I
Años atrás, al solicitarle un
artículo para publicarlo en una investigación sobre Oscar Masotta, J.J. Sebreli
me dijo que al menos esperaba recibir un ejemplar como reciprocidad. Al
entregárselo y ver que tenía algunas páginas, hizo una muesca de contrariedad,
expresando que no entendía cómo la gente
se pasaba hablando o escribiendo sobre Masotta, al igual que Contorno, agregaba, que hicieron unos
pocos números y se la pasan hablando de eso. Si alguien hubiera tenido el
desatino de invitarlo a este coloquio, desde que ha olvidado la razón, sin
entender la serie y la política en la cual se inscribe la revista Exordio, seguramente le hubiera causado
un disgusto mayor que el del café de aquellos años.
Es un gusto para mí presentar esta
revista cordobesa que habla del psicoanálisis en la cultura. Afirmación que la
sitúa en una serie de otras revistas como Escrita
de Córdoba o de manera particular con la revista Descartes. Revista que como se indica en uno de sus editoriales,
está abierta a la posibilidad de decir cosas que tienen un sentido, sin
preocuparse por su existencia.
II
Desde su título mismo, Exordio, uno está tentado de destacarla
como la más macedoniana de todas ellas, con sus aires vanguardistas a pesar de
los tiempos que corren. Y no faltan en ella reiteradas alusiones al trabajo de
Masotta. Como señala Fernández en los papeles de recienvenido, el exordio tiene
en boca del susodicho, la intención de que el accidentado esté capacitado para
entender que el modo de no llegar tarde a un accidente será llegar antes del
suceso. “Esforzaos, por lo menos, aclara Recienvenido, en ser un público de las
caídas que llegue antes que el suelo”. Y en el número 3 de Exordio, de octubre de 2011, nos encontramos que quienes allí
escriben tienen la condición de anticiparse a los accidentes cuando damos con
el artículo de Gabriel Pantoja que al citar a Georges Perec, afirma que los
trenes sólo empiezan a existir cuando descarrilan. Parece así que la vida sólo
puede revelarse a través de lo espectacular. Las consecuencias de tales
afirmaciones, dirá Pantoja, es que hay que interrogar lo habitual. Y, como si
el editor hubiera leído ese interrogante, ubica a continuación el artículo de
Gabriel Conforte, “Lo ‘sin’ nombre”. A partir del análisis de un hecho
espectacular como fue Auschwitz, en relación con la literatura y la famosa
afirmación de Adorno que no es posible escribir poesía luego de ese
acontecimiento; se interroga sobre la imagen de las desprotecciones cotidianas,
y de millones de muertes indiferenciadas, para concluir que todas ellas son
imágenes que escriben. Pero sin nombre. En lugar de Adorno, Conforte parece
adscribir a la posición de la última poesía de Oscar Del Barco.
Hay que destacar del recorrido de los
cinco números que ha alcanzado esta publicación, que cada uno de los artículos
que allí encontramos respetan el estilo del exordio, son claros, sencillos y breves;
lo que los excluye de la serie de las innumerables publicaciones que se dedican
a contar lo que ya se sabe, bajo la forma del resumen de lo que ha dicho Freud,
Lacan o Miller. O, como se destaca en el editorial de ese tercer número, es una revista que está en
contra de la “calamidad recitadora”. Por cierto, en los tiempos que corren y
con el estilo universitario y Conycetil (si se me permite el neologismo) que ha
impregnado la cultura, no deja de ser un gesto de originalidad.
En el número 1 de esta revista, que no
está dedicada al tema de la actualidad de las vanguardias como el 2,
encontramos un excelente dossier que se
pregunta ¿qué es la cultura? Respuesta que podríamos encontrar sobre el final cuando
Pilar Ordoñez citando a Germán García
hace saber que la emergencia de un logos
para darse un sentido, “es la condición
de esa intriga lúcida y patética que se llama cultura”. El artículo que
comienza el dossier es de Diego Tatian donde hace saber que la reforma
universitaria promovida por Deodoro Roca
tenía ciertos aires vanguardistas y casi anarquistas. Situación que presenta
marcados contrastes con los tiempos que corren. Ya sea que se mire la condición
del establishment, como la de los profesores atacados por las autoridades (uno
de esos profesores que fueron obligados a jubilarse llegó a manifestar que si
en su momento abogaban por la revolución, ahora aparecían defendiendo los
derechos de la tercera edad). “En el
caso de Deodoro –afirma Tatian– el
carácter libertario de su idea socialista se orienta hacia una comunidad de
singularidades creadoras e irreductibles, hacia una afirmación del individuo,
una desconfianza del Estado y una denuncia de la burocracia que inevitablemente
arrastra (hemos podido leer en un reportaje a Zafaroni que la policía es una
institución necesaria del Estado): ‘el socialismo mismo se equivoca –escribía
Roca– cuando estimula la garra del Estado y fía en su fuerza el apoyo de la
justicia futura”. Habría que señalar, en
cuanto a la fuerza del Estado para imponer la justicia, que quienes nos
dedicamos al psicoanálisis no podemos dejar de lado la respuesta que dio Freud
a Einstein cuando lo interrogaba sobre el porqué de la guerra. En ella hacía
saber que, en la guerra, el Estado se permitía todos los atropellos que
cotidianamente les prohíbe a los ciudadanos.
