curar” desde una concepción del hombre de la cual Primo Levi daría cuenta perfectamente.
Corría 1974 (diez años después de que Lacan hiciera lo propio en París) cuando Masotta funda la escuela, en la parodia, "La audacia -dice Izaguirre- radicaba en que se trataba de gente 'en formación' más que de psicoanalistas ya formados”. Masotta con su acto fundó el porvenir del psicoanálisis lacaniano en la Argentina. El libro de lzaguirre es sin duda una importante contribución a ese proceso.


Viviana Fruchtnicht para Revista Ñ, 5 Jun 2010

Novedad editorial Ediciones Eón

Borges <> Freud <> Lacan
Los senderos trifurcados del deseo
De Norman Marín Calderón





El presente libro analiza las nociones de tiempo, escritura y realidad presentes en las construcciones literarias de Jorge Luis Borges, todas ellas examinadas bajo el escrutinio de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud y Jacques Lacan. Se concentra en los ensayos y cuentos metafísicos borgeanos que revelan el doble cariz de la existencia: la realidad está estructurada como un poema allí donde la literatura devela, de alguna manera, la verdad de la vida. De allí que se proponga a la verdad como una construcción subjetiva. A lo largo de sus páginas se analiza la dialéctica entre realidad y ficción bajo las ideaciones psicoanalíticas sobre la realidad psíquica, el trabajo del sueño, el semblante y el estadio del espejo. Igualmente se examina el asunto del tiempo según las propuestas borgeanas en consonancia con los postulados freudiano-Iacanianos de la retroacción, la compulsión a la repetición, la neurosis de destino y el tiempo lógico. En suma, este libro propone que la literatura borgeana funge como vehículo idóneo para develar las verdades que yacen en las profundidades inconscientes de la subjetividad humana, pues ésta no es solamente un recurso de la imaginación, sino otra manera de revelar los deseos más recónditos del sujeto. Después de todo, el ejercicio fundamental de este libro es explorar las nociones de realidad y tiempo en las teorías de Borges, Freud y Lacan, y aunque en muchos de los puntos estos autores no estén de acuerdo, el diálogo entre ellos será inevitable.


De la contratapa.