Graciela Brodsky


También agradezco a los organizadores de esta presentación la posibilidad de volver sobre las Conferencias Porteñas desde esta tercera instancia. La primera instancia consistió en participar, próxima a Silvia Tendlarz y a Germán García, en el diseño mismo de la publicación, en la “cocina”, como se dice. La segunda fue la redacción del prólogo del tercer tomo y ahora, la tercera, es esta presentación de los tres tomos.

Hace un momento me sentí muy identificada con el comentario que hizo Silvia al comienzo de esta reunión sobre el raro efecto de proximidad y ajenidad que produce la lectura de las conferencias. A pesar de conocerlas y de haber escrito el prólogo del tercer tomo, no me fue fácil, nada fácil leer estas “Conferencias porteñas”. El inconveniente con el que tropecé fue inesperado: lo llamaría la “evocación”. Cada conferencia, como en un flashback al estilo Lost, me retrotraía a la escena misma en la que la escuché. Podía recordar exactamente alguna inflexión en la voz de Miller, algún malhumor frente a una pregunta inoportuna para él. Recordaba donde estaba sentada, que ropa usaba, a quien tenia al lado, qué chusmeábamos. Recuerdos encubridores, seguramente. Pero lo suficientemente intensos como para hacerme perder en los laberintos de la memoria. Por ejemplo, “esta la desgrabé en Villa Gesell”, o cuando Miller dice "entre el 26 de diciembre y el 3 de enero que se fundará la EOL", recuerdo: “ah, sí, el 25 de diciembre del ‘91 lo pasamos todos juntos en casa de Ropo Ileyassof; él toco el piano, Beatriz Udenio recitó en francés, teníamos las listas de los futuros miembros de la EOL… y el 31 de diciembre la pasamos con Dudy Bleger intentando arreglar una computadora donde estaban los estatutos que había que presentar dos días después mientras la familia estaba sentada a la mesa” Y recuerdo a Miller eligiendo las arias que se cantarían en el
Coliseo, y el brindis de la Traviata el 3 de enero… así. Es la superposición entre el actor, el oyente y el lector lo que da la extraña familiaridad con las Conferencias. Es un problema, porque lo peor que a uno le puede pasar cuando tiene que presentar un libro, es ponerse a hablar de sí mismo, al estilo “Miller y yo”. Él se refiere a este hecho autorreferencial en “Los signos del goce”, allí habla del fenómeno “Lacan y yo”, y yo, y yo, y yo, y yo... Hace poco, en Paris, Silvia Ons, durante la asamblea de la AMP o en la Conversación de la Escuela Una, no me acuerdo bien, señaló bien la diferencia entre hablar en primera persona y la enunciación propia.

Así que, ¡Atención, Graciela Brodsky! Los trastornos de la memoria así como los trastornos del narcisismo son siempre malos consejeros. Y ni hablar de los estragos que produce la evocación melancólica de las gestas pasadas a las que una generación como la mía, que es joven desde hace bastante tiempo, puede entregarse.

Voy a tratar entonces de intervenir comentando brevemente un texto que, a mi gusto, podría inspirar si no gestas, al menos aventuras futuras. Porque creo que sigue tan inexplorado como el primer día.

¿A que no saben a que me refiero? Tienen dos opciones... No se arriesgan… No es "El ruiseñor de Lacan”, entonces es... si, "El postanalítico", que está en la página 87 del tercer tomo. Yo estuve allí, pero me parece que estuve en la tribuna, recuerdo eso. Pero no tengo el menor recuerdo de mi intervención, aunque sabría ubicarla. Ni tengo ni sabría donde ubicarlo -pero seguramente Germán si-, el texto de Miller sobre el que se basaron las tres intervenciones, la de Frida Nemirovsky, la de Florencia Dassen y la mía. El texto de Miller se llamaba "El pase perfecto". Él tenía el deseo de hacer un seminario, no quería dar una conferencia, entonces se encargó de traer textos inexplorados, desconocidos y entregárselos 24 horas antes a algunos. A Nemirovsky, a Dassen y a mí nos tocó "El pase perfecto".

