Elena Levy Yeyati, Un recuerdo recuperado


Primero quiero saludar y agradecer Sivia Elena Tendlarz por la iniciativa, y al equipo de colaboradores que trabajaron con ella para hacer posible la publicación de Desde Lacan. Conferencias porteñas de J. A. Miller.

Cuando el año pasado Germán Gracía presentó las Conferencias señaló que después de Wittgenstein ninguna frase quiere decir nada sin el contexto en que está puesta. Y uno de esos contextos,- 1998. Crisis-, es el que recrea Graciela Brodsky en el prólogo del tercer tomo.

Allí comienza mi pequeña historia. Entre el 30 y el 31 de octubre de 1998 Miller dicta un seminario de investigación llamado “Lo postanalítico” en el marco de las Jornadas Anuales de la Escuela. Unos días más tarde pronuncia la conferencia inaugural de la Sección Clínica de Buenos Aires titulada “El ruiseñor de Lacan”. Estuve presente en ambas ponencias. La primera me resultó impenetrable y desconectada de la segunda. Pero antes de resumir la solución- quizás el hecho central de esta pequeña historia-, quiero rememorar algunas cuestiones. Primero de la segunda y luego de la primera conferencia.

Escuché “El ruiseñor de Lacan” con fervor e incomprensión. Decía Miller: “...Quizás en este aspecto somos clínicos posmodernos. Si privilegiamos el caso particular, el detalle, lo no generalizable, es en la medida en que ya no creemos en las clases-no me refiero a las clases sociales sino a las de los sistemas clasificatorios...”. Me preocupaba: no creemos... ¿pero creíamos, no?, pero ¿quienes son “nosotros”, los que “no creemos”?, ¿de qué sistemas está hablando, de la tríada neurosis-psicosis-perversión o del DSM? y ¿por qué dice creer en lugar de conocer o saber? Y así de seguido.

También me desvelaron frases irresistibles tales como... “Las clases son mortales, históricas, relativas, artificiales (es decir, semblantes)” Más aun, lo escuché decir... “La práctica del diagnóstico repugna a nuestro individualismo contemporáneo”. ¡Qué herejía! En el público había unos cuantos jefes de servicio de hospitales y se les decía “repugna la práctica del diagnóstico...señores” . Aunque confundida disfrutaba. Pensaba que por lo menos Miller no era de su parroquia.

Pero lo que definitivamente no comprendía era qué clase de relación podía establecerse entre la modesta idea de clínica que yo usaba y la pretenciosa noción de posmodernidad que Miller estaba esgrimiendo para hacer su update doctrinario. A pesar de la perplejidad inicial, con el tiempo, “El ruiseñor de Lacan” se transformó para mí – y para muchos otros-, en un pequeño programa de estudio sobre epistemología e historia de las ideas en su relación con el saber clínico, especialmente el heredado de la psiquiatría. Los Inclasificables, trabajo colectivo publicado en Buenos Aires en el invierno de 1999, seguía el mismo punto de partida y sirvió para orientarme.

Ahora algo sobre la primera disertación: se tituló “Lo postanalítico”. La escuché como si hubiera sido pronunciada en un idioma desconocido. Tal vez porque, como dice un amigo, de política entiendo poco. “Lo postanalítico” signaba el momento de una encrucijada institucional interna a la AMP: la crisis que estalló en Barcelona, el alejamiento de Colette Soler entre otros y la creación de los Foros. En octubre del mismo año, en Barcelona también, se firmaba el Acta de Fundación de la “Convergencia Lacaniana”. En esos días Página/12 no dejaba de anunciar epidemias de fundaciones de nuevas entidades psicoanalíticas.

Leí por primera vez “Lo postanalítico” en el tomo 3 de las Conferencias porteñas. Como el cuadro de Magritte, Miller dice “esto no es una conferencia”. ¿Y entonces qué es? Es la formulación de un deseo de que exista una suerte de conversación. Un modo de poner en acto la desuposición del saber del Uno, cuestionado por expresiones de aquel momento como la del “pensamiento único”. Proposición dirigida a los miembros de la Escuela para practicar una relación particular con la suposición de saber.

“Lo postanalítico” es un texto denso, lleno de sugerencias para pensar cómo mantener vigente un deseo que haga existir el psicoanálisis. Allí se puede leer: “El pase no es el análisis. La Escuela tampoco. Pero al mismo tiempo, el pase, la Escuela no está más allá del psicoanálisis. Eso es lo que se trataría de pensar: algo que no está más allá del psicoanálisis, que forma parte de las consecuencias del análisis y que por eso merece tener analistas de esa experiencia.” Leí estas líneas con la sensación de recordar.

Antes de leer las Conferencias solía creer que solicité mi entrada a la Escuela en estado hipnótico, efecto del canto del ruiseñor. Luego de repasar la compilación advertí que había olvidado por completo “Lo postanalítico”. Como quien garabatea un sueño durante la noche, las notas que tomé resultaron ilegibles. Una vez llenada esa laguna algo se resignificó. Ahora puedo decir que en 1999 pedí mi entrada a la Escuela porque había interpretado el texto perdido como una invitación a, más allá de la discusión clínica, formar parte de una supuesta comunidad de cuño milleriano, a la vez cómica, lógica, operativa, trágica, cínica, epistémica, exquisita y, fundamentalmente, inconsciente.



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