Creo que una característica
interesante de todas las revistas motivo de este Coloquio es su distancia con
el Estado. Ya que al vincularse al mismo, hasta la poesía más ponderable puede
quedar en el límite criticable, como afirma Fabián Casas en un reportaje, al
mencionar unos poemas de Gelman que Fogwill le hacía leer, pero al quedar ligados
a una política de Estado causarían la gracia, justamente, de la gente del grupo
Literal. Porque en definitiva siempre
está presente la cuestión de los usos que se hace de esa cercanía, como señaló
en su momento Jorge Warley al aludir, en un artículo sobre las revistas
culturales de dos décadas, a los intelectuales de la revista Punto de Vista que “provenientes de una
zona periférica accedieron a cátedras y puestos oficiales, y a los medios en
general, al menos en un primer momento”.
Entonces, el tema es cómo manejarse
con esos ámbitos. En este caso, quizás acorde con los requerimientos actuales y
para no quedar “desactualizados” respecto a la burocracia, Exordio ha conseguido el reconocimiento para transformarse en una
publicación con referato (ha sido indexada, se dice). Pero eso no le impide
publicar artículos que no corresponden al criterio uniforme de los burócratas.
No se entendería sino, la publicación en el último número del desopilante artículo
de Carlos Gazzera, sobre su periplo chino con sus alusiones a Hemingway. O el
reportaje en el número dos a la Dra. Romanutti , que ante las clasificaciones
diagnósticas propone la clasificación borgeana del Dr. Roberto Jacoby. Ya desde
la publicación de su libro sobre la lectura, César Mazza mostraba ese estilo de usar los emblemas universitarios para
introducir tensión. Recuerdo que se informaba en una fe de erratas, que el
libro respondía a un programa de la secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad , pero en
el libro sin erratas, el autor decía que respondía al programa de García
(siguiendo la serie Masotta - García – Miller). Detrás de la máscara, otra
máscara se afirma en nota inicial de Escrita.
Es claro que el responsable y el grupo
editor de esta revista realizan una operación masottiana invertida. Ante la
afirmación de Masotta de que se había visto obligado a hacer un discurso
universitario fuera de la universidad, ellos aplican la torsión de introducir
el “Programa del psicoanálisis en la cultura” dentro de los rediles
universitarios y Conycetiles. No obstante, no habría que olvidar que también se
dedicó a introducir temas perturbadores dentro de las formalidades, si le creemos a Carlos Correas, en esa
operación anacrónica que llevó adelante Masotta, que fue entregarle a su padre
la carta al padre de Kafka, el que a diferencia del padre del escritor leyó dos
líneas y la abandonó.
La distancia con el Estado no quiere decir que no haya que
preocuparse por cómo se las arregla alguien con la vieja cuestión de la
economía. En el número 2 de exordio, dedicado, como decía, al interrogante por
la actualidad de las vanguardias hay un artículo en el cual Beatriz Gez , a partir del programa lecturas de
Masotta interroga sobre las relaciones entre el arte y la política, o la
literatura y la política. Ubica al psicoanálisis entre las vanguardias no sé si
siguiendo el programa de García, pero sí la idea de Masotta, acorde con los
surrealistas que ser de vanguardia era ser revolucionario. Muestra el modo en
que éste no se constituyó como un intelectual orgánico, y afirma que a partir
del trabajo de Ana Longoni “se puede pensar
el término revolución en relación con el tema del compromiso sartreano y
un cierto marxismo aggiornado que se
hiciera cargo del arte pop” (aunque H. Murena, desde Sur, criticaba a los
comprometidos y parricidias sartreanos del grupo Contorno).