El texto es del ´98. Leyéndolo en el 2010, y más allá del contexto político en el que se produce ese texto y que avocaba Elena, pienso Miller sigue con eso en la cabeza, y que las famosas Jornadas de noviembre pasado en la ECF, así como la apertura del Congreso de abril a los no miembros de las escuelas, se pueden tratar de entender a partir de este texto. Lo central de este pretendido seminario- que no fue tal porque la audiencia era multitudinaria- se resume en lo siguiente: postanalítico es un concepto transitorio, un instrumento para responder a la pregunta por lo que pasa con el sujeto que ha pasado por el discurso analítico. Pero la idea de Miller, inexplorada entonces e inexplorada hasta ahora, es tomar en su máxima apertura lo que pasa con el sujeto que ha sido analizado, a tal punto, y a mi gusto es el párrafo central del seminario, que el pase mismo aparece como un caso particular del postanalítico. Por supuesto, un caso eminente, pero un caso entre otros, aunque distinguido por la evaluación de lo que ocurre con el sujeto después del análisis. No invento nada, estoy citándolo textualmente. Esta apertura máxima sobre lo que ocurre con un sujeto que ha pasado por el dispositivo analítico incluye, entonces, en la investigación que Miller alienta, al analista practicante y al analizado no practicante. “La problemática del postanalítico -insiste Miller- no es equivalente a la del fin del análisis: prolonga y desplaza la cuestión del fin del análisis. En esta investigación de las consecuencias del análisis, el pase sirve de referencia que abre y no limita. La problemática del final es completamente opuesta a la problemática del postanalítico, o son dos caras de una misma moneda. La problemática del final interroga el estado del sujeto al final de la partida analítica, el postanalítico interroga el fin en relación al porvenir”. Y fíjense las cosas que dijo Miller hace 12 años: “en este sentido, tanto la interrupción como el final terapéutico y el final conclusivo, y dentro del final conclusivo el pase, todo eso desemboca en un proceso postanalítico.” Solo enfrentamos un problema -dice Miller en la pág. 91- y es que para el pase disponemos de un dispositivo que no evalúa el postanalítico sino que evalúa el trayecto analizante, pero al menos es un dispositivo. Y agrega, “¿de qué medios de investigación dispondremos para investigar lo postanalítico? No son claros.” Y termina, “si nos ponemos rigurosos deberíamos inventar algo.” Por lo menos, ahora sabemos que el lugar está vacante y que una vez que existe el lugar, tenemos la ocasión para inventar algo que no existe todavía.

No puedo decir que en eso andamos, pero creo, interpreto, que Miller nunca abandonó esa idea. Y que las Jornadas de noviembre además de ser una fiesta fueron la puesta a prueba de un dispositivo, al menos así lo entiendo hoy después de leer, en cierta forma por primera vez, este tercer tomo.

Tomar los análisis en la dimensión del postanalítico es diferente de tomarlos en la perspectiva de la interrupción. El postanalítico abre la posibilidad, cito a Miller, de interrogar el paréntesis entre dos análisis. En aquellos que se analizan, por supuesto. ¿Y los que desaparecen, los que desaparecen del análisis y nunca más vuelven? Ah, también se pueden interrogar desde el postanalítico. E ve por qué digo que la apertura que propone Miller es máxima: todo aquel que ha pasado por un análisis, está en la situación postanalítica y tiene algo para enseñar al psicoanálisis; solo hay que ver donde se lo encuentra. Si vuelve al análisis, en el reanálisis, pero ¿si no? Y ahí evoca entonces un artículo de Eric Laurent donde se refiere a la liberación de toda culpabilidad como un efecto postanalítico que se puede leer en ciertas figuras publicas vinculadas a la política que han pasado, por el psicoanálisis. Es decir que incluso es posible recuperar algo del postanalítico en los actos de los hombres públicos de los que efectivamente sabemos algo. Pero, por supuesto, lo más fácil es interrogar el postanalítico de los analistas. ¿Qué hace el analista con la revelación que obtuvo a partir de su análisis? El pase interroga otra cosa, se pregunta por lo que condujo al sujeto analizante a hacerse analista. O interroga cómo encontró la salida del análisis o por qué puerta, o con qué vicisitud se acabó la transferencia o qué fue de sus síntomas. El pase interroga el trayecto hasta el punto conclusivo. Lo que el analista hace con lo que obtuvo en el análisis, puede ser llevado al pase. Pero no es lo único, y aun cuando lo lleve al pase, hay un después del pase, hay una vida después del pase, lo que produce el fenómeno de la confusión entre el postanalítico con el pase permanente de los ex AE que me parece posible detectar en nuestra comunidad.

Si se quiere interrogar qué hace el analista con lo que obtuvo del análisis lo principal es interrogarse por el destino del sujeto supuesto saber. Y Laurent en el trascurso del contexto de ese seminario esboza tres respuestas que se refieren a una clínica del postanalítico de los analistas que no tiene nada que ver con el pase. Es la que decanta en tres posiciones: “no hay nadie a quien hablar”, “nadie de quien aprender”, “nada que valga la pena”. Se trata de un efecto postanalítico de la liquidación del sujeto supuesto saber. Miller agrega tres mas, tres posiciones postanalíticas no bajo la forma del “no-hay”, sino bajo la forma de la identificación: la identificación con el síntoma, la identificación con la verdad en aquellos que terminan el análisis asegurados en la posición de "yo la verdad hablo", y los que terminan el análisis con una identificación con el saber: Supongo que esta clínica, estos retratos postanalíticos están seguramente inspirados en personas reales. Como lo recordaba Elena, 1998 fue un año de crisis y algo del devenir del analizado se vio a cielo abierto sin necesidad de dispositivo alguno.

Así, al revés de toda nostalgia, encuentro que este texto abre una ventana hacia el futuro, y confieso que no se me ocurre investigación mas interesante para hacer tanto en el Centro Descartes como en la Escuela que retomar este texto de Miller y sacarlo del destino de reservorio, de depósito que aguarda a la larga a toda publicación, especialmente a toda recopilación. Sacarlo de ahí, extraerlo y hacerlo una herramienta nueva para los años venideros.

La política de las publicaciones del seminario de Lacan, por parte de Jacques -Alain Miller, sigue la misma estrategia. Gracias.



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