Destellos mediterráneos. Autoficción - Pilar Ordóñez




«Pero lee sobre todo tu propio inconsciente, ese libro con una tirada de un solo ejemplar cuyo texto virtual llevas por todas partes contigo, y en el que está escrito el guión de tu vida, o al menos su rough draft»
Jacques-Alain Miller, Cartas a la opinión ilustrada.





Somos productos de las ficciones que sostenemos con pasión. Para lo mejor y para lo peor. Basta con pensar en los cineastas que se aferran a una historia hasta hacerla parte de sus vidas. Algunas ficciones privilegiadas son capaces de hacernos viajar, conocer cierta gente, acceder a determinadas lecturas. El rough draft de algunas acciones ya está esbozado en las fantasías más íntimas. Llegamos a ciertos lugares por caminos que se bifurcan en el jardín del inconsciente. Luego parecen destino. Pero, lo inolvidable, ocurre por accidente.
Podría asegurar que conocer al gran hombre es un cálido arrullo. Ese tono que engendra el héroe sempiterno no sólo es adormecedor, resulta también operativo. Crea un lazo cobarde, un decir triste y nostálgico por el mundo perdido. “¡Y yo que no conocí a Masotta, ni a Lacan, ni a tantos otros!”, rezaría el suspiro. La historia es un sueño.
Podría, entonces, recapitular para hacer coincidir la trama que se deshace al ritmo del relato. Conocí a Hector Schmucler gracias a Marcelo Casarin. Por ese entonces pergeñaba una entrevista para el hombre que se especializaba en el estudio de las memorias. Memorias colectivas que contradecían el hilo liso de la Historia. Chirriantes, deshilachadas. Las memorias, esas marcas que se recrean en mitos inverosímiles y eficaces. Ese encuentro dejó cicatriz. Recién este año, 2013, con el grupo de investigación “Relatos analíticos: mitos, ficciones y genealogías” (del CIEC) integramos las reuniones del programa de Toto Schmucler con un problema para estudiar desde el psicoanálisis, pero fue por casualidad. Más bien un golpe, que no venía del sueño ni de la realidad, un verdadero golpe de suerte permitió entrar en esa conversación. 
Ana Waisman me hizo llegar el dato. Los gramscianos de Córdoba, nucleados por Pancho Aricó, publicaron en la revista Pasado y Presente por primera vez en estas áridas tierras un artículo de Oscar Masotta sobre Jacques Lacan. Schmucler formaba parte de ese proyecto editorial que se gestara en los años 60. Esa referencia al psicoanálisis lacaniano era, por entonces, una mosca blanca en las prácticas psi de Córdoba. Emparejada en su rareza, únicamente, por una mención que hacía Pizarro Crespo en el año 36 en la revista Psicoterapia que dirigiera Gregorio Bermann.
Juan Carlos Torre era el hombre de Pasado y Presente en Buenos Aires. Un hombre en vísperas, porque tenía 22 años cuando se lo encontró a Oscar Masotta en bar Coto y le preguntó si tenía algún artículo para la revista cordobesa. Siquiera tenía un cálculo, compartían un gusto por lo heterodoxo, por un pensamiento instituyente y la sensibilidad por el castellano. Masotta le correspondió el arrojo con una promesa que supo cumplir. A los pocos días, el mismo bar los reúne y Oscar le entrega en propia mano un artículo para el cual, según confiesa, no tenían aparato de lectura. Pero el tono, el tono… era 1965.
Azar y encuentro. Germán García en 1969 toma una revista llamada Los libros de la mesa de una librería. Es la número uno. La lee. Se dirige a su director, un pelirrojo que acaba de llegar de París donde protagonizara el Mayo francés mientras estudiaba con Barthes. Deletrea el apellido para no olvidarlo durante la charla: s c h m u c l e r, sin k. Conversan, elocuente el muchacho. El director lo acepta en el Staff de Los libros, ni imagina que en cuarenta años se reencontrarán en el bar de un teatro bajo el cartel de Othelo, (cartel que cuenta con un epígrafe aclarador: “termina mal”). Vaya novedad. Todo fulgor se apaga. El chiste está en la singularidad que veta al universal. Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar. ¡Qué gracia! Los dos conversan con palabras inigualables que sin embargo figuran en El Quijote.
Baby Novotni me relata los inicios de El Ateneo psicoanalítico de Córdoba. Unos días antes de la constitución formal de esa institución se funda la Escuela Freudiana de Córdoba. Un nombre que congrega y dispersa con la virulencia del rayo. En 1980 se concreta la publicación de una revista que fue producto de esa chispa y se llamó Conexiones del psicoanálisis. Tras ella comienza el eclipse. Antonio Oviedo forma parte de esa comunidad que en la hondanada retiene el opaco fulgor. Lo hace a su manera. Comienza a editar otra revista que en su primer número publica una traducción de “La función de lo escrito” de Jacques Lacan. ¿Cómo llega esa letra a la revista? ¿Por qué escrita? Oviedo responde en una entrevista, publicada por César Mazza en la revista Exordio, que fue a causa de su amistad con Germán García. 
Tropiezo, esta vez, con un nombre de mujer. María Teresa Poyrazian, la compañera de Pancho Aricó, se le acerca a Cuqui Oviedo con sigilo. La conversación es acalorada, sin embargo ella pronuncia las palabras en el tono suave de una salonniére: “ese muchacho es muy despierto”. Se refiere a Germán García, aguijonéa en un oído presto, la amistad sobreviene.
Ayudamemoria: Destellos Mediterráneos fue un Coloquio al que asistí, realizado en el Centro Descartes el 14 de diciembre de 2013. Conversaron esa tarde Hector Schmucler, Germán García, Antonio Oviedo y Juan Carlos Torre. El psicoanálisis en la cultura encuentra grietas que pasan por la sensibilidad de algunos nombres. En el hollejo del tiempo, las figuras del anacronismo se congregan: repetición, acontecimiento, fijeza, caída e irrupción. Para orientarse en la oscuridad, un destello irredento que retorna siendo otro y el mismo.




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