Una respuesta a los interrogantes sobre
esas relaciones se puede encontrar en el mismo número (quizá el más masottiano
de todos los exordios), en el artículo de Lucas Berone, quien destaca que el arte se constituye “contra el imperativo
moral kantiano” en tanto se niega a instalarse en el lugar de la ley. Lo que da
lugar a una discontinuidad, o sea: el arte no puede ser de modo directo, acción
política eficaz. En el escrito que acompaña esta convocatoria se recuerda que
en Literal se escribía que “el
continuo real es organizado por la discontinuidad del código”. Otra respuesta
encontramos en una entrevista a Roberto
Jacoby que es inmediatamente anterior al artículo de Gez. En la presentación que
se hace del artista plástico en el libro El
deseo nace del derrumbe, trabajo organizado justamente por Ana Longoni, se
afirma: “La mayor parte de sus trabajos, entre la
fiesta y la investigación social, giran alrededor de la desmaterialización del
arte y la invención de nuevas formas de vida”. Sobre el final del
reportaje del número de Exordio se lo
interroga sobre la manifestación de que “no le gusta hablar de obra, sino de mi
vida como una trayectoria” al referirse a su idea de la desmaterialización del
arte. La respuesta urgente de Jacoby tiene ciertos aires marxistas, de la línea
de Groucho, al afirmar que ya ha cambiado, que tuvo que empezar a materializar
porque sino no tenía para seguir viviendo.
III
Una revista abierta a decir cosas que
tienen sentido, pero sin preocuparse por su existencia. Puedo decir que se
puede verificar esta afirmación fregeana
que a Russell le molestaba bastante: en el número 3, en una nota a pie de
página, se dice que al final de ese número se publica un artículo de Germán
García. Si ustedes siguen el sentido de esa expresión, al final del número no
darán con el artículo aludido. El título del artículo explica todo: se llama “Malentendido”
y aparece en el número cinco de reciente aparición. El malentendido es el
título que eligió en su momento Germán para comentar la visita de Lacan a
Caracas. Entonces situaba al malentendido entre lo cómico y lo trágico. Entre
lo que se comprende y el amor.
En este número, recién salido, también
encontramos un artículo de Patricio Debiase, titulado “Viaje con Lacan:
agudezas, ecos del significante”. El autor afirma que Lacan utiliza la
homofonía del significante para criticar la ciencia que proviene del
pensamiento de Aristóteles, que cae en el error de dar por sentado que lo
pensado está hecho a imagen del pensamiento. Como si fuera posible conocer un
objeto del mundo, entendiendo al mismo como un reflejo transparente de lo
pensado. Podemos encontrar en esa crítica desarrollos similares a los que se muestran
en el comienzo del comentado libro de Jacoby, donde se trata de una experiencia
que pone en cuestión la correspondencia entre la representación y lo
representado, al modo del famoso “esto no es una pipa” de Magritte. Importa
destacar que una línea similar se encontraba en aquel artículo sobre el malentendido
de Germán que comienza citando la
despedida de Lacan al partir hacia Caracas: “Cambié de tema pensando en
ustedes. Sabemos que eso no significa que los pienso a ustedes, sino que pienso en ustedes”.
Asimismo, en dicho número damos con el
artículo de Juan Pablo Luchelli, en el que compara a Macedonio con Joyce y
trata el tema de la destrucción del signo (de allí la diferencia entre la
visión y la mirada).
El número cuatro tiene varios
artículos en los que se rastrean las primeras publicaciones de psicoanálisis en
Córdoba. No es la primera preocupación por el tema histórico ya que en otro
número publican un reportaje a Osvaldo Francheri. He dicho al comienzo que no
faltaban las referencias al trabajo de Masotta. En este número hay un reportaje
a Gustavo Dessal en el que señala que el trabajo de Masotta consistió en
transferir el lenguaje de Lacan a la lengua argentina. Y destacaba que es un
trabajo que, según él entiende, hasta el momento sólo ha continuado Germán
García. De igual modo, resulta importante la advertencia que deja para los
psicoanalistas argentinos, para quienes dado el supuesto triunfo del
psicoanálisis por estos lares, se crean
a salvo de las dificultades del psicoanálisis en los diferentes lugares del
mundo.
He hablado del compromiso sartreano.
Si al comienzo hablaba del gusto que era para mí presentar esta revista, para
terminar hay que decir que el gusto es doble, considerando que el director es
César Mazza y que años atrás me tocó presentar su libro La lectura y sus dobles. Al finalizar, como reconocimiento al lugar
dado a Macedonio Fernández en su libro, como sucede en los distintos
editoriales de Exordio, concluía con
el final de los Papeles de recienvenido, en
los que Macedonio afirma: mis lectores
caben en un colectivo y bajan en la
esquina. Y agregaba que quería decirle a César, que sus lectores estamos en
el colectivo pero que no nos estamos bajando en la esquina. Mi presencia en
esta mesa, entiendo, es una muestra de la “seriedad y compromiso” de la gente
del Descartes.
* A propósito de la presentación de Exordio, en el XXVII° Coloquio Descartes:
Destellos mediterráneos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario